El legendario José Gregorio
Gustavo Páez Escobar
En el libro de la editorial Planeta que lleva por título José Gregorio Hernández: médico y santo (1987), Antonio Cacua Prada cuenta el suceso milagroso que le ocurrió, en abril de 1971, cuando estuvo en grave riesgo de morir ahogado en el mar, y lo salvó el entonces beato venezolano José Gregorio. Nuestro compatriota ocupaba la curul de senador de la república, y el presidente Pastrana Borrero lo designó delegado ante la asamblea general de la OEA que tuvo lugar en Costa Rica.
Acompañado con varios de los asistentes al acto, el senador se dirigió, un día de descanso, a gozar de las delicias del mar en Punta Arenas. De repente, irrumpió una tromba submarina que disgregó al grupo y le produjo terror. Las olas caían como cataratas sobre ellos. Arrastrado por la furia del mar, Cacua Prada intentaba nadar hacia la playa, y cada vez se alejaba más. Extenuado por completo, pensó –si acaso le quedaban fuerzas para pensar– que la muerte era inminente.
No logró rezar oración alguna, porque la mente se le había obnubilado, y ni siquiera le surgió el elemental padrenuestro que aprendemos de niños. Ya el mundo no existía para él. Sin embargo, al fulgurar en su alma una luz inesperada, se acordó del beato José Gregorio, tan de moda en la época y sobre quien se pregonaban milagros asombrosos. Movido por el connatural instinto de salvación que no muere ni en la hora suprema, invocó al médico milagroso con esta exclamación que le brotó desde lo más profundo de su ser: “¡Sálvame!”. Y lo salvó.
Oigamos sus propias palabras: “Sentí que una ola me llevaba dulcemente, empujándome, y en minutos y en línea recta me depositó en la playa. Había resucitado, gracias al doctor José Gregorio Hernández. Se había hecho lo que yo llamé milagro”. Lo mismo sucedió con otros compañeros suyos que sufrieron la misma emergencia. En señal de gratitud, Cacua Prada –reconocido historiador, académico, periodista, diplomático, parlamentario– ofreció escribir el libro atrás mencionado acerca del venezolano portentoso que acaba de ser proclamado santo por el papa Francisco.
No queda difícil pensar que José Gregorio Hernández Cisneros (1864-1919) ha sido, con base en sus prodigios científicos y paranormales, el personaje más popular de Venezuela durante el último siglo. Estudió medicina en su país, adelantó estudios de posgrado en París y Berlín y desempeñó su profesión con alto espíritu humanitario. Bajo la evidencia de sus acciones filantrópicas, se ganó el título de “médico de los pobres”. Son incontables los casos de sanación que se le atribuyen, no solo en su tierra, sino en otras naciones del continente.
Es autor de trece ensayos científicos. Fundó la cátedra de Bacteriología, calificada como la primera en América. Fue el pionero de la docencia científica de su país. Hablaba seis idiomas, y era persona culta por excelencia. En suma, un ser superior que ojalá sirviera de guía para quienes, desviados del sano manejo del poder, arrastran hoy al pueblo por los abismos de la opresión, la corrupción y el desprecio de la dignidad humana. Al respecto, José Gregorio escribió estas palabras lapidarias: “El bien solo puede venir de la verdad, nunca del error. El error es el veneno de la inteligencia”.
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El Quindiano, Armenia, 7-III-2025. Eje 21, Manizales, 8-III-2025. Nueva Crónica del Quindío, Armenia, 9-III-2025. Letras Hispanas por el Mundo, Alicante, España, marzo de 2025.
Comentarios
Muy complacido leí tu artículo sobre nuestro nuevo santo. Él te acompañará a ti y a toda tu familia en estas horas amargas que estamos viviendo en nuestra patria, y será el mejor intercesor ante el Creador para salvarnos. Antonio Cacua Prada, Bogotá.
Sorprendente anécdota la que narras acerca del milagro concedido por el beato José Gregorio Hernández al historiador Cacua Prada, de quien poseo y he leído varios de sus libros. Soy poco crédulo de estos fenómenos, pero con este caso, he registrado dos testimonios serios sobre los favores milagrosos del ahora santo. El otro me lo describió un buen amigo con pelos y señales y fue la cirugía que le practicó en una madrugada a su esposa, quien sufría de tremendas jaquecas que no habían podido ser curadas por ningún médico vivo. Sea como sea, han sido dos episodios milagrosos que han mermado mi incredulidad. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.
Respuesta. Yo también he sido escéptico respecto a las historias de los milagros, provenientes en su mayoría de la excesiva credulidad de la gente o del tonto fanatismo. En el caso de Cacua Prada, te cuento que desde que él me obsequió su libro en 1989, y luego amplió el suceso en tertulias de amigos, me convencí de que el hecho era evidente. La respetable personalidad de mi amigo no puede hacerme caer en equívocos respecto a su vivencia frente al mar embravecido. GPE