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Archivo para julio, 2018

Jorge Arango Mejía

martes, 24 de julio de 2018 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Con el fallecimiento de Jorge Arango Mejía, el Quindío pierde a uno de sus líderes más destacados en los campos social, político y jurídico. Siempre estuvo atento al desarrollo de la región y se convirtió en censor implacable de los errores cometidos por los gobiernos locales.  Enfocó sus críticas contra los actos de corrupción de los alcaldes de Armenia. Y atacó el desgreño administrativo que sufre la ciudad con la invasión del espacio público y con otros puntos esenciales que frenan su progreso.

El 10 de junio, en su último artículo de prensa, decía: “Armenia pasa por la peor situación de su historia: nunca la ciudad había caído tan bajo. Tener el alcalde en la cárcel, acompañado por algunos de sus colaboradores más cercanos; y dos exalcaldes en similar situación, causa vergüenza”. El deterioro moral del Quindío le producía indignación. Jorge Arango Mejía era, por encima de todo, ciudadano de intachable moralidad. La reciedumbre de su carácter lo llevaba a señalar los desaciertos de frente, sin dobleces ni medias tintas.

Se graduó de abogado en el Externado de Colombia. Poseía vasta cultura humanística, como da cuenta el libro Las palabras maravillosas del Quijote, editado por el Fondo Cultural Cafetero. Autor de tres obras más, entre ellas una sobre Derecho Civil, publicada por las universidades del Rosario y Nacional, con prólogo de Carlos Lleras Restrepo, y de numerosos textos jurídicos y artículos para los diarios en los que era columnista.

Después de pasar por La Dorada como juez civil fue alcalde de Armenia en 1961, antes de cumplir los 25 años. Por una feliz circunstancia, nos habíamos hecho amigos en Cartagena, y en 1969 me posesioné ante él mismo, siendo gobernador del Quindío, como gerente del Banco Popular en su tierra natal. Desde entonces nos unió cordial amistad.

Fue embajador en Checoslovaquia en 1983. Esta labor le significó formidable desempeño en la vida diplomática, según me escribe por aquellos días: “Los checos, cordiales, amables, sin problemas. Praga, extraordinaria. La vida cultural, soberbia. Nosotros viajamos un poco, tratamos de almacenar recuerdos, experiencias, comparaciones. Y por sobre todo, buscamos mejorar la imagen de Colombia, tan venida a menos en años recientes. Lo vamos logrando”.

A su vuelta al país ocupó los cargos de secretario general y director jurídico de la Federación Nacional de Cafeteros. Luego, se dedicó al ejercicio de la abogacía, haciendo gala de su reconocida pulcritud, dignidad e idoneidad. Además, actuaba como conferencista de diversas materias, y se dispensaba a sus amigos en agradables tertulias armonizadas con su simpatía y su don de gentes. Era excelente conversador. Así lo conocí en Cartagena, y así lo disfruté en su tierra.

Coronó su carrera jurídica como magistrado de la Corte Constitucional, de la que fue presidente en 1994. Sus últimos años los pasó –dedicado al estudio, la lectura y la escritura, y desde luego al encanto de la naturaleza– en el predio campestre que tenía en el Quindío. Y alternaba el tiempo en su apartamento de Bogotá, siempre rodeado del afecto de Lucero, sus hijos y sus nietos, a quienes expreso nuestra sentida voz de solidaridad. Murió en paz con la vida.

Hermosas estas palabras de Jorge Arango Mejía citadas en estos días por el también ilustre quindiano Óscar Jiménez Leal, exmagistrado del Consejo Nacional Electoral: “Cuando quise formar una familia, volví a Manizales, tierra de mis mayores, y de sus jardines tomé la más bella de sus flores: María Lucía Isaza Londoño”.

El Espectador, Bogotá, 20-VII-2018.
Eje 21, Manizales, 20-VII-2018.
La Crónica del Quindío, Armenia, 22-VII-2018.

Comentarios

Acertada semblanza de Jorge Arango Mejía, un quindiano que nos honra y un amigo y colega que nos enorgullece. César Hoyos Salazar, Armenia (expresidente del Consejo de Estado).

Recuerdo que Jorge Arango Mejía también fue veedor del Partido Liberal y –en su pulcro y exigente ejercicio– no dejó colar ni paras ni mafiosos. Esos personajes llegaron después con el  nuevo veedor paisa: el «Ciego Llano», como le dicen las bases populares. Alpher Rojas, Bogotá.

Para quienes gozamos el privilegio de la amistad de Jorge y de su hermana Amalia, este artículo/obituario nos llega al alma. Gustavo Álvarez Gardeazábal, Tuluá.

Jorge Arango Mejía fue un ejemplar hombre a quien conocí en su paso por la Gobernación del Quindío, elegido por el presidente Carlos Lleras Restrepo, de quien era su discípulo y el más importante representante de su ideario político en nuestro Quindío. Su fallecimiento es una pérdida sensible, pero atenuada por el recuerdo de su fecundo paso por la vida. Gustavo Valencia, Armenia.  

La avaricia seca el alma

martes, 10 de julio de 2018 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Eugenia Grandet (París, 1833) está considerada la mejor novela de Balzac. A pesar de los 185 años que han transcurrido, se mantiene como una de las obras clásicas más leídas de la literatura universal. En la edición publicada por Gervais Charpentier en 1839, el autor la dedica a  María du Fresnay, que había sido su amante y con quien tuvo una hija (el único hijo que se le conoce), en cuya familia representó buena parte del desarrollo de la obra. Dostoievski la tradujo al ruso en 1843.

Balzac sacaba sus personajes de los escenarios franceses que él vivía con tanta intensidad, y los hacía figurar en la serie La comedia humana, de la que hace parte esta obra maestra. ¿A qué se debe la vigencia de Eugenia Grandet? A que sus verdades están vivas. Y por supuesto, a la destreza del escritor para pintar con gran realismo el eterno drama de la avaricia.

Este argumento ya lo había tratado Molière en la comedia El avaro, estrenada en París en 1668, cuyo tema central es el de la avaricia extrema encarnada por Harpagón. Esto mismo ocurre con Félix Grandet, protagonista de la novela de Balzac. Ambas creaciones perduran como imágenes  emblemáticas de uno de los vicios más nefastos del ser humano, que se da en todas partes y en todas las capas sociales, y que es comparable a la envidia.

La circunstancia de que ambos autores y los ambientes utilizados para sus producciones sean franceses hace mostrar aquella sociedad como modelo genuino de la condición humana. Se llevaban una diferencia de 177 años de edad (Molière nació en enero de 1622 y Balzac en mayo de 1799), y cada cual extrajo de su época turbulentos sucesos del mundo que se movía a su alrededor. Son retratistas geniales de su tiempo.

Félix Grandet, tonelero retirado y dueño de próspera situación económica, no se conformaba con lo que tenía e hizo creer a su mujer y a su hija Eugenia todo lo contrario: que estaban en la ruina y que por eso era preciso controlar los gastos al máximo, restringir la comida y privarse de la compra de ropa y otros gustos superfluos. Vivían en una casa destartalada que se caía a pedazos, y él mismo se encargaba de vigilar el consumo hasta de las cosas más elementales.

Mientras tanto, se solazaba amasando su dinero, y sufría cuando no aumentaba con la velocidad que deseaba. “El avariento jamás se saciará; y el que ama las riquezas ningún fruto sacará de ellas”, dice el Eclesiastés. Según Erich Fromm, “la avaricia y la paz se excluyen mutuamente”.

Algunos hombres descubren la riqueza del señor Grandet y pretenden casarse con su hija, como el mejor partido, pero él los ahuyenta. Pasado el tiempo, el avaro se enferma de gravedad y en medio de la obnubilación de la mente le dice a su hija: “¡Vigila el oro! ¡Pon oro delante de mí!”… Anota la novela que “Eugenia le colocaba algunos luises sobre la mesa y el viejo permanecía horas enteras con los ojos fijos en los luises”. Muere en forma miserable, y Eugenia recibe toda la fortuna, que a ella no hacía feliz, y la destina para hacer obras sociales.

El Espectador, Bogotá, 6-VII-2018.
Eje 21, Manizales, 6-VII-2018.
La Crónica del Quindío, Armenia, 8-VII-2018.

Comentario

La avaricia es más que un vicio, una terrible enfermedad que literalmente, como lo expresa el título del artículo, seca el alma de quien la padece. Conocí el triste caso de un hombre rico, propietario de varias gasolineras, que vivía solo con su perro en una casucha en el sur de Bogotá para evitar gastos. El día menos pensado el hombre desapareció y alguien informó que de la casa donde vivía salía un fétido olor. Pues el hombre había muerto hacía varios días y el perro hambriento había empezado a devorar su cadáver. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

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