1981 – 1990

martes, 25 de marzo de 2014 Dejar un comentario Ir a comentarios

EPISTOLARIO
1981-1990


ACADEMIA COLOMBIANA DE LA LENGUA
ADEL LÓPEZ GÓMEZ
ALIRIO GALLEGO VALENCIA
ÁLVARO ORDUZ LEÓN
ANTONIO MARTÍNEZ ZULÁICA
ARISTOMENO PORRAS
ASOCIACIONES DEFENSORAS DE ANIMALES
BELISARIO BETANCUR CUARTAS
BRAULIO BOTERO LONDOÑO
CASA DE POESÍA SILVA
CÉSAR HOYOS SALAZAR
DIANA LÓPEZ DE ZUMAYA
EBEL BOTERO ESCOBAR
EUCLIDES JARAMILLO ARANGO
EVAL LEYNOTO
FERNANDO SOTO APARICIO
GEORGES ROSS
GERMÁN PARDO GARCÍA
GLORIA CHÁVEZ VÁSQUEZ
GLORIA LÓPEZ DE ROBLEDO
GUILLERMO CANO ISAZA
GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL
HELENA ARAÚJO
HENRY KRONFLE
HERNANDO GARCÍA MEJÍA
HORACIO GÓMEZ ARISTIZÁBAL
INÉS DE LA DOLOROSA
JESÚS ARANGO CANO
JOSÉ ANTONIO VERGEL ALARCÓN
JOSÉ LUIS DÍAZ GRANADOS
LAURA VICTORIA
OCTAVIO ARIZMENDI POSADA
OTTO MORALES BENÍTEZ
TULIO BAYER JARAMILLO
VICENTE JIMÉNEZ
VICENTE LANDÍNEZ CASTRO

TULIO BAYER JARAMILLO

Nació en Riosucio (Caldas) el 18 de enero de 1924. Médico de la Universidad de Antioquia y especializado en Farmacología en la Universidad de Harvard. En Manizales fue profesor de la Universidad de Caldas y secretario de Salud de Manizales, posición desde la cual adelantó una campaña contra los adulteradores de la leche y ejerció otros actos por la moral pública. Debido a la persecución de que fue objeto en Manizales, se trasladó al Putumayo como jefe del puesto de salud de Puerto Leguízamo. Allí se convirtió en defensor de los indígenas. Luego viajó a Bogotá como director científico de Laboratorios CUP. Su espíritu justiciero y contestatario lo llevó a rebelarse contra la autoridad y vincularse a movimientos sediciosos en las selvas colombianas, a raíz de lo cual estuvo detenido un año en la Cárcel Modelo de Bogotá. Asilado en Francia por largos años, murió en París el 27 de junio de 1982. En esta ciudad se le consultaba como ideólogo de los conflictos latinoamericanos. En la última etapa de su vida pregonó la ecología como causa política.

Libros: Carretera al mar (1960), Carta abierta a un analfabeto político (1968), Gancho ciego (1978), San BAR, vestal y contratista (1978).

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Armenia, 31 de enero de 1981

Doctor Tulio Bayer Jaramillo
París

Estimado Tulio:

Aquí me tienes frente a tu carta del 15 de diciembre que no había contestado esperando que tu entrevistador J. Emilio Duque escribiera algo sobre su encuentro contigo en París. El 15 de enero publicó él en El Espectador el artículo del cual te acompaño el recorte. Anuncia que dirá cosas interesantes sobre Tulio Bayer, y nos dejó esperando un trabajo que acaso no llegará, ya que después de esa nota ha publicado diversos temas.

Como mensaje navideño te envié la novela Bajo la luna negra, el mismo día que recibí tu carta. El autor, Eduardo Arias Suárez, el mejor cuentista que ha tenido el país, residió buen tiempo en Europa y sobre todo en París. Fue un espíritu amargado y sentimental. Sus cuentos son de sentido social y están elabora­dos sobre hechos menudos de la vida. Con el Comité de Ca­feteros del Quindío rescatamos esta novela escrita hace cincuenta años en la Guayana venezolana.

Recibe en unión de tu mujer, la célebre Tanque de tus libros, un estrecho abrazo. A él se une Astrid, quien oye hablar con entusiasmo de aquel lejano Tulio Bayer de la selva. Dice ella que el día no estará lejano para darnos un paseo por París.

Nuevamente nuestros votos de amistad,

Gustavo Páez Escobar

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París, 8 de febrero de 1981

Señor don Gustavo Páez Escobar
Armenia

Apreciado Gustavo:

Ante todo, mis excusas por no haber respondido en tiempo oportuno al envío del libro Bajo la luna negra de Eduardo Arias Suárez, que es una obra valiosa por sí misma (a pesar del título), pero que es ante todo un acontecimiento insólito en que veo el fruto bien logrado de tu tenacidad. Ya desde hace años te había oído hablar de una industria del libro… (1) y esta exhumación tan inesperada en Colombia lleva tu sello, tu marca de fábrica.

No deja de ser consolador, además de maravilloso, que existan en la Columbia Vaticana fenómenos como tú (hombre de letras doblado de banquero) que hacen brotar una flor en ese desierto de indiferencia. He leído el libro con curiosidad (no tenía la menor idea de que ese señor existiera) y con placer, a pesar de que no comparto la “tesis” del autor sobre la pobreza de la lengua francesa.

No pude agradecerte debidamente tu excelente obsequio porque he estado atravesando una crisis de salud, digamos que estoy ahora en una agonía, recorriendo lentamente las últimas curvas del camino, sin tabaco, sin cognac, sin sal. Y este esfuerzo pienso prolongarlo mientras no haya flagrante pérdida de lucidez.

He sido toda mi vida un luchador contra el abuso y contra la explotación. Y además contra el absurdo. (El absurdo que, modestia aparte, yo suelo ver en donde muchos de mis compatriotas y pariguales no lo ven o no quieren verlo). Luchador solitario.

Como luchador solitario, mi balance vital me satisface, digamos en forma global. Mi principal error consistió en cierta ingenuidad (o cierto respeto desmedido por la especie humana) que me ha llevado siempre a considerar honesto y bueno a todo ser humano con quien me topo, hasta que se demuestre lo contrario. Y no, como hacen los más hábiles, considerar malo y embustero a todo el mundo, por principio, esperando pruebas evidentes en contrario.

Esta ingenuidad, sumada al hecho de que nunca me he sometido a “una línea política”, ni he transigido de mis convicciones por razones tácticas, hace inclusive maravilloso el hecho de que haya podido vivir hasta aquí. Si tuviera que rehacer el camino, corregiría la puntería en algunos puntos. Por ejemplo: no escribiría ningún libro.

A mí no me preocupa ni mucho ni poco que el viejito J. Emilio no saque el famoso reportaje, que se llevó tres horas de filmación. De antemano sabía que lo que yo digo no es publicable en Colombia. Y si acepté la súplica telefónica de mi pariente el fotógrafo fue porque decidí gastar esas horas de mi vida (de 2 y media a 8 de la noche) a fin de darle una estructura a una autobiografía en forma de reportaje. Prácticamente, el reportajeado fue J. Emilio (para mi serie de “Colombianos en París) y lo que yo digo contiene mucha paja puesto que debería ser conocido por el periodista, que como todos los periodistas que han venido por aquí, no han leído mis libros. El interlocutor resulta sin embargo válido para expresar mis ideas actuales, principalmente en política y en filosofía.

Bueno, te contaré que, sin emoción, sin ilusiones, he firmado un contrato con un cineasta mexicano que se apareció inopinadamente por aquí y que quiere hacer un guion con base en Gancho ciego, al que piensa llevar al cine.

Ya no me hago ilusiones, amigo Páez. Hace más de veinte años, uno de mis amigos del Automático recibió una carta de un cineasta colombiano “en el exilio” que le pedía enviarle una novela colombiana reciente que pudiera llevarse al cine. Mis amigos decidieron que esa novela era Carretera al mar. Yo les regalé dos ejemplares, uno de ellos dedicado al pobre exiliado político, que se llamaba Alfonso López Michelsen. Y por supuesto, el libro nunca fue llevado al cine. “Por lo que sabemos”, hombre Páez.

Cordial abrazo,

Tulio Bayer

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(1) Se refiere a mi artículo La fiebre industrial.

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Armenia, 14 de febrero de 1981

Doctor Tulio Bayer Jaramillo
París

Estimado Tulio Bayer:

¿Conque te conmueve que mi mujer me quiera tanto y te recuerde con cariño por haber contribuido a salvar al «maula», que llamas, compañero  en la Base Naval de Puerto Leguízamo, «muchacho silencioso y de mirada inteligen­te”…?

Esa parte de tu carta fue la que más le gustó a mi señora, porque le aseguraste el destino que años después encontraría en la fría planicie de Bogotá, al lado del muchacho silencioso de la selva. Ella lee con cuidado tus cartas y la de ayer la disfrutó al calor de un vaso de whisky, desde luego con la inevitable compañía al lado.

Ayer recibí tu carta, y hoy sábado, día de reposo y meditación, te la contesto con fondo musical (uno de mis placeres es escribir y leer con buena música), lo cual significa que quiero hacer veloz el correo de regreso, tras haberme deleitado con la serie de enfoques, ocurrencias y chispazos con que sabes matizar tus escritos.

La vida sin tabaco, sin cognac y sin sal, tres debilida­des tuyas y de muchos mortales, debe ser dura. Pero estás dispuesto a soportar esa “agonía”, como dices, no porque es­tés recorriendo lentamente las últimas curvas del camino, sino porque como médico sabes medir los riesgos. Algo comienza a funcionar mal, como es inevitable que ocurra en la salud.

A Hernando Mejía Arias, el que lee tus libros con lupa, bibliotecario de la Universidad Nacional, lo conocí en Bogotá en un almuerzo al que me invitó tu paisano Otto Morales Benítez. “Carcajada», según tu diccionario. Es un ratón de biblioteca y uno de los investigadores más acuciosos de libros y rarezas. No es extraño por eso que te haya seguido, desde hace mucho tiempo, los pasos como escritor y revolucionario. Al Instituto Colombiano de Cultura le aportó la mejor antología que existe sobre José Asunción Silva, un libraco de cerca de mil páginas que leerías si todavía coronaras reinas. Por eso no te lo mando.

Dices que si tuvieras que rehacer el camino, corregirías la puntería en algunos puntos. Por ejemplo, mandarías los libros al diablo. No lo creo, hombre Tulio. Volverías a escribir, a filosofar y hasta coronarías reinas… Será esto tan cierto, que piensas embarcarte en un nuevo libro. Todavía tienes muchas cosas interesantes que decir.

Como me quedó funcionando esta parte de tu carta, y siendo yo también un quijote de la literatura, te he sacado una fotocopia del artículo que titulé Defensa del libro, para una revista de la Editorial Bedout. No sé si me reconozcas en la foto borrosa que aparece al final. Por esa silueta podrás darte cuenta de que no he cambiado mucho.

Sigo siendo el mismo de Puerto Leguízamo, sincero y leal (entre otras cosas), ahora con más años, obvio, y con  mayores responsabilidades. Algo más sensible en el análisis de la vida y recto como un roble. Me agrada y me envanece que conserves un buen recuerdo de ese muchacho observador, silencioso y alegre que vivió una fructífera experiencia en la manigua, y a quien tú no le viste, porque no te la dejé conocer del todo, garra de escritor. Quizá, pienso hoy, por eso nos acercamos en la amistad. Teníamos algo en común.

Desde entonces llevabas definido tu terreno. Eras el luchador solitario, el que reaccionaba contra los abusos, la explotación y el absurdo. Por eso te rebelaste en la sociedad. Tu causa es noble. De ahí a sacar adelante tus luchas hay una gran distancia. Oponerse a los errores de la humanidad, Tulio, como lo haces con valentía y a costa de tu tranquilidad, es un destino esquivo. Pero que deja satisfacciones, porque se trata de una convicción, de un propósito vital.

He tomado nota de tus últimas proyecciones. Una de ellas, la edición en francés de San BAR. Otra, el guion de Gancho ciego para el cine mejicano. (1) Creo que ambas cosas van a salirte al pie de la letra, como lo calculas, aunque sin hacerte demasiadas esperanzas. Alguna vez el camarada López Michelsen te dejó esperando con el ofrecimiento de llevar al cine en Méjico tu Carretera al mar, el libro que comenzaste a escribir en Puerto Leguízamo al lado de las gallinas que criabas en tus entreactos como médico del pueblo y desalojado de la Base Naval.

No le das mucha importancia a Carretera al mar, como lo infiero por tus cartas, y es sin embargo un libro que te identifica en las letras del país.

No sabías de la existencia de Eduardo Arias Suárez, el autor de Bajo la luna negra, y pareces extrañado con tu desconocimiento, tratándose de un casi paisano tuyo. En Colombia, y sobre todo en provincia, hay valores olvidados, y otros, desconocidos. Para que entres más al autor de marras, excelente cuentista, te envío en fotocopias unas hojas tomadas de una antología del cuento colombiano que acaba de publicar Plaza y Janés con autoría de Eduardo Pachón Padilla, uno de los autores más autorizados de nuestra literatura. Hay allí un esbozo sobre Arias Suárez, y quiero que conozcas su cuento Guardián y yo, una pequeña obra maestra que yo te dedicarla si fuera el au­tor.

Entre libros, fotocopias, recuerdos y buena música, he pasado contigo un rato ameno. Astrid, vanidosa como mujer, esposa y madre, me dice que tengo que enviarte una foto familiar para que la conozcas y también veas el desarrollo de la preciosa prole. Te quedo debien­do la foto, por no haberla hallado a la mano, y te la ofrezco para la próxima carta.

Adelante, amigo, y no te desanimes con el paréntesis del trago, el tabaco y la sal. Llegarán días mejores.

Un estrecho abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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(1) No tengo conocimiento de que ninguno de estos proyectos se hubiera realizado.

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Armenia, 17 de abril de 1981

Doctor Tulio Bayer Jaramillo
París

Estimado Tulio:

El 14 de febrero te des­paché un correo abundante: una carta en varias pá­ginas, copia de un artículo, recortes de prensa.

Hoy te envío algo más pesado: mi proyecto de nove­la Ventisca. Quiero que le eches una lectura y me hagas conocer tu opinión. Me gustan tus comentarios porque son francos y en ocasiones cáusticos. Pueden de pronto no compartirse, pero dejan qué pensar.

Ventisca es la historia de una solterona; o me­jor, la historia de un pueblo aburrido que toma co­mo pretexto a la solterona de todas las latitudes. La escribí en corto tiempo pero llevo buen tiempo haciéndole correcciones. Creo que hoy le he puesto punto final. Buena o mala, es una creación que he trabajado con emoción.

Un estrecho abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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París, 9 de diciembre de 1981

Señor Gustavo Páez Escobar
Armenia

Apreciado amigo:

Gracias por tu amable tarjeta y por la foto, en la que apareces el día del lanzamiento de El sapo Burlón, acompañado del mece­nas (eso se llama buena suerte) y de otros notables locales. No has cambiado mucho.

Yo no estoy muerto todavía pero estoy muy enfermo, ya tengo a un lado la carabina para ayudarme a bien morir cuando sea el caso. Por ahora estoy interesado en algunas cosas. No recibí tu novela Ventisca, si la hubiera recibido te la habría comentado. Por lo que veo vas ya por el cuarto libro. Escribir es una cosa dura, yo te felicito.

Algo que me interesa todavía es el problema del aprovechamiento de la energía no contaminante. Me refiero ante todo a la energía solar. Si yo llegara al poder, por supuesto a la fuerza, por cuanto las revoluciones pacíficas no son revoluciones, en Colombia no se construiría ninguna central termonuclear, entre otras cosas.

La electricidad saldría toda de la energía solar, de la energía geotérmica (aguas calientes subterráneas), de la biomasa (desechos vegetales en putrefacción con desprendimiento de energía), etc., etc.

En este aspecto, corremos en Colombia el peligro de que nos implanten centrales termonucleares (los yanquis, los franceses, los alemanes) y acaben por convertir “el lindo país” en un basurero radiactivo, para mayor progreso de multinacionales, y en fin de cuentas por la religión del productivismo. El productivismo es la producción a todo trance, aun de cosas que no se necesitan (creando nuevas necesidades, etc).

Este breve preámbulo está encaminado a informarte que yo no llegaré al poder, eso ya sin duda alguna, y que por lo tanto no queda otro camino que tratar de convencer a los ricos y a los influyentes del peligro que se corre con las centrales termonucleares.

Para convencerlos he acumulado una abundante literatura, y he entrado en contacto con algunos profesores de física y de química, y con algunas instituciones, a fin de fundar una serie de sociedades de amigos de la tierra, de grupos ecologistas.

Por todo eso, deseo saber algo que me dijeron sobre una experiencia que se está llevando a cabo en Armenia, y que consiste en que un señor (no me dijeron el nombre) que es uno de los ricos de allá, hizo construir unas tolvas para secar café y otros granos utilizando la energía solar.

Mi informante no supo decirme ni el nombre del señor, ni los detalles técnicos de la construcción. Dato muy interesante: el constructor utilizó nuestra guadua nativa, tan menospreciada y tan útil si se sabe utilizar.

Si con estos datos, en realidad vagos, puedes decirme quién es el señor rico que mandó a hacer ese trabajo, y cuál su dirección, yo le escribiría. La información me la dio un ingeniero amigo con quien conversé por breve tiempo (es bogotano) y hasta me dijo que el ingeniero que había dirigido los trabajos es antioqueño.

Si por casualidad, my dear Shaerlock Holmes, sabes quién es ese señor, te agradecería me lo dijeras en una próxima tuya.

Cordial saludo,

Tulio Bayer

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París, 22 de diciembre de 1981

Señor Gustavo Páez Escobar
Armenia

Apreciado amigo:

Acuso entusiasta recibo de dos obras tuyas: El sapo burlón (cuentos) y al­go muy original y para mí sorprendente: Índice de diez años de correspondencia recibida (1971-1980). (1) Repito: Ventisca no la recibí, así como tampoco ninguna de las cartas que mencionas.

Lo lamento ante todo por Ventisca, libro que al juzgar por lo que dices en el famoso Índice, es una obra en la que le das otro vuelco a tu estilo. Yo te la hubiera comentado con placer, y con franqueza. Por ahora tengo que contentarme con saber que el título es muy atrayente, y me queda la picazón de saber que existe un nuevo libro tuyo y que yo no lo he leído, a pesar de que me lo enviaste. ¡Qué vaina!

Es desagradable saber que se ha perdido un libro de un amigo y también cartas en las que según me informas se trataban puntos interesantes que quedaron sin respuesta.

Te diré que mi experiencia personal me había llevado a pensar que por lo gene­ral (en mi estimación en un 99 por ciento, si esto se puede llevar a estadís­ticas), las cartas o los paquetes que no llegan son los que nunca se enviaron o nunca se respondieron. Tenía eso casi por sentado, pero no pudiendo dudar de que me enviaste el libro, es preciso admitir que los libros y las cartas se pueden perder en el correo. La observación parece una perogrullada, por no decir una imbecilidad, pero en toda mi vida ésta es la primerísima vez que yo sé que se perdió una carta para mí. Facturas e impuestos llegan siempre…

Ya me deleitaré leyendo despacio, y con gafas, tu libro de cuentos, del que conozco Barro, aunque hojeándolo un poco tengo la sensación de que lo cambiaste algo. Puedo leer muy bien la letra chiquita del Sapo burlón pero ya no puedo devorar como antes, me fatigo, y por ello no puedo por ahora darte cuenta sino de la sorpresa (qué lujo tener uno la manera de editar la correspondencia ajena, comentándola), el agrado pero ante todo la satisfacción de saber que me consideras un genio y un loco a la vez, diag­nóstico, con el que estoy plenamente de acuerdo desde hace muchos años.

Había guardado la cosa en secreto, para no alarmar al prójimo, pero mi genia­lidad se descubre fácilmente y no ha servido siquiera para disimular mi locu­ra que es a veces furiosa, ni tampoco para que me la perdonen, aunque esto en realidad no me importa, ni mucho ni poco.

Vayan pues mis agradecimientos, mi saludo en unión de tu esposa y de tus hijos, y mi deseo muy ferviente por tu bienestar y felicidad.

Cordial abrazo,

Tulio Bayer

* * *

P. S.

Me pasé toda la noche leyendo El sapo burlón. Es también la primera tez que me trasnocha un sapo. Su canto me pareció a ratos muy lúgubre, pero esperan­do un poco, el incesante croar se fue volviendo una sonata y acabó por ser una sinfonía. Magia del estilo: las historias son tristes pero no se trata en modo alguno de cuentos tristes. Por el contrario: son cuentos filosóficos.

El mejor de todos, claro está, es Regla de multiplicar, por su inesperado desenlace y por la devaluación del nombre de Mauricio.

Temo un poco que no todo el mundo podrá captar la filosofía a la que aludo sin leer el excelente prólogo de mi paisano Otto Morales Benítez, honra y prez de la república de las letras y de la otra, que en el fino análisis de tu personalidad y de tu obra defiende con ardor el derecho a soñar. Es un derecho macanudo.

Te remito un artículo salido aquí (naturalmente), sobre el último cuento de García Márquez. Es un cuento triste, sin ninguna filosofía, yo lo había pensado después de leer un ejemplar de los varios que me enviaron mis corresponsales colombianos, pero claro está que yo no hubiera tenido el talento de expresar lo que sentí leyendo la historia del asesinato del turco, con la misma elocuencia del eminente crítico francés.

Por supuesto que después de haber leído el prólogo magistral de Otto Morales sobre tu libro, uno se pone a pensar si este crítico francés no exageró la nota y violó de manera flagrante el derecho a soñar. Por ello sería muy interesante saber qué piensa mi ilustre paisano sobre el último cuento de García Márquez y sobre la crítica que le están haciendo en Francia a nuestro Cervantes de Aracataca.

Recibe otra vez mi saludo y no eches en saco roto mi averiguación sobre la energía solar en Armenia.

Yo creo que nadie debería morirse sin leer un libro al menos sobre estas cuestiones de ecología (como dicen ahora, y que en verdad es biología), y entre esos libros el de Brice Lalonde Quand vous voudrez, que yo he vuelto a comprar para regalarlo a amigos colombianos. Si te interesa te lo mandaré con mucho gusto. Y de todos modos, dime si hay allá una persona o una biblioteca que puedan interesarse en este tema.

Yo compro esos libros estupendos para leerlos pero no tengo espacio para biblioteca, ni tampoco el gusto de poseerla para mi exclusivo uso personal. Esos tiempos ya pasaron, y de vez en cuando quisiera poner en buenas manos estos tesoros de conocimientos que tanta falta nos hacen.

Tulio Bayer

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(1) Hasta la fecha (julio del 2012) llevo veinte volúmenes de correspondencia enviada y recibida, empastados y con sus correspondientes índices. De ellos salen las cartas que aquí se recogen. Pocos escritores, supongo, tienen este orden.

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Armenia, 12 de enero de 1982

Doctor Tulio Bayer Jaramillo
París

Mi querido Tulio Bayer:

Acabo de regresar de Coveñas, donde pasé con Astrid y los hijos una reconfortante temporada de descanso. Coveñas, hoy perteneciente al departamento de Sucre, y corregimiento de Tolú, que tú debes cono­cer –y que yo aún ignoraba–, es un lugar paradisiaco.

Entre las agradables noticias de mi vuelta a casa me encontré con tu carta del 22 de diciembre. Me alegró saber que tanto mi Índice como mi Sapo burlón no se habían extraviado, como sucedió con otros correos. Creo, en efecto, que es más de uno. Me propongo sacar copias de esa correspondencia y enviártela con la pre­sente.

Ya tendrás, pues, oportunidad de comprobar que en mi caso no opera la consabida disculpa sobre fingi­dos envíos que nunca se han despa­chado. Y además, si es del caso, te referirás en tu próxima a algunos puntos de esos correos, antes de que más adelante te vuelva a enviar una copia de  Ventisca. Por ahora no deseo intoxicarte con demasiadas letras.

Hoy mismo saqué, para tu ilustre paisano Otto Morales Benítez, y ya las envié por correo, fotocopias tanto de tu carta como del comentario sobre el último libro de García Márquez, material importante para Otto, no sólo por venir de ti sino porque de él pides un concepto. A propósito: Otto perdió la gran oportunidad de ser presidente de Colombia, que se le ofreció en bandeja de plata. Encontró de­masiados vicios en la política y no se le midió a la ocasión de conquistar votos indudables de todos los rincones del país, hasta donde llega su jaca­randosa carcajada.

No sé si Ventisca sea un nuevo estilo en mi literatura, pero creo que en esta novela practico otros enfoques. La literatura en oca­siones se vuelve trillada y uno mismo, como escritor que desea salir a otros confines, termina atado a muchas cosas que no logra traspasar.

Barro fue, en efecto, modificado, aunque no en par­te sustancial. Algunos lectores lo encuentran el mejor cuento. Tú eliges Regla de multiplicar, el que también fue elogiado por un crítico de Pereira, cuando se publi­có en El Espectador, como el mejor cuento del año. Estoy de acuerdo con todos, hasta con los que no le encuentran gracia a mis ocurrencias. Me siento en extremo hon­rado con tu concepto sobre la filosofía de esas modes­tas narraciones. Tu juicio queda enmarcado en letras de oro.

Ya es bastante satisfactorio saber que es el primer sapo que te hace trasnochar. Astrid abrió tamaños ojos cuando leyó aquello de que el canto del sapo “me pareció a ratos lú­gubre, pero esperando un poco, el incesante croar se fue volviendo una sonata y acabó por ser una sinfonía”. Esto endulza cualquier oído, más el del autor, y desde luego el de su compañera, a quien he puesto a cargar, como ofrenda, con este montón de aventuras. (1)

Vamos a digerir, despacio, la nota crítica sobre la Muerte anunciada de García Márquez. Aquí ha habido toda clase de apuntes periodísticos, desde los adulado­res hasta los inconformes. Considero que si García Márquez no se hubiera apoderado de la fama, el país habría con­quistado escritores ocultos y sin posibilidades de sobresalir.

Este garciamarquismo, con todo lo bueno que pueda tener, es un escollo para nuevas voca­ciones. La mayoría quiere imitarlo, por considerar que fuera de ese estilo no hay salvación. Nos estamos aho­gando en un círculo cerrado, sin posibilidad de salir a la superficie. Hay quienes tiran piedra al ídolo, como lo hace Álvarez Gardeazábal, pero en el fondo él sólo buscan tumbar un mito para convertirse en un nuevo mito.

Sé que eres admirador de Mario Vargas Llosa. Yo también. La tía Julia, vertida a la televisión colombiana, se convirtió en éxito inmediato y continuado de una plu­ma maestra. Ahora tengo sobre mi escritorio La guerra del fin del mundo, suceso que atrae la aten­ción del momento. Parece que es el mejor libro de la época, y sobre él escribe Jaime Mejía Duque un denso en­sayo en uno de los suplementos bogotanos.

No he echado en saco roto tu averiguación sobre la tol­va del Quindío movida por energía solar. He indagado con varios agrónomos amigos míos y ninguno me ha precisado el dato, pero hay nociones al respecto. Uno de ellos me acaba de llamar para informarme que tal vez se trata de Alejandro Suárez, importante finquero con quien pienso hacer con­tacto. Llamé al Comité de Cafeteros, pero la entidad se halla en vacaciones. Soy amigo del director técnico, y es posible que para la próxima carta ya tenga en mi po­der datos concretos.

Y sobre tu vocación de ecólogo, te voy a hacer un impor­tante contacto: Alberto Gómez Mejía, exalcalde de Arme­nia y una de las personas más interesadas en el país so­bre temas ecológicos. Es el presidente de una asociación de ecología. Alberto es un hombre independiente, inquieto, conservador… y peleador. Está haciéndole coqueteos a la política y tiene un porvenir sólido, si no para el futuro inmediato, tampoco para el siglo entrante. Acto seguido le escribiré contándo­le tus inquietudes, y después se las ampliaré en nuestro próximo encuentro (él viene de seguido a Armenia a «calen­tar» votos).

Sea bienvenido el libro Quand vous voudrez. Y hasta la próxima, con mis renovados deseos para el nuevo año.

Gustavo Páez Escobar

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(1) Este libro está dedicado a Astrid. Dice así la dedicatoria: “A Astrid, mi mujer, mi mejor cuento”.

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Bogotá, 21 de enero de 1982

Doctor Tulio Bayer Jaramillo
París

Mi querido Tulio Bayer:

Esta carta, que te envío desde Bogotá, te llegará si acier­to a escribir de memoria tu dirección. Creo que sí. En un par de días regresamos a Armenia, luego de haber visitado a mi familia y hecho algunos contactos importantes.

Hoy publica El Espectador el artículo que te anuncio en mi carta anterior. Era una no­ta que yo había venido madurando, hasta que finalmente, releyendo Carta abierta, me lancé. Alcancé a dudar de su publicación, pero El Especta­dor es un periódico independiente y muy abierto, en el cual vengo escribiendo desde hace once años. En tales condiciones, Tulio Bayer está hoy de actualidad en Colombia.

Me comuniqué esta mañana con un viejo amigo mío, alto funcionario del Banco Popular, que te conoce, y con el cual, según me precisa, tomaste una vez tinto. Es Aníbal Morales Ramírez, de Aranzazu (Caldas), y no sólo te conoce sino también a toda tu familia. Entre ella, a Olga Bayer.

Y hablé con Morales Benítez, con quien además me encontraré mañana a tertuliar. «Ese Bayer es un tipo muy inteligente», me dijo, a propósito de tu última carta, que él ha mostrado a amigos suyos, según deduzco, pues Ho­racio Gómez Aristizábal, penalista y es­critor, con quien también me entrevistaré, me dijo que Otto le había enseñado tu carta. Horacio es de Armenia.

La víspera de mi salida hacia Bogotá hablé con un agrónomo sobre la energía solar. Quien adelanta este ex­perimento es, en efecto, Alejandro Suárez, de quien te hablé en mi carta anterior. A mi regreso a Armenia visi­taré su finca y trataré de obtener el mayor número posible de datos para que tú los analices.

El otro amigo, el agró­nomo, tiene en su finca un ensayo importante: el de mover su tolva con coque (carbón). También visi­taré sus instalaciones en los próximos días y te daré más datos. Estos quindianos, que son muy echados para adelante, tienen entre manos proyectos como los des­cubiertos por ti en París, y que han impresio­nado al científico que hay en ti.

Todo lo que digo hoy en mi nota de El Espectador es sen­tido. Creo que también es una actitud valiente, y de to­das formas, una postura llamativa para este periódico que sabe defender las causas nobles. En Manizales, hoy eres noticia. Así, tu imagen sigue adelante.

Salgo a cumplir compromisos. Por eso, corto aquí. Espero que me contestes pronto, refiriéndote a los varios aspectos que quedan pendientes. Como ves, estoy divulgando tu personalidad. Eres, ante todo, colombiano. Y por encima de cualquier condición, eres mi amigo.

Saludos cordiales,

Gustavo Páez Escobar

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París, 7 de febrero de 1982

Señor Gustavo Páez Escobar
Armenia

Apreciado amigo:

Te escribo esta carta ante todo para darte las gracias por haber escrito el artículo titulado La patria ajena, aparecido en El Espectador, el jueves 21 de enero de 1982.

Existen muchas razones para estar conmovido y agradecido. Los que escriben, incluso los mejores, se hacen escribir por los amigos, o escriben por sí mismos, artículos en su favor para promover sus obras. La crí­tica, en todos los países y en especial en Colombia, es un ejercicio de picaresca, masturbación intelectual en común, relevo de turiferarios. Es lo que se ha llamado la sociedad de elogios mutuos.

No es nuestro caso. Este artículo te salió de madre, te brotó de las entrañas como un grito incontrolable, movido por el mismo sentimiento que me llevó hace ya 18 años a iniciar mi carta a Pacho Arango haciéndole algunas consideraciones elementales sobre ese concepto de Patria, tan traído y llevado por políticos y estadistas cuando se trata de pedirle al pueblo su esfuerzo, su trabajo o su sangre.

Yo sabía que Pacho era, y sigue siendo, algo reaccionario, algo burgués, un poco conservador y misoneísta (a pesar de su apellido liberal), y un mucho desinformado (como todos los colombianos, a quienes las ideas nos llegan con uno o varios siglos de retraso, manoseadas, sudadas, mutiladas por jesuitas de toda laya). Pero sabía que era, y sigue siendo, sensible, sensitivo, honesto, capaz de sentir el dolor ajeno. El dolor de Patria existe. Pacho y yo lo ha­bíamos sentido juntos, rabiosamente desarmados, miserablemente impotentes, durante el ejercicio de nuestra medicina rural.

Al margen de todo ideologismo, yo no elegí ese tema de Patria sólo para tratar de convencer a Pacho, sino ante todo para convencerme a mí mismo, para consignar honestamente mis convicciones más viscerales, más arraigadas, más auténticas, sin cuidarme de que mis conceptos coincidieran con la vulgata marxista, sin cuidarme de las consecuen­cias penales (el libro es una justificación de la violencia revolucionaria que bien podía ser calificado por los rábulas neogranadinos de apología del delito), llegando hasta herir sensibilidades que contaban mucho en mis jardines secre­tos.

Este género de literatura ha tenido descendientes en Colombia. Después he vis­to libros de denuncia, con nombres propios, como se usa en Francia desde hace muchos años. Es una literatura saludable dentro de una democra­cia, por no decir que a eso sólo (y ya es mucho) se reduce a veces la democra­cia.

Carta abierta ha tenido buen éxito relativo. Para unos pocos es todavía un catecismo revolucionario, para otros un retazo de historia colombiana digno de ser conocido, algunos han elogiado, de viva voz o por carta, sus méritos lite­rarios.

No me interesa la gloriola literaria. «Pálido sol de los muertos». Menos todavía un prestigio político derivado de mis libros. ¿Qué buscaba pues con Carta abierta? Dejar un testimonio escrito sobre mis actividades revolucionarias. Y ello para:

  • Contradecir con razones lógicas y coherentes la malintencionada afirmación de que todas estas aventuras guerrilleras y combates con los poderosos han sido el fruto de una locura. El despectivo terminacho de «loco» que me colgaron algunos de mis «amigos» y conocidos, pero sobre todo algunos políticos e «intelectuales» incapaces de afrontarme, merecía que de Tulio Bayer quedara algo para juzgarlo con base en un documento y no en un sambenito.
  • Entenderme a mí mismo y decidir (1964) si mis razones y sentimientos justificaban continuar mi trayectoria revolucionaria.
  • Transmitir a mis compatriotas y en particular a mis compañeros médicos una serie de reflexiones que nunca hubiera podido transmitir personalmente.

He sido colmado. Después de la decepción consistente en el rechazo de publicar el libro en Cuba, la inopinada aparición de Teresa Baztán, que hizo la primera y la mejor edición (mimeografiada) del libro, en Bélgica, Carta abierta se convirtió en el documento que ambicionaba dejar a la posteridad (1968).

Todo lo demás era… literatura. Aunque el libro llegó a más de una treintena de personajes (escritores y periodistas), y lo sé porque lo envié por correo recomendado juntando los centavos semana por semana… no hubo ningún comentario. No me sorprendió. Ese había sido un esfuerzo suplementario, y hoy creo que torpe e ingenuo, de pasar a la posteridad. El libro de Pacho había llegado a él y lo mismo había ocurrido con otros ejemplares destinados a compañeros de guerrilla o de profesión. Eso bastaba.

He sabido que los hijos de Pacho lo fotocopiaron, lo hicieron circular por la Universidad. Salieron en mimeógrafo copias de las copias. Mi libro se había convertido en un samizdat como los libros de los disidentes rusos. ¿Qué más podía ambicionar?

El silencio de la prensa colombiana, de sus intelectuales y periodistas, ha sido para mí, siempre, una especie de condecoración.

Después vino la carta de Jesús María Gómez, Hombre Nuevo, de Medellín (1967). Accedí a la publicación, poniendo unas condiciones que nunca se cumplieron. Pero esto era llover sobre mojado, yo toleré el mal papel, los gazapos, el precio excesivo al que estuvo vendiendo Jesús María los primeros ejemplares.

Y tuve la oportunidad de publicar en Hombre Nuevo dos libros más, convergentes sobre el tema de la colombianitud: Gancho ciego y San BAR.

Me sorprendió el artículo que publicó entonces Samper Pizano. Según Jesús María, ese artículo aumentó la venta del libro. Pero yo no tenía ni tengo por qué agradecerle nada, ya que el aspecto económico no me interesa. En cuanto al artículo mismo, era un comentario imparcial, el trabajo normal de periodista frente a un hecho cultural y político como es la aparición de un libro escrito por un personaje fuera de lo común.

Esta vez, el artículo tuyo es un hecho nuevo.

Es el primer artículo aparecido en la prensa colombiana que defiende a Tulio Bayer, su obra, su lucha vital. El hecho es tan insólito que el primer comentario de mi mujer fue: «¿Pero está loco Páez?». Por años y años nos han tenido acostumbrados a la maledicencia o al silen­cio cobarde. Este comentario espontáneo tradujo en primer término una cariñosa preocupación por los sinsabores que puede traerte tu indiscutible acto de valor.

Tradujo la costumbre de no recibir de la opuesta barrera sino palos y piedras: un ramo de flores nos desconcertó. Tradujo también un cierto rechazo egoísta de que alguien pudiera ser tan sincero como lo fui yo mismo en Carta abierta. Es como si te hubieras robado el privilegio de ser amigo de la verdad, de proclamarla sin temor a la retaliación, o venciendo este temor, lo que es todavía más meritorio.

Sin embargo, así deberían ser la mayoría de los escritores públicos y los pe­riodistas. La independencia y el coraje no deberían ser virtudes exóticas. Que tú seas la excepción, da la medida de la colombianitud.

Te agradezco la defensa de mi persona y de mi obra desde el fondo de mi ventrí­culo izquierdo. Te agradecemos en plural, mi mujer y yo, un par de apátridas en vías de desapa­rición, porque has dicho cosas indiscutibles y razonables que nadie se había atrevido a decir desde la prensa de gran circulación, y al decirlas nos estás ayudando un poco a soportar la triste condición de exiliados.

Es verdad que en Francia hemos encontrado muchas cosas buenas, la información entre otras, y que hemos salido de la miseria de los primeros años de exilio y tenemos trabajo suficiente para vivir e incluso para atender necesidades intelectuales o culturales calificadas de superfluas. Francia ha sido un refugio, pero no es ni podía ser nuestro «hábitat» natural. Como ecólogos y como revolucionarios creemos que el planeta Tierra debería ser la patria de todos los hombres, pero sabemos muy bien que esto está todavía en el terreno de la utopía.

Tu artículo es hermoso. Casi exacto. Casi, porque yo podría explayarme sobre los límites de mi nacionalismo y decirte cuánto abarca mi nostalgia por nues­tro lindo país. No todo es desdicha en el exilio, y el destierro en Francia me ha enriquecido en conocimientos y en experiencias vitales. Lo trágico es que no podamos volver, como es debido: triunfalmente.

Pongamos las cosas en su punto: yo no soy sino un episodio de una larga guerra. Las batallas que me tocó librar las perdí. Pero aun perdidas, esas batallas contribuyeron a crear una conciencia política.

Yo moriré en París, posiblemente con aguacero, con la satisfacción de haber escuchado en vida, de tu boca, un elogio fúnebre tan bonito, que hasta he tenido ganas de creer que soy tan valiente como tú dices. Gracias, en todo caso.

Tulio Bayer

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Armenia, 18 de febrero de 1982

Doctor Tulio Bayer Jaramillo
París

Estimado Tulio:

Hace tres días me llegó tu carta del 7 de este mes, que es una expresión emotiva y dramática sobre los sentimientos que te ha despertado mi artículo La pa­tria ajena. Por otra parte, es un precioso documento. Como la patria duele en cualquier caso, y en ti existe el auténtico “dolor de patria» por haberla defendido, sufrido y amado, y además por llevarla en tu destierro como un talismán y no como una figura sin sentido, es natural que mi artículo te produjera regocijo, pena, nostalgia, gratitud…

No podía ser de otra manera. Mi artículo es, sin duda, va­liente y franco. Dices que es la prime­ra persona que en Colombia defiende sin tapu­jos en la gran prensa, y sin miedo a retaliaciones, a Tulio Bayer y su obra. Estoy contento con haberlo hecho y sobre todo porque mis palabras te hayan conmovido.

Me gustó hacerlo porque estoy convencido de la trascen­dencia de tu mensaje en Carta abierta, que es magistral: es una posición valerosa, de denuncia concreta, de juicio crítico sobre la sociedad; es el testimonio de un hombre que no se conformó con las corrupciones y el atropello del medio social, y a cos­ta de su sosiego escribe para las generaciones futuras en busca de un mundo menos bárba­ro y más civilizado.

Un periódico de Montenegro (Quindío), llamado Claridad (¡qué nombre tan apropiado para este caso!), reprodujo mi nota. Y por la calle me he en­contrado con alusiones entusiastas por el enfoque social que significa ese án­gulo que llamas la «colombianitud». El solo hecho de que te hayan llegado doce fotocopias o recortes de periódico indica a las claras que tu causa despierta revuelo. Y crecerá la audiencia.

Los comentarios sobre un libro, como dices, suele hacerlos la misma persona, o poner a otros a que lo hagan, dentro de la conocida sociedad de elogios mutuos. La crítica no existe. Muchas veces el comentarista está convencido de la verdad y el valor de un libro, pero calla, porque la mayoría de los escritores son evasivos y cautelo­sos, para no decir que cobardes.

He sentido intriga por saber la suerte de Fran­cisco Arango Londoño, el Pacho de tu libro, que se vuel­ve todo un personaje en tu vida y en tu obra. Me dices que él proyecta escribir un libro con tu correspondencia. Qué bien. Ojalá lo haga. Me dices además que es hombre sensitivo, honesto, sensible, capaz de sentir el dolor ajeno. Un poco burgués. Me gustaría saber mayores datos suyos.

Te voy a someter (en las preguntas adjuntas) a un interrogatorio sobre varios aspec­tos y personas del libro, el cual he vuelto a leer con más cuidado. Lo he digerido mejor. Lo tengo subrayado en muchos renglones y pasajes. He sometido tu obra a la disección. Mi intención es intentar escribir algún día una biografía tuya.

A Alberto Gómez Mejía, el ecólogo quindiano de que te he hablado, le entre­gué en propia mano el libro Quand vous voudrez. Comenzó a leerlo y se entusiasmó (conoce bien el idioma francés). Es posible que se comunique contigo. Por ahora lo veo muy comprometido con la política.

Cierro esta misiva con una frase de tu carta: «Hay que luchar». Si mi artículo te animó a seguir siendo colombiano y a soportar con Tanque el des­tierro de ambas patrias, es preciso preservar los principios. Es preciso perseverar. Como ami­gos que somos de la verdad, no podemos bajar la guardia. Conforme tu libro se multiplica incluso con ediciones piratas, tu ejemplo y tu lucha quedan como una constancia histórica pa­ra la posteridad. La patria, que a veces es lejana y duele, se siente y lo acompaña a uno cuando de verdad la lleva en el corazón.

Te repito mi constante aprecio y solidaridad,

Gustavo Páez Escobar

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París, 2 de marzo de 1982

Señor Gustavo Páez Escobar
Armenia

Apreciado amigo:

Me gusta que pienses encargarte de mi biografía, tema tan difícil, que yo he renunciado a escribir lo que va de Carta abierta a mi actual exilio en París. (1) La experiencia en Cuba, mi conversación con Fidel Castro y con el Che, mis experiencias en París con «revolucionarios» como el médico Augusto Leiva, que resultó agente de la CIA, no están aún por escrito, y sospecho que no lo estarán nunca.

No importa. Lo que yo considero básico en mi vida es haber denunciado la adulteración de los medicamentos por CUP. (2)

Es cierto que por querer hacer tantas cosas, no haya hecho completa ninguna. Mi vida se hubiese podido desarrollar, teóricamente, como la de un director científico de CUP, que a estas alturas sería el autor de un libro completo, no de una denuncia mutilada por falta de espacio, sobre el tráfico que se si­gue haciendo en Colombia con los alimentos, las drogas, los cosméticos.

Yo no estaba hecho para hacer lo que hizo aquí en París el doctor Henri Pradal, (3) una vida semejante a la mía, pero que logró el apoyo suficiente para editar un Dicciona­rio crítico de los medicamentos, obra monumental en el sentido de que abarca todo el tema, y que yo envié hace poco a la biblioteca de la Facultad de Medi­cina de Pereira, por si algún día resultan continuadores de la obra de Tulio Bayer. La despaché a Pereira, dado que de allá me estuvieron escribiendo algunos estudiantes que crearon un Centro de Estudios, pero esto parece que se desba­rató.

Y me hubiera podido desarrollar como alguien que salido de la cárcel y bien instalado en Maicao, en donde tenía prestigio y ganaba mucho dinero, hubiera podido ser el primer gobernador de la Guajira, senador de la República. No sa­bes hasta dónde me alegro de no haber sido eso. Pero eso es lo que querían que fuera muchos de mis amigos sensatos, entre ellos Pacho, a quien yo califico de burgués precisamente porque es impermeable.

Es tan médico como yo, pero pa­ra él lo blanco seguirá siendo blanco, y lo negro, negro. Son hombres que no pueden renunciar a la tradición familiar, ancestral, ni a las enseñanzas de los hermanos cristianos. Pero explico: Pacho no es ni mucho menos un Javier Bayer, (4) es un hombre honorable, capaz de tolerar lo que no le gusta e incluso lo que no le conviene.

Yo hubiera podido aguantar en Cuba y ser allá hoy un cómplice de esa abominable dictadura, a cambio de un prestigio y de privilegios. O haber sido fusilado. Hubiera podido… nacionalizarme aquí en Francia y no ser, como soy ahora, perfectamente francés, pero sin nacionalidad: un apátrida, técnicamente hablando. Hubiera podido ser alguien capaz de aprovechar las grandes oportunidades que siempre he tenido en la vida, y precisamente por no haberlas aprovechado es que algunos me llaman loco.

Otros lo hacen por descalificarme, por maledicencia, y hasta por miedo de que pueda opacarlos, pero algunos lo piensan porque no aciertan a comprender. Entre ellos, la madre Martina María. (5) Yo lamento que mi última intentona de guerrilla, en la que fui traicionado, hu­biera terminado como terminó: salvándome gracias a la ayuda de Alberto Galo­fre. En efecto, en 1966, debí haber muerto asesinado por el Ejército o la Policía. Los traidores hicieron todo lo posible para obtener este resultado, y esa vez tuve poca suerte histórica y muchísima suerte personal. Pude eludir el cerco, solo, y llegar hasta la casa de Galofre en Barranquilla, para seguir quince días después a París, a Cuba, y regreso a París.

Como en un apólogo, de Óscar Wilde, puedo decir como el hombre contem­poráneo de Jesús de Galilea que se parecía muchísimo a él, y que como él tenía poderes extraordinarios: «He curado a los enfermos, he sacado los mercaderes del templo, he multiplicado los panes y los peces, he resucitado a los muertos, pero… ¡a mí no me crucificaron!”.

No tuve suerte histórica. Y el fin de mis actividades de revolucionario activo no se parecerá al glorioso y elegante suicidio de mi maestro: Ernesto Guevara.

Tú quieres ocuparte del Tulio Bayer de Carta abierta y me pides algunos datos.  Aquí van (…)

Te adjunto a esta pastoral, en la que amablemente, creo, respondo tus preguntas, una serie de documentos que podrán servir para tu trabajo, incluso la denuncia sobre la adulteración de los medicamentos.

Cordial saludo en unión de los tuyos,

Tulio Bayer

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(1) Pretendí escribir su biografía, pero desistí. Hacerlo es tarea compleja, como el propio Bayer lo reconoce. Sin embargo, estuve buscando información entre su familia, sus amigos, sus paisanos, y nadie colaboró. Antes de morir, Tulio me confió importantes datos y documentos, pero estos no eran suficientes para escribir la biografía que yo deseaba. Muerto él (junio de 1982), recibí de su esposa la siguiente carta: “La hermana Inés me escribió y me contó que usted estaba interesado en hacer la biografía de Tulio. Lo único que espero y le pido es que diga la verdad: ni sublimación ni denigración”. En vista de tales dificultades, opté por escribir una semblanza suya, en el 2007, con motivo de los 25 años de su muerte, por medio de la novela Ráfagas de silencio, que obtuvo excelente acogida de los lectores. La amplia difusión de mi novela en Manizales me permitió descubrir, entre otras cosas, que allí funciona, de tiempo atrás, una fundación que lleva el nombre de Tulio Bayer, dedicada a preservar su memoria.
(2) Laboratorios CUP (César Uribe Piedrahíta).
(3) Henri Pradal (1931-1982): famoso toxicólogo-farmacológico. El libro citado le dio mucha celebridad.
(4) Javier Bayer: el hermano rico de Tulio Bayer.
(5) Tía de Tulio Bayer.

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Armenia, 23 de marzo de 1982

Doctor Tulio Bayer Jaramillo
París

Estimado Tulio:

Te he enviado algunos correos (recortes, fotocopias) como un anticipo de la presente carta, con la cual contesto la del 2 de este mes. En alguno de esos correos te decía que estaba muy corrido de tiempo por estos días, y ahora que al fin respiro, me propongo dedicarte un espacio suficiente para comentar los últimos sucesos e hilar algunos temas de nuestra sostenida correspondencia.

Te hice llegar copia de la carta que envié al célebre Pacho de tu Carta abierta. Espero respuesta. Si ello ocurre, como debería ocurrir, habría tema para nuevo cruce de impresiones sobre este personaje que me parece estupendo y hasta pintoresco, incluso sin conocerlo, y que lo será más aún si es ca­paz de publicar tu correspondencia, como lo anuncia. (1)

Joaquín Vallejo Arbeláez, el antiguo empresario de Laboratorios CUP, reside ahora en Palmira (Valle), donde entiendo que maneja un ingenio azucarero de su propiedad. Está retirado de la vida política y no hace mucho renunció a la propuesta que se le hizo para nominarlo como candidato presidencial, con la manifestación expresa de que no volvería a actuar en la vida pública. Es ahora filósofo. Lleva un largo periodo de meditación en Palmira, desde donde ha lanzado varios libros filosóficos: El misterio del tiempo, Fronteras de la libertad (en dos o tres volúmenes).

En Caminos, próximo a circular, hago la reseña de obras colombianas escritas por personas que no son de tus afectos. En asunto de lecturas me baso más en  los libros por sí mismos que en los nombres de sus autores. Decía Schopenhauer: “…Por esto, pueden ser leídos libros de gentes cuyo trato no nos gusta, y así nos lleva la elevada cultura espiritual, poco a poco, a encontrar satisfacciones sólo en libros, no en personas».

La vida modifica muchas cosas. Es posible que inclu­so para ti mismo sean diferentes (superiores, claro) los dos Lleras en el momento actual, luego de haber sido autores de no pocos sucesos espinosos de la vida nacional. Carlos Lleras, que pasa de 70 años, es menos apasionado y libra campañas enérgicas contra la inmorali­dad del país y la corrupción de los partidos, sobre todo el suyo, que ha conocido los peores abismos de la desviación moral. El otro Lleras, Alberto, que escribió con­tra ti el célebre editorial de El Tiempo, está alejado de la política y su salud se halla muy deteriorada. La vida es inclemente, Tulio. Da muchas vueltas.

Hago en mi libro reseñas bibliográficas sobre algunos de tus odiados persona­jes de antaño, y miro más, ya lo dije, su obra de escritores que sus vidas. He podido apreciar cambios de actitud en muchos de los protagonistas de viejas épocas, y no faltaba más que el hombre no tuviera la ocasión de rectificar su pasado.

El actual momento colombiano, sobre todo en lo referente a la política, es confuso. Acaban de transcurrir, en aparente calma, las elecciones parlamentarias y estamos en vísperas de enfrentarnos a la pugna entre liberales y conservadores por la presidencia de la República. Se dice que el gobierno tiene muy bien aceitada su maquinaria para sacar a López Michelsen como presidente por segunda vez.

Belisario tiene asustados a los liberales, ya que su votación quedó muy cerca a la de López y es probable que en las presidenciales gane mu­cha ventaja. (2) Ahora surge un hombre nuevo, de mucho peso, Galán, que está conquistando opinión y divide con fuerza al partido liberal.

Galán es la revelación del momento. Hombre moralista, incontami­nado de vicios, crítico de las falencias de su partido, valiente y con excelente imagen. Belisario, por su parte, combatiente de largas jornadas, cuenta con la unión de los conservadores y anuncia programas que parecen convencer. Veremos qué sucede con este enredo.

El panorama nacional es de males­tar social. Hay que darle comida al pueblo, crear empleo, poner a producir al país. Hay zozobra en los campos y en las ciudades. La vida en Colombia vive atacada todos los días por los asaltos y los tiros. Hay hambre. Es el hambre que tú pintas en una página entera de tu libro. (3) Hay libertad de prensa, pero vivimos una caduca democracia donde los peces gordos están acabando con el país. Lo de siempre.

La inmoralidad es rampante. Un «honorable» padre de la patria (Holmes Trujillo, para más señas) pone por cuenta del erario un marconigrama de ocho millones de pesos a sus electores, y nada le pasa. El contralor no fiscaliza. El procurador se hace el de la vista gorda. Y se pretende que haya bienestar social…

Alfredo Iriarte, periodista fogoso y alto ejecutivo de una compañía de seguros, me hizo un reportaje para la revista Magazín al Día, dirigida por Elvira Mendoza (la hermana de Plinio Apuleyo Mendoza). Allí hablo de Tulio Bayer. A Iriarte le gustó el tema, que yo mismo le propuse, y le encantó haber descubierto algo novedoso para su tarea periodística. Le obsequié tu Carta abier­ta, y él me ofreció que en próximo viaje a Europa te buscará.

Contestas muy bien mi interrogatorio sobre los per­sonajes de tu libro. A todos les he puesto la debida aten­ción. Es posible que algún día establezca contacto con tu sobrina, la médica María Emilia Bayer, ahora residente en Manizales.

Van muy cordiales abrazos de amistad,

Gustavo Páez Escobar

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(1) Hasta donde yo sé, la correspondencia entre Bayer y su colega Francisco Arango Londoño no se ha publicado. Y creo que nunca se publicará. Arango no contestó mi carta. Aun así, lo sigo considerando un “personaje estupendo” en la vida de Tulio Bayer. Callado, pero buen tipo.
(2) Belisario Betancur fue el triunfador de las elecciones presidenciales de 1982. Si alguien quisiera leer un artículo simpático sobre este suceso, lo invito a mi artículo La noche del Hilton (El Espectador, 18-VI-1982).
(3) Toda una página de Carta abierta (la número 30 en la edición de Hombre Nuevo, 1977) está llena con la palabra Hambre, en diversos tipos de letra y en diversas posiciones. Y con esta anotación en la parte superior de la página: “Los resultados, las pruebas, están a la vista: HAMBRE. (Camarada linotipista: escribe hambre hasta el final de esta página)”.

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París, 28 de marzo de 1982

Señor Gustavo Páez Escobar
Armenia

Apreciado amigo:

Acuso recibo de los recortes, que ya están circulando. Utilizo tu método de enviar cartas de otros, para que veas una muestra de muchísimas cartas que recibo de diversos rincones de Colombia, cada día con mayor frecuencia, hasta ocho por semana. Voy a tener que conseguir secretaria ad hoc.

Y concretamente, para que te informes que la ecología la quieren dejar como ma­teria del bachillerato, sin mayor difusión, y como algo oficial. Todo esto sirve, pero no es el ecologismo, la ecología política. No hay en Colombia conciencia ecológica.

No hay sociedades de consumidores, esto es, gente organizada para controlar los productos que nos venden, publicando una revista en la que aparezca la calidad le los mismos probada en un laboratorio, la relación del producto con su peso, con su precio. Y la exactitud o inexactitud de lo que exponen los fabricantes.

Primer paso: crear una sociedad de consumidores en cada ciudad, en cada departamento, y hacer de modo que los consumidores (todo el mundo es consumidor) con­trolen lo que nos quieren meter a la fuerza, a base de propaganda casi siempre mentirosa.

Y segundo paso: crear sociedades de amigos de la Tierra que defiendan los ríos, el agua, el aire, el paisaje, que también es de todos nosotros. Ningún gobierno lo ha hecho, no lo harán los políticos. Sólo el pueblo mismo podrá, como ya lo está haciendo en California, en Alemania, aquí en Francia, en todo el mundo civilizado, controlar los asaltos de los indus­triales amangualados siempre con los políticos, sean cuales fueren.

La ecología, el ecologismo, puede ser la ideología del 80 por ciento de los colombianos que no votan. Y yo diría que puede llegar a ser la verdadera fuerza política que nos salve, si hemos de salvarnos.

Acuso también recibo de tu amable carta. Levanta bien esa bandera de que a los escritores hay que juzgarlos después de leerlos. Es la obra, como tú dices, lo que cuenta. Yo no tendría inconveniente en juzgar sin prejuicios la obra filosófica de Joaquín Vallejo Arbeláez, por ejemplo. La noticia me asombra, los flamantes títulos de sus estudios también.

Por el momento, sin conocer su obra, no puedo pensar sino en que convendría hacerle una serología. Semejante viraje puede ser síntoma de varias enfermedades. Pero en Francia hay expresidarios y prostitutas que han escrito libros estupendos.

Todo es posible, hasta Dios, como decía el médico de Pavarandocito. Tu carta es muy rica en conceptos, por eso no la doy por contestada. Quiero so­lamente cumplir con un primer deber: acusar recibo. Muchas gracias.

Y un cordial abrazo en unión de tu mujer, de tus hijos.

Tulio Bayer

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Armenia, 27 de marzo de 1982

Doctor Tulio Bayer Jaramillo
París

Estimado Tulio:

El recorte de prensa adjunto me ha hecho recordar tu célebre operación en Manizales, cuando bloqueaste las vías de entrada en persecución de los adulteradores de la leche.

En Bogotá acaban de decomisar 84.000 botellas de leche cruda y contaminada. Cuando los colombianos no tomamos leche pura es que estamos contribuyendo a las arcas de los poderosos hatos que tratas­te un día de mostrar en toda su monstruosa especulación.

El que mira –en la foto– el tubo de laboratorio bien pudiera ser Tulio Bayer: tiene contigo cierto parecido en la expresión, aunque quitándole unos cuantos años y subiéndole unos buenos centímetros de estatura. (Corrijo: a la persona hay que aumentarle años para que te alcance en experiencias).

Supongo que en pocos días podré hacerte llegar la revis­ta Magazín al Día donde ha de salir el reportaje de Al­fredo Iriarte. Vamos a ver qué dice el amigo sobre Tulio Bayer, si ha interpretado bien mis palabras. (1)

Van mis permanentes votos de amistad,

Gustavo Páez Escobar

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(1) El reportaje salió con este título, muy al estilo de Iriarte: Hubo una ocasión que las vacas sagradas de Manizales dieron leche adulterada (revista Magazín al Día, 30-III-1982). Puede leerse en mi página web: “artículos – entrevistas y reportajes”.

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Armenia, 22 de mayo de 1982

Doctor Tulio Bayer Jaramillo
París

Estimado Tulio:

Quedé en espera de una carta que me anunciaste y que no llegó. Por eso no te había acusado recibo de los tres libros en francés. Mil gracias. No supe tampoco si recibiste la revista Magazín al Día donde apare­ce el reportaje de Alfredo Iriarte y donde hablo sobre Tulio Bayer.

Me enteré de que te llegó el libro de Ebel Botero. Y lo leíste.  Ebel acaba de estar en Ar­menia, de paso para Manizales, y tuvo conmigo una breve entrevista. Hablamos sobre ti. Recibió tus cartas. La primera, elogiosa de su libro, y las otras (me parece que son dos), polémicas.

Quedó descon­certado y con pocos deseos de entablar un debate, sobre todo por el hecho de no conocerte en persona. Dice que no entiende tu actitud cambiante en sólo breves días de distancia.

Primero lo elogias, después lo atacas. Y lo que es más importante, como  me pareció entender, se ha sentido incómodo con tu po­sición dogmática, muy afirmativa de tus propios puntos de vista, y que por eso mismo no admite concesiones.

Perdóname que te transmita fielmente esta apreciación. Te hablo con algo de dureza, pero con sinceridad. Soy, por otra parte, sólo referente. Esto para explicarte que Ebel Botero no desea sostener polémica sobre los temas de su libro. (1) No está de acuerdo contigo en asuntos de especial importancia de su texto, pero tampoco va a rebatirlos. Dice que su verdad está en el propio libro.

Me ha pedido que te haga llegar las fotocopias adjuntas que dan fuerza a sus argumentos. Por otra parte, se ha sentido bien tratado por ti en cuanto se refiere a su condición homosexual, al haber hallado en tus cartas un enfoque amplio y comprensivo. Parece que no te da la razón en varios puntos científicos. Como iba de prisa, me confió las fotocopias. Cumplo con enviártelas.

Recibe, una vez más, mis cordiales deseos de amistad,

Gustavo Páez Escobar

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(1) Homofilia y homofobia, Editorial Lealon, Medellín (1980). Sobre este libro escribí un artículo en El Espectador, con el mismo título de la obra (8-VIII-1980).

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París, 19 de junio de 1982

Señor Gustavo Páez Escobar
Armenia

Apreciado amigo: (1)

Recibí ayer un puñado de cartas tuyas. Comenzando en desorden, me referiré primero a la copia de la carta que dirigiste al doctor Alberto Gómez Mejia, con el propósito de establecer un con­tacto entre nosotros. Por la descripción que haces del personaje, se trata de un ecologista.

Te acompaño otro ejemplar de Quand vous voudrez, para que se lo obsequies. Y por supuesto, me gustaría saber qué actividades desarrolla como ecologista. Estoy dispuesto a colaborar con él en lo que esté a mi alcance. Antes de seguir adelante, corregiré el barbarismo francés de decir ecologista y seguiré escribiendo ecólogo, como tú.

En fin, mi sensibilización por este problema, que para mí es el mayor de los problemas que afronta el ser humano, se inició hace ya 18 años, en Cuba, cuando leí el libro La primavera silenciosa, que probablemente tam­bién has leído y que relata en forma amena y dramática, y además científica, esa primavera sin cantos de pájaros que siguió al uso y al abuso de insecticidas y pesticidas.

Con el propósito de matar mosquitos, hormigas y cucarachas, pero ante todo porque las multinacionales tienen que vender sus preparaciones, se produjo una catástrofe ecológica, una ruptura del equilibrio natural, que en muchos sitios fue irreversible.

Los pájaros insectívoros devoraron los insectos agonizantes o muertos y el veneno extinguió las especies más pequeñas. Pero hasta el águila real, en vías de desaparición, que logró resistir la comida envenenada de los pequeños pájaros agonizantes o muertos, acumuló en su grasa el veneno, y el veneno pasó a los huevos, que resultaron estériles.

¿Historia de especies animales extinguidas?, ¿historia de pajarillos muertos? Todo ello me pareció muy triste y muy alarmante, pero como revolucionario militante pensé que el triunfo de la revolución socialista acabaría por suprimir esta sórdida historia de mercaderes.

Se necesitó mucho más tiempo para que, estando ya aquí en París, comprendiera que para un intelectual revolucionario (casilla en la que me ubico), la explotación del hombre por el hombre no es en la actualidad el punto esencial, sin que por ello haya perdido su indiscutible importancia. El punto esencial, que afrontamos hoy como especie, es la defensa de este planeta Tierra, el único que poseemos.

Este planeta azul (de este color lo han visto los cosmonautas y los astronau­tas) es una nave espacial en la que vivimos gracias a la energía. Pero las fuentes de energía (carbón, petróleo) son extinguibles. Se acaban irremediablemente. Frente a esta realidad, es preciso buscar energías nuevas si no queremos perecer. Ahora bien, la solución a esta creciente necesidad de energía, para los dos imperialismos que buscan  gobernar la Tierra, es la energía termonuclear. Eso es lo que nos recetan las multinacionales que operan tanto en la Unión Soviética como en los Estados Unidos. Y esta no es una so­lución sino un suicidio colectivo.

Este problema de la energía termonuclear constituye la piedra de toque para saber quién es ecólogo y quién no lo es.

Si se comprende que las centrales termonucleares son un remedio peor que la enfermedad y que el mecanismo por el cual se ha llegado a esta «solución» es absurdo, el sujeto es ecólogo. Si se es indiferente al problema, se trata de una oveja que esquilarán y llevarán al matadero. Si se está en favor de las centrales termonucleares, se puede estar frente a un ignorante o a un monstruo, poseído por el demonio del productivismo.

En verdad, la energía termonuclear no es nueva. Lo nuevo es que el hombre, en virtud de una tecnología hija de la ciencia, pero que no es la ciencia misma, puede fabricar una bomba atómica, puede calentar agua valiéndose de la fisión nuclear, en vez de utilizar el petróleo o el carbón o la energía hidráulica, etc., etc. El sol es una vieja bomba atómica, una poderosísima central termonuclear que tiene la ventaja de que durará millones de siglos y de que está a pruden­te distancia de nosotros.

La solución en la que creemos los ecólogos se sitúa en primer término en el uso racional de las energías extinguibles que todavía nos quedan (petróleo, car­bón) y en el aprovechamiento de la vieja y venerable y gratuita energía solar.

Desarrollar y perfeccionar la técnica para el beneficio de la energía solar traería aparejada además la libertad. Los hombres no necesitamos monstruos productores de energía eléctrica que acaban por crear en un país, bajo la máscara del progreso, una verdadera dictadura, como la que se combate en Francia, y que es la E.D.F. (Electricité de France), que a fuerza de electrificar ha convertido al hombre en esclavo de un nuevo poder (el electrofascismo, lo han llamado algunos).

Ya no es el «hada electricidad» de nuestros abuelos que remplazó la vela de sebo o de parafina y que hizo posible la revolución industrial. Hoy no es un hada sino un tirano que nos obliga a consumir energía eléctrica innecesaria.

El despilfarro industrial de la electricidad es aún más inquietante. Y en pequeño, aldea por aldea, pueblo por pueblo, casa por casa, el hombre puede obtener del sol y la biomasa la energía necesaria para una vida normal. Es el aspecto descentralizador de esta energía, liberador. En Colombia sería un adefesio la instalación de centrales termonucleares. Y temo mucho que no escaparemos a esta calamidad.

Se necesitan hombres de buena voluntad que se tomen el trabajo de leer li­bros sobre ecología, y en la mayoría de los casos, de hacer el esfuerzo de traducirlos, por cuanto la única manera posible de oponerse al productivismo es creando una conciencia ecológica.

EI libro de Brice Lalonde cuenta la historia de la ecología en Francia, como colectividad política, sin ser propiamente un partido político. Como decía René Dumont, primer candidato de los ecólogos a la presidencia de esta república, es preciso que los ecólogos se politicen y que los políticos se ecologicen.

Inicialmente, los desastres ecológicos eran tragedias que comentaban entre sí los viejos sabios. Físicos, biólogos, oceanólogos, zoólogos, botánicos. El famoso Club de Roma, compuesto de sabios, dio hace ya tiempo la primera campanada de alarma sobre la extinción de la energía en este planeta.

Con todo, los políticos, por lo general ignorantes en asuntos científicos, o ignorantes totales como nuestro actual Presidente (de Colombia, quiero decir, pues Francois Miterrand es un humanista), son indiferentes ante  todo lo que no se contabilice en votos, es decir, en ganancia, es decir, en explotación, han tenido que escuchar a los sabios cuando el movimiento ecológico adquirió proporciones populares.

Los sabios, alérgicos a la política y hasta cierto punto desdeñosos de la capacidad que pudiera tener el pueblo de comprender sus problemas, han descubierto que necesitan pueblo para evitar la catástrofe. Tal vez este es el gran mérito de Brice Lalonde, que decididamente planteó el movimiento ecológico como un movimiento político. Y para sorpresa de todos, hemos visto que el pueblo, por razones, pasiones y motivaciones muy diversas, ha ido entrando detrás de los sabios, sin tener en cuenta los partidos.

Podría decirse, parodiando la frase de un general colombiano, que el planeta Tierra está por encima de los partidos. Yo estoy buscando hace mucho tiempo una élite científica o intelectual que pudiera ejercer el papel que ejercen aquí sabios como René Dumont, Michel Bosquet («más vale un capitalismo no nuclear que un socialismo nuclear»), Alain Bombard (el oceanólogo), el comandante Cousteau del buque “Calypso”, Haroun Tazieff (el volcanólogo), etc. Mejor dicho, estuve buscándola. Escribí muchas cartas y envié muchísimos libros.

Me topé con algunos profesores de física y de biología, muy atentos y respetables, que por supuesto sabían qué es un ecosistema y que tenían conciencia del problema. Pero… solamente en Ibagué existe un núcleo que parece ser independiente del gobierno y de la industria y que ha publicado algunos estudios interesantes. No ha pelechado mucho. El paso a la ecología política no se ha dado.

Soy pesimista en cuanto a un movimiento ecológico que llegue a adquirir la amplitud de los movimientos de Estados Unidos o de Europa, en particular los de Alemania y Francia. Hay una muralla de ignorancia, a mi juicio resultante de que en un pueblo atrasadísimo como el nuestro, la élite está por lo general mal preparada en lenguas para leer inglés o francés o alemán, lenguas en que están escritas las grandes obras sobre ecología.

Creo que por hoy basta. Recibe mi cordial saludo en unión de los tuyos,

Tulio Bayer (2)

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(1) Esta es la última carta recibida de Tulio Bayer, y en ella se refiere a un tema que lo apasionaba: la ecología. Por estos días, estaba cansado y muy enfermo. Murió en París ocho días después de esta carta, el 27 de junio de 1982, a la edad de 58 años.
(2) Al firmar esta carta, Bayer escribió la palabra “Tulio” en letra roja, pero al advertir que se le había agotado la tinta, tomó otro bolígrafo, de tinta verde, y escribió completo  “Tulio Bayer”. Y anotó: “El rojo no marchó. ¡Vamos con el verde!”. Curiosa circunstancia, por ser el verde el color distintivo de la ecología. Con el tema de la ecología se despidió del mundo y del amigo de la selva.

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FERNANDO SOTO APARICIO

Nació en Socha, Boyacá, el 11 de octubre de 1933, pero muy niño fue trasladado a Santa Rosa de Viterbo, donde vivió su niñez y juventud e inició su carrera literaria. Por eso, suele considerársele oriundo de esta última población. Poeta, cuentista, novelista, dramaturgo, periodista, profesor, ensayista, guionista de cine y libretista para la televisión. Uno de los escritores más prolíficos del país, cuya fama ha traspasado las fronteras patrias. En el gobierno de Belisario Betancur se desempeñó como agregado cultural de la embajada colombiana en Francia.

Tanto en su poesía como en su narrativa prevalece el amor como la fibra esencial de la vida. Alrededor del hombre gira toda su producción. En sus novelas, sobre todo, ha recreado la humanidad en múltiples facetas, y valiéndose de personajes de la vida común ha pintado la tragedia humana en medio de un ambiente de oprobios, de trabajos tiránicos, de miserias e injusticias. Esos dramas cotidianos, que el novelista sabe plasmar con realismo y lenguaje llano y poético, llevan un propósito invariable en toda su obra: la redención del hombre. Siempre el hombre. Y siempre el amor.

Libros: Diámetro del corazón, Motivos para Mariángela, Palabras a una muchacha, Oración personal a Jesucristo, Cartas a Beatriz, Los bienaventurados, La rebelión de las ratas, Mientras llueve, El espejo sombrío, Después empeza­rá la madrugada, Viaje al pasado, Viva el ejército, Viaje a la clari­dad, La siembra de Camilo, Mundo roto, Camino que anda, Solamente la vida, El inconforme, Proce­so a un ángel, Una ventana sobre el infierno, Los funerales de América, La última guerra, Quinto mandamiento, El sueño de la anaconda, Solo el silencio grita, Jazmín desnuda, Los últimos sueños, La demonia, Palabra de fuego, Lecturas para acompañar el amor, Los juegos de Merlina, Lunela, La cuerda loca, Puerto silencio, El color del viento, El corazón de la tierra, La noche del girasol, Los hijos del viento, La agonía de una flor, Alba de otoño.

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Armenia, 18 de abril de 1981

Señor don Fernando Soto Aparicio
Bogotá

Distinguido escritor e ilustre paisano boyacense:

Desde hace buen tiempo he querido hacer un contacto con usted. No ha llegado la oportunidad. Hoy me valgo de Vicente Pérez Silva, gran amigo mío, para hacerle llegar esta mi primera novela, Destinos cruzados, que cumple diez años de publicada.

Es una obra escrita con espontaneidad y sin rebuscamientos. Posee una característica especial: haber si­do escrita a los 17 años de edad. Hay personas que le encuentran interés y me han insinuado la facili­dad que tiene para adaptarla corno telenovela. Usted, que es experto en estos menesteres, podría opinar mejor. Con tal propósito se la envío, pero lo hago sobre todo con el ánimo de mantener un contacto con usted.

Después publiqué Alborada en penumbra, otra nove­la, y luego Alas de papel, colección de artículos de prensa. Acabo de asesorar al Comité de Cafeteros del Quindío en la publicación de una obra inédita de Eduardo Arias Suárez, extraor­dinario cuentista nacido en Armenia y fallecido hace 21 años.

Espero la salida para este semestre de mi libro de cuentos El sapo burlón, que se edita dentro de la serie bibliográfica del Banco Popular. Tengo terminada otra novela, Ventisca, que está en busca de editor.

Sigo con interés su carrera literaria. Lo leo, lo ad­miro y lo veo cada vez más arriba en el panorama in­telectual del país.

Le va mi saludo afectísimo,

Gustavo Páez Escobar

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Armenia, 10 de febrero de 1982

Señor don Fernando Soto Aparicio
Bogotá

Amigo Fernando:

Acabo de recibir su amable envío, Soto Aparicio o la filosofía en la novela, libro que he visto reseñado en los periódicos y que leeré con la mayor atención. Correspondo a su gesto con la remisión de mi reciente libro de cuentos, El sapo burlón, publicado por el Banco Popular, con prólogo de Otto Morales Benítez.

Le agradezco su intención de publicar un comenta­rio en el próximo número de Gato encerrado sobre mi novela Destinos cruzados, que le hice llegar por manos de Vicente Pérez Silva. Usted ha leído ese libro primerizo de mi carrera literaria, y es­to es, desde luego, noticia para mí.

Tiene la obra una virtud: la de ser escrita –en Tunja– a muy corta edad y en forma muy espontánea. La espontaneidad –usted lo sabe mejor que yo– es quizá la mejor virtud que debe proteger el escri­tor, y la que más suele perderse conforme se avanza en las sendas del «terrible» oficio. Hay en mi novela un lenguaje sencillo, directo, expresivo. Si vol­viera a escribirla, la dejará casi intacta. Le haría sólo ligeros retoques. Y es que descubrí que el libro, dentro de su escritura simple, ha gustado. Algunos colegios en Armenia lo impusie­ron como texto de estudio.

Por eso ha sido mi insistencia con usted. Muchos conceptos coinciden en que tiene bases para ser adaptada como telenovela. Usted es un maestro del género. En mis cuentos es posible que halle también piezas que pudieran trasladarse a la televisión.

En reciente viaje mío a Bogotá lo buscamos con Vicen­te Pérez Silva. No acertamos a lo­calizar su dirección y tampoco pudimos verlo en Tercer Mundo, de donde es usted visitante asiduo. Queda pendiente una entrevista con usted, que deseo con gran interés, y ojalá no esté lejana esa posibilidad.

Me interesa la vinculación con usted por nuestro paisanaje boyacense, y sobre todo por saber de sus exi­mias calidades intelectuales. He leído varios de sus libros. Tengo otros pendientes y me propongo penetrar en ellos para hacerme a un concepto más válido de su obra. Mucho me ayudará para dicho propósito el libro de Beatriz Espinosa Ramírez, un enfoque razonado sobre su esencia humanística y filosófica.

Un cordial abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, septiembre 10 de 1982

Señor Gustavo Páez Escobar
Armenia

Apreciado Gustavo:

Estoy en una terrible mora contigo. Te debo no sólo esta carta sino mi agradecimiento muy de corazón por el artículo que escribiste sobre el libro de Beatriz Espinosa, y que me pa­reció muy generoso. Pero estaba un poco fuera de la realidad si por ésta entendemos lo cotidiano, lo del oficio de vivir que a veces se nos va complicando quizá porque nacimos para ser complicados o porque ser hombre es de por sí ser difícil.

Estuve –y valga esto quizás a manera de disculpa– es­cribiendo una novela (la # 16; la 15 aparece el mes entrante en Bolsilibros de Bedout, Hermano hombre). Este otro libro tiene una tesis o una idea central: los medios de comunicación incomunicaron al hombre.

Yo recuerdo que en la época de mi padre, en Boyacá la gente se comunicaba, hablaba entre sí, cambiaba ideas, daba su palabra. Ahora, casi nadie habla con nadie, todos vamos de prisa, la palabra ha sido la gran desterrada del siglo veinte y ahora se impone el lenguaje de la cibernética.

Todo eso me angustia y escribí un libro, irreverente y terrible, cómico y doloroso, con el título de La demonia. Algún día lo veremos andando por ahí en las librerías y en las manos de la gente, abriéndole caminos o enseñándole a recuperar los que le quitaron

He visto en El Espectador de hoy la noticia de otro libro tuyo y me alegra saber que seguimos en la brecha. Este oficio de escribir no es cosa fácil, pero es el oficio de uno, y de ahí no lo saca nadie. Me alegra esta nueva publicación y espero que sigas adelante, cosa de la que no dudo, porque ya tu vocación está afirmada.

He estado hablando de tu novela Destinos cruzados en la programadora con la que trabajo, Promec. Ellos ya tienen hecha su programación de telenovela hasta agosto de 1983 (escrita y filmándose). Pero como yo tengo dos copias del libro tomaron una (la dejé con el director Alberto Upegui, marido de Carmiña Gallo), y quedamos de hablar más adelante. Cuando sepa algo te lo iré contando.

Tan pronto salga Hermano hombre te enviaré un ejemplar. Y mientras, recibe un abrazo cordial,

Fernando Soto Aparicio

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Bogotá, 13 de septiembre de 1982

Señor don Fernando Soto Aparicio
Bogotá

Estimado Fernando:

Extrañaba tu silencio después de mi artículo sobre tu obra, a raíz del ensayo de Beatriz Espinosa Ramírez. Pero ya sabía que cuando estás escribiendo un libro en­tras en retiros espirituales. Por eso supuse que te habías metido en un convento o en algo semejante.

Ahora me cuentas que van en ruta tus novelas números 15 y 16. Es envidiable esa incesante producción litera­ria a la que vienes entregado con tanta pasión. Yo, en cambio, permanezco en tremenda lucha con los demonios de las cifras bancarias, tratando de que no me apabullen.

Para poder escribir o leer literatura debo ejercer una increíble disciplina de madrugadas y marginamientos nada comunes en la vida materialista de los números y los so­bresaltos financieros. Algo se hace, pero con enormes esfuerzos mentales. La mente vive fletada. La empresa quiere volvernos máquinas, y no todos nos dejamos.

Espero leer pronto tu Hermano hombre. Ahí sigues defen­diendo tu obra vital, el hombre. Y en cuanto a La demonia, qué magnífico título para el tema que te propones. Ahora que la mujer pregona sus derechos y reclama liber­tades que no siempre se comprenden, démosle ese femenino que también le pertenece.

Estamos en el momento más absurdo de la incomunicación humana, donde se habla mucho pero no se entiende nada. La palabra ha dejado de ser el medio supremo de la comprensión del mundo, para convertirse en elemento de castigo. La demonia nos dirá de este galimatías a que ha llegado el planeta.

Ojalá, como lo intentas, Destinos cruzados llegue algún día a la televisión. Es un tema fácil de llevar a ese me­dio y que además, según parece, tiene interés para el grueso público.

Te va el cordial saludo de

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, 7 de febrero de 1983

Señor Fernando Soto Aparicio
Bogotá

Estimado Fernando:

Te veo con deseos de salir del país. Supongo que Belisario Betancur, con quien tienes vínculos de amistad y cercanía intelectual, te está halagando con el servicio diplomático. Excelente oportunidad. Por fuera de Colombia tu obra logrará mayor resonancia. Los linderos de nuestra patria son estrechos para tu trayectoria. El escritor colombiano triunfa en el ex­terior.

García Márquez, Germán Espinosa, Marco Tulio Aguilera, Plinio Apuleyo Mendoza, y muchos más, tuvieron que irse de Colombia para hacerse conocer. Triste realidad. Hay un boyacense, Gilberto Abril Rojas, a quien no conozco en persona, pero sí por sus cartas esporádicas, que prueba suerte en Venezuela. En su últi­ma misiva, de hace dos años, me cuenta que ejerce allí de ferroviario, albañil, herrero, ornamentador, periodis­ta, publicista… ¡y poeta!

Son esas las miserias de la literatura que el mundo tiene reservadas para los escritores. Entre las estrecheces, sin embargo, se han forma­do los genios.

Te van, con mis cordiales votos de amistad, mis mejores deseos para 1983,

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, 13 de febrero de 1986

Para Gustavo Páez Escobar
La Ciudad

Apreciado Gustavo:

Me alegró nuestra breve conversación de esta mañana, y pienso que sirvió de primera toma de contacto en esta capital de la inseguridad y el frío. (1)

Como te prometí, te envío La cuerda loca, que ha tenido una gran acogida hasta el punto de que, a los tres meses de publicada, está para aparecer la segunda edición. Es un libro irrespetuoso, sobre temas intocables, pero en el fondo, creo yo, sigue estando el hombre, con su problemática y su angustia.

He perdido contacto, ahora, con Punch y con Promec, respecto al asunto de telenovelas, porque firmé un contrato de exclusividad con RCN. Con ellos trataré de buscar un campo para los Destinos o para otra obra tuya. De este aspecto te contaré con más detalle, ya sea por escrito o por teléfono.

Espero que nos llamemos, y que podamos vernos y compartí un café y conversar de tantas cosas que nos son comunes.

De todos modos, me alegra que estés en Bogotá. Te leo siempre en El Espectador, y me agrada la forma en que escribes.

Recibe un abrazo fraternal, y ¡adelante!

Fernando Soto Aparicio

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(1) Fernando Soto Aparicio está de regreso al país, después de desempeñar el cargo de agregado cultural de nuestra embajada en Francia.

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Bogotá, 14 de febrero de 1986

Señor Fernando Soto Aparicio
La Ciudad

Apreciado Fernando:

Ya está en mis manos La cuerda loca, tu novela de actualidad, y me ha agradado tu gesto de habérmela hecho llegar a mi residencia junto con tu carta de amistad.

Ya estaba enterado del éxito de ventas de la nove­la como consecuencia de la acogida que ha tenido del público. En Plaza y Janés te impulsan porque han encontrado que tanto tus obras recientes como las anteriores consiguen buen mercado. Es el aspecto del negocio lo que motiva a las editoriales para respaldar el nombre de un escritor que ha traspasado la barrera de la fama. Para ellos, fama se debe traducir en ventas.

Magnífico que estés con la programadora RCN. De pronto logro allí la telenovela para Destinos cruzados, mi obra de ju­ventud de fácil adaptación a la pantalla chica y cuyo argumento, pienso, despertaría interés. O para Alborada en penumbra, otra novela, de mayor madurez, también de buen fondo para este tipo de montajes.

Como ejecutivo bancario y escritor me ha tocado atacar, con esfuerzo titánico, ambos frentes. No es un caso co­mún. En la banca hay rigidez y se mantiene uno como entablillado. Mi campo es la literatura. Pero del otro oficio derivo la subsistencia material. Mi lucha es gigantesca.

Tú, en cambio, escritor profesional, dedicas tus ener­gías totales a la literatura. Tu obra ya está redonda. Es el resultado de una vida de plena actividad intelectual. Estás en la cumbre y llegarás más lejos. Te envidio y me congratulo con tus éxitos. A otros, que tam­bién sentimos y sufrimos las letras, nos toca más duro. Yo espero abrirme más campo ahora que estoy en la capital y he conseguido romper algunas barreras y trazarme un itinerario más seguro.

Leeré con interés tu Cuerda loca. Voy a extraerle las “cuerdas” de irreverencia e irrespeto social con que has armado este nuevo libro sobre la angustia del hombre.

Ojalá podamos departir. Acepto tu café, pa­ra estrechar la amistad y hablar de tantas cosas comunes.

Mil gracias por tu deferencia.

Te va un fuerte abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, abril de 1986

Señor Gustavo Páez Escobar
La  Ciudad

Querido Gustavo:

Te devuelvo los originales de tu nueva novela, Alborada en penumbra.

Como te dije por teléfono, me la leí, y me gustó. Tiene garra na­rrativa, que es esencial en estas cosas; los personajes están bien definidos; y otro personaje capital –el pueblo– está bien traza­do. Lo natural, lo sobrenatural, lo cotidiano, y la catástrofe fi­nal, convencen.

Asimismo, el libro es aceptable desde el punto de vista ‘ventas’, que es lo que motiva, en gran parte, a una editorial, que –bien lo sabes–, es un negocio de comercio. No es un ladrillo, no es un novelón: es breve, fácil de leer, tiene interés, situaciones lle­nas de calor humano –errores, odios, aciertos, mezquindades–: lo que somos.

Un abrazo,

Fernando Soto Aparicio

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Bogotá, 27 de abril de 1986

Señor Fernando Soto Aparicio
La Ciudad

Mi querido Fernando:

La llegada de Destinos cruzados a la televisión es obra exclusiva tuya y para mí representa un premio después de grandes esfuerzos en la literatura. La no­ticia me ha producido mucho regocijo.

Hace 16 años publiqué la novela. Desde entonces no ha­bía vuelto a leerla. Ahora lo hago con la emoción con que se regresa al comienzo del escritor. Es, además, un reencuentro con la juventud, ya que el libro fue escrito a los 17 años. Hay en esta marcha atrás algo de doloroso al advertir el paso inexorable del tiem­po, pero también de estimulante al comprobar la perse­verancia en un noble destino.

Someto ahora la novela a unos retoques. Serán ligeras correcciones que en nada modificarán su estilo y es­tructura. Veo hoy, con hondo pesar, que lo que se ha ganado en lenguaje y rigorismo gramatical se ha perdido en espontaneidad. Lo que más debería cuidar el narrador es la fluidez, y esta a veces se sacrifica por la solemnidad.

Descubro con envidia que el adoles­cente de los 17 años tiene que darle muchas lecciones al escritor de los 51 años.

Luego de esta labor de pulimento, que sin embargo respetará la sencillez de aquel ensayo de juventud, volveré a pasar a máquina Destinos cruzados. Es de­cir, tomaré nuevo impulso después de los cinco libros que van publicados. Si apareciera un editor arriesga­do –y tú sabes que éstos viven escondidos–, vendría la segunda edición. Por lo pronto, quedas enterado de mi trabajo de carpintería.

Mil y mil gracias por tu solidaridad y tu voz de alien­to. Has creído en mi modesta labor y esto me gratifica de muchos sinsabores.

Te va un estrecho abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, 15 de noviembre de 1987

Señor Fernando Soto Aparicio
La Ciudad

Apreciado Fernando:

Acompaño una carta de Laura Victoria donde te manda saludar. Como ves, adelanto gestiones para que se publique un libro suyo por la Gobernación de Boyacá. Lo indicado sería que se editara su obra completa. Hoy Colombia, triste es admitirlo, no conoce a esta inmensa poetisa del amor y la ternura. Ojalá se concrete al fin su viaje al país: hace dos años que lo está anunciando. Está anciana –80 años– y llena de quebrantos físicos, pero su mente se mantiene joven.

Hay excelentes comentarios sobre la telenovela Destinos cruzados. Tú te llevas palmas en esta realización, y RCN consigue una evidente superación. La obra ha penetrado en todos los círculos y llega, sobre todo por su argumento cotidiano y real, al ámbito de los hogares. El tema del desamor, por su frecuencia destructora de la familia, saldrá como fórmula ideal para que el público tome cartas y asimile la lección.

Con un cordial saludo,

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, 18 de mayo de 1990

Señor Fernando Soto Aparicio
La Ciudad

Apreciado Fernando:

Al fin salió Ventisca. Esto es como salir un alma de pena. Supongo que ya la recibiste de la Uni­versidad Central, como indiqué en la lista de distri­bución. Aunque conoces la novela, ahora la vas a ver transformada. No sólo es «lo que puede la edición», sino que la obra fue sometida por mí a una rigurosa remodelación. Me gustaría conocer tu opinión.

Sigo adelante con mis proyectos. Las editoriales co­merciales no han sido generosas con mis libros, y es­to me ha obligado a ser más fuerte con mi vocación. Soy experto en rechazos, de amigos y de casas impre­soras. En medio de esas rudezas camina erguido mi signo de escritor.

Un gran abrazo,

Gustavo Páez Escobar

Ver epistolario Fernando Soto Aparicio 1991-2000

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GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL

Nació en Tuluá, Valle del Cauca, el 31 de octubre de 1945. Novelista, cuentista, ensayista, profesor universitario, periodista. Escritor de protesta, cuyas novelas y artículos de prensa causan revuelo por las denuncias que formula contra los abusos públicos y los desequilibrios sociales. Desde temprana edad se dio a conocer con la novela Cóndores no entierran todos los días (1971), un referente de la violencia colombiana de mitad del siglo XX. Es su obra más reconocida, y Francisco Norden la llevó al cine.

En 1978 se vinculó a la política, y ha sido concejal de Cali, diputado a la Asamblea del Valle del Cauca, dos veces alcalde de Tuluá y gobernador del Valle del Cauca.

Libros: Piedra pintada (1965), El gringo del cascajero (1968), Cóndores no entierran todos los días (1971, ganadora del Premio Manazor), La boba y el buda (1972, ganadora del Premio Ciudad de Salamanca), Dabeiba (1973), El bazar de los idiotas (1974), Manual de crítica literaria (1978), Cuentos del Parque Boyacá, Los míos, El titiritero, Pepe Botellas, El divino (1986), El último gamonal (1987), Los sordos ya no hablan (1991), El prisionero de la esperanza, Entre la verdad y la mentira, Comandante Paraíso, Las mujeres de la muerte, La resurrección de los malditos (2007).

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Bogotá, 17 de octubre de 1985

Escritor Gustavo Álvarez Gardeazábal
Tuluá

Apreciado amigo:

He sido gratamente sorprendido con tu amable carta de felicitación con motivo de la Medalla al Mérito Artístico y Literario que me acaba de otorgar la Gobernación del Quindío. Mucho aprecio ese mensaje.

Da la casualidad de que en el momento leo tus Cuen­tos del Parque Boyacá. Meses atrás habla leído el Manual de crítica literaria. En esta forma he abar­cado más la trayectoria del escritor que ya cumple una obra ponderable.

Mil gracias por informarme sobre los 75 años de vida de Euclides Jaramillo Arango. Tendré en cuenta la fecha para hacerme presente con alguna manifestación. Este viejo querido se merece todo.

Sigo avanzando en mi vocación literaria, con algún esfuerzo y algunas dificultades dada mi ocupación laboral.

Va mi cordial saludo,

Gustavo Páez Escobar

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Alcañiz, (1) noviembre 13 de 1985

A Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Mil gracias por tu carta del 17. Efectivamente, mañana estaremos en la celebración de los 75 años de Euclides Jaramillo Arango. Y, como lo digo en mi lectura, “Euclides ha pretendido, y a fe que lo ha logrado, institucionalizar para el futuro un método, un aliento y una ventana para recordar no solo los tiempos pasados a las generaciones venideras, sino la forma de entender, con justicia y orgullo, las raíces primigenias de nuestro comportamiento actual”.

También estaré en Bogotá el 20 y 21 de este mes, para presentar el libro de Julio César Turbay Ayala en la Luis Ángel Arango. ¿Podrías llamarme al Tequendama esos días? Como no tengo tu número telefónico apelo a que me trates de localizar o al menos a que me dejes seña con la telefonista de dónde hallarte.

El divino, mi próxima novela, saldrá hacia la mitad de marzo. Ya está lista, pero las consideraciones de rigor me imponen esa fecha. Por supuesto la compartiremos.

Un abrazo,

Gustavo Álvarez Gardeazábal

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(1) Finca de Tuluá donde vive Gustavo Álvarez Gardeazábal.

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Bogotá, 27 de noviembre de 1985

Escritor Gustavo Álvarez Gardeazábal
Tuluá

Apreciado amigo:

El desastre de los correos nacionales me impidió cono­cer a tiempo tu venida a Bogotá para el lanzamiento del libro de Turbay Ayala. Llegada tu carta a esta ciudad el día 16, como lo certifica la constancia del sobre, sólo me fue entregada el 25. Y tu presencia en la capital había ocurrido los días 20 y 21 de es­te mes. De lo contrario hubiera asistido al acto o te hubiera localizado en el Tequendama.

Para el cumpleaños de Euclides Jaramillo me hallaba fuera de Bogotá. Y desde mi lejanía (Valledupar) hice llegar al gran viejo mi expresión de amistad.

Leí el recorte de prensa que me envías. Coincide tu artículo con mi pensamiento: Colombia está a un paso de la guerra civil. Los signos son evidentes. Tanta barbarie y canibalismo mantienen al país al borde de la locura. Esta guerra progresiva, que ya ni siquiera es silenciosa, todos los días pone nuevos tramos de destrucción.

La descomposición de los par­tidos, la falta de ideologías, la rampante inmoralidad permiten la disolución social. Por fortuna se no­ta alguna reacción en los últimos días, después de la masacre del Palacio de Justicia y de la erupción del Nevado del Ruiz. Confiemos en el milagro.

Esperemos tu próxima novela. El divino creará otra polvareda. Es tu especialidad. La polémica le hace bien a la literatura. Y la ironía social que tan bien manejas, aporta motivos de meditación.

Un cordial saludo,

Gustavo Páez Escobar

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Alcañiz, abril 23 de 1986

A Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Mil y mil gracias, mi querido señor, por tan generosos conceptos sobre mi novela. (1) Ha sido una sorpresa difícil de medir lo que me ha ido pasando con ella. Prácticamente cada viernes Fraile (2) ordena una nueva tirada a la editorial y en Colombia, sin el amparo publicitario masivo, que valdría millones y millones, es una verdadera hazaña tirar 35 mil ejemplares para cuatro meses.

Pero me ha aterrado más la reacción de las gentes en las calles, en las cartas. Llevo 16 años publicando novelas y nunca había recibido ni la variedad ni la cantidad de cartas que me llegan a Tuluá, a la editorial o a los periódicos donde escribo, a más de las que aparecen en los correos de los diarios capitalinos. Parece que hubiese tocado una cuerda de la melodía colombiana…

Me preocupa un tanto lo de Ricaurte. Intenté llegar y tuve que salir antes de ser linchado. Las periodistas de la televisión llegaron hasta allá enviadas por Fernández Gómez y acompañadas por la corresponsal de El Tiempo. “…es como si en Ricaurte hubiese acaecido un cataclismo”, me dijo la Pantoja. “Es mejor que te cuides, allá nadie sabe si aceptar o no la novela, si gustarla u odiarla y tienen cara de peligrosos”…, me dijo María Eugenia Sánchez.

Tú lo dices en tu bella nota sobre mi libro. (3) Las gentes de Ricaurte deben estarse buscando… y como no se encuentran sino en perdidas referencias y solo encuentran a su divino Ecce Homo, sus fiestas y sus trajines, el impacto debe ser mayor. (El único problema es que Ricaurte está a 14 ktms de Alcañiz…)

Probablemente vaya a España hacia junio para el show de la novela, los editores de Barcelona están muy interesados. Lo decido el 30 cuando vaya a hacer la presentación del libro de Turbay en la Luis Ángel. Si me queda tiempo, de prisa podríamos vernos, pero cada que subo al páramo urbanizado apenas si me dejan respirar los compromisos.

Una vez más, mil y mil gracias. Abrazo,

Gustavo Álvarez Gardeazábal

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(1) El divino.
(2) Gerente de Plaza y Janés.
(3) Artículo en El Espectador (21-IV-1986), titulado El divino.

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Alcañiz, mayo 5 de 1987

A Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Estuve tentado, durante los días de pesadilla de la escritura de libretos de El divino a llamarte para una cordial charla. Ese castrante oficio no deja tiempo. Y ahora, cuando perdí la batalla con Caracol por defender la integridad de mi novela e impedir que el secuestro y la violencia entraran bajo mi nombre a la tv, no me queda más que poner orden a mi correspondencia y decirles a mis amigos que aquí estoy, íntegro y satisfecho de sentirme escritor y no haber claudicado por unos pesos tentadores.

Cordial abrazo,

Gustavo Álvarez Gardeazábal

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Bogotá, 18 de mayo de 1990

Escritor Gustavo Álvarez Gardeazábal
Cali

Apreciado amigo:

La Universidad Central ya debió despacharle, a tu al­caldía en extinción (1) –cada vez más reducida, como la piel de zapa–, mi novela Ventisca, la cual fue lanza­da en la tercera Feria Internacional del Libro. Me gustaría conocer tu opinión.

Por Gloria Chávez Vásquez supe que te habías entera­do de la existencia del Conde del Jazmín –un libro frustrado en medio de la algarabía de reinas y aguar­diente del centenario de Armenia–, hecho al que me referí en El Espectador. El conde resucitará de todas maneras, según veo.

Sigue la lucha de los libros. Es una lucha eterna. Por lo pronto, sale Ventisca. Otro par de títulos es­pera edición. En fin, esa es la marca del escritor. Cuando quedes cesante de tu alcaldía, también te es­peran los libros, esta vez con superiores experiencias.

Con un cordial saludo,

Gustavo Páez Escobar

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(1) Fue alcalde de Tuluá, su pueblo.
(2) Título del artículo: Armenia se quedó sin conde (El Espectador, 15-III-1990).


Ver epistolario Gustavo Álvarez Gardeazábal 2001-2010

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BRAULIO BOTERO LONDOÑO

Nació en La Unión, Antioquia, en 1904, pero desde niño se estableció en Circasia, Quindío. Fue concejal de Circasia, alcalde de Armenia, representante a la Cámara, diputado a la Asamblea de Caldas, secretario de Hacienda y Gobierno de Caldas. Se desencantó de la política y nunca más volvió a ejercer un cargo público. Gracias a su tesonero trabajo llegó a poseer un capital considerable. “Siempre he preferido conseguir un grano de amor que una tonelada de oro”, es una de sus frases favoritas. Creador de haciendas, fundador de emisoras, mecenas de escritores. Y se volvió filántropo. Gran impulsor de obras sociales. Fundador del Cementerio Libre de Circasia, “un panteón del amor, la libertad y la tolerancia”, como lo llama. Es un librepensador de firmes convicciones. En 1988 alcanzó el grado 33, el título más alto de la masonería. Creó la Fundación Braulio Botero, a la cual vinculó buena parte de su capital para hacer obras sociales. Falleció en 1993.

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Cali, junio 20 de 1984

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Muy distinguido señor y periodista:

Desde mi adolescencia soy asiduo lector de El Espectador, periódico al cual le imprimió don Fidel Cano, su fundador, las más nobles bases de honestidad y dignidad.

Como le manifesté hoy telefónicamente, leí ayer con infinita emoción la columna Salpicón, (1) con la cual viene usted engalanando este periódico desde hace varios años. Generosas y brillantes las alusiones que usted hace de la tierra quindiana, y en especial del Panteón Circasiano, el cual simboliza primero que todo una especie de bandera abierta a la libertad de pensamiento y a la justicia social.

Usted dejó huellas imborrables durante su permanencia en esa comarca quindiana que lo cataloga ahora entre sus mejores hijos adoptivos. Fuera de desearse que algún día regresara usted a esa tierra, en compañía de su distinguida familia, con ánimo de permanecer allí indefinidamente.

En cuanto a mis modestas actuaciones que usted destaca con gran generosidad en su columna, no son nada distinto a una modesta vida que apareció por allá, hace cerca de 17 lustros, enamorada de la libertad de pensamiento y la justicia social, principios que he llevado con infinita devoción, que los conservo con orgullo y que marcharán conmigo hasta la última morada.

Le ruego aceptar un abrazo cordial,

Braulio Botero Londoño

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(1) Artículo Circasia y su Cementerio Libre.

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Bogotá, 22 de junio de 1984

Señor don Braulio Botero Londoño
Cali

Estimado amigo don Braulio:

Acabo de recibir su gentil carta del día 20, que me ha impresionado por la serenidad, la firmeza y la elegancia de su pensamiento, y que por otra parte se convierte en un derrotero de fe colombianista y de convicción espiritual.

Resulta admirable y aleccionador encontrarse uno, así sea de tarde en tarde, con personajes tan constructivos como usted, que ha dedicado su esfuerzo vital y económico a la comprensión de la humanidad. Usted entendió que el significado del hombre no está en la sim­ple posesión de los bienes materiales, ni que la liber­tad es algo teórico, sino la mayor conquista del individuo. Y se comprometió en actos sociales de largo alcance y de indudable beneficio, como los que leja en Circasia.

Usted mismo se libera cuando utiliza parte de su patrimonio a servirle al prójimo. Es además un mecenas de escritores y artistas, por comprender que la inteligen­cia debe estimularse para que sea útil al servicio de la comunidad.

Agradezco sus amables palabras. Y le repito mi cordial amistad,

Gustavo Páez Escobar

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Cali, abril 18 de 1985

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Mi distinguido amigo:

Muy valioso el articulo que le dedicó usted a Ricardo Nieto y a Palmira en el Dominical de El País de Cali el 14 de los corrientes. A ese poeta maravilloso lo conocí en la década de los 40 justamente cuando era notario de Cali. Conservo gratas anécdotas de inmerecidas distinciones  que recibí de parte de él.

El Panteón Circasiano, sus moradores en particular, y entre ellos yo, el primero, estaríamos muy orgullosos y felices de poder guardar allí por siempre las cenizas de usted. Desde ya tiene reservado ese puesto.

Leyendo el párrafo de su carta relacionado con el Panteón Circasiano me acordé de León Octavio, director de la revista Balita, de Villamaga y redactor de Chasqui, quien visitó el Panteón en días pasados y me escribió la carta que le estoy enviando en copia. Él es, primero que todo, un hombre de bien y muy correcto. Y ya que hablo de copias se me ocurre empapelarlo con la correspondiente a una carta que le escribí en días pasados a Euclides Jaramillo, escritor quindiano, quien lo recuerda a usted con admiración.

Comparta con su señora esposa y sus hijitos un fraternal saludo,

Braulio Botero Londoño

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Bogotá, 13 de octubre de 1985

Señor don Braulio Botero Londoño
Cali

Muy apreciado amigo:

Dos importantes correos recibí de usted en estos días: primero, su carta del 30 de septiembre, donde refrenda los vínculos de la amistad con una serie de amables alusiones a mi conferencia en la Universidad del Quindío y al suplemento de La República dedicado al mismo hecho, y expresa además certeros juicios sobre la suerte del país; y luego, su cálido marconi de felicitación por el homenaje que me dispensó la Gobernación del Quindío al concederme la Medalla al Mérito Artístico y Literario 1985. Muchas gracias por estas estimulantes expresiones de solidaridad.

Estuve, en efecto, con mi esposa y el hijo quindiano en la ceremonia de Armenia. Entrañable momento este de vernos rodeados por el afecto de las personas que queremos. Fue un acto emocionante por el sentido del reconocimiento y por la presencia de los armenios, y significativo por no haber nacido yo en el Quindío y ser condecorado como hombre de letras de la región.

Retorno con Astrid nuestros afectuosos votos de amistad para usted y su  querida esposa,

Gustavo Páez Escobar

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Cali, noviembre 5 de 1986

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Mi querido amigo:

Le cuento que acabo de librar una seria batalla con la muerte. Por fortuna la derroté armado de mi optimismo y amor por la naturaleza y desde luego con la colaboración de médicos amables y de gentes que me rodearon con afecto.

Recuperado espiritual y físicamente, lo primero que hago es enterarme del reportaje que usted le tomó al poeta Germán Pardo García, publicado en el Magazín Dominical. Estupendo. No hay duda de que Pardo García es uno de los poetas más calificados de Colombia. Lo que no he podido entender es que un discípulo de Einstein, que ha escrito tantos y tan hermosos cantos a la naturaleza, se presente como un hombre triste y abatido y atentando contra su propia existencia.

Los múltiples encantos de la naturaleza son suficientes para mantener en fiesta espiritual a todo el que se detenga en su contemplación y mucho más para todas aquellas personas que desde el punto de vista filosófico no nos hemos enrutado por senderos diferentes a los de la naturaleza.

Siempre he considerado que el pesimismo y la tristeza son endemias propias de los espíritus inferiores.

En estos días tuve ocasión de escuchar a varios armenios, entre ellos a Hernán Escobar Botero. En cualquier momento se habló del Quindío, sus gentes, sus programas, y todos coincidieron en afirmar que Gustavo Páez Escobar había dejado huellas imborrables en la comarca. Todo lo escuché complacido por la plena identidad con tales conceptos.

Tenga la bondad de decirles a su señora y sus hijos que en esta casa los recordamos siempre con inmenso cariño.

Quedo pendiente de sus gratas órdenes y lo abrazo fraternalmente,

Braulio Botero Londoño

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Bogotá, 9 de noviembre de 1986

Señor don Braulio Botero Londoño
Cali

Cordial amigo:

Deploro, ante todo, los serios percances que sufrió su salud y celebro que haya logrado superar estas pruebas. Usted llegará, dado el alto grado de optimismo con que convive con la naturaleza, mucho más lejos.

Los principios que expone en su documento masónico no son nuevos para mí. Es una radiografía que pinta lo que ha sido usted a lo largo de una vida de trabajo, de amor y  confraternidad. Tales postulados son los que hacen valederas las religiones y las asociaciones con los hombres de bien. En épocas remotas, ser librepensador se consideraba casi un delito. Ciertas tendencias del espí­ritu se mantenían en secreto. Pero los tiempos han cam­biado. Hoy lo que importan son los valores humanos.

Voltaire, a quien usted admira y sigue, es un ejemplo ex­cepcional para el mundo libre. Fue un monstruo del pensa­miento y de la acción, gracias al cual triunfó en Francia la revolución de las ideas contra la imposición de la Cor­te y de la Iglesia.

Yo lo invito a que lea en mi li­bro Caminos el capítulo Las razones de Voltaire y se dará cuenta hasta qué punto usted y yo comulgamos con muchos de los códigos de emancipación del hombre

Germán Pardo García, uno de nuestros grandes poetas, a quien usted ve deprimido en el re­portaje que me concedió, ha sido toda la vida víctima de grandes choques emocionales producidos por una niñez y juventud desgraciadas. Hoy está al borde del desespero, afec­tado por graves dolencias del cuerpo y del espíritu. Man­tengo con él una íntima relación epistolar y creo que con ningún otro colombiano ha tenido en los últimos años las confidencias que me ha revelado.

Pienso a veces, cuando se llega a la edad provecta en que usted se encuentra –que es parecida a la de Pardo García–, cuál será el balance que ha de sacarse entonces de la existencia. Pienso, sobre todo, en si hombres adinerados como usted ya han previsto el destino que le van a dar a sus riquezas para que éstas produzcan beneficio a la humanidad.

Usted ya lo ha hecho con creces. Deja una fundación benemérita que prestará apoyo a los pobres. Y morirá en paz con su conciencia y con la humanidad.

Hay otros ricos que sólo se preocupan por amasar caudales hasta el fin de sus vidas. Se olvidan de que las comodidades materiales no son válidas para después de la muerte, y por eso terminan esclavos del dinero. Desaparecen de la escena del mundo sin pena ni glo­ria y por lo general en medio de grandes infortunios nacidos de su propia avaricia.

Gracias, mil gracias por sus amables expresiones de aprecio. Para su señora y us­ted renovamos nuestros sentimientos de amistad y afecto,

Gustavo Páez Escobar

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Cali, enero 28 de 1987

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Queridísimo amigo;

La parca, de la cual le hablé en mi carta del 5 de noviembre, continuó amenazándome en forma feroz, pero a la postre se estrelló frente a mi amor a la naturaleza, mi optimismo y mi alegría de vivir.

Brillante la carta que le envió el gran poeta Germán Pardo García desde México en mayo último. Continúo sin entender el pesimismo y tristeza de este poeta ilustre.

Hablando de dificultades y contrariedades en la vida, le diré que a mí me correspondió lo peor durante la niñez, la adolescencia y la juventud. Lo peor en cuanto a encarcelamientos y persecuciones de toda índole, unido a estrecheces económicas. Ese pasado lo recuerdo hoy con honda  alegría, y en cuanto a persecuciones de orlen político y filosófico, las aprecié como notoriamente estimulantes, pues apenas sirvieron para ratificar los principios infundidos desde la cuna.

En cuestiones económicas y pese a la gota de sangre judía que pueda correr por mis venas y a la conveniencia de los centavos para adquirir comida, siempre he preferido conseguir una tonelada de amor, antes que  una tonelada de oro.

Aterricé en el planeta enamorado del trabajo y nutrido de alegría, lo cual ha dado como resultado unos ahorros para este atardecer, que a mi juicio es la etapa luminosa de la vida.

Leí Caminos, de un solo jalón, hace algunos meses, creo que en mi finca Versalles, de Circasia. Considero que alguien que no sabe devolver libros, como tantos que abundan, resolvió quedarse con él. Ahora que necesito repasar el capítulo Las razones de Voltaire, lo he solicitado en  las librerías de Cali, donde me han dicho que está agotado.

Sé que para identificarme con usted no es necesaria ninguna lectura, ni investigación alguna. Un día me correspondió el honor de tratarlo por primera vez, en el Quindío, y ese encuentro fue suficiente para echar bases firmes y definitivas para una amistad que perdurará con mi vida.

Un abrazo fraterno,

Braulio Botero Londoño

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Bogotá, 30 de enero de 1987

Señor don Braulio Botero Londoño
Cali

Apreciado amigo:

Acabo de recibir su bella carta del 28 de este mes, llena de optimismo en la vida y saturada de elocuentes lecciones humanas. A ella acompaña fotocopias de sus misivas a la viuda de don Guillermo Cano (1) y al sobrino del doctor Darío Echandía, (2) que cuida de él en sus últimos días, papeles que he leído con enorme satisfacción.

Le repito el envío de mi libro Caminos, que alguna mano furtiva lo hizo desaparecer de su biblioteca. Va en correo separado. El nuevo ejemplar, como usted lo advertirá, lleva un mensaje más íntimo.

Mi primer libro, Destinos cruzados, tiene posibilidad de llevarse a la televisión. El gestor de esta idea es Fernando Soto Aparicio, experto en libretos para la televisión, aparte de excelente novelista, que ha creído en mi obra. Esto me tiene muy contento. El destino del escritor es duro. ¡Qué difícil es el reconocimiento humano, querido amigo! ¡Cuánto se lucha para hacer una obra!

Con mi esposa y los hijos retornamos, extensivos a su señora y los suyos, nuestros cordiales sentimientos de amistad y los mejores deseos para 1987.

Gustavo Páez Escobar

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(1) Director de El Espectador, asesinado un mes antes (el 17 de diciembre de 1986).
(2) Expresidente. Moriría en Ibagué dos años después (el 7 de mayo de 1989).

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Cali, febrero 19 de 1987

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Mi querido amigo:

Como de costumbre, me emocionó notablemente la lectura de su amable carta de enero 30 pasado. En esta semana, durante visita que me hizo mi sobrino Hernán Escobar Botero, le participé de esta lectura y como era natural, se manifestó muy emocionado. Desde niño he tenido la idea de que los libros importantes es necesario leerlos repetidas veces para sacarles el jugo deseado.

Recibí su importante libro Caminos, que me anuncia en su carta. La dedi­catoria me conmovió, apenas de acuerdo con la generosidad con que usted me ha distinguido desde el día que tuve el placer de llegar a su amistad. Leyendo el capitulo dedicado a Voltaire, se destaca en forma luminosa su personalidad filosófica.

Cuando lo leo a usted o lo escucho confirmo más mi pensamiento de sepultar los partidos tradicionales de Colombia, (1) que echaron bases nobles de dignidad y patriotismo a los cuales han renunciado en los últimos diez lustros. Es una urgencia inaplazable, más aún, un mandato natural, de enterrar a los muertos.

Pienso que a estos partidos les ha ocurrido lo mismo que a todo lo que nace en este planeta, que después del nacimiento viene el crecimiento y por último la muerte. Qué bueno sería si después de este entierro se izaran banderas impregnadas de libertad, justicia y amor, desde luego con comprobada honestidad, para seguir todos tras ellas

Acepte con su distinguida esposa e hijos un abrazo fraterno que le envío en unión de mi mujercita y de todos los míos,

Braulio Botero Londoño

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(1) Sobre este tema de la inoperancia de los partidos, escribí en El Espectador (9-I-1980) el artículo “¿Cuáles partidos?”, que fue publicado con una ilustración referente a Darío Echandía.

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Cali, septiembre 25 de 1989

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Mi querido periodista y amigo:

Con inmenso placer me enteré del contenido de su amable carta suscrita el 21 de los corrientes en el Hotel Sinú de Montería.

Estupendo, especialmente para la cultura colombiana, su proyecto de dedicarse más de lleno a sus actividades de escritor. Es indudable que el Banco Popular va a perder mucho con motivo de su jubilación, pero en cambio las letras colombianas se tonificarán notablemente.

Me conmovió hondamente el viaje sin retorno de nuestro ilustre y común amigo Adel López Gómez. Cosa curiosa, viajé a Manizales con el propósito de invitarlo a pasar unos días con nosotros en Versalles, la finquita circasiana.

Al llegar a Manizales me enteré de que estaba en el hospital, a donde me dirigí de inmediato. Nos abrazamos y charlamos por largo rato. Repetidas veces pretendí despedirme porque a los enfermos no los deben visitar sino los médicos y las enfermeras, pero él se oponía.

Al despedirme me prometió la visita para la semana entrante. Esa misma tarde nos marchamos a la finca, y qué sorpresa tan dolorosa cuando al día siguiente, en la tarde, me enteré que lo estaban sepultando.

Adel López Gómez, con Luis Vidales, Eduardo Arias Suárez y Carmelina Soto echaron las bases de la cultura quindiana, o más bien tonificaron las que habían sembrado en el pasado los quimbayas y los chibchas.

Supongo que estará usted muy comprometido con el centenario de Armenia, donde se le admira y se le aprecia tanto. Espero tener el honor y el placer de abrazarlo en el Quindío.

Acepte con su distinguida esposa y todos los suyos un cordial abrazo que le envío en unión de mi mujercita.

Braulio Botero Londoño

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Bogotá, 20 de octubre de 1989

Señor Braulio Botero Londoño
Cali

Apreciado amigo:

He leído las elocuentes palabras que usted pronunció a nombre de los exalcaldes de Armenia en la celebra­ción del centenario de la ciudad, y que tiene la ama­bilidad de enviarme con su carta del día 18.

Su amor por la tierra quindiana se ve nítido en este tierno reconocimiento hacia la ilustre Ciudad Milagro.

Me precio de ser hijo adoptivo de Armenia y me enor­gullece el hecho de que personas notables de la comarca, como Horacio Gómez Aristizábal, así lo procla­men. Horacio me ha hecho el honor de resaltar mi modesto nombre en un libro que acaba de publicar como homenaje a la ciudad en sus 100 años –y del cual soy coautor–, titulado El Quindío y Colombia en el siglo XXI.

Exalta usted en su discurso, en el terreno de la literatura, las figuras insignes de Eduardo Arias Suárez, Adel López Gómez y Carmelina Soto como fundadores de las letras quindianas. Hay otros pilares de la intelectualidad regional, como Luis Vidales, Jaime Buitrago Cardona, Baudilio Montoya y Antonio Cardona Jaramillo.

Me parece que en su brillante intervención omitió usted un nombre de mucha valía: Euclides Jaramillo Arango. Euclides fue gran promotor de la cultura regional y es, en mi concepto, estelar su participación en el engrandecimiento del Quindío en los últimos años. No necesitaba ser oriundo del departamento. Sus méritos indudables le hicieron ganar el legítimo título de quindiano. ¡Qué bella ocasión la que tuvo usted para haberle rendido, en tan alto escenario, el homenaje que merece a sólo poco tiempo de su fallecimiento!

Lamentablemente no pude asistir al festejo. Otro día iré con mi señora y haremos, en silencio, un brindis emo­cionado por la ciudad que nos albergó con tanto afecto y la cual hace parte de nuestros mejores sentimientos.

Un cordial saludo,

Gustavo Páez Escobar

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Cali, octubre 25 de 1989

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Ilustre escritor y querido amigo:

He gozado mucho con el tirón de orejas que me propinó en su carta del 20 de los corrientes, por haber omitido el nombre de Euclides Jaramillo en las palabras que pronuncié en Armenia con motivo de su centenario.

De ese tirón de orejas deduje que usted se destaca entre los admiradores de la persona y de la obra de Euclides Jaramillo. Siempre he estado del lado de quienes me ayudan a querer y admirar a mis amigos.

A Euclides lo conocí desde niño por estrechas relaciones con su familia. Con Ramón Jaramillo, su padre, tuve amistad y negocios durante largos años. Vale la pena destacar aquí una anécdota de Ramón en torno a Euclides.

Euclides permaneció estudiando largos años en Bogotá y mientras tanto Ramón y su familia vivían en Pereira y en el Quindío. Como pasaran varios años y el estudiante no apareciera con diploma alguno, le pregunté algún día a Ramón sobre qué era lo que estaba estudiando Euclides y sin pensarlo dos veces me contestó: «Creo que está estudiando para bobo».

En mi casa fue distinguido Euclides con especial aprecio. Mi madre lo trataba como al resto de sus hijos y él le correspondía generosamente. Colaboró conmigo como director de un radioperiódico que fundé en la Voz de Armenia, y en otras actividades más.

Y qué decir de los dos hijos de Euclides, parientes cercanos míos. La hija vive en Bogotá donde desempeña destacada posición, y el hijo en Armenia, como gerente de un banco. Puede que no escriban cosas tan graciosas como las que se le ocurrían a Euclides, pero tienen la misma brillante inteligencia, las dotes esclarecidas de civismo y las calidades de ciudadanos intachables.

No lo mencioné en las palabras que pronuncié en Armenia, porque estaba hablando de los intelectuales nacidos en esta ciudad. Destaqué únicamente a Carmelina Soto, a Adel López Gómez y a Eduardo Arias Suárez, no porque fueran los únicos, sino por natural imposibilidad de mencionarlos a todos.

Que hay otros pilares de la intelectualidad regional destaca usted y señala a Jaime Buitrago Cardona, Baudilio Montoya y Antonio Cardona Jaramillo. Estos y muchísimos más, entre los cuales se destaca usted, pese a no haber nacido en la comarca, han engalanado y contribuido decididamente al engrandecimiento de la cultura quindiana.

Luis Vidales, con quien conversé en días pasados en su lecho de enfermo en Bogotá, es, a mi juicio, el primer intelectual de todo el viejo Caldas. Luis nació en Calarcá, cuna indiscutible de los primeros escritores de la comarca.

Espero que en un futuro no distante me proporcione usted el placer de participar en el brindis emocionado con que finaliza su importante carta. Mientras tanto, acepte un cordial abrazo,

Braulio Botero Londoño

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ACADEMIA COLOMBIANA DE LA LENGUA

Fue fundada en Bogotá, en 1871. Es la más antigua de las Academias de la Lengua en América. Entre sus fundadores de mayor prestigio están Rufino José Cuervo y Miguel Antonio Caro, con cuyos nombres se bautizó el Instituto Caro y Cuervo, la entidad más aventajada del idioma en el mundo hispánico. Desde 1950 funciona en la carrera 3-A con calle 17, en un hermoso edificio de corte neoclásico, y desde 1960 asesora al Gobierno Nacional en asuntos idiomáticos.

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Bogotá, 17 de octubre de 1990

Doctor Horacio Bejarano Díaz
Secretario de la Academia Colombiana

La Ciudad

Apreciado doctor Bejarano:

En la lengua azteca se escriben las palabras México, mexicano, con x. En España, estas palabras y sus deri­vados se escriben con j, como suenan. En México conservan la ortografía vernácula, pero la x la pronun­cian con el sonido de j.

Me gustaría saber si la Academia Colombiana tiene alguna norma al respecto. Veo que los escritores –y hablo de personas sobresalientes–  utilizan en forma indistinta ambas grafías.

Una vez el agregado cultural de la embajada de aquel país me anotó lo siguiente: «Le rogamos que en sus próximas comunicaciones escriba el nombre de México con x«. Esto, desde luego, hay que interpretarlo co­mo una manifestación del sentido nacionalista del pueblo mejicano (y aquí se me ocurre que, por estar en Colombia, la j es más auténtica).

En fin, ojalá la Academia me ilustre sobre la mate­ria. Adelanto en el momento una biografía sobre Ger­mán Pardo García, nuestro gran poeta que reside en México hace 59 años, y en ella, como es natural, abundan las dos palabras de la consulta.

Con un cordial saludo,

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, octubre 24 de 1990

Señor Gustavo Páez Escobar
La Ciudad

Estimado señor:

Me refiero a su consulta sobre la x que usan más que todo los mejicanos para escribir términos como México, mexicano y Texas.

Primeramente es de anotar que ninguno de nuestros grandes escritores, como Miguel Antonio Caro, Rufino José Cuervo, Marco Fidel Suárez y el Padre Félix Restrepo usaron la citada grafía sino que siempre escribieron Méjico, Tejas.

En segundo término no hay en español palabras que se escriban de un modo y se pronuncien de otro; en realidad si se escribe México, hay que pronunciar Mécsico o Mégsico y esto sería ridículo.

Don  Alfonso Junco opina a este respecto:

“No es devoción a lo indígena el escribir México con equis. Los indígenas no escribían México de ninguna manera, porque carecían de alfabeto. Fueron los españoles quienes escribieron por primera vez la palabra, interpretando con letras el sonido que escuchaban. Los indios pronunciaban aproximadamente Méshico, y los españoles escribieron correctamente México, porque a principios del siglo XVI la x tenía valor fonético, la equis conservó el propio suyo que aún guarda (cs, gs) y además el de jota. Con sonido de jota se pronunció Méjico desde tiempo inmemorial, a la vez que se  escribía México –así invariablemente durante las tres centurias virreinales–, puesto que la equis representaba entonces el papel fonético de jota. Convenía quitarle ese doble papel. En 1815, con muy juicioso acuerdo, la Academia Española determinó que se usara la letra jota para expresar el sonido cs y gs, que actualmente tiene…” (Alfonso Junco, La jota de Méjico, en El Siglo, Bogotá 11 de abril de 1959, p.4).

Por la anterior disposición de la Real Academia, en las ediciones del Diccionario Mayor publicadas a partir de 1815, aparecen registradas con jota mejicanismos, mejicano y Méjico, Tejas y tejano.

Espero dejar de la anterior manera contestada su consulta y quedo de usted, con la mayor atención,

Horacio Bejarano Díaz
Secretario de la Academia


Ver epistolario Academia Colombiana de la Lengua 1991-2000

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GUILLERMO CANO ISAZA

Nació en Bogotá el 12 de agosto de 1925. A los dieciocho años comenzó a trabajar en El Espectador, que había fundado su abuelo don Fidel Cano en 1887. Desde 1952 dirigió el periódico y se convirtió en uno de los periodistas más brillantes, valientes, combativos y moralistas que ha tenido el país. “Fue –dice la FLIP (Fundación para la Defensa de la Libertad de Prensa)– un referente obligatorio del periodismo colombiano y un acérrimo crítico de los principales problemas del país, como la corrupción, el narcotráfico y la violación de los derechos humanos. En concordancia con esta actitud, fue un asiduo defensor de la libertad de prensa”.

Murió asesinado en Bogotá el 17 de diciembre de 1986 por sicarios al mando de Pablo Escobar. En honor suyo se creó un premio mundial de periodismo.

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Bogotá, 16 de mayo de 1977

(telegrama)

Señor Gustavo Páez Escobar
Armenia

Lamento profundamente accidente que todos sus amigos y admiradores esperamos no tenga gravedad para poder continuar deleitándonos con su excelente prosa y su acertado criterio para tratar los diversos temas de actualidad nacional. (1) Reciba un estrecho abrazo de su amigo

Guillermo Cano

Director del Espectador

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(1) Sufrí un grave accidente por los días de la bonanza cafetera en el Quindío.

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Bogotá, 7 de febrero de 1982

Señor don Guillermo Cano Isaza
Director de El Espectador

La Ciudad

Estimado amigo:

Qué hermosa página ha escrito hoy usted a la memoria de Alfonso Castillo Gómez, su compadre y amigo del alma. En ella hay emoción, hay nervio, hay espontaneidad. Y además, si se quiere, hay alegría, una sana alegría de poder tributar este homenaje a uno de los maestros del humor nacional. Una alegría como él la hubiera aconsejado para el momento de su muerte; (1) es, con todo, una alegría triste (y es que también se puede reír llorando, como el payaso…)

Su Libreta de apuntes, don Guillermo, marca pautas permanentes. Tiene el sello personal de quien sabe tocar fibras sen­sibles del país y es experto en clavar certeros «banderillazos» cuando las circunstan­cias lo piden.

Como una contraposición he leído la columna de D’Artagnan en El Tiempo de hoy, una página ve­hemente y arrebatada contra la política de El Espectador. Este columnista arremete contra líneas de conducta que la mayoría de los co­lombianos encontramos sensatas.

Habría que recordarle a D’Ar­tagnan que muchos de los yerros nacionales se deben al conformismo del pueblo y a la falta de críticos pertinaces. Otra suerte hubiera corrido Alemania si los obsecuentes ministros no hubiesen aceptado y tolerado los errores de Hitler con un «sí, señor”. Los pueblos necesitan que haya personas resueltas y valientes que en los momentos de peligro se interpongan con un “no, señor».

Cordial abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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(1) Como homenaje a este maestro del humor periodístico, escribí, también en tono jocoso, el artículo Alfonso llega a casa (El Espectador, 8-II-1982).

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Bogotá, 6 de abril de 1982

Señor don Guillermo Cano Isaza
Director de El Espectador

La Ciudad

Apreciado don Guillermo:

En su gran editorial La tenaza económica se reafirma toda una tradición de principios éticos y morales que son el mayor blasón de El Espectador contra la inmoralidad, y en este caso contra las maquinaciones del dinero mal dirigido. (1) Pretender ignorar la credibilidad de El Espectador es como suponer que la verdad puede camuflarse lo mismo que la mentira.

Adelante, que cuenta usted con el inmenso respaldo de un país que todavía no ha perdido la fe.

Cordialmente,

Gustavo Páez Escobar

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(1) Valerosa campaña adelantada contra el Grupo Grancolombiano, dirigido por Jaime Michelsen Uribe, por las maniobras ejecutadas contra miles de pequeños ahorradores. A la postre, este Grupo tuvo que ser liquidado y su presidente huyó del país.

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Bogotá, 23 de noviembre de 1982

Señor don Guillermo Cano Isaza
Director de El Espectador

La Ciudad

Apreciado señor director:

¡Otra vez la discusión sobre si es Nóbel, palabra grave, o Nobel, aguda! La gente seguirá pronunciándola con acento en la o, y de ahí no la sacará nadie, a pesar de los eruditos, porque así le suena mejor. El hab­la es asunto de oído, que se decanta en la costumbre. El pueblo manda, y cuando se le lleva la contraria, aparecemos como pedantes. La erudición también consiste en interpretar la tendencia del idioma.

Aparte de las razones de Argos (1) sobre la preferencia de Nóbel, por el caché de la entonación y su refrendación en el Larousse –el más popular de los diccionarios–, yo agrego lo siguiente: la Nueva enciclopedia temática (1969) también le marca tilde a la o.

La revista Time, en su publicación del 1° de noviembre, anota que “Colombia tiene una tradición literaria modesta». Esto le da pie a Álvaro Navia Monedero (Carta del Día, 12 de noviembre) para pedir el correcto empleo del apellido sueco y demostrar así que no somos atrasados. Según don Álvaro, debe ser Nóbel, con acento en la o, y respalda su tesis con una lección de gramática alemana.

¡No nos compliquemos la vida! La fonética cambia de una lengua a otra, y en últimas es la costumbre la que se impone. El pueblo es el que les da sonoridad y gracia a los vocablos.

Cordial saludo,

Gustavo Páez Escobar

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(1)  Argos (Roberto Cadavid Misas) publicó por varios años en El Espectador su célebre Gazapera, espacio movido por la gracia y la erudición.

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Bogotá, 29 de septiembre de 1985

Señor don Guillermo Cano Isaza
Director de El Espectador

La Ciudad

Apreciado señor director:

Infortunado el episodio periodístico donde por una inadvertencia de El Espectador se publicó un montaje fotográfico que hirió la sensibilidad de los antioqueños. Es un asunto que debe considerarse superado, tanto por la desautorización con que el diario censuró a los autores del embuchado como por las excusas públicas que presentó a la socie­dad antioqueña.

Algunas personas y medios de comunicación han aprove­chado este desliz, que puede ocurrirle a cualquier periódico, para atacar a la prensa de los Cano. Nada tan injusto y oportunista. Llevar a la picota a un diario de la tradición de El Espectador, todo por un error involuntario, entendido y absuelto por la opinión pública de dicho departamento, es tratar de obtener indebida ventaja de las caídas.

El caso es además irónico si se tienen en cuenta las raíces vernáculas y sentimentales de El Especta­dor, que contienen auténtico antioqueñismo. El periódico no sólo vive pendiente de los sucesos de la Montaña, de exaltar los valores regio­nales y reprobar los desvíos públicos, sino que la nómina de columnistas antioqueños es tal vez la más consentida del rotativo.

A los dueños de El Espectador les toca exclamar con dolorido realismo: ¡Gajes del oficio!

Cordialmente,

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, 13 de octubre de 1986

Señor don Guillermo Cano Isaza
Director de El Espectador

La Ciudad

Apreciado don Guillermo:

A raíz de mi reportaje con el poeta Germán Pardo García, (1) publi­cado en días pasados, he reci­bido, entre otros enaltecedores testimonios, los dos siguientes que constituyen motivo especial de aliento para la labor del escritor. Manifestaciones que deseo compartir con El Espectador por permitirme el acceso a sus páginas:

“Mil gracias por el envío de su correspondencia con el maestro Pardo García, a quien tanto quiero, a quien ad­miro tanto. Y a quien Colombia debe mucho, por la gloria que le ha dado, con una poesía ya colocada entre la más bella jamás escrita. Belisario Betancur”.

“Hiciste bien en enviarme tu reportaje con Germán Pardo García. Es una pieza magistral. A cinco mil kilómetros de distancia, sin la presencia física del gran poeta lograste una imagen patética, inquietan­te y total, tal como es ella en su tremenda y deliran­te verdad, en la intimidad que yo conozco y conocí siem­pre en medio siglo de mi amistad estrechísima con él. Y en interpretación, además, por tu parte de su quimérico mundo agregado, que él ha creado y convertido en su “ver­dadera verdad”. Tu columna de El  Espectador sigue traduciendo con inquietud y afecto los intereses de la provincia y estimulando en la literatura y en la vida todo lo que debe ser estimulado. Adel López Gómez”.

Cordial saludo,

Gustavo Páez Escobar

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(1) Diálogo entre sombras con Germán Pardo García, publicado en Magazín Dominical de El Espectador (14-IX-1986).

===============================Guill===============================

EBEL BOTERO ESCOBAR

Ensayista y crítico literario nacido en Manizales en 1928. Se graduó en Filosofía y Letras en la Universidad Javeriana, y se especializó en disciplinas afines en la Universidad de Iowa y en la de California (Berkeley). Ha enseñado en esas tres universidades y en otras de Colombia.

Prosista castizo, claro, agudo y buen observador. Durante varios años tuvo alto renombre en el Magazín Dominical de El Espectador, en el cual ejerció una excelente función crítica sobre el acontecer literario del país. Después de ejercer la crítica literaria, se ha dedicado a la crítica social y al estudio de la psicología y la sexología.  Murió en Medellín hacia 1986.

Obra: Cinco poetas colombianos (1964), Veinte escritores contemporáneos (1969) y Homofilia y homofobia (1980), y más de 200 artículos en revistas y periódicos.

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Armenia, 19 de agosto de 1983

Señor don Ebel Botero Escobar
Medellín

Estimado Ebel:

Formidable tu ensayo sobre Porfirio Barba Jacob. (1) Es un trabajo denso, de categoría, muy fundamentado. El drama de Porfirio, que muchos no han sabido interpretar, tiene vastos alcances en su producción literaria, hasta el punto de que si no hubieran existido tales perturbaciones, tal vez no habrían brotado tales expresiones poéticas.

El choque de nuestro poeta al verse enfrentado a un mundo de severos principios, lo vuelve un ser amargado y desadaptado. Tú luchas contra los traumas de un estado igualmente conflictivo y perturbador. Al exclamar “¡ya bajado el telón!”, transmites algo así como una situación de reposo que te hace superar los desajustes de tu sique. Ojalá me expliques el alcance de tus palabras, lo mismo que aquella frase donde te sitúas «cabe la pirámide de madera que tengo ahora».

Ojalá perdure tu tranquilidad. La inseguridad, me parece, ha sido tu mayor enemigo, y veo ahora que te proyectas hacia un mundo de confianza y de armonía interior.

Estoy de viaje a Bogotá. Concluyen así 15 años de vivencias quindianas. Alcanzas a escribirme a esta ciudad, ya que mi ida se producirá en 20 días. De todas maneras, mi señora permanecerá aquí por el resto del año, al frente de la educación del hijo menor. Comienza un gran desorden en mi ritmo de vida, pero hay que afrontarlo para buscar una nueva organización.

Cordial abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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(1) Ebel Botero me envió este ensayo, para el cual buscaba publicación. Yo había conocido a Ebel como profesor en la Universidad del Quindío. En el Magazín Dominical de El Espectador, años atrás, tuvo un brillante desempeño como crítico literario, y ahora deseaba regresar a dicho suplemento.

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Armenia, 1° de septiembre de 1983

Señor Ebel Botero Escobar
Medellín

Estimado Ebel:

Buen tiempo le dediqué a la lectura de tu carta-ensayo sobre Porfirio Barba Jacob. Es un trabajo de mucha profundidad. He captado tus enfoques sicológicos. Se observa soltura en el ordenamiento de tus ideas, y se ve que dominas la materia. No te puedo hacer más comentarios porque vivo de prisa entre despe­didas y ajetreos de la oficina. Espero que más adelante pueda lograr la debida organización en mi vida.

A Otto Morales Benítez le envié fotocopia del ensayo. Lo leyó y lo asimiló. Te copio estas palabras suyas: «Gracias por remitirme el ensayo de Ebel Botero. Es admirable. Él tiene una gran formación intelectual. Es de lamentar que no es­criba con más frecuencia. Le hace falta al país su sentido crítico, su independencia intelectual. En lo de Barba Jacob hay claridad en un aspecto que no se ha tratado, que es su vida sexual en relación con su obra. Ebel trata el tema con sabiduría y escudriñando al gran poeta».

Ahí tienes un punto de apoyo para la producción que habías dejado en receso. Adelante, que la vida del intelectual es un permanente ejercicio de la mente y la pluma. Tienes un horizonte seguro si te propones explayar el pensamiento. Tus lecturas son sólidas. Ahora debes producir. Producir sin desmayos.

Un cordial abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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Medellín, 10 de septiembre de 1983

Señor Gustavo Páez Escobar
Armenia

Apreciado Gustavo Páez:

Ayer recibí tu amable carta escrita el primero, o sea antes de la publicación de mi artículo sobre Porfirio Barba Jacob en el Magazín, lo que, por supuesto, me colmó de satisfacción, no sólo por la publicación de ese artículo sino más aún porque me abrieron «más que un postigo», de hecho las queridas puertas de El Espectador, si me manejo bien y sigo mandando trabajos de calidad, como dijeron con razón. También me alegró muchísimo la publicación de tu genero­sísima carta, tan valerosa además.

Ya te había dado las gracias por enviarla, pero ahora quiero agradecerte el enorme efecto que produjo, porque es muy probable que sin esa carta tuya no hubieran publicado mi artículo. Algún efecto debió tener la otra, la de «Ricardo Arenales», pero muchísimo menor por tratarse de un seudóni­mo. No sé quién la enviaría, pero es de suponer que fuera un poeta homosexual, a juzgar por ese seudónimo, si lo es, que es casi se­guro.

Son tantos los poetas homosexuales en Bogotá que no sé a cuál de ellos achacársela, aunque tengo una intuición vaga sobre uno de ellos, a quien le hice un prólogo el año pasado para un libro suyo inédito aún (aunque ya había publicado otros tres o cuatro): Hermann Lema Atehortúa, (1) de Anserma, Caldas, muy buen amigo mío. Lo que no se comprende bien es por qué usaría un seudónimo, siendo él un homosexual abierto y sin miedos, aunque tampoco exhibicionista. Quizás temió que si se identificaba, se podría sospechar un interés de tipo «confesional», llamémoslo.

También quiero agradecerte otros dos favores: uno, tu carta misma con tus generosos comentarios sobre mi carta-ensayo, y el otro, el haberle mandado mi artículo a Otto Morales Benítez y transcrito para mí ese generosísimo (y estimulante en grado sumo) comentario de Otto sobre mi trabajo y sobre mí.

Entre los dos Gustavos (el tulueño y tú) y Otto y otros amigos escritores, me tienen «fregado»: que dale, Ebel, a la crítica, que tú eres el hombre, que por ahí es la cosa, que eres un verraco; y yo, que no me acosen, que no me apabullen, que no me gusta mucho hacer crítica, que tengo otros cuatro libros en preparación, que soy un lector lentísimo.

Pero, claro, me están ganando la partida, y toca dejarse «fregar» de gente tan valiosa y noble, aceptar el cruel destino que me hizo crítico, cuando yo quería ser obispo o papa, o mártir de la causa. Pero seré un crítico «a palos» porque los palos vienen de tan alto que no ceder seria grosería suma. De modo, Gustavo, que ahí seguiré dándole a todo de a poquito, como los grandes cocineros que le trabajan a cinco platos a la vez, según dicen.

Te copio un parrafito de una carta de Gardeazábal que recibí también ayer, escrita después de aparecido mi artículo, en la que te elogia: «Ha sido motivo de especial complacencia leer esta mañana que tu trabajo sobre Barba Jacob ha salido en el suplemento de los fotógrafos y que tanto Gustavo Páez Escobar como el supuesto Ricardo Arenales le hicieron calle de honor para que esos muchachitos de la cámara fotográfica acertaran en la publicación». Lo de fotó­grafos es porque está dolido ya que un largo artículo sobre Gilard se lo publicaron como «fragmento» en la sección de cartas.

Te copio el párrafo que sigue, y disculpa mi vanidad muy comprensible: «Estoy seguro que este primer paso en la recuperación de un público lector y en la entronización del nombre que dejaste ir al garete hace 20 años conseguirá ser simplemente un escalón en el camino al pedestal que tantos hemos repetido que deberías tener. Es cuestión de constancia y olfato.» Debió decir “púlpito” en vez de «pedestal» porque él me llama «el capellán de la crítica»… El pedestal sería después del final de la fiesta, si a los críticos se les erigieran estatuas.

Como no tengo la dirección de Otto, te ruego el favor de hacerme de mensajero, haciéndole llegar la carta que te adjunto, y que por supuesto, puedes y debes leer.

No será más por hoy, querido amigo. Con mi infinito agradecimiento por tantos favores y un cordial abrazo, tu amigo

Ebel Botero

P. D. En mi filosofía casera me faltó ampliar un punto, que tampoco tenía muy claro aún. “Entretenerse”, como único sentido de la vida, incluye en ese prefijo entre, un plazo, el final de la fiesta, la muerte, obvio. Con este agregado se le quita a mi sistemita el cariz de optimismo cándido que se le pudiera achacar con razón o sin él, sin ese agregado, el cual a su vez empata mi sistema con el existencialista, el de este siglo y el de todos los siglos. Como bien sabes, el hombre tiene en la inteligencia, que lo enaltece entre todos los animales, la desventaja con ellos de saber que la fiesta, buena, regular o mala, va a terminar, pronto siempre.

Pero a fin de que esa convicción no le agüe la fiesta, Epicuro le enseña a uno a mirarla como un hecho natural, y quienes no lo ven así se parecen a los borrachitos tercos e inmaduros que no quieren que una fiesta se acabe y se quedan en casa del anfitrión hasta que los eche, por las buenas o las malas.

Ahí también, y más que en todo lo otro, funciona la ataraxia o imperturbabilidad del Epicuro bien entendido. Como ves, este cocinero sigue trabajándole al plato principal de los cinco que tiene en el fuego, y al que todavía le faltan muchos minutos para quedar palatable…, si es que es palatable el pensamiento en la Pelona.

Con lo de mi enfermedad del hígado, en la carta a Otto aludo a que, como tuve hepatitis viral (en 1966), el hígado queda en parte inutilizado, endurecido, y sé por un médico que el mío acusa ya insuficiencia hepática, la que hace que cada vez que me tomo unos pocos tragos (bebo poquísimo ya) o como ciertos platos, sienta molestias en el hígado, nada graves hasta ahora, pero por ahí pudiera colarse un cáncer, si yo lo dejara. (2) Ahora sí te dejo, paciente lector de mis pastorales de obispo fracasado… Vale, E. B.

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(1) Se trata, en efecto, de un poeta reconocido. Murió en Bogotá el 10 de junio de 2011.
(2) Poco tiempo después de esta carta (hacia 1986), murió como consecuencia de un veneno que se tomó en un hotel de Medellín, sin duda perturbado por su estado de “homosexual vergonzante”, según definición de quien muchos años después (2008) me dio la noticia, y dice: “No murió de inmediato (pues un amigo que llegó de repente, lo encontró babeando y logró auxiliarlo), sino a los seis meses en Manizales, luego de contraer una hepatitis como resultas del envenenamiento”. Esto parece una tragedia griega.

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Bogotá, 23 de septiembre de 1983

Señor don Ebel Botero Escobar
Medellín

Estimado Ebel:

Estoy en Armenia, como ves, visitando la familia. Aquí encontré tu carta del día 10, cuya llegada ya me había informado mi señora en una charla telefónica. No me he ido del todo del Quindío y entre visita y visita continuaré hasta mediados de noviembre, cuando espero establecerme definitivamente en Bogotá.

Me puse muy contento con la publicación en el Magazín de tu excelente ensayo sobre Porfirio Barba Jacob. El periódico le dispensó una estupenda presentación gráfica, lo que contribuye más aún al éxito de tu trabajo. En la edición del domingo siguiente leí tu carta, lo mismo que la de otro colaborador que se aparta de tus tesis. Esto significa que has despertado interés con tus tesis. La lite­ratura debe ser de confrontaciones.

A Otto le trasladé tu intere­sante misiva. Ahora está en Caracas, y la sema­na entrante tenemos un encuentro aquí. En unos 15 días estaré de vuelta en Armenia. Para entonces espero tener carta tuya. Te informaré a su debido tiempo mi dirección definitiva en Bogotá.

Te va mi cordial abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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Medellín, diciembre 19 de 1983

Señor Gustavo Páez Escobar
Armenia

Estimado Gustavo Páez:

Recibí oportunamente tu tarjeta postal del 11 de noviembre, y muchas gracias.

Como no compro sino un diario cada día y muy a menudo es El Tiempo, no te he seguido día a día en El Espectador, aunque te he leído varias veces. Leí tu obertura al Salpicón (1) y me pareció muy buena. Eres un estilista de verdad.

Espero que te estés aclimatando cada vez más a ese terrible infierno dantesco (el fondo del infierno de Dante, como recordarás, era de puro hielo, como Bogotá para los friolentos como yo), aunque aludo más al clima moral: a esos raponeros de que hablas en tu columna y a otras plagas de las metrópolis colombianas. Y espero que tu familia también se acomode. Te deseo una Feliz Navidad y un Año Nuevo muy próspero. En el futuro, hazme el favor de enviarme las cartas a mi hotel: Moctezuma, carrera 50-A # 53-36.

Con un abrazo, tu amigo,

Ebel Botero

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(1) Título de mi columna a mi venida de Armenia, que utilicé por algún tiempo.

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JOSÉ LUIS DÍAZ GRANADOS

Nació en Santa Marta el 15 de julio de 1946. Poeta, periodista, novelista, cuentista. A los 22 años escribió su primer libro de poesía, El laberinto, que ha salido varias veces ampliado con nuevo material. Ha obtenido varias  preseas literarias, entre ellas el premio Carabela de Poesía en Barcelona, en 1968, y el premio Simón Bolívar por su reportaje al poeta Luis Vidales, en 1990. Fue comentarista bibliográfico de El Tiempo. Funcionario y asesor de prensa y cultura en diferentes entidades. Presidente de la Casa Colombiana de Solidaridad con los Pueblos y presidente de la Unión Nacional de Escritores (UNE). Vivió exiliado en Cuba entre el año 2000 y el 2005. Conocedor profundo de la obra de Pablo Neruda, el gobierno chileno le otorgó la Medalla de Honor Presidencial «Centenario Pablo Neruda» en 2004.

Libros: El laberinto, Cantoral, Poesía dispersa, Rapsodia del caminante, Las puertas del infierno, El muro y las palabras, El esplendor del silencio, Escritores selectos, Juegos y versos diversos, Cuentos y leyendas de Colombia, La fiesta perpetua (obra poética 1962-2002), entre otros.

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Armenia, 1° de agosto de 1982

Señor José Luis Díaz Granados
Bogotá

Apreciado José Luis:

Quiero agradecerle el envío de su li­bro El laberinto y los cuadernillos de poesía editados con Amparo Inés Osorio, de quien tam­bién recibí su hermoso poemario Rutas y lejanías.

Es usted un poeta consagrado en certámenes nacionales y del exterior y colaborador de importantes periódicos y revistas. Leo con mucha atención su poesía y me encuentro con una fina sensi­bilidad artística. De lo que llevo leído, me ha gustado la fluidez de Sumario precoz, una presentación biográfica que tiene gracia y sindéresis. Sin conocerlo en persona, se me ocurre que usted ha sabido retratarse en estas pinceladas. Noto que guarda un gran recuerdo de su padre, y esto lo pone más de presente en Canto jubilar.

Magníficos los Anillos, escritos con Amparo Inés. Este sistema representa la fusión de dos poetas que entrelazando la inspiración saben hacer surgir mundos de ensoñación. En ellos hay emoción y belleza. A Amparo Inés le he escrito contándole la impresión que me dejó la elegía de su hija muerta. Es una página hermosísima.

Le va el afectuoso saludo de

Gustavo Páez Escobar

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Armenia, 11 de enero de 1983

Señor José Luis Díaz Granados
Bogotá

Estimado amigo:

He quedado muy contento con la elección que hizo El Tiempo, donde colabora usted en la parte literaria, de Humo entre los mejores cuentos de 1982. Es de los trabajos que mayor satisfacción me han producido. Se publica por primera vez en la prensa. Lo escribí hace diez años y a través del tiempo lo sometí a riguroso proceso de moldura y depuración.

Ya Ebel botero, brillante crítico literario, me había escrito lo siguiente desde Medellín: «Leí pronto, con sumo interés y de extremo a extremo, tu Sapo burlón. Me gustaron mucho la gran mayoría de sus cuentos y relatos. El que más me gustó, me fascinó, fue Humo, una pieza de antología, que demuestra tu enorme talento poético y filosófico».

Mil gracias por las honrosas palabras que tuvo usted para mi libro Caminos en las páginas de El Tiempo. Estos conceptos me estimulan. De Amparo Inés Osorio sigo recibiendo los cuadernillos de poesía, que leo con deleite. Adelante con su excelente vena poética.

Van mis mejores deseos por sus éxitos literarios en 1983, lo mismo que por su ventura personal, sentimiento que hago extensivo a Amparo Inés.

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, 8 de marzo de 1983

Señor don Gustavo Páez Escobar
Armenia

Apreciado amigo:

Con mucho gusto me enteré de la inclusión de sus libros en la Cápsula del Tiempo, (1) cosa que me produjo alegría y satisfacción. En realidad, cuando la obra es buena y posee  caracteres perdurables –como es el caso de la suya– se salva sola para la posteridad.

Espero que su cuento sea incluido en la edición de Lecturas Dominicales dedicada a la narrativa. Le adjunto algunas cosas mías publicadas últimamente.

Reciba un abrazo de su amigo,

José Luis Díaz Granados

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(1) Se trata de Caminos y El sapo burlón, incluidos en la Cápsula de El Tiempo, la cual será abierta el año 2052 para enseñar a las generaciones de entonces una muestra de la cultura actual.


Ver epistolario José Luis Díaz Granados 2001-2010

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ALIRIO GALLEGO VALENCIA

Nació en Aguadas (Caldas), pero desde su adolescencia se estableció en Armenia (Quindío). Sus vastas lecturas le permitieron adquirir sólida erudición, la cual se evidenciaba como ensayista, orador y conferencista. Vinculado al ramo educativo, sobresalió en 1960 como uno de los fundadores de la Universidad del Quindío. También fue secretario de Educación del departamento y presidente de la Asociación de Periodistas y de la Academia de Historia del Quindío. Gran promotor de la cultura regional. En el libro Huellas en la historia (1986) recogió varios de sus ensayos en los campos de la literatura y la historia. Se proponía hacer otras publicaciones que tenía aplazadas, cuando la muerte lo sorprendió el 16 de marzo de 1991, a la edad de 70 años.

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Armenia, 25 de mayo de 1985

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Mi querido amigo Gustavo:

Gracias por acordarte de mí cuando me enviaste tu magnífico cuento de Vanguardia Dominical, de Bucaramanga, titulado Enjalmas y magulladuras.

¿Qué podría decir de tu aquilatada prosa, de tu rica imaginación, de tus poderes de gran observador de la vida y de los hombres?

Bien conoces mi antiguo concepto sobre las condiciones que ha de reunir el cuento, en contra de quienes lo conciben como forma de decir algo intrascendente, baladí, pero ameno y de algún contenido anecdótico.

No ocurre esto con tu concepción cuentística, que llega a los perfiles contemporáneos de la mejor narrativa, por su mensaje y fantasía tropical, en el sentido noble de nuestro hemisferio, que irradia a los pueblos del Tercer Mundo la impresión sociológica, pura, revolucionaria de quienes captan, en gran figuración cuentística, los tristes emblemas de nuestros hombres proletarios que, como tu carretillero y su caballo, son los retratos vivientes de nuestro medio y su angustia.

Gracias por tu magnífico regalo. Saludes a Astrid y tus hijos. Ven, de pronto, aquí, a mi casa, en un fin de semana.

Cordial abrazo,

Alirio Gallego Valencia

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Armenia, julio 10 de 1985

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Apreciado amigo:

Me satisfizo mucho la visita de ustedes, aunque en tan breves horas de expansión no fue posible compartir con mejor intimidad de familias nuestras recíprocas impresiones y libar con la plena liber­tad de los amigos de verdad.

Tu conferencia fue bien comentada. Bien conoces nuestra espontaneidad y el cariño con el que aquí te tratan y recuerdan. Ten por seguro que te consideramos nuestro.

Gracias por el envío de tu conferencia sobre el cuento. Comenzaba a comentarla cuando Adel López Gómez me sorprendió con su primer artículo sobre el tema, pero como en literatura no hay nada agotado ni definitivo, me propongo hacer una relación de la escuela temporal en donde figurarás con todos tus méritos y la donosura de tu estilo.

Después de nuestra conversación telefónica, salí a conseguir La República. No ha llegado ese periódico, de modo que no olvides la promesa de enviarme el suplemento. Te envío dos artículos de Adel, aparecidos en La Patria.

Estamos en vísperas de iniciar el Congreso de Historia al cual asistiré como invitado especial. Espero que nos aporte tantos conocimientos como necesitamos para hacer honor a nuestro academismo.

Cordial abrazo. Mis respetos a Astrid y a tus hijos,

Alirio Gallego Valencia

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Armenia, julio 20 de 1985

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Apreciado Gustavo:

Con gran placer recibí tu carta fechada el 14 de los corrientes, el suplemento literario de La República y la fotocopia de la Academia de Historia de Tunja, que preside mi pariente Javier Ocampo López. Su bisabuela y la mía son la misma: Claudina Arboleda.

El documento de Tunja ha de ser el primero en comentarte, por su inmenso valor en la vida de un escritor. Es un reconocimiento a tus dotes humanas, a tu consagración y espíritu investigador. De todas maneras hacemos historia: tú en el cuento, en la crónica, en la novela, en el ensayo. La historiografía ha evolucionado tanto en su concepto y en su aplicación como la misma literatura; es, cuando se está en ella, como un suave navegar por viejos caminos, con remansos en dónde descansar y, a veces, acampar por largo rato. Congra­tulaciones, extensivas a tu esposa y a tus hijos. Es un honor ser académico. No vaciles en sentirte orgulloso por ello.

El suplemento, tu conferencia y la selección que hiciste nos han parecido estupendos. Se comenta entre mis amigos sobre tu valor en la literatura y el hecho que no olvidas a esta tierra y a sus gentes que te estiman.

Hoy llevaré la palabra (son las 7:30 a.m.) en la plaza de Bolívar durante la parada militar. Te anexo el discurso. Traté de interpre­tar el espíritu de la libertad. Ojalá me lo comentes en una futura carta.

Cordial saludo y abrazo para todos,

Alirio Gallego Valencia

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Bogotá, 24 de julio de 1985

Señor Alirio Gallego Valencia
Armenia

Estimado Alirio:

Con tu carta del día 20 he recibido copia de tu discur­so pronunciado en la plaza de Bolívar en la parada mi­litar del 20 de julio. Es una pieza sobria, ajustada, densa en su significado, donde le rindes home­naje a la libertad. Me gusta que te ocupes de estas cosas que son las que dejan satisfacciones. Mil gracias por tus amables palabras con ocasión de mi ingreso a la Academia Boyacense de Historia.

Quiero que me consigas datos sobre Roberto Henao Buriticá, el autor de la estatua de Bolívar de Armenia y de la Rebe­ca de Bogotá. Me refiero a sus datos biográficos: fechas de nacimiento y muerte, estudios, actividades que desarro­lló. Sería importante saber qué fue a hacer a París. Me confirmarás, además, si la Rebeca fue fundida en París y traída a Bogotá por Laureano Gómez. Un amigo mío se propone escribir en la prensa sobre el abandono en que hoy está la Rebeca. Ya le hizo tomar unas fotos, y en ellas aparece deterio­rada y cubierta de barro.

Pásale a Euclides Jaramillo Arango las siguientes palabras que me escribe Hernando García Mejía: “No co­nocía La venganza de Simplicio, de nuestro queridísi­mo Euclides. Es un cuento lúcido. Directo, efi­caz, colorista, y con un final de impacto. Como a mí me gusta. A lo O’Henry».

Como te das cuenta, la literatura quindiana circula por muchas partes. Hay que insistir, comenzando por la Universidad, en que se publiquen en el Quindío las joyas literarias que tienen.

Te va un cordial abrazo.

Gustavo Páez Escobar

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Armenia, julio 30 de 1985

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Apreciado amigo Gustavo:

Correspondo a tu amable carta del 24 pasado. Gracias por tu magnífico comentario sobre mi trabajo del 20 de julio. Es un estímulo invaluable. Con todo gusto te envío los datos de Roberto Henao Buriticá, conforme a tus deseos, así:

Nació en Armenia en 1898. En 1913 ingresó a la Escuela de Bellas Artes de Bogotá. Mediante beca del Gobierno del Valle del Cauca viajó a París en donde permaneció varios años estudiando escultura en la Academia de Bellas Artes, y pintura en la Academia Julián y en el estudio del pintor Claude Granle.

1926. Participó en el salón anual de París en donde presentó la escultura de tamaño natural titulada Eva, con la cual obtuvo el primer premio. También obtuvo una mención honorífica por su pintura La muerte de Atala.

1928. Octubre 26. Se inauguró en Bogotá la fuente de la Rebeca, obra que fue adquirida por el doctor Laureano Gómez para Bogotá.

1930. Octubre. Volvió a Colombia después de obtener más de 20 condecoraciones en exposiciones internacionales. Entre las obras que ejecutó en Europa figura la escultura en miniatura de Simón Bolívar.

1930. Diciembre 17. Se inauguró en Armenia la escultura del Libertador.

1944. Sufrió desequilibrio nervioso al parecer por la muerte de su señora madre.

1958. Trombosis cerebral.

1964. Marzo 2. Murió en Bogotá y fue sepultado en el Cementerio Central.

Datos tomados del Diccionario de Artistas en Colombia, Carmen Ortega Ricaurte,  pág. 210, Plaza y Janés, Bogotá, 2a. edición, 1979.

Las fotocopias que te anexo creo que son un material precioso. Lo saqué de la Academia de Historia aquí. La primera página la reduje para leer con lupa; me pareció muy interesante.

Muchas gracias por tus noticias. Cuando te posesiones en Tunja, envíame el trabajo para leerlo aunque no se haya publicado. Y me saludas a Javier Ocampo diciéndole que aunque no nos conocemos, nuestra bisabuela Claudina Arboleda nos vigila.

Abrazos, extensivos a tu familia,

Alirio Gallego Valencia

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Bogotá, 3 de agosto de 1985

Señor don Alirio Gallego Valencia
Armenia

Estimado Alirio:

Con tu carta del 30 de julio recibí la abundante do­cumentación que me envías sobre Roberto Henao Buriticá, el escultor quindiano autor de La Rebeca y la es­tatua de Bolívar en Armenia. Estos datos valiosos ya fueron trasladados a Vicente Pérez Silva, que se propone adelantar en la prensa una campaña de recuperación de La Rebeca, sometida hoy a inexplicable desaseo. Cuando Vicente publique algo –tal vez en El Tiempo–, yo le haré eco en El Es­pectador. Mucho hemos apreciado tu colaboración.

Como mantienes excelentes vínculos con los directivos de la Universidad del Quindío es importante que los presiones para que publiquen obras de los escritores de la región. Estuve visitando la imprenta y me parece que está en buena capacidad para iniciar estas ediciones.

Tengo lista mi novela Ventisca para su edición. En ella he trabajado varios años y creo que le puse el tono que deseaba, después de haberla arma­do y desarmado varias veces. Mi intención fue la de imprimirle ambiente rulfiano (Rulfo es uno de mis ídolos en la literatura), y ya me siento satisfecho del nuevo hijo espiritual.

Acabo de ver en la revista Pluma, dedicada al Antiguo Caldas, una crónica de Euclides. También, un cuento de Adel. Las raíces del buen escritor se reproducen solas. El Quindío tiene de qué enorgullecerse. Si no hubiera allá tantas envidias –el cáncer de que tanto hablamos tú y yo– y se reconocieran más los méritos de propios y extraños, la región tendría más resonancia nacional. No sé si la Asociación de Escritores del Quindío, a la que perteneces, ha logrado algo positivo en este aspecto. Cuéntame.

Yo vivo por aquí cerca a muchas cosas importantes en la vida del escritor. Tengo buenos contactos. Viajo por el país con la do­ble arma de ejecutivo bancario y hombre de letras. Pare­ce que la cosa funciona. Hay algo enaltecedor: sobre el gerente de banco sobresale el escritor. Ese es el mi verdadero destino.

Para tu familia van mis saludos de aprecio. Lo mismo pa­ra los amigos.

Muchos éxitos, estimado Alirio.

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, 11 de octubre de 1985

Señor Alirio Gallego Valencia
Armenia

Apreciado Alirio:

Tu presencia y tu actuación en el acto de imposición de la Medalla al Mérito Artístico y Literario del Quindío serán inolvidables. Mil gracias, de nuevo, por tu generosidad y tu solidaridad de amigo.

He leído con reflexión tu discurso. Es una pieza profunda sobre el cuento, la novela y el ensa­yo, y no hay duda de que tus conceptos son afortuna­dos. Hay claridad y sindéresis. Escuché de los amigos magníficos comentarios, tanto por el trabajo en sí co­mo por tus dotes, ya bien conocidas, de expositor y orador. Te has ganado, pues, un laurel.

Magnífico que estés en la corrección de pruebas de tu libro. Lo espero con ansiedad. Así vivirás más y sobre todo vivirás con mayores motivos espirituales.

Te envié un mensaje felicitándote por el recono­cimiento que hace la Universidad del Quindío a tu tarea como fundador. Hay que recoger lo que se sembró, y para eso estás en el Quindío, una tierra que sabe ser agradecida.

Te recuerdo estas gestiones: conseguir de Nora Cecilia Garay algunos ejemplares de la nove­la Bajo la luna negra, que me solicitan con frecuen­cia amigos bogotanos, y también del libro de cuentos de Gloria Chávez; enviarme los recortes de prensa que aparezcan sobre la medalla, y hacerme llegar algunas fotos relativas al mismo. Mil gracias anticipadas.

Sigue adelante con tus inquietudes literarias y tu motivación a los escritores. El sentido de la vida es hacer obras.

Con Astrid va un afectísimo saludo,

Gustavo Páez Escobar

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Armenia, octubre 19 de 1985

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Apreciado Gustavo:

Pasadas las festividades, los homenajes, las reminiscencias y los planteamientos hacia nuevos propósitos, nos vamos normalizando de nuevo en las actividades cotidianas; en mi caso, escribir y mantener a flote la quijotesca empresa intelectual que me he impuesto, con algunos resultados que ameritan el empeño: mi libro, las publicaciones, la imagen proyectada y el cálido ambiente de un grupo de magníficos amigos, como tú.

Gracias por tu generoso concepto sobre mi discurso en el homenaje e imposición de tu medalla. Ese reconocimiento me anima a continuar el trabajo y a estudiar aún más los intrincados caminos intelectuales que me son gratos en la literatura, la filosofía, sociología e historia.

Mi libro Huellas en la historia en definitiva, creo, saldrá en noviembre. Ya hice las primeras pruebas o correcciones tipográficas y bien sabes el trabajo que esto significa. Gracias también por tu mensaje sobre el homenaje de la Universidad del Quindío a sus fundadores. Fue magnífico y solemne como corresponde a su ambiente. Mantendré tu mensaje como uno de los galardones recibidos.

Hablé con Nora Cecilia sobre tu encargo. Tan sólo pudo enviarte los libros que te remito en este sobre. Te anexo un comentario de Adel López Gómez sobre ti. Se publicó el 9 de octubre en La Patria. No he pescado otros. Son apáticos estos periodistas nuestros para las cosas de la cultura; hubo mucha publicidad, en cambio, para eventos deportivos, ferias, reinas, desfiles, fritangas, ventas callejeras, conjuntos de música, en fin, la otra banda del circo humano.

¡Nuestro reino no es de este mundo! Aunque perduraremos más sobre el olvido de la otra orilla.

Una felicitación más. Abrazos a los tuyos.

Cordial saludo,

Alirio Gallego Valencia

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Bogotá, 19 de noviembre de 1985

Señor Alirio Gallego Valencia
Armenia

Apreciado Alirio:

Debes estar extrañado por no haberte acusado reci­bo de tus últimos envíos: los dos libros enviados por Nora Cecilia Garay, tu carta del 19 de octubre, los recortes del Diario del Quindío, de La Patria (de Jorge Eliécer Orozco), del mismo periódico (de Adel López Gómez) y la página de Revista Dominical donde se recogen mis palabras el día del acto literario. Mil gracias por tu permanente atención a estos regis­tros de la noticia.

Duré un mes Valledupar, pero me fui enterando de la llegada de estos correos en mis conversaciones con Astrid. Y a mi regreso, que acaba de ocurrir, he repasado uno por uno los despa­chos que te cito. Por tanto, te escribo para que sepas cuánto agradezco tus deferencias.

Tenía grandes deseos de conocer Valledupar y pude al fin complacerlos. Es una cultura interesante que por lo general permanece ignorada por quienes vivi­mos en otras latitudes. El territorio del norte es muy distinto al del centro, con costumbres, modo de pensar y de actuar caracte­rísticos de una región que conserva sus propios mi­tos. Por allí Macondo es una realidad evidente.

Espero que me suministres datos sobre el home­naje a Euclides Jaramillo Arango con motivo de sus 75 años de vida. Hubiera querido estar presente, pero Macondo me lo impidió. De todas maneras, le hice llegar al gran viejo mi expresión de simpatía.

Veo que tu libro va en los retoques finales. Co­mienza el parto. Como éste es un parto dinámico, vas a saber cuántas sorpresas y satisfaccio­nes produce.

Un cordial abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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Armenia, febrero 10 de 1986

Señor don Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Apreciado amigo:

Debo confesar –con rubor– que la deuda epistolar es ya voluminosa. Aparte del cruce de nuestras tarjetas de Navidad, debo, en efecto, acusar recibo de la fotocopia de tu cuento Síndrome de estatua. Ya lo había leído en la revista Pluma; sin embargo, volví a hacerlo con el interés que tus escritos despiertan en mí. Además, siempre estoy pendiente de tu columna en El Espectador.

No dejo mi actividad en la Asociación de Escritores, por los lados universitarios, la Academia y ahora como presidente de la Fundación Francisco de Paula Santander, desde donde pienso que puedo realizar una importante gestión educativa y cultural.

Mi discurso sobre tu condecoración lo publicó en una página entera el Diario del Quindío, y ayer, domingo 9, La Patria en el suplemento dominical. Es muy grato para mí y una vigencia más para tu figura y nombre. Te anexo la revista.
El Día del Periodista fue cele­brado con bombos y platillos en las dos agremiaciones, el Círculo y el Colegio Nacional de Periodismo. En cada uno se realizaron actos de acuerdo a sus inte­reses y tendencias. El Círculo de Periodistas resolvió conformar un cuadro de honor con los intelectuales más destacados:

Bernardo Ramírez Granada, Carmelina Soto Valencia, Juan Restrepo Fernández, Guillermo Sepúlveda, Euclides Jaramillo Arango, Braulio Botero Londoño, Óscar Piedrahíta González, Germán Gómez Ospina, Humberto Jaramillo Ángel, Jaime Peralta Figueroa, Esperanza Jaramillo de Jaramillo, Bernardo Pareja, Humberto Cuartas Giraldo, Jesús Arango Cano, Alirio Gallego Valencia y He­lio Martínez Márquez, «quienes por sus obras, méritos y disciplinas espirituales han contribuido al presti­gio intelectual del pueblo quindiano».

Faltaste tú, querido Gustavo, con sobra de méritos, qui­zás por tu ausencia, aunque siempre te recordamos algunos de tus invariables amigos.

La política, como en la nación entera, está al rojo vivo. Inscribieron más listas que jefes hay en cada grupo. Es un fenómeno digno de analizar en el desarrollo del país. Se nota la gran revuelta que desea el país en relación con las actuales estructuras. ¿Qué resultará?

Mis cordiales recuerdos para Astrid y tus hijos.

Mi estrecho abrazo,

Alirio Gallego Valencia

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Bogotá, 15 de febrero de 1986

Señor Alirio Gallego Valencia
Armenia

Apreciado Alirio:

La deuda epistolar, que mencionas en tu carta del 10, ya la habla notado yo. Y pensé: mi amigo se sacó la lo­tería, o se fue al exterior, o fue nombrado gobernador. Nada de eso, por fortuna, sucedió. Las tres cosas dis­torsionan la personalidad. Sólo que ahora vives dema­siado comprometido con el Círculo de Periodistas, y con la Asociación de Escritores, y con la Fundación Francisco de Paula Santander. Un jubilado glorioso, co­mo cualquiera lo advertiría.

Recibiste mi cuento Síndrome de estatua, y antes lo ha­bías leído en Pluma. Es un cuento sobre la vanidad que sufren muchos escritores. Si miras bien a tu alrededor, es posible que veas al personaje exacto de mi cuento. Este tipo humano, muy frecuente en nuestro medio, existe en cualquier parte. El cuento lo escribí para satirizar al escritor megalómano.

Sigo adelante con mi literatura y mi periodismo, cada vez con mayores bríos. Le estoy abriendo campo a mi no­vela Ventisca. Fernando Soto Aparicio, que ha vuelto a Colombia luego de su estadía diplomática en París, está interesado en buscarle acceso a Destinos cruzados a la televisión. Tiene firmado un con­trato exclusivo con RCN. Es una buena oportunidad para darle más aire a mis comienzos de escritor, sucedidos en Armenia en el año 1971. ¡Cuánta agua ha corrido desde entonces bajo mis puentes!

Mil gracias por el envío de la página de La Patria donde se publica tu discurso con motivo de mi condecoración literaria,

Te va un cordial abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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Armenia, abril 3 de 1986

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Querido Gustavo:

Qué bueno ser gobernador o viajar al exterior o ser Nobel en algo, pero nada de esto sucede en el diario acaecer de nuestra vida provinciana. Trabajamos, leemos, escribimos y dialogamos, sobre todo esto, algunos, no todos.

De modo que tu carta fue una grata renovación de nuestro diálogo, tan productivo en ideas y en conocimientos. Por ello me dije: «ya va para Gustavo mi obra hecha libro». El editor todavía me dice que le faltan las últimas veinte páginas; ya me habló de que es sólo la carátula. Como el libro no sale y estoy en tumo para otro, y espero para más, no me aguanto y te envío dos cuentos. Eso creo que son, salvo otra calificación tuya y de Astrid, de quien sé es buena lectora y tiene el gran sentido de distinguir lo que sirve.

Al fin, junto al ensayo, a la historia, al cuento; después de mucho tiempo, tendremos que ir a la novela. ¿Seré capaz? Ahí te largo uno de los primeros pasos del ciclo. Léelos y me comentas qué opinas. Así tengo otros bosquejos. Recuerda que alguna vez hablamos de los argumentos que podrían dar los temas hospitalarios y la importancia de salirnos, aquí, de los campesinos, cuyos argumentos están a punta de lápiz de los que se inician en la literatura regional.

¿Cuándo sale tu obra? No dejes enfriar el enorme prestigio que ahora tienes. Empuja ese carro de triunfos que te acompaña.

Saludos y abrazos para todos,

Alirio Gallego Valencia

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Bogotá, 6 de abril de 1986

Señor Alirio Gallego Valencia
Armenia

Apreciado Alirio:

Leí dos veces tus cuentos –y aparte lo hizo Astrid, mi musa de cabecera–.  Este es mi honrado concepto: el me­jor es ¡No sé quién soy…! Al otro –Me siento libre– le falla algo al final. Parece que por querer hacerlo de impacto súbito se te desconecta la acción. Seria bue­no revisarlo para atornillarlo.

Opino, respecto al favorito, que estás a punto de hacer un gran cuento. Manejas bien el tema sicológico. Logras la intensidad, la emoción, la intriga que requiere el cuento. Mi consejo sería que lo guardaras algún tiempo y después volvieras a repasarlo.

En estas revisiones siempre aparecen nue­vas ideas. Tal vez sería bueno que lo abreviaras. Es el trabajo de artesanía que debe cumplir siempre el escri­tor. No conformarse con la primera fórmula, y tampoco con la décima o la vigésima: ahí está el secreto. Supri­mir, enderezar, hacer más claro el pensamiento, prescin­dir de lo superfluo y lo demasiado retórico, y siempre buscar la sencillez mezclada de elocuencia, son las me­jores herramientas del autor creativo.

Me parece excelente que andes ahora detrás del cuento y la novela. Bastante has leído en la vida para que ahora puedas fabricar narraciones. Pero primero debes sacar adelante el libro de ensayos. Desde hace mucho tiempo lo espero.

Me preguntas cuándo sale mi obra. Ventisca se encuentra en ma­nos de Soto Aparicio. Además, él está empeñado en conseguir para Destinos cruzados una telenovela en RCN. Estos pro­yectos, contando con la suerte, están en el hervor final.

Con Astrid te enviamos nuestros cordiales abrazos,

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, 12 de noviembre de 1986

Señor Alirio Gallego Valencia
Armenia

Apreciado Alirio:

Ya escrita la otra carta que va adjunta, donde me refie­ro a tus Huellas en la historia, he leído la página que le dedicas a Carmelina Soto y en la cual comentas la publicación que ella hizo de un libro titulado Un centauro llamado Bolívar, conformado con los textos que en honor del Libertador escribieron varios escrito­res quindianos.

No tuve la suerte de conocer dicho libro, pero supe, por los días de mi venida de Armenia, que se estaban solici­tando colaboraciones para llenar un libro en homenaje a Bolívar en el bicentenario de su nacimiento. Era la fiebre de publicaciones y loas que por aquellos días se agi­taba por todos los  ámbitos del país, cuando se recordaba el natalicio de nuestro máximo prócer. También el Quindío se hizo presente en el libro de Carmelina. Parece que pa­ra figurar en él se debía ser escritor nacido en el Quindío. Por eso no tocaron en mi puerta.

Tú, por fortuna para mí, te encargas en tu libro de enno­blecer el concepto del lugar de nacimiento, al decir: “Cuando nos referimos a escritores quindianos, por múlti­ples nexos, incluye a quienes sin portar partida de nacimiento regional están vinculados, en acción y espíritu, a nuestra integración. El intelecto y sus manifestaciones ca­recen de linderos; cuando se mencionan como valores loca­les, ha de entenderse en el sentido patriótico, sentimen­tal, ejemplar para la juventud…»

Es una simple anécdota, Alirio. Lo que deseo hora es co­nocer el Centauro de Carmelina. Yo soy grato con los es­critores quindianos y gozo con sus obras. Si acaso nuestra buena amiga Carmelina me dejó excluido de su lista por fal­ta de partida de nacimiento regional, pienso que no me va a inhabilitar como destinatario de un ejemplar. Consígue­melo, por favor.

Un gran abrazo,

Gustavo Páez Escobar

Copia a Carmelina

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Bogotá, 12 de noviembre de 1986

Señor Alirio Gallego Valencia
Armenia

Apreciado Alirio:

He recibido con gran regocijo tus Huellas en la his­toria, el libro presentido que viene a llenar el va­cío que registraba tu amplia carrera intelectual. Algunos de tus colegas de las letras quindianas venían co­mentando, en voz baja, que a pesar de tu recorrido te faltaba ser escritor porque no habías publicado ningún libro. Yo disentí siempre de ese criterio estrecho. Escritor es quien escribe, y tú, desde lejanas mocedades, lo has hecho a través de múltiples medios: la cátedra, el pe­riódico, la revista, el ensayo silencioso que se deja en la biblioteca…

Pero ahora eres autor de tu primer libro editado. Lo haces en plena madurez de tu vida, y esto parece signi­ficar que la idea de «publicarse» –lo que para muchos es un pecado de juventud y un desliz de la vanidad–, en tu caso ha sido un acto reflexivo y de plena convic­ción. Y ahora que te lanzas al público en la trascenden­cia de un libro, recuerda que tu nombre adquiere mayor categoría porque entra, y así tenía que ser, en la gale­ría de los autores «con obra».

Como el libro nunca muere, ya no podrás salirte de este círculo de los fabricantes de cuartillas impresas, que al fin y al cabo constitu­yen una especie de cofradía para la recordación de los tiempos futuros.

Enhorabuena, Alirio, por este hecho heroico que los es­critores llamamos parto. Tu libro es un aporte valioso a la literatura quindiana. Repasas la cultura de tu tierra en afortunado análisis de sus hechos históricos, sus escritores y poetas, su paisaje, su universidad. Ya me he deleitado, apenas ojeando tus ensayos, con el denso mate­rial que ofreces como producto de tu vocación humanística. Este sabroso acopio de crónicas habré de degustarlo, cla­ro está, con la morosidad que requiere tu sazonado escru­tinio intelectual.

Van muy cordiales parabienes, en asocio de Astrid,

Gustavo Páez Escobar

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Armenia, 24 de noviembre de 1986

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Apreciado Gustavo:

Aún no he pasado el susto por la aparición del libro. Te confieso que con timidez tomé los primeros ejemplares para enviar a unos cuantos amigos como tú, y pare de contar. Fue una emoción tan singular que me anonadó.

De modo que tu carta me ha despertado del marasmo y me estimula en grado sumo. Gracias por tu generosidad y por la interpretación que haces de quien al fin logra su libro impreso. Bien conoces no sólo la inquietud sino también el esfuerzo para realizarlo y emprender ese camino, un poco vanidoso, de entregar al público y a la critica la compilación del propio pensamiento y el tejido laborioso de las palabras que fusionan las ideas que saltan desde el ánimo del escritor al papel, para universalizarlas, después del filtro cerebral que significa el colador que el saber, remoto o inmediato, y de todos modos procesado en una vocación practicada en el transcurso de una vida entregada, en lo más íntimo, al ejercicio espiritual.

Quien como tú ha logrado tan merecidos éxitos en el oficio de escribir bien, comprende estas expresiones de mi alma, más por tus palabras que me estimulan, que por otras circunstancias.

Toda literatura es poesía en el fondo. A fe que se requiere ser un poeta, en ese sentido romántico del profeta que es, para pretender la extensión de nuestras emociones a fin de motivar las de los demás.

Comienzo a filosofar y no es mi propósito hacerlo. El alma inaugura, todos los días y a todas horas, sus emociones y nos lleva de la mano con sus movimientos.

Hago un esfuerzo por aterrizar y referirme al Centauro llamado Bolívar que con el mayor placer te envío. Fue su lanzamiento muy solemne aunque tenso, quizás por el afán de la venta que juzgo no fue rápida. Tiene magnífico contenido y muchas descortesías de bulto como la que me anotas, y otras. Por ejemplo: Héctor Ocampo Marín me contó no haber recibido ni el libro ni manifestación alguna a pesar de ser uno de los coautores.

Un gran abrazo para todos, mientras volvemos con estos gratos coloquios.

Alirio Gallego Valencia

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Bogotá, 1° de diciembre de 1986

Señor Alirio Gallego Valencia
Armenia

Apreciado Alirio:

Recibí el libro Un centauro llamado Bolívar. Te lo agradezco de verdad. Ya he leído varios textos, que sin duda son importantes. Pero la selección (en este caso la exclusión) deja vacíos: Euclides Jaramillo Arango, Alirio Gallego Valencia, Je­sús Arango Cano… A la literatura quindiana la hacen a veces separatista. El «puñado de escritores quindianos” a que se refiere Carmelina Soto en la nota de presentación ha quedado incompleto por la ausencia de escritores destacados.

El caso mío no vale la pena. La anécdota sí. Y aquí va. A la oficina de tu hijo Hernán fue Chila Latorre a solicitarle, antes de sa­lir el libro, que Davivienda adquiriera algunos ejemplares. Hernán preguntó por los escritores que allí iban a figurar. Y al notar la ausencia mía, se extrañó. Chila le explicó que Gustavo Páez Escobar no podía figu­rar por no ser quindiano…

Guando se fundó la Academia de Historia del Quindío, a la cual perteneces hoy con sobrados méritos, uno de los promotores me solicitó el Museo Arqueológico para efectuar el acto de inauguración del centro académico. Y me invitó a la ceremonia. Luego me explicó, con manifiesta incomodidad, que entre los fundadores no aparecía el nombre mío por no ser quindiano…

Segunda balota ne­gra para mis memorias. Lo lamentable era que la mayo­ría de los fundadores no tenían nada de escritores o de historiadores, sino de políticos. Otra vez el ve­to a figuras cimeras del Quindío intelectual, como la de Euclides o la tuya.

Cuando años después la Academia Boyacense de Historia (la de mi tierra nativa) me anunció mi elección como miembro de ella, a pesar de haber vivido tanto tiempo lejos de su territorio, me sentí en la gloria.

Va un fuerte abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, 16 de julio de 1987

Señor don Alirio Gallego Valencia
Armenia

Apreciado Alirio:

Tu carta del 9 se ha cruzado con el envío que te hice de la revista Nivel, que dirige en Méjico Germán Pardo García. Quise que conocieras dos de sus últimas poesías, en una de las cuales alude a este “vertebral amigo” que se ha ocupado de sus horas sombrías. Lee con cuidado la poesía de Henry Kronfle, que le ha valido la admiración del propio Pardo García.

Entiendo el estado de tu ánimo abatido después de la muerte de Euclides. El gran viejo se nos fue, pero nos dejó una inmensa lección humana. Deja, además, obra imperecedera que le da honor a la literatura colombiana.

Destinos cruzados (como telenovela) comenzará a pasarse en la segunda quincena del mes de  septiembre, a continuación de Mi sangre aunque plebeya, en el horario triple A de 8:30 a 9:30 de la noche, los días martes, por espacio de siete meses. Me siento compensado de muchos esfuerzos y sinsabores. Tú estás muy vinculado a esta novela (1) y por eso te participo el triunfo.

A veces te leo en La Patria, de tarde en tarde. No hay tiempo para muchos periódicos. Cuando escribas algo especial ojalá me envíes el recorte. La salud de Adel López Gómez es precaria y por eso escribí el comentario a que te refieres.

Con Astrid y los hijos correspondemos tu amistad y buenos deseos.

Gustavo Páez Escobar

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(1) El prólogo de esta novela es de Alirio.

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Armenia, 16 de agosto de 1987

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Apreciado Gustavo:

Me refiero a tu carta fechada el 16 de julio, cruzada con la mía del 9 del mismo mes.

Con la tuya recibí la revista Nivel que dirige en México Germán Pardo García, a quien envié mi libro. Leí con atención todo su contenido. Magnífico, y muy elocuente el homenaje a ti en el soneto Flores de sal. Me parece sublime que estés en la producción literaria de tan destacado poeta. El resto de su contenido es, por sí mismo, excelente.

Leí con interés la página de Soto Aparicio en la revista Integración boyacense, en donde coincide con mi vieja apreciación sobre tus escritos: contar cosas, bien contadas y con esa profundidad, un poco filosófica, sobre su contenido, saturado de fino humor.

Por esta tierra no acontece nada especial en nuestro ámbito intelectual. Las mismas envidias, celos, misterios. Todo gira, como siempre, alrededor de la política. La ciudad sí se transforma en obras públicas, en forma acelerada, con un dinámico alcalde, pretendiente al trono que será la próxima por elección popular. Y la economía en sus famosos ciclos cafeteros. Tú conoces a fondo todo esto.

Dicté en la semana de la cultura en Circasia una conferencia sobre la vida y la obra de Euclides. Analicé en forma rápida toda su obra y su personalidad intelectual y social.

Aquí siempre te recordamos. Merceditas se une a mí para enviar a Astrid, a tus hijos y a ti, nuestro cordial abrazo de amistad,

Alirio Gallego Valencia

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Bogotá, 26 de octubre de 1987

Señor Alirio Gallego Valencia
Armenia

Apreciado Alirio:

Hace varios días recibí tu disertación sobre Euclides Jaramillo. Logras en ella una gran página sobre la trayectoria hu­mana y literaria de este maestro de la inteligencia. Hoy me llega tu escrito traducido al esperanto. Felici­taciones por todos estos progresos.

Acabo de llegar de Boyacá. Fuimos con el gobernador Carlos Eduardo Vargas Rubiano, y un destacado número de intelectuales boyacenses, hasta Santa Rosa de Viterbo, al acto de lanzamiento de la segunda edición del libro de Mario H. Perico Ramírez que se titula Reyes, de cauche­ro a dictador. Quince días atrás había estado con el mismo gobernador, excelente amigo mío, en mi tierra na­tal (Soatá), y seguimos hasta el nevado de Chita (que también se llama de Güicán o de Cocuy), ha­biéndonos detenido antes en la hacienda de Tipacoque. Como ves, es intensa la actividad por estos lares.

Me siento muy complacido en Bogotá, con una serie de contactos de primer orden que he logrado realizar. Mi mundo se ha ensanchado. Mi vida laboral también es positiva.

Con un cordial saludo,

Gustavo Páez Escobar

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HERNANDO GARCÍA MEJÍA

Nació en Arma, Caldas, el 5 de abril de 1940. Poeta, narrador y ensayista, ha estado desde la juventud vinculado al mundo literario, editorial y periodístico de su país. Su producción literaria se ha dado mayoritariamente en el campo de la literatura para niños y jóvenes. Ha sido colaborador de El Colombiano de Medellín, de El Nuevo Siglo de Bogotá, de la revista Arco, y de otros medios escritos del país. También fue fundador y director de las revistas culturales El Impresor, de Editorial Bedout y de Piedra de Sol. Ha obtenido muchos premios literarios tanto de Colombia como del exterior.

Libros: Cuento para soñar, La estrella deseada, Cuentos del amanecer, Tomasín Bigotes, El país de la infancia feliz, Ojitos borradores, Cuando despierta el corazón, El Diablo que ríe, Cuentos de asombro, El elefante invisible, Guardianes de la selva, Cuentos de hoy con espantos de ayer, La comida del Tigre, Por la señal de la luz, Los cuerpos enlazados, Versicuentos de risa y disparate, Destinatario, el viento, Queja de pena y amor por Colombia, entre otros.

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Armenia, 8 de marzo de 1982

Señor Hernando García Mejía
Medellín

Estimado Hernando:

Ya estaba extrañando tu silencio, cuando me llegó tu carta del 2 de este mes a propósito de mi cuento Montaña adentro y del artículo sobre tu último libro, artículo que salió publicado el domingo 28 de febrero en el suplemento literario de La Patria.

Ni tú ni yo creemos en los concursos literarios. Es una lotería participar en ellos, pero de pronto nos la ganamos… (1) A veces, como suele ocurrir, el trabajo menos apto resulta el más afortunado. La literatura es tierra move­diza, por más que algunos se empeñen en ser dogmáticos.

A propósito de concursos, estoy de jurado de uno de cuentos de la Universidad del Quindío. Co­mencé a leer, y leer, y leer, y… ¡nada! Estoy esperando que salte la liebre desde cualquier sitio, muy agazapada como debe estar en esta montaña de papel con que los concursantes embotan la mente de los pobrecitos juzgadores.

Te envío un recorte de La Patria sobre mi libro de cuen­tos El sapo burlón. Es de Gaspar (Rodrigo Ramírez Car­dona), tal vez el más sesudo escritor que tiene el periódi­co. Como tú posees buen concepto sobre mis cuentos, deseo que conozcas este enfoque que me ha en­tusiasmado por interpretar mis propósitos. Otros comentaristas suelen no decir nada, o decir pendejadas. Pocos van al fondo, porque son pocos los verdaderos lectores.

Ya pronto tendrás en tus manos Caminos, donde ocupas una buena página. Allí transcribo tu estupendo artículo so­bre La defensa del libro (2) y sobre su autor, que publicaste en El Impresor. (3) También la reseña sobre otro libro tuyo de literatura infantil. A propósito: ¿cuándo reaparece El Impresor? Soy de los que creen que la revista no ha muerto. Está en reposo. Falta que tomes otra vez impulso y sigas al frente de esta empresa cultural.

La Gobernación de Caldas ha convocado a los escritores del Antiguo Caldas a un concurso de novela. Como maduras desde tiempo atrás una novela, ahí tienes una oportunidad para volver a probar suerte.

Retorno tus palabras de amistad con el saludo de mi se­ñora y los hijos por tu felicidad.

Afectísimo abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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(1) Hernando García Mejía y yo obtuvimos premios como finalistas del Concurso Nacional de Cuento, Gobernación del Quindío. Yo, con Montaña adentro.
(2) Artículo del cual soy autor, que fue publicado antes en el Magazín Dominical.
(3) Revista de la Editorial Bedout, dirigida por García Mejía, que fue clausurada en estos días.

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Armenia, 14 de septiembre de 1982

Señor Hernando García Mejía
Medellín

Estimado Hernando:

La nota tuya que sirve de introducción a Ca­minos salió con varios errores. Yo me ericé cuando los vi publicados, y quedé desconcertado cuando descubrí que me habían cambiado la nota. En efecto, tanto tu escrito como el texto general habían sido revisados por mí, co­rregidos y vueltos a corregir, sin lograr, no obstante el esmero desplegado, que se deslizaran varias fallas.

Pero tu prólogo había sido cambiado a última hora por el editor, para ponerle otro tipo de letra. La segun­da armada no me la pasó a revisión. A poco andar por ella se estrelló contra mi sensibilidad aquella “Madame Bobary» con la monstruosa b de los burros que atropellan el léxico. Faltaban una o dos comas. A una palabra le habían encimado una letra. El tipacoque, gentilicio, lo habían puesto con T mayúscula. El asterisco del título era desproporciona­do. Al final quedó una letra en el aire, que se les olvidó borrar. ¡Y se habían comido un párrafo entero…! En ese momento renuncié a la literatura. Pero me comí la santa ira con que hubiera fulminado al editor y todos sus colaboradores.

Creo que en total eran 14 errores en dos páginas. Algunos, imperceptibles para el común de los lectores, pero de todas maneras fallas imperdonables para la nota de honor, que era la tuya. Ya con el correr de los días no resistí el  deseo de comentarle al editor, a sabiendas de que el libro iba en plena marcha de impresión, aquellos percances que hieren el nervio estético del autor y de sus presuntos lecto­res.

Don Javier, que así se llama mi torturador, dispuso de inmediato que fuera sustituida la hoja defectuosa en la edición en marcha, y además recogió los libros en poder de la Gobernación y en poder mío. Este ímpetu de última hora permitió que sólo hubieran quedado en manos del público unos 70 ejemplares del tiraje de 2.000. Aquí se disminuyeron mis dolores.

Volví a corregir la prueba y, otra vez, me enfrenté a nuevos erro­res. En unas partes sobraban comas y en otras faltaban. Habían disminuido el tamaño de tipacoque, pero le habían agregado una tilde a Zola (Zolá, según el corrector). ¡Horror de los horrores! Pero el texto quedó finalmente como lo escribiste, si bien la falta de suficiente energía (eléctrica, y también de don Javier) eliminó una rayita, ¡una rayita! (-), que resultó una mínima señal de que equivocarse es humano.

Mi libro, en definitiva, salió con dos prólogos. Hoy estoy con más sosiego espiritual (aunque exhausto), librada la tenaz lucha a que el escritor está expuesto cuando cae en garras de su editor. Te envié el ejemplar imperfecto, uno de los pocos que no alcanzaron a ser recogidos, para que también sufras un poco y me acompañes en mis dolores del parto, y para que guardes un testimonio de las diabluras de la imprenta.

Des­pués de estas explicaciones te llegará el ejemplar corre­gido, por lo menos en lo que se refiere a tu prólogo. Hay otras partes del mismo libro que es mejor dejarlas así, y quedarme calladito, resignadito, comprensivo de las flaque­zas de la imprenta. De todas maneras, el libro quedó hermoso. ¿O qué dices tú?

Te van mis solidarios abrazos en la común empresa de ser héroes de las letras,

Gustavo Páez Escobar

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Armenia, 19 de marzo de 1983

Señor Hernando García Mejía
Medellín

Estimado Hernando:

Hace mucho tiempo no recibo noticias tuyas. En mi última carta te contaba el cambio de la nota de introducción (que es tuya) de mi libro Caminos, tras haber descubierto, marchando la edición, unos cuantos gazapos que por fortuna fueron corregidos por el impresor –Quingráficas– para disfrute de las futuras generaciones…

No sé si te habrás dado cuenta de que Caminos se fue en la Cápsula de El Tiempo. ¡Alabado sea Dios, que me recompensa con semejante desquite! Así, tú y yo quedamos conservados, casi que en refrigerador, para el año 2052. Tú, con tu prólogo. Yo, con las más de 300 páginas restantes, todo un milagro de supervivencia. Es posible que para entonces todavía se lean libros. Si no se leen, de todas maneras nuestros descendientes se sentirán agradecidos por haberles legado una muestra de esta época conflictiva –y quijotesca–, donde unos seres raros tenían la manía de hacer cuentos y poesía, para que los leyera la gente del 2052…

Mi sorpresa fue mayor, en cuanto se refiere a la Cápsula de El Tiempo, cuando supe que también El sapo burlón había sido incluido en ella. No sé qué santo me alumbró. Yo no hice gestión alguna para esta «facturación» literaria, y por esto el honor fue gratísimo, de los más reconfortantes que he recibido en este ingrato oficio de hacer literatura.

Con El Tiempo he venido de sorpresa en sorpresa. Uno de mis cuentos, Humo, fue escogido para la antología que publicó el periódico a finales de 1982. Fue un suceso que me llenó de satisfacción, tanto por no ser yo de la casa de los Santos, como por tratarse de uno de mis trabajos que más había corregido y depurado.

Bueno, Hernando. No dejes dormir la fibra epistolar, que eso también es literatura, y tú eres, ante todo, un duro combatiente de las letras.

Un cordial abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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Medellín, marzo 25 de 1983

Señor Gustavo Páez Escobar
Armenia

Apreciado amigo:

Celebro alborozadamente las buenas noticias que me das respecto a la inclusión de tus cosas en la cápsula de El Tiempo. En realidad, como nunca leo ese periódico –me parece pesado, soso, interminable y godísimo, más que El Colombiano, incluso–, no me entero sino de refilón, o de soslayo, de sus  avatares, muy prósperos por cierto.

Pero lo tuyo me alegra, en efecto. Eres una de esas poquísimas personas que un misántropo como yo puede apreciar hondamente. Por tu sencillez, por tu disciplina, por tu honradez literaria, por tu falta de ínfulas ejecutivas y, sobre todo, porque eres una brillante excepción en ese mundo analfabeto de la burocracia empresarial del país.

Tú, mi querido Gustavo, eres un tipo de letras. De las buenas. Aunque de las otras también. Por tu cargo, claro. ¿Cuándo diablos se había visto un gerente escritor? Bueno. Tú lo eres. Enhorabuena.

Las cosas mías andan muy bien. Las reediciones se suceden con éxito y hay un nuevo libro –juvenil– en proceso. Se llama Tomasín Bigotes. Lo quiero más que a un hijo bobo y lo he trabajado como el diablo. Vamos a ver qué pasa… En arte ocurre a veces que las cosas que más gustan, son las que menos suerte corren. Esperemos.

Me gusta tener tus noticias. Me gusta escribirte. Aunque a veces está uno demasiado cogido por sus propios fantasmas, demasiado enredado en sus sueños…

Un abrazo grande de tu amigo de siempre, un saludo cordial para tu señora.

Hernando García Mejía

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Medellín, julio 19 de 1985

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Apreciado amigo:

Muchas gracias por el gentil envío del suplemento de La República, con tu trabajo sobre el cuento en el Quindío. Atinado, didáctico, informativo y, sobre todo, utilísimo.

Me alegró, sinceramente, tu repunte cordial en mi apartado, pues, a decir verdad, nuestra correspondencia ha raleado bastante en los últimos tiempos. Cosas del trabajo y tal vez de los sueños. En este turbión exacerbante de la moderna vida citadina ya no queda tiempo sino para sobrevivir de los empujones.

Releí los cuentos, aunque ya los conocía. La vaca sarda, Montaña adentro, Marea, Tragedia en un rostro… A propósito de este último, y de Luis Vidales, creo –y perdóname el exabrupto crítico– que el poeta ha debido seguir como cuentista. Acabo de leer los Poemas del abominable hombre del barrio de las Nieves y me quedé con la idea fija de que en ese caso especialísimo hay mucha más propaganda que calidad. Abonando algunos chispazos de humor que salvan a cualquiera.

¿Será que uno después de tanto tragar libros y libros de todas partes se va poniendo como remilgado para los alimentos? Quizá. De pronto sí…

Bueno, ¿y qué hay de ti? Supongo que ya andas completamente “hecho” a Bogotá como cualquier cachaco chapineruno. De pronto vuelvo por allá.

Saludos a tu señora y a tus muchachos.

Cordialmente,

Hernando García Mejía

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Bogotá, 24 de julio de 1985

Señor Hernando García Mejía
Medellín

Apreciado Hernando:

Acabo de recibir tu carta del 19 y te agradezco tus términos sobre mi trabajo respecto al cuento quindiano. El suplemento quedó bien elaborado y se convierte, como dices, en un material útil. El Quindío es tierra de cuentistas, pero allí olvidan a veces que, fuera del ca­fé, tienen cultura. Mi conferencia busca rescatar los valores de la región y tuvo eco en los directivos de la universidad y en los intelectuales que estuvieron presentes en la conferencia. Algo quedará.

Me he dado cuenta de las dificultades económicas de Bedout. Ojalá salven la empresa, como parece que ocurrirá. La parte laboral tuya supongo que se encuentra despejada. Los pobrecitos escribidores no podemos sucumbir en las garras de los concordatos. Veo que Bedout te sigue reedi­tando obras. Eso está bien.

Muchos éxitos para ti y los tuyos. Mi señora y mis hijos corresponden a tu saludo.

Afectísimo abrazo,

Gustavo Páez Escobar


Ver epistolario Hernando García Mejía 1991-2000

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HORACIO GÓMEZ ARISTIZÁBAL

Nació en Córdoba, Quindío, el 6 de enero de 1931. Abogado, ensayista, académico, periodista, historiador. En 1955 inició en Bogotá una vibrante campaña para que se creara el departamento del Quindío. Pertenece a varias academias de Colombia y del exterior y ha sido distinguido con numerosos reconocimientos por su obra literaria y su labor jurídica en el ramo penal. Fundó la Academia Hispanoamericana de Letras y Ciencias.

Libros: El departamento del Quindío, Teoría Gorgona. Lo humano de la abogacía y de la justicia, Jorge Eliécer Gaitán y las conquistas sociales, Defensas penales, Decadencia del pueblo colombiano, Diccionario de la historia de Colombia, Chispazos colombianos, El Quindío y Colombia en el Siglo XXI, Yo penalista me confieso, Santander y el Estado de Derecho, Las pruebas en el Nuevo Procedimiento Penal, Derrumbe moral e injusticia social en Colombia, Treinta años de abogacía. Los celos patológicos en el crimen pasional, Así actué en 500 procesos, Oradores del Gran Caldas, El mariscal Alzate, La calumniada Regeneración, La elocuencia en el Gran Calda, entre otros.

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Bogotá, abril 15 de 1982

Señor Gustavo Páez Escobar
Armenia

Acepta, Gustavo Páez Escobar, un saludo fraternal.

Felicitaciones por Ventisca. Me proporcionó un inmenso goce estético. Llevas en la retina todos los paisajes y en el corazón todas las emociones. Eres un escritor cabal, un maestro del arte de pintar, de dibujar. Pocas prosas con tanta fuerza y novedad.

Hay que creer en los altos valores de la literatura. Ella influye, orienta, recrea, memora, y lo que es más importante, ayuda a vivir. Por la improvisación, naufragan multitud de intelectuales. En tu caso, el trabajo es paciente, metódico, sin prisa, pero sin pausa.

Admiro la fertilidad y lucidez. Y debe ser así. Se nace para dar y producir. “¿Quién que es, no es romántico…? Amo los versos, amo las criaturas”.

Te adjunto un comentario mío, titulado ¿Una literatura, sin novelistas? Te leo con provecho y regocijo.

Con afecto,

Horacio Gómez Aristizábal

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Armenia, 23 de abril de 1982

Doctor Horacio Gómez Aristizábal
Bogotá

Estimado Horacio:

He leído con sumo placer el comentario sobre mi nove­la Ventisca que me envías con tu carta del 15. Tus referencias son en extremo honrosas y estimulan­tes. Contienen importantes puntos de vista sobre la trayectoria de la novelística colombiana. Al enjuiciar la ausencia de la novela colombiana, como un hecho representativo de la esencia cultural de un pueblo, haces ver uno de los vacíos de los tiempos actuales. Hay novelistas pero no hay novela. Hay ganadores de concursos pero no existe una concien­cia continuada, seria, valedera. Estamos de acuerdo.

El Quindío no tiene historia escrita porque nadie se ha atrevido a escribir una novela de verdadera profundidad histórica. Me refiero a la historia del café, que después de la colonización es el hecho más significativo y definidor de la comarca. Los fenómenos so­ciales de esta tierra son dignos de ser amasados con los ingredientes del buen novelista para dejar el testimonio de un pueblo. La bonanza cafetera es un venero de sociología que daría lugar, con buen ojo crítico, para enmarcar la sociedad quindiana den­tro de tiempos conflictivos en el desa­rrollo económico y social de la región.

El rio corre hacia atrás, del pereirano Benjamín Baena Hoyos, que ha pasado inadvertida como gran novela quindiana, pinta la coloni­zación y se convierte en una referencia del despegue histórico de una generación de hombres productores de trabajo.

Colombia, por otra parte, que tiene novelistas ocul­tos, sin estímulos para ser rescatados del anonimato, es muy dada a la vana ponderación. Le gusta mucho vivir de ficciones. Nuestros escritores, que por naturaleza son narcisistas, pugnan por conquistar una fama efímera, la de los elogios mutuos, donde el humo no deja florecer la verdadera obra que reclamas. La verdadera obra pueden ser muy pocos libros, a veces un solo li­bro, pero de dimensiones tales que se logre traspa­sar la mediocridad.

El novelista colombiano, que vive desorientado, quiere tomar, por ejemplo, a García Márquez como brújula. ¡Grandísimo error! Hay que crear un estilo propio, in­dividual, dentro de proyecciones distintas a las del escritor de Macondo que ya se apropió de su terreno. Vemos, sin embargo, aparecer algunas muestras aisladas que indican el esfuerzo de estos tiempos por retratar una época traumatizada. De pronto surge el real testimonio que se echa de menos.

Tus enfoques son certeros. Creas preocupación. Respecto a este modesto escritor, o mejor, escribidor, retas mi calendario cuando dices: «Gustavo Páez Escobar está en la edad cenital en que la vida empieza a sazonar sus miles y el espíritu sus más sabios silencios». Veremos qué se sigue haciendo. Por lo pronto, trabajar con constancia y tratar de superar los escollos de mi oficio bancario, una barrera esterilizante, por lo fría y traumática.

En estos días aparecerá mi libro Caminos, una serie de notas literarias que me publica la Gobernación del Quindío. Allí le dedico una página a uno de tus libros. Te lo enviaré  de inmediato.

Mil gracias por tus palabras para mis escritos periodísticos. El Humor a la quindiana, en El Espectador, está gustando. Es una vena que mantenía en secreto, pero que siempre la he sentido viva. Peleo contra el tiempo para poder leer, escribir, producir. Ese es mi problema. Pero también mi reto, y uno no debe vivir sin retos.

Te va un fuerte abrazo,

Gustavo Páez Escobar


Ver epistolario Horacio Gómez Aristizábal 1991-2000

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INÉS DE LA DOLOROSA

Hermana de la Presentación. Tía del médico Tulio Bayer, circunstancia que movió el epistolario que aquí se recoge. Sus cartas son amenas, calurosas, precisas, manejadas con rigor gramatical y bello estilo. Le gusta tratar temas sociales y  culturales y lo hace con propiedad, realismo y sentido crítico. Dirigió revistas en su congregación, escribió artículos y poemas. En sus cartas se advierten su formación humanística y su preocupación por defender las causas justas. Murió hacia el año 1993.

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Chiquinquirá, agosto 13 de 1982

Señor Gustavo Páez Escobar
Armenia

Mi estimadísimo señor Páez:

Atendiendo a un deber de gratitud, me dirijo a usted para saludarlo, desearle salud y paz y expresarle el debido agradecimiento por su noble artículo póstumo para nuestro amado Tulio, (1) el desventurado “loco” que ni después de muerto deja de recibir piedra manchada de venganza y cobardía. (Un cadáver no puede defenderse…)

El marcado contraste que presenta su artículo con el del general Valencia Tovar muestra muy claro lo que cada uno de sus autores es: usted llama valor a lo que él denomina traición; lo que usted califica de interés para la patria, él lo llama ambición de poder, y así lo demás.

No es la hora de hacer el inventario de los errores de un hombre que ya fue juzgado por Dios y mucho menos la de calificar sus acciones. En la doctrina de nuestra fundadora Marie Poussepin hay una norma de conducta que viene al caso: “Cuando no podáis justificar las acciones, disculpad, al menos, las intenciones”.

A mis manos han llegado varios de los conceptos póstumos acerca de Tulio. Algunos interesantes, como el de Adel López Gómez y Hernán Unas; Cabildo abierto, un poco elemental; la breve nota de El Tiempo, muy despectiva; lo de Cromos, algo difuso. Lo suyo, lo suyo, señor Páez, fue bálsamo en la herida. Dios lo recompense y haga crecer sus virtudes de hombre veraz, de periodista honrado, de ciudadano intachable, de amigo sin igual.

Entre otras cosas quiero preguntarle si Tulio se enteró de nuestra carta con los datos de su niñez y adolescencia. Si él estaba resentido con hermana Martina por lo de la correspondencia. Si habría hecho algún escrutinio especial de papeles, etc. En fin, son tantos los interrogantes que deja una muerte súbita y tan hondos los vacíos en el corazón. ¿Qué actitud asumió Tulio ante la inminencia de su muerte? ¿Piensa usted que él haya podido planearla? ¿Estaba resignado a morir?

Yo le escribí a Amira (2) rogándole nos diera detalles de Tulio, su estado de ánimo, la limitación de sus actividades, pero no he obtenido respuesta y dudo de obtenerla. Tengo esperanza en el regreso del padre Mario Calderón Villegas, manizalita, su amigo, quien nos dio la noticia porque Amira lo llamó a su casa de Bogotá y le rogó fuera a Chía a informar a mis hermanas de lo ocurrido, detalle que supimos agradecer. Cuando estuve en Bogotá llamé al padre y pude recibir de él grandes consuelos. Me prometió visitarme pero nunca lo hizo. En agosto llamé a su casa y se me informó que el padre había regresado a París.

Hermana Martina (3) aún ignora el fatal desenlace de una vida que repercutió en la suya con acentos de amor inenarrables. Sin duda alguna, Tulio se ha hecho presente ante ella de manera sensible. Fue algo muy curioso: la misma noche de su muerte, la hermana, contra su costumbre, timbró muchas veces llamando a la enfermera para que buscara “quién había por ahí”. Algunos días después madrugó con la noticia de que “Tulio estuvo aquí y me prometió volver hoy”. ¡Qué momentos tan amargos tiene la vida!

Una vez más le expreso mis agradecimientos por la amistad amplia y generosa que le dispensó a Tulio, de la cual nos sentimos participantes todas las hermanas Bayer, sus admiradoras más sinceras.

Agradecida de corazón,

Hermana Inés de la Dolorosa

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(1) Esta hermana de la Presentación es tía de Tulio Bayer. Oriunda de Sonsón, Antioquia. Monja agradable en la correspondencia, de ideas interesantes, de sentido humano lleno de gracia y simpatía. Aborda muchos temas en sus cartas, entre ellos los de carácter social sobre la vida del país. Monja culta, intelectual, inquieta. Con dotes de escritora y periodista. Otras dos hermanas suyas también son religiosas. Con la que tuve correspondencia, e incluso trato personal, fue con la hermana Inés, una monja salida de lo común.
(2) Viuda de Tulio Bayer.
(3) La mayor de las tres monjas Bayer. En un tiempo tuvo ella mucha cercanía con su sobrino Tulio. A ella le dedicó el libro Carta abierta (Ediciones Hombre Nuevo, Medellín, 1977).

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Armenia, 19 de agosto de 1982

Hermana Inés de la Dolorosa
Chiquinquirá

Muy estimada hermana Inés:

Un presentimiento me decía que iba a recibir alguna ma­nifestación de las religiosas Bayer después de la muer­te de Tulio. Hoy me llega la carta de usted, una hermosa carta que me ha llenado de júbilo como si fue­ra el propio Tulio su autor.

Esta muerte, por lo súbita, me dejó descon­certado. De inmediato le envié a Amira una tarjeta de condolencia, en la que además le solicito que me suministre informes sobre los últimos días de su esposo. Más adelante le remití fotocopia de mi artículo de El Espec­tador y le reitero aquel deseo. No he recibido contesta­ción.

No conozco la nota del general Valencia Tovar, y mucho me interesa que usted me haga llegar una fotocopia. Tam­poco vi la de Hernán Unas. Leí las de Adel López Gómez (amigo mío de Manizales) y la  de Cromos. Esta última no me agradó nada. Le envío fotocopia de la carta que dirigí a su autor, Eligio García Márquez, con copia para la revista, donde refuto el enfoque especulativo que se le da al persona­je.

Como tengo un archivo abundante sobre Tulio Ba­yer, quisiera conocer el mayor número de comentarios para seguir estudiando su extraña personalidad e intentar con el tiempo, como me lo propongo, un estudio más amplio sobre él.

Tulio no se enteró de nuestra correspondencia. Y no creo que estuviera resentido con la hermana Martina. Sólo me manifestó que hacía mucho tiempo no recibía correspondencia de ella y que esto lo atribuía a su li­bro contra Baltasar Álvarez Restrepo.

En sus últimas cartas se mostraba abrumado con la vida, cansado de vivir. No ocultaba sus limitaciones de salud y hasta llegó a decirme que presentía su muerte cercana. En otra carta, sin embargo, me decía que pensaba vivir hasta los 65 años, la edad ra­zonable del hombre, para poder concluir algunos proyectos importantes que tenía entre manos.

Yo, en cam­bio, me había sugestionado con la idea de que Tulio moriría muy pronto. Según informes, estaba muy gordo, muy fatigado y decepcionado de sus luchas.

A la hermana Martina le envié, tan pronto salió en el periódico, fotocopia de mi artículo. Si en razón de su edad tiene algún control sobre la correspondencia, es posible que no se la hayan pasado. La presencia de Tulio ante ella, que me cuenta en su carta, la considero cierta. Yo creo en los recorridos del espíritu cuando la persona va a morir. Tulio tuvo siempre por su tía Martina, en particular, y en general por sus tías religio­sas, gran aprecio. Me consta. Esa, de todas maneras, es la vida: sorprende morirnos, pero no hay realidad más evidente.

Mi actitud ante Tulio siempre fue definida, y también osada. No todos tie­nen el mismo sentido de la amistad y de la lealtad. Ya muerto él, continúo siendo lo mismo de amigo. El reconocimiento que usted hace de este rasgo de mi carácter me anima y me gratifica por un acto que para mí es es­pontáneo, fácil de cumplir. Puede ser, dadas las circunstancias especiales que conocemos, una actitud valiente, pero sigo creyendo que el valiente fue Tulio Bayer.

Con mi cordial aprecio,

Gustavo Páez Escobar

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Chiquinquirá, septiembre 14 de 1982

Señor Gustavo Páez Escobar
Armenia

Muy estimado señor Páez Escobar

Espero haya recibido mi carta con las fotocopias. Hoy quiero aludir a su bellísima obra Caminos: crece mi admiración a medida que avanzo en su lectura. Cada reseña revela mejor su vasta erudición, su exquisita cultura, y más que eso, su respeto por el ser humano y la maravillosa antena que posee su espíritu para captar no sólo las virtudes del hombre, sino para transformar en cualidades lo que el común de la gente llama defectos.

Me emociona encontrarme con gente de mis simpatías y de mi aprecio, allá por los tiempos de mi lejana juventud, como el doctor Sierra, párroco de Sonsón, director espiritual de mamá y consejero mío en asuntos sentimentales, quien dio gran impulso a la cultura del terruño de mi alma –o del alma–. Recuerdo que él propició una especie de tertulia social en el parque de la plaza mayor, con restaurante caro, a fin de allegar fondos para diversas obras de progreso. Allí acudían cada domingo las parejas a departir los amores decentes, que hoy ya pasaron de moda, y que nos dejaban el alma limpia, llena de ensueños y poesía, sin remordimientos ni degradaciones… ¡Qué hermoso era todo aquello!

No sé si Adel López Gómez es el mismo que en Medellín integraba un grupo denominado “Los cinco y seis”. Estando yo de paso por esa capital y en casa de Graciela Gómez, cuentista, fue él a visitarla y aquella me invitó a la charla con varios amigos. Era yo, entonces, una sonsoneña bonita pero tímida y Adel me preguntó: “¿Usted escribe o recita?”. Y antes de que yo contestara, Graciela le contó que yo había representado al doctor Nicolás Bayona Posada y a Luis A. Calvo, recibiendo en su nombre la Lira de Oro que les ofreciera la Sociedad de Mejoras Públicas en los Juegos Florales de Sonsón, en el centenario de Gutiérrez González, para premiar la letra y la música del himno a Sonsón.

A otro que recuerdo es al doctor Peñuela, (1) a quien cuidé en el pensionado del hospital de Tunja, por los años 45 o 46, y que me hizo el honor de servirle como secretaria para dictarme algunos mensajes con destino a entidades y copartidarios suyos. (Yo desempeñaba el cargo con temor y temblor, pues su semblante severo no me inspiraba confianza).

“¿A dónde irá el buey, que no are?”. Lo que prueba que para usted es un deber ineludible el propiciar desarrollo y generar cultura a donde quiera que se encuentre. Cómo admiro su generoso compartir con los demás el rico caudal de su inteligencia y los dones exquisitos de su espíritu.

¿Y qué diré de las páginas humorísticas de su libro? ¿Y de artículos como La máquina del escritor, Mi viejo diccionario, Pobre ortografía, Veinte centavos de cultura? Me siento identificado con su criterio y sus conceptos.

En cuanto a la pereza intelectual, parece que ya no hay nada qué hacer. Los profesores parece que han perdido el interés por la investigación como el medio eficaz para actualizarse. ¿Qué se dirá, entonces, de los alumnos? Si leen, lo hacen sin detenerse en el sentido del texto, menos en el estilo y la ortografía. Es lamentable la mecanización del hombre moderno.

Una vez más le agradezco el precioso regalo de su libro que tanto me ha enseñado y solazado, el interés que ha mostrado en nuestra pena y, en fin, las delicadezas de su amistad.

Cordialmente,

Hermana Inés de la Dolorosa

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(1) Canónigo Cayo Leonidas Peñuela, paisano mío. Murió por la época que comenta la monja: en Soatá, en 1946.

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Armenia, 30 de septiembre de 1982

Hermana Inés de la Dolorosa
Chiquinquirá

Estimada hermana Inés:

Primero recibí las fotocopias de los artículos sobre Tulio Bayer, junto con su amable carta, y después su segunda misiva, del 14 de este mes. Yo también le había enviado el artículo de María Emilia Bayer, publicado en el diario La Patria, el cual me pareció de gran sensibilidad, justo, bien definido. En estas mutuas remisiones se han cruzado los correos, pero todos han llegado a su destino.

No conozco en persona a María Emilia Bayer, aunque tengo sobre ella muchas referencias que me suministró Tulio. Sé que es médica y sé de su fracaso matrimo­nial. Según entiendo, se le han presentado algunas di­ficultades de entendimiento con su propio padre, Javier, y creo que ellas nacen de ciertas complicaciones causadas por el dinero. Estoy al tanto del distanciamiento definitivo que se presentó, por el mismo aspecto, entre Tulio y Javier.

Llamé por teléfono a María Emilia en uno de mis viajes a Manizales, pero no pudo recibirme por hallarse indispuesta. Acababa de llegar de un viaje de Barrancabermeja, donde gestiona ahora un puesto de médica, y se sentía fatigada por la travesía. Tenía deseos de dialogar con ella. Ojalá pueda hacerlo en otra ocasión.

Mil gracias por su generosa ponderación sobre mi libro Caminos. Veo que ha caído en magníficas manos y esto me recompensa del esfuerzo de hacer literatura. Encuentro en sus comentarios una sabrosa vena intelectual, donde salta a veces la chispa humorística. Y descubro algún recodo sentimental cuando, recordando sus épocas juveniles, aparece la sonsoneña bonita que iba en busca del consejo de su párroco.

No sé si aquella sonsoneña juvenil, que se me ocurre situar un día en amores decentes en el marco de un pueblo de sanas costumbres, terminó de monja por huir del diablo, los asedios y las tentaciones.

Es posible que Adel López hubiera tenido en Medellín el grupo de Los cinco y seis. Él ha sido amante del teatro. En Manizales  tiene un programa radial que se llama Pago a todos.

En cuanto a mi paisano el canónigo Cayo Leo­nidas Peñuela, queda bien hecha la descripción de su carácter severo, que producía temblor en las débiles piernas de su secretaria, la futura hermana Inés. Este sacerdote, corno lo pinta, era político y camorrista, y además historiador. Yo hice mis primeros años escolares en el Colegio de la Presentación de Soatá y me acuerdo de él como un clérigo muy bravo.

Me llegó al fin carta de Amira. No dice mucho, pero suminis­tra la noticia exacta, que yo ya conocía, sobre la muerte de Tulio. Valiente esta mujer. Voy a escribirle y a tratar de que me suministre otros datos sobre algunos perfiles de su difunto esposo. Trato de apuntalar algunas referencias que me permitan plasmar con el tiempo un retrato fiel de este extraño combatiente de la vida, dechado de la inteligencia y el decoro.

Va un cordialísimo saludo,

Gustavo Páez Escobar

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Chiquinquirá, septiembre 30 de 1983

Señor Gustavo Páez Escobar
Armenia

Distinguido y muy apreciado amigo;

Con grata sorpresa abrí el sobre que me traía su despedida del Quindío, (1) y era lo que menos esperaba. Siempre consideré una gran fortuna para esa noble tierra el tenerlo a usted tan arraigado a su ambiente, costumbres y tradiciones y además vinculado a importantes intereses culturales, sociales, intelectuales y económicos. Hoy me hago solidaria con la sociedad quindiana para lamentar positivamente su ausencia.

Dice que «inaplazables necesidades de familia los regresan a la capital». Pienso que se trate del rutinario sacrificio de los padres que en busca de universidad para sus hijos tienen que renunciar a sus propios intere­ses y comodidades de una vida sencilla cuyo confort se ha logrado a través de muchos años y a costa de penosos esfuerzos, para enrolarse ahora en la barahúnda de la complicada vida capitalina con sus interminables recorridos, su contaminación asfixiante, desadaptación social. Ojalá los hijos correspondan a todo lo que esto significa.

Cuando tenga su nueva dirección, quisiera hacerle llegar un modestísimo ensayo de revista elaborado en el colegio como recuerdo del centenario. Eso sí con la condición de que no se vaya a burlar mucho de mi colabora­ción: usé mi nombre de religión, mis iniciales de pila (J.B.J.) y el ano­nimato en el acróstico de la contraportada, para que no resultara un monopolio chocante. Es que cuando uno está entrañablemente vinculado a una obra y la ama de veras, quisiera hablarle de ella hasta al Papa. Ese fue mi pecado de publicidad. No vaya a calificarme de vanidosa.

En la segunda quincena de agosto estuve en Cali buscando salud y descanso. Allá disfruté de algunos programas de televisión, y cuál no sería mi sorpresa al verlo aparecer a usted entre un grupo de intelectuales insignes del país. Pero como la visión fue tan breve, no pude captar el motivo de su presencia allí. Mucho me complace ver que se reconoce el mérito de mis compatriotas, máxime tratándose de un amigo tan especial.

Mis hermanas le hacen llegar un saludo afectuoso y reiteran su agradecimiento por la amistad que nos brinda. A mi vez le ruego presentar a los suyos mi cordial saludo y sinceros deseos de que todo les resulte favorable en esta nueva etapa de su vida.

Hermana Inés de la Dolorosa

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(1)  Adiós al Quindío (El Espectador, 27-VIII-1983).

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Bogotá, 20 de febrero de 1984

Hermana Inés de la Dolorosa
Chiquinquirá

Hermana Inés:

Recibí con mucho placer, ya en mi sede bogotana, su amable carta del 4 de enero que he demorado en con­testar por el ajetreo de esta ciudad que le recorta a uno el tiempo en forma mortificante. Es, en fin, el nuevo ritmo de vida que me imponen las circuns­tancias y que se va dosificando con buen ánimo y  resuelta voluntad de progre­so.

Aquí las cosas demoledo­ras de la gran urbe imprimen otro perfil al ritmo de la ciudad pequeña que es Armenia. Pero también se conoce gente importante, se adquie­ren nuevas experiencias y se respira otra cultura. El hombre no es sino un permanente viajero, y esto lo hace múltiple y creador. El mundo entra a la sen­sibilidad del buen observador y termina creando in­quietudes y despertando emociones estéticas cuando existe capacidad de asombro.

Míreme en el recorte adjunto donde aparezco con unos intelec­tuales y unos embajadores (los embajadores no siem­pre son intelectuales…) Con whisky en la mano, bien rodeado, sonriente, tirándomelas de importante…, cuando sólo soy el recién desempacado provinciano con capacidad de hacer amistades e irradiar cultura. La cultura, querida hermana Inés, que usted y yo poseemos –loado sea Dios–, nos defenderá en este mundo ligero que nos rodea por todas partes.

Sirvan estas breves palabras de reiterada amistad para continuar los hilos epistolares con la sonsoneña bonita de antaño que hoy le sirve bien al Señor en su casa de santidad.

Le repito mis permanentes votos de aprecio,

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, 1° de agosto de 1984

Hermana Inés de la Dolorosa
Chiquinquirá

Estimada hermana Inés:

Como el paso del tiempo es vertiginoso, aquí me tie­ne, con dos meses de atraso, contestando su amable carta del 28 de mayo. Los días pasan y pasan, casi sin darnos cuenta, y cuando queremos detener su marcha nos hallamos con la triste realidad de que el calendario es voraz.

En estos días la monja de Osuna, (1) que se ha puesto gafas oscuras para no ver tan claras tantas defi­ciencias del país, se ha vuelto más enérgica con los yerros nacionales. Se me ocurre que su vigilan­cia siempre actuante, y graciosa, representa, en mi caso, un lazo de comunicación con las hermanas Bayer de la Presentación, a quienes mucho aprecio. En el caso de la correspondencia, aunque no siempre la máquina vuela, la amistad permanece.

La vida capitalina es exigente y no siempre se le coge el paso. Yo, por fortuna, ya me defiendo en la gran urbe. Tengo dos hijas universitarias –20 y 18 años– y un muchacho de bachillerato –13 años– que constituyen, al lado de mi amada esposa, mi razón de ser. Por ellos lucho con ahínco y con alegría frente a las duras contingencias cotidianas y me siento con­fortado viendo que los esfuerzos son correspondidos.

Cada cual en lo suyo. Unos, en la vida religiosa; otros, en el mundo seglar. Lo importante es cumplir una misión digna. Defenderse hoy contra los asedios materiales, con una vida presionada por fuertes alzas económicas, y mantener la moral dentro de un medio ambiente contaminado, es pelea de titanes. Pero vamos ade­lante, a Dios gracias.

Discúlpeme la demora de esta carta. Ella de todas mane­ras le es portadora de mi constante amistad, que le ruego hacer extensiva a sus queridas hermanas,

Gustavo Páez Escobar

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(1)  Monja que hizo famosa el caricaturista Osuna durante el gobierno del presidente Belisario Betancur (que es el actual).

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Chiquinquirá, septiembre 11 de 1984

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Muy recordado señor Páez:

Le confieso que estaba preocupada por la demora de su respuesta, pensando, con prejuicio, que le hubiera disgustado el envío de la hojita dominical, al hacerlo comentar interiormente: «Ya empieza esta monja con sus beaterías. Antes se había demorado…» No, yo no soy beata; pero cuando encuentro ideas concretas y originales en cualquier tema, quisiera difundirlas para que otros también las saboreen. Y eso es todo.

Yo también llego un poco tarde a contestar su amable carta, la que llevé a Chía para comentarla y agradecerla en compañía de mis hermanas. Ellas lo saludan y oran por usted y los suyos. Nos encantó saber algunos detalles acerca de su casa y una vez más admiramos el equilibrio de su hogar. Muy satisfechos deben sentirse ustedes por el éxito alcanzado en la dirección de sus hijos.

¿Me dice que la monja de Osuna se ha calado los anteojos negros para no ver tanto desastre? Yo pienso que, al contrario, sus lentes deben ser lupas potentes para cerciorarse de aquella multitud de trucos que usan los políticos o politiqueros, pretendiendo engañar al mismo diablo, padre de la mentira, a quien parece que le van ganando, por lo que se ve, en el arte de mentir. Nuestra pobre patria se ha convertido en un vivero de ladrones de todos los colores, posiciones, tallas y categorías, que aniquilan al país. Es una amarga realidad.

Aquí hemos estado ahítos de literatura piadosa y estimulante dedicada al nuevo obispo, “boyacense de pura raza», de imponente figura y gran bondad. Sin duda alguna, esta es una afortunada diócesis, gracias a Dios. La radio me mantuvo informada acerca del acontecimiento, pues aún continúo apoyada en mis muletas, y por lo tanto privada de salir para evitar una caída que sería fatal. Tengo esperanza de la segunda intervención en los próximos meses. Son muy fuertes los dolores de la pierna no intervenida, pero me consuela el saber que Cristo los padeció peores. Y Bolívar también.

Bueno, mi noble amigo, lo dejo en paz pero con el encargo de presentar a los suyos un cordial saludo y sentimientos de admiración y gratitud de parte de las hermanas Bayer.

Con sincero afecto,

Hermana Inés de la Dolorosa

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Bogotá, 30 de septiembre de 1984

Hermana Inés de la Dolorosa
Chiquinquirá

Muy recordada hermana Inés:

A mi regreso de Palmira, donde permanecí algún tiempo en función de trabajo, en­contré su gentilísima carta del 11 de septiembre, un documento como todos los suyos lleno de afecto, de gracia y hondo sentido humano. Por algo Osuna hizo de una hermana de la Presentación todo un personaje de la simpatía y la vena crítica.

A sor Palacio Angulo, como él la bautizó, la vemos ahora tomando el avión a España. Ojalá su silencio no permita que los desastres nacionales continúen haciendo carrera.

La tertulia de las hermanas Bayer en Chía será un encuentro armonioso donde el tono familiar se unirá al talante espiritual de estas mensajeras que son ustedes del mensaje de Cristo. Es una hermosa cofradía que las hace dignas de acumular los bienes del espíritu y del corazón que prodigan al mundo.

Aprecio mucho sus cartas. Significan una chispa de buena vida y un grato vínculo de esparcimiento y alegría.

Con mi cordial aprecio,

Gustavo Páez Escobar

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Fusagasugá, Miramonte, noviembre 18 de 1985

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Mi estimado amigo y honorable historiador académico:

Hoy vuelvo a ustedes con mi saludo de amistad, agradeciendo una vez más la que ustedes me brindan.

Como las calamidades y el dolor me han hecho avanzar un tris en humildad, he decidido enviarle mi respuesta a la pregunta de un locutor ante la tra­gedia de Armero. Si no es mucho pedirle, le ruego que, si la encuentra oportuna, tenga la bondad de hacerle las correcciones del caso, suprimien­do lo que juzgue inconveniente o de malas consecuencias, etc., etc.

Si después de la depuración juzga que pueda llevar un mensaje a la conciencia de la comunidad y dispone de algún medio publicitario en sus de­rechos de periodista, le ruego me lo lleve a la prensa. En caso negativo, y si piensa que no vale la pena, no dude en devolvérmelo con toda libertad, como lo hiciera con una hermana suya, como lo soy yo.

He pensado tanto en Tulio… Constantemente le doy gracias a Dios de que se haya ido de este mundo tan revuelto. Dios lo haya acogido con miseri­cordia, como recibe un padre bueno al hijo enfermo que había huido de la casa. De Amira, ni una señal de vida. Pobre mujer.

Ahora sí voy a deleitarme en la lectura de sus cuentos (que no son cuentos sino radiografías engalanadas con riqueza de imaginación y estilo).

Que el Señor le ayude a terminar este año con abundante cosecha de méritos para la vida temporal y eterna. ¿Cómo está su salud? Lo encomiendo cada día, lo mismo a los suyos para quienes envío la seguridad de mi afecto y la promesa de mis oraciones por cada uno.

Feliz Navidad y venturoso año les desea con el alma,

Inés de la Dolorosa

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Bogotá, 5 de diciembre de 1985

Hermana Inés de la Dolorosa
Fusagasugá

Apreciada sor Gacela:

Cumplidas sus órdenes. El Espectador acogió su artículo en el sitio destacado que denomina La carta del día. Yo le había dicho al director del periódico que se tra­taba de una religiosa antioqueña (el duplicado de la monja de Osuna, o tal vez el original), y por eso el en­vío se hace aparecer de Medellín, con lo cual y con el seudónimo escogido (sor Gacela) queda encubierta la identidad de la autora. Así se evitan incomodidades y se pueden expresar mejor las cosas.

Magnífico que voces respetables como la suya opinen so­bre la suerte del país, como lo hacen dos sacerdotes jesuitas desde las páginas de El Espectador y El Tiempo. A la sociedad le hacen bien estas intervenciones encaminadas a preservar la moral.

Si sor Gacela lo desea, yo le ofrezco trasladar al periódico eventuales artículos sobre diversos tópicos de la actualidad colombiana. Estas apariciones de la monja in­cógnita, «rica en vena poética y crítica social», como la presenté a mi periódico, y además  con sentido del humor y excelentes dotes de escritora, despertarían Interés.

Felicitaciones por su éxito. Yo apenas fui un mediador bien intencionado. Su artículo tiene un gran fondo y está muy bien escrito. Así lo vimos en familia. Y todos nos alegramos de ver a nuestra amiga en letras de imprenta.

Los hijos obtuvieron magnífico resultados en sus exámenes. Luchan, como sus padres, por salir adelante en este mundo tan enrevesado que nos toca vivir. La casa de Armenia continúa sin venderse, y nosotros haciendo fuerza.

No sé si allá compran El Espectador. De todas maneras le envío el recorte. Con nuestras repetidas felicitaciones van los mejores deseos para Navidad y Año Nuevo,

Gustavo Páez Escobar

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EL ESPECTADOR, Miércoles, 4 de diciembre de 1985

Una monja ante el desastre (1)

Medellín

(Bajo el nombre de Gacela, una religiosa colombiana –como la de Osuna–  comenta así el actual momento del país, ante la ausencia de Dios):

En la información de la tragedia de Armero, con frecuencia salió al aire la pregunta: ¿Qué pecado está pagando Colombia?

Levantemos la mirada y veremos a los parlamentarios opuestos a la reforma agraria por defender sus propios intereses de terratenientes. A los aspirantes al Congreso pagando votos a precios increíbles y distribuyendo camisetas con su nombre a todos los habitantes de una apartada región del país…

Pasemos a la banca, con frecuencia manejada por jefes y empleados inescrupulosos que, por aumentar su propio caudal, han precipitado a la ruina a familias honorables y ahorradores de escasos recursos. Miremos la industria y encontraremos engaño, tanto en cantidad como en calidad. Pensemos en la “sociedad de consumo” que crea necesidades superfluas a base de propagandas mentirosas y obscenas…

Vamos a algunas empresas donde los obreros son manejados como si fueran máquinas, pero sin mantenimiento ni repuestos… Los directivos de los centros de salud hacen alarde y se jactan de haber esterilizado más de 24.000 mujeres jóvenes. El lujo escandaloso de los reinados de belleza, tremendo insulto al hambre, a la miseria de nuestro pueblo, hace ver más la pobreza…

Miremos las instituciones docentes, en especial las oficiales, en las que profesores ineptos, sin ciencia ni conciencia, han sido nombrados a fuerza de «palancas» y recomendaciones de políticos irresponsables. Y… ¿qué diremos de la escuela de crimen y violencia que nos ofrece la televisión en algunos de sus programas que han llevado a los niños a no aceptar juguetes ingeniosos y artísticos, sino aquellos que generan violencia y destrucción? ¿Y qué de sus telenovelas y algunas escenas de la radio que han convertido los hogares en frentes de lucha conyugal y fratricida, cada cual defendiendo su egoísmo y donde se originan el adulterio y la bigamia, dando “personería jurídica” al pecado mortal? Como en Sodoma, el hombre toma mujer y la mujer marido en amor libre, violando el juramento de fidelidad que libremente hicieron ante Dios y su Iglesia al recibir el sacramento…

Contemplemos ahora la juventud y parte de la niñez, producto de esos hogares, degenerada y enferma, víctima de la drogadicción, en actitudes obscenas y escándalos públicos. Demos una mirada a las grandes haciendas ganaderas cuyos dueños acumulan y acumulan riquezas sin proyección de beneficio social, ni siquiera de altruismo, y sin ninguna inversión caritativa que pudiera entreabrirles las puertas del cielo. Dice la Escritura que el hombre rico, insensato y avaro es como un animal que perece y lega sus riquezas a extraños…

La horda guerrillera y delincuentes comunes, que asesinan y roban, han bañado a Colombia en la sangre inocente del hermano, llevando a los hogares, a las instituciones y a las gentes de bien, ruina, desolación y amargura… En Génesis –3, 10– dice el Señor: “La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra”

Nos hemos apartado de la Ley. Los Mandamientos ya no cuentan en nuestra vida. Ahora estamos pagando el abuso de los que debieron cuidar el fisco nacional pero que sin escrúpulo han paseado con su familia por todo el mundo a costa del Estado, o han adquirido haciendas suntuosas en la misma forma… No matar, no fornicar, no hurtar, nos dice la Ley.

* * *

Y todavía preguntamos: ¿Qué pecado es el que está pagando Colombia? Y yo os digo: Si vosotros no hiciereis penitencia, todos pereceréis igualmente. (Lucas, 13, 5).

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(1) Estamos en el 2012. Han pasado 27 años desde la publicación de este artículo, que contiene verdades nítidas sobre la vida colombiana, como si se tratara del día de hoy. El nombre de sor Gacela despertó interés y curiosidad entre los lectores de El Espectador, que deseaban saber de quién se trataba. Nadie lo supo. La identidad se revela hoy.

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Bogotá, 4 de abril de 1986

Hermana Inés de la Dolorosa
Fusagasugá

Apreciada amiga:

¿Qué mejor bálsamo para mi medio siglo que el de verme agasajado por las coplas salerosas de mi amiga la monja? Fue una gratísima sorpresa que todos compartimos alrededor de la mesa familiar, con aplausos y admiración por la chispa de quien como sicóloga y partícipe de nuestra felicidad ha sabido estar presente en el «jubileo glorioso».

La mujer, con sus atributos y reveses, sus venturas y desdichas, y protagonista imprescindible de la tragedia hu­mana, se pasea, en mi libro de cuentos que usted lee, por las historias en él recogidas. A través de los animales, grandes exponentes de las fibras sentimentales que no siempre sabe captar el hombre, trato de pintar algunos dramas de la vida cotidiana. Creo que en estos relatos hay buenas dosis de sicología y me agrada que sea una monja –la intelectual y la poetisa– quien ha sabido encontrar la almendra de este mundo movido por la ficción y la realidad.

Con estos ingredientes de copla, cuento, recordación y amistad abro mis velas al nuevo ciclo que me ofrece la vida. Frente al cincuentenario que ya pasó viene la incógnita de la nueva jornada. Corono medio siglo de gratas vivencias, con la alegría de haber sido útil a la familia y a la sociedad. Fiel a los amigos e irrestricto con los principios. Buenas bases, sin duda, para confiar en vientos propicios para el futuro.

Va un afectísimo abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, 13 de junio de 1986

Hermana Inés de la Dolorosa
Fusagasugá

Apreciada sor Gacela:

La liebre salta de donde menos se espera. Con la gacela sucede lo mismo. Así,  tenemos a sor Gacela reventando de nuevo vitrina en las páginas de El Espectador con la página que recibí hace varios días y que yo, ni corto ni perezoso, trasladé a mi periódico y conseguí que entrara a sitio privilegiado. La monja incógnita, que se supone muy aislada del mundanal ruido, ha sido leída hoy jueves, día récord de El Espectador, por un millón de colombianos. El día de hoy se venden 250.000 ejempla­res, que multiplicados por cuatro lectores en cada hogar, arrojan un millón de personas. Mil felicitaciones.

Con motivo del cambio de gobierno, se está despidiendo sor Palacio. Pero como Osuna tiene alma monjil, ya creó un nuevo personaje palaciego para el nuevo cuatrienio. Acaba de suceder el empalme con la nueva huéspeda, que ya entró a calentar asiento y acompañará a Virgilio Barco durante cuatro años, si no sucede nada imprevisto, por los recovecos de la casa palaciega. Se llama sister Alice: en adelante tendremos aliento gringo en la dorada mansión. Las monjas siguen mandando.

Van cordiales votos de amistad,

Gustavo Páez Escobar

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Fusagasugá, Miramonte, noviembre 30 de 1987

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Estimadísimo y siempre recordado con los suyos, señor Páez:

Cuando recibí la nota de El Espectador junto con sus letricas en que me dice que la novela ha tenido gran éxito en la televisión, sentí contrariedad, pues había averiguado a las hermanas televidentes y a otras personas sin que nadie me diera razón sobre el proceso de la novela. Como he perdido el interés por la radio, que sólo transmite noticias espeluznantes y deportivas, lo mismo que por la televisión (pornografía y violencia), sólo me interesaba la novela Destinos cruzados.

Grande fue mi emoción cuando, el martes 24, llamó una hermana a mi puerta y me dijo que iba a empezar la novela. Me levanté en un volar y pude disfrutar del hermoso espectáculo que deja satisfecho al más exigente espectador. El gran amigo Soto Aparicio la “echó toda” para dar a su obra el esplendor y el éxito que merece. ¡Qué gran amigo! ¡Y qué calidad de autor!

El grupo de artistas escogido entre lo mejor, la escenografía adecuada y atractiva, los atuendos llevados con elegancia y naturalidad fascinante. Ver a Laura actuando con esa sencillez artística que nos hace olvidar la novela para llevarnos al interés de una realidad que convence, que preocupa, que emociona. (Suspendo para ir a acompañar en su agonía a una de nuestras hermanas, madre Inés de la Cruz, religiosa de virtud extraordinaria, excelente educadora y superiora de todos amada).

Martes… Hoy será el entierro de nuestra hermana. Por consiguiente, no habrá televisión en la sala donde velamos su cadáver. Así lo dispone el Señor y Él sabe lo que hace y por qué lo hace. Quizá el otro martes pueda verla.

Y le diré por qué he perdido el interés por algunos programas de la radio: me exaspera oír que llevan 26 años discutiendo sobre una engañosa reforma agraria que jamás se cumplirá mientras los 400 parlamentarios de ahora sigan defendiendo sus injusticias de terratenientes y narcotraficantes impunes. Tanto que se habla de recortar el gasto público, y el único medio propuesto es suprimir el empleo de los jefes de familia que viven de un sueldo, mientras crece el número de parlamentarios y crecen sus viáticos y los de sus consortes en forma escandalosa, como si sólo ellos tuvieran derecho a la vida.

400 parlamentarios (parlanchines, diría yo) en un país pobre y pequeño, mientras en Francia, en la gran Francia, los parlamentarios son 160 que sí trabajan por el país. «Recortar el gasto público» –se dice aquí–, pero se gastan sumas cuantiosas y se sacrifican vidas a granel en la lucha contra el narcotráfico, sumas y vidas que superan en mucho la deuda que tenemos con el país “favorecido”, el cual nos esclaviza a fuerza de intereses que crecen día por día, sin que le preocupe nuestra situación.

Pero más lamentable aún es el fracaso de nuestros heroicos militares que, arriesgando su vida, logran capturar a los delincuentes y descubrir laboratorios que producen toneladas de la droga fratricida, para luego entregar los reos a jueces sobornables que al cabo de un proceso mentiroso declaran inocentes a los culpables que les ofrecen millonadas por su falsa libertad.

Arruinada la justicia, vendidas las conciencias, malgastado el fisco nacional, esclavizado el país por deudas e intereses que crecen cada día, sólo nos queda el derecho de exclamar: ¡Sálvanos, Señor, que perecemos!

Por esto y por el maltrato del idioma, he reducido mi audición a uno que otro programa de interés científico, cultural o de beneficio social. Por curiosidad he hecho una lista de errores, tales como: la primera prioridad, el catorceavo piso, todo el mundo tenemos, uno de los que se graduó, no pudo preveer el peligro, han habido fiestas, habrán corridas de toros, etc.

Chocheras de la «anciana», dirá usted, pero fue que así me criaron.

El sábado tuvimos la agradable visita del doctor Javier Ocampo y su señora con la preciosa Ángela María. Al saber que era el presidente de la Academia  Boyacense de Historia, lo asocié a su recuerdo y les conté que usted estaba en Tunja, a lo que ellos contestaron muy orgullosos: «Sí, anoche estuvo en casa». Con eso se abrió la puerta a un montón de comentarios sobre su persona y su reciente triunfo como escritor insigne. Lo desacreditamos como mejor pudimos y ellos quedaron comprometidos a llevarle mi saludo, mi nueva felicitación y un cariñoso abrazo extensivo a Astrid, la valiosa «heroína» que ha sabido triunfar en los campos del amor y de la virtud.

Para sus hijos también mi abrazo y mi admiración.

El miércoles 4 de noviembre fui a Chía para celebrar los ejemplares 90 años de la hermana Martina María. Asistieron al agasajo ocho de sus alumnas del año 27 aquí en Fusa. Permanecí con ella cinco días de gran emoción para nuestros corazones tan hermanos.

He orado muy fervorosamente por nuestro querido Germán Pardo García. Dios le dé su paz. Así se lo pido a cada instante para esta dura etapa de su purificación.

Cariñosamente,

Hermana Inés de la Dolorosa

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Bogotá, 22 de diciembre de 1987

Hermana Inés de la Dolorosa
Fusagasugá

Recordada hermana Inés:

El presidente de la Academia Boyacense de Historia, Javier Ocampo López, y su querida esposa Nelly Sol, me llevaron a Tunja el mensaje que mi amiga la monja me había enviado en el encuentro casual que tu­vieron en Fusagasugá. Con ellos hablé largo rato sobre to­dos los pormenores de esa grata entrevista y me solacé escuchándolos sobre las impresiones que recibieron de la monja intelectual.

Más tarde encontré en Bogotá, a mi regreso de Tunja, su generosa carta del 30 de noviembre. Todo un vene­ro de erudición, cariño y solidaridad con el escritor, ahora en pantalla. Destinos cruzados se aparta algo del libro, pero no importa. La publicidad es buena para mi carrera literaria. Hay algunas esce­nas de tono subido que quizás escandalicen a las mon­jas, pero que corresponden a hechos de la vida real. Aunque, pienso yo, las religiosas conocen todos los intríngulis sociales y saben entender la humanidad. La telenovela ha gustado.

Le envío fotocopia de un artículo que sale hoy en El Espectador, de Laura Victoria, la poetisa soatense residente en Méjico. El tema le va a gustar; les gus­tará a las compañeras de la Presentación. (1)

Cuando esta carta le llegue, ya habrá pasado la Navi­dad. Navidad que con Astrid y los hijos le de­seamos, al igual que a las demás hermanas Bayer, colmada de alegría espiritual, de paz y esperanza. Es un vivo deseo que además hacemos extensivo pa­ra el Año Nuevo.

Con un cordial saludo,

Gustavo Páez Escobar

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(1) Laura Victoria estudió en el Colegio de la Presentación de Tunja.

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Bogotá, 10 de julio de 1988

Hermana Inés de la Dolorosa
Fusagasugá

Recordada hermana Inés:

Ayer que estuvimos en Villa de Leiva saludando a mis parientes religiosas (carmelitas) y recorriendo nuestro lote, nos acordamos de la hermana Inés. Asociación de ideas. Co­mo en su carta del 30 de junio nos habla de las ñapitas que pide en sus oraciones para los esposos Páez Silva, alcanzamos a presentir que ellas llegarán para el proyecto de construir nuestra casa campestre.

Una de las hermanas carmelitas, la mayor de todas (asimilable el caso al de las hermanas Bayer), se encuentra grave y sus días parecen cortos. El cáncer, que se había logrado detener, invade su organismo. Ayer cumplía sus bodas de oro re­ligiosas. Este es mundo de reveses.

Y nosotros cumpliremos las bodas de plata matrimoniales el próximo 10 de agosto. Para celebrar la fecha viajaremos a Méjico, Dios mediante, el 2 del mismo mes y allí estaremos 15 días. Nos encontraremos con Germán Pardo García y Laura Victoria.

En secreto le envío copia de una carta que me llegó de Germán Pardo García. Ahí está su alma al desnudo, dolorida y sangrante. ¡Qué enorme angustia la suya! Está sucediendo algo extraordinario: su aproximación a Dios. Me lo ha con­fesado en varias cartas y ha escrito dos poemas sobre este milagro. Pardo García no puede ser ateo, imposible. Sólo que su alma ha vivido confusa. Ha sido siempre un gran admirador de Cristo, como líder de la humanidad y del do­lor, y se ha equivocado cuando dice que es ateo. Aho­ra está reconociendo que no lo es y hasta me atribuye cier­ta influencia por mis cartas.

La vida es extraña. Laura Victoria fue una grandiosa poetisa erótica que en su época de oro obtuvo resonantes elogios en los paí­ses latinoamericanos. Hoy es poetisa mística y muy versada en Sagradas Escrituras. Con su poesía –la amorosa y la mística– es una de las altas figuras literarias del país.

Van con Astrid nuestros efusivos recuerdos,

Gustavo Páez Escobar

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Fusagasugá, Miramonte, 22 de noviembre de 1988

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Mi noble amigo:

Estando en Chía recibí su grata comunicación y el valioso recuerdo de Méjico, más apreciable aún por ser obsequio de Astrid. Mil gracias para ella y para usted, caro amigo, por ser tan generosos al dedicar parte de su precioso tiempo a esta amiga anciana que ahora avanza por la recta final, adolorida y silenciosa, pero feliz al vislumbrar la aurora del claro amanecer y del eterno abrazo con el Amigo infinito, como lo llama a usted tan entrañablemente el poeta de la “suprema angustia”.

Agradezco mucho su interés en el aporte de datos sobre Tulio para la señora de Posso. Ya sabía yo que en usted encontraría una amplia fuente de información y lo que es más valioso, su cariño al personaje. Por todo ello debo expresarle profundo agradecimiento y redoblar mi gratitud para la que ella no ha expresado todavía, quizás por causas ajenas a sus sentimientos o por circunstancias adversas que por ahora ignoramos. De todas maneras el mérito es suyo.

¿En qué va su proyecto de vivienda en Villa de Leiva? Ya sabe que todos sus proyectos me interesan y que cada día los pongo en las manos de Dios con todo lo suyo y los suyos. En nombre de mis hermanas y en el mío, los abrazo con el cariño del alma.

Hermana Inés de la Dolorosa

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Bogotá, 26 de noviembre de 1988

Hermana Inés de la Dolorosa
Fusagasugá

Muy apreciada amiga:

Su carta del 22 de noviembre, ya lo ve, llegó muy rá­pido. La tuvimos muy cerca, noble amiga, y si nos hu­biera avisado hubiéramos ido a visitarla. Chía es parte de Bogotá. Con sus hermanas departió íntimos mo­mento de recordación y regocijo y así la estadía fue grata al corazón.

Son tres los libros que gestiono para Laura Victoria: Crepúsculo, poesía amorosa de su madurez, seguida de su poesía mística, que le publicará la Universidad Cen­tral; Itinerario del recuerdo, sus memorias, que se publicará por cuen­ta del municipio de Soatá, y Actualidad de las profecías bí­blicas, por cuenta de la Academia Boyacense de Histo­ria. Una lluvia bibliográfica, como se da cuenta. He sido muy afortunado al conseguir editores, algo muy complicado.

Me escribió de Medellín Martha Helena Zapata, quien se ocupa de la figura histórica y literaria de Tulio Bayer. Una hermosa carta, de la cual le acompaño fotoco­pia. Ya tendremos oportunidad de conocer los enfoques que ella hará como tesis de grado. El nombre de Tulio Bayer conquista adhesiones.

Nuestro proyecto de construcción en Villa de Leiva, apla­zado por falta de combustible económico. Confiamos en que más adelante seremos capaces de emprender la obra. Ahora estamos dedicados al grado de bachiller del último hi­jo, Gustavo Enrique, que se realizará el 3 de diciembre. Disminuye la carga y aumentan nuestros triunfos.

Con Astrid le renovamos nuestra cariñosa amistad,

Gustavo Páez Escobar

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Fusagasugá, Miramonte, junio 2 de 1989

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Mi recordadísimo y encomendado con los suyos, señor Páez:

A mi regreso de Girardot, adonde fui para otro de tantos exámenes en busca de un diagnóstico, encuentro su carta con dolorosas noticias: su mamacita grave, el hijo que se va a prestar servicio militar en el Sinaí… ¡Cuánto dolor acumulado!

Aquí me tiene mezclando mis lágrimas al Salpicón (1) que despide al hijo. Es muy justo llorar cuando el amigo ha vertido el caudal de su ternura hablándole a su hijo que parte del hogar a servir a una patria tan lejana y porque ha sido escrito con sangre de un corazón que sufre como una dolorosa amputación, anestesiada, es cierto, con la revelación de un hijo excepcional, valiente y decidido, capaz de experiencias y decisiones trascendentales a tan temprana edad. Sangra asimismo el árbol al desgajarse una rama que pronto será tronco, brindando a su vez opimos frutos nutritivos con la savia de su origen, de inteligencia y virtud.

Dos grandes amarguras entristecen su hogar, lacerando su alma y la de todos. Son acontecimientos inherentes al destino del hombre, para los cuales nunca estamos preparados. No fuimos hechos para el dolor y es necesaria la fe para aceptarlos con fortaleza y paz. Esto pido al Señor para ustedes en mi diaria oración y ahora con más intensidad y fervor en las horas del día y en parte de la noche. De eso estén seguros.

Con ustedes hoy más que nunca,

Hermana Inés de la Dolorosa

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(1) Columna mía de El Espectador. La columna a que se refiere la hermana Inés: Elogio del soldado (12-I-1989).

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Bogotá, 31 de julio de 1989

Hermana Inés de la Dolorosa
Fusagasugá

Bondadosa amiga:

¡Cuánto aprecio sus gestos de solidaridad! Su mensaje telegráfico, sus cartas, el envío de su sobrina al fu­neral de mi mamá, todo me ha fortalecido. La pena ha sido muy dura. Apenas comienzo a reponerme. La resignación llega poco a poco. Dios manda los dolores y también las medicinas.

María, su sobrina, nos acompa­ñó en el acto final un largo rato. El entierro fue es­pléndido. Estuvimos muy acompañados. Estaban el ministro de Defensa –general Manuel Guerrero Paz, gran amigo nuestro–, el comandante de la Armada y altos man­dos militares. Mi hermano es capitán de fragata y ocupa alta posición en el Ministerio de Defensa. También estuvieron Otto Morales Benítez y otras personalidades.

Poseemos un pariente inmejorable: el sacerdote Jorge Medina Escobar, primo mío. Es capellán del Batallón Guardia Presidencial y está vinculado a las universi­dades de La Salle y Jorge Tadeo Lozano. Había celebrado una misa en la casa de mi mamá, antes de morir ella. Allí le aplicó los santos óleos. Ella, gran creyente, murió como una santa. Su vida fue ejemplar. Su vacío es inllenable. Vamos a llenarlo de fortaleza, con su recuerdo presente, para seguir viviendo. La vida no puede dete­nerse.

Mil y mil gracias de nuevo, con todos los míos, por su presencia espiritual. Va un afectísimo saludo,

Gustavo Páez Escobar

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Fusagasugá, Miramonte, 24 de enero de 1990

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Muy recordado señor Páez:

Hoy me he propuesto romper nuestro silencio, deseosa de saber de ustedes y para darle a conocer un caso insólito, digno de un Salpicón: se trata de Rosita Solano Suárez, estudiante de medicina en la Universidad Javeriana, quien hacía una práctica en el hospital de Armero, cuando fue atrapada por la avalancha de lodo y piedras que martirizó sus piernas por tres días, triturando sus huesos y gangrenando sus carnes.

Una vez rescatada y trasladada a Bogotá, fue necesario desarticular sus caderas y evitar el contagio del tronco. En medio de su tragedia exclamaba: “Yo quiero vivir para servirle a la humanidad”.

Esa heroica colombiana continuó estudiando medicina y el sábado 20 de enero recibió su diploma, aclamada por sus profesores, compañeros y el público asistente, quienes prorrumpieron en aplausos interminables, asombrados ante esa mujer singular.

La madre de Rosita fue una distinguida dama voluntaria del Club de Leones de Barrancabermeja, quien pereció consumida por las llamas en un incendio voraz por derrame de gasolina en su casa, sin lograr rescatar a su pequeña hija. En poco tiempo dejó de existir y fue a reunirse en el cielo con la inocente víctima. Personas de esta talla no las merece el mundo.

Un abrazo cariñoso y mis votos por su paz y su alegría. Afectísima en el Señor,

Hermana Inés de la Dolorosa

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Bogotá, 26 de enero de 1990

Hermana Inés de la Dolorosa
Fusagasugá

Apreciada hermana Inés:

Hermoso y aleccionador el caso de superación de la nue­va médica Rosita Solano Suárez, una de las pocas sobre­vivientes de la catástrofe de Armero. (1) Veo que ustedes dos son amigas por los términos de su carta.

Estuve en el camposanto de Armero un año después de la tragedia y quedé sobrecogido con la escena dantesca que muestra aquella pavorosa soledad. Escribí entonces dos crónicas en El Espectador, que trataron de dibujar los contornos de miedo y respeto que brotan de lo que antes fue una ciudad pujante.

En esta casa todo va normal. Las hijas trabajan con mucha satisfacción en sus empresas. Y Gustavo Enrique, que vino a vigorizar a la familia con su regreso de las filas, ingresará la semana entrante a la Universidad de la Sabana para cursar la carrera de Ingeniería de Producción Agroindustrial.

Para el año entrante está previsto mi retiro del ban­co. Entraré a disfrutar, con merecido derecho, la pensión de jubilación. Y tendré tiempo, claro está, para cumplir una serie de compromisos como escritor que tengo aplazados. El lunes viajo a Cúcuta y la sema­na siguiente a Bucaramanga, en cumplimiento de unas ta­reas del banco.

Con Astrid y los hijos le repito nuestra cordial amis­tad y los mejores deseos por su bienestar en el nuevo año,

Gustavo Páez Escobar

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(1) Armero fue destruida el 13 de noviembre de 1985 al producirse la erupción del volcán nevado del Ruiz, que dejó alrededor de 25.000 muertos. Fue la segunda erupción volcánica más mortífera del mundo en el siglo XX, superada sólo por la erupción de Monte Pelado (isla francesa de Martinica) en 1902. Sobre la tragedia colombiana escribí dos crónicas en El Espectador: El rostro de Omayra (30-III-1987) y El territorio de las sombras (7-IV-1987).

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Bogotá, 29 de julio de 1900

Hermana Inés de la Dolorosa (1)
Fusagasugá

Recordada hermana Inés:

Sentimos profundamente, en esta casa que tanto aprecia a la familia Bayer, la muerte de la hermana Martina. (2) Ella cumplió a carta cabal con su misión religiosa y fue útil a su comunidad. Se dispensó con generosidad a la gente. Por eso, su muerte resulta la feliz culminación de una vida ejemplar.

Lamentablemente no pudimos asistir al entierro. Ayer sábado venía yo en vieja desde Medellín, y Astrid debía asistir a una reunión en la Universidad de la Sabana, donde estudia Gustavo Enrique. Pero con el corazón hemos acompañado a la gran amiga, lo mismo que a sus familiares.

En Medellín me entrevisté con Martha Elena Zapata, (3) la biógrafa de Tulio Bayer. Estuvimos hablando un buen tiempo sobre el proyecto. Me enseñó unos cuantos papeles y me comentó el plan que sigue para hacer pronta realidad dicha idea. Ella piensa que en el curso de este semestre dejará estructurada la obra.

Adelante, mi buena amiga. Le deseo una gran resignación cristiana en su honda pena. Dios le dará valor para entender y aceptar sus designios.

Con un solidario abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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(1) Última carta con la hermana Inés, que ya no tuvo respuesta. Venía muy enferma. Nadie me informó su muerte, ni en su momento ni en los años posteriores. La conocí en forma accidental. El deceso ocurrió poco tiempo después de la presente misiva. Dejo aquí un réquiem por esta alma buena.
(2) Murió a la edad de 92 años.
(3) Me ofreció enviarme la tesis que adelantaba sobre Tulio Bayer, para la cual yo le había aportado algunos datos, y no lo hizo. No volví a saber nada sobre ella ni sobre  la pretendida tesis.


Ver epistolario Inés de la Dolorosa 1991-2000

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EUCLIDES JARAMILLO ARANGO

Nació en Pereira el 14 de noviembre de 1910 y desde muy joven se radicó en Armenia, donde pasó el resto de su vida y cumplió una destacada labor en los campos de la cultura, el civismo y la docencia. Se desempeñó, hasta jubilarse, como profesor de la Universidad del Quindío, de la cual fue cofundador. En su juventud fue alcalde de su ciudad natal. Al comienzo de su estadía en Armenia ejerció su profesión de abogado. Después abandonó dicha actividad al convencerse de que no estaba hecho para los códigos. Se hizo caficultor, más por amor a la tierra que por afán económico, y actuó como miembro del Comité de Cafeteros del Quindío.

Además fue cuentista, novelista, periodista. Maestro del costumbrismo, del folclor y el humor. Sus crónicas, sobre muy diversos temas, son de grato sabor por su amenidad y gracia. Sobre él escribe lo siguiente Héctor Ocampo Marín en su obra Breve historia de la literatura del Quindío (2001): “La agilidad de su prosa, su afecto por los valores del folclor, su profundo conocimiento de los hombres y de las cosas de la comarca y, por sobre todo, las dimensiones viscerales de su estilo inconfundible, le aseguran a Euclides Jaramillo proyecciones de perdurabilidad y de autenticidad”. Falleció en Armenia el 9 de junio de 1987.

Libros: Las memorias de Simoncito, Fenalco y el Quindío, Cosas de paisas, Los cuentos del pícaro tío conejo, Un campesino sin regreso, Talleres de la infancia, Dos centavitos de poesía, El destino anda en contravía, La extraordinaria vida de Sebastián de las Gracias, Un extraño diccionario, Una universidad de rateros, Terror, El hacedor de luceros, Los orines de don Federico.

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Armenia, 7 de julio de 1985

Señor don Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Distinguido amigo:

Gracias por el envío que me hace del texto de su conferencia en la Universidad del Quindío. Con devoción e interés he leído su trabajo magnífico y estoy muy orgulloso y agradecido de la forma como cita mi hu­milde nombre. Gracias por ello.

Sentí mucho no haberlo saludado en su es­tadía aquí, y realmente no sé qué fue lo que sucedió. Disculparme sería ingenuo. Es posible que ello se debió a que salgo muy poco por motivo de mi vejez, será.

Continúo dictando mis clases de Humanidades en la Universidad del Quindío y escribiendo crónicas para La Patria. Creo que este mes me jubile de lo primero; de lo segundo espero continuar. Tengo dos libros listos para la imprenta y sólo espero salir de Terror, lo que ya voy consiguiendo.

Continúo leyéndolo en El Espectador. Lo felicito sinceramente.

Un cordial saludo para la costilla y los hijos. Espero muchos progresos para todos. Lo abraza su amigo,

Euclides Jaramillo Arango

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Bogotá, 14 de julio de 1985

Doctor Euclides Jaramillo Arango
Armenia

Estimado amigo:

Mil gracias por su carta y por los generosos tér­minos con que califica mi trabajo sobre el cuento quindiano. Lamenté, en realidad, no haberlo visto en la conferencia, pero ya Alirio me había contado que sus salidas de noche son excepcionales.

Por separado le va un ejemplar de La República que se dedicó por completo al cuento del Quindío. Es un bonito ejemplar que destaca la importancia de la región en el conjunto del país, y que ha sido muy bien comentado.

También le hice llegar copia de la comunicación donde se me designa como miembro de la Academia Boyacense de Historia. Me cogió de sorpresa esta noti­cia, y aunque soy esquivo a los homenajes y los honores, acepto la designación por representar un es­tímulo a mi modesta carrera y un reto para continuar trabajando en los valores del espíritu.

Con Astrid correspondo su amable saludo. Esperamos verlo pronto. Adelante con los libros y sobre todo con el entusiasmo por la vida.

Afectísimo amigo,

Gustavo Páez Escobar

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Armenia, agosto 15 de 1985

Señor don Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Distinguido amigo:

He estado muy contento con la noticia de su lle­gada a la Academia Boyacense de Historia por varias razones, la prin­cipal porque siempre he gozado con el éxito de mis amigos. Todos sus triunfos son el resultado lógico de su consagración intelectual. Y, además, llego así a poseer dos amigos académicos: usted y Alirio Gallego. Claro, la Academia de Tunja es más antigua, más rancia, ¿no es así? La de nosotros, más niña, más montañerita.

Estupendo el suplemento de La República. Gra­cias por él y lo que me tocó. Gracias, nueva­mente.

Tengo dos libros en la imprenta, que espero salgan antes de dos meses.  Allá se los haré llegar. Continúo escribiendo crónicas en La Patria y ahora me pasaré un poco a El Otún.

Me jubilé en la Universidad, en la que quedé dictando sólo una cátedra en forma gratuita. Por fin me resolví pensionar, que ya era tiempo.

Bueno, mis respetos para la costilla, mu­cha cordialidad para los hijos y un estre­cho abrazo para usted.

Afectísimo,

Euclides Jaramillo Arango

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Bogotá, 29 de agosto de 1985

Doctor Euclides Jaramillo Arango
Armenia

Estimado amigo:

Es de elemental justicia que entre usted a gozar de la época del retiro de la docencia. Bien ganada se tiene la jubilación y nos deja cierta envidia a quienes también, por haber trabajado con intensidad, quisiéramos ser dueños de nuestro propio tiempo; y no que el tiempo sea el dueño y el autor de nuestras angustias. Merece usted una franca congratulación por esta liberación.

Ya tendré la oportunidad de ver sus dos libros pró­ximos a editarse. Es una buena cosecha que demuestra el buen empleo del ocio productivo. El ocio improduc­tivo, por el contrario, atrofia y mata. Lo importante del pensionado es tener ocupaciones, y en el caso del escritor son múltiples los frentes que hay para pasar con agrado el resto de la existencia.

Por ahí he notado a Alirio Gallego con ganas de publicarse. Ojalá lo haga y su anuncio no se quede en un proyecto más. A nuestro amigo le ha faltado coraje para volverse libro. Un empujón más y lo tendremos estrenando carátula y hasta nuevo caminado. No sabe él de lo que se ha per­dido por miedoso y habrá que recordarle, ahora que es un jubilado benemérito, que el intelectual termina oxi­dado si no deja rastro.

Leo de vez en cuando sus crónicas en La Patria. Ahora lo haré en El Otún, a donde piensa pasarse con mayor asiduidad. En los alrededores de mi trabajo circula aquí el periódico pereirano, o sea que el eco es de largo alcance.

Con la costilla y los hijos van nuestros afectuosos saludos,

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, 14 de noviembre de 1985

Doctor Euclides Jaramillo Arango
Armenia

Muy apreciado amigo:

Cuánto hubiera querido estar presente en el homenaje que le tributan hoy sus amigos con motivo de cumplir usted 75 años de vida. No me es posible hacerlo en persona pero aquí está mi mensaje que le lleva, en asocio de mi esposa y los hijos, nuestro afecto in­declinable.

Su trayectoria de escritor, de hombre cívico y de maestro de juventudes le tiene ya marcado, en el re­cuerdo de los quindianos, el sitio preciso para que las generaciones futuras sepan cuánto trabajó usted por el progreso de la región y la exaltación de los valores espirituales. El país entero sabe de su con­sagración a las letras y al periodismo y mantendrá su nombre en la lista de los escogidos.

Usted, como pregonero de una comarca y de una raza que nunca ha escatimado elogios y que no conoce las acciones proclives, puede disfrutar de la envidiable serenidad que dan los años dorados. Nació para ser generoso y por eso la tierra quindiana le devuelve hoy, en admiración y cariño, lo que usted le ha dado en nobleza.

Sus libros quedan como el testimonio vivo de un hombre que entendió el significado de entregar­se a los demás cultivando el maravilloso universo de la palabra. Y seguirán brotando, sin duda, nuevos li­bros en los venturosos años por venir que le reserva la vida y le auguramos sus amigos.

Disfrute usted de la gloria, querido maestro, que nosotros disfrutamos de su amistad.

Va un afectísimo abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, 21 de diciembre de 1985

Doctor Euclides Jaramillo Arango
Armenia

Apreciado amigo:

Acabo de recibir, como estupendo recalo navideño, El hacedor de luceros, el libro # 15 con que enriquece usted su camino literario. Se trata de una bella edi­ción, para chicos y grandes, que se queda como el tes­timonio sentimental y artístico para estos nietos de las postrimerías del siglo XX que algún día sabrán, dentro del mundo convulso que les espera, hasta qué grado tuvieron un abuelo solícito que les pintó paraísos de colores.

El hacedor de luceros, que yo recorté cuando salió publicado en La Patria, es un cuento de inmensa ternu­ra y gran fondo filosófico. Me agradada mucho verlo añora hecho libro.

Claudia, la nieta pintora, tiene motivos muy especia­les para sentirse orgullosa de su arte al verse incor­porada con sus ilustraciones juveniles –maravillosas ilustraciones– al lado del escritor otoñal. Es una ma­nera de tocarse los dos extremos, el que declina con honores y el que nace con esperanzas. El enlace per­fecto, la perfecta armonía.

Van para usted y los suyos nuestros mejores votos para 1986,

Gustavo Páez Escobar

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Armenia de enero 14 de 1986

Señor don
Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Querido amigo don Gustavo:

Estoy en deuda con usted y con esta boletica no creo ponerme a paz y salvo; pero algo es algo.

Gracias por sus dos generosas misivas y su Salpicón. Su generosidad para con es­te viejo amigo no tiene límites. Gracias, nuevamente.

Espero esté muy bien acomodado por esas alturas y que los hijos anden progresando en sus estudios.

Mi hija Marietta se fue a vivir a Bogotá con su familia y me han hecho una falta terrible. A Héctor, su esposo, lo habían designado magistrado a la Corte an­tes de los acontecimientos; precisamente iba a posesionarse cuando lo del asalto; por minutos se escapó. (1) Y Marietta fue trasladada a la Dirección de Bienestar Familiar en Cundinamarca.

Hace unos meses me retiré de la Universi­dad. Al principio fue duro, pero ya va pasando la cosa. Fueron casi veinticin­co años de vinculación y eso pesa mucho.

Alirio Gallego está próximo a ser padre. Anda en los primeros dolores del alumbramiento. Ojalá tenga el éxito que se merece con su libro. Continúa colaborando en La Patria y escribe cosas admirables.

Por lo demás, aquí la vida es la misma que usted conoció. Con algunas muertes muy dolorosas, como la de Jaime Henao Quintero, que fue secretario del Comité de Cafeteros.

Para todos los de su querido hogar, mi cariño y amistad permanente y mis deseos porque este año les sea muy propicio. Y usted reciba un estrecho abrazo de este amigo que espera sus órdenes.

Euclides Jaramillo Arango

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(1)  Se refiere al incendio guerrillero del Palacio de Justicia en Bogotá.

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Bogotá, 13 de noviembre de 1986

Doctor Euclides Jaramillo Arango
Armenia

Apreciado amigo:

He gozado con la lectura al vuelo de varias de las crónicas de su último libro, Los orines de don Federico, que acabo de recibir. La respuesta a Daniel Samper, colmada de finísima ironía; la salida del Banco Cafetero, que usted aprovecha para criticar los desvíos de la entidad; la semblanza de Braulio Botero, erguida y auténtica; las «pequeñeces» del grupo de cafeteros que trataron de impedir su presencia en el Congreso Cafetero de 1959… son todas reminiscencias vivificantes de quien, caballero de la pluma y la inteligencia, ha escrito en agradables anécdotas parte de la historia del Quindío.

Lo que no he hallado por ninguna parte, en este inicial paseo de lector curioso, son los orines de don Federico. La tal crónica no aparece citada en el índice y esto parece ser parte del humor del libro. ¿Quién diablos será este Federico acuoso? Apenas se sabe, por la carátula, que es un fino caballero de corbata –tal vez conservador por el azul bien definido–, vestido de paño y sombrero de moda.

El frasco con su micción, muy bien tapado, hace ruborizar a la inocente chiquilla que lo recibe. Es una escena de intriga que debe despejarse. Y para eso, más que por el título de la crónica, voy a orientarme por el olfato. Así encontraré al personaje del libro, no me cabe duda. Sus ropas, por pulcras que se muestren, deben estar impregnadas de fuertes emanaciones urinarias…

Nuevas felicitaciones, ilustre maestro, por sus repetidos triunfos. No sólo  cumple años gloriosos, sino que multiplica su admirable bibliografía. El prólogo de Álvarez Gardeazábal representa, por sí solo, una guía valiosa para entender lo que ha sido usted en la literatura colombiana. Es el justo reconocimiento al que nos sumamos sus amigos.

Desde ahora, muchas felicidades para el nuevo año y un estrecho abrazo en unión de Astrid,

Gustavo Páez Escobar

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VICENTE LANDÍNEZ CASTRO

Nació en Villa de Leiva, Boyacá, en 1922. Ensayista, catedrático, editor, académico, historiador. Ha sido profesor de Humanidades y de Espa­ñol y Literatura en la Universidad Pedagógica y Tecnoló­gica de Colombia y en los principales colegios de Bogotá, Ibagué y Tunja. Ha sido colaborador de los suplementos literarios de El Tiempo, El Espectador, La República y El Colombiano. Ha ocupado los cargos de director de Extensión Cultural de Boyacá, editor de las revistas Boyacá, Cauce y Cultura, director del Fondo Rotatorio de Publicaciones de la Contraloría General de Boyacá, y fundador-director de la revista Pensamiento y Acción de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. La Universidad Nacional de Panamá lo condecoró con la medalla “Octavio Méndez Pereira” por la “efectividad de su apoyo a la cultura del continente”. Miembro de las siguientes academias: Colombiana de la Lengua, Boyacense de Historia y de la Historia de Santander.

Se trata de uno de los estilistas más destacados de Boyacá. Su lenguaje castizo, ajustado y elegante le valió alto concepto de Germán Arciniegas. Ha hecho famosas sus cartas-ensayo, con las cuales comenta las obras que le envían los escritores. Con esas cartas podrían editarse muchos volúmenes sobre literatura. Pocos, como él, han convertido la correspondencia en un género literario. Durante varios años estableció su residencia en Barichara, la ciudad hermana de su patria chica, Villa de Leiva. Después regresó a Boyacá, en la última etapa de su vida.

Libros: Almas de dos mundos (1958), Primera antología de la poesía boyacense (1960), Testigos del tiempo (1967), 105 sonetos de la literatura universal (1973), Novelando la historia (1973), El lector boyacense (1980), El héroe de San Mateo: vida y hazaña del capitán Antonio Ricaurte (1984), Estampas (1989), Breviario de la literatura boyacense (1989), Miradas y aproximaciones a la obra múltiple de Otto Morales Benítez (1997), Bocetos y vivencias (2002), Síntesis panorámica de la literatura boyacense (2003).

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Tunja, enero 22 de 1985

Señor Gustavo Páez Escobar
Hotel Chicamocha
Bucaramanga

Muy apreciado Gustavo:

Recibe mi mejor saludo y mi mejor deseo por tu bienestar y el de tu gentilísima familia. Para todos muchas felicidades durante 1985.

Tu amable carta me ha traído una doble alegría: tener noticias directas tuyas y luego saber de la aparición de mi página sobre Barichara en Vanguardia. No conozco aún el suplemento en donde salió publicada y ardo en deseos de saber quién pudo haberla hecho publicar, para expresarle de inmediato mi cordial agradecimiento.

Yo había repartido entre amigos y conocidos una decena de fotocopias en Barichara y Bogotá, y únicamente a Bucaramanga al periodista doctor Eduardo Gavassa Villamizar quien había tenido la bondad de pedirme una copia en Barichara cuando fue la Academia Santandereana de Historia; pero me parece que por razones de tiempo y de correo no pudo haberla recibido con la debida anticipación para el periódico. En fin, tengo esa incógnita. Te agradecería una vez más me hicieras el favor de enviarme el número del periódico en cuestión.

Gracias por tu generoso concepto sobre mi artículo. Tus frases han tenido la virtud de avivar por un momento siquiera mi ya extinguida vanidad de borroneador de cuartillas. Yo en este caso apenas seguí el sabio consejo de mi maestro Ernesto Renán: No debe escribirse sino sobre aquello que se ama. Y el bien nombrado «pueblito más lindo de Colombia» merece de sobra nuestro amor. Allí tengo una vieja y pequeña casa que estoy restaurando poco a poco y que desde ahora tiene las puertas de par en par abiertas para recibirte con todo cariño y hospitalidad. La pongo a tus gratas órdenes,

He continuado comunicándome espiritualmente contigo a través de tus colaboraciones en El Espectador. Y he gozado igualmente con tu prosa ágil y sápida así como con el análisis exacto, inteligente y también implacable sobre nuestra miserable realidad nacional. Que Dios nos siga teniendo de su mano para no acabar de sucumbir.

Cómo admiro tu fe y consagración a la literatura a la que cada día dedicas más horas restadas al sueño y al merecido descanso luego del arduo batallar con las cifras frías y señeras. Pero es la única manera de hacer obra perdurable en el más solitario de los oficios al que nos impelen cotidianamente nuestra vocación y nuestro recóndito destino.

Te hago la confidencia de que he pasado muchas horas entretenidas leyendo los cuentos de El sapo burlón, el feo animalito al que consideras un espejo del hombre, en la bella edición del Banco Popular.

Ojalá pronto podamos recrearnos en tu novela Ventisca cuyo solo título es ya una revelación. Estaré alerta para encontrar algún posible mecenazgo de Boyacá, a pesar de mis actuales circunstancias tan alejadas de las oficinas gubernamentales.

Te remito dos libros como una muestra de los que estamos publicando en la Academia Boyacense de Historia, a la que próximamente pienso presentar tu candidatura para que esa benemérita casa de estudios cuente con tu talento y merecimientos. Tal propósito ya se lo comuniqué al doctor Javier Ocampo López, actual presidente de la Academia, quien se mostró muy satisfecho y anunció que adhiere a mi proposición. No era para menos.

Te repito que el haber robustecido nuestra antigua amistad es la mejor recompensa a mi modesta prosa baricharense.

Recibe la gratitud y cordial abrazo de tu afectísimo amigo y coterráneo,

Vicente Landínez Castro

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Bogotá, 4 de febrero de 1985

Señor don Vicente Landínez Castro
Tunja

Muy apreciado Vicente:

Al recibo de tu carta del 22 de enero, en Bucaramanga, te despaché el número de Vanguardia Dominical donde aparece tu ensayo –se trata de un verdadero ensayo– sobre Barichara. Y a mi llegada a Bogotá encontré co­pia de tu misma carta, que has duplicado, como hacían los ingleses para que los correos fueran seguros.

Ya habrás tomado nota, por la constancia que deja el suplemento, de quién fue la persona que hizo publicar tu trabajo. Magnífico que existan ángeles tutores de la inteligencia que se encarguen de amplificar el pensamiento. Para eso se necesita que haya buenos escri­tores, como es tu caso, pues de lo contrario no nos reproducen ni en la casa.

Te excedes en elogios para mi vocación literaria y mi labor periodística. Es un rasgo característico de tu generosidad, que me enaltece en demasía y te perdono en aras de la amistad. Lo mío sólo es un ejercicio te­naz y convencido, que cada día me hace conocer nuevos mundos y me descubre nuevas sorpresas. Modesto ejercicio, por otra parte, de quienes hacemos de los dones espirituales el mejor patrimonio de la vida, sin otra pretensión que la de recrearnos en los terri­torios estéticos para no sucumbir como las almas mediocres.

Sobre tu proyecto de presentar mi candidatura a la Aca­demia Boyacense de Historia, gesto que te agradezco sinceramente, todavía tienes tiempo de arrepentirte. Mi mérito para tan insigne posición es escaso, y sigo atribuyendo tu audacia a un dictado de tu magnanimidad. Siempre les he tenido un cierto temor y un cierto respe­to a los ámbitos académicos por parecerme solemnes y reverenciales. Admiro a los académicos, pero en verdad nunca había pensado ser uno de ellos. Prefiero verlos de lejos, tal vez por esa aureola que los rodea de ser demasiado circunspectos. Me coges de sorpresa. Allá tú, de todas maneras, y que Dios me lleve de la mano. Y te repito: todavía tienes tiempo de arrepentirte.

Sobre Ventisca, mi novela inédita en busca de patrocinador, sigo forjándome fantasías. Es una obra en la que trabajé duro, hasta el límite de haberla armado y desarmado varias veces. Buena o mala, la sudé con sangre del espíritu, como lo aconseja Nietzsche. Me deja contento para continuar haciendo literatura, así a la hora de la verdad el pobre engendro muera por inanición.

Me proponía inyectarle ambiente rulfiano y creo que no fracasé del todo. Rulfo es uno de mis ídolos literarios y siempre me pregunto cómo fue capaz de conseguir en una sola novela, minúscula novela además, la gloria que a otros es esquiva por más obras kilométricas que produzcan. La respuesta, claro está, reside en que el universo de Rulfo en su Pedro Páramo es misterioso y fabuloso. En esta creación no se sabe si está ocurriendo la realidad o la ficción –hasta el punto de oír hablar a los muertos y suponerlos sin embargo vivos–. Tal vez el mismo Rulfo fue ajeno a estos duendes de la genialidad. Debe admitirse que en ciertos momentos el escritor es un ser iluminado, movido por irradiaciones inexplicables.

Espero conocer algún día tu refugio en Barichara. Quedo enterado, por lo pronto, de que las puertas están abiertas. Qué grato poder disponer de estos albergues en la edad dorada. Te envidio.

Recibí, el día antes de mi venida de Bucaramanga, los dos libros que me enviaste, publicados dentro de la serie de la Academia Boyacense de Historia. Les di una ojeada y quedan en turno de lectura. Mil gracias por tu deferencia.

Te van mis cordiales votos para 1985, con mi afectísimo aprecio,

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, 14 de julio de 1985

Señor don Vicente Landínez Castro
Tunja

Muy apreciado Vicente:

Te acompaño copia de la carta con la cual contes­to la comunicación donde la Academia Boyacense de Historia me comunica mi designación como miembro correspondiente.

Sé que eres el impulsor de mi modesto nombre para llegar a tal designio. Mil y mil gracias por esta prueba de amistad. Es un honor que, por inmerecido que sea, significa un reto para continuar buscando nuevas fuentes de investigación y análisis del alma boyacense. Te agradezco, además, tu amable mensaje de congratulación.

Por separado te he remitido un ejemplar del suple­mento de La República dedicado al cuento quindiano, que te anuncié en nuestra charla telefónica.

Mientras tengo el gusto de saludarte personalmente, te van mis cordiales votos de amistad,

Gustavo Páez Escobar

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Barichara, diciembre 5 de 1986

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Muy apreciado Gustavo:

Tu gentilísima carta me ha producido intensa alegría. Es realmente reconfortante el hecho de que voces tan ilustres como la tuya le lleguen a uno a distancia a esta cartuja voluntaria, en donde he podido experimentar durante todo este tiempo mi victoriosa resistencia a la soledad, al silencio y al olvido. El hombre, entre más solo, más fuerte, solía decir Enrique Ibsen.

Aquí también, de tarde en tarde, como en tu populosa urbe, me llega algún eco de nuestro entrañable Boyacá, tan decaído espiritualmente en las últimas décadas.

Y m, lamento, tanto como tú, de que se continúe año tras año dilapidando los considerables recursos pecuniarios del Gobierno en aclimatar en nuestro medio provinciano manifestaciones culturales foráneas reñidas casi siempre con lo más medular y enjundioso de nuestra tradición indoamericana.

Es como derrochar ingentes sumas de dinero por cultivar vanamente el álamo por el castaño tan propio de las calles de París, con menoscabo y mengua de especies tan genuinamente colombianas como, valga el ejemplo, el encenillo, el samán o el sietecueros.

Por halagar durante algunas horas, cada año, las pequeñas vanidades sociales de un grupo falsamente elitista que se arroga la representación de la ciudad capital, se ha olvidado a todas las provincias del departamento, cerrándole las posibilidades y dejando trágicamente inédita a tanta gente sensible, inteligente y sensitiva, dotada por la naturaleza para los altos menesteres de las artes y las letras.

De eso mejor no hablar para evitar que las voces interiores de la indignación y la protesta alteren tanto tu tranquilidad como mi serenidad.

Sólo nos queda la inmensa satisfacción personal de que tanto tú como yo, a nuestro turno, supimos servir los intereses culturales de Boyacá con fervor, eficiencia y honradez, acaso con callada modestia incomprendida, pero siempre sin jactancia ni ostentación ni egoísmo.

He podido seguir, desde mi retiro, parte de tu espléndido itinerario mental, gracias a tu diáfana columna Salpicón de El Espectador, donde tratas con dominio y claridad los más variados temas de interés nacional, dejando en el lector una provechosa enseñanza y una oportuna admonición. Es una buena muestra de tu versatilidad intelectual y de la amplitud de tu juicio y tu mirada.

En el Magazín Dominical me holgué con tu Diálogo entre sombras con Germán Pardo García, probablemente el más alto lirida vivo en el ámbito de la poesía de España y nuestra América. Su caso, sin lugar a dudas, es el de un científico doblado de filósofo y a la vez dotado magníficamente del vuelo cósmico propio de un excelso poeta metafísico.

Tu escrito debió calar muy hondo en la atormentada sensibilidad del poeta, hasta el punto de haberle arrancado esas palabras justas y postreras de «amigo de mi alma», con las que inicia esa sobrecogedora carta suya, descarnada y penetrante como el grito de un moribundo en la noche solitaria.

Qué aterrador documento, qué dolorido y estremecido testimonio. Luego de leído una y otra vez, y de recordar el inconmensurable valor cultural de esa vida, se pone uno a cavilar sobre lo inane y deleznable de la gloria humana; y cómo a los hombres, poderosos o míseros, sabios o ignorantes, célebres o anónimos, nos queda a todos por igual y por común la preocupación por los últimos residuos de la salud y el afán por asegurar el destino final de los despojos mortales: entregarlos a la tierra o arrojarlos al mar.

Y lo que resulta más fatal aún: ese aferrarse a la vida, más allá de la misma  esperanza: “Todavía tardaré en morir, pero…» Y las tres últimas palabras que tienen, para los que quedamos viviendo, el valor y la significación de un precioso legado: «Paz y esperanza».

Gracias, mi querido Gustavo, por haberme dado ocasión de pensar en la muerte, que es también una forma, quizás la más prudente, de pensar en la vida que aún alienta y persiste en nosotros a pesar de los años, los avatares y los insucesos. Vida que te deseo muy larga y plena de realizaciones materiales así como de opulentos frutos acordes con tu espíritu de selección.

Y a propósito: ¿sabes que en la Biblioteca Nacional no tienen los empleados idea de que existe una revista de un colombiano editada en Méjico, llamada Nivel? ¿Y que en la Hemeroteca Luis López de Mesa apenas tienen una colección incompleta que no llega a 1958? Esto es desconsolador.

Deseando para ti y los tuyos una Navidad feliz y un Año Nuevo colmado de prosperidad, recibe con los sentimientos de mi más alta consideración y aprecio, el afectuoso abrazo de tu amigo de siempre,

Vicente Landínez Castro

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Bogotá, 7 de enero de 1987

Señor don
Vicente Landínez Castro
Barichara

Apreciado Vicente:

Acabo de regresar de la Isla de Margarita, Venezuela, un edén turístico donde pasé con la familia una confortante temporada de descanso, y encuentro dos gratos correos tuyos: la carta del 5 de diciembre y el télex de saludo navideño. Te quedo muy agradecido por ambos mensajes y con mi esposa te enviamos, extensivos a los tuyos, nuestros cordiales votos para 1987.

La cartuja voluntaria donde transcurren ahora tus días, bajo el marco solariego de tu entrañable Barichara, re­sulta envidiable para quienes, asfixiados entre el denso tufo de las metrópolis, pedimos en lo más hondo del alma el premio del reposo.

Te dueles, con razón, del decaimiento espiritual de nues­tro querido Boyacá y yo, por supuesto, comparto tu crí­tica. La voracidad de los políticos impide el florecimiento de la cultura en una tierra que por esencia y por tradición lleva una nítida vocación espiritual. La cultura que tú hiciste al frente de destacados empeños y que se tradujo, sobre todo, en la divulgación de los escritores regionales, debiera ser insignia para todas las generaciones. Pero este frente se su­bordina a los apremios de la política y de la vanidad.

Muy interesantes tus glosas sobre la apatía colombiana hacia Germán Pardo García, la máxima estrella de la poe­sía en el momento actual. El maestro atraviesa por una dura existencia, agobiado por dolores físicos y espirituales. Parece que sus días son ya breves. He recibido desgarradoras cartas donde él deja translúcido todo el drama de su alma.

Recibe de nuevo los mejores deseos por tus realizaciones en este nuevo año que ojalá sea menos brumoso para los colombianos que el de 1986, que termina con la pérdida irreparable de Guillermo Cano, maestro de periodistas y el más aguerrido y valeroso crítico social de los últimos años.

Un fuerte abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, 24 de febrero de 1988

Señor don Vicente Landínez Castro
Barichara

Apreciado Vicente:

No sólo he leído con gran delectación tus certeros enfoques sobre los dos Torres Quintero –Eduardo y Ra­fael–, sino que he saboreado, con no menos placer y con espíritu avizor, cada uno de los penetrantes ensayos de tus añejos Testigos del tiempo. (1)

En la página sobre Eduardo Torres Quintero pintas al artista en su más fiel expresión. Lo presentas como el insuperable maestro de la literatura que ha de servir para las futuras generaciones como modelo de perfección idiomática y profundidad mental. Y lo escoges –tú, que estuviste tan cerca de sus andanzas y sus creaciones– como faro de tu ingreso a la Academia Colombiana de la Lengua. Es un afortuna­do estudio que te ha abierto las puertas del magno recinto y que queda como un denso capítulo de tus divagaciones cultas.

En Testigos del tiempo sobresale el ensayista minucio­so que no desaprovecha detalle para penetrar en el alma de los personajes, de las épocas y las circunstan­cias, y que desmenuzando los hechos y los caracteres de quienes hicieron noticia, plasma, con el bisturí del crítico, imágenes compactas. Es usual en el divagador literario elevarse por las ramas, a veces con el uso de retóricas rimbombantes que mueren como los des­tellos: en un segundo. Tú te obstinas en las ideas, in­vestigas, deduces.

Cuando analizas, por ejemplo, las lúgubres pinturas de El Greco, imbuidas de languideces y de ensueños, sabes que, más que pintor de cuerpos, lo es de espíritus. En Amiel, otro melancólico contemplativo, descubres al voluptuoso sombrío que en la penumbra de sus timideces es un romántico atormentado, y lo reconoces como el insaciable buceador que es de la naturaleza humana.

Tu biografía del cosmético es seductora. Confesándote torpe en el conocimiento de las intimidades femeninas, logras todo lo contrario: escrutas a la mujer a través de sus afeites, sus dulzuras y sus flaquezas, y nos la ofreces como manjar tentador, a veces provocativo y a veces espinoso. Lo tentador, como nos lo enseñó Satanás, va acompañado de espinas. Cual otro Ovidio, le sacas chispas al cosmético; y al pobre admirador perplejo de la mujer le provoca, entre fascinado y confuso, filtrarse entre los hechizos y las mentiras de Eva.

Sobre el diálogo entre la piedra pulida y la piedra tosca podría montarse una obra de teatro. Este par de elementos filosóficos de tu ensayo, que no sólo hablan sino razonan, son lanzados a la humanidad como pedestales de ira y guijarros de violencia. Una y otra cosa caben en esta página monumental; monumental como el alma de la roca.

Tus seguimientos sobre los hombres de letras son el resultado de hondas y perseverantes lecturas. Hay en tus estudios literarios una liebre oculta que salta a todo momento, como atisbando el paisaje, y te incita a la búsqueda de la verdad. Ardes en pasión por descubrir los secretos y las concomitancias de las almas. Todo está medido, pensado, conciso. Ahí re­side el misterio de la estética, de la donosura y el estilo. Tus ensayos se fueron lejos y resistirán el rigor del tiempo.

¡Qué adorable figura la de Lisa Schönemann con que rematas ­este recorrido vivificante! Goethe, el mayor genio de la literatura alemana, es también símbolo universal del arte, la cultura y la creación. Este amante ardoroso, movido por una sed constante de mujeres sensuales, trasladó a su poesía y a toda su creación el aroma femenino.

Con Lisa –o Lili, como él la llamaba– estuvo a punto de casarse, pero su padre, un banquero de fama, impidió el matrimonio por desear para su hija un hombre superior. Lili nunca murió en el alma de Goethe. Tú te vas de la mano de ella y le arrancas la confesión de ese amor perenne. Tu página vibra  de sentimiento y sensualismo.

He gozado, en fin, hasta la saciedad, con tu mensaje. Un mensaje que leo 21 años después de escrita la obra (en ese momento tenías 45 años de edad) y me afirma en la certeza de que el libro nunca muere, sobre todo cuando es producto de la madurez y la emoción.

Un gran abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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(1) Publicado en los Talleres de la Imprenta Departamental, Tunja, 1967.

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Barichara, marzo 10 de 1988

Señor don Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Muy apreciado y recordado Gustavo:

Otro común e ilustre amigo, Otto Morales Benítez, en el prólogo a tu interesante y excelente libro de cuentos El sapo burlón, hace entre muchos atisbos muy certeros, éste, que de parte tuya se cumple para conmigo a través de tus cartas generosas y alentadoras a cual más: «Su gran pasión son los problemas relacionados con el universo cultural. Anda en azogue, defendiendo toda vislumbre de creación, de sus amigos…”

Sí, yo soy un testigo beneficiado de ese altruismo cultural tuyo cada vez más escaso e insólito en la República de las letras. Por ello recibe mi férvido agradeci­miento por tus valiosos conceptos y observaciones críticas sobre mis anodinos ensayos que apenas son testimonios de mi amor por las obras y las aventuras del espíritu humano, a las que siempre me he acercado con una curiosidad que tiene el ímpetu, la fuerza y la constancia de una pasión desordenada.

Esa carta tuya la he guardado junto a las del ilustre investigador e historiador de la literatura colombiana monseñor José J. Ortega Torres, y las considero como los documentos más valiosos y preciados de mi archivo personal, que conservo con orgullo y que guardarán luego mis hijos. Es verdaderamente asombroso ese don que tienes de salirte de ti mismo para transitar con tu propia alma a través de las almas ajenas, y hacer luego la reminiscencia de ese recorrido en una prosa elegante, sápida y fluida.

Tu nobilísima carta me ha producido una verdadera y profunda elación espiritual y de contera me ha traído la virtud de retrotraerme en el tiempo a aquellos dichosos días –inmensamente lejanos hoy– en que tuve «un vago afán de arte» y en que la posesión de un libro eterno –llámese Odisea, Divina Comedia, Don Quijote, Fausto–, me daba la sensación de tener entre mis manos reunidos todos los tesoros del universo. Sí, era el entusiasmo propio de la juventud.

Ahora, en la serenidad que trae consigo la ineludible vejez, pienso que en medio de esta hecatombe que en la actualidad padecemos y vivimos, en medio de esta vorágine de malas pasiones que se han apoderado de la sociedad colombiana y del resto del mundo al parecer, entre el fragor de la lucha a muerte entre el bien y el mal, donde vemos desaparecer tantas y tantas cosas amables y gratas y dulces que conformaban la vida nacional, se percata uno de que las cosas aparentemente inanes y volanderas: una melodía, un cuadro, una estatuilla, un poema, un cuento, son las que permanecen y desafían con fortuna el paso de los siglos con sus secuelas de guerras, miserias y locuras.

Y que, como lo afirmara proféticamente Humboldt desde el desolado campo de Waterloo: «Todo un ejército, todo un mundo sucumbe, pero un buen verso perdura». O aquella otra observación del viejo Anatole France cuando afirmaba con sobrada razón que el busto sobrevive siempre a la ciudad.

Pero, querido Gustavo, perdóname una vez más estas divagaciones que no vienen del todo al caso. Yo lo que quiero significarte ahora es mi honda gratitud por tus apre­ciaciones tan llenas de generosidad como de bondad suma, y expresarte a la vez que ellas constituyen un poderoso y utilísimo elixir para mi espíritu a fin de poder erguirme y alzarme todavía más sobre los dolores, las miserias y los sinsabores cotidianos propios de la vida del hombre.

Al enviarte mis mejores saludos y mejores deseos por tu completo bienestar, me suscribo tu afectísimo amigo de siempre,

Vicente Landínez Castro

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Barichara, junio 4 de 1990

Señor don Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Muy recordado Gustavo:

Al regresar de una larga estancia por tierras del Tolima y del sur de Colombia, encontré tu amable carta que me produjo especial complacencia.

En Popayán «de piedra pensativa» y en el hotel de unos descendientes del general Tomás Cipriano de Mosquera, estuvimos haciendo alusiones a tu nombre a propósito de la nueva novela colombiana tan emancipada ya –gracias a Dios– de la influencia garciamarquiana. Mi visita a Popayán no estuvo exenta de melancolía. Encontré a la ciudad todavía convaleciente. (1) Como una matrona envejecida pero siempre hermosa, que logra mantenerse en pie merced a sus muletas.

Parece un ave soberbia enjaulada en andamios. Un inmenso sarcófago de glorias y recuerdos. Continúa siendo el más grande panteón de la patria. Lo que ha permanecido inalterable es su cielo bruñido como la hoja de una espada y su luz clara de encanto indefinible.

Y en los atardeceres solemos comprobar allí que en verdad «hay un instante del crepúsculo en que las cosas brillan más». El espíritu de Valencia deambula por calles y por plazas y resulta una necesidad ineludible recordar su clásico canto a la fecunda ciudad. Sí. Las ciudades pueden un día sucumbir pero los bellos versos perdurarán eternamente.

Tenía inmensos deseos de leer tu última producción y comisioné a un amigo que visitó la Feria Internacional del Libro para que lo adquiriera, pero no lo encontró. El correo, días más tarde, me trajo el codiciado obsequio de tu novela, y de inmediato me enfrasqué en su lectura, la que llevé a cabo –cosa rara en mí– de un solo tirón, de una sola sentada.

Ventisca me revela tu veteranía en estos menesteres de la narrativa. Tu estilo, al paso de los días, se ha hecho directo, sencillo, macerado, horro de voces rebuscadas y de adornos superfluos. Es diferenciado y auténtico, apto para expresar tanto las reconditeces y matices del paisaje como las pasiones y los apetitos que mueven el corazón del hombre. Tu peculiar manera de ver, sentir y pensar.

Has logrado encarnar en Ofelia, la heroína, la tragedia sentimental que padecen y viven las muchachas de provincia, que se marchitan tempranamente esperando en vano la aparición del «príncipe azul» que las redima de la soledad, el tedio y el hastío de años y años, pasados melancólicamente entre la iglesia mascullando oraciones y la casa, atisbando en balcones y ventanas. De esas muchachas solteronas, que Luis Carlos López cantó piadosamente un día:

¡Pobres muchachas, pobres
muchachas tan inútiles y castas,
que hacen decir al diablo,

con los brazos en cruz:
¡Pobres muchachas!…

Otro de los muchos aciertos de tu novela es la pintura realista y vivaz del ambiente arquetípico y hasta de la topografía misma de todos nuestros pueblos. Está hecha a base de firmes trazos, de fuertes brochazos como los cuadros de Goya o de Velázquez, donde la espátula parece haber tenido más intervención que el pincel. Allí la soledad, el silencio, el abandono, que muerden cotidianamente el alma de sus moradores. Pero a la vez, está siempre presente el arraigo profundo del hombre hacia su tierra donde reposan sus muertos queridos y se mecen las cunas de sus hijos.

Abundan a lo largo de la obra multitud de descripciones de sitios, gestos y accidentes en los que campea la maestría idiomática para trasmitir al lector en forma intacta toda la emoción del momento experimentado por los personajes. Tal el caso de Ofelia, en el acto de desempacar después de muchos años el traje nupcial preparado con tanta ilusión en un principio, pero que a la postre jamás utilizó.

Pero el real protagonista de la novela –se me antoja– no es Ofelia, ni el padre Carlos, ni el joven abogado Rigoberto, ni tampoco la mulata Diana. No. Es el amor. El amor que mueve el sol y las estrellas, como lo definió Dante Alighieri. Es el gran motor de la novela, y al final, la fuerza vencedora sobre los prejuicios sociales, los escrúpulos religiosos y hasta sobre el empuje ciego de las fuerzas telúricas que borraron el pueblo.

Aquí, a diferencia de La vorágine, la selva no se tragó a los protagonistas. Fue Ofelia y su gozque quienes se tragaron la montaña. Tu novela es un canto a la vida, es el triunfo del amor sobre la muerte. El mundo se acaba pero el amor perdura.
El presentador de la novela, y hasta tú mismo, admiten la influencia de Juan Rulfo en Ventisca. Yo no soy un experto en materias rulfianas, pero considero que tu novela está bien asentada en este mundo que vivimos más que en el mundo de ultratumba, y que si alguna vez se percibe la influencia del autor de Pedro Páramo es al final de la obra, cuando en mitad del desastre sísmico se vuelven a encontrar los enamorados largamente distanciados, Darío y Ofelia. Él viejo y cojitranco y ella, angustiada y encinta:

“Eran sombras que se unían, se atraían y se rechazaban. Y a las sombras hay que dejarlas pasar.

“El hombre avanzó, trémulo en su pequeñez. Y la mujer, segura de su raza que habría de reproducirse para volver a poblar la tierra, permaneció absorta en el paisaje.

“–¿Qué buscas? –le preguntó ella.

“–Un alma que se me ha perdido –contestó la sombra.

“La sombra, o el viento, o el fantasma…. se echó a rodar por el precipicio y se convirtió en piedra. Allí crecería la roca viva porque el hombre es, ante todo, piedra. Y la mujer, montaña».

Y nuevamente el amor, que creó una vida, triunfó al final sobre la muerte.

Muchas cosas más podría apuntarte ahora acerca de esta novela tuya, que no solamente me entretuvo haciéndome considerar cómo los hombres a través de los tiempos no cambian, sino que sólo cambian los sitios y las circunstancias en que actúan. Y considerar también cuán semejantes en el fondo son todos los pueblos de nuestra Colombia, ya sean de tierra caliente o de tierra fría.

En este sentido, tu obra resulta de una solera llena de nacionalismo y plena de autenticidad. Por todo lo cual te repito mis felicitaciones y mis vaticinios porque Ventisca tenga del público lector toda la acogida que merece por sus muchas excelencias.

Mi mujer se une alborozada a este reconocimiento e igualmente te expresa el interés y deleite que la atenta lectura de tu novela le produjo.

Recibe, como siempre, un repetido y afectuoso abrazo de tu viejo amigo,

Vicente Landínez Castro

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(1) El 31 de marzo de 1983 (Jueves Santo) Popayán sufrió un terremoto que dejó más de 300 muertos y más de 10.000 personas sin techo. El sector histórico quedó muy averiado. Se derrumbaron 2.470 viviendas. La ciudad sufrió una destrucción cercana al 40%, de la cual se fue recuperando poco a poco.

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Bogotá, 13 de junio de 1990

(telegrama)

Vicente Landínez Castro
Barichara

Tu espléndida carta sobre Ventisca la leyó Vicente Pérez Silva en el acto académico de la Universidad Central donde anoche se lanzó la novela ante selecto público que admiró y aplaudió tu autorizado ensayo literario. Dicho documento será publicado por suplemento literario de La República, Repertorio Boyacense y revista Gato Encerrado, cuyos directores se entusiasmaron con tu palabra. Te repito mi hondo agradecimiento y permanente amistad,

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, 28 de junio de 1990

Señor don Vicente Landínez Castro
Barichara

Apreciado Vicente:

Leí tus Estampas. Y bebí hasta la última gota. He vuel­to a refrescarme con tu prosa limpia como en una fuente de agua pura. Esta vez, más que en anteriores lecturas, he encontrado en ti el tono y el estilo de otro gran escritor boyacense: Eduardo Torres Quintero. Se me ocu­rre pensar que los lazos de amistad y sobre todo de iden­tidad espiritual que existieron entre ustedes, y que durante tantos años los hermanaron en los mismos sueños y en las mismas luchas del espíritu, han fundido, a la postre, dos maneras similares de pensar y de expresarse.

No me cabe duda de que eres el discípulo aprovechado de Eduardo Torres Quintero. Manejas, como él, la magia de las palabras. Eso de transmitir el pensamiento con melodía, con gracia y densidad, es don que sólo se con­quista después de muchos años de aprendizaje y disci­plina.

Tu libro, que es una plaza de arquitectura, parece sos­tenido entre dos murallones de piedra: se entra por Vi­lla de Leiva y se concluye en Barichara. Pueblos ambos hechos de piedra, de soledad y silencio. Pueblos mona­cales y ensimismados en el tiempo. Ninguno de los dos parece que se moviera. En ellos el tiempo no corre, ni la brisa, ni la vida. Fingen ser desiertos de olvido. Se siente uno, como en Comala, en un territorio de som­bras. Pero el cielo es limpio y tonifica el alma. Se sa­be entonces que Villa de Leiva y Barichara son territo­rios de ensueños. Naciste en uno de ellos y buscaste al otro por afinidad, por fascinación. La marca de la piedra la llevas en el espíritu, la sientes en el corazón.

Tus Estampas son la constancia del peregrinaje por di­versos caminos. Defines el paisaje, retratas el alma de los personajes. No necesitas rescatar nada: sólo le pones a todo el color de las emociones. E imprimes en cada ensayo y en cada pincelazo el sello de tu persona­lidad. Dices cosas originales. No te gustan los luga­res comunes y por eso armas tus escrutinios con tesis novedosas.

Tienes enfoques singulares y voy a señalarte algunos. Sobre Armando Solano dices que es «una especie de Voltaire asordinado». A Eduardo Torres Quintero le endilgas una gran definición: «Era la espada y el escudo de nuestra heredad. El roble más compacto y erguido del solar de la raza». De Germán Arciniegas recuerdas una crónica sobre el estornudo, y en seguida el lector tiene que estornudar. De Alfonso Reyes dices que «jamás simuló sabiduría, ni pensó ni escribió de prestado».

Son estocadas certeras en el alma de las definiciones. ¡Lo que puede el estilo! Una situación se pinta de mil maneras diferentes, pero sólo se salva la que es inge­niosa. Las demás, las corrientes, perecen en el mismo instante de su nacimiento: fue que nacieron muertas.

Tienes un ensayo excelente sobre el arte de escribir biografías. Es todo un manual para el escritor. Ense­ñas la manera de profundizar en el personaje para pin­tarlo con autenticidad. Y demuestras que no solo hay biografías sobre personas: también sobre animales, sobre ríos, sobre ideas. Con arte todo es posible. A la lista que suministras puede agregarse otro tí­tulo memorable: Biografía de una tempestad, el ensa­yo de Hugo Velasco Arizabaleta sobre la personalidad de Laureano Gómez.

Me surgió, entonces, la inspiración para un bautizo. Aquí está: Biografía de una angustia. Ese será el tí­tulo que le pondré al libro que he iniciado sobre Ger­mán Pardo García. Si conoces otra obra con ese rótulo, dímelo. El Instituto Caro y Cuervo sería –conforme puedes verlo por la carta adjunta de su director– el editor de este trabajo. El reto es grande y complejo. Ya estoy embar­cado en tremendo compromiso. Ahora, a remar para no aho­garme.

Tu libro, en fin, me ha producido regocijo espiritual. Con él corroboras tu estirpe literaria. La atmósfera de Barichara te ha sido propicia.

Recibe, con tu esposa, un gran abrazo de congratulación y constante amistad,

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, 7 de agosto de 1990

Señor don Vicente Landínez Castro
Barichara

Muy apreciado Vicente:

Ojalá saque yo adelante, como lo das por hecho en tu carta del 14 de julio, el libro que programo sobre Germán Pardo García y que aspiro se publique dentro de la serie La Granada Entreabierta del Ins­tituto Caro y Cuervo. Llevo ya escritas 60 páginas y esto señala una ruta, un propósito firme.

Compré uno de los libros que me sugieres: Concepto de la angustia, de Sören Kierkegaard. Creo que es el mismo que anotas –Tratado de la desesperación–, con otro nombre. Es un texto profundo sobre la angus­tia humana (esto de humana es una redundancia, ya que los animales no sienten angustia), que leo con reflexión, despacio, tratando de interpretarlo en sus hondas y a veces oscuras lecciones filosóficas. No es un tratado de fácil comprensión. Hay que agu­zar la mente para captar este ancestral golpe que recibe el hombre como herencia de Adán.

El otro título, Los raros, de Rubén Darío, no he podido conseguirlo. Lo he preguntado en las mejores librerías y allí se encuentra agotado. Salió en la Colección Austral, pero parece que ésta se halla in­terrumpida.

Mi contribución para que el nombre de Laura Victo­ria fuera rescatado en el momento actual, a que te refieres en tu carta, fue por cierto afortunada. Así lo reconocen los amigos escritores que estuvieron cerca del suceso. La poetisa me escribe con frecuen­cia y suele recordar con gratitud su feliz retorno a la patria, hoy otra vez ausente Colombia entre las brumas de soledad que ella vive en Méjico.

Te reitero, para ti y tu esposa, mis cálidos abrazos de amistad,

Gustavo Páez Escobar

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Barichara, septiembre 22 de 1990

Señor don Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Muy recordado y apreciado Gustavo:

Me quedé asombrado por tu noticia de que ya tenías escritas las primeras sesenta páginas de la bien nombrada Biografía de una angustia. Qué ímpetu creador el tuyo. Sin duda alguna tú debes deleitarte escribiendo. Como le acontecía al inolvidable y sutil André Maurois, novelista doblado de biógrafo –igual que tú–, quien imaginaba el paraíso celestial como el lugar donde pudiera estar a todas horas escribiendo una novela apasionante por toda la eternidad. Que Dios te conserve siempre esas agallas y esos arrestos.

Lamento no tener entre mis libros Los raros de Darío. Yo recuerdo haberlo leído hace muchos años en la Biblioteca Nacional. Pero sí poseo Los poetas malditos dentro de las obras completas de ese otro poeta maldito llamado Paul Verlaine. Está a tus órdenes en caso de que lo quieras consultar.

Nuevamente mil y mil reiteradas gracias por tu nota sobre Estampas, publicada en El Espectador. Ese juicio tuyo me honra y estimula sobremanera y es demostración, a la par, de la desbordada generosidad que mantienes para tus amigos, virtud ésta que siempre te ha caracterizado.

Conmovedora e hidalga en todo sentido tu carta al Presidente, (1) demandando un acto de justicia social y cultural para un compatriota ilustre, cuya obra ha dado desde años atrás cuantiosa gloria y esplendor tanto a las letras colombianas como a las hispanoamericanas.

Pero me temo que esta vez también, como aconteció con el anterior mandatario, el clamor del pueblo pensante y sensitivo tan cabalmente compendiado en tu carta, encuentre nuevamente puertas cerradas y oídos sordos. Esto es aterrador y desilusionante en grado sumo. Pero es que se nos olvida por momentos aquello que Jorge Eliécer Gaitán observara alguna vez con sobrada razón: que el pueblo resulta siempre superior a su clase dirigente.

Y por eso la espontánea respuesta a tu demanda dada de inmediato por las gentes del sector privado. Esto es muy consolador en parte. Porque en la Colombia de hoy, infortunadamente, merecen más consideración aquellos que la ofenden diariamente con terrorismo, secuestro y devastación de sus riquezas naturales, que los buenos hijos quienes le entregan con manos limpias un gajo de laurel, un atado de ciencia o un puñado de belleza.

Pero la punta de tu aguda pluma ha tocado el corazón de las gentes de la Colombia de ayer que todavía alientan, y estás en vía de conseguir de parte de la sociedad una oportuna reparación en el caso lamentable de Germán Pardo García. Por algo el escritor es el índice acusador de los errores y desmanes ocurridos en su comunidad y, además, el testigo más clarividente y fehaciente de su tiempo.

Estremecedora, enlutada y patética tu evocación de Medellín. (2) Es, para decirlo valencianamente, un tétrico «croquis hecho a tres lápices de palidez y espanto». Quiera Dios que la Bella Villa esté renaciendo cual ave fénix dentro de sus propias cenizas.

Celebro la noticia de tu próxima condición de pensionado por el Banco Popular. La entidad pierde uno de sus mejores directivos, pero la literatura nacional ganará con ello nuevas y excelentes obras que vendrán seguramente luego, dadas las circunstancias de contar tú en adelante con mucho más tiempo y calma para pergeñarlas.

Me complace y entusiasma mucho tu proyecto de conocer a Barichara. Y a propósito: te vuelvo a manifestar, como ya lo había hecho en ocasión anterior, que nos encantaría a mi señora y a mí teneros en nuestra modesta casa por esa época. Está de más advertirte que seguramente encontraréis en ella las incomodidades y molestias propias de la vida en provincia, pero también hallaréis aquí mucho calor de nuestras almas y abundancia de verdadero afecto y amistad.

Deseándote toda suerte de éxitos y de ventura tanto para ti como para tu estimada familia, recibe el estrecho abrazo de tu amigo de siempre,

Vicente Landínez Castro

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(1) Presidente: ¡Salve usted al poeta! (El Espectador, 23-VIII-1990), columna en la que solicito un apoyo económico para Germán Pardo García.
(2) Una ciudad perpleja (El Espectador, 9-VIII-1990).

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Ver epistolario Vicente Landínez Castro 1991-2000

Continúan corresponsales

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