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Archivo para miércoles, 11 de enero de 2012

Un veterano encuentra su destino

miércoles, 11 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

(Prólogo de la novela de César Hincapié Silva)

Cuando hace treinta años llegué a Armenia conocí a César Hincapié Silva como inquieto personaje de la vida municipal. Acababa de crearse el departamento del Quindío y él había sido el primer jefe de la Oficina de Planeación, y por lo tanto, protagonista de los planes iniciales del desarrollo regional, que por aquellos días hacían destacar al Quindío en el concierto nacional, por su estructura administrativa y su impulso creador, como el «departamento piloto de Colombia». El joven abogado de la Universidad La Gran Colombia, especializado en España en Derecho Económico y Seguridad Social, también había adelantado en Brasil una maestría en Administración y Planeamiento, títulos con que comenzó a trabajar por la prosperidad de su tierra.

Después ocupó algunos cargos en la capital del país y allí mismo regentó la cátedra en distintas universidades. Radicado de nuevo en el Quindío, se consagró al ejercicio de su profesión, con presencia activa en la vida pública de la comarca, como conferencista y autor de interesantes artículos en los medios de comunicación. Sus intervenciones suscitaban polémicas y despertaban interés en la comunidad. Este contacto con los problemas de su tierra lo vinculó a la actividad política, y a la vuelta de los años lo llevó a ser concejal de Armenia y diputado a la Asamblea del Quindío.

Cuando en 1993 publicó el libro El camello de la Planeación, importante estudio que se convertiría en manual de consulta, el autor revalidaba los viejos conceptos aprendidos en Sao Paulo y practicados en el naciente departamento del Quindío. Y había algo más: fuera de tratarse de una obra escrita para eruditos en el tema, nacía con este libro una serie de publicaciones que el autor trabajaba en silencio, y que iban a descubrir al humanista que se escondía bajo la piel del político, del abogado y del economista que todos identificaban en las calles apacibles de la ciudad.

Dos años después aparecía un libro revelador de la capacidad de estudio del autor, obra valorada como aporte sustantivo para interpretar la historia quindiana bajo los enfoques de la sociología y la economía. Se trata de Inmigrantes extranjeros en el desarrollo del Quindío, investigación seria y documentada que nadie había acometido, sobre el poblamiento de la región con diferentes razas y culturas que fueron determinando un estilo social. Desde tiempos remotos, esas corrientes migratorias se vincularon en tal forma al desarrollo de la región, que son hoy parte fundamental de la idiosincrasia quindiana. Esto, de paso, explica por qué el Quindío es tierra abierta y cosmopolita, donde nadie es extraño y todos son bienvenidos como motores del progreso.

Algún día me encontré con un cuento de Hincapié Silva en el periódico La Crónica del Quindío. Se trataba de una narración amena y picante que se movía en el ambiente pueblerino, y no me costó trabajo descubrir que ese pueblo sosegado, y más tarde centro floreciente, era Armenia, escenario ideal para poner a trabajar la imaginación de los escritores. Era la primera noticia que yo tenía sobre la vena cuentística del autor.

A poco andar de aquel hallazgo inesperado, varios cuentos más de su autoría salieron al aire en las páginas del diario quindiano. Sin duda, la cosecha estaba en maduración y había llegado la época de la recolección, como acontece con los granos de café. Esos relatos, extraídos del diario acontecer de la comarca, rescatan con humor e ironía sucesos curiosos y memorables bajo el ropaje de personajes comunes. Y como el nuevo cuentista quindiano es hombre de empresa y acción, en 1997 recogió esos episodios en el libro Cuentos sobre el tapete.

* * *

Ahora lo tenemos de novelista. Para el narrador que hay en Hincapié Silva, pasar del cuento a la novela es un tránsito natural, o por lo menos atractivo. Son dos géneros que en alguna forma se hermanan –»contar cosas»–, pero que tienen sus propias reglas y sus propias complejidades. Visto de otra manera, el buen cuentista puede ser pésimo novelista, y viceversa. Aunque se presentan las dos condiciones a la vez, también en ambos sentidos. En fin, al amigo le ha dado por ser novelista, y debemos celebrar su arrojo.

Líbreme Dios de pretender ser crítico literario, y escuche César, que ha tenido la generosidad de pedirme unas palabras de presentación de su novela, este criterio: en literatura todo es válido, y la única falla es dejar de escribir. Hay que escribir pensando siempre en el lector y menos en los críticos, porque aquél es el único juez verdadero.

Máximo Gorki expresa lo siguiente: «Soy un amante de los libros; cada uno de ellos me parece un milagro y el autor un mago. Un libro es un fenómeno de la vida, del mismo modo que lo es el hombre». Gorki, que aprendió a escribir sin más maestros que la lectura insaciable de los clásicos –sobre todo los franceses– y que enriqueció la imaginación con las impresiones que recibía de su trato con la gente y de su observación de los problemas sociales, pinta en sus obras, con crudeza, la miseria de las clases bajas de la Rusia zarista, y dejó preciosos consejos sobre el arte de escribir.

Objetivo primordial de la novela es dibujar la vida. Toda novela, en esencia, debe ser una obra de historia. Y la historia abarca todas las circunstancias que rodean la existencia del hombre, desde la cuna hasta la muerte, y desde las guerras y los conflictos sociales, o la pintura de pueblos y entornos familiares, o la descripción de personajes y en general de los seres humanos, hasta la hondura de los sentimientos y la intimidad de los paisajes interiores. Por eso, el novelista debe ser el mayor historiador del hombre y del tiempo.

Regla fundamental para el novelista es no escribir sino sobre lo que ha vivido o presenciado. De lo contrario se saldrá de la realidad, y ya se sabe que la realidad, así sea presentada con hechos ficticios o en ambientes surrealistas, debe ser probable para que sea valedera. La novela de César Hincapié Silva, Un veterano encuentra su destino, describe con autenticidad los hechos de su historia. Encara un conflicto de la actualidad colombiana, el del narcotráfico, y esto la hace sugestiva.

El relato despierta interés desde las primeras páginas por la acción ágil como se mueven sucesos y personajes, lejos de retruécanos literarios y con el uso de lenguaje sencillo y directo. Al lector de novela le interesa ante todo que el relato fluya, despierte expectativa y sea de fácil comprensión, y por eso mismo huye de los tonos doctorales y los pasajes pesados u oscuros.

Peñas-Frías, escenario principal de los acontecimientos, que el novelista localiza cerca de Armero, es un pueblo perdido en escarpado lugar de la cordillera, que languidece en medio de la soledad y el abandono. Una carretera intransitable mantiene detenido el progreso local, y los dirigentes de la población, apabullados por el desamparo y el tedio enfermizo, no encuentran la manera de solucionar las miserias crónicas. Los movimientos sísmicos producidos por el Nevado del Ruiz estremecen la vida pueblerina y la penetran de inseguridad y miedo. Es un pueblo muerto, donde asusta el silencio.

Entre tanto, los notables de la comunidad, personajes lerdos y fosilizados, recorren las calles como sombras huidizas. Lucas Huertas y Manrique, el alcalde, se ha adaptado a todo y no mueve un dedo para quebrar la monotonía. Santiago Sallas, el notario, sólo piensa en sus tarifas en declive. Joaquín Lagos, el barbero, propala los chismes de la clientela y aviva la insatisfacción resignada del vecindario. Tarcizo Chávez, el concejal, trata de romper el marasmo colectivo, pero sus protestas no encuentran eco. Bernardino Pedroza, el cura, tacaño y esclavo del dinero, y por añadidura fanático y vociferante, se queja de las limosnas escasas.

¿Qué pueden esperar estas poblaciones sin esperanza que se derrumban entre la resignación y el hastío insalvables, manejadas por dirigentes ineptos y habitadas por almas apocadas? ¿Qué sociedad puede sobrevivir a merced de la pobreza, la explotación y el cretinismo?

Peñas-Frías es cualquier pueblo de Colombia. El novelista ha creado su pueblo imaginario –pero cierto–, que lo mismo puede ser su propia tierra nativa o el más escondido rincón de provincia. Ha erigido este prototipo como símbolo de la mediocridad social, y en medio ha situado a personajes de carne y hueso que pueden identificarse con los que existen en cualquier localidad.

Cuando en Peñas-Frías se radica Esteban Altagracia, traficante de narcóticos, la vida se transforma. Todo está dado para sembrar la revolución en aquella comunidad somnolienta. El propio cura le ha vendido, a precio de ambición, la tierra para los cultivos ilícitos. Altagracia hace reconstruir la carretera, por la que en poco tiempo circulan caravanas de turistas entre las que se camuflan los personajes más extraños: aventureros, especuladores, tahúres, prostitutas… Comienza el lavado de dinero en grande, a ojos vistas de la población. El alcalde se une con el mafioso, el barbero aumenta sus tarifas, el notario remodela su oficina, el cura pondera el adelanto conseguido en tan poco tiempo, el concejal Chávez adelanta un juicio público contra el narcotraficante, y se queda solo…

La bonanza marimbera invade al poblado y anestesia las conciencias. Coca, heroína, toneladas de billetes… El progreso llega en volandas. Altagracia es ahora el amo y señor del pueblo. Se le condecora, por supuesto, como el gran benefactor público. Esta prosperidad relámpago hace brotar toda clase de negocios populares: almacenes, restaurantes, cantinas. Los bienes se multiplican y el dinero se enseñorea de la vida municipal. Alguien proclama: «Un milagro de Dios».

En otro ángulo de la novela se mueven el fiscal, la abogada de la Procuraduría y el agente de la DEA. Son fuerzas silenciosas que luchan contra el avance del narcotráfico y por lo tanto se enfrentan a un problema descomunal. Yesid Cifuentes, el fiscal, es el intelectual preocupado por la evolución social y cultural de los países del mundo. Patricia Brunel, la abogada, es la lectora apasionada que matiza el ejercicio de su cargo con obras clásicas de la literatura universal.

Y Leonard Sicard, el agente de la DEA, veterano de la guerra del Vietnam, libra en varios países una guerra implacable contra el narcotráfico. Estos mundos yuxtapuestos, el de los negociantes de narcóticos y el de los funcionarios judiciales, han incitado a César Hincapié Silva a tramar un argumento novelístico de palpitante interés.

El propio novelista, como abogado e intelectual, parece que se reflejara en algunas facetas de sus personajes y sus ambientes. El escritor de narrativa, muchas veces sin advertirlo, suele refundirse en el alma de sus criaturas literarias. No hay duda de que Hincapié Silva conoce a fondo el tema que trata. Es un tema nacional y universal que todos conocemos, pero sólo el escritor logra trasladarlo como memoria para las futuras generaciones. Es aquí donde se cumple la función del novelista como testigo del tiempo.

Un veterano encuentra su destino es, por otra parte, novela con fondo romántico en medio del bazar de las drogas y la corrupción del medio ambiente. El amor, que todo lo puede y todo lo ennoblece, parece que iluminara estas páginas infestadas por las yerbas malditas y sacudidas por el volcán desafiante. En medio del turbión de los vicios públicos, de la concupiscencia del dinero y del envilecimiento de la comunidad,  brilla el amor como el sol maravilloso que dulcifica la vida. Novela de amor donde no falta la frustración amorosa, que relampaguea al final de la obra como si se tratara de uno de esos idilios inmortalizados por Beatriz y Laura, heroínas sublimes de Dante y Petrarca.

El real personaje de esta novela es, para mi gusto personal, Peñas-Frías, pueblito fantasma que se convierte en eco de la conciencia nacional y de la conciencia individual de los colombianos. En él está representada la comedia humana, con sus miserias y grandezas.

Cuando por las calles de la población discurren los miembros de la pequeña sociedad, plantean sus problemas y desencantos y aceptan las soluciones fáciles sin importarles la perversión de la moral pública, es como si las mismas personas, transmutadas a otro ambiente, vivieran en el centro más populoso y allí se ocuparan de sus cotidianos quehaceres. La conducta permisiva que se vivió en el rústico poblado es la misma, guardadas proporciones, que impera en las grandes ciudades. Nada cambia, porque el hombre es igual en todas partes.

La naturaleza circundante, formada por montañas abruptas y amenazada por el volcán que estallará a cualquier momento, como en efecto sucedió, es otro personaje vital de la novela. Cuando la furia del volcán arrasa con la región, puede decirse que es la misma ira de Dios la que castiga al hombre para señalarle el camino acertado. ¿Peñas-Fría fue borrada del mapa por la fuerza sísmica? Los pueblos míticos –como Comala de Juan Rulfo, Tipacoque de Caballero Calderón o Macondo de García Márquez– nunca desaparecen. César Hincapié Silva ha creado otro pueblo mítico en el alma de la cordillera, sujeto ahora a una metamorfosis transitoria, que el novelista describe en estas palabras:

«En Peñas-Frías, la huida de los murciélagos fue evidente y numerosos  habitantes observaron este hecho con curiosidad… Los murciélagos, después de la calma, regresaron con oportunismo; merodearon entonces por esos lugares extraños, en donde ya nada quedaba y todo tendría que volver a nacer. Era el paisaje gris oscuro suspendido, en el cual se sentía la presencia de la muerte, como si en ese sitio terminara ese microcosmos”.

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Rafael Azula Barrera

miércoles, 11 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Sobresalió en el país como uno de los hijos más ilustres del departamento de Boyacá en el presente siglo. Pero su muerte, a la edad de 86 años, ocurrida en plena Navidad, apenas fue notada por pocas personas. Había nacido en octubre de 1912 en la pintoresca población de Guateque, cuna de otros hombres célebres, como el presidente Enrique Olaya Herrera y los escritores Eduardo Mendoza Varela y Darío Samper Bernal. Fue un enamorado de su tierra nativa, cuyo nombre indígena tradujo, en buen romance, como «rey de los vientos».

Rafael Azula Barrera, abogado, político, parlamentario, ministro, diplomático, académico, y ante todo hombre de letras, se había dedicado en los últimos años al ejercicio silencioso de la escritura y a su labor como miembro de la Academia Colombiana de la Lengua.

De la Academia Boyacense de Historia era miembro honorario, y en ambas tuvo alta figuración. Su título en derecho se lo otorgó el Externado de Colombia, cuya Revista Jurídica dirigió durante varios años. Además fue fundador de la revista Bolívar y director del semanario El Vigía en la ciudad de Tunja, órganos  en que dejó profunda huella.

En la vida pública nacional fue miembro del Congreso por el departamento de Boyacá, secretario general de la Presidencia de la República en el gobierno de Mariano Ospina Pérez –habiendo estado presente en los sucesos del 9 de abril, donde actuó con alta dosis de inteligencia y serenidad–, ministro de Educación Nacional y de Industria y Comercio, embajador en Portugal y Uruguay, embajador extraordinario en misión especial en España.

También fue director del Instituto Colombiano de Cultura Hispánica. Esta diversidad de actividades en los campos de la política, la administración pública, la diplomacia y la cultura del país estructuró al hombre de talento y visión, ecuánime y emprendedor, atento al desarrollo de la democracia y comprometido con los valores fundamentales de la patria.

Como escritor deja obra de alto contenido ideológico y rigurosa confección estética. Como purista del idioma poseía el don de la prosa ondulante y poética que no sólo expresa bellas imágenes sino que transmite ideas claras y convicciones firmes. En sus ensayos se aprecia el estilo castizo y elegante que se extraña entre los llamados hombres de letras de los nuevos tiempos, que andan de afán y sin profundidad por el mundo convulso que no les permite, o ellos no lo buscan, el talante suficiente para romper la mediocridad y elaborar una obra valedera.

A Rafael Azula Barrera hay que definirlo como humanista íntegro. Nunca descansó en la búsqueda de la perfección idiomática, animado por su fulgor intelectual. Su pensamiento es preciso, sin esguinces ni falsas pedrerías. Se adentró en los procesos de la historia y en los conflictos de la sociedad, de la misma manera que escrutaba el universo de las letras y los paisajes cromáticos de su Valle de Tenza. Todo esto lo acredita como el boyacense y el colombiano cabal.

Bogotá, 7-I-1999.

 

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César Hoyos, nervio de la provincia

miércoles, 11 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

La elección de César Hoyos Salazar como presidente del Consejo de Estado reviste varias connotaciones. Figura notable del Quindío, allí sobresalió como brillante profesional del Derecho, catedrático universita­rio, líder cívico, director de Fenalco, Alcalde de Armenia por elección popular (1989-1992). Cuando hace tres décadas lle­gué al Quindío como gerente de un banco, él era secretario de Gobierno del municipio de Armenia y más tarde me asesoraría como abogado de la en­tidad.

Cumplido un ciclo exitoso de servicio a su tierra, resol­vió venirse a la capital del país en plan de superación y con­quista.

Aquí ocupó la dirección ju­rídica de la Federación Nacio­nal de Cafeteros, donde –como habitante de una región que siempre ha vivido comprometi­da con la suerte del que fuera producto estrella de la econo­mía nacional– supo representar a su provincia con lujo de com­petencia.

La llegada de Hoyos Salazar al Consejo de Estado no fue fá­cil. Y sí muy significativa. Su nombre, entre los aspirantes al cargo, era un nombre más que procuraba abrirse campo en los altos estrados de la magistra­tura. No había seguido la ca­rrera judicial, pero poseía clara vocación jurídica y fir­me disciplina de estudio.

A sus entrevistadores les dijo que sería una garantía para la en­tidad, porque su carácter de hijo de provincia –que está ligado a deseos de progreso en la metró­poli–, su vida moral y ética y su consagración a las leyes le per­mitían aportar buenas dosis de rendimiento. Como se dice en lenguaje apropiado, vendió bien su ima­gen.

Esta legítima vanidad le abrió las puertas de la corpora­ción. A ella se presentó sin pa­drinos y con el respaldo de sus méritos. Y triunfó. Al poco tiempo era el presidente de la Sala de Consulta, y allí mostra­ría sus dotes de riguroso inves­tigador y de acertado intérprete de jurisprudencias. El reto final en el Consejo de Estado: con­quistar la presidencia de la en­tidad, lo ganó a pulso. Su nom­bre, tras las exigentes confron­taciones a que da lugar una elección de esta naturaleza, fue ganando adhesiones entre sus colegas y a la postre fue el triun­fador.

Entusiasma este hecho como resultado del esfuerzo, la ética y la idoneidad.  Por lo general, al servicio público se llega por la fuerza de las pa­lancas y la suerte de las opor­tunidades. Mientras más padrinos, más posibilidades de éxito. La efi­ciencia no es lo que más cuen­ta. Por eso, hay tanto fracaso, a veces bochornoso, en la ad­ministración pública.

El ascenso de Hoyos Salazar honra a su tie­rra nativa. Pero también debe considerarse como un triunfo de la provincia colombiana. Y por encima de todo, como el mérito personal de quien hace pocos años se propuso conquistar la capital del país. En los últimos tiempos no ha sido afortunado el Quindío en la designación de su gente para ministerios y al­tas posiciones del Estado. En cambio, lo ha sido para el cam­po de las leyes. Los abogados, en este caso concreto, sacan la cara por el Quindío y compiten con otras regiones con la pre­sencia de sus hijos destacados. Enhorabuena.

La Crónica del Quindío, Armenia, 26-II-1999.

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Una misa por Medina

miércoles, 11 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Mi vecindad con la funeraria Gaviria y el templo de Cristo Rey me permitió estar presente en las exequias de Santiago Medina. Nunca lo conocí en persona, pero su sonada y turbulenta actuación de los últimos años, como uno de los protago­nistas más importantes del proceso 8.000, se convirtió en motivo de interés para escudriñar su vida y su enigmática perso­nalidad.

Yo había leído el reportaje que conce­dió a Semana, reportaje con buenas dosis de aplomo y reflexión ante la muerte que él veía llegar, y de esa lectura deduje que aquél era su último acto público. Todo cuanto tenía que decir, y ya lo había di­cho en otras oportunidades, estaba con­tenido en la entrevista de Semana.

Aun­que otros actores del mismo proceso controvirtieran y continúen controvirtien­do sus confesiones ante la justicia, mer­ced a las cuales se abrió este juicio histó­rico, lo cierto es que Medina dijo la ver­dad. La gran verdad sobre la infiltración de dineros en la campaña de Samper.

Si las cosas han de mirarse con buena óptica y sentido recto, Medina murió por la verdad. Se le imputa el que como tesorero de la campaña presidencial hu­biera sido el enlace para la consecución de dineros corruptos ante los Rodríguez Orejuela, pero esto no le resta mérito a su actitud valiente de denunciar a sus anti­guos socios y sacar a la luz pública secre­tos que de otra forma hubieran seguido ocultos.

Por su confesado delito tuvo que irse a la cárcel, primero a la Modelo por cuatro meses y luego a la reclusión en su propio palacio debido a su delicado estado de sa­lud. Por ese palacio desfiló la flor y nata de la clase privilegiada del país en la vida de los negocios, la política y la jet set. Cuando era hombre de actualidad y poder, todos lo buscaban, lo lisonjeaban y lo disfrutaban. Hasta el propio Galán lo llevó a sus filas como directivo de su mo­vimiento; luego sería el tesorero del Parti­do Liberal, aplaudido y ratificado, y más tarde ocuparía el mismo cargo en la cam­paña de Samper, donde cayó abatido por la desgracia.

Prisionero de la opulencia, terminó sus días amargado y enfermo, y además soli­tario, en el palacio dorado que todos fre­cuentaban. Sus antiguos amigos políti­cos no iban a visitarlo porque lo conside­raban traidor. Tampoco era fácil hacerlo (aunque esta circunstancia era allanable): vivía custodiado por guardias, y ya no daba cocteles ni prodigaba favores. Por otra parte, no quedaba bien que se les viera en compañía de un delincuente. Había que alejarse de él como si padeciera una en­fermedad contagiosa.

La audaz cámara de televisión que, burlando cercos y prohibicio­nes, logró entrar Jaime Bayly a fi­nales de 1997 en la residencia del magna­te prisionero, desentrañó no pocas ver­dades sobre los caóticos sucesos que lo tenían privado de la libertad y víctima de una enfermedad grave y progresiva. Por esos días se había puesto en circulación el libro de Medina La verdad sobre las men­tiras, el cual, aunque pueda tener exageraciones, es el yo acuso de este sórdido capítulo de la política colombiana.

Algo me dice que Santiago Medina murió en paz con su conciencia. Pero frustrado de sus amigos y desolado ante la vida. No hay mayor infortunio que el de quedar reducido a nada en medio de una suntuosa mansión dominada por la sole­dad y azotada por la ingratitud humana.

En los funerales se vio la ausencia total de los políticos. Reflejo dramático de la gran farsa que se llama la política. Creo que el testimonio de este pobre rico, me­recedor de lástima y también de perdón, le va a servir a Colombia. Yo recé en sus exequias una oración por su alma y por­que se esclarezca la verdad.

La Crónica del Quindío, Armenia, 7-VI-1999.

 

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Cuestiones idiomáticas (2)

miércoles, 11 de enero de 2012 Comments off

Hobby

(El Espectador, 27-VI-1996)

Gonzalo Mallarino, en su artículo Los caballitos de batalla y la vejez, se recrea con la palabra hobby, que no ha ingresado aún al Diccionario Mayor. Por ser un extranjerismo de la lengua inglesa, Mallarino escribe el plural: hobbies. Sin embargo, tratándose de palabra de uso corriente en nuestro idioma desde hace mucho tiempo, cabe pensar que la Real Academia se encuentra en mora de ingresarla al Diccionario. Siendo el habla común la que sanciona los nuevos vocablos, en este caso evidente podemos castellanizar el hobby, sin temor, y asignarle el plural de nuestra propia lengua: hobbys (lo mismo que el de brandy es brandys, y el de whisky, whiskys).

Manuel Seco, en la última edición de su Diccionario de Dudas, manifiesta lo siguiente sobre el término hobby: «Es palabra inglesa que en español se usa como nombre masculino, se pronuncia corrientemente /jóbi/, y se le da el plural hobbys (el plural inglés es hobbies). Como es voz útil y frecuente en nuestro idioma, el lingüista colombiano Luis Flórez propuso, con acierto, que se españolizase en la forma jobi”. Gustavo Páez Escobar. 

Fe de erratas

(El Espectador, 25-IX-1996)

El lunes amanecieron alborotados los duendes del computa­dor, y por eso en la edición de ayer se fueron los siguientes erro­res, por los cuales ofrecemos disculpas:

A Rocío Vélez de Piedrahíta se le rebeló una poetiza, que cambió la ese por la zeta.

En la columna de Cristo García Tapia hubo varios resbalo­nes: a don Alonso Quijano le cambiaron el apellido por Quijana; la congrúa subsistencia, con tilde, hiere el oído; a Faulkner le encimaron una i: Faulkiner; la tilde que sobra en le hace falta a qué: «Que un escritor no tenga nada qué decir»… «no habiendo nada más qué decir» (hay que diferenciar el que relativo del qué interrogativo).

La página del Jet Set registra el matrimonio de John Kennedy como una boda al escondido. Lo correcto es a escondidas, locu­ción adverbial que significa sin ser visto.

Además, en el Jet Set se publicó una foto sobre las damas ho­menajeadas por la Liga Contra el Cáncer y en ella se reseñó a do­ña Ana María de Busquets Cano, cuando en realidad es doña Ana María Busquets de Cano.

A don Gustavo Páez Escobar le agradecemos que nos hubiera hecho caer en la cuenta de la mayoría de estos errores.

Visconversa

(El Espectador, 27-X-1996)

En la edición del 16 de octubre, en Día a día, se habla de la visconversa. Fea palabra. Aparte de fea, no figura en los diccionarios. Sin darnos cuenta, en el habla culta se en­trometen vocablos que no son de grato sabor.

En la sección Así va el mundo, que a veces se inserta en la página editorial, desplazando a columnistas de opinión, el titular del despacho internacional habla de la hor­miga que agrede a otros animales. Agredir es verbo defectivo que sólo se usa en las formas que tienen en su desinencia la vocal i: agredí, agredía, agrediré. Gustavo Páez Escobar.

N. de R. Nuestro cordial amigo, si que también atildado columnista, califica de fea la expresión visconversa, que aun cuando no tiene estirpe académica ni figura en el Diccionario de la Lengua, mucho se usa. No olvidemos que el señor Miguel de Unamuno decía que al idioma hay que dejarlo correr, como el agua, sin obstáculos. Las palabras, las expresiones, no son como las reinas de la belleza. Hay que ir a su íntima significancia. Gracias por su colaboración.

(Han pasado 14 años desde la anotación anterior –estamos en julio de 2011– y el término visconversa no ha ingresado al Diccionario de la lengua española, ni al Diccionario panhispánico de dudas. GPE)

El hacha

(El Espectador, 2-XI-1996)

Perdonen mi intromisión, pero voy a señalar un error en edición de la semana pasada: en uno de los Microlingotes se lee: La hacha también es muda. Lo correcto es el hacha. Aunque el sustantivo es femenino, la regla gramatical establece, por razón de eufonía, el uso del artículo en masculino (el, un) cuando la primera sílaba del sustantivo femenino empieza por a o por ha acen­tuadas: el agua, el águila, el hacha. Una de las pocas excepciones es la del nom­bre de las letras: la a, la hache. Caprichos del idioma: es correcto la hache e in­correcto la hacha. Gustavo Páez Escobar.

Fe de erratas

(El Espectador, 9-XI-1996)

Recibimos la siguiente misiva de nuestro colaborador Gustavo Páez Escobar, sobre dos errores ortográficos en nuestra sección editorial, por lo que ofrecemos disculpas a nuestros lectores con el compromiso de que en lo posible no volverá a suceder:

«La letra h amaneció hoy (ayer) domingo haciendo travesuras por los predios de los directores, con el ojo permisivo del corrector. Vea­mos: (renglón 13)… ‘porque ha ambos parece’… Aquí hay que fusilar la h.

Nunca en domingo: (renglón 44)… ‘los colombianos, ¿ha?’… Aquí hay que invertir la h: ¿ah? Sobre el vocablo ha, dice Manuel Seco: ‘En el Dic­cionario de la Academia se registra también la grafía ha, pero no se ad­vierte que tal grafía es anticuada y hoy no se admite. Y Femando Co­rripio: ´Forma del verbo haber (llegó ha tiempo); no debe confundirse con la interjección ¡ah!».  Gustavo Páez Escobar.

¿Los Cano o los Canos?

(El Espectador, 23-III-1997)

En mi concepto, ambas expresiones son correctas, según como se usen. Pero Sófocles es de otra opinión, y así lo manifiesta: «Eso de usar los apellidos en singular con artículo plural es una ventolera nueva que, en mi modesta opinión, aparece después de la invasión de películas gringas en nuestra televisión: los Clinton, los Turner, etc.«.

Por lo tanto, Sófocles no está de acuerdo con la siguiente norma del Manual de Redacción de El Tiempo: «Los apellidos hacen el plural con la s final cuando se hace referencia a una dinastía (los Capetos, los Estuardos) o cuando se quiere referir a los que tengan o hayan tenido ese apellido (los Garcías de Colombia son millones). Pero si la referencia se limita a los miembros de una familia, el apellido irá en singular (los Pastrana están metidos en política desde 1950)».

Con perdón de Sófocles, creo que la costumbre –la gran maestra del idioma– tiene establecida desde mucho tiempo atrás la regla fijada por El Tiempo. En la obra La fuerza de las palabras, del Reader’s Digest (1977), se dice que «los apellidos se usan siempre en la forma singular en el trato diario, y los plurales han quedado relegados, si acaso, al lenguaje literario, o mejor dicho, sólo los vemos ya empleados en los autores clásicos. En la conversación se dice habitualmente: los García, los Varela, los Galindo». Gustavo Páez Escobar.

* * *

(El Espectador, 26-III-1997)

«Cómo así que los García que viven al frente de mi casa son en singular cuando los estoy contando a ellos cinco y en plural cuando termino de contar a todos los demás». Sófocles, El Espectador (93-03-18).

Aquí, que se disculpe otro porque de mi computador salió los Garcías. Aparezco cometiendo el pecado que critico. El columnista Gustavo Páez Escobar aportó un argumento a favor de la singularización de los apellidos basada en el libro La Fuerza de las Palabras, no desconocido por mí; sin embargo, el numeral 2.3.5.b) del Esbozo de una Nueva Gramática de la Lengua Española, que no transcribo por falta de espacio, califica esa costumbre como impropiedad.

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(El Espectador, 8-V-1997)

Apoyado en Esbozo de una Nueva Gramática de la Lengua Española, Sófocles insiste en su concepto de que los apellidos deben ir en plural para observar las reglas de la concordancia. La citada obra, que lleva más de veinte años de depuración, es todavía un proyecto de la Real Academia para una nueva edición de su gramática de la lengua española, y por consiguiente carece de validez normativa. El uso ha consagrado el singular de los apellidos, y así lo practican escritores de alta valía. En el lenguaje, todo es cuestión de costumbre y uso.

Afirma Azorín: «Todo es provisional en el idioma; todo es provisional en la gramática». Dice Manuel Seco: «El uso vacila entre la forma común del plural, que es la más castiza, y la forma invariable, censurada por los puristas, pero muy extendida hoy: los Madrazo, los Quintero, los Argensola». Fernando Corripio anota: «Está muy difundido el empleo de la forma invariable: los Trastamara, los Portocarrero». El filósofo español Salvador Fernández Ramírez tiene esta tesis desde 1951: “En el habla familiar suele ser más frecuente el uso de los plurales. Pero la lengua literaria tiende desde época reciente a suprimirlos». Gustavo Páez Escobar.

Payasesco

(El Espectador, 17-VI-1997)

Felicito al autor del artículo Teatro del Absurdo, acto sin palabras, por la siguiente frase: “Expresaron lo fundamental en tono payasesco y estridente”. La palabra payasesco no figura en los diccionarios (menos en el de la Real Academia) y es la primera vez que la leo. Bienvenida esta innovación de la lengua. Las terminaciones esco, esca se utilizan para formar adjetivos del sustantivo de donde provienen. De ahí burlesco, libresco, bufonesco, donjuanesco. Lo mismo que de payaso sale payasada, ¿por qué no admitir payasesco? Eduardo Caballero Calderón, genio del idioma, se hizo esta consideración: si de hablar sale habladuría, no hay razón para que no suceda lo mismo con pensar; y si de esta última palabra se desprende pensamiento, también es lógico que exista el hablamiento, gústeles o no a los académicos. Y escribió un gran libro: Hablamientos y pensadurías. Gustavo Páez Escobar.

(Pues no: a los académicos no les gusta (hasta hoy, julio de 2011) ni hablamiento, ni pensaduría, ni payasesco. No siempre la innovación lingüística, que es uno de los mayores avances del idioma, llega a esos ámbitos. GPE)

Espuria

 (Semana, Bogotá, 18 de junio de 2017)

En la edición n.º 1832, se dice en el artículo ‘Los bienes de las Farc en la mira’ (página 26): “…los bienes de esa guerrilla, que fueron adquiridos de manera espúrea…”. Lo correcto es espuria (que significa “falsa”, “bastarda”). Esta es una palabra traicionera del castellano, y en este error suelen incurrir incluso escritores de prestigio. Parece que quien así la escribe y la pronuncia pretende mostrarse culto, tal vez bajo el entendido de que es incorrecto decir ‘pior’, en lugar de ‘peor’. Es decir, la ‘i’ juega en este caso una mala pasada.

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