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Tras las huellas de Izcay

miércoles, 8 de julio de 2020 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En reciente artículo con motivo de la muerte del escritor Eduardo Santa mencioné su libro El pastor y las estrellas, ameno relato que tiene como protagonistas al pastor de cabras Abenámar y a su esposa, Izcai. Una ciudadana venezolana que está terminando en Méjico la carrera de Antropología Social leyó mi artículo y me cuenta esta curiosa  historia: cuando sus padres leyeron el libro de Eduardo Santa decidieron que si tenían una hija le pondrían ese nombre. Y así sucedió. Ella, que hoy tiene 25 años, se llama Izcaí Ruiz Hecht y desea saber de dónde proviene o qué significa su nombre (a su madre le pareció que sonaba mejor Izcaí, con acento en la “i”, y así se quedó).

Todo indica que Eduardo Santa tomó esa denominación de una princesa de la etnia quimbaya de Colombia, si bien la grafía correcta es con “y”: Izcay. Cuando yo vivía en Armenia, cuyo territorio estuvo habitado por los aborígenes quimbayas, se inauguró el Hotel Izcay, hecho que refleja la intención de que la entidad llevara un distintivo de la región. Ese hotel fue destruido por el terremoto de enero de 1999, más tarde fue remodelado y pasó a denominarse Hotel Armenia Plaza.

De esta manera, el nombre de la princesa quimbaya desapareció entre los escombros del terremoto. Pero subsiste Izcaí, la venezolana nacida por obra y gracia de una lectura deslumbrada de sus padres, y que algún día, como antropóloga, ahondará más en estas cuestiones de la cultura, el lenguaje y la tradición.

Mi amigo quindiano Luis Carlos Gómez Jaramillo, que tiene buen espíritu investigativo, como se verá, me aporta interesantes datos sobre la palabra en cuestión. De entrada,  me dice que el origen de dicho término es vasco, como lo afirma Wikcionario, el diccionario libre que contiene más de 900.000 entradas para más de 665 idiomas, según lo anuncia la obra.  Con el mismo nombre, mi amigo localizó un restaurante y un bar cafetería en Bilbao, y ganas me dieron de romper el confinamiento causado por la pandemia para ir a saborear las ricas empanadas colombianas que allí se ofrecen.

En esta indagación salió a flote el vino Iscay –con “s” y no con “z”–, que simboliza un tributo a la cultura incaica al unirse las cepas emblemáticas de malbec y merlot. Pero  en este caso “iscay” –sustantivo común– significa “dos” en quechua, es decir, hace referencia a las dos cepas citadas. Además, Luis Carlos descubrió a Fernando Izcay, vecino de Tudela (España), enfrentado contra Nicasio de Francia, por supuesto en época muy remota, en un pleito fenomenal. ¡Vaya enredo en que nos hemos metido!

Fuera del aporte del amigo quindiano, aquí está esta otra cuota de mi propia cosecha: la internista frenóloga Izcay Ronderos Botero, el conjunto residencial Izcay de Timiza en Bogotá y los vinos clásicos argentinos Iscay (Trapiche). Como se aprecia, alrededor de una palabra pueden surgir muchas historias.

Ya se ve que el vocablo, fuera de llevarlo una mitológica princesa quimbaya, echó raíces en otras latitudes –a veces con cambios gráficos muy comprensibles– y con él se han bautizado negocios, vinos, pastoras de cabras y otras personas, entre ellas Izcaí Ruiz, por quien vamos a brindar con una buena copa de Iscay como homenaje a su nombre singular.

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El Espectador, Bogotá, 4-VII-2020.
Eje 21, Manizales, 3-VII-2020.
La Crónica del Quindío, Armenia, 5-VII-2020.

Comentarios 

Qué interesante artículo acerca de la palabra Izcay y sus grafías alternativas. En la industria vinícola existe la firma Trapiche que ofrece dentro de su gama de vinos la línea «Trapiche-Iscay», aclarando que aquí la palabra Iscay, que significa «dos»,  se tomó del quechua, para designar la combinación de «dos» varietales. Ellos ofrecen la combinación de Malbec-Cabernet franc y la de Syrah-Viogner. Esta última he podido degustarla y es exquisita. La cepa viogner no tiene, por lo menos acá en Colombia, mucha difusión, pero da origen a unos vinos blancos exquisitos y muy parecidos a los Chardonay. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Izcay era el nombre de un hotel de Armenia que quedó atrapado en el terremoto y en ese momento murieron allí unos futbolistas argentinos. Esto añade a la historia de ese hotel la enología, lo cual me parece novedoso. Jaime Lopera, Armenia.

Mil gracias por el tiempo y el esfuerzo de esas múltiples búsquedas. Y mil gracias por ese acercamiento a mi nombre y a mi identidad. Izcaí Ruiz, Ciudad de Méjico.

 

La Ñata Tulia

martes, 21 de enero de 2020 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

Muchas veces oí hablar de la Ñata Tulia durante los años que residí en el Quindío. Las pícaras lenguas me contaban bellezas sobre esta atractiva mujer que causaba impacto en Armenia, donde apareció como diva del sexo que alborotaba con sus hechizos la vida local. Hombres notables frecuentaban su casa de citas en el sector de Arenales. La Ñata Tulia –Tulia Rendón Guzmán– nació en Armenia en 1925 y se convertiría en un ícono de la ciudad.

Todo el mundo tenía que ver con ella, bien por gozar de sus favores, o bien porque su nombradía llegaba a todas partes. Esto llevó al ingeniero y poeta humorista Alberto Gutiérrez Jaramillo, alcalde de Armenia, a escribirle un picante soneto que así empieza: “Era la Ñata Tulia un monumento / sin pedestal en mi ciudad, rescoldo / de un juego juvenil, vaso sin fondo, / lista al amor para cualquier momento”. Y así termina: “Todo Armenia recuerda su dulzura, / puesto que su portal lo traspasaban / ¡el notario, el alcalde y hasta el cura!”.

César Hoyos Salazar, que fue secretario de Gobierno en la alcaldía del poeta Gutiérrez,  y llegaría a ser alcalde de Armenia y presidente del Consejo de Estado, comenta que como funcionario municipal firmaba frecuentes licencias de funcionamiento a bares, almacenes, ferreterías, etcétera, y no recordaba haber dado ninguna a prostíbulos o burdeles o mancebías o lupanares.

Le planteó esta inquietud a su secretaria, quien le explicó que su antecesor había hecho cambiar, por pudor, estos nombres por el de “coreográficos” para los establecimientos donde se ejercía la profesión más antigua del mundo. La Ñata figuró en aquella ocasión como dueña, no de un burdel, sino de una coreografía: “un conjunto de pasos y figuras de un espectáculo de danza o baile”, como lo define el diccionario.

Cuando en Armenia me hablaban de la Ñata Tulia, supuse que era un personaje del pasado que había fallecido mucho tiempo atrás. Ahora vengo a saber que su deceso ocurrió el pasado 2 de octubre, a la edad de 94 años. Hacía mucho tiempo se había jubilado y ya no ejercía la profesión, pero no faltaban quienes solicitaban con sigilo sus servicios, y ella se los negaba. Al periodista Miguel Ángel Rojas le contó que se había dedicado a ahorrar dinero durante varios años, y cuando reunió buen capital compró una casa y se fue a vivir con su mamá y sus sobrinos, alejada del mundanal ruido (léase “burdel”).

No conocí a la Ñata Tulia, pero las referencias recibidas sobre ella me sirvieron para hacer un símil suyo en La noche de Zamira (1998), novela que dibuja la prostitución vivida en los tiempos de cosecha. Allí le di el nombre de Diosa, y la atmósfera lujuriosa está plasmada en los capítulos Todos llevan máscaras y La noche demencial. 

Óscar Domínguez escribió en la revista Malpensante, de julio de 2016, una semblanza sobre Marta Pintuco –María Teresa Pineda–, famosa mujer de la vida alborotada del Medellín de antaño. Considero, y motivos tengo, que Jaime Sanín Echeverri tomó a Marta Pintuco como modelo para personificar a Helena Restrepo en la novela Una mujer de cuatro en conducta (1948).

La historia universal es rica en estas mujeres emblemáticas. Ellas representan el arte amatorio de todos los tiempos. Recordemos a las célebres cocottes de la época de Proust, y a Blanca Barón, en el gobierno de Valencia. Lleras Restrepo es autor de un delicioso libro: De ciertas damas (Mesalina, Lucrecia Borja, Clareta, La bella Otero, y cinco más). Todas, reinas y cortesanas, grandes damas y prostitutas, encarnan el mito femenino. No faltará alguien en la Armenia de hoy a quien se le ocurra levantarle el busto a la Ñata Tulia en el ya decaído –como ella– sector de Arenales.

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El Espectador, Bogotá, 18-I-2020.
Eje 21, Manizales, 17-I-2020.
La Crónica del Quindío, Armenia, 19-I-2020.
Aristos Internacional, n.° 33, Alicante (España), julio/2020.

Comentarios

Fenomenal el contexto histórico donde elevaste el busto caído. Quedé absolutamente convencido de que jamás traspasaste el portal de la Rendón Guzmán. Cuando me regalaste la novela, allí pude identificar a varios personajes amigos de Armenia, entre ellos la Ñata. Óscar Jiménez Leal, Bogotá. (Respuesta: yo no traspasé su portal, pero ella sí traspasó el portal de La noche de Zamira y se volvió personaje de novela. GPE).

A medida que avanzaba en la lectura del artículo esperaba que el autor iba a confesar que había caído en la tentación de visitar la “coreografía”, pero sentí un fresco cuando me encontré con la frase salvadora: “No conocí a la Ñata Tulia”. Eduardo Lozano Torres, Bogotá. (Respuesta: el don portentoso de la escritura le permite al novelista penetrar con la imaginación hasta en los lugares más ocultos. GPE).

No se te ocurra proponer levantarle un busto a quien de hecho lo tenía enhiesto desde jovencita como emprendedora de lupanares que era (¡no en vano Leonisa nació aquí!). Jaime Lopera (Armenia).

Muy merecido el reconocimiento para quien desempeñó un oficio tan difícil. El más difícil de todos. Esperanza Jaramillo, Armenia.

La Ñata Tulia me hizo recordar a Anita la Chiquita, personaje con una trayectoria de vida muy similar en Chinchiná, Caldas. ¿Cómo hago para obtener La Noche de Zamira que quiero leer puesto que me evoca mi nacimiento y juventud en el recordado Eje Cafetero? Rodrigo López, Montería. (Respuesta: lamentablemente, esta obra, publicada hace veintiún años, está agotada. GPE).

En Marulanda, mi pueblo, ese personaje se llamaba la Ñata Quintero. Su centro de operaciones era El Portal, y en su numerosa prole hubo alcaldes y gobernador. Josué López Jaramillo, Bogotá.

En mi novela San Rafael de los Vientos hablo de la Mona Miriam, una mujer que llegó a la zona de tolerancia de Aranzazu en los años setenta y dejó honda huella por sus atributos físicos. José Miguel Alzate, Manizales.

Gracias por el crédito que me das con Marta Pintuco a quien tampoco conocí. Tampoco sé si la yarumaleña está viva. Serían de la misma edad. Óscar Domínguez, Bogotá.

Cierto: el libro De ciertas damas es una delicia. Estas historias son amables, despiertan curiosidad y suceden en cada pueblo, ciudad y país del mundo. Inés Blanco, Bogotá.

También podrían escribirse las miles de historias de hogares destruidos gracias al matronato de la madame que abrió las puertas de la desintegración moral del Quindío. Gloria Chávez Vásquez, Nueva York.

Innegable personaje de la ciudad. Yo la conocí, porque viví en Armenia en la época en que ella salía en un taxi, por el centro de la ciudad, a mostrar las nuevas adquisiciones de su casa de citas. Nunca visité su casa. Josué Carrillo, Armenia.

Creo que ningún varón en “edad de merecer” que haya vivido en Armenia en los años cincuenta y sesenta, época del mayor esplendor de su famoso burdel, diga que nunca estuvo allí, pues si lo hace está mintiendo. La “ñata” recorría varias ciudades, especialmente Cúcuta, para proveerse de hermosas chicas, las cuales paseaba en automóviles de Tax Páramo por los principales sitios de la ciudad, donde sabía se encontraba o acudía la juventud de la clase alta y media de la época: alrededores del Club América, la Fuente El Prado, etc. Era muy común encontrar allí, cuando los jóvenes nos dábamos nuestras escapaditas, gente encumbrada de la época (los riquitos de entonces), quienes después de sus traguitos en el América o Campestre acudían allí para, en medio de ese ambiente de “amor”, suplir sus falencias amatorias. Definitivamente fue un personaje de la época. Muy buen artículo sobre una persona que marcó una época, así muchos camanduleros, hipócritamente, se escandalicen. William Piedrahíta González, Miami.

Revelaciones de un suicidio

martes, 9 de julio de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

El escritor y comunicador social Alister Ramírez Márquez, nacido en Armenia, reside hace tres décadas en Estados Unidos, donde se desempeña como catedrático en una universidad de Nueva York. Es autor del libro de cuentos Los vendedores, y de las novelas Mi vestido verde esmeralda, Los sueños de los hombres se los fuman las mujeres y Si el sueño no me vence.  

Esta última obra, de reciente edición, lleva como subtítulo Revelaciones de un suicidio. La historia se inicia en el Batallón Cisneros de Armenia, donde un grupo de muchachos presta el servicio militar. Uno de ellos muere en extraña circunstancia, y años después, en una conversación que tiene lugar en el Parque Central de Nueva York, surge la duda sobre su posible suicidio. Al avanzar el relato, la novela adquiere ribetes policíacos y de suspenso.

Como habitante que fui de Armenia en las décadas del 70 y el 80 del siglo pasado, me llama la atención encontrarme con pinturas reales de la ciudad y con la mención de algunos personajes locales. Comenzaban entonces a formarse los barrios La Campiña y La Castellana, con residencias de lujo para la clase adinerada, en contraste con otros barrios aledaños de inferior nivel. La obra establece cierta distinción de clases, pero los vicios que comienzan a irrumpir penetran en todos los sectores, incluso en la vida de los campos.

Un día Armenia se ve invadida por la marihuana y la cocaína, y de esta manera se distorsiona la recta conducta de otros días. Con la llegada de Carlos Lehder viene el derrumbe de la sociedad. Los efectos repercuten en todo el contorno, y también, por supuesto, en el grupo de los reclutas. Una nueva generación se entrega a los placeres de la vida fácil brindados por el capo de las drogas y corruptor de la moral pública.

Entre la bebida, la droga y la vida concupiscente –con el suicidio de quien se ahorca en un árbol del Parque de los Fundadores y de un grupo de alocados jovenzuelos que se destrozan en un carro de alta gama–, ya la ciudad está desfigurada. Igual panorama lo  enfoca mi novela La noche de Zamira, que se mueve entre los embelecos de la bonanza cafetera y deja entrever la naciente descomposición que se veía llegar en los años 70.

No sé si los lectores del libro de Alister Ramírez han visto, con el mismo patetismo que yo lo vi, el drama del suicidio que desde hace mucho tiempo conmociona a la sociedad quindiana. Este, sin duda, es el mayor derrotero de su obra. Cabe recordar que el Quindío ocupa desde hace mucho tiempo el primero o el segundo lugar en las cifras  del suicidio en Colombia. En los años 30 del siglo pasado funcionó en Armenia el Club de los Suicidas, según relato que hizo la revista Semana.

En esta novela está claro que los sucesos corresponden a la Armenia tranquila que el escritor conoció antes de radicarse en Estados Unidos, y luego a la Armenia deformada bajo el imperio de las drogas malditas. Fuera del suicida del parque hay tres casos más en la familia Patiño: el abuelo, el hijo y el nieto. La narración, macabra e impactante, refleja una dolorosa realidad que no puede ignorarse.

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El Espectador, Bogotá, 6-VII-2019.
Eje 21, Manizales, 5-VII-2019.
La Crónica del Quindío, Armenia, 7-VII-2019.

Comentarios 

Diste en el punto clave porque el tema tiene que ver con el suicidio, sobre todo en esta región, y las cifras tan alarmantes. Por lo pronto no existen políticas claras de salud mental para hablar y buscar soluciones. Supongo que fuiste testigo del derrumbe de Armenia y conociste a muchos de estos personajes y familias. Tienes los conocimientos históricos y literarios para analizar esa parte de la vida quindiana. Alister Ramírez Márquez, Manhattan.

Me causó mucho pesar  la existencia de ese triste contraste entre el Quindío tranquilo y apacible de hace unos años, con el actual. Qué lástima esa pérdida de valores, de moral y de vidas que las malditas drogas alucinógenas y similares han generado en la sociedad quindiana. Duele saber que teniendo tantas cosas positivas, la maldad y las actividades torcidas hayan podido cambiar ese encanto. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

El suicidio es la última de las opciones para quienes siempre les vemos solución a los problemas, pero son muchas las mentes tristes y acorraladas que buscan esta dura salida. Armenia se contaminó de dañinas sustancias, de vida fácil y de pocos principios que buscaban la peor de las salidas, que es terminar la vida, lo que solo debe depender del momento que Dios tenga para cada uno. Liliana Páez Silva, Bogotá.

Me pregunto por qué no se ha dado una mayor promoción a los cementerios libres de Circasia y Montenegro como referentes históricos regionales. Haces memoria del Club de los Suicidas de 1930, vieja leyenda que creo tiene algunos visos de verdad y que debe tener algún antecedente que dé una luz sobre el porqué de las estadísticas anormales en esta materia. Luis Fernando Jaramillo Arias, Bogotá.

Respuesta. Fui amigo de Braulio Botero Londoño, el fundador del Cementerio Libre de Circasia, y con él conversé muchas veces al respecto. Y publiqué varios artículos sobre la obra. La Iglesia católica negaba a comienzos del siglo XX la sepultura a los suicidas, y este fue uno de los motivos para la fundación del Cementerio Libre. El suicidio en el Quindío ha sido una dolorosa realidad, un grave problema de salud pública, y las autoridades no han logrado resolver esta calamidad. Gustavo Páez Escobar.

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Curiosa anécdota

viernes, 19 de octubre de 2018 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

La muerte de mi ilustre amigo Jorge Arango Mejía, exgobernador del Quindío y expresidente de la Corte Constitucional, me hace recordar un curioso suceso que viví a su lado hace 58 años. Por aquellos días de 1960 ambos llegamos a Cartagena desde el interior del país, vinculados con contrato de trabajo al Banco Popular.

Yo había sido nombrado secretario de la sucursal, con una misión compleja: reformar la parte administrativa de la oficina, que registraba alto grado de desorganización. Tras dos años de ardua labor, logré cumplir esa finalidad y esto me significó alzar vuelo en mi carrera bancaria, en la que cumpliría 36 años de servicio en diversas posiciones.

El otro lado flaco de la oficina de Cartagena estaba en el índice anormal de la cartera morosa. Como los abogados locales eran permisivos con sus paisanos, esta cartera se había desbordado. Por tal motivo, la Dirección General dispuso contratar un abogado de otro lugar para  intensificar dicha acción. Aquí aparece Jorge Arango Mejía, de Armenia, recién graduado en el Externado de Colombia. De la nómina de la oficina, éramos los únicos del interior del país.

El municipio de Cartagena era deudor de una obligación vencida años atrás, la que por algún hecho extraño carecía de instrumento de pago. El nuevo abogado consideró que la medida indicada consistía en la aprobación por el Concejo de un acuerdo que reconociera la deuda. Hizo contacto con los concejales y obtuvo de ellos la mejor actitud para colaborar en la solución del caso. Se sentían encantados con la simpatía y el don de gentes del abogado. Y entendieron que esa era la fórmula precisa.

Mientras tanto, el abogado enviaba cartas de cobro a los deudores cuyas obligaciones le habían sido confiadas. Una de ellas fue para un destacado político liberal de la región. ¡Y quién dijo miedo! Este lo llamó indignado por ese gesto que consideraba ofensivo para su alta dignidad, y le preguntó si sabía con quién trataba (el trillado “¿no sabe quién soy yo?” de la actualidad). Y lo enteró de que como miembro del Congreso había votado la ley de reestructuración del Banco Popular.

Jorge Arango Mejía, ni corto ni perezoso, le respondió que por eso mismo debía dar ejemplo de moral. Le recordó que el banco había quebrado durante la dictadura de Rojas Pinilla, entre otras cosas, por el incumplimiento financiero de miles de deudores, como el gamonal lo era en ese momento. Ya en esta encrucijada, el político le pidió el saldo de la deuda y le hizo llegar el respectivo cheque.         

Días después, dialogábamos Arango Mejía y yo con el grupo de concejales en una muralla de Cartagena. De pronto, todos se pusieron de pie para saludar al personaje que acababa de llegar, al que le rendían pleitesía. Era el político de marras. Los concejales se sentían orgullosos de presentarle al abogado foráneo. Y el político, con risa irónica, les dijo que ya lo conocía. Al día siguiente, mi amigo renunció al banco y regresó a su tierra. Sabía que el gamonal bloquearía el proyecto de los concejales y le incomodaría su trabajo. En ese episodio está reflejado al vivo lo que constituye la politiquería en el país.

Los únicos honorarios que recibió Jorge Arango Mejía durante el mes de estadía en Cartagena fueron los del dirigente político. Poco después supe que había sido nombrado alcalde de Armenia. Y por esas cosas raras que suceden en la vida, volvimos a encontrarnos, nueve años después de la anécdota que dejo narrada, al posesionarme ante él mismo como gerente del Banco Popular en Armenia, cuando ejercía el cargo de gobernador del Quindío.

El Espectador, Bogotá, 3-VIII-2018.
Eje 21, Manizales, 3-VIII-2018.
La Crónica del Quindío, Armenia, 5-VIII-2018.

Comentarios

Excelente relato. Felicitaciones por esa capacidad para estructurar la anécdota, siempre llena de imágenes que la hacen expectante y atractiva. Eduardo Durán Gómez, Bogotá.

De Jorge Arango Mejía quedan ya las anécdotas. Su esfuerzo para recuperar el espacio público de Armenia hizo agua, se deslizó por entre los dedos, los vendedores ambulantes están ocupando de nuevos las aceras, cantidades de distribuidores de verduras, frutas, legumbres y hortalizas se ven parados frente a los principales negocios formales de la ciudad, y como no hay alcalde titular, aprovechan más. Cesáreo Herrera Castro (La Crónica del Quindío).

Jorge Arango Mejía

martes, 24 de julio de 2018 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Con el fallecimiento de Jorge Arango Mejía, el Quindío pierde a uno de sus líderes más destacados en los campos social, político y jurídico. Siempre estuvo atento al desarrollo de la región y se convirtió en censor implacable de los errores cometidos por los gobiernos locales.  Enfocó sus críticas contra los actos de corrupción de los alcaldes de Armenia. Y atacó el desgreño administrativo que sufre la ciudad con la invasión del espacio público y con otros puntos esenciales que frenan su progreso.

El 10 de junio, en su último artículo de prensa, decía: “Armenia pasa por la peor situación de su historia: nunca la ciudad había caído tan bajo. Tener el alcalde en la cárcel, acompañado por algunos de sus colaboradores más cercanos; y dos exalcaldes en similar situación, causa vergüenza”. El deterioro moral del Quindío le producía indignación. Jorge Arango Mejía era, por encima de todo, ciudadano de intachable moralidad. La reciedumbre de su carácter lo llevaba a señalar los desaciertos de frente, sin dobleces ni medias tintas.

Se graduó de abogado en el Externado de Colombia. Poseía vasta cultura humanística, como da cuenta el libro Las palabras maravillosas del Quijote, editado por el Fondo Cultural Cafetero. Autor de tres obras más, entre ellas una sobre Derecho Civil, publicada por las universidades del Rosario y Nacional, con prólogo de Carlos Lleras Restrepo, y de numerosos textos jurídicos y artículos para los diarios en los que era columnista.

Después de pasar por La Dorada como juez civil fue alcalde de Armenia en 1961, antes de cumplir los 25 años. Por una feliz circunstancia, nos habíamos hecho amigos en Cartagena, y en 1969 me posesioné ante él mismo, siendo gobernador del Quindío, como gerente del Banco Popular en su tierra natal. Desde entonces nos unió cordial amistad.

Fue embajador en Checoslovaquia en 1983. Esta labor le significó formidable desempeño en la vida diplomática, según me escribe por aquellos días: “Los checos, cordiales, amables, sin problemas. Praga, extraordinaria. La vida cultural, soberbia. Nosotros viajamos un poco, tratamos de almacenar recuerdos, experiencias, comparaciones. Y por sobre todo, buscamos mejorar la imagen de Colombia, tan venida a menos en años recientes. Lo vamos logrando”.

A su vuelta al país ocupó los cargos de secretario general y director jurídico de la Federación Nacional de Cafeteros. Luego, se dedicó al ejercicio de la abogacía, haciendo gala de su reconocida pulcritud, dignidad e idoneidad. Además, actuaba como conferencista de diversas materias, y se dispensaba a sus amigos en agradables tertulias armonizadas con su simpatía y su don de gentes. Era excelente conversador. Así lo conocí en Cartagena, y así lo disfruté en su tierra.

Coronó su carrera jurídica como magistrado de la Corte Constitucional, de la que fue presidente en 1994. Sus últimos años los pasó –dedicado al estudio, la lectura y la escritura, y desde luego al encanto de la naturaleza– en el predio campestre que tenía en el Quindío. Y alternaba el tiempo en su apartamento de Bogotá, siempre rodeado del afecto de Lucero, sus hijos y sus nietos, a quienes expreso nuestra sentida voz de solidaridad. Murió en paz con la vida.

Hermosas estas palabras de Jorge Arango Mejía citadas en estos días por el también ilustre quindiano Óscar Jiménez Leal, exmagistrado del Consejo Nacional Electoral: “Cuando quise formar una familia, volví a Manizales, tierra de mis mayores, y de sus jardines tomé la más bella de sus flores: María Lucía Isaza Londoño”.

El Espectador, Bogotá, 20-VII-2018.
Eje 21, Manizales, 20-VII-2018.
La Crónica del Quindío, Armenia, 22-VII-2018.

Comentarios

Acertada semblanza de Jorge Arango Mejía, un quindiano que nos honra y un amigo y colega que nos enorgullece. César Hoyos Salazar, Armenia (expresidente del Consejo de Estado).

Recuerdo que Jorge Arango Mejía también fue veedor del Partido Liberal y –en su pulcro y exigente ejercicio– no dejó colar ni paras ni mafiosos. Esos personajes llegaron después con el  nuevo veedor paisa: el «Ciego Llano», como le dicen las bases populares. Alpher Rojas, Bogotá.

Para quienes gozamos el privilegio de la amistad de Jorge y de su hermana Amalia, este artículo/obituario nos llega al alma. Gustavo Álvarez Gardeazábal, Tuluá.

Jorge Arango Mejía fue un ejemplar hombre a quien conocí en su paso por la Gobernación del Quindío, elegido por el presidente Carlos Lleras Restrepo, de quien era su discípulo y el más importante representante de su ideario político en nuestro Quindío. Su fallecimiento es una pérdida sensible, pero atenuada por el recuerdo de su fecundo paso por la vida. Gustavo Valencia, Armenia.