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El atardecer de Soto Aparicio

martes, 15 de diciembre de 2015 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

“Para un hombre que ha cumplido sus deberes naturales, la muerte es tan natural y bienvenida como el sueño”, dice Santayana. Estas palabras parecen escritas para Fernando Soto Aparicio, que penetrado por la idea de la muerte a raíz del cáncer gástrico que lo aqueja, se despide de sus lectores, con poética valentía, en el libro Bitácora del agonizante (Panamericana Editorial, noviembre de 2015).

Desde que se presentaron los primeros indicios sobre el grave deterioro de su salud, me comuniqué con él para expresarle mi voz de solidaridad. Cuando el mal fue confirmado por los médicos, la noticia, no por presentida, dejó de serme traumática. Así define Fernando su sufrimiento: “Me ha tocado (no en suerte; tampoco sé si en desgracia) una de esas enfermedades irreversibles y perversas (un cáncer agresivo y cruel). Pero voy a vivir hasta el último instante, hasta el aliento final, hasta el postrer destello”.

En medio del dolor, mantiene la serenidad. Esta fortaleza espiritual trasciende a su libro del adiós, compuesto por 36 poemas (que él llama salmos) escritos durante los días de la atroz contingencia. Pocas personas tienen el valor de hacer pública esta embestida del destino, y los propios parientes suelen eludir la palabra “cáncer” como causa del deceso del ser querido, y acuden al rodeo de “la penosa enfermedad”. Prurito social que no cabe en el carácter del escritor boyacense.

Soto Aparicio vio la luz en Socha (Boyacá) el 11 de octubre de 1933, pero a los pocos meses sus padres se trasladaron a Santa Rosa de Viterbo, considerada su verdadera patria chica, donde estudió las primeras letras, comenzó a trabajar, se casó e inició su carrera literaria.

Nació con el don de la palabra. Desde muy corta edad ya era lector y escritor. De 10 años escribió 2 novelas a la vez, que más adelante destruyó. Su primera poesía, Himno a la patria, fue  publicada en 1950 (a los 17 años de edad) por el suplemento literario de El Siglo. Hacia la misma época escribió Oración personal a Jesucristo, obra que en 1954 llenó la totalidad de la página literaria de La República, y lo mismo ocurrió en 1964 con el Magazín Dominical de El Espectador.

A los 28 años escribió su novela más nombrada, La rebelión de las ratas, que resultó ganadora del premio Selecciones Lengua Española de Plaza & Janés. De ahí en adelante arrancó su carrera ininterrumpida en todos los géneros literarios. Es de los autores más prolíficos y más brillantes del país. Su obra llega a 70 volúmenes. Ha sido además guionista y libretista para cine y televisión. En el gobierno de Belisario Betancur estuvo vinculado a la diplomacia, como representante de Colombia ante la Unesco, y en los últimos años ha sido asesor de la Universidad Militar Nueva Granada.

“Tengo que escribir para sentirme vivo”, confiesa en reciente entrevista con Marco A. Valencia Calle, escritor payanés (El Tiempo, 8 de diciembre). Y agrega: “Mi rutina es trabajar en un libro e ir investigando sobre el próximo. Algunos críticos dicen que escribo mucho, pero es mi manera de ser, y mi manera de contribuir a que la literatura nos haga entender un poco más de la vida. Ellos que opinen, que yo hago mi trabajo: escribir”.

Ese es Fernando Soto Aparicio: escritor empedernido y obsesivo que desde el día que tuvo consciencia de la función literaria no ha hecho otra cosa que llenar cuartilla tras cuartilla, en irrenunciable alianza con las causas del hombre. De hecho, la temática de sus novelas está dirigida a los asuntos sociales. En 1982, Beatriz Espinosa Ramírez elaboró un sesudo ensayo sobre la calidad de Soto Aparicio en este campo, y lo definió como el novelista más consagrado y el más identificado con la causa del hombre latinoamericano.

Se nace para morir. Nada más cierto que la muerte. Pero la muerte no es igual para todos. No todos merecen morir en paz con la vida. Esto lo sabe muy bien mi infatigable compañero de luchas y realizaciones que, ante la cruda realidad de la parca que acecha, tiene el coraje de afrontar esta verdad inexorable. Quedan los personajes de sus novelas como testimonio perenne de su tránsito por el mundo.

El Espectador, Bogotá, 11-XII-2015.
Eje 21, Manizales, 11-XII-2015.

 * * *

Comentarios

No sabía del grave estado de salud de Fernando Soto Aparicio, que lamento de veras. De Fernando sé desde la época de sus libretos para televisión cuando yo era niño. Le agradezco por darme tan mala noticia, pues la aprovecharé «por el lado amable», como decía Chespirito, y memoraré varias de sus lecturas (las que hice de él), empezando por repasar la vida de Rudecindo Cristancho y su entorno familiar y campesino invadido, usurpado. Sebastián Felipe (correo a El Espectador).

Muy bonita y sentida columna. En el boletín de la Academia Colombiana de la Lengua, segundo semestre de 2015, saldrá un extenso artículo mío: De vuelta sobre Soto Aparicio. Hernán Alejandro Olano García, Bogotá.

Pero la muerte no es igual para todos. No todos merecen morir en paz con la vida. Me temo que esa frase con que encabezo y que es la usada para terminar el bellísimo texto sobre Fernando, días antes de emprender el viaje final, no pega en este país. No entendemos la muerte y, a veces, cuando alcanzamos a estar listos para irnos, nos hemos dado cuenta de que no entendimos todo lo que vivimos. Por el amigo que se está yendo, un abrazo estrecho de gratitud. Gustavo Alvarez Gardeazábal, Tuluá.

Qué triste debe ser escribir una nota para despedir a un amigo, pero también satisfactorio tiene que ser hacerle el reconocimiento público de los méritos cuando está aún vivo. Y lo digo porque en la mayoría de los casos ese reconocimiento es póstumo, y aunque válido, no deja de ser extemporáneo. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Esta columna en honor a Fernando Soto Aparicio es el mejor homenaje al connotado escritor boyacense. Lo mejor de sus expresiones es que con ellas se está interpretando fielmente lo que dice el famoso poema: «En vida, hermano, en vida…» Jorge Enrique Giraldo, Íquira (Huila).

Fernando es una persona entrañable para mí; hace diez años lo invité a Medellín y recorrimos diez bibliotecas hablando de su obra. Nos escribimos por un tiempo y nos veíamos en las ferias del libro de Bogotá. Iván de J. Guzmán López, Medellín.

Leí tu artículo, lo imprimí y descendí al primer piso para leérselo a mi esposa Luz Irlanda. Con voz entrecortada, pues bien sabes del infinito aprecio que guardamos por nuestro compadre Fernando, di lectura a tan bello y sincero comentario. Qué grato y satisfactorio confirmar una vez más el valor y sencillez con que aludes a circunstancia tan difícil, como real y absoluta, por la que está viviendo, porque aún vive y «vivirá hasta el postrer destello», nuestro común amigo. Carlos Martínez Vargas, Fusagasugá.

Carlos: Sé del hondo aprecio que has sentido por él y recuerdo tu campaña por el Premio Nóbel que le quedan debiendo (escribo Nóbel con tilde, contra el querer de los académicos, como lo pronuncia la gente en español). Gustavo Páez Escobar.

Maravillosa descripción de la vida de Fernando Soto sobre su paso por la vida. Solo Dios sabe cuándo se acaba el tiempo acá, y esperemos que Fernando pueda seguir haciendo lo que más le gusta que es escribir. Son dones especiales que solo quienes los tienen conocen su importancia. Liliana Páez Silva, Bogotá.

Colombia debe darse cuenta de que se está extinguiendo la vida de un ser humano extraordinario, que nunca buscó la gloria literaria. Pero sus libros serán una guía para millones de colombianos que, como nosotros dos, supimos valorar el contenido social de su obra en conjunto. Ya empiezan a sentirse los homenajes a su vida. La página que le dedicó El Tiempo, dos días antes de publicar mi artículo, fue un bello homenaje a un escritor que ha estado marginado de las páginas de los grandes diarios. José Miguel Alzate, Manizales.

Nacemos para morir. Lo que pasa es que entre uno y otro hecho corre mucha agua bajo los puentes, pero de lo que sí estoy seguro es que con el prolífico escritor se cumple el poema En paz, de Amado Nervo. Por encontrarse en paz y no deberle nada a la vida, tiene esa visión y esas profundas convicciones que le permiten esperar con serenidad el momento final, dando inmenso ejemplo de grandeza y riqueza espiritual. Luis Carlos Gómez Jaramillo, Cali.

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En paz

(…) Hallé sin duda largas las noches de mis penas;
mas no me prometiste tan sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas…
Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!
Amado Nervo
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Qué artículo tan lindo. Qué triste es saber que Fernando Soto puede irse pronto. ¡Que Dios lo proteja! Fabiola Páez Silva, Bogotá.

Despides bellamente a un ser humano muy valioso y valiente. Además, a un escritor que honra las letras de nuestro país. Esperanza Jaramillo García, Armenia.

Valientes somos quienes enfrentamos el realismo absoluto. Honor a nuestro querido amigo Fernando. Seguimos transitando este hermoso camino de la vida hasta cuando «la siempre inoportuna» parca se aparece. Eduardo Malagón Bravo, Tunja.

Los grandes escritores jamás mueren. Sus ideas, sus pensamientos, sus obras, sus nombres quedarán en sus libros. La partida del escritor Fernando Soto Aparicio dejará una estela perenne de hombre de bien. De persona impoluta, intachable. De gran colombiano que dedicó su vida a enriquecernos con sus libros. El primer libro de literatura que leí fue Mientras llueve, que conservo en París y que he vuelto a leer dos veces más. Alvaro Pérez Franco, París.

Qué valentía la de Fernando Soto Aparicio. Coger al toro por los cuernos. Examinar el dolor mientras se sufre. Eso para mí es heroísmo. Todo un referente para cuando llegue lo nuestro. Dios lo bendiga y le guarde un sitio de privilegio en su seno. Rezo para que el dolor no se ensañe en él. Gloria Chávez Vásquez, Nueva York.

Aflige saber la dolencia del maestro, prolífico escritor de la tierra y de la sociedad colombiana, como usted bien lo caracteriza, con total compromiso hacia la literatura. Hugo Hernán Aparicio Reyes, Armenia.

Me alegra que escribas sobre uno de nuestros importantes autores. Fue uno de los primeros que leí en el colegio. Álister Ramírez Márquez, Estados Unidos.

Muchos colombianos crecimos, en nuestra adolescencia, con los personajes creados por Fernando Soto; muchos colombianos, millares, conocimos que la literatura estaba en los libros cuando leímos sus novelas, duras y melancólicas, pero todas muy cercanas a lo que era nuestro país. José Nodier Solórzano Castaño, Armenia.

Dolorosa la noticia y admirable la valentía de Fernando para enfrentar lo irremediable. Está dándole la cara con el arma que mejor conoce: la literatura. Lástima que la muerte no haga excepciones, pues personas tan valiosas, en este mundo plagado de tanto malandro, son las que nos alegran la vida y nos hacen conservar la esperanza. William Piedrahíta González, Estados Unidos.

Tuve la oportunidad de leer el artículo sobre Fernando Soto Aparicio y causa pena saber de la enfermedad que lo aqueja. Quiera Dios que el sufrimiento que el cáncer conlleva lo siga soportando con valentía. Ligia González, Bogotá.

Conmovedor, sentido y casi poético el diálogo entre tú y Fernando Soto Aparicio a quien no tengo el gusto de conocer personalmente, pero sí de admirar a plenitud. Hazle llegar mi mensaje de solidaridad, no de pesar, porque la muerte es una realidad para todos, pero la valentía para ser consciente sobre su ineluctable ocurrencia es cualidad de mentes brillantes. La frase de tu hija me conmovió. Luis Fernando Jaramillo Arias, Bogotá.

Siento mucho los graves quebrantos de salud de Fernando Soto, figura grande de nuestro país, escritor y hombre de calidades relevantes. Ojalá encuentre mejoría y permanezca con el ánimo que lo ha sostenido. Elvira Lozano Torres, Tunja.

Qué humana columna sobre Soto Aparicio. Se lee y se relee, y mientras se hace, más se aprecia la pluma de Fernando. Armando Rodríguez Jaramillo, Armenia.

Vicente Landínez (1922–2013)

domingo, 22 de diciembre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

Las letras de Boyacá están de duelo con la muerte súbita de Vicente Landínez Castro, ocurrida en Duitama el pasado 28 de septiembre. Se aproximaba a los 92 años de edad. Su vida transcurrió entre Villa de Leiva, lugar de su nacimiento; Tunja, donde ejerció durante largo tiempo brillante labor cultural; Barichara, adonde se trasladó en busca de reposo y meditación, y Duitama, donde pasó sus últimos años.

Al incorporar hace poco a mi página web la correspondencia que me he cruzado con mis amigos, le envié a Duitama por una mensajería (sabedor de que él no usaba el computador) la circular en que informaba dicha noticia. Vicente fue uno de mis corresponsales más preciados, y sus cartas enriquecen el espacio que dedico, con honores, al género epistolar. Me hallaba fuera de Bogotá cuando sucedió su muerte, y a mi regreso me encontré con la respuesta inmediata que daba a mi correo, un día antes de su deceso. Fue la última carta que escribió en su vida.

Maestro en diversas facetas del arte literario, lo fue con excelencia en el quehacer de escribir cartas, que él hacía con deleite intelectual, rigor estilístico y exquisitas dotes de gallardía y efusión humana. Las numerosas cartas que salieron de su pluma son preciosos ensayos literarios y filosóficos, y hoy darían lugar a no pocos volúmenes si algún editor supiera utilizar esta riqueza inapreciable.

Hace años lo visité en Barichara. En la entrada de la casona colonial, una placa de piedra identificaba el lugar con esta leyenda: “Villa Laura” (el nombre de su esposa, a quien, como cabeza de su distinguida familia, expreso mi hondo pesar por la ida del entrañable amigo de siempre). En el frontis de su ilustrada y copiosa biblioteca se leía esta inscripción: “Remedios del alma”. El universo de los libros era su refugio más seguro y más apetecido.

Con él se va el último de los grandes estilistas boyacenses, hermanado con ese otro prohombre –cantor perenne de la tierra, el paisaje y las virtudes de la comarca– que fue Eduardo Torres Quintero. Fueron dos almas gemelas que vivieron en función de la cultura, la creación artística y la apología de los valores literarios. Sus nombres integran la nómina más valiosa que ha tenido Boyacá, como ensayistas, críticos, poetas, catedráticos, historiadores y prosistas de castiza y diáfana expresión.

Vicente era miembro de la Academia Boyacense de Historia, Academia Colombiana de la Lengua, Academia Colombiana de Historia y de las Academias de Historia de Santander, Norte de Santander, Cundinamarca y Táchira (Venezuela). La Universidad Nacional de Panamá lo condecoró con la medalla Octavio Méndez Pereira por la “efectividad de su apoyo a la cultura del continente”.

En 1958 publicó su primer libro, Almas de dos mundos, al que seguirían diversos títulos, como Primera antología de la poesía boyacense, Testigos del tiempo, El lector boyacense, Novelando la historia, Estampas, Miradas y aproximaciones a la obra múltiple de Otto Morales Benítez, Bocetos y vivencias, Síntesis panorámica de la literatura boyacense.

Su vida plena estuvo dedicada a la literatura, la cátedra y la cultura. Gran señor de las letras, las dejó plasmadas lo mismo en sus libros que en sus incontables cartas. Yo las llamo cartas-ensayo, y sobrada razón me asiste. “Hasta donde yo conozco –dijo Germán Arciniegas en su columna de El Tiempo–, no hay otro colombiano que escriba un castellano más perfecto, expresivo, elegante y jugoso como el suyo”.

El Espectador, Bogotá, 4-X-2013.
Eje 21, Manizales, 4-X-2013.
La Crónica del Quindío, Armenia, 5-X-2013.

* * *

Comentarios:

Permítame expresarle, en nombre de todos y cada uno de los miembros de la familia Landínez Lara, el infinito agradecimiento que sentimos por la silueta que con aprecio fraterno realizó de nuestro baluarte familiar, en el diario El Espectador, con ocasión de su súbito deceso. Supo usted, como ningún otro, comprender las dos razones de su existencia: su familia y la literatura. Con la misma delicadeza que siempre mostró en el trato a sus amigos, nos enseñó a volar, también a soñar y al mismo tiempo el valor de la palabra, haciéndonos comprender que ella es símbolo eterno de la vida y nutriente sustancia del hombre. También nos incitó a vivir y es por ello que en cada vida y sueño nuestro perdurará por siempre la huella del camino que nos enseñó. Su forma de morir fue digna y justa, lo que nos llena de gran consuelo. Vicente Landínez Lara, Medellín.

Lamento mucho el fallecimiento de Vicente Landínez Castro. Trabajé en ese grupo de Extensión Cultural de Boyacá durante los años 1964-1965 y pude conocerlo de cerca. No era solamente una pluma pulcra, sino un caballero de una gran nobleza y de una extraordinaria sencillez. Con todo lo que sabía, jamás vi que quisiera hacer sentir mal a quien no estuviese a la altura de sus conocimientos. Yo lo admiraba y lo estimaba de verdad. Jorge Mora Forero, colombiano residente en Weston (USA). 

Parece que la súbita muerte, no obstante su larga trayectoria vital, es para un hombre aquilatado de méritos, como seguramente lo fue Vicente Landínez Castro, el mejor premio al que se puede aspirar y con el cual esa misma vida premia a sus mejores mortales. Gustavo Valencia García, Armenia.

Qué efímera es la vida: con menos, quizá, de veinticuatro horas de haber firmado su última carta, Vicente ya no está. Pero  el color y el matiz de sus palabras también nos obligan a sentir, frente a lo efímero del tiempo cronológico, cuán  maravillosa es la vida y qué importante no postergar los deseos… No postergó su respuesta, hubiera sido demasiado tarde.  Marta Nalús Feres, Bogotá.

Una gran pérdida para las letras. Se va un caballero y un amigo, y nos deja su grandiosa calidad como escritor, su sencillez y una alta cifra en la amistad. Te dejó para tu alegría el regalo de la última carta escrita, muy bella como toda su obra y como su excelente correspondencia. Inés Blanco, Bogotá.

Andrea Marcela

lunes, 4 de noviembre de 2013 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Andrea Marcela salió de su casa a las 8:30 de la mañana. Iba a efectuar una llamada telefónica. Y no regresó. Tenía 12 años y era muy querida en el barrio El Milagro, de Tunja, donde residía.

Desde que el primero de octubre se supo su desaparición, las autoridades iniciaron su búsqueda en Tunja y en los municipios cercanos. Nadie dio razón de ella, y el caso se convirtió en un misterio. Una llamada a la Policía, seis días después, permitió localizar su cadáver, con signos de tortura, a un lado de la vía que conduce de Tunja a Villa de Leiva, en el lugar que por cruel ironía lleva el nombre de La curva del muerto.

Dantesco cuadro este de encontrar a la niña quemada y atacada por los perros. Muy poco quedaba de ella. Con solo pensar en esta escena, se obnubila la mente para admitir que semejante acto de salvajismo lo pueda cometer un ser humano. El ánimo se exaspera frente a este crimen horrendo. La persona que lo ejecutó no puede ser sino un monstruo que se arrastra por las cloacas de la degradación moral.

Ese tal –bestia o demonio–, que debió de consentir la idea con instinto abyecto y mente criminal, no merece sitio en el mundo. Es posible que la tendencia sádica se le haya incubado en el alma desde el propio hogar, que no supo inculcarle principios. Y es preciso reflexionar sobre la falta de valores que existe en el mundo y proviene de la deformación de la familia, de donde salen seres desadaptados y rebeldes que mañana pueden ser sicópatas u homicidas.

Las pruebas iniciales practicadas en los residuos corporales de Andrea Marcela no permitieron hallar signos de abuso sexual. Esto no descarta la posibilidad de esa atrocidad ejecutada en una niña de 12 años, a quien le fue sellada la sonrisa en pleno despertar de la ilusión. Conturbados y movidos por la indignación, 8.000 estudiantes marcharon por las calles de Tunja en protesta por el atropello y en solicitud de justicia.

Coincide este hecho con la celebración, este 11 de octubre, del Día Internacional de la Niña, declarado por primera vez por Naciones Unidas para llamar la atención sobre los maltratos, discriminación, violencia y abusos sexuales que se cometen contra las niñas en el orbe entero.

En Colombia, estremecen estos datos: de los 22.597 exámenes por presunto delito sexual practicados por Medicina Legal en el 2011, el 80 por ciento (18.077) correspondió a niñas; en el mismo año fueron asesinadas 214 niñas menores de 18 años; 458.947 niñas entre los 5 y los 16 años no reciben educación escolar; es alarmante el número de niñas que reclutan las guerrillas para violarlas y hacerlas esclavas sexuales.

En Mariquita, el pasado 18 de septiembre, Brillith Lorena González, de 14 años, que había recibido grandes traumas en su casa, apareció de repente armada con un revólver en la cancha de básquet del instituto donde estudiaba, y se suicidó en presencia de los profesores y los alumnos. El germen suicida lo llevaba incrustado en la mente desde mucho tiempo atrás: varias veces había llegado a su casa con pistolas de juguete, y un día se cortó los brazos con una cuchilla de afeitar.

Andrea Marcela fue sepultada en Soracá, municipio aledaño a Tunja. Su tragedia consterna a la sociedad boyacense. Sentimos vergüenza y pena por semejante ultraje a la inocencia y al derecho de ser niña. Esta mártir muestra el rostro –en pleno Día Internacional de la Niña– de la violencia que se ejerce contra ellas. Con el correr de los días, su caso pasará al olvido. Permanecerá, eso sí, una cruz en el solitario cementerio que se levanta al cielo pidiendo clemencia por la niñez desamparada. Por la niñez carente de afectos, de ilusiones y de horizontes de vida.

El Espectador, Bogotá, 12-X-2012.
Eje 21, Manizales, 12-X-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 13-X-2012.

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Comentarios:

La verdad, uno no quiere empezar el día con este tipo de lectura. Pero tampoco podemos ocultar la penosa enfermedad que está corroyendo poco a poco a nuestra sociedad no solo en Colombia sino alrededor del mundo: una total degradación de valores morales y espirituales en todo sentido. Cada vez es más el abuso de todo tipo contra criaturas y mujeres indefensas, en todas partes: hogar, escuelas, trabajo… ¿Qué sacamos con tanto adelanto tecnológico, con tantos logros deportivos, con tantos éxitos comerciales, si nuestra sociedad está mentalmente podrida en su esencia? Menos mal que usted no comentó sobre el abuso de la guerrilla contra criaturas impúberes sometidas a crueles vejámenes con coerción y a la fuerza. Nos estamos carcomiendo moralmente de a poquitos. Luis  Quijano, colombiano residente en Houston.

Gracias por hablar por nosotros. Un tema tan doloroso suele ser  ignorado en las columnas de opinión. El asesinato de una niña boyacense me duele porque las siento de la familia. Gloria Romero.

Y en Estados Unidos conmociona el suicidio de Amanda Todd, una hermosa adolescente de 14 años que no soportó más el «bullying». El video en el que anuncia su decisión de quitarse la vida y los motivos que a ello la llevaron, parten el alma. Patecaucho Cibernético (correo a ElEspectador.com).

Gracias por escribir esta columna. Las niñas merecen atención y desvelo. Muchas son convertidas en madres de sus hermanitos porque los padres trabajan y se les dan responsabilidades que no les corresponden. Gracias de nuevo por fijarse en este tema y continúe informando sobre el caso para que no se olvide y se haga justicia. Cecilia Zárate (correo a ElEspecgador.com).

Alianzas para servir mejor

martes, 29 de octubre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

Boyacá ocupa el primer puesto en desnutrición infantil del país. Triste realidad para una región agrícola que en el pasado –un pasado cada vez más lejano– ostentaba niveles muy superiores en el campo de la salubridad. Otros territorios que registran agudos índices de desnutrición infantil son Chocó, La Guajira, Vaupés, Cauca, Nariño y Córdoba.

La desnutrición es un enemigo silencioso. Cada año mueren por esa causa más de 5.000 niños en Colombia. En Boyacá, las cifras muestran clara tendencia al aumento. Baste decir que en el 2008 el departamento buscaba salir del segundo puesto, y hoy está en la cabeza de esta dramática situación. En el mundo, la desnutrición causa la muerte de cerca de 6 millones de niños al año y hay más de 900 millones de personas sitiadas por el hambre. Pavoroso cuadro de la degradación humana.

Digamos sin titubeos que los responsables en Colombia de este flagelo, al que se le ha puesto muy poca atención, son nuestros gobernantes, en todas las latitudes y en todas las jerarquías de la administración pública. El mal es general. El presidente Santos diseñó al inicio de su gobierno ambiciosos planes para conjurar esta calamidad, pero ya casi en la mitad de su período, falta mucho por hacer.

Situados en Boyacá, voy a señalar un elocuente ejemplo de superación que sale de la iniciativa privada y ha logrado comprometer la voluntad de otros organismos privados y públicos. El Club Rotario de Soatá promueve desde hace algún tiempo una campaña dirigida al sector rural en busca de cambiar la mentalidad de los padres de familia para sensibilizarlos en la adopción de eficaces sistemas de salud combinados con planes de desarrollo de la actividad agrícola.

Es la manera de volver al campo, que poco a poco se ha abandonado para marchar detrás de los espejismos urbanos. Es el medio para hacer producir la agricultura con gente sana y laboriosa, y para que al mismo tiempo progrese el país. Con la llegada de la tecnología digital a las 16 escuelas rurales de Soatá, bajo la dirección del personal docente allí ubicado, los niños aprenden el manejo del computador y por ese medio reciben las enseñanzas de la vida moderna. Esta educación no solo es para los niños, sino también para sus padres, que familiarizados con la cibernética descubren el mundo de progreso que les estaba vedado.

Por dichos canales se ejercitan los hombres en mejores técnicas para sus cultivos, y las madres se capacitan en la elaboración de productos que contribuyan al sostenimiento del hogar. La alcaldía local se comprometió a la implantación de la banda ancha y la dotación de los computadores en las 16 escuelas. Cada una de ellas contará con su propia página web. Todo esto marcha con el apoyo de la Gobernación de Boyacá y del Ministerio de Comunicaciones. Así conectada con el mundo, la juventud de Soatá se asoma a nuevos horizontes.

En el campo de la salud, está la asesoría de la Universidad Javeriana a través de su Departamento de Pediatría, y el recurso del Hospital de Zona, que ofrece excelente atención a los niños del campo por medio de personal médico y odontológico, y de especialistas que visitan con frecuencia la población. Con el tiempo, habrá de cumplirse la sabia receta de vida: “Niño sano, niño feliz”. Con niños sanos y felices se hará una patria grande.

Este programa de largo alcance ya está en ejecución. Lo ha hecho posible el Club Rotario, benemérita institución, tanto desde su dirección nacional como en el ámbito de Soatá, la Ciudad del Dátil. Se ve, en forma palmaria, cómo la unión hace la fuerza.

Esta alianza de poderes estratégicos que facilita herramientas para el bienestar de la familia y el desarrollo comunitario se deriva de un concepto moderno: TIC (tecnologías de la información y comunicación), el que llega a los campos de Soatá para amparar a los niños en su crecimiento, en sus sistemas de salud y en su formación educativa. Y de paso se convierte en programa piloto que sirve de modelo para otros departamentos sometidos al castigo de la desnutrición infantil.

El Espectador, Bogotá, 25-V-2012.
Eje 21, Manizales, 25-V-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 26-V-2012.

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Comentarios:

Aterradoras las cifras de desnutrición en Colombia y en el mundo. La solidaridad es un valor casi perdido. No es equitativo que muchos países de África, Asia y América padezcan este flagelo, mientras en los países ricos impere el boato y el exceso de lujos y comodidades. En Colombia, que atraviesa un buen momento en su economía, no se percibe que a los sectores más desprotegidos les corresponda una parte de esa bonanza. No habrá paz en nuestro país mientras impere semejante desigualdad. Gustavo Valencia G., Armenia.

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Villa de Leiva, cuna ecológica

lunes, 28 de octubre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

Diversas expresiones de admiración llegaron a esta columna con motivo del artículo de la semana pasada, dedicado al Acueducto Río Chaina, obra de iniciativa privada que favorece a amplio sector rural de Villa de Leiva. Faltó decir que este acueducto está catalogado como modelo desde el punto de vista municipal y departamental, por entidades como la Superintendencia de Servicios Públicos, Comisión de Regulación de Agua Potable y Saneamiento Básico (CRA) y Corpoboyacá.

Debo agregar que el hermoso municipio boyacense, convertido en una de las mayores atracciones del país, y que es visitado por continuas corrientes de turistas del mundo, tiene como prioridad la conservación de la naturaleza, el mayor tesoro que posee. Desde los propios días de su fundación (12 de junio de 1572), don Andrés Díaz Venero de Leiva, primer presidente del Nuevo Reino de Granada, y fundador del pueblo, señaló los encantos de aquella tierra como sitio ideal para el descanso y el disfrute de sus paisajes.

Y surgió una población encantadora bajo los moldes de la arquitectura colonial y del arte religioso. En los campos, el trigo se enseñoreó de la comarca como emblema de la fecundidad terrígena. Durante los siglos XVI y XVII, con la gran cantidad de molinos construidos por doquier, el pueblo ostentó el título de primer productor de trigo en el país. Alrededor del cereal, y como complemento necesario, florecía una agricultura abundante (cebada, papa, maíz, hortalizas) que ha llegado hasta nuestros días.

Por allí pasó el Libertador, en septiembre de 1819, y allí vivió sus últimos años el Precursor de la Independencia, Antonio Nariño. Oriundo del mismo sitio es el prócer Antonio Ricaurte, patrono de la Fuerza Aérea. Durante la pacificación de Morillo, varios leivanos perdieron la vida por la causa de la libertad. En 1954, Villa de Leiva fue declarada monumento nacional por el general Rojas Pinilla. Desde entonces, frente a las imágenes que mostraban la gigantesca concurrencia nacional, es posible que se haya divulgado la idea de que es la plaza más grande del país. Bella plaza empedrada y majestuosa.

Depositaria de ese pasado de glorias y de esplendor ambiental, no puede ser gratuita la fama de esta fascinante comarca boyacense hermanada con la naturaleza, y que por tal motivo le rinde culto al agua, defiende el paisaje, labora la tierra y preserva las tradiciones. Diversos festivales se celebran en el curso del año, y todos tienen el sello de la autenticidad.

En una de las fechas clásicas, se rinde homenaje al agua. Y no puede ser de otra manera, ya que en sus dominios permanece despierta la diosa Bachué, madre primitiva del pueblo muisca. Es ella la protectora de las quebradas, los ríos, los manantiales y los arroyos. Vela por las cosechas, ilumina los campos y dispensa la paz y la armonía en que viven los moradores. Dice la leyenda que Bachué brotó de la laguna de Iguaque y procreó con su compañero los hijos que poblaron la tierra. Luego se consumió en las aguas. Según la cosmogonía muisca, es la madre del género humano.

Iguaque es un santuario de fauna y flora (una de las 56 áreas protegidas con que cuenta el país), con superficie de 6.750 hectáreas de bosque y páramo y fascinante entorno que embriaga el espíritu. Varias lagunas fertilizan la tierra, y de allí se obtiene agua para algunos municipios próximos.

Territorio mítico este de Villa de Leiva, que conserva incontaminadas las fuentes primigenias de la vida representadas en Iguaque. Territorio auténtico de la ecología, de los pocos que quedan en el país. Cuando una asociación de amigos nos propusimos construir el Acueducto Río Chaina y erigir en El Roble nuestros refugios campestres (entre ellos, Villa Astrid, remanso de paz y de unión familiar), teníamos como meta huir de los sofocos y las turbulencias de la gran ciudad, para conquistar por temporadas el aire y el agua puros de la montaña. Un premio de la naturaleza.

El Espectador, Bogotá, 29-III-2012.
Eje 21, Manizales, 30-III-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 31-III-2012.

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Comentarios:

Hacen bien al espíritu y a la colectividad de la Villa estas remembranzas históricas y la difusión de los planes para preservar las reservas hídricas y la naturaleza del entorno. Elvira Lozano Torres, Tunja.

Pienso que deberíamos sacar a la superficie la parte indígena que todos llevamos adentro, y rendirles tributo al agua y a la naturaleza. Eradelhielo (correo a El Espectador).

¿Aún es cierta toda esta belleza, tan bien narrada y con amor de terruño? Ojalá, porque desde que puse los pies en esas tierras por primera vez, sigo considerándolas un privilegio, un lugar casi «sagrado», aun cuando en determinadas fechas sea «mancillado» por borrachines y escandalosos. Me alegró mucho saber que la planta de nafta ya no va ahí, la presión ciudadana y de amigos de esa región como que pudo (pudimos) más que la ambición. Suesse (correo a El Espectador). 

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