El sexo en serio
Humor a la quindiana
Por: Gustavo Páez Escobar
Una reciente humorada de esta columna hizo creer a doña María Carrizosa de Umaña que ando en discordia con el sexo. Quise criticar la mojigatería de las beatas asustadizas que lo rechazan por pecaminoso y parece que salí también expulsado del paraíso terrenal. Doña María, que es firme defensora de los temas bíblicos, combate la mala interpretación de los sucesos que nos dieron la vida.
Entendámonos. No estoy distorsionando la escena del paraíso y menos, líbreme Dios, metiéndome con el Creador que en sus misterios insondables formó la pareja primigenia y acto seguido le insufló un soplo sexual. «Creced y multiplicaos”, fue la bendición para el acto lícito, el más lícito de todos cuando no tiene intención perversa, y que sin embargo sigue escandalizando a las beatas que usted y yo conocemos, admirada doña María.
De ahí que el tema, por espinoso y confuso, se volviera tabú. Sólo ahora, en esta era de Acuario que tiene entre sus características más importantes la liberación sexual, la humanidad está adquiriendo otros conceptos sobre las relaciones físicas, y naturalmente espirituales, de la pareja. La noción de pecado, que es algo subjetivo y ambiental, ha variado con los tiempos.
En aquel capítulo del Génesis que usted cita, apareció una serpiente, el más astuto de todos los animales, tentando a la mujer con el árbol que Dios le había prohibido. Como el fruto era tan deleitable, la mujer se dejó seducir y comió. Acto seguido dio de comer a su compañero, y Adán, que era glotón, participó del banquete, hasta el hartazgo, creo yo.
Dice en seguida el Génesis: «Luego se les abrieron a entrambos los ojos; y como echasen de ver que estaban desnudos, cosieron o acomodáronse unas hojas de higuera, y se hicieron unos delantales o ceñidores». Fue hasta ese momento cuando la pareja se vio desnuda y se sintió avergonzada. ¿Por qué esto no había ocurrido antes? De ahí nace la idea, puede que errónea, pero de todas maneras afín, sobre la realización del acto sexual, y lo más importante, sobre el temor que desde entonces subsiste acerca del sexo como acto prohibido.
La interpretación de la Biblia es muy extensa y se presta, como libro sabio que es, para variadas divagaciones. Aquel árbol de la tentación simboliza el principio del bien y del mal, el mayor código moral del mundo, y es válida la tesis de que Dios no lanzó a nuestros primeros padres por la unión sexual, sino por desobedecerle. El sexo, que es un instinto, aunque usted se empeña en atacar este concepto, también es racional. Debe ser racional y así la mente andará sana. Pero el sexo es instintivo, ¡válgame Dios! Es un impulso, o sea, una tendencia natural.
Por ahí pesco al vuelo, de Marañón, el gran médico y ensayista que tanto aportó en el campo de la endocrinología, esta frase: «La tragedia de muchos es una desarmonía entre el instinto sexual y la realización de este instinto». Usted dice que el instinto es lo propio de los animales. Pregunto yo: «¿Y acaso el hombre, si no racionaliza sus pasiones, no es el animal más grande de la creación? ¿No vemos fieras «humanas» que atropellan el orden social y se vuelven lobos de sus propios hermanos?
En materia sexual ocurre lo mismo: hay hombres, y desde luego mujeres, que son salvajes. Merecen la expulsión del paraíso terrenal. Afortunadamente usted y yo, doña María, en materia de sexo estamos civilizados. Nos hemos liberado de prejuicios y necedades y por eso podemos hablar, sin sonrojo, de este tema que todavía es tabú para muchos.
Concluyo: la actividad sexual no está prohibida por Dios. No puede estarlo, si es el principio de la vida. El abuso del sexo, es decir, su degradación, lo mismo que su ignorancia (escúchenme, beatas asustadas), fue la humorada que usted no me entendió. O no supe expresarla. Hoy, por fortuna, en colegios, en universidades, en el hogar y en los periódicos, como acontece con la bibliófila de doña María y este humorista de malas, ya se enseña sexo
Vivimos en una sociedad represiva. El sicoanálisis lucha por integrar al sexo, como un todo, en la vida del individuo. El sexo, que es una manifestación de amor, es el mayor puente de comunicación afectiva. El amor es un intercambio. ¿Habré pasado la lección, doña María?
Y muchas gracias por haber saboreado mi Vendedor de dulces, como un paliativo para las parrafadas sexuales que me debate con su característica gracia. El humor me resultó flojo, y ahora, más en serio, procuro reconciliarme con sus tesis, que también son las mías. (Por algo dicen que el humor es la cosa más seria del mundo).
El Espectador, Bogotá, 10-III-1983.