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Germán Pardo García

lunes, 17 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

En inmediaciones de los páramos orientales de Colombia inició Germán Pardo García su labor poética hace 72 años, en junio de 1913, cuando apenas tenía 11 años de edad. Ya desde en­tonces conocía a los poetas griegos en libros que tomaba de la biblioteca de su padre, por aquella época presidente de la Corte Suprema de Justicia. En Méjico reside desde 1931 y desde allí ha realizado una de las carreras inte­lectuales más brillantes del continente.

Su obra, considerada como verdadera joya de la literatura americana, queda recogida en más de cuarenta libros, que representan unas mil ochocientas páginas. Ha sido una producción en permanente ascenso. Luis D. Salem, de Méjico, así se expresa sobre ella:

«La obra literaria de Pardo García se supera cada día. Grande es su Apolo Pankrátor, pero lo supera Tempestad; sobre Tempestad, sin duda alguna, está Ul­timas odas, de reciente aparición. Y sobre todos ellos, El potro de la muerte, donde el poeta describe la presencia de la Parca y su lucha con ella hasta vencerla.»

Pardo García fue sometido hace un año a una operación de alta cirugía. «¿Por qué están mis arterias conde­nadas?», grita el poeta al contemplar El potro de la muerte. Y el monstruo, ausentándose, le contesta: «Todavía no puedes montar sobre mis lomos carboníferos. No estás purificado aún para morir. Ocultas el excremento del odio celular en los cartílagos. Aún no puedes cabalgar en mí…»

Sobrevivió a la operación, aunque desde entonces viene resentida su sa­lud. En la edición del pasado 30 de noviembre de su revista Nivel da por concluido su trabajo poético de 72 años y se despide con el poema Un sueño me aguarda, una emocionada incursión en el más allá: Yo sé que un sueño me aguarda. / ¡Ven, oh sueño, y que te sueñe / aunque seas mi último sueño, / y que al fin pueda tenerte / sujeto como un relámpago / en mis neuronas ardientes!

*

Pardo García, cuya vida ha sido un canto a la soledad, el amor, la paz y las angustias humanas, se enfrenta ahora a la muerte. Dialoga con ella. La mira de frente, como a dama conocida, y la paladea con su garbo de poeta. Pre­tende que la Parca lo tiene ya entre sus redes, pero quizás es apenas un sopor de su quebrantado organismo. Sufre, sin duda. El mayor dolor es el de los poetas.

Miembros de instituciones culturales de todo el mundo lo postularon para el pasado Premio Nóbel, con pondera­ciones como «el mejor poeta’, «supe­rior a Pablo Neruda» y «tal vez el mayor poeta vivo del mundo». Mas él, que toda la vida ha sido modesto, res­ponde en reportaje que le hace el pe­riódico Excelsior (noviembre 29/85): No soy hombre nacido para el triunfo, sino para el dolor y la lucha, en la cual me conservo hasta el momento.

Esta no es una despedida a Pardo García. El día esté lejano. Sabemos que su espíritu abatido re­surgirá de entre las nieblas de su en­fermedad. No puede ser ésta una nota fúnebre; es, por el contrario, un deseo de vida. Y será el de 1986 un año de paz y esperanza, como él mismo me lo desea en amable nota.

Colombia, insigne poeta, está con usted. Esta patria grande que lo vio un día escribir sus primeros poemas en las estribaciones del páramo del Verjón, y que luego lo siguió en su ascenso por los cielos de América y del mundo, todavía espera mucho de su genio.

*

Lamentamos, sí, su ausencia de nuestro suelo. Lo mismo hay que decir de Laura Victoria, también residente en Méjico desde hace 45 años. Los dos completan cien años de ausencia, que en el sentir de los poetas significan una eternidad. Dos vidas paralelas. Dos maestros de la lírica.

Glorias ambos para Colombia, cuyo nombre pusieron a tremolar por los aires del mundo.

El potro de la muerte volverá a exclamar: Todavía no puedes montar sobre mis lomos carboníferos…

El Espectador, Bogotá, 8-I-1986.

 

 

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