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Entradas Etiquetadas ‘Miradas al mundo’

Su majestad el mar

martes, 27 de abril de 2021 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar 

Creen los científicos que los océanos tuvieron su origen hace unos 4.000 millones de años y formaron cuatro grandes regiones: los océanos Atlántico, Pacífico, Índico y Ártico, a los que tiempo después se sumó el Austral o Antártico. Este conjunto de océanos, constituido por agua salada, cubre más del 70 % de la superficie terrestre y suministra el 50 % del oxígeno del planeta. Y ha dado en llamarse mar, mar a secas, en forma genérica. Expresado en solo tres letras, el mar es tan colosal que la mente no puede entender ni su proporción, ni su edad ni su enigma. No se trata, por supuesto, de una criatura común, sino de un soberano todopoderoso. Puede asemejarse a Poseidón, el dios del mar en la mitología griega.

Se le atribuyen poderes fantásticos, y también pavorosos, dependiendo del lado por donde se mire. El mar –nombre mágico– es el mayor estremecimiento y la mayor fascinación del mundo. Desde niño, al hombre se le enseña a verlo como una fantasía, como un encanto abismal. Los ojos del entendimiento no logran penetrar en su misterio. Es una deidad masculina, pero los poetas y los marinos se han dado la licencia de convertir la palabra en femenina –la mar–, para proclamar su embeleso y perplejidad frente a la magia de las olas.

Sin el mar no habría vida en la Tierra. Es el gran dispensador de nutrientes, energía renovable, minerales y medicamentos. Además, el paraíso de los peces, los mariscos, los calamares e infinidad de especies. El 80 % de los seres vivos del planeta habita en el mar. La gente que mora en los alrededores busca en sus aguas el alimento cotidiano.

El 90 % del comercio internacional se moviliza por mar. Al mismo tiempo, grandes contrabandos de mercancías y otros elementos ilícitos, como los alucinógenos, toman esta vía clandestina en la que unas veces caen en manos de las autoridades y otras se evaporan mediante el pago de sobornos o el poder de las armas. Riquezas mal habidas, fraudes, escapes de la justicia, en un horizonte marcado por la vastedad de las aguas y el embrujo de la naturaleza, transitan desafiantes por todos los mares del mundo.

El mar es fuente de vida y también campo propicio para el delito. Es un portento de la belleza y un escenario del crimen. Como el hombre viola de mil maneras este patrimonio de la humanidad, el mar se enfurece contra la perversidad del hombre. La contaminación marina es el gran reto de la hora. Se calcula que hay más de 5 billones de partículas de plástico, con un peso total de 250.000 toneladas, que flotan por el mar. Ese plástico es el que se arroja a cada momento en las calles o en las canecas y que las industrias fabrican sin medida ni respeto por el medio ambiente.

La respuesta del mar así agredido son las tormentas, los huracanes y los ciclones. En Colombia, el huracán Iota destruyó en 10 horas, en noviembre del 2020, la isla de Providencia. Era algo impensado. Un huracán nunca había producido semejante desastre ni había llegado con el ímpetu con que Iota lo hizo. En todos los confines del mundo suceden a diario catástrofes devastadoras causadas por la furia del mar. Sin embargo, los gobiernos, las empresas y los habitantes no toman conciencia de que es necesario, para la conservación del planeta y de la propia vida, adoptar medidas drásticas para salvarnos en medio de la insensatez universal.

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El Espectador, Bogotá, 24-IV-2021.
Eje 21, Manizales, 23-IV-2021.
La Crónica del Quindío, Armenia, 25-IV-2021.
Aristos Internacional, Alicante, España, junio/2021.

Comentarios 

A pesar de los avances científicos y tecnológicos aún se desconoce mucho de ese gigante enigmático y hermoso. Una prueba de ello es que cada año se descubren nuevas especies animales que quién sabe en dónde estuvieron resguardadas durante todos los siglos que han pasado. También, formas vivas de vegetales. Y no se sabe cuántos restos de naufragios están bajo sus aguas. Muchos siglos transcurrieron durante los cuales la navegación fue la única vía de intercambio comercial a gran escala de los fenicios, egipcios, griegos, romanos, cartagineses, etc. Y cuántos hombres guerreros no han encontrado su tumba en aguas del mar. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Es una lástima que estos clamores no son escuchados por quienes podrían asumir soluciones a su  permanente deterioro. Gustavo Valencia García, Armenia.

El mar es vida. Recuerda la ilusión que sentíamos de niños cuando nuestros padres nos decían que íbamos a conocer el mar. Mauricio Borja Ávila, Bogotá.

La columna retrata ese bello monstruo, amado y temido. De él vivimos, y lo crucificamos, y cuando se rebela y reclama sus derechos, es implacable. Inés Blanco, Bogotá.

¡Nada más femenino que la mar! Es por eso que hablamos de la marea y no del mareo; es por eso que la mar simboliza a Yemayá como dueña de la mar, y en el fondo de la mar vive Olokun, otra deidad femenina que simboliza el poder destructor de la mar. Liliana (en El Espectador). (Nota del columnista. Leo en Wikipedia que Olokun, una de las deidades de la religión yoruba, “es andrógino, lo mismo hombre que mujer”). 

Gracias por la columna. Es bueno invitar a leer al poeta del mar, Rafael Alberti: «Marinerito delgado… Te fuiste, marinerito, en una noche lunada, ¡tan alegre, tan bonito, cantando, a la mar salada!….” Pedro Juan (en El Espectador).

La salud mental en estado crítico

martes, 30 de marzo de 2021 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar 

Uno de los documentos más certeros sobre lo que significa una catástrofe como la que hoy soportamos está contenido en la novela La peste, editada en 1947 por Albert Camus en torno a la epidemia de cólera que arrasó a Orán, Argelia, en 1849. Han corrido 172 años desde la última fecha y nada ha variado. El mal continúa siendo el mismo de entonces, bajo otro nombre. Los signos de su aparición son similares, y sus secuelas, igual de desastrosas.

Hay un aspecto que vale la pena resaltar en la obra de Camus: son los estragos que produjo la epidemia en la salud mental de los habitantes y que se manifestó, con mayor evidencia y como situación general, en uno de los principales personajes  de aquella historia dantesca. Si trasladamos esa imagen al momento actual que vive el mundo, mal en el que no existe discriminación de edad, sexo o condición social, tenemos a Orán redivivo en todos los confines del planeta.

En mayor o menor grado, la gente padece hoy de síntomas inquietantes que apenas comienzan a brotar y que pueden constituir –y ya constituyen– perturbaciones graves para la salud mental. Entre ellos está la depresión, que es el mayor síntoma de alarma, con factores concomitantes como el miedo, el insomnio, la soledad, la confusión, el pesimismo, la desesperanza… El confinamiento ha llevado a la incertidumbre y la impotencia. Hoy se es ciudadano, pero no de la calle sino del encierro forzoso, una manera de vivir presos entre cuatro paredes.

A consecuencia de todo esto, se ha perdido la libertad tanto de movimiento como de hacer lo que queremos y amamos. Los padres ya no están con sus hijos ni pueden comunicarse con ellos de manera racional. Los esposos viven juntos, por lo general, pero a veces no se toleran ni se hablan y entran en crisis de nervios, de apatía o de franco repudio. La violencia intrafamiliar está haciendo destrozos en muchos hogares. El mal genio, la irritabilidad, el desacomodo, la malquerencia se volvieron habituales y están echando a pique la convivencia de muchas parejas.

Este es el impacto psicológico que ha traído la pandemia del coronavirus a lo largo del año que ya se cumplió, todavía sin la firme esperanza de ver la claridad que nos arrebató este monstruo moderno. Monstruo que ha penetrado en todas partes, ha dejado a mucha gente en la ruina, ha causado millones de muertos y tragedias familiares y nos ha robado la paz. La consigna de “quédate en casa” pasó a ser una orden de arresto.

El hombre está desquiciado por la inercia, la inseguridad y la desconfianza, mientras las fuerzas físicas y mentales degeneran en crisis de nervios o en enfermedades de difícil cura. Hasta las dolencias ordinarias han dejado de atenderse o consultarse por temor al contagio en la clínica o en el consultorio médico. Las consecuencias de este drama de salud pública todavía no se valoran en su justa proporción y más tarde dejarán efectos hoy incalculables. Esta cadena de causas inciden, por lógica, en el equilibrio mental, ya de por sí relegado en la mayoría de países. Ese es el gran interrogante cuando se atempere la borrasca y se piense en reconstruir los platos rotos.

No se trata de ser fatalistas, sino de abrir los ojos ante esta triste realidad que tanto los gobiernos como la gente deben dilucidar de manera crítica y con medidas adecuadas.

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El Espectador, Bogotá, 27-III-2021.
Eje 21, Manizales, 26-III-2021.
La Crónica del Quindío, Armenia, 28-III-2021.
Aristos Internacional, Alicante (España), marzo/2021.

Comentarios 

Esa es la vida: ciertos aspectos se repiten o se mantienen por más que pasen los años y a veces hasta los siglos. En todo caso, creo que mientras haya vida debiera tenerse esperanza y optimismo. Y no olvidar el nombre de una famosa película: “La vida es bella”. Mauricio Borja Ávila, Bogotá.

Esta es una triste realidad. Muchos se han salvado del maldito virus, pero han afrontado o están afrontando esta otra patología, especialmente la gente joven, según leí en días pasados. Los mayores de edad nos hemos amoldado mejor a la situación y hemos buscado refugio y quehacer cotidiano en la lectura, escritura, música, reordenamiento de la vivienda, programas de televisión, etc. Los jóvenes, quienes por lo general no gustan de estas distracciones, son los más propensos a caer en la depresión o algo peor, en las ideas suicidas. Un verdadero problema de salud mental. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Navidad diferente

miércoles, 23 de diciembre de 2020 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar 

En medio de la pandemia que azota al planeta y ha infectado a más de 70 millones de personas y dejado más de 1,6 millones de muertos en el mundo, aparecen las luces de Navidad. Son luces titilantes que muchos pretenden que sean las de todos los años, pero esto es imposible. Las ciudades comenzaron a encenderse poco a poco, y los árboles y los sitios tradicionales se iluminan a medias, en pretendida búsqueda de la fiesta universal que esta vez está postrada por el infortunio. En Colombia, el país que respiro todos los días, ocurren alrededor de 8.000 infectados y 180 muertes cada día, y los muertos pasarán de 40.000 al finalizar el año.

El mundo sufre de miedo. Miedo a la enfermedad y a la muerte. Las estadísticas no cesan de arrojar números en constante ascenso que señalan la fragilidad de la vida ante la crueldad del virus. Las primeras noticias que dan la radio y los periódicos son las relacionadas con los contagios y los muertos del día anterior. Y en la noche se incrementa el dato con la calamidad del nuevo día. Así, se ha llegado a la tétrica realidad de 10.000 personas fallecidas todos los días en el planeta.

Cada país y cada ciudad o pueblo se estremecen con sus propias cifras. Los controles sanitarios, que en algunos sitios se ejecutan con disciplina, en otros han perdido rigor. Las naciones en general tienen que declararse derrotadas por ese enemigo común que se llama coronavirus. Un enemigo minúsculo e invisible que se ha agigantado hasta convertirse en la mayor amenaza, hoy por hoy, para el género humano. Cumplimos 10 meses de lucha contra la enfermedad, y la batalla apenas comienza a dar voces de esperanza con la aparición de la vacuna.

Ese es el presagio que anuncia esta Navidad. Es la Navidad de la esperanza. Un amigo pesimista me preguntaba si podía confiarse en el descubrimiento de la vacuna cuando la historia indicaba que se gastarían 2 o 3 años hasta obtenerse su aprobación. Como soy optimista, le respondí que la vacuna estaría lista en el primer semestre de 2021. Dicho y hecho. Sin ser profeta, acerté. Eso era lo que intuía sobre lo que estaba sucediendo en las grandes farmacéuticas con el impulso de la ciencia y del capital, y movido además por la carrera de la competencia entre los países poderosos. La época actual es muy distinta a la de los viejos tiempos.

El propósito de esta nota es el de sostener que estamos a punto de ganar la batalla. Pero no cantemos victoria antes de tiempo. Ojalá las poblaciones y las familias no se desmidan en la celebración de las reuniones y las fiestas navideñas y sepan proteger sus vidas y el bienestar de sus hogares contra el riesgo de los alborozos sin control. Hay que ser responsables. La responsabilidad es de cada cual.

Esta es una Navidad diferente a todas. El tapabocas se convirtió en una imagen infame de la época. Todo el mundo anda embozado en él, como huyéndole al propio demonio, y sabrá con el paso del tiempo que esa fue la enseña de un momento desventurado del mundo que deja al mismo tiempo penas y reflexiones.

La esperanza nos salvará. Recapacitemos en esta frase de Gabriel Marcel, gran dramaturgo y filósofo francés: “La esperanza es para el alma lo que la respiración para el ser vivo. Cuando falta la esperanza, el alma se anquilosa y extenúa”.

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El Espectador, Bogotá, 19-XII-2020.
Eje 21, Manizales, 18-XII-2020.
La Crónica del Quindío, Armenia, 20-XII-2020.
Aristos Internacional, n.° 38, Alicante (España), dic/2020.

Comentarios 

Excelente reflexión con un remate relacionado con la esperanza, que en términos coloquiales es lo último que se debe tener y que se pierde. Humberto Escobar Molano, Villa de Leiva.

No pudieron ser más afortunadas tus palabras acerca de esta Navidad doliente y herida por la pandemia. Esta lucha ante un enemigo invisible, diminuto y terrible, aniquiló la tranquilidad y puso en la cuerda floja la vida de todos. La esperanza, sí, es la vacuna; sin embargo, seguirá en aumento la lista de fallecidos hasta no sabemos cuándo. Inés Blanco, Bogotá.

La peste de Orán

martes, 24 de noviembre de 2020 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

Si Albert Camus viviera en este momento sabría que el relato que hace en su novela La peste, publicada en 1947, tiene mucha semejanza con el drama que se vive hoy a consecuencia del cóvid-19. Dicha descripción tuvo como enfoque  la epidemia de cólera que diezmó a la ciudad de Orán, Argelia, en 1849.

La naturaleza del mal no ha variado. Si miramos hacia atrás, lo mismo ha ocurrido en todas las épocas de la humanidad con este tipo de contagio. Debe admitirse que el ser humano está condenado a una peste eterna, si bien aparecen curas transitorias para cada momento, que a veces destierran el flagelo durante años, pero no lo erradican: sufrirá una mutación y aparecerá con otro nombre.

En el caso de Orán, la población fue azotada por varias epidemias repetidas entre 1849 y 1947, antes de aparecer la novela de Camus. En la parte final de la obra, el novelista pone en boca del médico Rieux, quien como verdadero apóstol de la medicina estuvo al frente de los enfermos y los moribundos, esta terrible reflexión: “…él sabía que el bacilo de la peste ni muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles o en la ropa, que espera pacientemente en las habitaciones, las bodegas, los baúles, los pañuelos y los papeles…”

Sorprende la aguda penetración que Camus muestra sobre la epidemia arrasadora que en pocos días se extendió por el puerto de Orán y causó la desgracia de la comunidad, la que se encontró con la noticia de que una rata muerta traía desolación y muerte. La intensidad narrativa con que está plasmada esta obra maestra conmovió –y continúa conmoviendo– al mundo entero.

El suceso de Orán es similar al de la peste actual. Situados en Colombia, la gente oía sin mayor afán el rumor sobre la aparición del primer contagio en China, remoto lugar del planeta que no permitiría el vuelo del virus. Más tarde, se hablaba sobre la posibilidad de que el mal  se extendiera a otros países. Cuando llegó al nuestro, ya no era epidemia sino pandemia. Aun así, no había consciencia sobre lo que esto significaba. Las primeras medidas severas de las autoridades abrieron los ojos de la ciudadanía frente a la realidad del desastre.

La tragedia de Orán, pintada de manera magistral por Camus –quien convirtió su crónica en una novela–, la sufrimos hoy, 171 años después. Hasta en los actos operativos y los mandatos gubernamentales el cuadro de ambas situaciones es idéntico. En Orán fueron impuestos el aislamiento, el toque de queda y la cuarentena de seguridad. Aquí se hizo lo mismo.

En Orán no se podía esperar la ayuda del vecino y cada cual vivía su propia soledad. Los enfermos morían sin la presencia de sus familiares y estaban prohibidos los rituales velatorios. “A partir de ese momento –dice Camus– se vio que la miseria era más fuerte que el miedo”. ¿No es acaso lo mismo que aquí sucede? Y escribió en su novela esta frase estremecedora: “Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras; y pese a ello, las pestes y las guerras siguen pillando a todo el mundo por sorpresa”.

Después de esta serie de calamidades, un día se abrieron las puertas de la ciudad, en una mañana esplendorosa. El virus había sido derrotado. Volvía la esperanza. Es lo que aquí pronto ocurrirá. En 1957, 10 años después de editada La peste, Albert Camus obtuvo el Premio Nóbel de Literatura.

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El Espectador, Bogotá, 21-XI-2020.
Eje 21, Manizales, 20-XI-2020.
La Crónica del Quindío, 22-XI-2020.
Aristos Internacional, n.° 38, Alicante (España), dic/2020.

Comentarios 

Qué buena rememoración de la estupenda novela de Camus. Y muy precisa la comparación con la actual pandemia. Ojalá esta nota despierte el interés de las personas por leer La peste. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

La peste de Albert Camus nos sitúa en esta nueva realidad. Afortunadamente en estos más de 100 años la ciencia ha avanzado y nos permitirá muy pronto proteger  la vida dejando de lado el distanciamiento físico, que es lo que me parece más duro en este 2020. Liliana Páez Silva, Bogotá.

La Peste de Albert Camus registra una de las más pavorosas infecciones, que ha azotado, en este caso, a Orán. Nos  correspondió ser testigos de una de ellas con la covid-19, doloroso evento que ha enlutado  al  mundo entero. Es alarmante cómo encontramos entre los fallecidos gente cercana, conocida y amigos. La impotencia y el miedo se han apoderado de las familias, sin distingo de raza, credo o posición social. Inés Blanco, Bogotá.

Estremecedora la posibilidad de una prolongada demora para terminar, al menos en un lapso prolongado, la terrible pandemia que nos correspondió presenciar o padecer. Gustavo Valencia García, Armenia.

El contagio de la esperanza

miércoles, 29 de abril de 2020 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

Tal vez la palabra “contagio” ha sido la más pronunciada –y la más temida– durante estos días de emergencia sanitaria provocada por el coronavirus. El mundo se paralizó con la propagación de este brote infeccioso que causa terror a las 7.700 millones de personas que habitan el planeta. Es increíble que un agente microscópico como el virus que hoy camina por todas partes y nadie lo ve sea capaz de frenar el desarrollo de las naciones y llenar de pánico a sus habitantes.

Nadie está exento de sucumbir bajo el poder de este misterioso personaje de todos los tiempos que irrumpe cuando menos se espera y produce miedo, muerte y lágrimas. Se aleja por épocas, para volver al cabo de los años con mayor ímpetu. Otras veces, desaparece para siempre. O quizás no: solo cambia de fisonomía y de nombre. Y llega con otros venenos que desconciertan a los científicos. Mientras se fabrica la nueva vacuna, quedarán por todas partes regueros de muertos y miseria.

Hoy el mayor reto de la ciencia está en descubrir el antídoto contra este mal diabólico que ataca a todos y se ríe de la humanidad. Las pestes son parte de la naturaleza humana y le enseñan al hombre a mantener el equilibrio, practicar el bien, no abusar del poder y la riqueza, no maltratar a los humildes, cuidar el planeta. Y recuerda que todo es quebradizo y nada es eterno, comenzando por el mismo hombre.

Las epidemias son un regulador de la vida, una balanza del bien y del mal. Los filósofos y los escritores de todas las épocas han dejado obras y reflexiones trascendentes, y de ellas nos acordamos cuando surge una nueva tempestad. Hace un siglo –octubre de 1918–, Laureano Gómez narraba los horrores de una epidemia de gripa que tenía paralizada –como hoy– a Bogotá. Y decía:

“…las oficinas están casi todas cerradas; los colegios lo mismo, se han suspendido los exámenes en las facultades; se han ordenado cerrar teatros y cines y por las calles no se encuentra un alma de noche (…) El pánico ha ido creciendo. Los entierros pasan continuamente. El problema se ha agravado porque los sepultureros unos están enfermos, otros se han muerto en el oficio (…) hay momentos en que más de cien cadáveres esperan regados en los corredores de la bóvedas que los pongan bajo la tierra”.

¿No es ese el mismo cuadro apocalíptico, e incluso peor, que se vive hoy? Entonces, una gripa causaba la muerte a gran escala; ahora, una neumonía hace lo mismo –y se le da el nombre de covid-19–. Bajo la perturbación actual, se repiten unas cuantas palabras que pintan lo que está sucediendo: “cuarentena, encierro, expansión del virus, caída de la producción, los más vulnerables, aplanar la curva, crisis, hambre, angustia, infectados, fallecidos…” La historia de siempre.

El papa Francisco recorrió la plaza desierta del Vaticano antes de dar la bendición urbi et orbi. Nunca se había visto esa plaza monumental llena de semejante soledad. Esa es la imagen del mundo. Oró por los enfermos, los pobres, los médicos y enfermeras, las familias que lloran. Pidió que cese la guerra entre las naciones; que no se fabriquen y vendan más armas; que se superen el odio, la indiferencia y el egoísmo. Después del contagio del virus debe venir el contagio de la esperanza. Eso es lo que necesitamos: un mundo nuevo.

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El Espectador, Bogotá, 25-IV-2020.
Eje 21, Manizales, 24-IV-2020.
La Crónica del Quindío, Armenia, 26-IV-2020.
Aristos Internacional, n.° 35, Alicante (España), sept/2020

Comentarios 

Especialmente me gustó este mensaje en el sentido de que “Después del contagio del virus debe venir el contagio de la esperanza”. Tiene toda la razón. Vemos luz al final del túnel, pero el problema, por ahora, es que no sabemos qué tan largo es ese túnel, y si el oxígeno les alcanzará a todas las empresas y personas para atravesarlo. Esperamos que a la inmensa mayoría sí. Mauricio Borja Ávila, Bogotá.

Así como nuestro organismo sube la temperatura corporal para combatir los virus y bacterias (fiebre), así mismo la madre naturaleza crea las guerras y pandemias cíclicas para purgarse o desintoxicarse de ese parásito depredador que es el ser humano. Porque es justo, o al menos compensatorio, que el hombre dedique algún tiempo en dar la muerte como liberación, después de que se ha obstinado tanto tiempo en dar la vida como condena. julioh78_181351 (correo a El Espectador).

La ciencia se muestra, esta vez, impotente. Sin embargo, es sorprendente apreciar cómo la naturaleza parece recordarle al hombre que su presencia en el mundo ha sido y es nefasta, pues su manifiesta soberbia rompe de manera permanente el equilibrio vital y es la especie depredadora. Gustavo Valencia García, Armenia.

He leído con gran interés y asombro esta columna. En 100 años la humanidad repite una pandemia y son muchas las referencias que hay acerca de estos sucesos en la historia del hombre, solo que los leíamos como eventos tan lejanos que no nos alarmaban. Sin embargo, hoy hemos tenido que vivir y padecer el aterrador virus, que como un rey llegó para gobernar con su corona de muerte. Inés Blanco, Bogotá.

Yo soy un poco escéptico de que esta crisis sea capaz –una vez termine– de cambiar en los seres humanos esas ansias de riqueza, placer y poder, en cuya búsqueda recurre a todos los medios lícitos e ilícitos y dejando de lado el cuidado de su salud, de la del planeta y de sus semejantes. Quisiera adquirir el contagio de la esperanza, pero ya son muchos años conociendo la naturaleza humana y comprobando a diario esa rebeldía del hombre por aprender y reconocer que aparte de «lo mío», hay muchas personas con carencias que afectan su calidad de vida y a quienes podemos ayudar. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Muy interesante esta página porque a pesar de ser un tema que llena los diarios y ocupa todas las columnas, plantea reflexiones omitidas por otros  escritores. Ve al trasluz de esta  hecatombe, de este dolor  global, «un regulador de la vida», «una balanza del bien y del mal». Muy bella  la metáfora  sobre  la  plaza de San Pedro llena de  soledad. No estamos hechos para la soledad, hay una tristeza infinita en  el corazón frente a una tragedia que, como  ninguna otra, evidencia la injusticia social. Esperanza Jaramillo, Armenia.