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Café El Humilladero

viernes, 7 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

El doctor Horacio Gómez Aristizábal pronunció en la Uni­versidad La Gran Colombia de Armenia, invitado por el Centro de Estudios Colombianos, una interesante conferencia sobre la reforma judicial, y tocó temas de controvertida actualidad, como el de la justicia castrense. Como autoridad que es el doc­tor Gómez Aristizábal en las disciplinas del Derecho, y sobre todo en la rama penal, sus pala­bras fueron escuchadas con gran interés por un público principalmente formado por abogados y estudiantes uni­versitarios deseosos de conocer el pensamiento de quien desde la capital de la República ha venido llamando la atención sobre diversos vicios de la orga­nización judicial.

El descubrimiento que hizo del «Café El Humilladero», uno de los tantos vericuetos de nuestra coja justicia colombiana, puso al auditorio a meditar en la im­portancia de lograr una verda­dera reforma que elimine el ascenso o la permanencia de los empleados judiciales en sus cargos por caminos que no sean los de la probidad y la aptitud.

A este café acuden, presuro­sos de reelección o en busca de nombramientos o de mejores puestos, jueces, magistrados y simples aspirantes que en cual­quier lugar de Colombia consi­deran que llegan mejor al corazón de los electores por medio del halago personal y sobre to­do del agasajo estratégico, ma­tizados de francachelas y de excesos alcohólicos. Como to­dos aspiran a algo, los unos a no caerse, y los otros al nombramiento, al ascenso o a un mejor acomodo, se desata en esta temporada una verdadera cam­paña por la subsistencia burocrática.

La espiral asciende desde el escribiente, el secretario o el juez de provincia, hasta el pro­pio magistrado de tribunal, por­que todos están sometidos a los vaivenes administrativos. La Corte Suprema de Justicia, organismo respetable y firme, se mantiene por fortuna prote­gida contra esta clase de intrigas, entre otras cosas por ser sus magistrados vitalicios y lle­gar a la alta investidura tras riguroso proceso de selección. Pero ellos, en cuyas manos se encuentra la designación de al­tos funcionarios de la justicia, no están exentos del asedio y la artimaña de los aspirantes.

Quienes se sienten inseguros en el cargo, por mediocridad personal o por las maniobras de colegas especializados en la difamación y la zancadilla –en todas partes se cuecen ha­bas– descienden, por lo general, hasta la humillación de la lison­ja y el desdoblamiento de la personalidad.

En estas idas y venidas por los caminos de la nómina se acude al sistema de halagar a las personas claves hasta con­quistar su voto, y es entonces cuando las puertas del «Café El Humilladero» se ven más movidas, lo mismo en la capital del país que en la lejana pro­vincia. Las cartas de recomen­dación, las trampas, los padri­nazgos y hasta las deslealtades al jefe y al amigo se intensifican en estas jornadas electora­les que acaso se entiendan en la política pero que son inconce­bibles en el poder judicial, su­puestamente libre de influencias y del comején servil.

Como consecuencia de estos afanes hay un largo período de inactividad, o mejor, de ineficiencia en los despachos judi­ciales, cuando aspirantes y electores viven de agasajo en aga­sajo, de guayabo en guayabo, minando no solo el bolsillo sino además la salud.

Si en alguna parte no debiera existir el «Café El Humillade­ro» es en la justicia. El juez, la mayor garantía de un país dig­no, no ha de estar sometido a estos tejemanejes. No todos, sobra decirlo, inclinan la cabeza ante estos procederes lacayos, ni los magistrados, en términos generales, son accesibles a la li­sonja y menos a la compra de la conciencia, pero como seres humanos tampoco son invulne­rables.

Este café, simbólico y real, existe en todas partes y es una vergüenza nacional, y de él no se encuentra alejado ni el soberano poder judicial, menos las otras actividades de nuestra descaecida nacionalidad. Se impone, por eso, una sabia re­forma de la justicia para que los funcionarios hagan su carrera sin más padrinos que el mérito personal y la aptitud, para ser árbitros libres y honestos de una sociedad convulsionada, y jamás fichas movidas por ca­prichos.

La Patria, Manizales, 12-IX-1979.

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Curiosidad de este artículo:

Yo había titulado este artículo así: Café El Humilladero. El periodista de La Patria, tal vez sugestionado por la suerte que corría el grano cafetero en aquellos días, y quizá considerando que yo me había equivocado en el rótulo, tituló el artículo de la siguiente manera: Café, el humilladero. Sin cambiar las palabras, usando una coma y convirtiendo dos mayúsculas en minúsculas, este título tiene un sentido distinto al expresado en la columna. ¡Magia del idioma! GPE

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