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Archivo para viernes, 20 de enero de 2012

Acción edificante

viernes, 20 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Las hermanas Bethlemitas, vin­culadas hace cerca de cien años a la ciudad de Armenia con su colegio del Sagrado Corazón de Jesús, realizan un gran aporte al reconstruir su vie­ja casa de estudios afectada en for­ma severa por el terremoto.

El trabajo fue realizado por el in­geniero Carlos Alberto Calderón Martínez, experto en sismorresistencia y patología de la cons­trucción, quien ha aplicado técnicas novedosas para salvar la construc­ción y asegurarla contra futuros sismos.

Son tantos los adelantos tecnoló­gicos a que ha llegado el mundo en este final de siglo, que ya se volvie­ron comunes y suscitan reducido interés. Sin embargo, son ma­nos expertas como las del ingeniero Calderón las que acome­ten, con responsabilidad y eficien­cia, trabajos de tanta envergadura como el ejecutado en el colegio de las Bethlemitas. Dicho en otras pala­bras, el viejo plantel educativo ha quedado exacto en su presentación externa, pero se le han cambiado los nervios para que resista otra embes­tida de la naturaleza, que ojalá nunca vuelva a ocurrir.

Aparte de aplaudir este acierto profesional, es preciso poner de re­lieve lo que significa para Armenia y el Quindío el aporte que hacen las Bethlemitas para el resur­gimiento de una región abatida por el desastre. Dice la crónica de pren­sa que el costo de este trabajo as­cendió a 1.800 millones de pesos, ci­fra considerable que debe traducirse como respuesta valiente y aleccionadora, digna de todo elogio, en esta hora de postración moral y material que agobia a la sociedad quindiana.

Ha sido el colegio del Sagrado Corazón de Jesús uno de los mayo­res elementos del progreso regional, como que en él se han educado las antiguas y las nuevas generaciones femeninas, en cuyas manos y cere­bros ha estado la suerte de la comu­nidad y de los hogares quindianos. Grandes formadoras de juventu­des, estas religiosas han ejer­cido el papel de guías de la sociedad en momentos tan conflictivos como los que determinaron la disolución moral de la región, y por consiguien­te de la familia, en la era reciente del narcotráfico.

La hermana Berenice Moreno, que dirigió la vida del plantel durante varios años, dejó en la ciudad huella perenne como excelente orientadora del estudiantado. Merced a sus especiales atributos como maestra y sicóloga fue promovida a una des­tacada posición en la capital del país. Como ella, muchas de sus herma­nas de religión y enseñanza han pa­sado por este colegio, com­prometidas siempre con la supera­ción de las alumnas y el bienestar colectivo.

La acción edificante de las Bethlemitas al reconstruir su sede será, sin duda, imitada por muchos, y así tendremos en pocos años –me­nos de los que predicen y predican los pesimistas– nuestra ciudad rejuve­necida, que volverá otra vez a ser capitana del civismo y el progreso.

La Crónica del Quindío, Armenia, 11-VI-1999.

 

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Civismo

viernes, 20 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Resulta preocupante el siguiente comentario del doctor Álvaro Patiño Pulido, aparecido en La Crónica: «Nos está viendo mejor la gente de afuera que la gente de adentro. No es la ciudad linda, tenemos problemas por la falta de civismo con que estamos viviendo». Esto, puesto en boca del Alcalde de la ciudad, es una dura crítica al comportamiento de los armenios en la hora presente.

Para mí, que viví en Armenia por espacio de 15 años, el civismo fue siempre una de las virtudes notables de la población, lo que permitió el avance significativo que alcanzó la ciudad tanto en el orden estético (una de las urbes más hermosas del país por el esmero de sus parques y avenidas) como en el compromiso de los habitantes con el progreso local.

Testigo soy de las permanentes campañas por el embellecimiento de la ciudad adelantadas por la Sociedad de Mejoras Públicas, entidad que presidió durante largos años el doctor Fabio Arias Vélez, paradigma del civismo, y de cuya junta directiva hacían parte damas tan emprendedoras como Nydia de Ramírez, Pastorita Giraldo de Garay, Eunice Restrepo Arias y Lía Giraldo Soto.

Este adalid del progreso que fue Fabio Arias Vélez dejó huella imperecedera en no pocas realizaciones de la vida capitalina, y hoy su ausencia se hace sentir cuando es el propio Alcalde quien se lamenta de la falta de mayor colaboración ciudadana en el resurgimiento de la ciudad arrasada por el cataclismo.

En mi última visita a Armenia, con motivo de la presentación de mi novela La noche de Zamira en la Universidad del Quindío, cuyos destinos estuvieron en dos oportunidades bajo el brillante desempeño de Arias Vélez, resalté con las siguientes palabras su espíritu de lucha y sus indudables logros cívicos, que hoy le reconoce la ciudadanía en pleno:

«Me constan las batallas valerosas y decisivas que Arias Vélez tuvo que librar para sortear agudas crisis económicas que frenaban la marcha de la entidad, y también sé que gracias a su esfuerzo y tenacidad, acierto administrativo y voluntad de servicio, y por encima de todo su amor por el Quindío, la Universidad registró bajo su liderazgo dos de las etapas de mayor desarrollo que haya tenido.

«Como gerente del Banco Popular durante 15 años fui aliado permanente de la Universidad, y sobre todo de Fabio, cuyas dotes cívicas se hicieron sentir, de manera sobresaliente, en diversas obras de beneficio común, entre ellas, la Universidad del Quindío y la Sociedad de Mejoras Publicas».

La marcha dinámica que llevaba la ciudad, y que fue el resultado de muchos años de trabajo, se ha visto afectada por la furia de la naturaleza, que en gran parte de la urbe no dejó piedra sobre piedra. La reconstrucción no es tarea de poca monta, sino, por el contrario, labor titánica que demandará no poco tiempo y gigantes esfuerzos oficiales y comunitarios. Es aquí donde se pone a prueba la capacidad de civismo que extraña hoy el Alcalde local.

Bien sé que los quindianos han respondido siempre a los retos de cada hora y de cada llamado que se hace hacia el progreso regional. Lo harán en este momento, cuando de lo que se trata es de redimir a Armenia de su penosa adversidad. Por la televisión, desde lejos, como es mi caso, hemos visto en todo el país la lección admirable de los líderes espontáneos que han surgido en los cambuches y en los barrios desolados, con la bandera cívica que busca superar la calamidad apabullante propinada por el terremoto.

Pero el alcalde se queja de falta de civismo. Valdría la pena que ampliara su crítica y les precisara a sus paisanos en qué aspectos están fallando.

La Crónica del Quindío, Armenia, 4-X-1999.

 

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Fortaleza quindiana

viernes, 20 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

A través de la historia el pueblo quindiano se ha caracterizado por su espíritu de resistencia para derrotar las adversidades. Este talante le viene de los bravos aborígenes que aprendieron el arte de la guerra como la manera de sobrevivir en medio de escaramuzas y de terrenos hostiles, para asegurar sistemas de convivencia y prosperidad.

Los valientes guerreros, entre quienes sobresalen los quimbayas como pueblo laborioso y creativo, fueron los que prolongaron en el tiempo dos conceptos fundamentales que distinguen la raza quindiana: el de la lucha y el progreso.

Después de pasar por complicadas circunstancias, como el despoblamiento de la región debido a la disminución de los primitivos indígenas –hecho que impuso el rigor de la selva inexorable–, irrumpiría a mediados del siglo XIX el ímpetu de la colonización antioqueña que volvería a habitar el territorio y descuajaría los bosques para transformar el paisaje y hacer germinar la tierra con la bendición de los cultivos. Así nacía el café, un grano vuelto mito y realidad, que gobierna desde entonces la vida de los quindianos como dios soberano que premia y castiga, y del que es imposible prescindir.

En los tiempos de la colonia y de la naciente república, este territorio formó parte de la provincia de Popayán, y luego del departamento del Cauca. Años después pasó a integrar otras fórmulas administrativas, siempre cambiantes, como lo era el país, y en 1905, al crearse el departamento de Caldas, fue anexado a su jurisdicción.

Este rumbo itinerante, que algo se parece a la suerte nómada de los cosechadores de café, no hizo felices a los quindianos, quienes abrigaban a esperanza de redimirse de toda suerte de yugos para poder vivir su propio destino. Tras duros combates, lo consiguieron en 1966, y desde entonces respiran los aires de la independencia soñada, y fieramente perseguida, como una enseña del carácter libre que le legaron sus antepasados.

Deseo resaltar con estos antecedentes históricos el carácter recio con que el pueblo quindiano ha vencido los escollos del camino. Nunca se ha frenado ante pequeñeces, y de las dificultades y catástrofes ha aprendido que es preciso afrontarlas sin desfallecimientos para luego triunfar. Si no se poseyera ese coraje, hoy sería una región abatida bajo el cataclismo. El valor espartano de que el Quindío ha dado ejemplo ante el país, y que ha movido la solidaridad del mundo, dice hasta qué grado de paciencia y reciedumbre llega su temple invencible.

Los reveses que hoy sufre la gente en medio de privaciones y toda suerte de sacrificios hace a los quindianos más duros, resistentes y laboriosos. ¿No eran esos acaso los principales atributos de los quimbayas? Y si se agrega el poder de artistas y creadores, como fue aquel pueblo de orfebres, tendremos en pocos años el ejemplo vivo de una región mutilada que logró salir de las cenizas para levantar sus pueblos y ciudades, los que se niegan a desaparecer por estar edificados, más que con objetos materiales, con el vigor de la raza.

¡Cuánta visión tuvo Rodrigo Arenas Betancourt al erigir en la plaza de Armenia su Monumento al Esfuerzo! El artista, que comprendía muy bien la idiosincrasia quindiana, perpetuó en ese emblema la mayor virtud regional: el ánimo de lucha. Lo mismo que el quindiano no conoce de cobardías ni languideces, tampoco ignora que el esfuerzo con que ha escrito su historia será el único capaz, en esta hora adversa, de conquistar el futuro.

Un día los quindianos se empeñaron en librar la campaña de independencia que les permitiría tomar sus propias decisiones, y lo lograron. Con la pala del progreso al hombro abonaron los campos e hicieron florecer las cosechas, hasta que el infortunio de los bajos precios del café desarmó su economía básica. Sin embargo, no se intimidaron y buscaron otras alternativas.

Ahora, las fuerzas desatadas de la naturaleza han destrozado la región. Pero ahí vemos a los habitantes, cavilosos acaso, pero nunca vencidos, reconstruyendo las ruinas y mirando con optimismo al futuro. Confían en sus fuerzas y saben que saldrán adelante.

Al paso de los años, Armenia y las poblaciones quindianas serán de nuevo otro milagro de superación. Detrás de ellas, como en la vida de los grandes hombres, habrá la explicación de un pueblo valeroso que no se dejó ganar la partida de las calamidades y que, por el contrario, supo ser grande en medio del mayor desastre colombiano de este siglo.

La Crónica del Quindío, Armenia, 28-IX-1999.

 

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Visión de Tuluá

viernes, 20 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El abogado y escritor Óscar Londoño Pineda ocupó la alcaldía de Tuluá en el año de 1959. Además, fue concejal y juez penal de la misma ciudad, lo mismo que representante a la Cámara y magistrado de los Tribunales Administrativos del Valle del Cauca y de Cundinamarca. Hoy, retirado de la actividad pública, está dedicado al oficio de escribir y es autor de nueve libros en los géneros del cuento, la novela, el ensayo y la poesía. El último, de reciente circulación, lo titula Tuluá, visión personal y en él le rinde homenaje a su patria chica, cuarenta años después de haber ejercido la alcaldía.

Las memorias sobre el solar nativo tienen mayor alcance cuando el autor ha regido sus destinos y es escritor. Es lo que sucede con Eduardo Caballero Calderón en relación con Tipacoque, pueblo inmortalizado en sus libros y del que fue su primer alcalde. En ambos casos, los escritores han rescatado estampas regionales que de otra forma hubieran quedado sepultadas en el olvido, y que el poder de la palabra permite salvar para recuerdo de las nuevas generaciones.

Londoño Pineda, fuera de la circunstancia de haber manejado los destinos municipales, ha sido un enamorado de su tierra y nunca se ha desentendido de ella a pesar de que otros compromisos lo llevaron a radicarse primero en Cali y ahora en Bogotá.

De procedencia antioqueña, su padre llegó al entonces pequeño pueblo del Valle del Cauca, donde sentó sus reales y vio crecer su linaje. Su hijo el escritor es hoy –al lado de otros profesionales de la palabra, como Gustavo Álvarez Gardeazábal, también exalcalde de Tuluá– ejecutor de páginas memorables sobre el proceso histórico de la población.

Las vivencias que Londoño Pineda recoge en su obra, aparte de entrar a enriquecer la historia local, tienen la virtud de haber sido elaboradas con cariño e inspiración poética. Páginas como la que titula «En aquella carrera veinticinco» (en mi concepto la mejor del libro) se convierten en testimonios fidedignos de la historia tulueña, captados con la lente del poeta y el historiador.

Allí cuenta la vida de Maturro, simpático y legendario personaje que vivió 150 años –la mayor edad longeva que se conoce en el país y acaso en el mundo– y que murió frente a la casa del escritor, para fortuna de ambos. Maturro, según palabras de Óscar, «era un hombre de paso lento, como que nunca tenía afán de llegar, entre otros motivos porque no tenía a qué, ni a dónde». Rodaba por el pueblo como una sombra fugitiva y silenciosa, sin hacerle mal a nadie, y con cierto aire de misterio y ultratumba que mantenía atemorizados a los niños. Era el ser más bueno del mundo, y esto vino a descubrirlo Óscar cuando ya el personaje había desaparecido de la carrera veinticinco.

Otro episodio destacable es la visita de Jorge Eliécer Gaitán a Tuluá, en su carácter de ministro de Educación. El futuro escritor era entonces un menudo estudiante de primaria, pero ya tenía la mente abierta para percibir el gesto humano del tribuno de multitudes que se deslizó en secreto hacia uno de los colegios de la ciudad para enterarse de la indolencia oficial con que se tramitaba la pensión de retiro de su rector, educador benemérito. Gaitán, de vuelta en Bogotá, hizo reconocer aquel justo derecho.

Sucesos íntimos como el narrado, que mide la dimensión de un hombre sensible que se preocupaba por el bien de la gente, se escapan por lo general de las grandes biografías y quedan perdidos en la amnesia de los pueblos. De ahí la importancia del libro de Óscar Londoño Pineda, que no sólo recrea sus emociones bajo el aliento de los recuerdos sino que contribuye a formar la historia.

Los aportes significativos a su tierra natal serán, sin duda, valorados allí en su justa medida. El sentido de permanencia a un sitio debe distinguirse y apreciarse no sólo por la presencia física del individuo, a veces tan lejana e insustancial que nadie la advierte, sino por la efectiva demostración de solidaridad y afecto, como lo hace Óscar con Tuluá. Las ciudades, como seres vivientes, viven del amor de sus hijos. «A la ciudad hay que amarla toda, dice Óscar, como deben ser todos los amores auténticos».

La Crónica del Quindío, Armenia, 7-IX-1999

 

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Revista Manizales: 700 ediciones

viernes, 20 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Corría el mes de octubre de 1940 cuando apareció, fundada por la poetisa Blanca Isaza, la revista Manizales. Cerca de 60 años han corrido desde entonces, y hoy la revista llega a las 700 ediciones. En todo este tiempo sólo ha tenido una ligera interrupción en el gobierno del general Rojas Pinilla, cuando se ordenó a la Imprenta de Caldas, donde se editaba, que suspendiera su publicación.

Pocas revistas en Colombia tienen este récord de perseverancia. Quizás es la que registra el mayor tiempo de labor continua. No es fácil sostener un órgano cultural a lo largo de tantos años sin el menor desfallecimiento de su fundadora y sus continuadores, quienes, por el contrario, pusieron todo su empeño, capacidad de lucha y espíritu de abnegación para hacer posible semejante empresa.

Doña Blanca, nacida en Abejorral a finales del siglo XIX, había llegado a Manizales de tres años de edad. En esta ciudad viviría el resto de su existencia. En 1916 contrajo matrimonio con el también poeta antioqueño Juan Bautista Jaramillo Meza, nacido en Jericó, y quien, al casarse, decidió seguir viviendo en Manizales.

Lo que sigue es de todos conocido: el matrimonio alcanzó alta figuración en Manizales y en el país; cada cual escribió una obra de vasto alcance; fueron coronados poetas en 1951, y le dejaron a su ciudad adoptiva, como la mejor demostración de cariño filial, su tribuna espiritual, que puede considerarse un patrimonio de Manizales.

A la muerte de doña Blanca, en 1967, pasó a dirigirla don Juan Bautista, hasta su fallecimiento en 1978. Aquí hubiera terminado la vida de la publicación, como era lo más previsible, pero un hecho sorpresivo permitió que ésta no tuviera el menor receso. Fue así como se puso al mando de este barco de papel la hija dilecta del matrimonio, muy compenetrada con las ideas de sus padres y que poseía –en secreto– talento de escritora.

Aída Jaramillo Isaza, la portentosa revelación, lleva desde entonces 21 años dirigiendo la revista Manizales, lo cual quiere decir que ha sido la autora de más de 250 ediciones. Éste, por sí solo, es otro milagro de supervivencia.

La revista, dirigida por Aída con inteligencia y tino, ha seguido batallando contra los conocidos escollos que son comunes a todas las publicaciones periódicas. El obstáculo mayor es el económico, de tan difícil manejo. En cualquier época, la publicidad que patrocinan las empresas en los medios de comunicación se condiciona a los índices de circulación entre el grueso público, factor que no favorece a una gaceta cultural que está dirigida hacia un grupo reducido y selecto, ajeno a los afanes masivos de mercadeo, y que por lo tanto no lanza grandes tirajes.

Hoy, agobiado el país por aguda crisis económica, uno de los renglones empresariales que más se han visto afectados es el de la publicidad. Sin embargo, son muchas las empresas que mantienen en sus presupuestos renglones permanentes para estimular la cultura, conscientes de que en esa forma se contribuye al bienestar nacional.

En cuanto tiene que ver con la revista Manizales, a mí, como viejo lector de sus páginas y admirador de su calidad y del sacrificio que ha significado su subsistencia, me alegra ver la fidelidad con que varias entidades caldenses apoyan el esfuerzo colosal, ignorado por la mayoría de la gente, con que Aída hace circular cada nueva edición.

Esta abejita laboriosa del matrimonio Jaramillo Isaza no se detiene ante los obstáculos y, levantando recursos como por obra de magia, no ha permitido que la tribuna espiritual de sus padres haya interrumpido una sola entrega desde el año de 1978. Las más de 250 ediciones por ella ejecutadas no son, por cierto, el resultado de un simple milagro, sino la palmaria demostración de lo que valen la constancia, la convicción y la intrepidez de esta mujer batalladora.

Sola, con las manos vacías, pero con la mente abierta y el alma generosa, Aída le ha regalado a Manizales, y a la Colombia culta, la obra admirable de mantener una revista de alto contenido literario, la que de otro modo hubiera muerto por falta de combustible espiritual.

Si la ciudad de Manizales dejara extinguir esta atalaya, sería lo mismo que arriar una bandera, olvidándose del pasado glorioso. Puedo suponer que los manizaleños –y sobre todo las empresas representativas– incrementarán su colaboración para permitir que la veterana revista perdure por muchos años más.

La llegada al número 700 representa una proeza. Con una heroína: Aída Jaramillo Isaza. Espíritu vigilante de preservar la memoria de sus ilustres progenitores, y de paso enaltecer el nombre de Manizales como cuna de nobles tradiciones.

Revista Manizales, N° 700, septiembre de 1999.

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