1991 – 2000

martes, 25 de marzo de 2014

EPISTOLARIO
1991 – 2000


ACADEMIA COLOMBIANA DE LA LENGUA
AÍDA JARAMILLO ISAZA
ALFREDO IRIARTE
ÁLVARO ORDUZ LEÓN
ARISTOMENO PORRAS
ASOCIACIONES DEFENSORAS DE ANIMALES
BEATRIZ SEGURA DE MARTÍNEZ DE HOYOS
BEATRIZ Y ANTONIO CABALLERO
CARLOS ARBOLEDA GONZÁLEZ
CARLOS BASTIDAS PADILLA
CARLOS ENRIQUE RUIZ
CARMEN DE LA FUENTE
CASA DE POESÍA SILVA
CÉSAR GAVIRIA TRUJILLO
DIANA LÓPEZ DE ZUMAYA
EDITORIAL GRIJALBO
EDUARDO SANTA
EMBAJADA DE COLOMBIA EN MÉJICO
FERNANDO SOTO APARICIO
FRANCELINA VILLALOBOS DE PICO
GEORGES ROSS
GLORIA CHÁVEZ VÁSQUEZ
GLORIA LÓPEZ DE ROBLEDO
HARRY GAYNER
HENRY KRONFLE
HERNANDO GARCÍA MEJÍA
HORACIO GÓMEZ ARISTIZÁBAL
HUMBERTO SENEGAL
INÉS BLANCO
INÉS DE LA DOLOROSA
JAIME ÁLVAREZ GUTIÉRREZ
JAMES W. ROBB
JORGE FRANCO VÉLEZ
JOSÉ ANTONIO VERGEL ALARCÓN
JOSÉ CARBILIO VALDERRAMA RAMÍREZ
LAURA VICTORIA
ÓSCAR ECHEVERRI MEJÍA
RAMIRO LAGOS
ROBERTO PINZÓN GALINDO
VICENTE JIMÉNEZ
VICENTE LANDÍNEZ CASTRO

ACADEMIA COLOMBIANA DE LA LENGUA

Fue fundada en Bogotá, en 1871. Es la más antigua de las Academias de la Lengua en América. Entre sus fundadores de mayor prestigio están Rufino José Cuervo y Miguel Antonio Caro, con cuyos nombres se bautizó el Instituto Caro y Cuervo, la entidad más aventajada del idioma en el mundo hispánico. Desde 1950 funciona en la carrera 3-A con calle 17, en un hermoso edificio de corte neoclásico, y desde 1960 asesora al Gobierno Nacional en asuntos idiomáticos.

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Bogotá, agosto 26 de 1991

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Muy apreciado amigo:

Como asiduo lector de El Espectador, he leído cuida­dosamente todas sus colaboraciones, entre las que cabe destacar la referente al pretensioso poeta que usan las hijas de Apolo como una voluntaria abdica­ción de su feminidad. Tal escrito pienso publicarlo próximamente en nuestro Boletín.

Su semblanza de Eduardo Torres Quintero magnífica. Su lectura me llevó a recordar al intelectual, al amigo y al incansable propul­sor de empresas culturales, honra no sólo de su comarca boyacense sino del país. Mil gracias por su envío.

Hoy lunes he leído la completa reseña que usted escribe sobre el encuentro de Ibagué, certamen de gran significación que prueba cómo es necesario descentralizar la cultura. Ahora que acaba de morir Germán Pardo García, lo que constituye una pérdida irreparable para las letras colombianas e hispanoamericanas, a la ocasión la pintan calva para publicar la biografía del poeta, que debe ser excelente.

Precisamente, en julio de 1991, al igual que en otros años, la Academia Colombiana solicitó para Pardo García el «Premio Cervan­tes 1991», como puede verlo en la fotocopia que le envío.

En El Espectador de hoy encuentro también un gazapo cuando le atribuye a don José Manuel Marroquín una cuarteta que no es del autor de La perrilla. Cuando escribía las notas para los Sueños de Marco Fidel Suárez, topé con la citada estrofa y me di a investigar su autor que parecía ser Cástor y Pólux  (Jorge Pombo y Clímaco Soto Borda), o Francisco de Paula Carrasquilla o cualquiera de nuestros ingenios  festivos.

Pasaron muchos años de consultas en libros y a personas, cuando hace unos cinco años cayó en mis manos la obra de José   María   Quijano Wallis,   Memorias autobiográficas, histórico-políticas y de carácter social, Grottaferrata, Tipografía Italo-Orientale, 1919, donde en el capítulo XXI, hablando de la administración de don Aquileo Parra, se lee: «El general Camargo declaró restablecido el orden público el 7 de agosto 1877 para conmemorar con este acto la célebre batalla de Boyacá en 1819. Con motivo de la declaratoria del restablecimiento del orden público, decretada por un jefe militar y no por el presidente doctor Parra, hombre civil, circuló el siguiente cuarteto en una hoja volante que se llamaba Apéndice del Mochuelo:

En Colombia que es la tierra
de los hechos singulares,
dan la paz los militares
y los civiles dan guerra.

Paso a solicitarle un favor como periodista: La Academia, de acuerdo con la fotocopia que le incluyo, está interesada por las razones en ella alegadas en que Santafé se escriba en una sola palabra; ojalá le haga eco en su Salpicón.

Perdone lo extenso de esta carta y considéreme su servidor y amigo,

Horacio Bejarano Díaz
Secretario

* * *

Santafé de Bogotá, D. C., julio 15 de 1991

Excelentísimo Señor Don Federico Ibáñez Soler
Director General del Libro y Biblioteca Ministerio de Cultura
Madrid

Excelentísimo Señor:

En atención a su carta del 22 de mayo en que nos comunica que ha sido convocado «El Premio de Literatura de Lengua Castellana de Cervantes» correspondiente a 1991, me place comunicarle que la Academia Colombiana de la Lengua ha propuesto varios candidatos de los cuales la Mesa Directiva tiene el gusto de presentar a los tres siguientes:

Académico Sr. D. Eduardo Caballero Calderón, fecundo escritor, periodista, novelista, cuya hoja de vida acompaña a esta proposi­ción.

Académico Sr. D. Germán Pardo García, excelente poeta colombiano.

Académico Sr. D. Jorge Rojas, escritor, fundador del Movimiento Literario Piedra y Cielo en Colombia.

La hoja de vida de todos ellos la adjuntamos a nuestra carta.

Dada la trascendencia universal del citado Premio nos honraría sobremanera que se tuviera presente el nombre de uno de los candidatos que propone la Academia, lo cual sería para nosotros un estímulo mayor en el cultivo de la lengua.

Del Señor Director General atentamente,

Manuel Briceño Jáuregui, S.J.
Director

* * *

Atentamente transcribo a ustedes el texto del acta aprobada por la Academia Colombiana de la Lengua en su sesión del 8 de julio de 1991.

Don Arturo Abella preguntó el parecer de la Academia acerca de si el vocablo Santafé debía escribirse en una sola palabra o en dos. En uso de la palabra Don Luis Duque Gómez, trajo a cuento numerosos documen­tos tomados del libro de cabildos de Santafé y acuer­dos de la Real Audiencia en que Santafé aparece es­crito en un solo vocablo.

Debido a lo anterior, la Academia está de acuerdo en que debe escribirse Santafé como una sola palabra y así debe comunicarse a las autoridades del Distrito y a la prensa de lo que se encargará el Director de Información.

Arturo Abella

Director de Información

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Bogotá, 12 de septiembre de 1991

Doctor Horacio Bejarano Díaz
Secretario de la Academia Colombiana
La Ciudad

Apreciado amigo:

He leído con mucha complacencia su amable carta del 26 de agosto. Mil gracias por los estimulantes conceptos que expresa usted sobre mi columna en El Espectador. Celebro que le haya agradado mi escrito sobre Eduardo Torres Quintero, el llamado «caballero andante de la cultura boyacense».

En Ibagué, como lo anota, se realizó un encuentro en torno a la literatura colombiana, dentro del congreso de los Colombianistas Norteamericanos. Allí se rindió homenaje a Germán Pardo García, muerto en Méjico pocos días después. Mi ponencia se llamó Biografía de una angustia, que es el mismo título del libro que escribí sobre el poeta, obra que se encuentra, para su posible edición, en poder del Instituto Caro y Cuervo desde comienzos de este año.

Basado en la noticia que me suministró Maruja Vieira, yo le había escrito a Germán Pardo García contándole el gesto de la Academia Colombiana al candidatizarlo para el Premio Cervantes. Esto emocionó mucho al poeta, aunque me repitió, una vez más, que él no había nacido para la gloria, sino para el dolor y la soledad. También se enteró con alegría de mi libro sobre él, y se marchó del mundo con el  pesar de no haberlo podido leer.

Reitero a usted mi cordial amistad,

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, 18 de noviembre de 1993

Doctor Horacio Bejarano Díaz
Secretario de la Academia Colombiana de la Lengua
La Ciudad

Apreciado amigo:

En el Boletín numero 173 –julio a septiembre de 1991– da usted respuesta a la consulta formulada por doña Elizabeth Ávila Roldán:

«De acuerdo con lo establecido por el Padre Félix Restrepo en su folleto Nuevas normas de ortografía, cuyo contenido está aprobado por la Academia, las palabras incluído, sustituído y constituído deben llevar acento ortográfico en la vocal débil acentuada o sea en la i«.

Me gustaría saber en qué fecha fue escrito el folleto aludido. Diferente a la norma que se promulga en dicho texto, aprobado por la Academia (supongo que se trata de la Real Academia Española), existen las «nuevas normas declaradas de aplicación preceptiva desde el 1° de enero de 1969», las cuales cuentan también con la aprobación de la Real Academia. Deduzco que este último es un reglamento posterior al que usted invoca.

En el artículo 37, letra b, se establece lo siguiente: «La combinación ui se considera, para la práctica de la escritura, como diptongo en todos los casos. Solo llevará acento cuando lo pida el  número 37…”

Si esta norma está vigente, las palabras que propone doña Elizabeth son llanas, por hacer diptongo la combinación ui; por consiguiente, no deben llevar tilde. Por eso mismo, casuista y jesuita son voces llanas que no requieren tilde. Caso distinto es el relacionado con casuístico, jesuítico, palabras esdrújulas; o benjuí, construí, palabras agudas terminadas en vocal. Vale la pena que revisemos este capítulo que se presta para tantas confusiones de la gente.

Con un  cordial saludo,

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, diciembre 2 de 1993

Señor Gustavo Páez Escobar
La Ciudad

Estimado amigo:

Doy contestación a la suya del 18 de noviembre haciéndole una pequeña historia de las Normas de Ortografía de la Real Academia Española declaradas de aplicación preceptiva desde el 1 de enero de 1959, no de 1969, como aparece en forma errónea en la edición tercera de 1986 hecha por nuestra Academia.

En 1952 la Real Academia de la Lengua dictó Nuevas Normas de Prosodia y Ortografía cuyo texto era más o menos el mismo de las Normas de 1959, que el Segundo Congreso de Academias de Madrid, reunido del 22 de abril al 2 de mayo de 1956, declaró suspendidas mientras se oía el parecer de las Academias de América.

En este Congreso la delegación de la Academia Colombiana presentó una ponencia que, ampliada, fue la base de las Nuevas Normas de Ortografía cuyo texto le incluyo, las que presentadas por su autor, el Padre Félix Restrepo, recibieron aprobación unánime de la Academia Colombiana.

Con sorpresa de nuestra Corporación, a comien­zos de 1959 se recibió el folleto con el texto siguiente en su carátula Ortografía. Edición que incorpora al texto tradicional las Nuevas Normas declaradas de aplicación preceptiva desde el 1 de enero de 1959″.

La sorpresa fue causada por no haber incluido la Real Española el contenido de la ponencia presentada por el Padre Félix Restrepo al Congreso de Madrid, siendo el ilustre jesuita una autoridad en la materia como lo atestigua su texto para bachillerato La Ortografía en América cuya última edición es del Instituto Caro y Cuervo, Bogotá 1979, en uno de los cuatro tomos de la Selección de las obras del eminente humanista hecha por mí, por encargo del doctor José Manuel Rivas Sacconi de perenne recordación.

Si usted lee con cuidado el folleto que le incluyo, verá las razones que apoyan la acentuación que necesita al contestar la consulta de la señora Elizabeth Ávila Roldán.

Aquí se trata de una especie de desobediencia voluntaria a lo preceptuado por la Real Academia, que no es infalible, apoyados no solamente en la evidencia de la autoridad sino de la autoridad de la evidencia.

Perdone tan larga exposición, pero la he hecho por ser usted una persona culta y entendida en la materia.

Le envío con mi cordial saludo mis cuatro últimas publicaciones.

Amigo afectísimo,

Horacio Bejarano Díaz
Secretario Ejecutivo

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VICENTE LANDÍNEZ CASTRO

Nació en Villa de Leiva, Boyacá, en 1922. Ensayista, catedrático, editor, académico, historiador. Ha sido profesor de Humanidades y de Espa­ñol y Literatura en la Universidad Pedagógica y Tecnoló­gica de Colombia y en los principales colegios de Bogotá, Ibagué y Tunja. Ha sido colaborador de los suplementos literarios de El Tiempo, El Espectador, La República y El Colombiano. Ha ocupado los cargos de director de Extensión Cultural de Boyacá, editor de las revistas Boyacá, Cauce y Cultura, director del Fondo Rotatorio de Publicaciones de la Contraloría General de Boyacá, y fundador-director de la revista Pensamiento y Acción de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. La Universidad Nacional de Panamá lo condecoró con la medalla “Octavio Méndez Pereira” por la “efectividad de su apoyo a la cultura del continente”. Miembro de las siguientes academias: Colombiana de la Lengua, Boyacense de Historia y de la Historia de Santander.

Se trata de uno de los estilistas más destacados de Boyacá. Su lenguaje castizo, ajustado y elegante le valió alto concepto de Germán Arciniegas. Ha hecho famosas sus cartas-ensayo, con las cuales comenta las obras que le envían los escritores. Con esas cartas podrían editarse muchos volúmenes sobre literatura. Pocos, como él, han convertido la correspondencia en un género literario. Durante varios años estableció su residencia en Barichara, la ciudad hermana de su patria chica, Villa de Leiva. Después regresó a Boyacá, en la última etapa de su vida.

Libros: Almas de dos mundos (1958), Primera antología de la poesía boyacense (1960), Testigos del tiempo (1967), 105 sonetos de la literatura universal (1973), Novelando la historia (1973), El lector boyacense (1980), El héroe de San Mateo: vida y hazaña del capitán Antonio Ricaurte (1984), Estampas (1989), Breviario de la literatura boyacense (1989), Miradas y aproximaciones a la obra múltiple de Otto Morales Benítez (1997), Bocetos y vivencias (2002), Síntesis panorámica de la literatura boyacense (2003).

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Bogotá, 24 de abril de 1991

Señor Vicente Landínez Castro
Barichara

Mi querido Vicente:

Ayer por la mañana leí con mucha alegría tu carta del 17 de este mes, y por la noche asistí al acto de ingreso de Otto Morales Benítez como académico de la Lengua que entra a ocupar la silla que dejó vacante Alberto Lleras Camargo. Fue una velada extraordinaria. El recinto se hallaba colmado de gente de la mayor distinción.

La pieza de Morales Benítez, formidable. Hizo el cabal análisis del estadista y del intelectual que fue Lleras Camargo, quien le ensenó a Colombia los dones de la ética y la estética y dejó para los gobernantes la mejor norma de pulcritud y patriotismo con su propio ejemplo de vida. Lleras Camargo gobernó con la palabra.

Humberto Senegal, como lo habías calculado, es hijo de Humberto Jaramillo Ángel, por quien me preguntas. El viejo todavía vive y no cesa de escribir. Senegal es una brillante figura de los nuevos tiempos, que ya tiene obra y se ha destacado como exponente de la poesía japonesa haikú. En Calarcá dirige la revista Kanora.

Mi biografía de Germán Pardo García ya está terminada. Viene el vía crucis de la edición, la que ojalá fuera del Instituto Caro y Cuervo, donde ahora la revisan. Esta entidad es muy rigurosa, y yo abrigo esperanzas de poder salir adelante. Si me fallara el Instituto, aparecerá otro editor. No olvido, con Wilde, que «nada nace sin dolor: ni un río, ni una estrella». Lo más importante es haber escrito el libro.

Como un adelanto de él te envío las palabras iniciales de la obra, la cual consta de 226 páginas en papel tamaño carta a doble espacio. En días pasados estuve en Bogotá con Aristomeno Porras, el boyacense residente hace largos años en Méjico que se ha convertido en el ángel tutelar del poeta. Las noticias sobre Pardo García son cada vez más preocupantes. No sólo vive solitario sino que además está paralizado. Come muy poco y amenaza terminar sin defensas físicas. Se extingue como aquella llama al viento de Porfirio Barba Jacob. Temo a veces que el homenaje de mi libro no lo va a recibir en vida. (1)

Un  estrecho abrazo para ti y tu esposa,

Gustavo Páez Escobar

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(1) Pardo García murió el 23 de agosto de 1991 sin que el libro hubiera sido publicado.

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Barichara, agosto 26 de 1991

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Recordado y fraternal Gustavo:

Gracias, muchas gracias, tanto por tus amables y alentadoras cartas, como por las fotocopias y publicaciones que con tanta bondad me has hecho llegar cumplidamente.

Fue muy satisfactorio para mí volver a ver Cultura, la importante revista boyacense, en su antiguo y usual talante, cosa que equivale a una resurrección y, sobre todo, me dio mucho gusto al revisar su magnífico y variado contenido, de interés permanente.

Tu conferencia en Tunja sobre el ilustre letrado Eduardo Torres Quintero –como tuve opor­tunidad de manifestártelo por teléfono– es un fiel y acabado retrato literario del querido maestro, en donde su noble estampa física y espiritual queda fijada en las retinas del lector con tan viva persistencia, que recuerda uno en seguida los singulares e inolvidables retratos de Erasmo: el plástico de Hans Holbein el viejo, y el trazado por la pluma intensa y penetrante de ese maestro de la biogra­fía moderna que fue Stefan Zweig.

Te doy nuevamente las gracias –esta vez por escrito– por tu hermoso artículo Barichara, un canto a la piedra, que tanta simpatía e interés ha despertado en las gentes, por cuanto está, sencillamente, bien escrito; y en el que se nota de in­mediato la mano experta, no del periodista ávido por lo momentáneo, sino la del escritor experimentado y atento a lo que se refiere más a la vida interior tanto del pueblo como de sus habitantes.

Te apoderaste, en pocas palabras, del espíritu recoleto, silente y pétreo de Barichara y lograste plenamente comunicárselo a los demás en forma tan agradable como intensa que recuerdan, también, casos de tanta simbiosis espiritual como los clásicos ejemplos de Jorge Rodembach con Brujas, la muerta, o de Maurice Ba­rrés con su evocativo libro La canción de Toledo. Tú, también, esta vez, escu­chaste nítidamente –a pesar de lo fugaz de tu estancia– la canción de piedra de Barichara.

Laurita y yo te damos repetidas gracias por las generosas alusiones que hiciste, tanto sobre nosotros como sobre nuestra casona. Sobra decirte que me he visto en la necesidad de sacarle muchas fotocopias, para satisfacer la curiosidad tanto de mis familiares como de mis amigos, em­pezando por nuestra hija Constanza que ya tuvo la alegría de leerla en la remota Viena.

Espero hayas recibido nuestro telegrama con motivo de la infausta noticia de la muerte del inmenso poeta de nuestra América, Germán Pardo García. Don Chepito, (1) quien te recuerda con frecuencia, te envía por mi conducto dos recortes: la nota que sobre este lamentable suceso para las letras apareció en Vanguardia Liberal; y otra, del mismo periódico, debida a la pluma de un sobrino del poeta, cuya dirección tiene don Chepito por si necesitas nuevos datos.

Yo, igualmente, te había recortado una anterior que apareció en El Tiempo sobre la intención de repatriar al poeta. Pero resultó demasiado tarde. Como todo lo bueno en nuestra nación. Por algo fue un poeta colombiano, y por más señas, boyacense, quien escribió aquel desolado verso de «Todo nos llega tarde, hasta la muerte».

Acabo de de recibir –gracias a tu gentileza– dos textos que me llenaron por igual de suma complacencia. La generosa, y más que generosa, magnánima, diría yo, columna de Humberto Jaramillo Ángel sobre Estampas; (2) y la fotocopia de ese verdadero mosaico de conceptos aparecido en La República sobre Ventisca, tu novela.

Laurita y yo te enviamos, finalmente, nuestro atento saludo, que te pedimos hacer extensivo tanto a tu admirable esposa Astrid, como a tu apreciada familia.

Recibe el abrazo de tu amigo de siempre,

Vicente Landínez Castro

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(1) Amigo y permanente contertulio de Vicente Landínez Castro. Abogado de profesión. Simpático personaje de Barichara que en la edad dorada se residenció allí en medio del sosiego de esta encantadora población.
(2) Libro de Landínez Castro.

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Bogotá, 7 de octubre de 1991

Señor don Vicente Landínez Castro
Barichara

Mi querido Vicente:

Recibí tus efusivas manifestaciones de solidaridad en la muerte de Germán Pardo García. El pobre poeta, cercado por la vejez y las enfermedades, sufrió mucho. Fue una agonía lenta e implacable que no le dejó un minuto de paz en el último año. Desde marzo había perdido la capacidad de caminar y se mantenía acostado en su duro lecho franciscano, que yo conocí en la visita que le hice hace tres años.

Como no permitió que se le hospitalizara, y además comía muy poco, se fue desintegrando en medio de tremenda aflicción y pavorosa angustia. Cuando Aristomeno Porras me llamó de Méjico, minutos después de la muerte, sentí cierto alivio en medio de la  honda pena que me producía la noticia.

Después llegaron las cenizas a Colombia, en forma sigilosa. El ToIima hizo los trámites para que se las entregaran, y así sucedió. No sé si tú conoces este dato: Germán Pardo García nació en Ibagué por accidente –por ser de allí la familia materna–, pero desde los tres años, huérfano de madre, vivió en Choachí. A Ibagué vino a conocerla en el año 28 y nunca más regresó a esa ciudad. El páramo de El Verjón le marcó el alma e inspiró su poesía. Además, siempre expresó que Choachí era su verdadera cuna. De esta población era su padre, el magistrado y después presidente de la Corte Suprema de Justicia Germán D. Pardo. En estos días estuve en Choachí buscando los rastros del poeta.

Yo acompaño a los chiguanos –gentilicio de los habitantes de Choachí– en su justo anhelo de que las cenizas sean entregadas a su pueblo. He escrito en tal sentido dos notas en El Espectador.

Hay dos manifestaciones explícitas de Pardo García: “No con quien naces sino con quien paces”, dice el sabio refrán español. Soy, pues, de Choachí. Ibagué es una hermosa ciudad de Colombia, pero para mí nada quiere decir. Choachí, que en lengua indígena chibcha quiere decir ‘ventanita de la luna’, es mi patria” (carta del poeta al profesor norteamericano James Willis Robb, de la Universidad George Washington, septiembre de 1967).

Segunda confesión: «Estoy viendo cómo termino mis pocos asuntos aquí, para volver del todo a Colombia, al seno del pueblecito oscuro que tomé como cuna adoptiva: Choachí. Ya estoy mirando hacia él como los gallos viejos hacia la copa del gallinero, cuando sienten cerca la noche” (carta a una prima hermana suya, noviembre de 1965).

Hay un famoso libro suyo dedicado a los pobladores de Choachí, titulado Los ángeles de vidrio (1962). Son 50 bellos sonetos que plasman la canción eterna por la tierra mítica. A los chiguanos los bautizó «ángeles de vidrio», y el solo apelativo es un poema. Sin embargo, a estos sencillos habitantes los quieren despojar de su ángel mayor.

Con Astrid van para ti y Laurita nuestros estrechos abrazos de amistad y recordación,

Gustavo Páez Escobar

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Barichara, diciembre 8 de 1991

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Recordado Gustavo:

Me prometí no dejar que termine este fragoroso año sin antes haber dado respuesta a tu última carta, que como todas las tuyas, trae siempre notables reminiscencias sobre escritores y poetas, así como observaciones atañederas a ese mundo maravilloso de los libros en donde vivimos más plena y gratamente que en éste, que se mueve bajo nuestros pies.

Acabo de saber de fuente que me merece toda credibilidad que desde hace semanas tu intensa Biografía de una angustia está levantada en el linotipo, lista para entrar en prensa. ¿Por ventura ya lo sabías? Y a propósito: ¿la Imprenta Patriótica del Instituto Caro y Cuervo, que trabaja con tanta premura y efectividad, dio ocasión de complementar tu libro con el episodio de las últimas horas del poeta? Ojalá así sea, toda vez que tal aspecto lo habías ya pergeñado práctica­mente en tu reciente conferencia dictada en Ibagué sobre el impresionante y cruel deceso de nuestro inmenso «liróforo celeste».

Aquí, los días y los meses transcurren en absoluta quietud, silencio y soledad, como siempre acontece. Solo la música, la bella música de todos los tiempos tiene el poder de endulzar nuestras horas. Ella se ha convertido en nuestra segunda re­ligión. Tan alta como la celeste música de las esferas que soñaron los sabios antiguos. Tan llena de efluvios vitales que a veces uno piensa que es como la respiración misma de Dios. Sí, especialmente la música de los genios como Mozart, cuyo segundo centenario de su muerte acaba de conmemorar extasiado el mundo de la cultura.

Y, permanentemente, a toda hora la compañía dilecta de los libros amados, esos «pequeñísimos trozos de lo infinito, que están instalados silenciosamente en el interior de nuestro hogar», como los consideraba Stefan Zweig con corazón agradecido. Porque más que en el pueblo en sí, yo también suelo vivir y actuar en la ciudad de los libros. ¿Qué sería nuestra vida sin ellos? No lo podría jamás imaginar. ¿Recuerdas aquel poema de Borges donde confiesa paladinamente: «yo, que me figuraba el Paraíso bajo la espacie de una biblioteca»…?

Son nuestros fervientes deseos de que tanto tú como la apreciada Astrid y tus gallardos hijos os encontréis disfrutando de la más completa salud y bienestar. Os recordamos frecuentemente y no nos cansamos de evocar las gratas y placenteras horas pasadas en vuestra amable compañía.

Te reitero tanto mi saludo como mis deseos por tu bienestar extensivos también a tu apreciada familia. Recibe el abrazo cordial de tu amigo de siempre,

Vicente Landínez Castro

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Bogotá, 1° de octubre de 1992

Señor Vicente Landínez Castro
Barichara

Apreciado Vicente:

Grato placer me proporcionó tu exquisita carta del 18 de septiembre,  portadora no sólo de nobles sentimientos de amistad sino de maravillosas cavilaciones sobre el mundo de las letras. Frente a tus ojos tenias una miniatura del Partenón, traída de Grecia por tu nieta Alexandra, quien no    se conformó con la figura del templo inmortal para darle realce a tu selecta biblioteca, sino que además te obsequió un puñado de tierra extraída del  propio suelo legendario. Semejante reto es como para que hagas maletas – dentro del periplo ideado por Laurita– y con tus propios ojos contemples la suntuosidad de aquel  recinto de los dioses.

Cuando terminaba mi vida laboral en el Banco Popular pregunté en las mejores librerías de Medellín, donde entonces me hallaba, por el libro que me habías recomendado para recrear la biografía de Germán Pardo García: Los raros, de Rubén Darío. No fue posible localizarlo ni en Medellín ni en Bogotá, por tratarse, precisamente, de un libro raro que no había vuelto a llegar a Colombia. Por eso desistí de su búsqueda.

Parodiando a Julio Flórez, todo nos llega tarde… Hace 15 días me llamó por teléfono una lectora de mi columna de prensa para anunciarme un regalo magnífico que deseaba hacerme: los 100 títulos de la serie Ariel Universal. ¡Cuál no sería mi sorpresa al encontrar allí nada menos que el libro Los raros! La amiga tiene 70 años y constituye, como lo verás por la crónica que sobre ella escribí en diciembre de 1984 (que te acompaño), un caso excepcional de superación y felicidad.

Blanca Cecilia, viuda hace varios años, es madre de un médico y ha preferido vivir en absoluta soledad en una vieja casona que se me antoja habitada por fantasmas. Cuando la conocí estaba  inválida. Ella misma se aplicó una terapia intensiva y, para sorpresa mía, años después llegó, caminando con sus propios pies, a una charla que tuve sobre Laura Victoria en la Feria Internacional del Libro.

Vive desencantada de la humanidad, y por eso pasa sus días en aquel refugio tonificante, rodeada de libros y dedicada a la lectura permanente, su  pasión vital. El Espectador, del cual es lectora ferviente hace más de 20 años –y de ese hecho se desprende su admiración por mis columnas–, lo compra por largos períodos anticipados.

Ya sabes que se trata de una excéntrica espectacular en pleno siglo XX. En su casa tiene instalados dos números telefónicos, con varias derivaciones, y a todos los aparatos les ha suprimido el timbre para que el mundo externo no la perturbe. Puede llamar a donde quiera, y en cambio a ella nadie la puede llamar. Germán Pardo García se queda pequeño ante Blanca Cecilia. Se diferencia de Pardo García en que ella es una mujer feliz, y en cambio el poeta fue desdichado. Se prepara ella misma sus alimentos y mantiene a la mano buenas dosis de remedios naturalistas que la conservan en excelente estado físico. ¡Y si vieras la alegría que la acompaña!

Si supones que es una loca, sería una loca genial. Su vida misteriosa encierra mucha filosofía. Parece un personaje de Chéjov. Estos tipos sociales resultan fantásticos para que los narradores tratemos de captar tanto capítulo inextricable que nos roza a diario sin que el común de la gente lo advierta.

Estoy de plácemes con motivo de la terminación de una nueva novela, en la que venía trabajando con denuedo desde mi retiro del banco. Como ahora mi tiempo ya no es de ningún patrono –loado sea Dios–, paso las mejores horas encerrado en mi oficina casera, entre lecturas y escritos cotidianos.  La obra está basada en la bonanza cafetera, un dantesco episodio que presencié en los campos quindianos. Procuro darle a esa experiencia el enfoque social que reclama. Tú mismo, que tanto has vivido, no te imaginas aquel cuadro movido por el dinero, las ambiciones, el sexo, el licor, la droga y toda clase de desvíos morales.

Con Astrid enviamos, para ti y Laurita, nuestros mejores votos de felicidad.

Gustavo Páez Escobar

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Barichara, octubre 25 de 1992

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Muy querido Gustavo Páez Escobar:

Tu última carta me ha dejado pasmado, perplejo. Te suceden unas cosas tan portentosas e insólitas, que sólo a temperamentos singulares como el tuyo suelen acontecer. Sí. Te encuentras en la vida con los sujetos que más  tarde serán los mismos personajes de tus obras. Y es porque, entre otras razones, empleas para tus cuentos y novelas la misma segura técnica de Stendhal: tomar los asuntos de la propia realidad. Así la obra es el espejo  que refleja con exactitud todo lo que se encuentra al borde del camino de la vida, como lo sugería plásticamente aquel genio francés, padre, con Marcel Proust, de la novela moderna.

Tu columna de El Espectador se ha convertido, con el paso del tiempo, en una poderosa sonda que lanzas en busca de gentes de otros mundos diferentes al tuyo. Cada ser humano es un mundo, un pequeño universo. Y los has detectado. Ejemplo, el caso desconcertante y peregrino de doña Blanca Cecilia, que retratada de cuerpo entero en tu columna Salpicón, despierta de inmediato, más que nuestra curiosidad por su misteriosa existencia, nuestra rendida admiración por la reciedumbre de su espíritu y por el coraje de descubrir por sí misma su propia felicidad, pese a las  enfermedades, a los descalabros y a la soledad.

Esto es: descubrir las difíciles reglas de un arte de vivir. Y lo que es más meritorio y maravilloso todavía: lograr hacerse y disfrutar una felicidad consciente, a base de comulgar, en lo material, con la naturaleza; y en lo espiritual, con las ideas. Vivir rodeada de pensamientos y de cosas bellas.

Esa conducta suya que alguien puede de inmediato calificar superficialmente como un caso de misantropía, cercano a la locura, es, en último término, un fenómeno de la más auténtica cordura y sensatez.

Su milagrosa autocuración de la parálisis que la atacó, tiene, aparte de su profundo mensaje de fe y de poderío espiritual, el conmovedor espectáculo de un ser humano en lucha a brazo partido con la adversidad, valiéndose solamente del arma solitaria pero poderosa de su voluntad. El caso de doña Blanca Cecilia me recuerda insistentemente el de Jorge Federico Händel, el genial música, paisano de sus antepasados, quien a fuerza de voluntad realizó también el milagro de recuperar, día a día, su cuerpo, de las garras paralizantes de una apoplejía, hasta poder, luego de esa su maravillosa resurrección, escribir el inmortal Mesías. Razón de más tuvo el famoso biógrafo Stefan Zweig en recoger este episodio para integrar su serie de Nuevos momentos estelares. Un ejemplo más de curación por el espíritu.

Ojalá pronto puedas dar a la estampa tu nueva novela, tomada directamente de la realidad cotidiana de la vida quindiana. La realidad, que a la postre resulta más novedosa e increíble que lo meramente imaginado. Lo más seguro para el fabulador es re-crear el espectáculo vital que lo rodea. Es transcribir la misma vida bullente. Tus incontables lectores, entre los que yo me cuento, estamos también de plácemes.

Te acompaño fotocopias de las cartas que nos hemos cruzado con el donoso poeta Álvaro Orduz León. Gracias nuevamente por el privilegio que me has dado con este valioso acercamiento.

Junto con un especial saludo para Astrid y tu familia, recibe un abrazo bien estrecho de tu seguro amigo de siempre,

Vicente Landínez Castro

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Bogotá, 29 de noviembre de 1992

Señor Vicente Landínez Castro
Barichara

Muy apreciado Vicente:

Con tu carta del 25 de octubre me llegaron fotocopias de las excelentes comunicaciones que te has cruzado con Álvaro Orduz León. Alrededor del inmenso soneto La cruz y la rosa, premiado en Méjico, es fácil entonar la fibra lírica.

Me fui por unos días, en asocio de Astrid, a las selvas del Putumayo. Un territorio exótico y embrujado donde la naturaleza adquiere dimensiones estremecedoras. Mi hermano Jorge Alberto, capitán de navío de la Armada Nacional, es el jefe del Estado Mayor de la Fuerza Naval del Sur, acantonada en Puerto Leguízamo, y desde tiempo atrás me venía invitando a la frontera del misterio. A la postre, cuando ya está cercano su regreso a la civilización, le llegamos a su base naval, que es la que vigila los límites de Colombia con los países del sur.

Yo había estado en Puerto Leguízamo hace la friolera de 34 años. Allí me hice amigo del módico Tulio Bayer, entonces un personaje incógnito que se escondía en la selva, como médico del puesto de salud de la población,   huyendo de los oligarcas. Después se volvería líder revolucionario y le daría mucha guerra al Gobierno, hasta su captura en el Vichada. Tú debes de recordar sus andanzas.

Tulio Bayer era un gran intelectual. Un vehemente crítico social. Se había especializado en farmacología en la Universidad de Harvard. Escribió varios libros. Y murió en París, con aguacero, hace 10 años. Conservé su amistad –una intensa amistad epistolar en sus últimos años– hasta los umbrales de su muerte. Por lo tanto, este regreso mío a la húmeda y vibrante lejanía que todavía me invade el espíritu, resultó muy emocionante.

Pocos días después, ya en Bogotá, tuve un sobresalto. Un adormecimiento súbito del brazo izquierdo y falta de fuerza en la mano parecían presagiar un infarto coronario. Salimos disparados en busca de recursos médicos, y por fortuna el electro descartó la traición del corazón. Se trataba de una isquemia cerebral  transitoria. iNombre miedoso! ¿Sabes qué es esto? Trató de formarse un coágulo, pero luego se deshizo la borrasca.

Y aquí me tienes usando de nuevo el cerebro pleno. Estos asaltos le pueden acaecer a cualquiera: al intelectual y al lustrabotas, al joven y al viejo. Pero mi maquinaria ya está desgastada, y es preciso controlarla con mayor celo. Es lo mismo que les pasa a los carros viejos: que si el motor no se repara, se funden. El mal, por lo transitorio, no deja secuelas. ¡Loado sea Dios!

Te acompaño algunos recortes de prensa, como es mi costumbre. En primer lugar, mi tesis –que no es mía sino del idioma– sobre la palabra poetisa. A nuestras amigas machistas les ha dado, en estos tiempos que llaman de liberación femenina, por apropiarse de nuestros derechos y han pretendido, dizque para ser más poetisas y más mujeres, llamarse poetas. ¡Por Dios! Están confundiendo los  sexos.

En Tres temas boyacenses encontrarás referencia sobre un libro editado por el Colegio de Boyacá al padre Briceño Jáuregui, y que por los días de su muerte se hallaba próximo a su edición. En ese libro, que aún no conozco, se exalta la obra de cinco escritores boyacenses, entre ellos Julio Flórez. Yo hablé con el padre Briceño en los actos con que se conmemoraron los 90 años del Instituto Caro y Cuervo. La muerte lo cercaba. Murió días después en España, cuando asistía como presidente de la Academia Colombiana de la Lengua a una ceremonia con motivo de los 500 años del descubrimiento de América. ¿Isquemia? No. Fue el corazón traicionero el que le dio el golpe feliz que tanto deseamos los escritores.

Entérate, además, de mis ancestros. En una reunión de familia, con 400 pasajeros a bordo, invocamos la memoria de cuatro troncos nutricios: los apellidos Medina, Calderón, Escobar y Corso. Una gran cita con la sangre.  Leyendo mi crónica (1) en el periódico, vas a hallar enlaces con personajes de la historia boyacense.

Este correo te va abundante: selva, trombos, idioma, poesía, poetisas,  brindis al  pasado…   ¡Todo sea para matizar la vida! Respecto al fallido ataque cerebral, hay que recordar con Flórez: Todo nos llega tarde… ¡hasta la muerte!
Un gran  abrazo, con Astrid, para  ti y tu querida Laurita.

Gustavo Páez Escobar

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(1) Raíces familiares (El Espectador, 5-X-1992).

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Barichara, diciembre 16 de 1992

Señor Gustavo Páez Escobar
Santafé de Bogotá

Muy recordado y apreciado Gustavo:

No quiero que se acabe el año sin ponerte antes unas cuatro letras al correo, para manifestarte, primeramente, mi preocupación por la isquemia cerebral transitoria que en días pasados te afectó y que, gracias a Dios, resultó pasajera como su mismo nombre lo indica, y se fue de prisa sin dejar ninguna huella en tu salud.

Nuestra salud nunca está lo suficientemente prevenida, y la enfermedad ataca de sorpresa, siempre a mansalva y cuando menos se espera. Pero estos achaques, raudos afortunadamente, como en tu caso, deben, no  obstante, considerarse como una voz de alerta, como un campanazo, para revisar nuestro particular régimen alimenticio, y para no seguir sometiendo nuestro cerebro a verdaderas maratones intelectuales, que lo congestionan y recalientan más de lo normal. Las grasas y las subidas de tensión arterial suelen ser los enemigos número uno de los trabajadores sedentarios, como son los escritores, en «el oficio más solitario del mundo”.

Así que, de ahora en adelante, debes cuidarte más que de costumbre. Y sin dejar que tal incidente proyecte en tu ánimo su sombra, seguir en adelante vi­viendo y laborando como antaño, sin ningún desasosiego, sin la menor turbación; porque, puedes estar seguro, Dios te protege cada día y Él te tiene asegura­da la salud y la longevidad. Y, además, te concedió el más portentoso talismán contra la enfermedad y la muerte en el amor de tu esposa y tu familia, y en el agradecimiento y admiración de todos los que somos tus devotos lectores.

Me congratula la aparición del libro de genealogías boyacenses, compiladas  en buena hora por tu ilustre pariente el presbítero Jorge Medina Escobar.

Qué bienhechor resulta para el espíritu descubrir el propio ancestro, conocer en detalle el ancho solar de la raza, saber de dónde venimos, para saber también, con certidumbre, a dónde vamos. Hay que proteger, conocer y amar la memoria de la estirpe, pues es imprescindible para forjar el porvenir tanto de los individuos, como de los pueblos.

Colombia estaba en peligro de perder su memoria. Gracias a un boyacense, el esforzado historiador Jorge Palacios Preciado, ha logrado recuperarla luego de largos e intensos años de lucha, dándole, por fin, la magnífica, apropiada y técnica sede del Archivo General de la Na­ción, que hoy se alza en la capital de la República para goce y servicio de investigadores y sociólogos.

Los colombianos hemos perdido al paso de los años el edificante y aleccionador culto de los antepasados. Buena parte de nuestros descalabros y desgracias en los distintos órdenes de la vida social se debe a esta anomalía. No sentimos, por ignorancia, el orgullo del linaje. Ni recibimos tampoco –por culpa de nuestro olvido– el aliento paradigmático que se desprende de las hazañas, las nobles acciones y las virtudes de los abuelos, quienes, querámoslo o no, continúan vi­viendo en nosotros y decidiendo, y en cierta manera, gobernando nuestros actos, ya desde la masa de nuestro cerebro, ora desde el profundo cauce de nuestras venas. Razón de más tuvo quien escribió que «éramos ya viejos cuando nacimos».

Me imagino lo grato de ese encuentro tuyo con los afortunados portadores del ilustre apellido Escobar. Debió ser sin duda un agradable y feliz acercamiento fraternal. La rememoración del itinerario de una nota de sangre que dio lugar a la estirpe; y la explicación, también, del talento, la sensibilidad, las eje­cutorias singulares y las aptitudes excepcionales para las disciplinas del espíritu, que ahora muestran y lucen sus descendientes.

Me apena sobremanera el fallecimiento de nuestro inolvidable sabio, nuestro maestro y humanista, el nunca suficientemente lamentado padre Briceño.    Uno de los pocos sabios que en Colombia han sido. Parigual de Caro, Cuervo y Suárez. Haberlo conocido y tratado –así fuera fugazmente– constituye un privilegio espiritual. Las luces de su prodigiosa inteligencia y de su descomunal sa­biduría seguirán alumbrando el camino de nuestra vida intelectual, a tra­vés de sus densos libros que arden y alumbran como poderosos fanales que jamás se apagarán y que son provecho y orgullo de la ciencia, la historia y la literatura colombiana.

Es ahora nuestro mayor deseo tanto de Laurita como mío que en compañía de la sin par Astrid y de tus hijos disfrutéis de una mansa, dulce y serena época de Navidad, y que penetréis luego al pórtico del año 1993 bajo los mejores y seguros vaticinios de paz, de progreso, de salud y de cabal felicidad.

Recibe como siempre detenido y afectuoso abrazo de tu amigo,

Vicente Landínez Castro

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Bogotá, 28 de octubre de 1993

Señor Vicente Landínez Castro
Barichara

Mi querido Vicente:

Con alguna demora, debido a varios compromisos que me han surgido en los últimos días, contesto tu carta del 30 de agosto.

Te enteraste en su momento de la llegada de tu misiva por el telegrama que te dirigí reclamándote el trabajo que me anunciaste sobre Eduardo Caballero Calderón –recibido días después–, y además por las fotocopias de tres artículos míos relacionados con el cronista de Tipacoque, que te despaché por los mismos días.

Excelente el trazo que haces sobre personajes novelísticos del gran escritor,  lo cual indica una íntima percepción de su obra como consecuencia, sin duda, de hondas lecturas. La semana pasada di sobre él una conferencia en Tunja, en la Universidad Pedagógica y Tecnológica. Si sale un folleto con mis palabras, que me anunciaron, te lo haré llegar.

En Armenia, tierra grata al sentimiento, estuve con Astrid en las festividades conmemorativas de la fundación, 14 de octubre. Allí le fue impuesto el Cordón de los Fundadores al amigo Braulio Botero Londoño, benemérito patriarca que a pesar de sus 92 años se mantiene corno un roble. Tal vez en tu pasada por el Quindío conociste en Circasia –simpático pueblito que dista 10 minutos de Armenia– una obra admirable que se erigió hace más de 50 años: el Cementerio Libre o Panteón de la Libertad, cuyo auspiciador es Braulio Botero Londoño.

Este cementerio se levantó como una reacción contra la Iglesia Católica en los tiempos oscuros, de ingrata recordación, en que se prohibía enterrar en campo católico a los suicidas y a quienes, en concepto de la misma Iglesia, hubieran llevado vida escandalosa. ¡Qué horror y qué error! Por lo mismo que la conciencia es la parte más íntima del individuo, que sólo puede ser escrutada por Dios en su suprema sabiduría, no puede ser condenada con juicios ligeros.

Hoy el Cementerio Libre es una maravillosa obra de arte y por allí desfilaron, atraídos por su símbolo de libertad, personajes de la categoría de Gaitán y Lleras Restrepo.

Con tristeza, como te enteraste, retiré de la Academia Boyacense de Historia los originales de mi libro Cita con Boyacá, con el cual me proponía rendir un homenaje a nuestra tierra. Dicho trabajo me fue solicitado, sin la menor intriga mía, por Javier Ocampo López para editarlo junto con otros libros de autores boyacenses en los 450 años de Tunja. Salieron varias obras, incluso una del  propio Javier –¡obvio!–, y la mía se dejó por fuera.

Después, en sucesivos encuentros con Javier, siempre me decía que el libro saldría en la próxima cosecha. A la postre optó por disculparse con el socorrido argumento de la falta de recursos. Hasta que me cansé del caramelo. Igual explicación la daba nuestro ilustre amigo a quienes, corno yo, aguardaban con paciencia benedictina en la cola de la mansedumbre boyacense. Cuando hice cuentas serias, habían pasado 1.800 días. Para que te sorprendas: ¡1.800 días! (5 años).

Para suavizar el sinsabor me surgió en estos días una noticia consoladora. Ignacio Chaves Cuevas, director del Instituto Caro y Cuervo, me comunica que mi biografía de Germán Pardo García ya entró en imprenta. La intención es lanzarla el año entrante en la Feria Internacional del Libro.  Si no fuera así –ya que estas obras caminan con andar parsimonioso–, la edición parece  asegurada. No sé si sepas que el libro quedó aprobado entre los 50 con que el Instituto conmemora sus 50 años de existencia (hecho ocurrido en agosto de 1992).

Hablando de libros, pasión vital tanto tuya como mía, te cuento que ya dejé incorporada mi biblioteca al computador. Para acomodarme a las dimensiones del apartamento –160 metros cuadrados–, me deshice, con inmenso dolor, de buena cantidad de libros. Pero los dejé en magnífica posesión, para que cumplan su destino culturizador: casas de cultura de Soatá y Choachí, y algunos amigos selectos. Con los que me quedan –que pasan de 2.000– y con los que he de seguir adquiriendo, tengo material suficiente para pasar las horas apacibles del otoño. (1) Y desde ahora ocurre  una pregunta pesarosa: ¿quién cuidará mis libros cuando muera?

Para Laurita y para ti van, en unión de Astrid, hondos sentimientos por la felicidad de la querida pareja.

Gustavo Páez Escobar

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(1) Años después, la biblioteca casera volvía a contabilizar más de 3.000 ejemplares. Hubo necesidad de reducirla de nuevo, cuidando siempre el espacio disponible. Puede decirse que los libros son inmanejables dentro de las proporciones comunes de la vida moderna. Hay que vivir con una muestra selectiva, con un acopio razonable que no haga desbordar los límites hogareños. Cuando se escribe esta carta, faltaban aún varios años para que el prodigio de la internet comenzara a desplazar el libro físico. Pero esto es otra historia…

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Bogotá, febrero 25 de 1994

Señor Gustavo Páez Escobar
Santafé de Bogotá

Muy querido y recordado Gustavo:

Para ti, Astrid y tus hijos, van de parte de Laurita y mía nuestros mejores saludos y nuestros mejores deseos por vuestra felicidad.

Cómo ha levantado mi furia y mi protesta de boyacense y de amigo el hecho infortunado de que tu libro, Cita con Boyacá, pasara por la injusta tortura de esperar 1.800 largos y tediosos días, con la esperanza de darse a la estampa,  para, a la postre, resultar, tras increíble espera, empeño vano. Te considero y comprendo tu protesta, porque yo también he sabido de esa desesperante espera.

Pero no olvides que son cosas que acaecen cotidianamente en nuestro Boyacá, al que hemos amado con la fuerza de una pasión desenfrenada, y al que le hemos dedicado igualmente lo mejor de nuestro pensamiento y nuestro esfuerzo, pero del que hemos recibido, casi siempre, más acíbar que miel.

Por cosas parecidas, y por tantas otras que recordar no quiero y que sería largo de contar, resolví un buen día exiliarme voluntariamente en Santander –lejos de las mezquinas vilezas y de las pueriles envidias–, a fin de poder contemplar mi tierra serenamente, desde lejos, así como se contemplan las grandes montañas, para no notar sus muchas asperezas.

Afortunadamente tú desde hace muchos lustros lograste salvar el estrecho cerco departamental donde, desgraciadamente, la mayoría de las gentes se pelean día a día con mucha villanía, pero sin nada de grandeza, por cosas a cual más miserables y pequeñas, usando por armas predilectas el cuchillo marranero o la navaja de Sancho Panza, en vez del noble y bien templado lanzón de don Quijote.

Tú, gracias a Dios, perteneces más al ámbito nacional que no al sofocante de la provincia, y te mueves diariamente a través del gran periódico, de la cátedra universitaria y la escritura de tus libros, en un ambiente ecuménico y cosmopolita.

Y para no perder un solo instante de nuestra vida pensando en nuestros gratuitos y a veces ignorados enemigos, que inevitablemente encontramos en el camino de la vida, debemos tener siempre en cuenta el sabio consejo del filósofo Spinoza: «No apesadumbrarse, no indignarse, sino comprender». Sí, comprender la mala pasta de que estamos hechos todos los hombres que habitamos en esta «miserable pelota de cieno”, como consideraba Voltaire a nuestro globo terráqueo.

Leí con mucho deleite intelectual tu bien lograda estampa sobre nuestro inolvidable maestro y amigo, (1) publicada en la Revista de la Academia Colombiana. Allí, en esas páginas, escritas con amor y verdad, el admirable escritor está retratado de cuerpo entero. Es una magnífica vivencia. Lo mejor que he leído de este notable estilista, quien, cuando escribía, se convertía – como don Marco Fidel Suárez, como el señor Caro– en verdadero príncipe del idioma español.

Gracias, muchas gracias, por las amables citas que haces de mi artículo sobre este boyacense altivo y enhiesto que fue siempre recio carácter monolítico, exacto cumplidor de la palabra empeñada, amigo de sus amigos,  símbolo de los mejores atributos y merecimientos de nuestra noble raza.

A propósito de tu nostálgico interrogante: «¿Quién cuidará mis libros cuando muera?», que resulta tan acerbo y desgarrador como el de José Eustasio Rivera cuando exclamaba doloridamente: «¿Quién cuando yo muera consolará el paisaje?».

Sí, nuestros libros, tanto más amados cuanto más conocemos y tratamos a nues­tros semejantes, han sido y serán nuestro refugio más seguro y más apetecido y, gracias a Dios, en ese «mundo maravilloso de los libros» hemos pasado nuestros más perdurables momentos de auténtica felicidad, sin dejarnos la me­nor huella de pena.

Ellos, siempre silenciosos y pacientes, esperan, cada mañana, la caricia de nuestras manos para entablar el interminable coloquio de nuestras almas con los espíritus más altos y selectos del pasado, así sea reciente como remoto, sin hacer ellos nunca diferencias o distinciones de razas, de nacionalidades o de categorías. Nuestro admirado novelista y biógrafo Stefan Zweig se refería a ellos como a «pequeñísimos trozos de lo infinito, que están instala­dos silenciosamente en el interior de nuestro hogar».

Mientras vivamos, pues, cuidemos de nuestros libros, que después lo harán se­guramente nuestros hijos; y si por desgracia ellos no, lo harán entonces los hijos de nuestro espíritu.

Mi querido Gustavo: tus cartas tienen la virtud de revivir por momentos, en mí, el aprendiz de escritor que llevo dentro y al que todos los días me empeño en ahogar. Tus cartas son, igualmente, el eslabón que me une y comuni­ca con el mundo exterior de las letras.

Deseo que a estas horas del año te encuentres dándole la última mano a tu próxima novela o libro de cuentos, y que en tu respuesta a ésta me hagas con­fidencias sobre su origen y argumento. Mientras tanto, recibe, junto con tu preciada familia, el permanente recuerdo y el detenido abrazo de tu amigo de siempre,

Vicente Landínez Castro

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(1) Se refiere a Eduardo Torres Quintero, “el caballero andante de la cultura boyacense”.

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Bogotá, 29 de noviembre de 1994

Señor Vicente Landínez Castro
Barichara

Apreciado Vicente:

Otto Morales Benítez se sintió muy grato con su viaje a Barichara, y sobre todo con el encuentro contigo. Ahora tú estás dedicado a leer sus libros, que te dejó como mensaje gratificador para el espíritu. Sacarás, sin duda, mucho provecho de esa obra laboriosa y de alto valor humanístico.

Estuve este fin de semana en Melgar y allí leí el libro reciente de Antonio Cacua Prada sobre Adriano Páez, obra financiada por la Alcaldía de Chiquinquirá. Esta lectura me permitió apreciar la gran dimensión humana y literaria de este destacado escritor de fines del siglo pasado, cuya memoria está borrada en las actuales generaciones. A mi regreso del breve descanso, escribí para El Espectador la nota que te acompaño en borrador.

Me surge esta inquietud: ¿por qué el nombre de Adriano Páez no aparece en la antología que en buena hora publicaste en 1980, El lector boyacense? Es poco, que yo sepa, lo que sobre él se ha escrito. Consultando mis archivos, apenas hallo breves menciones en libros de Ramón C. Correa y Javier Ocampo López. ¿Quién, fuera de Antonio Cacua Prada, ha elaborado sobre nuestro ilustre coterráneo algún ensayo de fundamento?

Conforme estás por estos días enfrascado en los libros de Otto, yo hago lo mismo con un viejo proyecto que no había logrado realizar en mucho tiempo. Se trata de la obra lírica de mi papá, muerto hace 23 años en la ciudad de Villavicencio. Fue un gran cantor del Llano y un inspirado poeta del amor. Ahora vamos a rescatar su obra, con el patrocinio económico de un primo mío adinerado que vive en Villavicencio. Como el libro ya lo tenemos en  imprenta, espero enviártelo pronto (1)

Desde ahora, querido Vicente, van nuestros cordiales abrazos navideños para ti y Laurita, y nuestros votos muy fervientes por la felicidad de toda la familia durante el  año que se aproxima.

Gustavo Páez Escobar

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(1) Título de la obra: Herencia de recuerdos y llanuras (Linotipia Martínez, Bogotá, 1994).

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Barichara, marzo 15 de 1995

Señor Gustavo Páez Escobar
Santafé de Bogotá

Muy apreciado y recordado Gustavo:

Para ti, para Astrid y el resto de tu estimada familia, va mi atento saludo, con mis fervientes votos por la salud y el bienestar de todos.

Acabo de cerrar la Biografía de una angustia. Me la leí de una sola sentada.

Es un libro amargo, pero intenso y estremecedor. En verdad, has escrito un libro verdaderamente esclarecedor sobre un personaje que se sa­le de lo puramente nacional, para hermanarse con los varones de dimensión ecuménica y convertirse mediante el dolor y su aplicación al estudio de las ciencias matemáticas y de la teoría de Alberto Einstein, en el poeta de la angustia cósmica, el cantor del paisaje astral, el hombre que se empina sobre nuestro mundo (sobre esta “miserable pelota de cieno», como la llamaba Voltaire), para indagar acerca del des­tino humano, escuchar, como los pitagóricos, la música de las esfe­ras, y transmitirnos, además, la inmensa soledad y pavor existencial que, años atrás, ya habían atribulado a nuestro J. A. Silva, cuando interrogaba a la tierra, con las siguientes preguntas apremiantes: «¿Qué somos? ¿A do vamos? ¿Por qué hasta aquí vivimos? / ¿Conocen los secretos del más allá los muertos?». Y la desconsolada y punzante angustia metafísica de Rubén Darío, de «no saber a dónde vamos, ni de dónde venimos».

Y a propósito: qué afortunado y bien logrado paralelo el que hiciste de Germán Pardo García con J. A. Silva, los más fieles retratistas de la Bogotá de antaño, del frío del páramo y de la niebla triste y gélida que envolvía como un sudario tanto los cuerpos como las almas de los ensimismados habitantes, cuya existencia monótona y conventual es­taba pautada por las fúnebres voces de bronce de los blancos y maci­zos campanarios de sus capillas y templos.

Yo, hace muchos años, tuve la experiencia, verdaderamente inolvidable, de leer en Bogotá y en un primero de noviembre, Día de difuntos, el sobrecogedor poema de Silva, en tanto que una pertinaz llovizna caía y mojaba «con sus hilos penetrantes la ciudad desierta y fría». Todavía resuena en mi alma el gemir lastimero de las campanas, de

«las campanas plañideras
que les hablan a los vivos
de los muertos».

Tienes mucha razón en haber bautizado tu libro con el nombre de Biografía de una angustia, porque, en último término, eso es: el tratado de ese sentimiento, arraigado en la vida de un hombre singular, que llegó al extremo de hablar cariñosamente de ella, como lo hacen algunos pacientes acerca de sus propias enfermedades. «Yo no soy sino un alma enamorada de la angustia», llegó a confesar.

Sí, tú libro le deja a uno la sensación de que la angustia fue para el poe­ta un suplicio, y a la vez un premio. El torcedor de su cuerpo y la lla­ve maestra de su poesía. De aquí el acierto crítico de tu atisbo: «Toda la poesía de Pardo García está signada por la angustia. Sin el dolor, nacido de la tragedia íntima del poeta, no hubiera llegado a elaborar una de las poesías más bellas que se hayan escrito en la tierra. El su­frimiento ha sido el cristal que le ha permitido ver y manifestar la an­cha realidad del ser humano».

Y has demostrado abundantemente, a lo largo de tus páginas, cómo la infancia marcó para siempre al poeta, e influyó decisivamente en la conducta de su vida posterior.

Otro acierto tuyo, de los tantos y tantos como pudiera apuntar a lo lar­go del libro, es aquel capítulo donde lo evocas como «inquilino del pá­ramo», como agricultor, como amigo de los animales y las mieses: «Cuando Germán Pardo García abre los ojos al mundo –adviertes–, se encuentra frente al páramo. Y éste ruge como un dragón que amenaza devorarlo. Durante toda la vida lo persigue la imagen siniestra. Nunca logra liberarse de ella. Hoy todavía se espanta con el recuerdo de ese horizonte de nieblas y pa­vor. El pánico le ha quedado para siempre en el espíritu. El frío lo lle­va en el corazón”. «El huracán del páramo –dice él– no ha cesado un instan­te de soplar sobre mí».

Luego está la pintura –casi pudorosa, por elegancia espiritual tuya y por respeto al lector– apenas sugerida, como en ciertas secuencias cinematográficas, de la vida de los sórdidos antros y de los garitos de ma­la muerte pertenecientes a los bajos fondos de Bogotá y de Ciudad de Mé­jico en donde, en horas nocturnas, de incógnito y con falso nombre, Pardo García daba pábulo a su pasión de tahúr, jugando noche a noche su vida, que de todos modos la consideraba definitivamente perdida, como en el Relato de Sergio Stepansky, de León de Greiff.

«Cual otro Dostoievski –escribes–, pero a edad más temprana, este menudo vecino de Bogotá cae en la fascinación tormentosa de unas mesas de juego que le alborotan los sueños. Como no tiene otras ilusiones, tira los da­dos y manipula los naipes. El arrebato del juego se le vuelve un placer masoquista. Ganando y perdiendo siente que la vida tiene sentido. Como su mente está obnubilada, el azar es el opio que necesita para suavizar su existencia. El juego consigue hipnotizarle los sentidos».

Es una experiencia sobrecogedora la de bajar, teniéndote de guía como un nuevo Virgilio, al aterrador infierno que es la intimidad del poeta atri­bulado: «Yo era un detritus de la noche, y un dandy, un gran señor en el día. Eso fui: una metrópoli con deslumbramientos arriba, y por dentro la depravación y el caos».

Algo parecido a lo que habíamos sentido cuando nos internábamos en las nauseabundas oquedades de las miserables existencias de esos mi­neros de la belleza en los filones de la sordidez y la podredumbre, llamados Verlaine, Baudelaire, Villon, Rimbaud, Barba Jacob, etc. Conducidos por sus diversos biógrafos, para explicarnos el nacimiento y la evolución creadora de esas sus obras maestras de la poesía univer­sal que, aquellos poetas, como las madreperlas, crearon a base de su dolor y de sus lágrimas.

Además, es una circunstancia muy afortunada el hecho de que tú hayas conocido personalmente a tu biografiado. Yo creo que las grandes biografías modernas sobre modernos personajes, serán, en adelante, así. Eso las hace mucho más fieles y veraces y auténticas. Otras serían las visiones que tendríamos hoy, por ejemplo, de Erasmo de Rotterdam, Goethe, Disraeli, si los hubieran conocido y tratado sus grandes biógrafos Stefan Zweig, Emil Ludwig, André Maurois, respectivamente.

Tu biografía de Pardo García que es, en el fondo, un gran reportaje biográfico, tomado en el propio ambiente del poeta y teniendo como sus­tento datos de primera mano, como lo son las cartas que te dirigió y las referencias directas y frescas de amigos entrañables, como ese «la­zarillo de Dios» que fue para el poeta el doctor Aristomeno Porras, está toda penetrada de verdad y de sinceridad.

También, esa biografía, más que el recuento pormenorizado de todos sus vergonzosos extravíos, más que la vivencia de toda su trayectoria vital, es la  cuidadosa reconstrucción de sus estados de alma; porque, como tú mismo nos lo has confiado cuando anotas en tu obra: «Más que describir su vida, busco retratar su alma».

Y en verdad que lo has conseguido de manera cabal. Porque una vez leído tu libro, hallamos muchas explicaciones sobre la obra del poeta, obra que antes nos parecía cifrada, intrincada y harto difícil por su recia carga: mística, unas veces; y otras, sutilmente metafísica.

Sí. Cada uno de sus poemas es como un lirio de estercolero. Como la mutación del negro carbón en rútilo diamante, merced a la magia de la poesía. Son abundantes, además, las reflexiones que haces, de contera, so­bre la conducta del hombre común de nuestra época frente a la poesía y sus cultivadores:

«La opinión sobre el vate es peyorativa, sobre todo en tiempos actuales de velocidad y ligereza en que el mundo intenta desterrar la poesía. Algo valía el poeta a comienzos del siglo, pero conforme avanza la era tecnológica       y el hombre se convierte en máquina, representa menos. Dicen que las máquinas no necesitan poesía sino matemáticas y precisión, y por eso no se sabe si el hombre, el encargado de manejarlas, va a termi­nar rígido como una ecuación y deshumanizado como un computador».

Muy fino y agudo el análisis que haces del sentimiento amoroso del poeta frente a la mujer. Sí, «la mujer ha sido para el poeta un don esté­tico de la vida», como tú lo afirmas con razón y perspicacia. La mayo­ría de sus mujeres, seguramente, no fueron más que meros fantasmas in­ventados por su corazón. Y las dos o tres mujeres de las cuales logró enamorarse plenamente, hasta el extremo de abrirse por culpa de una de ellas las venas, como un patricio romano de la decadencia, fueron, no obstante, luego sublimadas, convertidas en estatuas, mediante la magia de sus versos. Deslindaba y aislaba el sexo, del erotismo y del amor.

Más que llegar a poseer a la mujer tanto en cuerpo como en alma, prefi­rió idealizarla, buscarla fantásticamente dentro de su mundo interior. Como Flaubert. O simplemente, angelizarlas, a la manera de Leopardi o de John Keats. Quizás por aquello de Papini, cuando aseguraba que sola­mente se ama con divinidad a las mujeres muertas, lejanas o poco vis­tas.

Su libido estaba dirigida más que a las criaturas de la tierra, a los espacios y mundos siderales. Sus últimos libros son como poderosos te­lescopios dirigidos a las constelaciones. Por ello, en sus obras postre­ras, ya no canta el paisaje ni el amor ni celebra tampoco los misterios de la naturaleza que lo rodeó. Solamente se ocupa del cosmos.

“De ahí en adelante –como lo anotas certeramente–, será más poeta de la tragedia universal y la angustia del hombre”. “Primero ha sido el contemplador del paisaje y el cantor del amor subli­mado, y ahora explorará las regiones abismales del cosmos». «De la lozanía de sus versos pasa a la serenidad del misticis­mo, y de éste salta al espacio infinito para captar mejor la pequeñez de la vida y la inmensidad del dolor. Se vuelve el vate de las alturas y es al mismo tiempo, revestido de esencia etérea, intérprete del hom­bre en su tránsito completo de la tierra al cielo».

Abundan, igualmente, a lo largo de tu obra, conceptos críticos de la más alta validez, como aquel de que «El mundo se despedaza molécula por molécula, y hay un poeta grande y capaz de transformar toda su poesía para pintar la mayor era de confusión que ha vivido la humanidad». «Es el cantor por excelencia del nuevo mundo científico. La ciencia la ha sorbido con sed de investigador. Toda su cultura viene de Grecia. En la última etapa de su producción escribe versos desgarrados como Las voces del abismo (1986), donde según él está acomodada toda la ciencia del mundo. Su obra total, una de las más prolíficas de todos los tiempos, ha llenado a cabalidad su necesidad biológica de conocer y representar al hombre en sus miserias y en sus grandezas, y la ha elaborado lo mismo con materiales gongorinos que con clamores cósmicos. Muchos de sus poemas ya se ganaron el privilegio de la inmortalidad».

Otros de los muchos aciertos tuyos al componer el libro fueron el de cerrar tu biografía con el testimonio literario sobre la obra de Pardo consignado por altos exponentes de nuestras letras, como acontece con los esclarecedores juicios del doctor Otto Morales Benítez y del escritor Adel López Gómez, penetrantes exégetas de la obra pardogarciana; y el de incluir un manojo de cartas del poeta cruzadas contigo, precioso testimonio éste en donde dejó buena parte de su alma escrita.

Finalmente, no quiero seguir refiriéndome a tu obra, más a espacio, pues terminaría transcribiéndote toda el libro en esta larga carta, ya que hasta ese punto ha llegado a cautivarme su texto. Además, quiero que así como tuve el raro privilegio de poseer el primer ejemplar que repartiste, quiero que esta sencilla carta mía sea también la primera que llegue a tus manos referente a tu libro.

Sólo deseaba significarte la elación espiritual que me produjo su lectu­ra, la admiración que me suscitó la penetración de tu inteligencia y sensibilidad y, por qué no, de abnegación suprema para acercarse y comprender la vida y obra de un colombiano sin duda alguna genial, a quien, como a Borges, otro americano universal, le quedaba pequeño el Premio Nobel.

Igualmente, quiero manifestarte mi sincero orgullo de coterráneo y amigo, por saberte autor de una obra de tanta profundidad y solera intelectual. Felicito efusivamente al glorioso Instituto Caro y Cuervo y a su ilustre director, doctor Ignacio Chaves Cuevas, por haber tenido el acierto de publicar la biografía sobre tan eximio representante de nuestra cultura, e integrarla a la magnífica serie La Granada Entreabierta.

La Biografía de una angustia está llamada a ser considerada, muy pronto, como una obra clásica en su género, y como una fuente de ineludible consulta para aleccionamiento y provecho de los estudiosos, de los investigadores y de los historiadores de las letras, tanto nacionales como indoamericanas.

Recibe por todo ello mis más cálidas y repetidas felicitaciones. Y deseando los mejores éxitos para este tu nuevo hijo espiritual, recibe el detenido abrazo de tu amigo de siempre,

Vicente Landínez Castro

P. D. – Te pido mil perdones por las muchas tachaduras y enmiendas de esta larga carta, pero para su escritura a máquina no tuve la ayuda de Laurita, sino la de una secretaria no muy experta. VLC.

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Bogotá, 4 de abril de 1995

Señor Vicente Landínez Castro
Barichara

Muy recordado Vicente:

Inmensa gratitud por los altos conceptos que expresas sobre mi biografía de Pardo García. Esto ya te lo había manifestado de viva voz en las charlas telefónicas que hemos tenido, y hoy te lo refrendo con la misma emoción que sentí al leer tus palabras enaltecedoras; las que, aparte de honrarme en sumo grado –con tu proverbial generosidad–, glorifican la memoria del poeta.

Tu escrito ha visitado la biblioteca de varios amigos de las letras, y allí se quedará. Presiento que el Instituto Caro y Cuervo lo recogerá en alguna de sus publicaciones. Por lo pronto, ya saliste en grandes letras de molde en las páginas de mi periódico: una síntesis afortunada que hice de tu ensayo, para el grueso público. Es ésta una manera de airear la literatura, sin el menor asomo de vanidad, como una afirmación de los eternos valores del espíritu.

La imperfección mecanográfica de tu secretaria de paso –mientras Laurita, tu solidaria esposa, se reponía de la ligera lesión que la afectó, y que por ventura ya superó– ha servido para hacer un documento auténtico. La intercalación de palabras, la adición de tildes y comas, las flechas disparadas por el autor sobre el sufrido texto, e incluso uno que otro errorcillo insignificante y comprensible que se dejó pasar, todo contribuye a plasmar la ira santa del autor contra los demonios implacables que asaltan a todas las secretarias del mundo. En fin, todo divino, como diría algún espíritu burlón.

Te envío una nota publicada en Méjico sobre mi libro, de Luis D. Salem, que no es otro que Aristomeno Porras, nuestro preclaro paisano boyacense. Y a propósito de libros, Alicia de Torres Quintero está ansiosa por recuperar tu libro Testigos del tiempo, que prestó a algún amigo olvidadizo –¿o ladrón?–   sin que haya vuelto a su  legítima dueña. Tú verás qué vas a hacer con ella.

Un estrecho abrazo para ti y Laurita,

Gustavo Páez Escobar

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Barichara, agosto 20 de 1996

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Muy recordado Gustavo:

Recibe de parte de Laurita y mía, nuestro saludo cariñoso extensivo a Astrid y a tu estimada familia.

Te cuento que acabo de corregir escrupulosamente las pruebas de imprenta del libro sobre la extensa y variada obra de nuestro ilustre amigo doctor Otto Morales Benítez. Al libro le falta todavía –como dicen nuestras cocineras boyacenses– el tercero y último hervor. (1)

Dios permita que bien pronto las universidades del Quindío y Central enriquezcan con tus nuevos libros sus respectivos catálogos bibliográficos.

¿Estuviste en Tunja, en nuestra Academia, el pasado 6 de agosto? El doctor Homero Villamil Peralta presentó un libro singular: Boyacá en coplas jocundas y didácticas. Un pintoresco y entretenido itinerario lírico y festivo por pueblos y paisajes de nuestra hermosa tierra. Sí. Afortunadamente para los boyacenses, personas como tú y como él no han permitido que se apague la «llama al viento» de nuestra literatura regional.

Te participo, igualmente, que estoy empeñado en estos días en ponerle un zócalo de piedra a la casona, y ya está empotrada la lápida «Remedios del alma», en el pórtico de la biblioteca. Tienen que venir pronto para conocer estas pequeñas novedades y para, especialmente, darnos el gusto y la alegría de verlos nuevamente.

Deseándote toda suerte de venturas y muchas complacencias intelectuales, recibe finalmente el fuerte y detenido abrazo de tu amigo de siempre,

Vicente Landínez Castro

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(1) Largo tiempo dedicó Vicente Landínez Castro a la lectura y el estudio de la obra de Otto Morales Benítez. Como resultado de dicha labor publicó el libro titulado Miradas y aproximaciones a la obra múltiple de Otto Morales Benítez, dentro de la serie editorial de la Academia Boyacense de (Editorial ABC, Bogotá, febrero de 1997).

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Bogotá, 19 de noviembre de 1996

Señor Vicente Landínez Castro
Barichara

Apreciado Vicente:

Recibida tu tarjeta del 18 de octubre, a los pocos días me sobrevino el infarto. Todo en principio fue borroso. Hoy ya he adquirido más dominio del caso. Los cables de la unidad de cuidados intensivos y la unidad coronaria los he cambiado, con buena dosis de humor, por los cables de mi computador en boga.

El próximo martes 26 me operarán. Una cirugía que espero exitosa. Un equipo de eminentes cirujanos me remozará el corazón, lo cual, en buen romance, quiere decir que de ahí en adelante tendré mayor capacidad de amar.

Fíjate en este contrasentido: triglicéridos y colesterol controlados, no tengo sobrepeso ni hipertensión, hago ejercicio diario, no fumo, bebo con moderación, mi vida es tranquila… Sin embargo, el cateterismo descubrió dos arterias obstruidas. Allí estaba agazapado el enemigo secreto. Creo que la mente captará todas estas extrañas sensaciones –positivas para el escritor– y me permitirán más tarde algún recorrido literario por los caminos del corazón.

Me colocarán dos o tres puentes (bypases), ¡y listo! Los cirujanos de la Shaio son artistas en estos juegos coronarios. Estoy tranquilo y optimista y, desde luego, confiado en Dios, mi médico oculto que puede más que el enemigo secreto. Si todo sale bien –¡y tiene que salir bien!–, regresaré a mi dulce hogar en los primeros días de diciembre. Tú, ya lo sé, elevarás una plegaria por la suerte de tu amigo lesionado. Una plegaria tan fuerte como la piedra de tu corralito sentimental.

Mil y mil gracias, para ti y para Laurita, por las muestras de solidaridad y afecto que he recibido. Cuando me halle en disposición, iré a buscar cura en tus “Remedios del alma”.

Un fuerte y sentido abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, 28 de enero de 1997

Señor Vicente Landínez Castro
Barichara

Muy apreciado Vicente:

Te envié hace poco el parte de victoria de mi cirugía cardíaca. En el artículo que titulo Corazón renovado ya habrás visto al hombre jubiloso que, sobreviviente de un asalto coronario, hoy se ríe de los golpes aleves de las arterias y trata con cariño y optimismo a ese noble amigo que llamamos corazón.

Mi vida ha vuelto a la normalidad. Camino todos los días, como siempre lo he hecho; efectúo, a pie o en carro, las diligencias rutinarias; administro bien las comidas y las bebidas, como lo prescriben los cánones de la salud (sin olvidar el moderado aperitivo de whisky que hace más fluida la sangre y más emotivo el espíritu); leo y escribo, como  lo manda la santa madre vocación ¡Ah! Y pienso. Si no pensara no habría vida, por más corazón renovado.

Cuando desperté en la clínica y me hallé atado a cables y aparatos, torturado pero fuerte en mi prisión, lo primero que hice fue tocarme el corazón. ¡Y ahí estaba, firme y palpitante! Por consiguiente, vivía. No era yo viajero de las galaxias, sino habitante, de carne y hueso, de un mundo que se me prometía ancho y feliz, promisorio y espectacular, más que antes. Las pasajeras molestias de los cuidados intensivos se compensaron con creces al regresar a la alegre vitalidad de vivir.

Formidable tu carta-ensayo a Otto Morales Benítez acerca de su trabajo sobre Silvio Villegas. Cuando llego a esta parte recibo una llamada de la poetisa Inés Blanco, quien, emocionada, me cuenta el recibo de una carta tuya sobre su libro Piel de luna. Ella es una fina poetisa, cuya obra acabas de paladear. Se siente enaltecida y vanidosa con lo que le dices. Va a escribirte.

Para ti y Laurita, y en unión de Astrid, van nuestros estrechos abrazos,

Gustavo Páez Escobar

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Barichara, marzo 24 del año 2000

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Muy apreciado y recordado Gustavo:

Mi mayor deseo es el que te encuentres disfrutando de completo bienestar, en la grata compañía de tu gentil esposa Astrid y de tus hijos.

Gracias, mil gracias por tu nuevo libro de cuentos, el que Laurita y yo leímos de un solo jalón muy entretenidos y agradados.

Qué bien bautizado quedó tu libro con el nombre de Humo. Dicho vocablo está lleno de las más variadas y antagónicas incitaciones y sugerencias.

Porque el humo es señal de vida, tanto como de muerte y destrucción. Es  tan útil, que sirvió  a los  griegos de la época heroica para anunciar sus   victorias bélicas por medio de fogatas encendidas en la cúspide de montaña a montaña.

El humo blanco es, igualmente, anunciador de la elección de un nuevo Pontífice del catolicismo. Recordemos al humo que en el ámbito devoto de   los templos brota del incensa­rio y asciende hasta Dios como una columna  de oración gasi­ficada.

Es también símbolo de la patria lejana como el caso del in­genioso Ulises, que estaba siempre dispuesto a cambiar el privilegio de la inmortalidad y de los placeres eróticos que le ofrecía la ninfa Calipso que lo retenía en su isla, por volver a ver un día salir un hilo de humo de la chimenea de su palacio en Itaca.

Los pieles-rojas se sirven del humo como de un abecedario para salvar distancias. Y los pueblos más antiguos lo utilizaron a la par como un medio de comunicación; y sospecho que es tan universal este uso, como nos parece propiedad absoluta de cada pueblo el descubrimiento y empleo del arco y de la flecha.

En la poesía colombiana contemporánea, son memorables los sonetos al   humo, de nuestro paisano Fernando Soto Aparicio y de Álvaro Castaño   Castillo, por cierto éste premiado en un sonado concurso.

Los cuentos contenidos en Humo son reveladores de los más diversos    acaeceres, de las más pintorescas situaciones y desempeños humanos  propios de la vida del hombre colombiano.

Allí encontramos vívidamente narrada la tragedia del gamín, el mísero pilluelo de las calles de las grandes ciudades, victima cotidiana de las desigualdades sociales (Burbujas); la personalidad desfigurada por el engañoso disfraz de las apariencias (Noche de cerillas); el amor demoledor del leña­dor con la montaña (Montaña adentro); los estragos causados por la concupiscencia varonil y la vanidad femenina (Estos diamantes, Carolina); el amor que no muere a pesar de las devastadoras acometidas y de los avatares del vicio; y, acaso, el cuento más acabado (Confesión de madrugada).

No obstante la diversidad de los temas que trata y las dife­rentes circunstancias que cada cuento describe, un escondido eco moralizante comunica al libro una notable unidad inte­rior.

Nos es dado conocer, igualmente, la explotación comercial por el señuelo de la eterna juventud y sus boyantes resul­tados financieros dentro de la industria de la moda y, sobre todo, la exaltación de la honradez y de la dignidad en la pobreza y la conducta de un banquero (El eterno banquero); la hembra fatal, quien, hermosa y turbadora como la selva que habita, se traga al hombre merced a su poderoso y miste­rioso encanto de Eva primitiva (Manigua); la fotografía ins­tantánea del dictador de un país del trópico, junto con sus desmanes lujuriosos (Amores de cocodrilo); la vida procelosa y llena de lascivias propias de la vorágine de la manigua (Barro).

Sorbiéndonos y paladeándonos las páginas, llegamos al cuento final llamado Humo, que ha prestado su nombre a este ramillete de fabulaciones. Allí, en esas breves páginas, encontramos la pintura del hombre, que llevado por la arrogancia y la vanidad de sus conocimientos de arquitectura, quiere levantar una torre para estar más cerca de las estrellas; y cómo su figura opuesta, la hormiga, quiere superarlo elevando igualmente su morada al nivel de los astros. Pero un espantoso cataclismo destruye en un instante todo aquel andamiaje babélico, enseñando una vez más la tontería y la vanidad de las obras humanas y terrenas.

Este cuento es, para mi parecer, una nueva y actualizada ver­sión de la eterna ambición del hombre de elevarse de su propia condición y de su suelo; deseo éste casi congénito y ya ad­vertido desde siglos atrás por los griegos en la clásica leyenda de Ícaro, quien, víctima de su ambición y ciega imprudencia, pretendió con alas de cera remontarse hasta los dominios del sol. Sí. El hombre moderno continúa siendo víctima de las alas de cera de su orgullo y de su desmedida ambición.

Todos los cuentos llevan implícitas enseñanzas y admoniciones para el buen vivir. Ellos forman un retrato de la sociedad contemporánea con sus tipos   representativos de los diversos estamentos. Escritos en una prosa directa y llana, hija del periodismo y la literatura propiamente dicha (caso igual a los de Hemingway, Uslar Pietri, García Márquez), deleitan y cautivan con la   incitación y la fuerza propias de la autenticidad, el realismo y la naturalidad.

Gracias, pues, por tu cautivante Humo, que no afecta ni a los ojos ni al olfato; sino que, por el contrario, resulta ser un espectáculo alucinante y placentero para el engolosinado lector.

Recibe la efusiva congratulación y el fuerte abrazo de tu amigo de siempre,

Vicente Landínez Castro


Ver epistolario Vicente Landínez Castro 2001-2010

LAURA VICTORIA

Tomado del libro Quién es quién en la poesía colombiana (1998), de Rogelio Echavarría:

“Nació en Soatá, Boyacá, el 17 de noviembre de 1904. En Tunja se graduó en La Presentación como profesora. Escribió sus primeros versos «que re­volucionaron la casta poesía de su época» a los 14 años. Su primer libro causó escándalo, entre entusiastas lectores y furibundos detractores, pues mientras los más pacatos –en una sociedad todavía enemiga de audacias sociales y literarias– criticaban a tan bella joven su «crudo sensualismo, indigno de una dama de su condición y talento», otros le dieron el espaldarazo, entre ellos el maestro Valencia, quien le dice: «En su manera de escribir no hay artificio, ni rebuscamiento, ni alarde, ni falsía, ni enga­ñoso brillo, ni tortura de formas: es el libre fluir de la vena poética, con un ritmo sosegado y acento natural en que la pasión apenas tiñe en rosa la albura de las corolas, y en que las fuerzas humanas se retuercen, no con el moverse diabólico de las serpientes sino con las castas ondulaciones del durazno en flor. Siga creando esos poemas tan sencillos, tan pulcros, tan sinceros, que ellos saben llegar a nuestros corazones, como un hálito de frescura, y como dulce arrullo a las almas tiernas y juveniles». Y ratificó: «Los primeros versos que leí de usted me fueron una revelación; había vuelto a encontrar la fuente de la poesía tal como irrumpe del mismo cora­zón de la vida: canora, diáfana, purísima. Recibió usted el don de la poesía en su forma la más auténtica, la más envidiable, la más pura».

“Como natural resultado de esa polémica, su libro se agotó en ocho días. En 1937 ganó los juegos florales de Girardot –en competencia, entre otros, con Eduardo Carranza–. Y ofreciendo su cálida palabra en recitales teatrales recorrió, aplaudida y mimada, escenarios de Venezuela. Ecuador, Panamá, Costa Rica, Cuba, Honduras, Guatemala, México y Estados Unidos. Residió muchos años –y allá levantó y consolidó su familia– en México, donde ejerció el periodismo y desempeñó la cancillería de la embajada de Colombia. También fue agregada cultural en Roma.

“De sus lecturas bíblicas y su visita a Tierra Santa es testimonio su libro Viaje a Jerusalén, publicado en México en 1985, y termina en 1995 Actualidad de las profecías bíblicas, juzgado por el jesuita Óscar González Quevedo así: «Su libro es claro, es diáfano. Con asombrosa claridad desvenda usted el futuro. No parece un libro de interpretación de profecías. Parece un libro de historia».

“El maestro Rafael Maya escribió: «Llamas azules es, sin disputa, el mejor libro poético publicado por mujer alguna en Colombia». Federico de Onís también la consagra: «Laura Victoria es una de las personalidades más sobresalientes de Hispanoamérica. Su obra poética ha volado por todo el continente en alas de la fama». (En realidad, según el prólogo de Gustavo Páez Escobar para su último libro, «Laura Victoria forma con Gabriela Mistral, Juana de Ibarbourou, Alfonsina Storni, Delmira Agustini y Rosario Sansores la galería de grandes líricas hispanoamericanas» y fue amiga personal de ellas, con quienes mantuvo correspondencia y recibió numerosos reconocimientos públicos)”.

Laura Victoria murió en Méjico el 15 de mayo de 2004, faltándole seis meses para cumplir el centenario de vida. Se había radicado en Méjico, con sus tres pequeños hijos, en febrero de 1939. Poco tiempo antes de su muerte había sido elegida miembro de la Academia Colombiana de la Lengua.

Libros: Llamas azules (1933), Cráter sellado (1938), Cuando florece el llanto (1960), Viaje a Jerusalén (1985), Itinerario del recuerdo (1989), Actualidad de las profecías bíblicas (1989), Crepúsculo (1989).

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México, D. F., octubre 14 de 1991

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Mi querido Gustavo:

Te adjunto un recorte de un homenaje que le hicieron a Germán Pardo García en el Ateneo Español. También te doy algunos datos más sobre la muerte de Germán. Hoy estuve hablando con la señora Enriqueta que fue la que lo atendió hasta su última hora y en cuyos brazos murió. Hacía seis meses que ya no se levantaba ni siquiera al baño, por lo cual tenía la señora que estarlo cambiando en la cama para todas sus necesidades.

Era tremendamente caprichoso y no se tomaba las medicinas ni les hacía caso a los médicos, quienes le aconsejaban que se recluyera en una clínica, pero cuando alguien le hablaba de eso daba gritos y decía que quería morir en su apartamento, así que fue imposible hacerlo entrar en razón.

Ya no contestaba al teléfono ni recibía casi comida; el día que murió, que fue el 23 de agosto a las diez y media de la mañana, pidió un vaso de agua y con mano firme se lo tomó, luego le apretó la mano a la señora Enriqueta y le dijo que no lo dejara solo porque tenía mucho miedo de morir, después se fue quedando poco a poco quieto. Dos días antes dijo que quería comulgar, pero cuando el sacerdote le dio la hostia no la pudo pasar porque tenía los dientes apretados.

La causa principal de su muerte fue una complicación del corazón, los riñones y los pulmones, además de la poliomelitis que padecía desde niño. Esta es, a grandes rasgos, la historia de la enfermedad de Germán. Como te contaba en mi carta pasada, yo fui a verlo con mi hija, estaba como siempre acostado y cubierto hasta la cabeza con una cobija, pero me reconoció y me apretó la mano; dos días después me habló por teléfono, con una voz ininteligible, para darme las gracias por haber ido.

Te adjunto una foto mía con el presidente Gaviria y con García Márquez el día de la recepción en la embajada, el 20 de julio. La publicaron en Excelsior y en una de las principales revistas. También te adjunto un poema.

Con mi hija te mandamos abrazos y recuerdos cariñosos extensivos a Astrid y los hijos,

Laura Victoria

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Bogotá, 2 de noviembre de 1991

Laura Victoria
Méjico, D. F.

Apreciada Laura Victoria:

Leí con mucho placer tu carta del 22 de octubre. Al ver que era un correo certificado alcancé a pensar que Aristomeno Porras me había despachado Apolo Pankrátor, libro que le pedí, cuando estuvo en Bogotá, que tratara de recuperarme a la muerte de Germán Pardo García. Esta obra no se consigue en Colombia, y yo la aprecio mucho. Sin embargo, Aristomeno no sabe quién se quedó con el libro, el cual era el único que poseía el poeta –junto con un diccionario griego– en su apartamento.

He quedado muy informado, tanto por tus comentarios y recortes de periódico como por otros amigos de Méjico, de las circunstancias que rodearon la muerte de Pardo García. El médico y escritor Virgilio Olano Bustos, exembajador de Colombia en Corea, pasó por  Méjico y visitó la urna funeraria, a la cual le tomó una foto, lo mismo que al edificio de Río Támesis.

Trajo también copia del testamento y del certificado de defunción, todo lo cual tuvo la gentileza de poner en mis manos para escribir el último capítulo de Biografía de una angustia, obra que ya entregué al Instituto Caro y Cuervo.

Las cenizas fueron a dar a Ibagué, y esto no es razonable. Ahora se busca que sean entregadas a Choachí, el pueblo que el poeta consideró siempre su verdadera cuna. En días pasados, dentro de las fiestas de dicha población –a las que asistí con Astrid y los hijos–, el alcalde me declaró hijo adoptivo y huésped de honor de Choachí, gesto que me emocionó. En esa ocasión se rindió a Germán Pardo García un homenaje en la plaza principal.

He sido el gran abanderado de Pardo García en Colombia. Los principales periódicos, comprendidos los de provincia –asociados éstos a una red que se denomina Colprensa– han publicado artículos míos sobre el suceso.

Con Astrid y los hijos van nuestros afectuosos abrazos,

Gustavo Páez Escobar

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México, D. F., octubre 28 de 1992

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Mi inolvidable Gustavo:

Anhelo que con Astrid y los hijos que te encuentres sin novedad. Me imagino que ya regresaron de Soatá y que estarían muy contentos en nuestra linda tierra.

Te felicito por esa reunión de familiares tan concurrida. Tu artículo Raíces familiares es magnífico y la labor del presbítero Jorge Medina Escobar es admirable; lo que yo no sabía es que el apellido Calderón está entre tus antepasados. Soy muy amiga de Eduardo Caballero Calderón y me imagino que por el lado Corso eres pariente de José Antonio Corso, de Soatá, quien fue abogado mío.

Te mando la dirección de Carmen de la Fuente, quien te envía un afectuoso saludo: (…) La carta de Dora Castellanos es valiente y acertada. Creo que García Peña (1) nunca ha querido a las poetisas a pesar de que es amigo mío.

Bueno, mi querido Gustavo, me despido deseándote lo mejor de la vida. Mi hija también te abraza.

Laura Victoria

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(1) Roberto García Peña, director de El Tiempo.

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Bogotá, 4 de marzo de 1993

Laura Victoria
Méjico, D. F.

Mi querida Laura Victoria:

Ayer llegó a mi nueva residencia tu grata misiva del 10 de febrero. La casa la entregamos el 30 de este mes, y entre tanto, nos movilizamos entre ambas viviendas. Ya están instaladas las bibliotecas. Pienso dedicar varios meses a mis libros hasta incorporarlos al computador. Todo un proceso de paciencia, técnica y delectación espiritual. Por ventura los libros son para mí una pasión amorosa. Sin ellos no podría vivir.

Conocí a Harry Gayner, que me trajo tus cálidos saludos. Hombre simpático, cordial y lleno de vitalidad. Su hija Aura Cristina Geithner –¿por qué el apellido escrito con otra grafía?– es hoy la actriz más destacada de la televisión colombiana. Aparte de joven y hermosa posee gran talento como estrella de dramatizados. Harry me entregó su libro sobre Méjico y regresa este mes a lanzarlo en la Biblioteca Nacional. Me parece que es un empresario de éxito en el campo editorial y poseedor de buena solvencia económica. Ojalá me suministres datos sobre él.

Con la caída del concordato con la Iglesia Católica, noticia que deseas que te amplíe, se ha producido mucho revuelo en el país. Como el concordato violaba principios de la nueva Constitución, fueron declarados sin valor varios de sus artículos. Hoy la Carta le quita privilegios a la Iglesia –como sucede en casi todos los países del mundo– para consagrar la libertad de conciencia y de credos y eliminar la norma de enseñar en los colegios oficiales, con carácter obligatorio, la religión católica. Por lo tanto, todas las religiones quedan con iguales derechos ante la ley. Además desaparecen otras prerrogativas en materia económica y frente a la ley (hoy los eclesiásticos delincuentes pueden ir a la cárcel, y no como antes, que eran recluidos en las casas religiosas).

A propósito de este tema, he sido crítico del celibato eclesiástico. A finales del año pasado escribí en El Espectador una nota en tal sentido, respecto a la confesión que hizo por la televisión un sacerdote que se declaró padre de un niño. Y se vinieron, lanza en ristre, dos prelados que me arrojan a las tinieblas exteriores por «meterme en campos que no me competen». Amplié mis puntos de vista en un nuevo artículo, que te acompaño. He leído mucho sobre la materia, como un libro excelente –El sacerdote casado– de un respetable catedrático de Estados Unidos, amigo mío, y oriundo de Colombia, Vicente Jiménez.

Enrique Santos Calderón, subdirector de El Tiempo, también escribió una columna crítica: La Iglesia y sus peleas. Te envío fotocopia. Y ha recibido serias reprimendas del clero, aunque también voces de respaldo en lo atinente a ciertas normas obsoletas que deben modificarse para que la Iglesia no permanezca a la zaga de la evolución social. Tú conoces de sobra los viejos conflictos político-religiosos que tantos desastres causaron en Colombia. Soy admirador de Cristo y de la Iglesia primitiva, y enemigo del fanatismo religioso.

Un párroco de Bogotá, como puedes verlo en la nota marginal que se escribe en el artículo de Enrique Santos Calderón, abre un concurso para que la gente le conteste al periodista. Estos desbordes denotan beligerancia y crean confusión en  los fieles.

Veo, por los recortes que me envías, el avance alarmante de la polución en Ciudad de Méjico. Tremenda situación. Hasta aquí trasciende la noticia, ya que los periódicos se ocupan con alguna frecuencia de ese desastre en el país azteca, como una advertencia para que Bogotá controle a tiempo la contaminación que se deja avanzar. El caos actual de nuestra capital es espantoso en todos los órdenes. Faltan autoridades para frenar tanto desafuero.

Con Astrid y los hijos te van nuestros abrazos de cariño, extensivos a Beatriz (cuya foto artística, que se me había caído detrás de una biblioteca pesada, acabo de rescatarla después de mucho tiempo. ¡Que viva Alicia Caro!).

Gustavo Páez Escobar

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México, D. F., abril 2 de 1993

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Gustavo querido:

Recibe con Astrid y los hijos mis contantes recuerdos y cariño.

Hasta hoy puedo dar contestación a tu carta del 4 de marzo en que me adjuntas recortes de tu controversia con la Iglesia Católica, o mejor dicho, ser partidario del matrimonio de los sacerdotes; ya se sabe que en Colombia persisten esas normas establecidas por el Vaticano. El artículo de Enrique Santos Calderón también es muy bueno. La reforma del concordato viene a terminar con esos privilegios que la Iglesia tenía y con los cuales sometían al pueblo colombiano.

Yo fui víctima de la curia bogotana, que por medio de un juicio injusto me quitó la patria potestad de mis hijos. Todo eso lo digo muy claro en mi libro Itinerario del recuerdo que tú conoces bien.

No he estado bien de salud. Entre la contaminación ambiental y la artritis que padezco paso días muy malos, además de que últimamente he tenido insomnio. Son los años, mi querido Gustavo, que nos van atropellando.

Te cuento que Harry Gayner me habló muy bien de ti y de su hija de la televisión. Él piensa volver a Colombia para dedicarse a la política; es muy activo, ha sido actor, periodista, escritor, y está casado con una señora que fue reina de belleza, creo que en el departamento de Bolívar, y además vive muy bien. Mañana se casa su hijo Harry, pero nosotras no vamos a ir porque es muy lejos.

Me imagino que estarán felices en su nuevo domicilio. El barrio Chicó es muy elegante y bonito. Así se le cumplió a Astrid su sueño de vivir en un apartamento.

Te abraza,

Laura Victoria

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Bogotá, 20 de abril de 1993

Laura Victoria
Ciudad de Méjico, D. F.

Recordada Laura Victoria:

En Semana Santa estuve con Astrid en Soatá. El motivo fue doloroso: fuimos en la comitiva que transportó a Tipacoque las cenizas de Eduardo Caballero Calderón, quien falleció de repente, de un infarto, el 3 de abril, al día siguiente de tu carta. Colombia lo ha sentido mucho y le ha rendido diversos y hermosos homenajes.

Yo había estado dialogando con él dos meses atrás en su apartamento de esta ciudad. Vivía muy solo y afligido desde la muerte de su esposa, Isabel Holguín. Deja una obra literaria imperecedera.

Estamos felices en nuestra nueva residencia. No sólo el barrio es excelente sino que contamos con el sosiego y los recursos necesarios –tiendas, correo, iglesia, vías fáciles, supermercados, etcétera– que nos permiten vivir gratos con la vida.

Pero no todo es dicha. Hace pocos días explotó un carrobomba a pocas cuadras del apartamento (en el Centro de la 93), desastre que dejó once muertos y numerosos heridos, fuera de cuantiosas pérdidas materiales. La vida en Colombia se ha vuelto un infierno. A pesar de todo, confiamos en que cese al fin la horrible noche. Dios cambiará nuestra suerte.

Con Astrid te va un fuerte abrazo.

Gustavo Páez Escobar

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México, D. F., mayo 6 de 1993

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Gracias por tu carta, que recibí antier.

No sabes cómo me ha dolido la muerte de Eduardo Caballero Calderón quien fue uno de mis mejores amigos y escribió sobre mí varias veces. En un artículo titulado La musa del Chicamocha me decía cosas lindas. Pero todos nos tenemos que ir, es la ley universal. Hasta Cristo murió por haber tomado nuestra naturaleza humana.

Tu artículo sobre Caballero Calderón es magnífico, lo he leído varias veces y siempre lo encuentro mejor. En verdad eres un gran escritor y quisiera estar cerca para darte un abrazo de felicitación.

Diariamente me informo por la televisión y la prensa de lo que sucede en Colombia. Pobre nuestro país en manos del crimen y la violencia. Yo a diario rezo por esa patria querida. Aquí también hay crímenes y violencia aunque en menor escala. El mundo entero está en poder de las fuerzas del mal, como antecedente de la batalla final entre estas fuerzas y las del bien.

Mi hija les manda abrazos y recuerdos y yo me uno a ella. Que Dios te bendiga, mi noble Gustavo.

Te abraza,

Laura Victoria

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Bogotá, 30 de marzo de 1994

Laura Victoria
Ciudad de Méjico, D. F.

Mi querida Laura Victoria:

Ayer me llegó tu carta del 22, la cual fue porteada el 23. Un verdadero récord de velocidad. Ignoraba que la correspondencia que llega a Méjico, procedente de Colombia, fuera sometida a revisión. Eso explica la demora hasta de un mes en su entrega a los destinatarios. La fama de traficantes de drogas es denigrante para nuestro pobre país. Por unos pocos pagamos todos las consecuencias.

Los recientes sucesos políticos de Méjico que causaron la muerte de Colosio se asemejan a la situación que vivimos en Colombia. En ambos países se presenta el mismo clima de guerrilla, terrorismo, tráfico de droga y problemas socioeconómicos.

Hay que reconocer que tu segunda patria ha sido muy hospitalaria para los colombianos. Como ejemplo está tu propio caso. Y el de Pardo García, Álvaro Mutis, García Márquez, Barba Jacob, Luis Enrique Sendoya y tantos otros que han encontrado el calor de la tierra azteca. García Márquez, a propósito, no descansa en su campaña de conseguir para Mutis el Premio Nóbel. Lo está paseando por todas partes y a todo el mundo le dice que es un genio. A mí, Mutis me parece distante y elitista. Todavía no he podido llegar a su literatura, por más publicidad que le están dando.

Vivimos en estos días mucha agitación electoral. Hay temor por la seguridad de los candidatos. Acuérdate del asesinato de Galán en la pasada contienda presidencial.

Un gran abrazo en unión de Astrid, extensivo a todos los tuyos.

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, julio 3 de 1995

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Mi inolvidable Gustavo:

No te había escrito antes porque he estado muy enferma. La artritis aumenta  cada día más, así que he estado bastante mal y sin ánimo para nada.

Como sabrás, este país está en una crisis tremenda debido a los malos gobernantes, pues cada Presidente que llega sólo piensa en enriquecerse, así como casi todos los empleados públicos. No te imaginas cómo ha subido el costo de la vida, y la devaluación del peso se hace sentir en todo; ya no alcanza el dinero para poder vivir como antes. Y pensar que para mí ya es imposible regresar a Colombia, pues el destino me arraigó aquí para siempre.

Tú no sabes lo que es el peso de los años, cuando ya no hay ilusiones y sólo se espera la hora suprema del adiós.

Para Astrid y los hijos abrazos cariñosos, y tú recibe todo mi afecto:

Laura Victoria

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Bogotá, 17 de julio de 1995

Lura Victoria
México, D. F.

Querida Laura Victoria:

Como te contaba en el papelito que adjunté a mi carta anterior, Maruja Vieira propuso que se te hiciera un homenaje en una reunión del Pen Internacional que se realizó en Guadalajara.

Te decía que se adelantaban gestiones ante la Academia Colombiana de la Lengua para que seas nombrada miembro correspondiente. En alguna ocasión hablé con Ignacio Chaves, el secretario perpetuo, que es el mismo director del Instituto Caro y Cuervo –donde se publicó mi libro sobre Germán Pardo García–, y él me comentó que estaba dispuesto a respaldar dicha iniciativa. Nada he vuelto a saber. Lo primero que se necesita es que haya una vacante. De todas maneras, tu nombre es grande.

En tu última carta no te refieres al himno de Soatá que compuso el poeta boyacense Pedro Medina Avendaño y que te hice llegar. Ya pronto cumplirá 450 años nuestra ilustre patria chica. Espero asistir a la efeméride.

Jorge Alberto, mi hermano, ya partió a Chile, donde desempeña el cargo de agregado naval de la embajada de Colombia. El embajador es Jorge Mario Eatsman.

Como te habrás enterado, el anterior embajador de Colombia en Méjico, Julio César Sánchez, se halla secuestrado por la guerrilla. Hay preocupación nacional. El secuestro en Colombia se volvió rutinario. Ojalá Dios se compadezca al fin de tanto infortunio que nos toca padecer.

Pienso en ti, querida Laura Victoria. Veo que te afligen algunos males –sobre todo la artritis– y que te sientes pesarosa de la patria y tanto recuerdo grato que pasó por tu vida. Pero eres fuerte para sobrellevar las adversidades y fortalecer la fe en Dios. Tu poesía te salva, y ese es el bálsamo en tu edad dorada.

Con Astrid y los míos van nuestros estrechos abrazos,

Gustavo Páez Escobar

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México, D. F., agosto 20 de 1997

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Mi querido Gustavo:

Deseo que te encuentres gozando de perfecto bienestar en unión de Astrid y los hijos.

Cuando leí tu artículo sobre el corazón me pareció excelente, pero sentí mucho que hayas tenido que pasar por esa tribulación como fue la grave y delicada operación que te hicieron, pero que gracias a Dios fue con éxito completo.

Mario escribió una novela que mi hija me leyó poco a poco, porque ya no veo bien. Creo que te la enviará próximamente. Espero que la leas y que ojalá te guste, y si te es posible le hagas algún comentario periodístico y nos lo hagas saber. Sería un gran estímulo para él. Mario es ingeniero civil y ha ocupado muy buenos cargos en Petróleos Mexicanos que es la empresa más prestigiosa de México.
Cuando me hablaste desde Cancún sentí mucha emoción de oírte, pero no me pude acordar en ese momento del número del teléfono de mi hija pues siempre la llamo por una memoria telefónica.

Escríbeme: tus cartas me causan mucha alegría.

Nosotros estamos más o menos bien. Yo con el deseo constante de ir a Colombia, pero ya mi salud no me permite hacer ese viaje tan anhelado.

Recibe con Astrid y los hijos muchos abrazos y mis votos constantes por el bienestar de todos ustedes.

Tuya, afectísima:

Laura Victoria

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Bogotá, 18 de septiembre de 1997

Laura Victoria
Ciudad de Méjico

Mi querida Laura Victoria:

Había demorado unos días la respuesta a tu carta del 20 de agosto esperando darte una buena noticia. Se trata de lo siguiente: el Ministerio de Cultura te va a hacer un homenaje por televisión. Una funcionaria me llamó hace varios días por teléfono, y luego se reunió conmigo en mi apartamento, en busca de datos sobre tu obra y tu vida.

Ayer vino con los camarógrafos y me hizo un reportaje. Yo suministré varias fotos tuyas, entre ellas la célebre de tu juventud que fue publicada en la revista Cromos, y la que apareces en compañía de Gabriel García Márquez y del expresidente César Gaviria en un acto cultural en Méjico (1991).

Todas las carátulas de tus libros fueron filmadas para el documental, lo mismo que unos recortes de prensa que conservo en mi poder. Indiqué el nombre de Álvaro Ruiz para vincularlo al programa. Creo que ayer mismo lo entrevistaron.

La filmación –que se transmitirá hacia el mes de diciembre– busca rescatar la imagen de famosas poetisas de antaño. Entre ellas estás tú y María Ayarza, muerta hace 33 años. La periodista que dirige el documental me prometió que te hará llegar el correspondiente casete.

Recibí la novela de Mario y la leí con mucho interés. De inmediato le escribí animándolo para que continúe produciendo nuevas obras.

Estamos pendientes del estado de tu salud. Sabemos que te mantienes con  gran lucidez, lo cual te ayuda a sobrellevar tus dolencias.

Recibe con Beatriz y tus hijos nuestros afectuosos abrazos.

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, 18 de junio de 1998

Laura Victoria
Ciudad de Méjico

MI querida Laura Victoria:

Te pusiste de actualidad en Colombia, como en tus épocas doradas. El programa de televisión lo pasaron el 16 de este mes. Quedó excelente. Saliste en la escena tomada en tu apartamento, y tuvimos el placer de verte y escuchar tu voz. El programa fue ambientado con la exposición de tus libros (que yo mismo facilité), varios recortes de prensa, alguna bellas alegorías sobre tu obra y tu vida, y la recitación de En secreto por una voz femenina.

Clara Inés, la periodista, quedó de enviarte el casete. Si no lo hiciera pronto, es bueno que le escribas, y de paso le recuerdes que debe pasarme el material que le enviaste. Yo se lo recordé hace varios meses, pero sospecho que esto lo ha echado en saco roto.

Te envío dos notas que publiqué en El Espectador y El Tiempo sobre tu ingreso a la Academia. Y el comentario de César Pedraza en su columna de El Tiempo. He hecho conocer la noticia de mucha gente, tanto de aquí como de Tunja, Soatá y otros lugares. Con mi columna de hoy, el cubrimiento es nacional.

Estamos muy contentos con tu gloria. Yo, en particular, me siento feliz con que se reconozcan tus méritos, y además muy satisfecho con promover tu nombre.

Mil y mil parabienes por este justo reconocimiento, que con íntimo regocijo paladeas hoy al lado de tu fiel compañera de todas las horas, la inmejorable Beatriz.

Para ambas, un emocionado abrazo.

Gustavo Páez Escobar

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México, D. F., 12 de julio de 1998

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Mi siempre querido y recordado Gustavo:

Hace apenas cuatro días que recibí tu última carta, del 18 de junio. En ella
me cuentas que dos días antes pasaron por fin en la televisión el documental sobre mi obra literaria y según me comentas quedó excelente, lo que me da una gran satisfacción. Mi constante gratitud hacia ti. Yo vivo siempre agradecida por la ayuda que me has dado literaria y espiritualmente. Ayuda
desinteresada y determinante en mi carrera de letras, desde que te conozco.

El contenido del programa hecho por el Ministerio de Cultura me parece magnífico, pero hubiese preferido que mi poema En secreto hubiera sido con mi voz; lo cual habría sido factible si hubiesen recurrido a la Casa Silva, donde hay una grabación hecha por mí misma de varios poemas míos, entre ellos En secreto. Pero en fin, lo más importante es que te pareció excelente; y tu criterio para mí es definitivo, por lo cual quedo tranquila

Voy a esperar unos días el casete, y si no me llegara le escribiré a Clara Inés Cárdenas del Ministerio de Cultura, como me dices, y le recordaré darte todo el material que se le envió.

Respecto a tu magnífico y elogioso artículo para El Espectador sobre mi
ingreso a la Academia Colombiana de la Lengua, me parece más que excelente; y mi corazón está lleno de gratitud y afecto hacia ti. También lo que escribiste para El Tiempo me parece admirable, y tanto el uno como el otro me han emocionado mucho. Por último, la nota de tu amigo César Pedraza para El Tiempo me ha gustado en verdad.
Me llegan al alma tus parabienes por mi ingreso a la Academia y con mi hija te retornamos tu afecto.

Para Astrid y tus hijos abrazos cariñosos.

Laura Victoria

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GLORIA CHÁVEZ VÁSQUEZ

Nació en Armenia, Quindío, en 1949. Graduada de bachiller en un colegio de monjas, emigró a Estados Unidos y allí ha permanecido desde entonces, dedicada a la labor docente, al periodismo, a los guiones para cine y televisión y a la escritura de sus libros. Fueron duras sus luchas iniciales como inmigrante, pero logró sobreponerse a todas las adversidades y hoy disfruta de bienestar en la ciudad de Nueva York, fortalecida por el prestigio que le ha otorgado su carrera en las letras y su desempeño en periódicos y revistas. Varios de sus cuentos han obtenido alta calificación, y es este el campo donde más se ha distinguido a partir de la publicación de su primer cuento, Las termitas, que obtuvo una presea en El Magazín Dominical de El Espectador y que  le dio el nombre a su primer libro.

Libros: Las termitas (1978), Cuentos del Quindío (1982), Opus americanus (1993), Akum, la magia de los sueños (1996), Cuajada, conde del Jazmín (1999), Depredadores de almas (2003).

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Nueva York, septiembre 3, 1991

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Estimado Gustavo:

Sobre la larga agonía de Germán Pardo García hice alusión en un artículo que envié a El Quindiano. También envié un comentario a un semanario aquí en Nueva York. Espero que lo publiquen antes de que él se muera, a ver si la gente responde. Me alegro mucho saber que por lo menos él cuenta con amigos como tú, personas nobles que no dejarán que el poeta muera solo y olvidado.

Aquí en Nueva York un grupo de periodistas estamos formando un comité latinoamericano contra la discriminación y la censura. Y estamos invitando a personalidades de la profesión en el exterior pues la idea es formar una red no solo para denunciar las anomalías que se dan en esta profesión sino para proteger a los miembros contra todo eso.

Los periodistas hemos propuesto presentar un reporte inicial sobre el estado de la prensa hispana en este país. A mí me ha tocado Nueva York. Hace unos meses presenté ese reporte en Hunter College a un grupo de líderes hispanas que están interesadas en mejorar la condición de las mujeres en el periodismo. Es un hecho que esas condiciones son tan malas que ninguna mujer permanece en la profesión. Eso representa una pérdida muy seria ya que los temas de la mujer están siendo ignorados o mal cubiertos por la prensa.

Pero entre otros casos también hemos denunciado el de Édgar Restrepo, el periodista que quedó ciego tras un alevoso atentado por parte de un negociante colombiano en represalia por un comentario crítico sobre el servicio de su restaurante. En fin. Mucha es la tarea.

Me alegra mucho tu entusiasmo con respecto a la corresponsalía para ADDA. (1) Colombia es un caso casi virgen en este tipo de periodismo. Creo que harás un magnífico trabajo.

Salúdame a Astrid y a tus hijas.

Gloria Chávez Vásquez

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(1) ADDA Defiende los Animales, revista española.

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Bogotá, 3 de octubre de 1991

Escritora Gloria Chávez Vásquez
Nueva York

Apreciada Gloria:

Cuando me escribiste la carta pasada –3 de septiembre– y me cuentas en ella de tu artículo sobre Germán Pardo García, ya el poeta estaba muerto. Falleció el 23 de agosto. Días después llegaron sus cenizas a Colombia. Ahora se las disputan dos poblaciones: Ibagué, donde nació por accidente, y Choachí, donde pasó sus años de la niñez y la adolescencia, pueblo que el poeta siempre consideró su verdadera cuna.

La revista ADDA Defiende los Animales no volvió a llegarme. Me quedé esperando la correspondiente al mes de junio, y en la de septiembre iba a publicarse mi primera colaboración. Le he escrito a la directora solicitándole noticias al respecto, antes de elaborar un trabajo que traigo en mente sobre los mataderos clandestinos de caballos que existen en Bogotá, en los cuales se sacrifican los animales con gran crueldad y en las peores condiciones de higiene.

Tampoco he vuelto a recibir correspondencia, desde hace unos cinco meses, de Jorge Roos. Lo noto enfermo y decaído. Ojalá me comentes algo sobre él.

Un efusivo saludo,

Gustavo Páez Escobar

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Nueva York, noviembre 7, 1992

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Mi querido amigo Gustavo:

No sabes cómo me sentí cuando leí ayer tu más reciente carta de hace casi dos meses. Es que desde hacía ese tiempo no iba aI apartado, y yo estaba esperando carta tuya a mi dirección de la casa. De allí que supusiera que te había pasado algo. Por favor, sigue escribiéndome a la dirección de la casa ya que ahora voy poco a Manhattan pues el trabajo en la escuela es en Queens y solo voy a la ciudad cuando no queda otra alternativa.

Bien, una vez más te agradezco tus gentilezas para conmigo. El artículo en La Crónica del Quindío está genial. Admirable periodismo el tuyo.

Te envío copia de la primera columna mía en El Diario. Así como unos artículos en la prensa hispana y la americana. Esta semana me entrevistan para una publicación nacional de mujeres latinas.

Me alegro mucho saber que has estado muy activo literariamente. Y que ya terminaste otro libro. Bonita obra la que le estás legando a Colombia. No dejes de enviarme el libro cuando salga, que me interesa mucho comentarlo.

En cuanto a las crónicas de mi viaje a Europa, le he prometido la serie a El Quindiano, el cual comenzará a salir próximamente. En sobre aparte te enviaré copias así como otro material que te va a interesar.

Un fuerte abrazo para ti y toda Colombia. Estoy leyendo mucho El Espectador pues cerca a la escuela hay una cafetería colombiana que vende los periódicos.

Tu amiga

Gloria Chávez Vásquez

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Bogotá, 30 de noviembre de 1992

Escritora Gloria Chávez Vásquez
Nueva York

Muy apreciada Gloria:

Al leer los recortes de prensa que me envías sobre tu victoria laboral, que sobre todo es una victoria moral, he pensado: Gloria es una heroína. No sólo consigues resarcir los daños materiales sino poner en alto tu nombre como la gran defensora de las causas femeninas en lo que se conoce como el hostigamiento sexual y la discriminación laboral contra las trabajadoras.

Veo que la prensa ha destacado con grandes caracteres tu regreso a la misma casa periodística que te ha perseguido. Es éste quizá el mayor triunfo. Vuelves con tu bandera en alto y además con plena libertad de expresión. Me sumo a la voz de quienes en Estados Unidos aplauden tu entereza.

Espero que me envíes la serle de crónicas que has escrito para El Quindiano sobre tu recorrido por Europa. Las crónicas de viaje son apropiadas para pintar paisajes y emociones. Yo también tuve en estos días un paseo maravilloso por las selvas del Putumayo. Las riquezas naturales de Colombia son asombrosas y aquí no se aprecian. País privilegiado el nuestro que cuenta con selvas vírgenes, ríos ensoñadores y toda clase de atractivos ecológicos, para envidia del mundo entero.

Te reitero, con mi admiración por tus éxitos recientes, mi constante amistad.

Gustavo Páez Escobar

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Nueva York, 7 de mayo de 1994

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Querido Gustavo:

Recibí tu participación a la boda de tu hija Fabiola. De mi parte dales mis mejores deseos para que su vida matrimonial sea toda felicidad.

Te felicito por la aceptación que tuvo tu obra en la editorial Grijalbo. Espero que tengas mucho éxito. En un futuro no muy lejano pienso escribir un análisis perspectivo de tu obra, así que apreciaría me enviaras una hoja de vida con una lista de los títulos de tus escritos. Cuéntame una anécdota significante en tu vida de escritor. Y dame tu opinión de lo que es para ti la misión del escritor. Mándame también una foto en blanco negro.

Me comuniqué con las profesoras de Armenia y me cuentan que estuviste en la feria del libro en Bogotá. También me dicen que no habías recibido el libro que te envié.

He estado muy al tanto de las noticias de Colombia. Terribles todas esas decisiones que se están tomando en nombre de las libertades. Mejor dicho, solo queda sentarse a esperar. Te envío copia de la columna sobre la identidad en Colombia. Está plagada de errores, pero por la copia de la carta a Davidson sabes lo que está pasando. Es la “Guerra de las palabras». Muy apropiado este título para el recuento de las experiencias periodísticas. En inglés sería «Word wars». Bueno, pues como ves, no saben a qué aferrarse

Si te queda tiempo y no te molesta seguir acompañándome en esta odisea, te agradecería que escribieran otra vez a Fernando Moreno a reclamarle su no respuesta a tu carta. (1) Es, creo yo, la única forma de dejarles saber a los mediocres que hay estándares más altos de los que ellos conocen y que por lo tanto deberían aprenderlos.

Espero saber pronto de ti. De nuevo mis saludes cordiales a tu familia. Ah, me gustaría hacer una presentación de mi libro en Bogotá y que tú fueras el  padrino. Si eso es factible en el Instituto Caro y Cuervo por favor déjame saber para enviarte libros y comunicárselo a los interesados.

¿Te llamó Betty de la Universidad de los Andes? Te estoy haciendo muy popular entre la comunidad académica femenina. Ellas aprecian de veras tu apoyo a todas las causas que beneficien tanto al escritor en general como a las mujeres que estamos en la lucha por conseguir –como dicen aquí– nuestro espacio para calentarnos al sol.

Un abrazo de tu amiga

Gloria Chávez Vásquez

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(1) Envié una carta al director del periódico donde trabaja Gloria Chávez, reclamándole el atropello de que ella era objeto. Esta carta, junto con una segunda en el mismo sentido, aparecen publicadas más adelante.

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Bogotá, 19 de mayo de 1994

Escritora Gloria Chávez Vásquez
Nueva York

Muy apreciada Gloria:

Tal como te contaron las profesoras de Armenia, estuve en la feria. Ese día no habla llegado aún tu libro, y el que me enviaste de Estados Unidos se perdió. Una de tus amigas me obsequió un ejemplar, que leí con inmenso placer. Más tarde te haré llegar el comentario que escribí para La Crónica del Quindío.

Me honra en grado sumo la noticia que me anuncias sobre tu propósito de escribir un análisis en torno de mi obra literaria. Te acompaño mi hoja de vida y una foto. Para que tengas una visión panorámica sobre mi carrera, te van algunos comentarios que han aparecido sobre mis seis obras editadas. En el resto del año saldrán a la luz, como espero, otros tres libros. Además, en la hoja adjunta te narro una anécdota de mi vida de letras y te doy una opinión sobre la misión del escritor. Así atiendo tu generosa invitación.

Veo que te siguen hostigando en el periódico. Cuando pase la boda de Fabiola –quien le manda un saludo especial a tu hermana Tina–, me dirigiré de nuevo al director del diario. Mucho me agradó tu nota sobre la identidad colombiana.

Sobre la idea de presentar tu libro en Bogotá, pienso que sin la presencia de la autora no se conseguiría el interés necesario. En el Quindío, donde te admiran y eres muy conocida, un acto de esta naturaleza despertará mucha importancia. Las profesoras van a impulsar tu imagen. De todas maneras, si hallo aquí terreno propicio, te informaré. Van efusivos parabienes por tu nuevo parto. Glorioso parto del espíritu, que para el escritor es tanto como si fuera un  parto de la carne.

Te va un estrecho abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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Nueva York, febrero 22 de 1995

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Querido Gustavo:

Te escribo después de haberte enviado el recorte de la columna aparecida en El Diario acerca de tu vida y obra. Ese milagro pudo ser posible gracias a la presión que ha estado ejerciendo la Comisión de Derechos Humanos que vela por la censura que puedan cometer los editores conmigo. Tenía el temor de que, por las valientes cartas que has enviado, sacando la cara por mi trabajo, ellos se atrevieran a entorpecer la publicación. No fue así.

Debo informarte que este 27 de febrero termina mi contrato con El Diario. A partir de entonces me dedicaré a escribir acerca de mi experiencia en este medio. Voy a tratar de hallar otro huequito en donde publicar regularmente, pero si no lo encuentro, voy a usar todas mis energías para escribir mis libros.

En estos días he estado leyendo acerca de la vida de Germán Arciniegas. Él afirma que el periodismo es uno de los devoradores de escritores que hay en este mundo. No hay nada que le robe más al escritor su inspiración y su energía que trabajar para un periódico. Hay que estar apertrechado, no solo contra la mediocridad externa, sino también contra la interna. Es una lucha contra molinos de viento.

Mi vida en la enseñanza, por otra parte, transcurre a una velocidad increíble.  La superpoblación escolar ha convertido esta profesión en un trabajo de fábrica. La labor de evaluar, enseñar y educar es perenne. Somos padres, maestros, consejeros, trabajadores sociales y ahora el sistema pretende que seamos también guardias de seguridad y cuanta labor no quieran pagar en sueldos.

El sistema está en quiebra a pesar de que es uno de los que absorben más millones en dineros del presupuesto. Se ha convertido en un monstruo insaciable y va en camino de transformarse en peligroso tanto para los maestros como para los alumnos. La educación ha perdido toda efectividad en una sociedad en la que ya no se buscan soluciones sino que se crean más problemas. Para ellos se usa de excusa la famosa constitución. Aquí no se camina hacia adelante. Todo es un constante retroceso, aunque no se sabe adónde vamos.

En cuanto al trabajo de la literatura, estoy de acuerdo contigo en que el comercialismo que solo promueve escritores best sellers se ha dedicado a meternos gato por liebre. Cualquier cosa que hagan las vacas sagradas es vendible. Por eso estamos como estamos. Por eso vamos como vamos.

Estoy siguiendo la telenovela Café. Está muy interesante. ¿Conoces al autor? ¿Sabes algo de esta historia? Parece como si se hubiera basado en la vida real pues está muy bien tejido el argumento. Si tienes algún escrito o entrevista al respecto te ruego el favor de que me envíes copia.

Dale, por favor, un saludo muy caluroso a tu familia. Espero la dirección del Instituto Caro y Cuervo para enviar el libro a la biblioteca. Si tienes una lista de bibliotecas del país a donde valga la pena enviar ejemplares, te pido el favor de que me la facilites.

Afectuosamente,

Gloria Chávez Vásquez

* * *

Transcribo las dos cartas que envié al director de El Diario, de Nueva York, acerca del acoso y la implacable persecución de que allí fue víctima Gloria Chávez Vásquez. El señor Moreno no se dignó responder a mis cartas. Pero las leyó, por supuesto.

Bogotá, 12 de enero de 1994

Señor Fernando Moreno
Director de El Diario/La Prensa
Nueva York

Señor director:

Me he enterado de la carta abierta dirigida a usted por el señor Mario Sandoval, en la cual se refiere, en su propio nombre y como vocero de otros periodistas de la prensa continental, a la persecución de que se hace víctima a la colega Gloria Chávez Vásquez (colega tanto de ellos como mía, por cuanto soy columnista de uno de los principales periódicos de Colombia: El Espectador).

El señor Sandoval hace alusión a una carta apócrifa aparecida en El Diario/La Prensa, la que también tuve oportunidad de leer, donde se lanzan improperios y amenazas contra la periodista Gloria Chávez Vásquez, y además se siembran dudas malignas sobre la buena reputación que ella posee tanto en su vida pública como privada.

Conocí, por otra parte, en el mismo momento en que se producían los hechos, la camparía de asedio laboral adelantada contra mi compatriota, quien por ese motivo tuvo que entablar una acción contra El Diario. Al serle favorable el fallo de la justicia, el periódico fue condenado a resarcirla de los perjuicios morales y materiales que le había causado.

Ahora, tanto a través de supuesta correspondencia de un lector como de otras actitudes del diario que usted dirige (casos contemplados en la citada carta abierta y en otros documentos que poseo), la periodista sigue en la picota de la difamación y el acoso soterrado. En esta forma se estaría atentando, en materia grave, contra la ética y la moral que deben regir de manera insoslayable la vida del periodismo. Si su diario, señor director, ha incurrido en falta, debe, en guarda de esos sagrados principios, reparar el mal ocasionado. Mucho agradecerla a usted suministrarme su versión sobre  este preocupante estado de cosas.

Con un  cordial saludo,

Gustavo Páez Escobar

* * *

Bogotá, 3 de junio de 1994

Señor Fernando Moreno
Director de El Diario/La Prensa
Nueva York

Señor director:

Comenzando el año envié a usted una carta a propósito de la persecución que se ejerce en su periódico, de manera soslayada y ocasionando serios perjuicios morales, contra la escritora Gloria Chávez Vásquez.

Me habría gustado, como se lo pedía en dicha nota, que usted me hubiera dado su versión sobre esa deplorable atmósfera que no sólo lesionaba –y continúa lesionando– la dignidad de una persona, sino que atenta contra la libertad de expresión. Tampoco, hasta donde sé, mi carta fue publicada en su periódico.

Este silencio es revelador de culpa. Si el periódico es inocente, o hay un mal entendido, lo lógico es que se explique dicha situación. Lo contrario induce a pensar que existe (y sé, en efecto, que sigue la campaña de acosamiento) alevosa intención. Hay muchas maneras de causar daño en los medios de comunicación. ¿Qué significa, por ejemplo, colocar el nombre de mi colega, al publicarle un artículo suyo, como Gloria C. Vásquez? Al suprimirle el primer apellido, se está desfigurando su identidad física e intelectual.

Rumores sospechosos sobre una conducta dañina siguen llegando a mi mesa de trabajo. Ojalá usted se encargara de desvanecerlos.

Atentamente,

Gustavo Páez Escobar

Columnista de El Espectador

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Bogotá, 1° de marzo de 1995

Escritora Gloria Chávez Vásquez
Nueva York

Mi querida Gloria:

Acabo de recibir tu carta del 22 de febrero, que mucho te agradezco. Lamento que te retires de El Diario. Como el escritor no debe quedarse sin tribuna periodística, ojalá te ubiques pronto en otro medio de comunicación. Es cierto que el periodismo limita al escritor, como lo afirman Germán Arciniegas y Eduardo Caballero Calderón, pero también le permite vivir en  contacto con los problemas humanos. Lo ideal es una mezcla de ambas funciones, de tal manera que se haga obra literaria sin descuidar el afán social de cada día.

Admirable tu vocación docente. En tus palabras dibujas muy bien la superficialidad del mundo moderno frente al profesor, y por otra parte analizas la satisfacción espiritual del verdadero educador, que tú lo eres en grado sumo. Voy a copiarte, para tu solaz, unas palabras que escribí hace algún tiempo sobre el escritor boyacense Eduardo Torres Quintero, gran defensor del maestro:

«… se convirtió (la revista Cultura que él dirigía) en el rincón favorito de los pedagogos y de las letras boyacenses. Eduardo Torres Quintero fue permanente abanderado del magisterio como pilar de la sociedad, y él mismo, evangelista de la docencia, convirtió su vocación en un reto contra  la mediocridad. Una vez expresó: ‘No puede haber, ello es imposible, en estas cuestiones de la educación responsabilidades exclusivas: el padre y el hijo y el maestro son la trilogía que conforma la totalidad de la obra de arte que tiene por objeto y por materia prima el fruto de nuestra sangre”.

De tu artículo en El Diario sobre mi carrera literaria saqué varias fotocopias que puse a circular entre un grupo de escritores, con mucha vanagloria mía por tus generosos conceptos. Es bueno, de vez en cuando, jactarnos de nuestro sufrido oficio, como un desquite social, y además para que otros se sientan estimulados para continuar la misma lucha.

A varios de esos amigos (Otto Morales Benítez, Vicente Landínez Castro, Óscar Londoño Pineda) les sugerí que te enviaran sus obras, y ojalá así acontezca.

La telenovela Café, próxima a concluir, acapara hoy la atención de los colombianos, tanto los residentes aquí como los que viven, como tú, en lejanas tierras. El autor de los libretos es Fernando Gaitán, periodista y escritor, quien luego de muchos años de anonimato y esfuerzos escondidos saltó con esta obra al primer plano de la nombradía. En El Tiempo fue un periodista del montón. Te envío dos recortes de prensa para que lo conozcas con alguna propiedad.

Para plasmar la telenovela, se metió por meses en la tierra quindiana, donde aprendió la idiosincrasia regional, los modismos lingüísticos y los misterios del café. En estos días, como suceso irónico y doloroso, se incendió el pueblito de Filandia (Quindío) y arrasó con buen número de edificaciones, entre ellas las que habían servido de escenario para muchas escenas de la obra.

Ayer me entregó el Instituto Caro y Cuervo los primeros ejemplares de mi libro sobre Germán Pardo García. Pronto te lo haré llegar.

Te anoto algunas bibliotecas, como me lo pides, para el envío de tu última obra: (…)

Un fuerte abrazo, querida Gloria.

Gustavo Páez Escobar

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Nueva York, agosto 25 de 1995

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Querido Gustavo:

De regreso de España he encontrado tu grata correspondencia en la que incluyes copia del artículo aparecido en La Crónica del Quindío y un ejemplar de Prensa Nueva (1) que te agradezco infinitamente. Igual te expreso mi gratitud por tus palabras de aliento acerca del cuento aparecido en Manizales y que veo disfrutaste. Me alegra sobremanera.

El viaje a España lo venía planeando hace dos años pero solo hasta ahora se dio. El viaje tenía varios propósitos aparte del de «culturizarme» por vía directa. Fue una peregrinación a los lugares donde se ha hecho historia o que han servido de escenario para el avance de las ideas. Finalmente pude reunirme con Manuel Cases y Mary Carmen, los fundadores de ADDA Defiende los Animales, hacer algunos contactos, promover mi libro y, en fin, conocer a fondo la idiosincrasia de la madre patria.

Me sorprendió ver la desunión que reina entre las provincias. Ya había leído algo acerca de la política del bilingüismo en las autonomías donde el idioma nativo no es el español (Cataluña, Galicia y las Vascongadas). Es en general la misma dinámica que ha surgido en este país en relación al inglés como idioma oficial. Eso afecta todos los ámbitos de la política y de la cultura de los pueblos. (Ya había sido testigo del fenómeno en Canadá, en donde el multilingüismo afecta tan profundamente la vida del país).

Otro aspecto que me llamó mucho la atención es el enfrentamiento de las facciones políticas de España con motivo de los escándalos que empañan el gobierno de Felipe González. La corrupción es grande y nada tiene que envidiar a los gobiernos de aquí o de allá. La exposición de trapos sucios es el tema diario de los medios de comunicación. Los insultos entre contrarios son todo un show. No hay un liderazgo serio. Los españoles están aburridos de tanto «cachondeo» como dicen ellos.

El high light (2) de mi viaje, el cual hice con una amiga cubana, un sacerdote y una monja españoles, fue el de las bellezas naturales de España. Tuve la oportunidad de conocer las ciudades principales (viajamos por carretera). La ruta que seguimos fue la de Madrid-Toledo-Sevilla-Jerez de la Frontera-Cádiz-Málaga-Algeciras-Benidorm-Valencia-Barcelona-Navarra (pasamos a  Lourdes, en Francia, para ir a la gruta) -Pamplona-Zaragoza-Alcalá de Henares-Salamanca-Ávila-El Escorial y Madrid.

España es un país decididamente impresionante. La herencia de la cultura árabe es notable y digna de admiración. Por todos lados hay huella de sus intelectuales. (O por lo menos la advierte todo aquel que ha tenido la fortuna de empaparse de Unamuno, Ortega y Gassett, Lorca, Santa Teresa). El sacerdote con el que viajamos es escritor y especialista en la mística. Su objetivo en este viaje era concluir su investigación acerca del pensamiento de San Juan de la Cruz.

En Salamanca tuve la oportunidad de deshacer los pasos pedagógicos de Unamuno. Ver el aula en donde dictó sus cátedras y fue rector. En Alcalá de Henares (de paso por Sevilla y Cádiz.) percibí la huella de los personajes de Cervantes. En Madrid fui a varias obras de teatro, incluso a una presentación de zarzuela doble que fue una maravilla.

Después de semejante experiencia he quedado sumida en una especie de limbo a mi regreso. Ahora debo prepararme para regresar a clases el 5 de septiembre.

¿Tienes conocimiento de la revista Aleph? Su director es Carlos Enrique Ruiz. Es una buena revista de Manizales. Hace algunos años recibí varios ejemplares y el material me pareció de muy buena calidad. Tal vez puedas escribir allí sobre Germán Pardo García.

Un abrazo de tu amiga

Gloria Chávez Vásquez

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(1) Periódico cultural de Ibagué.
(2) En inglés, el asunto descollante.

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Bogotá, 8 de septiembre de 1995

Escritora Gloria Chávez Vásquez
Nueva York

Querida Gloria:

Cuando llegó tu carta del 23 de agosto, que me escribes tras tu fructífera excursión por España, me encontraba en la tierra quindiana en asocio de Astrid. Hicimos una deliciosa correría turística por los departamentos de la zona cafetera y por el Valle del Cauca.

El Quindío es cada vez más esplendoroso en sus bellezas naturales. No sé si sepas que en Montenegro se creó el Parque Nacional del Café, una obra maravillosa. En un recorrido de dos horas se conoce todo el proceso del café en medio de fascinantes paisajes y motivos propios de la actividad agrícola

Estuve en La Crónica del Quindío. Ojalá colabores con el periódico con notas breves. El jefe de Redacción es Miguel Ángel Rojas Arias, con quien hablé sobre ti. Miguel Ángel acaba de editar un libro de cuentos: El amor de Tigrero.

Qué formidable experiencia has obtenido en tu visita a la legendaria España,  tan llena de historia y cultura. He ansiado mucho ese viaje. Ahora estamos muy invitados a Chile por Jorge Alberto, capitán de navío y hermano mío, quien es el agregado naval de nuestra embajada.

Sí, conozco la revista Aleph y a su director, Carlos Enrique Ruiz, un gran intelectual y hombre de cultura, que hace pocos años era el director de la Biblioteca Nacional. Una publicación muy valiosa. En ella escribí algo hace algún tiempo. Mi libro sobre Germán Pardo García ha recibido excelentes comentarios. Esto me ha hinchado de vanidad, de la buena.

Te repito mi permanente aprecio,

Gustavo Páez Escobar

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Nueva York, febrero 24 de 1997

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Querido Gustavo:

Recibí tu notita y el recorte de Corazón renovado. (1) Tenía la impresión de que no me habías escrito porque estabas en reposo, no porque no hubieras recibido noticias mías. Me alegro, de ese modo tenemos Gustavo para rato. En diciembre te envié una tarjeta y una carta posterior a las llamadas que hice a tu casa. Definitivamente la comunicación vía correo con Colombia ya no es “reliable”. En estos días anda perdida una caja con libros míos y que se suponía haber estado en la Universidad del Quindío.

¿Has pensado instalar el programa de e-mail o Internet en tu computadora? Sería conveniente, ya que la comunicación es inmediata. Además, tienes acceso al mundo entero.

Realmente he estado más ocupada que de costumbre en los asuntos de mi trabajo y mis escritos. Estoy considerando otras opciones. La de enseñar en college –colegio preuniversitario– y la de publicar solo en inglés. Esto me está consumiendo gran parte de mi tiempo. Este semestre estoy enseñando una clase de drama –tengo un excesivo número de alumnos– y tres de literatura. Aparte estoy a cargo de un programa de mediación. Demasiada papelería y demasiados jefes que atender. Dice una profesora venezolana que “son muchos jefes y pocos indios”.

Quisiera pedirte el favor de que me trataras de localizar a Julio Alejandro Camelo, fundador de la Unión de Escritores Colombianos. Hace rato no sé de él. Tal vez lo puedas localizar por medio del directorio. Quisiera saber si está bien. De paso le preguntas por Jorge Vélez, exasesor de la Unesco en Bogotá. Lo único que supe de él es que estaba enfermo en una clínica de la capital. Luego, me devolvieron una carta porque su dirección postal había sido cancelada.

¿Recibiste el número reciente de la revista ADDA? ¿Te has vuelto a comunicar con ellos? ¿Cómo van las cosas por Colombia? Espero que en recuperación franca.

Tu amiga en Nueva York,

Gloria Chávez Vásquez

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(1) Corazón renovado (El Espectador, 3-VI-1997). Se refiere a la cirugía que me practicaron del corazón.

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Bogotá, 15 de marzo de 1997

Escritora Gloria Chávez Vásquez
Nueva York

Muy recordada Gloria:

Veo por tu carta del 24 de febrero que andas muy ocupada en tus labores docentes y en tu ejercicio literario. En medio de ese incesante ajetreo escribes libros y produces muchas actividades útiles, lo cual engrandece el sentido de vivir.

A varios de mis amigos he preguntado por Julio Alejandro Camelo y Jorge Téllez y ninguno me ha dado noticia cierta sobre ellos. Camelo no figura en la guía telefónica (y Jorge Téllez hay muchos), pero está reseñado en el Diccionario de escritores de Colombia como autor de dos libros: Las luces de la tarde (Bogotá, 6 p. m) y Banderas rojas. Seguiré preguntando.

Recibí el último número de ADDA y en ella leí tu excelente artículo Anatomía de la violencia. Es un enfoque certero sobre la maldad del hombre. Por la misma revista me enteré de la muerte, en enero de 1996, de Jorge Roos, noticia que me produjo honda conmoción. Tuve con Roos cruce epistolar, y leí su estupendo libro El mono degenerado. En su última carta me contaba  que se sentía cansado y enfermo y que se le dificultaba contestar la correspondencia.

El próximo viernes 21 –y hasta el 29 del mismo mes–  salgo hacia Cancún en compañía de Astrid, de mi hija Fabiola y su esposo. Ese día pernoctamos en Miami. Voy a refrescar el corazón renovado en la isla paradisíaca de Méjico.

Mis proyectos editoriales se han estancado. Varios libros tienen opción de imprenta, pero ninguno quiere arrancar. El camino del escritor es áspero y sufrido. Ahora trabajo en otra novela, sobre mi experiencia en la selva del Putumayo. Me falta poco para concluirla.

Te van mis permanentes recuerdos,

Gustavo Páez Escobar

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Nueva York, abril 6, 1998

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Querido Gustavo:

Recibí tu artículo El final de una epopeya publicado en El Espectador el 22 de marzo pasado. Muy interesante, y más interesantes aún las preguntas que tus reflexiones inspiran.

Pregunta 1:

¿Cuál fue el grupo financiero denunciado por El Espectador en 1981? (¿No fue el Grupo Santodomingo?).

Pregunta 2:

¿Hay una segunda parte de este reporte? De 1981 para acá la historia de El Espectador ha estado muy ligada al viacrucis que vive el país. ¿De pronto es un síntoma de los años por venir?

Pregunta 3:

La compra por el Grupo Bavaria (cuyas transfusiones a la moribunda Colombia son de cerveza y no de sangre nueva –ni siquiera un suero intelectual–) es un editorial sobre el momento que vive la patria. ¿Querrá eso decir que el nuevo periodismo estará sujeto a la venta de cerveza? ¿Anuncios y promociones?

Bueno. Me limito a estas tres. Lo que parece positivo es que, a pesar de la crítica implícita en tu escrito, no solo la dejaron pasar sino que le dieron realce. (El final de una epopeya….  ¿el comienzo de…?).

¿Recibiste mi tarjeta? Sería bueno que tu hijo pasara por el Centro Colomboamericano y obtuviera información sobre South Hampton University y sobre los papeles de matrícula y los de la visa estudiantil. Así va adelantando.

Bueno. Abrazos y saludos a Astrid. Love,

Gloria Chávez Vásquez

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Bogotá, 23 de abril de 1998

Escritora Gloria Chávez Vásquez
Nueva York

Querida Gloria:

Hoy recibí tu tarjeta del 6 de este mes y el formulario para mi hijo. Supongo que viene otra carta en camino, como respuesta a la que te envié el 31 de marzo. Contesto las preguntas que me formulas sobre El Espectador:

1) El grupo financiero denunciado por el periódico en 1981 no fue el Santodomingo sino el Grancolombiano, dirigido por Jaime Milchelsen Uribe, presidente entonces del Banco de Colombia (y ahora al borde de la muerte, víctima de un cáncer, después de haber vivido varios años huyendo del país). De allí proviene el deterioro económico del diario, ya que dicho grupo le declaró una guerra implacable –denominada la tenaza económica en célebre editorial del periódico– mediante el retiro de la propaganda que manejaba en los medios de comunicación.

2) Los hechos posteriores más destacados son: el asesinato de Guillermo Cano; el atentado dinamitero que casi acaba con las instalaciones del diario –perpetrado por los narcotraficantes que comandaba Pablo Escobar–; el asesinato de otros periodistas y empleados del periódico (entre ellos el del abogado que llevaba el proceso por la muerte de don Guillermo); y a la postre, la aguda crisis económica que determinó la venta de casi todo el capital.

3) El Grupo Santodomingo se llama ahora Grupo Bavaria. En esta razón social se concentra la totalidad de las empresas del magnate colombiano (cuyo capital es el más poderoso del país). Al director del periódico le han otorgado libertad para que maneje la política editorial. Veremos lo que sucede.

Te acompaño un recorte de prensa sobre un grave suceso que ocurre en el Quindío: la detención del congresista Oviedo, dueño del Diario de Colombia, un personaje siniestro. Creo que te vas a llevar una sorpresa, pues no estás en antecedentes de estos hechos.

Te envío un fuerte abrazo,

Gustavo Páez Escobar


Ver epistolario Gloria Chávez Vásquez 2001-2010

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VICENTE JIMÉNEZ

Profesor y escritor colombiano, oriundo del departamento de Antioquia, nacido en 1925. Psicólogo, periodista, ensayista, que se graduó en Ciencias de la Educación en la Universidad de Fordham de Nueva York. Su tesis doctoral fue publicada por Plaza Mayor Ediciones, en 1973, bajo el título de Romanticismo poético colombiano. En 1970 fue seleccionado para conducir la cátedra de Literatura Hispanoamericana de Kearney State College de Kearney, Nebraska, y en 1973 le fue asignada la cátedra de verano en Valencia, España, adonde acudió con un grupo de estudiantes americanos para enseñar los cursos de la Generación del 98.

En 1973, obtuvo además la licenciatura en Psicología y se dedicó los años siguientes a medir la inteligencia de los niños en escuelas. Retirado de las labores como profesor, consejero y psicólogo, se dedicó al periodismo. Sus artículos y ensayos han sido publicados en El País, de Cali, El Espectador, de Bogotá, la revista Nivel, de Méjico, la revista Manizales, de Colombia, y el periódico La semana, de Orlando, Estados Unidos. Murió en La Ceja, Antioquia, el 24 de enero de 2011.

Libros: La inspiración poética en cisne de Apolo, Marina, una sicotragedia, El sacerdote casado, Romanticismo poético colombiano, Encantos de fantasía, El trágico sino de Víctor.

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Orlando, abril 1, 1991

Don Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Mi muy estimado don Gustavo:

El 7 de marzo me escribió usted su atenta carta a la cual hago referencia. Me llamó la atención acerca de lo que usted dice: «Su cátedra acerca de la palabra  México«. Es curioso que usted no me haga ningún comentario negativo o positivo acerca de mis sencillas observaciones sobre el problema. Lo único que yo hice fue poner por escrito lo que aprendí en la Universidad de Emory, de Atlanta, de boca de un famoso profesor español de Historia de la Lengua y Fonética Españolas.

Le agradezco mucho su gestión para que publicaran en El Espectador mis notas sobre la cumbia, no sobre el bambuco colombiano, como usted dice graciosamente. Yo sigo sosteniendo que la cumbia es una de las mayores contribuciones que Colombia ha hecho al mundo en el arte musical a pesar de las obras escritas por otros afamados compositores colombianos.

Le agradezco los esfuerzos que viene haciendo para ver si publican algunos de mis ensayos. Si por ello usted incurre en algunos gastos, déjeme saberlo, y yo los cubriré de alguna manera.

Por Dios, yo le envié dos copias de Carta de un sacerdote a su obispo diocesano, y usted nada menciona de ello en su breve carta del 7 de marzo. Hoy le envío mi último ensayo sobre el impresionismo. Cuando en mi casa yo le extendí mi mano de bienvenida, lo felicité por no haberse dejado enredar en los líos de los surrealistas al escribir sus hermosas novelas.

Saludes de Carolina, Estevan y Anita. Ya firmamos un contrato para vender la casa de Missouri.

Lo admira y aprecia su amigo,

Vicente Jiménez

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Bogotá, 5 de abril de 1991

Señor Vicente Jiménez
Orlando, Florida

Apreciado amigo:

Recibo hoy, con gran velocidad en el correo, su carta del 1° de este mes. Con ella me llega su escrito El descoloramiento del colorante. Discúlpeme que no le haga ningún comentario sobre él, ya que apenas voy a leerlo. Parece que usted aspira a que se le co­menten de inmediato sus ensayos, y por eso se queja de que tampoco le hubiera hecho alusión alguna a su cátedra sobre la palabra México (1) y a la Carta de un sa­cerdote a su obispo diocesano.

Sobre estos envíos de cortesía tengo una idea distinta. Tales documentos, cuando quedan en buenas ma­nos, servirán para que alguna vez el destinatario acu­da a ellos en busca de datos o con necesidad de extraer de allí el mensaje que poseen. Son una presencia del autor en la biblioteca de quien los ha recibido y tiene el cuidado de conservarlos. Se pare­cen a los libros: viven despiertos en las bibliote­cas.

La palabra escrita es prodigiosa. Hoy me ha llamado un lector a quien no conozco y me ha comentado un artículo de prensa que escribí hace 11 años, titulado Una guerrillera de 16 años. Lo va a incluir en una novela social que ha madurado en todo este tiempo. ¿Cuándo iba yo a suponer que esa nota tu­viera tanta proyección?

Perdóneme el lapso de cumbia por bambuco, que por ra­pidez de máquina se me escapó en mi carta pasada. A usted esto le parece gracioso. Supongo que, no obstante, es buen entendedor. No soy experto en música, como sí lo es usted, pero sé distinguir la diferen­cia entre ambos géneros.

Un cordial saludo,

Gustavo Páez Escobar

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(1) Ensayo de Vicente Jiménez sobre la grafía de dicha palabra: con j o con x. Sobre este aspecto publiqué una columna en El Espectador, con la tesis de que lo correcto es escribirla con j, pues no hay palabra en español que se escriba de una manera y se pronuncie de otra.

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Orlando, septiembre 7, 1992

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Don Gustavo, señora y familia:

Hace unos días envié a ustedes mi tarjeta de agradecimiento por las atenciones de que fui objeto en Bogotá al visitar su acogedor hogar. Hoy les escribo esta nota para decirles que Carolina, mi persona y Anita fuimos a visitar a Fabiola al hotel. Colocado a 23 millas de nuestra casa, no siempre fue posible estar en contacto con ella.

Por lo demás, sus quehaceres fueron muchos y, cuando nosotros tuvimos tiempo para agasajarla, ella tenía compromisos con las personas que aquí la entrenaban. Varias veces la llamé sin que ella pudiera responderme, pero le dejé mensajes a los cuales ella me respondió narrándome sus urgentes compromisos.

No fue pues posible que viniera a nuestra casa; yo, con todo gusto, hubiera ido hasta el hotel para traerla y hacerla objeto de nuestras atenciones, pero no fue posible. En todo caso nos alegramos de que una hija de ustedes haya tenido la oportunidad de recibir semejante  entrenamiento en los Estados Unidos.

La señora Aída Jaramillo Isaza (1) me escribió una hermosísima carta dándome elogios inmerecidos, y me pide escriba algo sobre Julio Cortázar, Juan Rulfo y Jorge Icaza. Por supuesto que tengo material sobre estos y otros autores en mi libro Siglo y medio de novela hispanoamericana».

En el ensayo que envié a usted, La descoloración del colorante, cité a Julio Cortázar en la manera como describe el acto sexual, acotando un pasaje hallado en 62-modelo para armar, para hacer un contraste de cómo describe usted el mismo acto sin apelar a exageraciones surrealistas.

Pero ahora, cuando voy a escribir de nuevo sobre Cortázar, encuentro un pasaje mejor apropiado que el que saqué de 62-modelo para armar. Helo aquí, y yo quiero substituirlo reemplazándolo por este que es tomado de Rayuela en su edición de la Editorial Suramericana de Buenos Aires, 1963, pag. 428:

«Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sústalos exas­perantes.   Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso, y tenía que envulsionarse la cara al nóvalo sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejumaban, se iban apeltrunando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariconcia. Y sin embargo era apenas el principio, por­que en un momento dado, ella se tordulaba los hurgalios consintien­do en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulicordio los encrestoriaba, los extrajustaba y para movía; de pronto era el clinón la esterfurosa convulcante de las métricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volpasados en la cresta del murelio, se sentían balparamar, perli­nos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y to­do se resolviraba en un profundo pínice, en niolmas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el lími­te de las gunfias.» (68, pag. 428).

Risum teneatis…, don Gustavo. Yo no sé en qué reside la fama de Julio Cortázar, e ignoro por qué hay tantos compatriotas nuestros que se desbaratan de emoción estética leyendo semejantes desatinos.

Mis respeto a su gentil esposa y mis recuerdos para toda su familia. Carolina envía saludos, y yo estrecho la mano del que escribe otra novela agotando las experiencias de su vida allá en el Quindío colombiano.

Su afectísimo,

Vicente Jiménez

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(1) Directora de la revista Manizales.

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Bogotá, 3 de octubre de 1992

Doctor Vicente Jiménez
Orlando, Florida

Apreciado amigo:

Después de contestar la amable tarjeta que usted me envió a su regreso a Estados Unidos he recibido la carta del 7 de septiembre, que mucho le agradezco. Fabiola comprendió muy bien la dificultad para haber tenido con ustedes una entrevista más amplia, y desde luego quedó muy grata con la visita que le hicieron en el  hotel.

El pasaje que me cita de Julio Cortázar, sobre el acto sexual, está escrito en lenguaje tan oscuro y rebuscado, que el lector, en lugar de placer, experimenta fatiga. No ha sido Cortázar un autor de mi devoción. Lo he leído en forma dispersa, picando aquí y allá, y su estilo nunca me ha seducido. Por eso no he sido capaz de llegar a Rayuela, un libro que hace turno en mi biblioteca desde hace varios años. Otro tanto ha acontecido con El otoño del patriarca, libro que por su falta de puntuación y de párrafos aparte es como si careciera de oxigeno.

¿Para qué perder tiempo en lecturas intrincadas cuando hay tantos libros selectos que nos hacen señas? En este sentido sigo una regla de Séneca, cuando dice: “Tened cuidado en el exceso de lecturas, porque esa multitud de obras y de autores de toda especie pudiera ser ligereza e inconstancia. Hay que dedicarse a unos cuantos autores escogidos, nutrirse de su substancia, para que se os grabe en el alma alguna cosa. Estar en todas partes es no ir a ninguna parte”. En sentido igual disertaba Schopenhauer, a quien yo hago mucho caso en sus consejos al escritor.

La lectura, primero que todo, debe ser un placer para el gusto personal.  Esta regla es extensiva a cualquier manifestación del arte. Un libro, para que en realidad sea agradable y provechoso, ha de convertirse en un manjar para el paladar propio. Y que el paladar ajeno se nutra con sus propios gustos…

Ya terminé mi nueva novela. Estoy pletórico de regocijo. Usted me comprende. Ahora viene el calvario de buscar editor.

Un gran abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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Orlando, octubre 21, 1992

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Mi muy estimado don Gustavo:

Leí con verdadero interés su discurso pronunciado en el Planetario Distrital de Bogotá sobre el inmortal poeta don Germán Pardo García, amigo de su merced, y por qué no decirlo, también mío.

Como a usted se lo narré aquí en mi casa, Pardo García, de una manera  incomprensible, me honró con su amistad viniendo a verme al hotel de Ciudad de México el día 3 de junio de 1977, trayendo consigo su antología poética Apolo Pankrátor con una inmerecida dedicatoria. Manifestó sus deseos de publicar mi ensayo sobre la inspiración poética en la revista Nivel, cosa que hizo a gran relieve unos pocos meses después.

Me pidió con insistencia que leyera su nota biográfica inserta en su antología para que yo le hiciera un comentario. Ingratamente yo nada escribí, pero sí leí a lo largo parte de su ensayo biográfico y, allá, en la calle de Támesis, delante de Luis Enrique Sendoya, leí para el poeta unas líneas escritas en un miserable papel reconociendo las torturas impuestas a él por otros y describiendo las rebeldías que tanto llamaron la atención durante su vida en Colombia y su permanencia en México.

En otro viaje que hice al país azteca un año después, el poeta no estaba de buen humor, y el regalo que mi esposa Carolina y yo le llevamos, un cuadro de un búho hecho de acuerdo a las reglas del «string art», quedó en manos de no sé quién porque el inmortal sicópata nos aplicó uno de los últimos párrafos con que cierra sus anotaciones biográficas en su Apolo Pankrátor:

“La puerta de su pequeño recinto no se abre para nadie. Es sabido que no es posible comunicarse con él ni aun telefónicamente. Rechaza toda amistad. Tan sólo los poetas mexicanos Octavio Novarro y Vicente Magdaleno y el poeta humanista colombiano Luis Enrique Sendoya, a los  que res­peta y quiere, transponen de cuando en cuando el muro que ha erigido entre su vida y el mundo falsario y estridente, con el que está por contraste en bronco trato diario sacándole chispas a golpes de lucha”.

(Nota  biográfica, segunda parte, página XLVI).

Volviendo, don Gustavo, a su discurso, demuestra usted un detallado conocimiento de la  vida privada del poeta, de sus luchas internas, de sus íntimas incoherencias y de su bizarra personalidad.

Ambos, usted y él, caen en contradicción acerca de si fue Ibagué o Choachí el lugar de su nacimiento. ¿Qué va a hacer pues un escritor como usted para ser preciso si el mismo Pardo García incurre en contradicción cuando empezando su nota biográfica dice: “1902-19 de julio. Nace a la una de la mañana en la ciudad de Ibagué, capital del departamento del Tolima, Colombia”.

Y luego anota: «Asimismo su libro Los ángeles de vidrio es la imagen del pueblo de Choachí, que él considera su verdadera cuna».

Yo tengo para mí que una cosa es decir: Nací en, y otra, Considero que nací en. Por eso me inclino a creer que el lugar de nacimiento de Germán Pardo García es Ibagué, y no Choachí. Este poeta singular siempre quiso figurar como un proletario de cuna y no como un plutócrata de cepa, y Choachí es la camisa que mejor se acomoda a su naturaleza idealista de campesino.

Es interesante que usted, don Gustavo, parece aceptar a Ibagué como cuna del poeta, pues en su discurso del Planetario usted dice claramente: “La urna fúnebre (de las cenizas  de Pardo García) llegó a Bogotá el 25 de septiembre, el mes siguiente de la muerte, y luego  se trasladó a Ibagué, la ciudad nativa del poeta». Pero inmediatamente usted agrega: «A Ibagué sólo vino a conocerla en 1928, y nunca más regresó.»

Pero don Germán, hablando de Ibagué, escribió en su nota biográfica: «Cuando en 1928 el joven visita su ciudad nativa… etc. (XII). Y obviamente usted y él hablan de la misma visita  en idéntica fecha a la misma ciudad de Ibagué. Parece pues ser que Ibagué, y no Choachí, es el Iugar de nacimiento del poeta Pardo García. Quizás Choachí es para el poeta la ciudad de sus sueños, pues si Choachí, como usted lo asegura, significa en la lengua chibcha: «Ventana de la luna», ese nombre poético pudo abrirle las ventanas a esa luna que inspira no sólo a los poetas románticos, sino también a los que como a Pardo García estuvieron encerrados en los antros de tinieblas que los sofocaban.

Me permito de nuevo felicitarlo por ese erudito y sincero ensayo en el cual usted paga un tributo a ese su amigo que tanto distinguió a usted, y a ese bardo que por sus grandezas y defectos logró colocarse a la altura donde no llegan ni los mediocres, ni los lacayos.

En cuanto a la lectura de Rayuela de Cortázar, acuérdese, don Gustavo, que en mis ensayos La descoloración del colorante y El mico y gato pintores, yo combato esas degradantes nuevas tendencias de vanguardia por las cuales ni usted ni yo vamos a poner nuestros cuellos a la guillotina.

Recuerdos a su familia. Su amigo de siempre,

Vicente Jiménez

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Bogotá, 21 de noviembre de 1992

Doctor Vicente Jiménez
Orlando, Florida

Apreciado amigo:

Su caria del 21 de octubre trae una grata reminiscencia sobre el poeta Germán Pardo García, alrededor de los dos encuentros que tuvo usted con él en Méjico en los años 1977 y 1978.  Muchos, como usted, guardan este doble recuerdo sobre su amabilidad y al propio tiempo sobre su excentricidad: ambos eran rasgos típicos de su temperamento.

El poeta, en efecto, nació en Ibagué, pero apenas de dos años se le traslada a Bogotá, donde su padre ejerce el cargo de juez. Un año después queda huérfano de madre y es enviado al páramo de El Verjón, en Choachí, donde queda al cuidado de una nodriza neurótica. A Ibagué la visita, y en realidad la conoce, en 1928, a la edad de 26 arios, y nunca más regresa allí. Cuando él habla de Choachí como su verdadera cuna lo hace en sentido sentimental y poético. El páramo lo marcó para siempre. Por eso su poesía está imbuida de soledad y angustia, y al mismo tiempo de amor a la naturaleza y al hombre sencillo del campo, el cual rodeó su niñez y su adolescencia.

En la revista Manizales del mes de septiembre leí, con verdadero interés, el ensayo que usted titula ¿Es Estados Unidos un país antirreligioso? En este escrito se aprenden muchos aspectos del profesor de la vida que ha vivido largos años en el gran país americano. Me complace que continúe enviando colaboraciones a la amiga Aída, cuya revista circula por las mejores manos de los círculos intelectuales colombianos. Es una gaceta silenciosa que hoy exhibe el récord de 51 años de labor continua.

Mil gracias, además, por la fotocopia de la nota que envió usted al poeta Pardo García el 4 de junio de 1911. Esta constancia, para mí que tanto admira al genio de la poesía, es muy preciada.

Van, con Astrid, nuestros saludos afectuosos, extensivos a su esposa.

Gustavo Páez Escobar

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Orlando, abril 10, 1995

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Mi muy estimado amigo don Gustavo:

El mismo día cuando nos fuimos para vacaciones recibí su maravilloso libro Biografía de una angustia, en el cual usted se consagra como tremendo biógrafo de uno de los más grandes poetas que hasta el presente ha dado Latinoamérica. Si el biografiado obtuvo su gloria merced a su sino trágico, quien escribió su vida oportunamente plasmóla al beneficio de las generaciones por venir.

Créamelo, don Gustavo, usted se sublimó al haber tenido el coraje de exprimir material tan abrupto, tan divino-diabólico, tan antisocial, tan rudo y tan cósmico. Sus páginas brillan por la fluidez de su estilo, la facilidad de decir cosas difíciles, la habilidad de enderezar lo torcido, y el don de hacer florecer la rectitud de intención donde no existe sino la negatividad, la claudicación y la blasfemia.

La personalidad de don Germán Pardo García es extremadamente polifacética, y yo, personalmente, tengo ideas muy encontradas y opuestas acerca de la naturaleza de este monstruo del mundo ético y del clima poético. Usted estuvo privilegiado al haber podido mantener una amistad redentora con el héroe. Yo no pude, porque aunque él me abrió las puertas de su apartamento en la calle Támesis, no fui digno para que su corazón me abriera las puertas de su amistad, y allí terminó todo.

Me dedicó con frase bella su libro Apolo Pankrátor, pero yo no le supe corresponder dignamente. Me pidió que escribiera un comentario acerca de su vida, pero yo no lo quise hacer por lo egoísta que fui en ese tiempo. Me dolí de ello, y en otro viaje a México le llevé un regalo: un búho, un cuadro hecho artísticamente con hilos por el hermano de mi esposa Carolina. No me recibió en su casa, y el cuadro quedó no sé dónde.

Durante mis vacaciones por Fort Miers (Florida) me deleité con su libro. Lo leí todo, y quedé encantado con su maestría en decir cosas indecibles a beneficio de un genio plasmado en el rescoldo del vicio, del odio, del amor, del infortunio, del fracaso, del dolo y del estro poético.

Don Gustavo, lo felicito por su logro. Su prosa es fluida, castiza, musical y clásica. Una de sus admiradoras, Fabiola su hija, me dijo un día que usted es lo que es debido a su disciplina personal, su consagración al trabajo y su estructuración de artista. Mi esposa, Esteban y yo lo felicitamos. Le incluyo artículos míos escritos para la Semana Santa.

Su afectísimo,

Vicente Jiménez

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Bogotá, 27 de abril de 1995

Doctor Vicente Jiménez
Orlando, Florida

Muy apreciado amigo:

Un grato placer me depara su carta del 10 de abril, en la cual leo los elevados conceptos que le ha merecido mi  biografía de Germán Pardo García.

Los contrastes que establece usted al analizar la extraña personalidad del bardo y su grandiosa poesía, factores que crearon una de las figuras más enigmáticas que sea posible concebir en el mundo de las letras, son los mismos que me llevaron a profundizar en esta vida misteriosa y al  mismo tiempo fascinante.

Gracias por el estímulo de sus palabras generosas. Veo que la obra ha despertado loas espontáneas en cuantos la han leído, tanto en Colombia como en el exterior, lo cual me llena de sano orgullo. Es el premio a la ardua labor que me propuse acometer hace largos años, y que a la postre logré concluir con el resultado que hoy me colma de alegría.

Este triunfo literario ha quedado depositado en el seno de mi hogar como una hoja de laurel para la amante esposa, y como una herencia para los hijos y los nietos, quienes, a lo largo de la vida, tendrán un motivo para hallar en el pasado la fuente de energía espiritual que hoy queda sembrada en el terreno de la literatura.

Les reiteramos nuestra constante amistad,

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, 8 de abril de 1998

Doctor Vicente Jiménez
Orlando, Florida

Apreciado amigo:

Cómo nos hubiera gustado compartir con ustedes las vacaciones que proyectan en Cancún para finales de julio. Lamentablemente no nos es posible aceptar su amable invitación por tener previsto, hacia agosto o septiembre, un viaje a Europa. Es un viaje que hemos acariciado desde hace varios años y que ahora esperamos hacer realidad en asocio de otro matrimonio. Quedamos muy agradecidos con ustedes por habernos tenido en cuenta para sus vacaciones.

Mil gracias por los periódicos que me envía, donde aparecen varios capítulos de Marina, una sicotragedia.

La vida colombiana, que sin duda sigue usted con mucha atención desde la prensa y la televisión de ese país, es un conflicto interminable. Acaba de morir de hepatitis (una ironía para el guerrillero, cuyo sueño es morir con la metralleta en la mano) el cura Pérez, jefe del Eln, un siniestro personaje que sacrificó muchas vidas y es autor de horrendas torturas y más de 500 atentados contra las instalaciones petroleras.

Desde ahora les deseamos que gocen de días muy gratos en las deliciosas playas de Cancún.

Van nuestros efusivos abrazos,

Gustavo Páez Escobar

===============================VicJ===============================

DIANA LÓPEZ DE ZUMAYA

Nació en Manizales. A partir de 1977 y hasta 1985 escribió en La Patria, usando varios nombres: Diana López de Zumaya, Diana Zumaya, Martha del Río, Lucila Valleazul. Colaboró también durante varios años en la revista Manizales, que dirigió, a la muerte de sus padres, Aída Jaramillo Isaza. Llegó a Méjico, recién casada con Jaime Zumaya Vega, el 23 de julio de 1971 y allí se radicó. Sobre el arte de escribir, que Diana ejerce con alta calidad, expresa lo siguiente: “Escribir, pero escribir para mí misma, escribir mis recuerdos de viajes, escribir cartas y ahora escribir por este maravilloso medio que permite que las comunicaciones sean instantáneas: ese es uno de mis placeres”.

Diana es hija del escritor Adel López Gómez y de él heredó la belleza del estilo que se refleja en sus estupendas cartas, imbuidas de amenidad y poesía.

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Bogotá, 31 de julio de 1991

Señora Diana López de Zumaya
Ciudad de Méjico, D. F.

Apreciada Diana:

Estoy muy preocupado con el grave estado de salud de Germán Pardo García. Esto hace temer por un desenlace inminente. Aristomeno me ha hecho llegar varios recortes de prensa de Méjico donde se da cuenta de la triste noticia.

Como verás por la fotocopia adjunta, también en Colombia hay preocupación. Ojalá que el homenaje programado en la ciudad de Ibagué no resulte póstumo. Mi libro sobre el poeta –ya terminado, pero sometido al vía crucis de la edición– parece que también va a convertirse en una ofrenda póstuma. “Todo nos llega tarde, hasta la muerte…”

Gracias por tu correspondencia. La aprecio mucho. Hoy te escribo de afán, perturbado como estoy con la noticia sobre el maestro, y salgo a enviarte este correo. Salúdame a Laura Victoria y cuéntale que le escribí hace varios días. Ella se preocupa cuando no recibe mis cartas. También me llegó carta de su hija Beatriz.

Te van, con Astrid, nuestros saludos de aprecio,

Gustavo Páez Escobar

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México, D. F., 20 de septiembre de 1991

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Apreciado Gustavo:

No creo que pueda agregar nada que tú no sepas respecto a la muerte de Germán que está a poquitos días de cumplir su pri­mer mes de muerto. No lo creo porque pienso que entre el doctor Aristomeno Porras y Laura Victoria, y quizás algunas otras personas, te habrás ido enterando de cómo sucedieron las cosas en los últimos tiempos de Germán.

Pero tampoco quiero permanecer ausente y callada, tampoco puedo dejar de hablar contigo sobre esto que me ha afectado y me ha dolido, ni quiero dejar que pasen los días sin que yo te dé mi versión de las cosas.

Déjame solo que empiece por el final y te diga que una cosa me causó emoción en esa noche del 23 de agosto cuando en un momen­to dado estábamos Laura Victoria, Alicia (su hija), el doctor Po­rras y su nieto, la señora que cuidó a Germán en los últimos tiempos y Carmen de la Fuente. (1) Pero al menos yo sentí que no estábamos solo nosotros sino que estaban también dos personas más, tanto se hablaba de ustedes, tú y Otto Morales Benítez.

Todos los recordábamos, el doctor Porras nos dijo que los había llamado y me pareció que muchas veces el afecto puede unir a la gente muy sólidamente a pesar de la barrera de la distancia. Con esto quiero decirte que esa noche del duelo de Germán yo sen­tí como si tú y Otto estuvieran también allá, en el segundo piso de la casa funeraria de Sullivan donde, tan dignamente, fue velado el cuerpo de Germán antes de que fuera incinerado.

Diez, doce días antes de su muerte fui a ver a Germán a su casa y tuve la impresión de que no me reconoció en ese breve espacio de tiempo en que, con el pretexto de darle un poco de leche, ac­cedió a destaparse, a quitarse de encima esa áspera cobija café que cubría su cuerpo y ese mueble duro que le servía de cama y que tú seguramente recuerdas.

En ningún momento me dijo por mi nombre ni dio señal alguna de reconocerme, pero ese aspecto pálido, cadavérico que tenía me impresionó en forma tal que te lo digo con toda sinceridad, cuando salí de su pequeña vivienda y aspiré una bocanada de aire en el paseo de la Reforma, es­tuve casi a punto de sentarme a llorar en alguna de esas bancas que hay en la avenida. De repente me sentí muy desolada y como llena del recuerdo de esos días en que Germán, todo actividad y todo brillo, llegaba los domingos en las tardes a nuestra pequeña casa para darnos una cátedra sobre los asuntos más variados e interesantes.

Por lo que varias veces me dijo el doctor Porras, quien pienso yo se manejó con una generosidad inigualable con Germán en todos estos últimos meses, su situación puede describirse en igual forma a lo largo de mucho tiempo. Y así lo demuestra, por ejemplo, aquel reportaje que te envié y algunas de las otras cosas que sobre él se han escrito y que no solo te he enviado yo sino seguramente otras personas.

Estaba viviendo una épo­ca y en unas condiciones que podría decirse que la muerte era ya una bendición y según me lo dijo la señora del doctor Kronfle, un ecuatoriano diplomático muy amigo de Germán y a quien tal vez conociste cuando estuviste aquí, Germán pedía mucho la muerte, la deseaba.

El viernes murió alrededor de las 11 de la mañana. Laura Vic­toria me avisó poco rato después, y luego lo hizo también Car­los Ariel Gutiérrez. (2) Fue muy difícil conseguir el certifica­do médico de defunción, que la mayoría de los médicos se niegan a dar en esta ciudad, por complicaciones posteriores que pueden tener con las autoridades legales y de policía, y mucho más en el caso de Germán que se negó a tener ayuda médica y a seguir las instrucciones que le daban los médicos que lo vieron. Pero finalmente el doctor Porras, con la ayuda del cónsul de Colombia en México, que se manejó muy generosa y solícitamente, lo consiguieron.

Su cuerpo fue trasladado a la capilla número 2 de la sala de velaciones de Gayosso, Sullivan, a unas cuantas cuadras de su casa en Río Támesis, el lugar más reputado para esta clase de situaciones en la capital mexicana, todo dentro me la mayor dignidad y respeto. Allí lo acompañamos algunos amigos, de los cuales te he citado unos cuantos, al principio de la carta, y luego en la mañana, al menos yo, regresé un rato, como hasta las once de la mañana, hora en la que, desafortunadamente, tuve que ir a cumplir un compromiso al cual no podía faltar porque lo había contraído desde hacía mucho tiempo.

No estuve, pues, en la hora del entierro pero sí estuve con él, con su recuerdo, unas cuantas horas y con alguien más, a quien no sé si conociste o no: con Julieta, prima de Germán, quien también vive en México desde hace años y quien también está uni­da a esas inolvidables comidas que Germán ofrecía en el restau­rante chino «La Gran Muralla» en las que siempre nos encontrábamos.

Te repito las gracias por todo lo que me has enviado respecto a él. Con algunas cosas, con algunos artículos estoy en fran­co y total desacuerdo, pero en cambio el tuyo, (3) tu semblanza me emocionó mucho, me pareció estupenda y, además, ilustrada be­llamente con un estupendo retrato de Germán que no conocía y que en lo que a mí se refiere viene a llenar un vacío pues no tenía un retrato de ese inolvidable y admirado amigo que fue Germán Pardo García.

¿Ves lo que te pasa por decirme que soy excelente para narrar situaciones?     Te hago leer una larga carta que nada nuevo te agregará. Pero quería compartir contigo mi propia visión de ese 23 de agosto y quería decirte, además, que tú estabas en Bogotá, pero esa tarde y esa noche también estabas en Ciudad de México, al lado de Germán.

Un abrazo fuerte de,

Diana López de Zumaya

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(1) Distinguida poetisa mejicana, muy amiga de Germán Pardo García, que colaboraba con él en la edición de la revista Nivel.
(2) Escritor y periodista colombiano, de Aguadas (Caldas), que se radicó en Méjico cuando fue a ejercer el cargo de agregado cultural de la embajada de Colombia. Autor del libro Humo del tiempo (Biblioteca de Autores Caldenses, 1991).
(3) El domingo 1° de septiembre de 1991 (una semana después de fallecer el poeta) fueron publicadas tres páginas mías en forma destacada: Poeta del dolor (Lecturas Dominicales de El Tiempo, Bogotá), Biografía de una angustia (Dominical El Colombiano, Medellín) y Biografía de una angustia (La República, Bogotá).

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México, D. F., 26 de octubre de 1991

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Apreciado Gustavo:

Recibí este fin de semana el suplemento de El Colombiano con apartes de ese esperado libro que ojalá pronto salga publica­do: Biografía de una angustia. Leerlo me vuelve de nuevo al recuerdo de Germán, a su vida, a lo que yo pude conocer de ella, a ese extraño pero querido personaje que era Germán. Y me gustó mucho también la selección de cuatro poemas que com­plementan este artículo que –con justicia– es el central del suplemento dominical de septiembre 1 de El Colombiano. Li­bro de vida es un bello poema que no conocía y que no solo me hace pensar en su autor, Germán, sino también en mi Papá, pues realmente ahora me acerco a él a través de sus libros.

Mañana mismo le sacaré fotocopias, enviaré una a Laura Victoria, otra al doctor Aristomeno, y pienso enviar dos más: una a Eduar­do Camacho, periodista de Excelsior, quien sé que quiso al poeta, otra más a Julieta de Kramer, prima de Germán, quien sé que va a disfrutar leyéndolo.

Con la ayuda del doctor Porras, que es quien más cerca estuvo de Germán, te contestaré tus preguntas acerca de los beneficiarios del testamento de Germán: (1)

Carmen de la Fuente – Poetisa, periodista muy destacada, pro­fesora, maestra, muy amiga de Germán, es una mujer de más de 60 años, pero ten en cuenta que yo de la única edad que soy muy consciente es de la mía propia y que, además, soy pésima para calcular la edad de nadie, tal vez porque es lo que menos me importa en la gente. Durante muchos años estuvo muy cerca de Germán, fue buena y generosa con él, le acompañó mucho, hasta el último momento, y colaboró con mucha frecuencia en Nivel. Es una persona destacada en el medio intelectual de esta ciudad.

Julieta de Kramer – Prima de Germán, casada con un señor alemán, Johny Kramer, a quien Germán, en las reuniones a las que solía invitarnos a todos, gustaba de llamar «El Fuhrer». Julieta también estuvo muy cerca de Germán muchos años, era su única familiar. Recordaba el día en que nos vimos en la capilla funeraria de Gayosso que Germán pidió hace un tiempo que lo enterraran con un pañuelo fino que ella le regaló hace algunos años, un pañuelo de lino blanco que finalmente se le puso en la boca, cuando ya murió, y así fue enterrado. Solo la enfermedad grave de su esposo hizo que Julieta se separara un poco de Germán, así como su misma sa­lud que tampoco es buena. Pero sí estuvo muy cerca de Germán y muchas veces Germán comió en su casa, pasó con ellos, con ella, su esposo, sus hijos, los domingos.

Emma Chavira – Una señora de edad avanzada (no la conozco), ju­bilada por el Seguro Social, lo que quiere decir que debe recibir una jubilación, una pensión pequeña, amiga no solo de Germán sino también de la señora Enriqueta Diego, ya que esta última, Enriqueta Diego, cuidaba de ella casi al mismo tiem­po que de Germán. Me dijo el doctor Porras que vive en un buen departamento pero coincidimos los dos en que su pensión debe ser pequeña porque así lo son las del Seguro Social en México.

Enriqueta Diego – Una mujer como de 40-45 años, pienso yo, a quien no conocí antes. Mujer de origen humilde y que fue la que cuidó de Germán, más que nadie, en los últimos tiempos. Era ella quien estaba a su lado cuando él mu­rió, ella y su hijo Carlos Salazar Diego quienes pasaban las no­ches al lado de Germán, en la difícil tarea que era cuidar a Germán, hombre de carácter difícil, eso no se puede negar.

Dinora Flores Rodríguez – Tampoco la conozco pero me dice el doctor Porras que es una chica joven, mesera del restaurante El Chalet Italiano que le lleva­ba, a la una en punto (porque de otra manera Germán se enojaba), la comida que le regalaba el mismo restaurante, comida deliciosa que en los últimos tiempos él ya no quiso recibir más.

Remedios García – Es la vecina inmediata de Germán, una se­ñora que me atendió amablemente el día en el que fui a verlo, pocos días antes de morir, y que me permi­tió el acceso al departamento de Germán. Quizás con más de 60 años, era la administradora del pequeño restaurante que hay en el edificio donde vive Germán y que según entiendo es un negocio propiedad de la dueña del edificio.

Olga Rodríguez – No la conozco. Me dicen que es una mujer joven que también atendía a Germán, traba­ja en el mismo restaurantico anterior, ya que es nuera de la seño­ra Remedios García.

Lilia Martínez – Una señora de origen humilde, de casi noven­ta años, según el doctor Porras pues yo no la conozco, y que también atendía un restaurante en la calle de Marne, donde antes vivía Germán, y donde él solía comer. Ahora la ha recogido una familia de la calle de Marne y vive con ellos.

Me ilusiona mucho pensar que, si Dios no dispone otra cosa, en menos de un mes te hablaré, al menos. Voy a Manizales el 24 de noviembre y permaneceré allí dos meses. Qué estupendo estar en Colombia y cerca de los amigos.

Gracias por tus envíos y tu amistad, tan valiosos los dos para mí. Gracias. Un abrazo estrecho para Astrid y tú,

Diana López de Zumaya

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(1) Con fecha 1° de mayo de 1991, Germán Pardo García otorgó testamento en la Notaría Pública Ciento Veintiséis del Distrito Federal, por medio del cual nombra como legatarias a las personas citadas en esta carta, y además a  Aristomeno Porras, quien fue designado como albacea de la sucesión. El doctor Porras le había pedido al poeta que no lo incluyera en la herencia, pero éste le suplicó con lágrimas que aceptara este deseo como pequeña y simbólica retribución por la inmensa ayuda que le había prestado. A la muerte del poeta quedaron 11.600 dólares en Banca Serfin, los cuales fueron distribuidos por partes iguales entre los diez legatarios. Yo conservo copia del testamento.

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México, D. F., 23 de febrero de 1992

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Gustavo querido:

Siempre me sueles regalar cosas bellas. Ante todo, tuviste la buena idea, la generosidad de darme tu amistad y en ese empeño hallaste la colaboración de Astrid. Ahora ya les debo también los gratísimos momentos que pasamos juntos en Bogotá, aquel al­muerzo en tu casa, tan delicioso por la compañía y por la comi­da exquisita.

Y también me has regalado La muerte de la golondrina, una de tus notas periodísticas que más cerca me hacen sentir de ti, que más bella me ha parecido y con aciertos poéticos tan grandes como ese de definir a una golondrina como “un armonioso suspiro del viento”.

No conozco la revista ADDA Defiende los Animales, de España, de la cual ya has empezado a ser colaborador, pero me alegra que te tenga en su nómina dentro de sus escritores habituales. Sé que les darás algo tan bello y tan lleno de dulzura como esta nota que ahora releo, mientras cae la tarde en Ciudad de México.

Carambas, hay tantas cosas que uno desconoce de la gente a la que quiere. Ignoraba tu amor y tu interés por los animales y como yo también cojeo del mismo pie, me identifico contigo. Estoy casi segura de que lo que cuentas en esta nota te pasó alguna vez cuando gerenciabas el Banco Popular de Armenia y le devolviste la vida y la libertad a una golondrina que, finalmente, vino a morir de nuevo a tu despacho.

Te confieso que me vine nostálgica de Colombia. Estoy enamorada de mi país, me siento feliz con mi familia y mis amigos. Pero cuando vi la cara de alegría de Jaime, la dicha con la que me esperaba, sólo quedó en mí una gratitud inmensa hacia Dios por esos dos meses maravillosos que casi empezaron en tu casa, junto a ustedes. Ahora sigo llena de gratitud y llena también de buenos recuerdos. Me entristeció no hablar contigo y con Astrid a mi regreso de Manizales. Cuando llamé me dijeron que ustedes estaban en Melgar. Me dolió por mí, porque no los escuché al salir de Colombia, pero  me alegré por los dos: Melgar es un bello lugar.

Gracias de nuevo por todo lo que me das, por tu amistad y tu generosidad. Abraza en mi nombre a Astrid y tú recibe también un abrazo lleno de afecto de,

Diana López de Zumaya

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Bogotá, 12 de marzo de 1992

Señora Diana López de Zumaya
Ciudad de Méjico

Mi querida Diana:

Sentimos mucho no haber podido despedirnos en tu pasada por Bogotá rumbo a Méjico. Por aquellos días organizamos un viaje a Melgar en compañía de un hermano mío, oficial de la Armada Nacional, y esto nos privó del placer de volver a estar contigo.

Tu carta del 23 de febrero, llena de nostalgia por tu nueva ausencia de Colombia, es un bello mensaje de amor a la patria y de añoranza por tu familia ausente y por quienes contamos con el privilegio de ser tus amigos. Nos queda un grato, gratísimo recuerdo sobre las horas amables, llenas de efusión y júbilo, que compartimos a tu lado en la fría altiplanicie bogotana, con el calor del vodka (o de la vodka, pues dicen que esta caloría es femenina) que José Antonio Vergel nos ofreció, y también del licor caldense que nos animó el espíritu en mi residencia.

Volví a deleitarme, página por página, con la letra fresca de tu padre. Su prosa es admirable. Ese acopio de cuentos queda como constancia imperecedera del forjador de ilusiones que hizo de la literatura un destino glorioso.

La semana pasada le rendimos, en el Planetario de Bogotá, un entrañable homenaje a Germán Pardo García. El primero que se le ofrece en Colombia,  seis meses después de su muerte. Yo hablé en el acto junto con otras dos personas, entre ellas una hija del poeta Rafael Maya. Aristomeno Porras, ya próximo a estar en Bogotá, llevará mis palabras para que las haga conocer de los amigos de Méjico.

El regreso a tu segunda patria, por más dolor que te haya producido la despedida de tu tierra nativa, fue emocionante por la reunión con Jaime, tu esposo, a quien estás unida para siempre en el amor y la alegría. Esto redime el desgarramiento del retorno.

Va  con Astrid nuestro permanente cariño.

Gustavo Páez Escobar

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México, D. F., 19 de mayo de 1992

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Querido Gustavo:

¡Qué largo mi silencio! Pero también te puedo decir: qué largo estos meses casi desde que regresé de Colombia. Al llegar no encontré muy bien de salud a mi suegro, con quien siempre llevé una buena relación, y sus problemas de salud se fueron agravando hasta terminar con su muerte la semana pasada. Traté de darle a él todos los cuidados y la compañía que la distancia me impidió darles a mis papás, y eso explica mi silencio, que es solo silencio epistolar, pues tú y Astrid están en el corazón que es donde uno tiene a los buenos amigos.

Miro tu última carta y es ya vieja, del 12 de marzo. Me das en ella tus impresiones sobre el libro póstumo de mi inolvidable Papá y me hablas también del homenaje rendido al maestro Germán Pardo García en el Planetario de Bogotá. Ahora ya tengo conmigo, desde hace unas cuantas semanas, tus palabras dichas en esa ocasión y es de ellas de lo que más deseo hablarte en esta fría y lluviosa mañana de mayo.

¡Qué bellas son y qué acertadamente reflejas el espíritu, la forma de ser, los últimos tiempos de Germán en ellas! Aciertas desde el título tan poético y tan justo, El ocaso del héroe, y aciertas también en tu descripción, en tu emoción, en la evocación de Choachí, en sus miserias y en sus grandezas.     Eres siempre generoso y certero con los escritores, lo has sido con Laura Victoria cuyo análisis de su obra he leído con tanto interés y con tanto amor, no solo por lo justo que es sino por el gran afecto que siento por ella, lo has sido con mi Papá, lo eres ahora con Germán Pardo García.

Me han causado honda emoción estas hojas que me envió por correo el doctor Aristomeno Porras, a quien ya agradecí su gentileza. Y, por supuesto,  que las conservaré como guardo todos los recortes periodísticos que se presentaron después de la muerte de Germán. Yo, que quise a Germán y que me siento orgullosamente colombiana, te doy las gracias por esas palabras que leíste el 5 de marzo pasado en el Planetario Distrital.

¿Cómo están tú y Astrid? Con todo ese gran afecto que siento por los dos deseo que muy bien. Para Jaime y para mí éstos han sido días amargos y tristes pero sé que aún después de las más tenebrosas oscuridades vuelve a salir el sol. Así será en esta ocasión seguramente.

Pero también estos días me han servido para comprobar, una vez más, que no hay situación en la vida, por triste que parezca, que no encierre algo de bueno y de benéfico. En este caso he sido el apoyo, el afecto y la solidaridad de unos cuantos amigos que han estado muy junto a nosotros en estos meses. Una de ellas, Laura Victoria, con quien he contraído una gran deuda de gratitud por su constancia y su afecto de este tiempo, máxime si se tiene en cuenta que posee un valor especial en las circunstancias que ella vive pues, como seguramente sabrás, le preocupa mucho la salud de su hijo Humberto, quien tiene padecimientos cardiacos. Espero poder ir a verla muy pronto. Hace más de un mes que no lo hago. Y sé que cuando esté en su departamento que tú conoces, hablaremos de ti como solemos hacerlo cada vez que nos reunimos.

Recibe un abrazo muy fuerte junto con tu querida Astrid. Los recuerdo con tanto afecto a los dos, los quiero bien.

Diana López de Zumaya

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Bogotá, 23 de junio de 1992

Señora Diana López de Zumaya

Querida Diana:

Con Astrid te acompañamos con honda solidaridad en la infausta noticia del fallecimiento de tu suegro, pesar que te ruego hacer extensivo a tu esposo Jaime. Las penas no respetan ningún hogar, y tratándose de la muerte, el turno va llegando de manera inexorable. Lo grave no es la muerte en sí, sino llegar a ella con sinsabores y remordimientos de conciencia, el peor castigo que da la vida. Veo que con tu suegro llevaste una relación excelente, y esto te ha producido mayor dolor. Pero superarás la pena –y lo mismo le sucederá a Jaime– con fortaleza y satisfacción, ya que las buenas acciones cicatrizan el alma.

Me complace mucho que compartas mis puntos de vista y los honores que le rendí a Pardo García en el trabajo que titulé El ocaso del héroe. Unas de mis mayores virtudes son la lealtad y la constancia con la gente que aprecio. En el caso de nuestro amigo, mientras en Colombia muchos se han olvidado de su nombre, yo no pierdo ocasión para honrar su memoria. Estoy a punto de ganar la batalla sobre el traslado de sus cenizas a Choachí. En el pueblito se ha construido una inmensa casa de cultura en tributo al poeta, y ya pronto estará en pleno funcionamiento. Para que tengas una idea de la magnitud de la obra, te cuento que su costo es de unos doscientos millones de pesos colombianos. ¡Y Choachí no pasa de 15.000 habitantes!

Nuestro pobre país sufre hoy agudas crisis –morales, económicas, políticas– como no te imaginas. A eso nos han llevado los gobernantes de muchas épocas, que se agazapan en sus cómodas posiciones para lanzar la piedra y esconder la mano. Colombia ha estado dirigida por gente inepta y corrupta, tú lo sabes, y cuenta con un pueblo resignado y resistidor que impide la llegada de las verdaderas transformaciones sociales. Que Dios nos lleve de la mano.

Recibe con Jaime nuestra voz de aliento y nuestro aprecio invariable. Un gran abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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México, D. F., 6 de julio de 1993

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Querido Gustavo:

Fue una sorpresa deliciosa esa de pasar por la avenida Álvaro Obregón número 73 y encontrar que lo que durante años y años fue una casa ruinosa y abandonada, ahora es la flamante casa-museo del poeta Ramón López Velarde.

Culminó al fin un viejo proyecto en el que estaba empeñado el gobierno del estado de Zacatecas, lugar donde nació el poeta, de convertir lo que fue su casa en los últimos años de vida y el lugar donde murió, en 1921, en un museo o en algo más, algo así como un polo cultural donde hay muchas actividades y lo mismo puedes consultar dos bibliotecas de intelectuales mexicanos ya fallecidos, que irte un sábado en una excursión por la ciudad a sitios tan diversos y tan inesperados como lo son el drenaje profundo de la ciudad o las cantinas y pulquerías de la misma.

Salí de allí una hora y media después de haber entrado y me pu­se a pensar en dos cosas, en dos personas bien distintas, pero queridas las dos para mí:     en mi Papá, y en lo bello que hubiera sido el hacer algo así como esta casa-museo en su vieja casi manizaleña de La Francia. Y en Germán Pardo García y su mu­seo en esa «ventanita de la luna» que es Choachí. Como es apenas lógico, también pensé en ti, pues ha sido a través de tus ojos y tus emociones como he visitado ese museo que le brindaron sus compatriotas al inolvidable y grande Germán Pardo García.

Como sucede siempre aquí, en Colombia y en Madagascar, las co­sas más diversas sacuden e impresionan al país en este momento Tan diversas como una inexplicable y exagerada alegría por el triunfo de la selección de fútbol en la Copa América celebrada en el bello Ecuador. Estos mexicanos siempre en busca de alegrías y hallando pocas en el deporte, les han hecho un recibimiento de héroes a sus jugadores y, de paso y como quien no quiere la cosa, han dañado jardines, han destrozado semáforos, han pintarrajeado estatuas, han dejado el maravilloso monumen­to del Ángel de la Independencia pelado, sin un centímetro cuadrado de jardín en buen estado, todo por el supuesto triunfo de sus futbolistas, que quedó en segundo lugar en tal justa.

O nos estremecemos todos al saber que el pomposo y elogiado Instituto del Seguro Social está en crisis financiera, crisis de una hondura y de unos alcances que lo dejan a uno inquieto. Se repite en esta institución la vieja historia de dinero mal invertido, de fugas de dinero que va a parar a quién sabe dónde y en quién sabe qué manos, dispendio en el gasto y en las construcciones y, en definitivas, una necesidad imperio­sa de replantear los gastos y las inversiones en esa que es la primera entidad de servicio social, de salud popular en México. ¿Has oído algo parecido? No lo dudo, en Colom­bia también se cuecen esas habas.

O nos preocupamos por el enorme auge que está tomando en el país el narcotráfico, por la corrupción imperante o por el alto costo de la vida.

Igual aquí que en todas partes, ¿no te parece? Pero de todas maneras sigue siendo estupendo, espléndido vivir y en una tarde como esta en la que te escribo, mientras oigo golpear la lluvia contra los cristales de la ventana y ello me permite pensar en Manizales, estoy contenta de haber podido charlar un rato contigo.

Un abrazo apretado y cariñoso para Astrid y tú de,

Diana López de Zumaya

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Bogotá, 29 de julio de 1993

Señora Diana López de Zumaya
Ciudad de Méjico

Apreciada Diana:

Me cuentas que estuviste visitando el museo consagrado a la memoria del poeta Ramón López Velarde, que es la casa donde falleció en 1921, y que esa circunstancia te produjo nostalgia por tu hogar de Manizales, donde Adel vivió por largos años. Allí, en efecto, ha debido levantarse un museo en  honor de tu padre. Al municipio o alguna entidad cultural le faltó la iniciativa de adquirir la mansión para ese fin. Creo que la casa fue vendida, ¿verdad? ¿Y qué pasó con la amplia biblioteca, y las obras de arte, y tanto detalle que conservaba Adel?

Yo estuve dos veces en esa residencia. La primera la dedicamos a hablar largo tiempo en una tarde de franca amistad. Y en la segunda –lo recuerdo    muy bien– me recibió tu papá en la puerta y me contó que tú habías llegado de Méjico. Quizás estaba de afán porque no me invitó a seguir.

Me quedé un  poco extrañado de que no me hubiera relacionado contigo. Si hubiéramos sido presentados, te habría conocido muchos años antes de nuestro fugaz encuentro en el aeropuerto de Bogotá. O sea que aquel día de mi paso por tu casa manizaleña (no me gusta el manizalita que tanto se escucha por todas partes) estuve muy cerca de ti, y al mismo tiempo muy lejos, ya que no apareciste en mi vera.

Me dicen que el museo de Choachí se encuentra muy adelantado. Hace  algún tiempo no voy por allí. En meses pasados les envié una remesa de libros sacados de mi biblioteca, como contribución a la grandiosa obra que se encargará de engrandecer el nombre de nuestro amigo Pardo García.

Esta carta tiene sabor añejo. Sobre lo antiguo se forja el porvenir. ¡Brindo por tu padre y tus recuerdos!

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, 5 de noviembre de 1994

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá.

Gustavo siempre recordado:

Ese perentorio y escueto «te silenciaste” que viene en tu última nota que recibí ayer, me hace saber de inmediato que, una vez más, la enésima vez, el correo ha vuelto a hacer de las suyas. Yo estaba aquí “muy quitada” como suelen decir los mexicanos, esperando que tú respondieras a una ya vieja carta que te escribí hace no sé cuántos meses y de repente tú te apareces, me haces un reproche y, al mismo tiempo, un regalo.

Acuso, pues, formalmente al correo que nunca me entregó una carta que seguramente me escribiste y que es la que motiva que ahora me digas que no te he escrito. A veces tengo mis “deslices” epistolares, lo confieso, pero en líneas generales en materia de correspondencia soy muy fiel, muy cumplidora, muy atenta a las respuestas.

Tomé nota del «regaño» y lo entendí como parte de tu aprecio por mí. Y tomé el regalo que fue la hoja de la revista de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín en la que se habla sobre la donación que Gloria –en buena hora– decidió hacer de ese inmenso archivo de mi Papá que era como mi obsesión cuando iba a Colombia y gustaba de poner en práctica mis conocimientos al respecto para hacer un poco de orden en ese caos tremendo que eran los papeles de mi Papá.

La vinculación con Antioquia ha resultado fructífera e interesante, buena para que la memoria de un gran escritor costumbrista no se pierda en la noche del olvido, ya que, inclusive, ahora se habla de la posibilidad de que también en Medellín se edite una novela inédita que mi Papá nunca se decidió a publicar.
Esto me emociona y me enorgullece y compromete mi gratitud con mi hermana Gloria pues es a ella, indudablemente, a quien se debe que a mi viejo amado no lo vaya cubriendo esa como niebla de olvido de la que tú hablas tan bella y justamente en aquel artículo que escribiste cuando se cumplió el aniversario de la muerte de Germán Pardo García, que Laura Victoria me mostró la semana pasada, cuando fui a visitarla.

Tú eres de esos escritores de alma grande que también se preocupan todo el tiempo porque el olvido no gane espacios. Lo haces con Germán, y un día –ojalá muy lejano– lo harás con Laura Victoria. Eres generoso y ésta es una de tus características que más te admiro.

Este año «no me toca» (porque esto es como la lotería) viajar a Colombia. Vendrá, en cambio, mi hermano Fabio acompañado de su hija. Esto también me ilusiona mucho pues ellos traerán algo de mi Manizales y de mi familia que yo necesitaré más que nunca en Navidad, época tan llena de recuerdos, tan deliciosa para mí.

¿Y tú y Astrid y los hijos cómo han estado? Con todo el gran afecto que por ustedes siento espero que muy bien y que estén ilusionados con la Navidad que ya está tan cercana.

Y con esta andanada contra el correo y con este mi afecto por Astrid y por ti, me despido.

Un abrazo grande de,

Diana López de Zumaya

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Bogotá, 1° de diciembre de 1994

Señora Diana López de Zumaya
Ciudad de Méjico, D. F.

Querida Diana:

Parece increíble que estemos otra vez en diciembre. El año pasado nos diste el placer de verte por esta misma época –imagen que parece hubiera ocurrido ayer nada más–, y ahora sabemos por tu carta del 5 de noviembre que será esta vez tu hermano Fabio y su hija quienes compartirán contigo la época navideña. Noticia que, como es natural, te proporciona mucha alegría.

Cuando el calendario pasa tan rápido, indica que los años nos han caído encima. El hombre, mientras más avanza en edad, más se aferra al tiempo. Este es un sentimiento involuntario, y por lo general pesaroso. Para muchos, implica inseguridad. Yo suelo ver el paso de los días –me refiero a los días del ocaso– con realismo y al mismo tiempo con regocijo. La conciencia del buen vivir acumula muchas satisfacciones para la hora final. No es que el tiempo sea más veloz; los veloces somos nosotros. En la juventud los años son lentos, y a veces parece que no avanzaran.

En fin, llegó diciembre, con sus villancicos, sus luces de esperanza y sus mensajes de paz, y también con sus espejismos. Mes alegre y triste a la vez, que despierta infinidad de sensaciones. Lo más importante es que es el mes de la familia, de la solidaridad, del regreso al niño que todos llevamos dormido en el alma. Desde esta distante Colombia, que tanto quieres y tanto añoras, brindamos por ti, en asocio de Jaime, por un diciembre pleno de sosiego espiritual, de alegría, de bienestar absoluto.

Van desde ahora nuestros votos muy cordiales para el nuevo año. Me dices  que 1994 fue para ustedes un año bueno. Enhorabuena. Lo mismo, y mejor, ocurrirá a lo largo de 1995.

Con Astrid y los míos enviamos nuestros abrazos afectuosos y constante aprecio.

Gustavo Páez Escobar

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Manizales, 1° de enero de 1996

Señor Gustavo Páez Escobar
Santafé de Bogotá

Recordado Gustavo:

El primer día del año es un buen momento para balances, recordaciones,  “propósitos de enmienda y contrición de corazón», y es también un buen día para que yo te escriba unas cuantas líneas que te lleven a ti y a tu querida Astrid mis sentimientos inalterables de amistad y afecto.

Como sucede cuando se es feliz, los días han pasado velozmente. Parece casi increíble que ya haya transcurrido más de un mes desde mi llegada a Manizales. Y ha habido de todo en este mes, desde ese sentimiento estupendo de estar en la patria y de volver a ver mi paisaje manizaleño, las  montañas verdi-azules de La Florida, hasta la alegría de estar al lado de mis hermanos y mis amigos. Y no pueden faltar, como es lógico, las sombras y las tristezas. Durante este mes en que he estado aquí murieron una cuñada y una amiga que ambas eran entrañables para mí.

He disfrutado a plenitud de los míos. Estuvimos en Montenegro, en el parque que han dedicado al café y me pareció no solo un lugar muy hermoso
sino también muy educativo. Fuimos de carrerita a Medellín porque había que ir, primero que todo, a montar en el metro paisa y luego a disfrutar del paisaje de los farallones de La Pintada. Bajar a Pereira para ver cuánto ha crecido la ciudad, gozar de un paseo por Armenia e ir a Cali para ver de nuevo a la gente que se quiere y disfrutar del paisaje del Valle del Cauca.

Con todo y sus momentos tristes, han sido unas hermosas e inolvidables vacaciones en las que lo único que realmente ha faltado ha sido la compañía, la presencia de Jaime. (1)

Y he tenido tiempo para leer mucho. Un libro sobre uno de nuestros orgullos caldenses, el escultor Guillermo Botero, la iconografía y fragmentos de prosa de Otto Morales Benítez, uno de los libros de Álvaro Mutis. Y tú me diste el placer de leer, de cabo a rabo Prensa Nueva Cultural, editada en Ibagué. Me pareció un esfuerzo tan interesante, me dio un panorama de muchos aspectos culturales del Tolima Grande que, por supuesto, ignoraba. Y me gustó que tú aparecieras no solo como autor del libro sobre el inolvidable maestro Germán Pardo García sino como comentarista de Hernando García Mejía. Gracias por enviármela.

Estas son solo algunas de las cosas que he hecho en este mes estupendo. Pienso en ustedes ahora y los imagino disfrutando de aquella finca de la cual me hablaron con tanto entusiasmo. (2) Deseo con todo mi afecto por ustedes que tengan un espléndido 1996, con salud, con alegría, con amor.

Reciban Astrid y tú un abrazo grande, fuerte, de

Diana López de Zumaya

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(1) Jaime Zumaya, su esposo, ausente en Méjico.
(2) Se refiere a nuestra finca Villa Astrid, en Villa de Leiva.

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Bogotá, 5 de junio de 1996

Señora Diana López de Zumaya
Ciudad de Méjico

Querida Diana:

Demoraste, pero llegaste. Me enteras del alegre encuentro con tu hermano Iván, a quien descubriste los mismos caminos turísticos que recorrimos en Méjico y tan gratas sorpresas nos causaron.

Veo que Beatriz Segura no te enteró, en el fugaz encuentro que tuvieron en el apartamento de Laura Victoria, sobre la enfermedad de Jorge. (1) No sé si la noticia la mantiene con discreción, o prefirió no tratarla cerca de su mamá, ya que ella la ignora.

Al regreso a Méjico, tras su actuación en la película Edipo Alcalde, de García Márquez, a Jorge se le descubrió un cáncer en el pulmón. Esto nos tiene muy preocupados. Con ellos pasamos aquí ratos inolvidables. Desde luego, esperamos que el caso no se complique.

Tampoco me dices nada sobre Aristomeno Porras. Hace poco me escribió contándome sus achaques de salud, entre ellos un coma diabético, del cual se encontraba convaleciente. Este mes cumple –o ya cumplió– 80 años de vida. Con ese motivo le hice llegar mi abrazo de congratulación. iQué gran hombre que es Aristomeno! Un alma de Dios.

Los acontecimientos de la patria, sobre los que vives muy bien enterada, son dolorosos y desconcertantes. El juicio a Samper (2) se convirtió en un sainete. No puede concebirse mayor farsa de la clase política. Ni mayor cinismo del mandatario. Las cosas se agravan todos los días. Crece la insatisfacción. Yo confío, en lo más hondo de mi alma, y también de mi optimismo, que aparezca al fin la solución salvadora.

Te envío un bello soneto por la paz que escribe Jaime González Parra, asistente del director de El Tiempo. Y un comentario sobre Adel, tu papá, publicado en el Quindío.

Con Astrid van nuestros afectuosos abrazos,

Gustavo Páez Escobar

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(1) Jorge Martínez de Hoyos, esposo de Beatriz Segura, la hija de Laura Victoria.
(2) El presidente Ernesto Samper Pizano.

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México, D. F., diciembre 12 de 1996

Señor Gustavo Páez Escobar
Santafé de Bogotá

Querido Gustavo:

Son las seis de la tarde de éste que es el día de la Virgen de Guadalupe. Ahora todo está tranquilo y en silencio, ya la noche ha caído completamente porque en estos días de casi in­vierno el día parece más breve ya que se oscurece más temprano y amanece más tarde. Pero en cambio anoche, muy a las doce de la noche, estallaron por toda la ciudad miles de cohetes que llenaron de luz el cielo y de ruido la ciudad: acababa de empezar el máximo día para los católicos mexicanos, el de la Virgen de Guadalupe.

A esa hora me senté frente al televisor para ver el programa especial que desde hace más de treinta años dedican: un programa en el que los más destacados artistas de este país y unos cuantos extranjeros le cantan a la Virgen Morena, con una emoción, con una unción tan grandes que me emocionan mucho. De repente se me ocurre pensar que es solo en México  donde tienen esta costumbre que comparte el amor y la confianza hacia la Virgen y se traduce en una serenata como esas que se le llevan a la novia o a la madre.

Me alegró haberte llamado hace unos días. Así no tuve que someterme a las dilaciones tremendas del correo. Supe que ya estás en casa, que te vas recuperando poco a poco y que aun cuando el deseado viaje a Santa Marta no se realizará este año, vendrán muchos, muchísimos más años para Astrid y ti, para tu familia toda, en los que podrán realizar sueños y viajes.

Tal como lo pensaste, me asustó tu carta y más ahora cuando estoy tan sensibilizada respecto a asuntos cardiacos, por el problema de mi hermano Néstor, por eso fue que decidí llamarte. Por eso y porque te aprecio de verdad y todo lo que a ustedes se refiere me es importante y querido.

Quise visitar a nuestra Laura Victoria esta semana pero no tuve tiempo. Lo haré la próxima semana y hablaremos de ti con toda seguridad. Suelo visitar a Laura en la mañana mientras que Alicia –como le digo yo– o Beatriz –como le dices tú– va a verla en las tardes. Por eso casi nunca nos vemos ni nos hablamos y me doy cuenta de que Laura no sabe a cabalidad cuán enfermo está Jorge Martínez de Hoyos.

Pero hace unos cuantos días sí hablé con Alicia porque la llamé para preguntarle si la película Edipo Alcalde que estaban exhibiendo en esta ciudad como parte de una muestra  internacional de cine, era la misma en la que parti­cipó Jorge y que, precisamente, se acabó de rodar hace un año, cuando ambos, Jorge y Alicia, estuvieron en Bogotá.

Me dijo que sí y aprovechó para comentarme, para confirmarme lo que ya tú  me habías dicho, que Jorge tiene cáncer en los pulmones, que su salud es muy deficiente y que ella vive en un vértigo, entre atender a su mamá y atender a su marido. Difícil situación la de nuestra amiga, situación que, tal como lo comentaba con ella, se presta para que, finalmente, no complazca ni a uno ni a otra.

Gracias por el envío del artículo sobre los sinvergüenzas hermanos Salinas de Gortari. No disfruté su lectura porque todo este asunto es muy bochornoso y nos ha dejado mal parados como país, pero sí me interesó mucho saber qué es lo que se piensa de toda esa cáfila de pillos en otros lados, USA en este caso.

Me devuelvo en un tema anterior y te comento que me entristeció el hecho de que la película Edipo Alcalde que fue rodada en Salamina y de la cual es director Jorge Alí Triana, no tuvo el menor éxito en la muestra internacional de cine y, por el con­trario, fue demoledoramente atacada. Todos los críticos coincidieron en afirmar que hay excelentes actuaciones en ella, lo que todos criticaron fue el guión, elaborado por Gabriel García Már­quez, el exceso de violencia, las escenas amorosas, de calibre muy subido, y esa combinación extraña entre la violencia en un pueblo colombiano en donde varias personas visten a la usanza griega, en clara alusión a la tragedia de Edipo y el enamoramiento que padece con su madre.

A mí me gustó verla, la te­nía muy en mente desde que me enteré de que Jorge Martínez de Ho­yos era la carta mexicana que participaba en esa coproducción. Pero en general no fue muy bien tratada por público y críticos.

Con lo lento que es el correo en diciembre, es probable que es­ta carta te llegue en enero, cuando el año haya comenzado, cuando renacen los sueños y las esperanzas. Solo que hay algo más en lo que a ti se refiere, deseo que renazca con mucho ímpe­tu tu salud. Que 1997 te depare días tranquilos y felices y con salud, con mucha salud.

Reciban tú y Astrid mi gran afecto,

Diana López de Zumaya

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Bogotá, 23 de abril de 1997

Señora Diana López de Zumaya
Ciudad de Méjico

Querida Diana:

No era fácil ir a saludarte después de nuestra visita a Cancún, pero te llamamos por teléfono y quedamos muy gratos con haber escuchado tu voz. Como estábamos con nuestra hija Fabiola y su esposo Pedro, el viaje a Ciudad de Méjico hubiera significado una desviación del programa.

Cancún es un paraíso. Aparte de sus encantos naturales está su estupenda hotelería, que compite con las mejores del mundo. Son 20.000 habitaciones hoteleras que permanecen copadas, lo que dice por sí solo de la calidad de este turismo maravilloso. Un dato importante es que Cancún, siendo tan joven, conquista hoy el 20% del turismo nacional. Con el surgimiento de la isla como polo de desarrollo se redimieron las postradas finanzas –de otra época– de la península de Yucatán.

Otros comentarios valiosos (para ti que, a pesar de vivir en Méjico, aún no has ido a Cancún). Primero, el de la seguridad: los carros se dejan abiertos, incluso con objetos en su interior, y nada pasa; en segundo lugar, el de la magnífica conservación de las construcciones y las vías carreteables, donde no se encuentra un sólo bache en cualquier dirección que se tome; y luego el de la amabilidad y el patriotismo de los empleados –hasta el más modesto de los meseros–, que se ganan al turista con gentilezas y con un alto espíritu nacionalista.

Cada vez que leo tus cartas encuentro nuevas evidencias sobre el declive de Laura Victoria. La ley natural de la existencia indica que nuestra amiga es cada vez menos de este mundo. Sin embargo, su mente está lúcida y sus sentimientos, cálidos. A este estado preocupante se suma ahora la adversidad que se cierne sobre el hogar de Beatriz (para ti, Alicia), debido a la gravedad de Jorge. Todo esto nos aflige.

La vida de Beatriz no ha sido fácil. El fracaso de su primer matrimonio se vio recompensado, con creces, con la suerte de su segunda boda. Y cuando era más feliz, el hado siniestro le propina tremendo golpe. También su hermano Mario tiene cáncer de próstata. A ti te consta lo consagrada y amorosa que ha sido ella con Laura Victoria. Esa dedicación se volvió casi una esclavitud, pero una esclavitud del corazón. Ahora todo se voltea contra ella. Sin duda,  es una heroína del dolor.

En tu carta hay entrañables referencias hacia tu querida Manizales. A propósito: en estos días ocurrió un gran suceso editorial de tu tierra, que te voy a reseñar. Se trata de la publicación de un epistolario amoroso de Silvio Villegas, que este año cumple 25 años de muerto. Era un romance oculto –y prohibido– que el brillante escritor sostuvo en la década del 40 con una hermosa y esclarecida dama de Manizales, casada como él. Idilio secreto que nadie sabía y que viene ahora a revelarse por la entereza de una hija suya, que había recibido de su propio padre el acopio de cartas amorosas, con la confesión de su vieja y ya extinguida pasión, en las postrimerías de su vida.

Eugenia Villegas, la hija, gastó 25 años en busca de editor. A la postre, fue Otto Morales Benítez quien movió todos los resortes para publicar, con todo lujo, el alucinante epistolario, el primero de este género que se publica en Colombia. Es la noticia del momento. La prosa florida y lírica de Silvio Villegas escribe para la literatura colombiana un romance inmortal, a la altura de los más famosos del mundo. La obra se publicó, con gran costo, gracias al patrocinio de varias entidades de Manizales. Escríbele cuanto antes a Gloria para que te consiga un ejemplar.

Es un breviario del amor para los enamorados del mundo. Este tratado de los sentimientos hace enternecer el alma. Carlota, nombre ficticio de la amante –tomado de la Carlota de Goethe en Werther-, será en adelante una nueva diosa de las letras nacionales.

Te acompaño dos recortes de prensa: uno, de Antonio Panesso Robledo, sobre la x de México, punto de vista que yo comparto y que hice visible en mi biografía de Germán Pardo García; y el otro, un breve comentario de un escritor del Quindío sobre principios fundamentales que hoy se mantienen de capa caída.

Van con Astrid nuestro cariño de siempre y nuestros estrechos abrazos.

Gustavo Páez Escobar

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México, D. F., 14 de noviembre de 1997

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Recordado Gustavo:

¡Qué largo ha sido mi silencio! Tu carta es del 18 de septiembre y yo te vengo a contestar dos meses después. Pero han sucedido cosas inesperadas en mi vida que explican y justifican el silencio. Ese mismo silencio que hoy rompo para hablar un poco contigo y con Astrid, mis amigos queridos.

Prácticamente desde hace siete meses estábamos soñando y planeando y ahorrando Jaime y yo para hacer un viaje a Egipto con la Sociedad Mexicana de Egiptología,  a la cual estamos más o menos vinculados. Era uno de esos sueños, que en el caso de mi marido, era sueño de toda la vida y cuando se presentó este proyecto de viaje, muy atrac­tivo y circunscrito solamente a Egipto, nos entusiasmamos mucho y empezamos a planearlo en la forma que ya te lo describí, básicamente, estudiando y ahorrando.

La salida iba a ser el 7 noviembre y el regreso un mes después, pero en octubre empecé a sentir una cierta molestia, nada tremendo ni doloroso, en la lengua y en la boca. Pensé que serían problemas odontológicos que son una de mis «especialidades», y mi dentista poco caso le hizo al asunto. Fue solo cuando, dos semanas más tarde, el 17 de octubre, yo lo presioné más, que me mandó a un pató­logo bucal a quien le bastó que me sentara en su sillón y le abrie­ra la boca para diagnosticar, casi con seguridad, un cáncer en la lengua. Claro que se me hizo la biopsia de rigor y el diagnós­tico, que nos entregó cuatro días más tarde, fue confimatorio.

Todo fue correr de ahí en adelante: ir a la oncóloga, una mujer en quien tengo bastante confianza, por referencias (pues hasta este momento yo jamás tuve problemas de este tipo), ir a ver a varios patólogos para escuchar otras opiniones y todas confirmaron lo mismo, ver a otorrinolaringólogos (uf… esta palabra es tremenda), ver a cardiólogos y también prepararme para una operación.

Esta operación se realizó el 31 de octubre, o sea a tan solo diez días después de que me hubieran diagnosticado, con exámenes de por medio, el cáncer en la lengua. Me quitaron un pedazo de lengua, el tumor canceroso y buena parte del tejido que lo rodeaba. Me dieron la estupenda noticia de que no se había extendido el problema, que estaba localizado en la lengua tan solo, que no había ramificación alguna o, como elegantemente dicen los médicos, metástasis alguna.

Me dijeron, además, otra cosa estupenda y es que no necesito ni radio ni quimioterapia, dos tratamientos a los cuales les tengo francamente miedo por lo violentos que pueden ser. Pero claro, me dijeron también que al menos durante un año debo estar en una severa y estrecha vigilancia médica, por parte de mi oncóloga, y que necesito también un tratamiento odontológico que va a ser difícil porque de repente mi boca se convirtió en el punto central de mi organismo.

¿Que cómo me siento ahora? Pues te diré que un tanto maltrecha, tengo un fuerte dolor de oído que no desaparece, pero que no presen­ta problema alguno, médicamente hablando, pues ya me han revisado con mucho detalle, dolor para tragar e imposibilidad de comer alimentos sólidos. Pero en líneas generales todo esto es pecata minuta, como dicen por ahí, y estoy bien. Esperanzada en que todo habrá quedado atrás pero basando mi esperanza no en mis pro­pios deseos sino en lo que dicen los médicos que, al final de cuentas, son los que tienen la palabra en este asunto.

Como suele suceder siempre, aun las cosas más inesperadas y tremendas en la vida tienen siempre un aspecto positivo y bueno. En mi caso ha sido entender hasta qué punto hay mucha gente que me quiere y hasta qué punto me han dado su amor y su apoyo sin reservas.

Además, yo como católica convencida que soy, he sentido el inmenso apoyo de Jesús y su Madre Santísima. El amor que he recibido a raudales en estos días, amor de mi gente en Colombia, amor de mi gente en México me ha servido algo así como de cerco para ayudarme a vencer la enfermedad.

He estado serena y tranquila la mayor parte del tiempo. Pero ahora, cuando ha pasado la operación, hay momentos en que me siento inquieta, intranquila, temerosa. Sin que haya motivos para ello, tal vez solo los dolores que ya les dije que siento y que, justo es decirlo, no son tremendamente fuertes o insopor­tables, pero a veces pienso que la presión fuerte a la que estu­vimos sometidos Jaime y yo, tan de improviso durante tres semanas, cobra ahora, cuando todo ha pasado, su tributo obligatorio.

El martes próximo regreso a donde la oncóloga para un nuevo chequeo, empiezo también, después de exámenes previos y de una cita en la que se me revisó muy detalladamente, el tratamiento odontológico. El 13 de diciembre, si Dios no dispone otra cosa, vendrá uno de mis hermanos a estar con nosotros durante un mes. Creo que ten­dremos una bella Navidad y creo también que esta sensación como de inseguridad, esta vaga inquietud que ahora tengo, va a desaparecer.

Nada de esto le he comentado a Laura Victoria ni tampoco a Alicia. He conocido en estos días el dolor de causarles angustia a los que me aman y he preferido no contárselo a ninguna de las dos, hasta dentro de unas cuantas semanas, cuando ya el asunto esté más cal­mado y yo me sienta también más tranquila.

Pero no quise que pasara más tiempo sin decírselo a los dos que sé que también me quieren.

Reciban un abrazo muy fuerte de,

Diana López de Zumaya

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Bogotá, 27 de noviembre de 1997

Señora Diana López de Zumaya
Ciudad de Méjico

Querida y muy recordada Diana:

¡Con qué suavidad me fuiste metiendo en la noticia de tu enfermedad! Por ventura, es una enfermedad superada. Cuando comencé a leer tu carta, donde me anuncias tu soñado y planeado viaje a Egipto, me dispuse a leer, con cierta envidia, una de tus deliciosas crónicas viajeras. Y a poco avanzar ya estaba sintiendo (me acordé entonces de mi trance coronario) los dolores del cáncer. “El fin de fiesta” llamaba Euclides Jaramillo Arango al cáncer.

En tu caso es el comienzo de una nueva vida. Gran alivio he experimentado con Astrid y los hijos al saber que hoy, gracias a la oportuna y eficaz intervención quirúrgica, estás sanada por completo. Anduviste rápido y por eso derrotaste al enemigo.

Antes, la sola palabra cáncer producía pavor. Hoy, con el avance de la ciencia, y cuando el mal se descubre y se trata a tiempo, no pasará de ser un trastorno pasajero. Lo mismo sucede con el corazón: en otros tiempos no había salvación ante un ataque cardíaco, y ahora nos reímos al salir remozados –y más amorosos– de la sala de cirugía.

La seguridad que te da el médico sobre la erradicación del mal, idea a la que poco a poco te irás adaptando después de los temores iniciales, puedes considerarla salvadora. Esta precisión es fácil establecerla en los tiempos actuales. Por lo tanto, celebramos contigo, con un gran abrazo navideño, tu triunfo vital.

Caso contrario el de Mario Segura. Beatriz me llamó en días pasados, muy apesadumbrada, a contarme que su hermano había muerto. La noticia ya se presentía. El cáncer de la próstata había avanzado en tal forma que era imposible detenerlo. Este descuido general de los hombres es el que permite situaciones extremas.

Cuando a partir de cierta edad se acude con regularidad al urólogo es fácil detectar a tiempo cualquier anomalía. Yo visito al especialista cada seis meses, y en los inicios de estas consultas, cuando la próstata presentaba –como es normal a raíz de los años– cierto crecimiento y cierta dureza, se me practicó una biopsia para despejar cualquier duda.

Beatriz está desolada. La vida ha sido muy dura con ella. Me pregunto si va a ser capaz de soportar tantas adversidades. No sólo se trata de las desgracias ya ocurridas sino de la postración cada vez más evidente de Laura Victoria, quien, a pesar de su lucidez mental, cada vez está más impedida físicamente.

Supongo el tremendo impacto que recibió Laura Victoria con la muerte de Mario. Me cuenta Beatriz que ya a última hora, luego de habérsele ocultado la gravedad en que venía desde meses atrás, se le reveló la dramática situación. Laura Victoria entró a la pieza del moribundo, le puso la mano en la cabeza, y éste murió en el acto.  Sin duda, la estaba esperando.

Vas a seguir tranquila, como me cuentas que te sientes, y este estado de ánimo te ayudará a sanar por completo en breve tiempo. En ti son admirables el optimismo, la alegría, la fe, el calor humano. Nunca te he visto triste, ni abatida, ni incierta, ni temerosa. Asumes la vida como una parábola hermosa. Con estas virtudes, que se vuelven armas poderosas para vencer los escollos del destino, ya eres triunfadora. Y claro está, emprenderás el año entrante, con Jaime, el anhelado viaje a Egipto. Este será tu premio de resurrección.

Acabo de recibir tu tarjeta navideña. La primera que nos llega. Es como si la bella época se abriera de un empujón, con un mensaje de alegría. Con las palabras de tu padre te pones en armonía con el regocijo de la Navidad.

Aquí todos te reiteramos nuestros votos de felicidad por una regocijada época decembrina, colmada de paz y esperanza. Vas a tener a tu lado a uno de tus hermanos, con lo cual se ensanchará tu corazón. Es como si tu propio hogar y tu propia patria colombiana volaran a tu lado para entonar contigo cánticos de dicha y de salud.

Con Astrid te repetimos nuestra amistad sin límites y nuestro entrañable afecto,

Gustavo Páez Escobar

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México, D. F., 18 de agosto de 1998

Señor Gustavo Páez Escobar
Santafé de Bogotá

Recordado Gustavo:

Me causó una emoción especial la llegada de La noche de Zamira. La emoción natural que causa la llegada del libro de un amigo y, por más señas y deleite, un amigo colombiano, pero, además, la alegría de ver publicado este libro del cual ya me habías hablado en alguna ocasión. Yo, como hija de escritor, sé muy bien que las aventuras editoriales son arriesgadas y difíciles, pero ahora, cuando veo La noche de Zamira, bellamente editada, con una carátu­la bellamente diseñada y con un contenido que me ha servido para evocar honda, entrañablemente a mi Colombia y a mi tierra cafete­ra, el   disfrute ha sido grande y te doy las gracias por el espléndido regalo de este libro.

La noche de Zamira me ha servido para evocar, para volver a vivir al Quindío y recordar las muchas veces que estuve, en plena bonanza cafetera o en plena cosecha, en la pequeña pero bella finca de Eduardo Arango. Junto con esos días inolvidables que yo viví en esa casa, pude conocer mejor que la bonanza no se reflejaba en la mejor vida de los campesinos. Que ese dinero que atraía a gente tan alejada de los cafetales como eran los estudiantes de la ciudad o no pocos desocupados que de Manizales, de Armenia o de Pereira iban a parar a la finca de Eduardo, para entrarle a esa bonanza tan anunciada y festejada, no era un dinero que se reflejara en la casita mejor arreglada, en ropa para los niños o en mejor vida para la mujer del campesino.

Yo, como tú, vi que mucho de ese dinero que en la bonanza se desgranó sobre las tierras cafeteras, fue a parar a los prostíbulos y a las prostitutas o  vino a favorecer a gente como Octavio, Diego (1) o sus respectivas mujeres que al final de cuentas eran gente más sinvergüenza y más sin valor que cualesquiera otras. Y algunas de esas personas que conocí en la finca del inolvidable y querido Eduardo me recuerdan muy nítidamente a Adriano, a Patricia, a Yolanda, a Gabriela o a Azucena. (1)

Y hubo momentos en que, durante la lectura, el libro me pareció cruel.  Cruel por el destino de las hijas de la no muy escrupulosa Gabriela, cruel por la absoluta falta de principios de los dos matrimonios, Octavio-Yolanda, Patricia-Diego. Cruel por la presencia –que no se puede ignorar– de la marihuana. Cruel por el perecedero papel que tuvo el dinero que se ganó en la bonanza.

Cruel, a mi modo de ver y de sentir, y con esta sensibilidad exacerbada que me estoy gastando en este momento de mi vida, pe­ro me lo leí de un tirón, rápidamente, como una manera de recor­darte a ti, a tu Astrid y a tus hijos, a quienes les dedicas be­llamente el libro, y como una manera de emprender un nuevo viaje en mis tierras cafeteras, tan entrañables para mí y tan lejanas en este momento de mi vida y de mis actuales circunstancias. Con tu libro, con tu regalo, llegó un pedacito de Colombia a mi casa y te lo agradezco profundamente.

Y estoy segura de que su presentación, al amparo de institución tan ilustre como la Academia Hispanoamericana de Letras y Cien­cias y con la intervención de Fernando Soto Aparicio, debió ha­ber sido un momento de orgullo para ti y para los tuyos.

Como lo estoy también de que, según tus propias palabras, tendrás un breve remanso y luego proseguirás la marcha “con nuevos bríos y superiores tormentos”, fuera de que sé muy bien que ya rondan en tu cabeza de escritor nuevos proyectos literarios, uno de los cua­les, como es inveterada costumbre en ti, servirá para enaltecer y dar a conocer mejor a otra gloria de nuestro país: nuestra Laura Victoria.

Me dices en tu breve nota de envío que Otto Morales Benítez me mandó el nuevo li­bro de mi Papá, editado en el Quindío, y que no sabe si me llegó o no. Le escribiré directamente a él pero te digo a ti que el li­bro jamás llegó y que si lo conozco –y lo he disfrutado tanto– ha sido porque mi hermana Gloria me lo trajo cuando vino en marzo pasado.

Alicia Caro –Beatriz para ti– y por medio de ella, Laura, han sido estupendas conmigo, me han acompañado, me han alentado, me han es­timulado, hablo con Alicia con frecuencia. Con decirte que hasta a respirar me ha enseñado. Estoy bastante bien, aun cuando mi voz sufrió una mengua bastante grande. Pero hablo y eso ya es una maravilla.

Gracias de nuevo por tu afecto, por tus libros, por haberme traído la tierra cafetera hasta esta ciudad donde el café solo se ve en numerosos establecimientos que lo ofrecen acompañado de pastel y crema.

Un fuerte abrazo para Astrid y para ti de,

Diana López de Zumaya

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(1) Personajes de la novela.

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Bogotá, 30 de agosto de 1998

Señora Diana López de Zumaya
Ciudad de Méjico

Apreciada Diana:

Próximo a salir con Astrid para Europa en un recorrido de mes y medio,  recibo tu carta del 18 de este mes, que te contesto de inmediato. Vemos que tu convalecencia registra signos positivos, lo cual nos complace en sumo grado.

La lectura de mi novela La noche de Zamira te hizo evocar los campos cafeteros del Antiguo Caldas, y sobre todo tus visitas a la finca del médico Eduardo Arango en el Quindío, que yo también conocí. No sé si estuviste en la bonanza cafetera del año 76 –la mayor que se haya presentado en toda la historia del café, y que nunca se repetirá–, en la cual se basa mi obra. La novela, que te parece cruel, es un cuadro dramático de aquellos episodios y dibuja la realidad que entonces se vivió y que tantas desgracias trajo al Quindío.

He dicho que el Quindío se partió en dos: antes de la bonanza y después de la bonanza. Así lo expreso en el último renglón del libro: «Nunca Zamira volverá a ser la de antes». Pero Zamira es cualquiera de los pueblos que conforman el mapa cafetero del Antiguo Caldas y del país.

La obra se ha presentado en Bogotá en dos centros académicos, y los días 7 y 8 de septiembre ocurrirá lo mismo en la Universidad del Quindío y en el Instituto Caldense de Cultura. El 12 emprendemos viaje a Europa. Días después viajará mi hijo Gustavo Enrique a Canadá, donde va a adelantar un curso de inglés intensivo en la ciudad de Vancouver.

Para el año entrante tendré despejada la cabeza a fin de iniciar la biografía de Laura Victoria. Hace poco me envió Beatriz un material precioso. A ellas dos les envié la novela, lo mismo que a Aristomeno.

Te va nuestro cariño de siempre,

Gustavo Páez Escobar

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México, D. F., 15 de junio de 1999

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Gustavo querido:

A pesar de que faltan tan solo diez minutos para las ocho de la noche, todavía hay luz de sol y el calor de esta tarde de primavera no ha disminuido en lo más mínimo. Tiene un especial encanto, una especial dulzura esta tarde de junio en la que, después de un temblor fuerte, uno comprueba que no se han presentado los daños y las muertes que el movimiento ameritaba y que uno temía.
Estuvimos Jaime y yo la semana pasada en Yucatán, en Mérida y en las zonas que están más cercanas a esa bella ciudad. En primer lugar me quedé admirada con Mérida, la ciudad blanca como le di­cen en México, según me lo dijeron, por lo limpia que es. Y bien que merece ese apelativo de blanca y de limpia porque lo es en forma tal que uno, que va de la capital, se queda admirado de la limpieza de las calles y de las aceras que son como bruñidas, como enceradas, vaya uno a saber por qué, de tal manera relucien­tes que me recordaron los pisos de tablilla, viruteados, encerados y brillados de mi vieja y amada casa de La Francia, en vi­da de mi mamá.

Hicimos en los pocos días de nuestro paseo las visitas que son obligadas:       a las zonas arqueológicas de Uxmal y de Chichen Itzá, a Celestún, que es un pueblo de pescadores, con varias zonas protegidas ecológicamente, que son reservadas a las aves que todos los años proceden del Canadá y de otros lugares. Jugando en el agua de ese mar espléndido, se me vino de repente a la cabeza la playa del mar Negro, y sus aguas, la playa llena de piedras y el agua helada, a pesar de estar en pleno verano. Con razón los europeos disfrutan de nuestras playas.

Yucatán es un estado muy bello, hace mucho calor en esta época y la naturaleza toda está embellecida por las flores amarillas del árbol «lluvia de oro» y las rojas de los «flamboyanes». Además esa maravilla de las zonas arqueológicas, tan bellamente conservadas y restauradas, nos impresionó mucho a los dos. A tal grado que Jaime inclusive expresó el deseo de ir a vivir a Mérida en el futuro

A este respecto él y yo tenemos una discusión siempre vigente. Porque mientras por un lado él encuentra insufrible esta Ciudad de México, con su inmenso tamaño, su gran población, su contaminación e inseguridad, yo, por el mío, encuentro lógicos y entendibles sus reproches a la ciudad, pero la encuentro inmensamente atractiva y querida. Y mucho más ahora cuando, gracias al Centro Médico Siglo XXI estoy bien de salud, bien del cuerpo y bien del alma.

Releo tu carta querida de mayo 22.

Efectivamente pasé velozmente por Bogotá en esta ocasión. En el mismo día, 8 de mayo, vine de Manizales y salí hacia Ciudad de México y por eso no me comuniqué con ustedes. Confieso que, a pesar de sentirme tan bien físicamente, todavía no tenía los arrestos suficientes para hacer una escala en Bogotá, en casa de mi amiga Amparo Maldonado, con el consabido traslado de equi­paje, deshacer la maleta y todas esas cosas que implica permane­cer unos días en una ciudad, antes de continuar a otra. Necesi­taba descansar, olvidarme –aquí entre nos– de que existen médicos en este mundo y no ver uno ni a un kilómetro a la redonda, y eso fue lo que hice en Manizales.

Y no fui capaz, ni siquiera sentí la tentación de ir a Armenia. Yo, como tú, tengo los más gratos y queridos recuerdos de esa ciu­dad donde tantos afectos tuve y donde tan bellos momentos pasé con mis papás. Volver para ver la ciudad destruida me pareció dema­siado doloroso. Si sentí dolor al ir a Pereira y ver los des­trozos en esa ciudad, que no fueron pocos, ¿qué hubiera sentido de ir a Armenia, a Calarcá, a Salento?

En realidad permanecí todo el tiempo en Manizales. Solo fui cin­co días a Cali y estuve feliz en esa ciudad donde también tengo a tanta gente querida.       Y fui dos veces a Pereira.

Y sí. Sentí, vi que mi patria atraviesa un mal momento. Que la gente se siente insegura y pesimista, que los secuestros aumentan y ese horror de las llamadas “pescas milagrosas” se presenta hasta en las goteras de Manizales. Claro que vi todo eso. Pero te confieso que también vi la otra Colombia: La de la gente que trabaja, la de las bellas montañas, la de los amigos, la de los humanos, la que guarda las tumbas de los papás y los amados ausentes. Esa Colombia donde se hunden profundamente mis raíces.

Reciban tú y Astrid el corazón de

Diana López de Zumaya

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Bogotá, 2 de agosto de 1999

Señora Diana López de Zumaya
Ciudad de Méjico

Querida Diana:

Vi con satisfacción, en Manizales del mes de junio, el inicio de las colaboraciones que te propones escribir para la revista. Y leí la hermosa carta que le envías a Aída con esta ocasión. Recuerdo que alguna vez te insinué que mantuvieras una columna, como lo hacías en otra época, en este perseverante órgano de comunicación del departamento de Caldas. Enhorabuena por el regocijo que vamos a tener tus lectores al enterarnos de tus ideas y poder disfrutar de tu cercanía a través de la palabra escrita.

Por tu carta del 15 de junio me entero de tu visita a la bella Yucatán, la ciudad blanca como le dicen los mejicanos, que tú describes como una perla por su limpieza y encanto.

Méjico es inalcanzable en sus tesoros arquitectónicos. Astrid y yo apenas pudimos otear, en nuestra breve estadía, ese horizonte de magnificencias que dejan en el turista recuerdos imperecederos y el deseo entrañable de volver algún día. Tuvimos la suerte de contar con la maestría de amigos inmejorables: Germán Pardo García, Laura Victoria, Aristomeno Porras, Jorge Martínez de Hoyos y Beatriz, los guías más certeros y más familiares para descubrirnos los portentos de la tierra mejicana.

No tuviste fuerzas para visitar la ciudad de Armenia durante los días que permaneciste en Manizales. Tampoco yo lo he hecho, porque el solo aspecto de la destrucción imaginada me lacera el alma. Sin embargo, las imágenes siguen llegándome apabullantes a través de los periódicos y de las conversaciones con los amigos. Conservo la idea de que Armenia sigue siendo la niña bonita que conocí, y esa ficción me hace retener la fisonomía que me acostumbré a consentir. Estoy invitado a presentar allí el libro de un amigo, tal vez para finales de este año, y no habrá otro camino que enfrentarme a la dura realidad. Entre tanto, soñemos…

Colombia, bien lo sabes, es hoy un campo de guerra. Prender el televisor o leer los diarios significa compenetrarnos con esa tragedia cotidiana de la violencia y la muerte. Los agentes del caos parecen seres desalmados para quienes el dolor no existe. Mientras el país se desangra y los hogares son exterminados en esa cadena sin fin de los secuestros y la barbarie, los facinerosos avanzan cada vez más en sus empeños aniquiladores. El pobre presidente de la República, que ha hecho todo lo imaginable para pactar la paz, ve que el país se le sale de las manos, sin manera de lograr siquiera un respiro o una mínima esperanza.

Sin embargo, somos muchos los colombianos que no nos dejamos abatir por el desespero y confiamos en que se logre, al fin, la convivencia que se busca hace tanto tiempo. Hoy el horizonte es negro, pero después de tanto sufrimiento debe surgir de las tinieblas una luz de salvación.

Con Astrid te enviamos, extensivos a Jaime, nuestros cordiales abrazos de amistad,

Gustavo Páez Escobar

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México, D. F., 19 de octubre de 2000

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Querido Gustavo:

Es una maravilla que el simple hecho de uno sentarse a escribir una carta a un amigo lejano pueda traer tantas evocaciones, tan gratos recuerdos y reviva momentos tan agradables. Quizás un día la vida, que es generosa y bella al máxime, me dará la alegría de volver a estar contigo y con tu Astrid, de asomarme corriendo a una de las ventanas de tu lindo apartamento para ver cómo pasa rápidamente el tren. No olvido jamás que desde una de tus ventanas se ve el tren pasar.

Te vas a sorprender tanto como yo misma cuando te cuente mis aventuras con Rosario Sansores, de quien tú querías saber muchos más datos biográficos de los que ya seguramente tienes, y de quien pretendías saber, entre otras cosas, si ella también forma parte de ese preclaro grupo de poetisas llenas de fortuna en la creación literaria y de desventura en los asuntos amorosos.

Desde que me llegó tu carta enfoqué mis baterías hacia ella porque con Delmira Agustini no tuve éxito alguno. Pero que no lo tuviera con la uruguaya no resulta lógico pero sí un tanto explicable, lo extraño está en que aquí nadie me pudo decir ni una sola palabra, ni mucho menos una palabra elogiosa, sobre Rosario Sansores.

El primer lugar donde busqué fue en la Enciclopedia de México donde están recogidos y asentados todos los nombres y personajes ilustres de este país. Y allí fue mi primer desconcierto porque Sansores no aparece en lado alguno. Luego me dediqué a preguntarles a mis amigos, a gente de mi edad más o menos, o mayores, y nadie me decía que la recordaba. Por fin, hablando un día con un amigo y maestro de la UNAM, me dijo que la recordaba vagamente, que tuvo durante mucho tiempo una columna un tanto frívola y sin mayor interés en algún diario de esta ciudad que él pensaba que era Excelsior y que lo que más recordaba de ella era que la conocía en algunos círculos como «Rosario Sonseras».

Fue solo ayer cuando tuve tiempo suficiente para irme a consultar la Casa Museo del poeta López Velarde, con una buena biblioteca de poesía, y también allí me sorprendió que el bibliotecario ni la había oído nombrar, que estuvo buscando no solo en sus propios libros sino por medio de la computadora y no halló nada de ella.

De repente encontró un pequeño libro editado en 1976 por el Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México, con el título de Poetisas mexicanas – Siglo XX,  antología. Me ilusioné pensando que allí habría algo de Rosario Sansores, pero ni una sola palabra, ni una sola mención.

O sea pues que, en definitivas, de Rosario Sansores es casi nulo el recuerdo que se conserva y quienes lo conservan no lo tienen en mucha estima, más bien la recuerdan como una mujer que escribía frivolidades en un diario mexicano, mas no como la recuerdas tú, como una poetisa, o como alguna vez la oí mencionar en labios no solo de mi inolvidable Papá sino de otro amigo, contemporáneo suyo, con quien solía hablar largo y tendido sobre poesía.

No te ayudé pues y lo lamento, pero cumplí, en humilde medida, tu solicitud de esa carta tuya que ahora contesto.

Y para seguir con el tema de la poesía y para seguir hablando de alguien amado, mi Papá, quiero comentarte que si algo recuerdo claramente es que él no sentía una especial estimación por su propia poesía y siempre la tenía como un trabajo menor.

Pero lo que tú me cuentas en esta carta, la existencia de un libro llamado Escribe Eros, con veinte poemas de amor, escritos en prosa, por mi Papá, me ha obligado a ir a mirar qué es lo que yo misma tengo de su poesía y son seis pequeños libros, ninguno de ellos editado en imprenta alguna sino copiados, el uno, por la preciosa caligrafía de mi hermano mayor, Iván, y los otros cinco, como sendos y maravillosos regalos de Navidad, copiados a máquina por mi hermano Fabio, libros estos últimos cinco en los que se repiten varias veces los mismos poemas pues me los hizo en años diferentes.

Efectivamente, como tú lo dices, la Biblioteca Piloto de Medellín, en las generosas y muy eficaces manos de Gloria Inés Palomino, es ahora la depositaria de toda la literatura, de todos los papeles que quedaron a la muerte de mi Papá. Y ella, Gloria Inés, ha sabido rescatar muchas cosas de allí, les ha dado la perpetuidad de la publicación, y ha permitido que sean estudiados por los investigadores que así lo desean.

Te dejo descansar no sin antes expresar que me duele no haberte podido ayudar escudriñando el pasado amoroso de Rosario Sansores. Sé que ahora, con mis comentarios, te sentirás tan desconcertado como yo de lo desconocida que es la vena poética de Sansores en su propia patria. Es cierto aquello de que nadie es profeta en su tierra.

Para ti y para Astrid mi cariño grande de siempre, la ilusión de poderlos abrazar de nuevo algún día,

Diana López de Zumaya


Ver epistolario Diana López de Zumaya 2001-2010

===============================Dia===============================

ASOCIACIONES DEFENSORAS DE ANIMALES

Club de Amigos de
los Animales –CADA–

Ubicado en Medellín. Como todas las asociaciones de este tipo, busca la protección y el cariño hacia los animales. Este club cuenta con carné de socio con el cual se pueden obtener descuentos en tiendas de animales, y  un seguro de asistencia veterinaria.

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Bogotá, 8 de julio de 1991

Señores C A D A – Club de Amigos de los Animales
Medellín

Apreciados señores:

El Espectador –periódico en el cual escribo la columna Salpicón– me trasladó el correo que ustedes me enviaron.

Me ha parecido interesante la hoja que ustedes denominan Convivencia. Como soy corresponsal de la revista ADDA Defiende los Animales, de España (la cual voy a pedir que se les remita en próximas ediciones), me serían de mucha utilidad las historias, denuncias y material de diversa índole que quieran suministrarme a fin de elaborar yo crónicas sobre los abusos que se cometen contra los animales.

Las ilustraciones son muy importantes para hacer amena la lectura de los trabajos. Las fotografías que aparecen en la hoja antes mencionada son excelentes, entre ellas la del perro ante el ataúd de su amo y la del inválido acompañado de su amigo fiel (el perro). Ojalá ustedes pudieran enviarme estos registros fotográficos, y los que tengan a bien, acompañados de preferencia de algún bosquejo escrito sobre las correspondientes historias.

Leí la carta dirigida a la primera dama de la nación a propósito de la asistencia de sus hijos a las pasadas corridas de toros en esta ciudad. No sé si doña Ana Milena (1) contestó la misiva. Sobre este mismo aspecto escribí en El Espectador, comenzando el año, una crónica titulada Entre pólvora y toros.

Los felicito por sus campañas. Reciban un cordial saludo,

Gustavo Páez Escobar

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(1) Ana Milena Muñoz de Gaviria, esposa de César Gaviria Trujillo, presidente de la república.

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Medellín, septiembre de 1991

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Muy apreciado señor:
Es reconfortante trabajar en asocio de personas como usted. Sus capacidades y sus posibilidades de actuar e influir al más alto nivel nos hacen prever el gran triunfo: “erradicar la crueldad con los animales”.

Lo felicitamos y lo animamos a que continúe sin desfallecer y a que haga lo posible por vincular a la causa a personas bajo su influencia en las áreas de la comunicación y la política. “La unión hace la fuerza”. El material que le hemos remitido es sacado de revistas y periódicos, por lo tanto no disponemos de las fotos.

Gladys Pérez, de ALDA, está elaborando un folleto sobre las crueldades con los animales en Colombia y necesita fotos alusivas. Ojalá usted pudiera obtener algunas del archivo de El Espectador y se las remitiera.

Le agradeceríamos nos remita copias de sus artículos sobre animales para utilizarlas en nuestras campañas de motivación y educación de la comunidad. Gracias por su carta del 8 de julio.

Éxitos y felicidades.

Atentamente,

Jaime Rodríguez R.
Club de Amigos de los Animales, Medellín
Coordinador

===============================ADA===============================

CASA DE POESÍA SILVA

Fue fundada el 24 de mayo de 1986 por Belisario Betancur, entonces presidente de la República. El propósito fue recuperar la casa donde había morado José Asunción Silva, que entonces estaba abandonada. En ella se fomenta el culto a la poesía de todos los tiempos y todos los sitios. Cuenta con una abundante biblioteca de obras tanto de Colombia como del exterior, y allí se realizan constantes eventos culturales que mantienen prendido el espíritu de la poesía.

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Bogotá, 1° de abril de 1991

Señora Isadora de Norden
Directora de la Casa de Poesía Silva
La Ciudad

Apreciada señora directora:

El poeta Germán Pardo García desea expresar a la Fundación Silva, por mi conducto, su profundo agradecimiento por el apoyo que recibe en estos momentos de serias dificultades económicas, a las cuales se suma el creciente deterioro de su salud.

Hoy el poeta languidece, paralizado y solitario, en su pequeño apartamento de Río Támesis de Ciudad de Méjico, como aquella «llama al viento» de Porfirio Barba Jacob. El auxilio mensual que le envía la Fundación Silva, y una pequeña renta proveniente de un depósito bancario, le permiten atender sus gastos más apremiantes y llevar una vejez decorosa.

Germán Pardo García me ha recordado varias veces en sus cartas el interés que siempre tuvo, y que de continuo expresaba en las páginas de la revista Nivel, por recuperar para la cultura la casa donde vivió José Asunción Silva, y que en uno de sus viajes a Bogotá la encontró convertida en un criadero de pollos. Silva fue la primera influencia que recibió Pardo García en su carrera, y hoy lo reconoce como uno de los líricos más decisivos en su destino de poeta.

Cumplo, entonces, con el encargo suyo de transmitir su voz emocionada –ahora que ya está impedido para escribir–, y sobre todo de hacerla llegar a los presidentes de la Fundación, los señores expresidentes de la República Belisario Betancur Cuartas y Alfonso López Michelsen.

Va un cordial saludo,

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, 22 de septiembre de 1991

Poetisa María Mercedes Carranza
Directora de la Casa de Poesía Silva
La Ciudad

Distinguida poetisa:

Me permito enviarle copia de la carta que con fecha 17 de este mes he dirigido a nuestro embajador en Méjico, (1) a propósito del traslado a Colombia de las cenizas de Germán Pardo García.

Leo en El Tiempo de hoy que las cenizas llegan a Bogotá el próximo miércoles y que serán entregadas a la Fundación Casa del Tolima para su traslado definitivo a Ibagué, la ciudad natal del poeta. Sin embargo, Pardo García consideró siempre que su verdadera patria chica era Choachí.

En mi comunicación transcribo al señor embajador diversas manifestaciones del poeta donde declara su predilección por Choachí, las cuales deseo que usted conozca. (2)

Reciba mi cordial saludo,

Gustavo Páez Escobar

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(1) Julio César Sánchez García. En la parte correspondiente de este epistolario, puede consultarse la carta que dirigí al embajador.
(2) Juan Gustavo Cobo Borda, quien como funcionario de la Cancillería fue encargado para organizar la llegada de las cenizas de Pardo García, dejó en manos de María Mercedes Carranza, directora de la Casa de Poesía Silva, la solicitud presentada por el municipio de Choachí para que le fueran entregadas las cenizas. En respuesta a dicho pedido, ella manifestó que ya estaba tomada la decisión de trasladarlas a Ibagué. Como Choachí insistió en su solicitud, la poetisa propuso dos fórmulas: 1) “prestar” las cenizas a Choachí para que allí rindieran los honores correspondientes, pero con la condición de que después fueran devueltas a Ibagué; 2) “repartir” las cenizas entre Ibagué y Choachí. Ambas fórmulas, por absurdas, fueron rechazadas por Choachí.

===============================CDS===============================

ÓSCAR ECHEVERRI MEJÍA

Nació en Ibagué, Tolima, el 15 de mayo de 1918. A la semana de nacido sus padres fijaron su residencia en Pereira. Por eso, se le conoce como escritor pereirano. Poeta, profesor, académico, diplomático, ensayista, periodista, crítico. Su obra es numerosa, no solo en el género poético, sino como ensayista y articulista. Comenzó a escribir desde muy joven: a los 17 años ya publicaba artículos en un periódico de Pereira, y a los 24 editó su primera obra, Destino de la voz. Maestro del soneto. Fue secretario y miembro de número de la Academia Colombiana de la Lengua y mantuvo en la prensa, durante varios años, una columna de correcciones idiomáticas. Colaborador permanente de La República, El Colombiano, Occidente y La Tarde. Ocupó cargos diplomáticos en España, Méjico, Panamá y Venezuela. Ha recibido varias preseas por su infatigable y brillante labor literaria.

Murió en Calima-El Darién el 11 de diciembre de 2005. Allí vio transcurrir con placidez sus últimos años en el predio rural que bautizó con el nombre de Aguasabrosa y que hizo famoso en el mundo de las letras.

Libros: Destino de la voz, Canciones sin palabras, La rosa sobre el muro, Cielo de poesía, Toledo, Viaje a la niebla, La llama y el espejo, Mar de fondo, España vertebrada, Una señal para iniciar el sueño, Sólo el amor, Canciones sin palabras, Humo del tiempo, La patria ilímite, Duelos y quebrantos, Arte poética, Escrito en el agua, Las cuatro estaciones, La piel de la patria, Señales de vida, Altamar En 1995 publicó Severino Cardeñoso Álvarez, en España, el libro Óscar Echeverri Mejía donde recoge buena parte de su obra y le rinde un grandioso homenaje.

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Buga, 21 de enero de 1991

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Mi querido Gustavo:

Al fin pude conseguir tu dirección. Fue gracias a nuestra común amiga Aída Jaramillo Isaza.

Hace tiempos estaba buscándote para enviarte mi último libro, Historia de la sangre, que hoy te remito gustoso. Sé que eres columnista permanente de El Espectador (yo no lo leo pues recibo los cuatro diarios en que escribo, El País, El Colombiano, La República y Diario del Otún, y apenas me queda tiempo para leerlos). Ojalá te merezca un comentario, y si aparece me lo envías, por favor. Gracias anticipadas.

Sé que has publicado varios libros en los años que hace que no nos vemos; ojalá me los enviaras para comentártelos con el afecto y la admiración de siempre.

Yo vivo acá, en mi pequeña finca Aguasabrosa, desde hace ocho años, retirado felizmente, rodeado del cariño de mi esposa y de mis dos más pequeños hijos, así como del aire puro, los árboles, los pájaros y un arroyo cercano. ¡Qué más podría pedirle al Señor!

Espero tus noticias siempre gratas, y deseándote ventura y prosperidad en 1991, te envío un fuerte abrazo.

Afectísimo,

Óscar Echeverri Mejía

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Bogotá, 31 de enero de 1991

Poeta Óscar Echeverri Mejía
Buga

Apreciado amigo:

Tu Historia de la sangre interrumpe un largo silen­cio en nuestra comunicación. Sabía que te habías radi­cado en Buga. Te leía a veces en los periódicos donde escribes. Pero no había podido dar con tu dirección. Bienvenido, entonces, tu último libro, que voy a leer con inmenso agrado.

Ahora, retirado de la vida laboral, disfruto, como tú, del ocio productivo. Eso de ser uno mismo el dueño del tiempo es fascinante. En diciembre estuve por Estados Unidos en compañía de mi mujer. Ahora es­cribo una biografía sobre Germán Pardo García, con quien hace dos años me entrevisté en Méjico y con el cual he mantenido estrecha relación epistolar. La obra será publicada por el Instituto Caro y Cuervo. Ya tie­ne título: Biografía de una angustia.

Te envío mis dos últimos libros. Caminos, que me publicó la Gobernación del Quindío, ya tiene varios años de vida. Ventisca, editada por la Universidad Central, se lanzó el año pasado en la Feria Internacio­nal del Libro. Tengo cifradas muchas esperanzas en esta novela.

Mantengo una columna permanente en El Es­pectador, con frecuencia semanal. Deploro que no me leas. Los cuatro diarios donde escribes los leo de tarde en tarde. No me queda tiempo, como es tu caso, para dedi­carme a muchos periódicos.

Cuando pase por Buga te buscaré. Ojalá me suministres alguna señal para localizar tu finca. iAguasabrosa, qué delicia! Tu vida es envidiable, rodeado de tu esposa e hijos y del aire puro del campo.

Te van mis mejores augurios para 1991, con un fuerte abrazo.

Gustavo Páez Escobar

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Aguasabrosa, 21 de junio de 1991

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Mi querido Gustavo:

Sólo ahora puedo contestar tu carta del 31 de enero, que me llegó –junto con tus libros Caminos y Ventisca– cuando estaba en una clínica en Cali, víctima de un derrame cerebral, del cual fui operado y ya me estoy reponiendo gracias a los cuidados de mi mujer, quien hace las veces de secretaria para poderte escribir.

Cuando lea tus dos obras las comentaré; por ahora te doy las más sinceras gracias por su envío, y te felicito porque veo que estás dedicado del todo a tu vocación más íntima: la literatura.

Espero me envíes la biografía de Germán Pardo García, a quien conocí en México cuando yo era cónsul general en esa ciudad, y a quien admiro por su excelsa poesía. Supongo que me la enviarás tan pronto aparezca, y te felicito pues está haciendo mucha falta una mayor difusión de la obra de Germán.

Te deseo bienestar y muchos éxitos literarios y espero pronto tus noticias.

Afectísimo,

Óscar Echeverri Mejía

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Bogotá, 1° de julio de 1991

Poeta Óscar Echeverri Mejía
Buga

Apreciado Óscar:

Por tu carta del 21 de junio me entero del derrame cerebral que te sobrevino a principios del año y del cual te recuperas, por fortuna, gracias a los cuidados de tu esposa. Es una noticia lamentable que siento con honda solidaridad. Si la operación tuvo completo éxito, hay que confiar que en la misma forma reaccione tu salud hasta dejarte de nuevo caballero andante del quehacer literario.

Extrañaba tu silencio alrededor de los envíos que te había hecho y llegué a sospechar, en vista del tiempo transcurrido, que algo anormal sucedía. No estaba equivocado. El cumplimiento que has tenido con la correspondencia y con la lectura de libros (yo te había despachado los dos últimos míos en enero) esta vez fallaba, por lo cual supuse dos cosas: o que estabas enfermo, o que habías emprendido un viaje. Después del percance hay que celebrar tu reencuentro con la vida, por largos y venturosos años, al lado de lo que más quieres: tu esposa y tus hijos.

Cuando salga mi biografía de Germán Pardo García te la haré llegar. Ahora lucho por su publicación. Hace pocos años visité al poeta en Méjico, y con él he mantenido una estrecha e interesante correspondencia, parte de la cual se publica en mi libro. Cada carta suya es un poema, y además un testimonio de su angustia dantesca. No sé si leíste en el Magazín Dominical el reportaje que le hice hace varios años. Si no lo conoces me avisas para enviarte un ejemplar.

Hoy supe, leyendo a Isaías Peña en El Tiempo, la muerte en Cali del periodista cultural Héctor Moreno. Fue un gran batallador de las letras y deja crónicas de mucha categoría. Si tienes noticias sobre su deceso te ruego suministrármelas.

Adelante, querido amigo, con tu salud y tus poemas. Te va un fuerte abrazo en  la recuperación,

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, 1° de agosto de 1991

Poeta Óscar Echeverri Mejía
Buga

Apreciado Óscar:

Mil gracias por los recortes que me hiciste llegar con tu breve nota de días pasados. Leí con provecho tus diferentes tesis sobre el idioma. Mantienes una erudita cátedra que ojalá pudiera yo leer con mayor frecuencia.

Veo que has acogido mi crítica sobre tus colegas las poetisas, y además incluiste en tu sabia columna el concepto de la Academia Colombiana sobre la palabra Méjico. Todo esto forma lazos de solidaridad alrededor del idioma. Te incluyo, a propósito, un comentarlo que hice en El Espectador sobre el mal manejo de la lengua en la Constitución que acaba de aprobarse.

Nuestro amigo Germán Pardo García libra su última batalla contra la muerte. Las noticias que me llegan de Méjico son preocupantes. Te envío dos recortes de prensa para que tomes nota de la proporción del drama que se avecina.

El 10 de este mes se inicia en Ibagué el congreso de Colombianistas Norteamericanos, y el 11 –dedicado a Germán Pardo García– presentaré una ponencia con el  título Biografía de una angustia.

Comprendo tus momentos de depresión. Pero hay que superar la adversidad  – que ya no lo es, si saliste bien librado– con la fuerza del espíritu. Vencerás, querido amigo. Salúdame con gran admiración a tu esposa, tu compañera formidable.

Va un cordial abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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(1) Pocos días después de esta carta, el 23 de agosto, murió en Méjico Germán Pardo García.

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Bogotá, 27 de septiembre de 1995

Doctor Óscar Echeverri Mejía
Buga

Apreciado y admirado Óscar:

El correo acaba de entregarme el libro que te publica en España Severino Cardeñoso Álvarez. Estoy deslumbrado con el esplendor de la obra y casi incrédulo con el maravilloso homenaje que te tributa el editor, a quien no conoces personalmente. Esto pone de manifiesto la trascendencia de tu patrimonio poético.

Página por página he repasado tu testamento, como lo llamas, y luego me recrearé con atención en todo su contenido. No puedo demorar, por lo pronto, el estrecho abrazo que ha despertado en mí esta grata sorpresa.

Dices que has estado releyendo el libro de poesía de mi padre, Herencia de recuerdos y llanuras, y me preguntas si conozco tu poema El mar inmóvil de los Llanos. Lo hallé en mi biblioteca y descubrí –o redescubrí– una bellísima  evocación del Llano bajo el símil (no sé si otro poeta lo haya establecido) del mar. Si escribes algo sobre el libro de mi padre, espero me lo hagas llegar.

El mes pasado estuve con Astrid, mi esposa, en el Hotel Guadalajara. Cómo lamenté no tener tu teléfono ni las señas de tu idílica Aguasabrosa para haber tenido la oportunidad de reanudar el diálogo interrumpido hace tanto tiempo (exactamente desde que nos encontramos en Armenia en la finca de Euclides Jaramillo Arango).

El 4 de noviembre viajaremos de nuevo a Armenia, a un matrimonio al que estamos invitados. Nos agradaría sobremanera ir a saludarte, para lo cual te ruego indicarme cómo localizar tus caminos.

Va una cordial felicitación para ti y tu esposa Lourdes por la espléndida recolección de tu obra.

Gustavo Páez Escobar

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Finca Aguasabrosa, Calima-El Darién, 30 de mayo de 1998

Escritor Gustavo Páez Escobar

Santafé de Bogotá

Mi querido Gustavo:

Recibí la copia de la carta que escribiste al director de la Academia de la  Lengua referente a la postulación de la poetisa Laura Victoria como miembro honorario de nuestra corporación. Me parece muy oportuna tu sugerencia, y estaría dispuesto a apoyarla –si hace falta– en unión de otros colegas. Para ello sería bueno que me con­siguieras algunas de las obras de la distinguida escritora, pues –lo confieso– no tengo ninguna.

No sé si Maruja Vieira te ha dicho que es requisito de nuestra Academia que el postulado en­víe sus obra, para mejor juicio de los académicos; si ella no los ha enviado a la biblioteca de la corporación, debes decirle que lo haga.

En cuanto al recorte de tu artículo aparecido en Occidente, no te lo he enviado no por olvido sino porque no he podido encontrarlo; seguiré indagando, y si lo hallo, te lo remito gustosamente. Te envío esos poemas que he escrito en los últimos años de mi vida, donde podrás ver mi evolución al paso del tiempo. Espero tu valiosa opinión, y tus nuevas y siempre gratas noticias, y entretanto me repito tu amigo afectísimo,

Óscar Echeverri Mejía

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Finca Aguasabrosa, Calima-El Darién, 1 de julio de 1998

Escritor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Mi querido Gustavo:

Contesto tu carta del 9 de junio. No lo había hecho antes porque quería poder encontrar el recorte de Occidente con tu artículo sobre mis 80 mayos… y ¡hasta que lo hallé entre periódicos viejos!; claro, tuve que reconstruirlo, pero ahí te va. Y gracias de nuevo por tus palabras laudatorias, que reposan en el álbum que mi esposa y mis hijos me regalaron, en el cual se incluyeron los mensajes que recibí con tal motivo.

Mucho me alegra la incorporación de Laura Victoria a la Academia; sólo lamento no tener ninguna de sus obras (consígueme siquiera una, para comentarla). Corno cosa curiosa te comento que yo fui más de dos años Cónsul General ­de Colombia en Ciudad de México, y no conocí a Laura: ella, según veo, vivía muy alejada de todo. Porque a Pardo García, Pellicer y otros escritores de ese sí los traté. Sin embargo, abrigo la esperanza de conocería, si hace algún viaje a nuestro país, o yo voy a México. SI tienes su dirección, dámela para enviarle la segunda edición de Destino de la voz.

Si deseas ingresar a nuestra Academia, te ofrezco liderar tu candidatura: no es sino que converses con otros dos colegas míos (académicos de número), y les digas que yo firmo la proposición. (1) Te sugiero a Dora Castellanos, Otto Morales Benítez, David Mejía Velilla, Jaime Sanín Echeverri, Maruja Vieira.

El 30 de este mes me ofrecerá un homenaje, con motivo de mis 80, la Casa de Poesía Jorge Isaacs, de Cali. Ojalá pudieras venir y me acompañaras. Quedas invitado. Ese día se presentará la segunda edición de la gran antología que me dedicó el editor y crítico español Severino Cardeñoso Álvarez. Te espero. Y pendiente de tus siempre gratas nuevas, te envío un fuerte abrazo.

Afectísimo,

Óscar Echeverri Mejía

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(1) Varias veces y en diferentes épocas, amigos académicos me han propuesto candidatizar mi nombre para el ingreso a la Academia de la Lengua. Y a otras academias. Con pena, he declinado dicho honor. Es posible que se me haya tildado de pedante. Pero no lo soy. En realidad, me considero sin vocación para hacer parte de estos organismos ilustres. Pertenezco a algunos, y nunca asisto. Pésimo académico. No sé por qué no me han borrado de las listas. No me gustan las asociaciones, detesto las comisiones. Es cuestión de temperamento, discúlpenme. He dicho que la mejor academia es mi biblioteca privada.

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Finca Aguasabrosa, Calima-El Darién, 8 de noviembre de 1998

Señor don Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Mi querido Gustavo:

Tengo el agrado de remitirte el adjunto recorte con mi comentario a Zamira. Es corto, debido al espacio de que dispongo para mi columna, pero en cambio es muy sincero y gustoso.

Si demoré en avisarte recibo es por motivos de ord­en público en mi vereda, que me obligaron a alej­arme por más de un mes del país.

Por fortuna las circunstancias ya mejoraron, y gracias a Dios estamos aquí de nuevo mi mujer yo, en Aguasabrosa.

Te agradezco el que te acuerdes de mí cuando publicas tus libros, y espero sigas haciéndolo así. Tú sabes lo que admiro tu obra literaria.

Ojalá me escribas y me cuentes qué haces ahora, y cuándo vas a venir a visitarnos. Entre tanto te envío un abrazo muy cálido.

Amigo afectísimo,

Óscar Echeverri Mejía

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Bogotá, 18 de noviembre de 1998

Doctor Óscar Echeverri Mejía
Finca Aguasabrosa, Calima-El Darién (Valle)

Apreciado Óscar:

Muy estimulante tu comentario sobre La noche de Zamira en el periódico Occidente. Interpretas bien el enfoque de la obra hacia la tierra quindiana, donde residí por espacio de 15 años. Y gozo hoy, a pesar de haberme venido de allí hace otros 15 años, del aprecio de la región.

También tú posees identidad quindiana. Tus abuelos maternos eran de Circasia y en ese pueblo pintoresco pasaste muchas temporadas juveniles. A Circasia lo hace célebre el cementerio laico, la gran realización de Braulio Botero Londoño. En estos días estuve con mi esposa en un matrimonio en Armenia y allí conversé sobre el cementerio de Circasia con un sobrino de Braulio, residente en Cali, actual presidente de la fundación encargada de proseguir las obras que Braulio dejó proyectadas.

Con Astrid me fue fui de gira por diez países de Europa, de donde volvimos hace un mes. Llegamos con el corazón henchido de tantas emociones que surgen por doquier en aquellas geografías maravillosas. La parada final, de 15 días, fue en España, la ancha tierra de tus vivencias humanas y tus sueños poéticos.

Veo que en la vereda donde resides han aparecido brotes de violencia que te obligaron a salir de Colombia por espacio de un mes. ¡Qué funesto país en el que vivimos, querido Oscar! Esta larga noche de la violencia parece que no fuera a concluir nunca. Quizá algún día vaya a visitarte. En mis épocas quindianas frecuentaba mucho el lago de Calima, donde un amigo de Armenia tenía una linda casa. También conozco el pueblecito de Darién.

Te envío un fuerte abrazo en tu regreso a casa,

Gustavo Páez Escobar

===============================Osc===============================

EMBAJADA  DE COLOMBIA EN MÉJICO

Bogotá, 13 de septiembre de 1991

Doctor Julio César Sánchez García
Embajador de Colombia en Méjico
Méjico, D. F.

Señor embajador:

He sido informado de la presencia que usted tuvo, como digno representante de nuestro país, en los actos que siguieron al deceso de Germán Pardo García. Soy abanderado desde años atrás de la figura del poeta, y así lo he expuesto en diversas ocasiones en mi columna de El Espectador. En días pasados varios periódicos recogieron notas mías de tributo al gran desaparecido. Biografía de una angustia es el título de un libro que escribí sobre él y que espero publicar pronto.

Aprovechando el viaje del doctor Luis Guillermo Torres, pariente del poeta, con él envío a usted esta misiva. El doctor Torres, alto ejecutivo de la Organización Ardila Lulle, viaja a Méjico en asuntos de negocios.

Supe que el doctor Aristomeno Porras entregó a usted las cenizas del poeta. Es el momento de rendirle al maestro, ya con el simbolismo de su regreso definitivo a la patria, un gran homenaje nacional. Pienso que el sitio indicado para depositar sus cenizas es el páramo de El Verjón, en inmediaciones de Choachí. Aunque él no nació en esa población, siempre la consideró como su patria chica, y así lo manifestó en diversas formas, sobre todo en su poesía. A Ibagué, que él veía como un accidente geográfico en su llegada al mundo, sólo la visitó una vez, en el año 1928.

Germán Pardo García debe regresar al páramo, donde pasó sus primeros años de abandono y tristeza. El páramo lo marcó para siempre e inspiró su poesía magistral. Su alma fue modelada por la montaña. Ahora, el mejor homenaje que se le puede hacer es el de entregarlo a la entraña de la tierra a que pertenece.

Yo me imagino, en medio del páramo, un obelisco en piedra de la región que pregone a los vientos de América la memoria del inmenso poeta de la angustia. Usted es el indicado, señor embajador, para encauzar esta idea.

Con un cordial saludo,

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, 17 de septiembre de 1991

Doctor Julio César Sánchez García
Embajador de Colombia en Méjico
Méjico, D. F.

Señor embajador:

Como complemento de la carta que dirigí a usted el 13 de este mes, a propósito de la idea de trasladar a Choachí las cenizas de Germán Pardo García, me permito trascribirle algunas manifestaciones del propio poeta que permiten ver su predilección por dicho sitio como su verdadera patria chica.

En Etiología y síndrome de una angustia, que es el boceto autobiográfico que escribe a comienzo de su obra Apolo Pankrátor (1977), dice Pardo García: «Asimismo su libro Los ángeles de vidrio es la imagen del pueblo de Choachí, que él considera su verdadera cuna”. En la dedicatoria de Apolo Pankrátor expresa el poeta: «A Sergio Espinel, hijo dilecto de Choachí, el lugar que más he amado».

Germán Pardo García sintió el páramo como el territorio de su alma. «El huracán del páramo –dijo una vez– no ha cesado un instante de soplar sobre mí». Este sentimiento está vivo a lo largo de toda su obra, y así lo refrendó siempre en su correspondencia, en charlas con sus amigos y en reportajes  periodísticos.

He hallado varias alusiones en tal sentido, que deseo hacer conocer del señor embajador:

Etiología y síndrome de una angustia (1977)

1905. «Huérfano y sin poderse valer todavía por sí mismo, el niño es enviado con su hermanita Beatriz a una propiedades que el juez Pardo tuvo en las   inmediaciones de Choachí y próximas a las escarpaduras del sombrío páramo de El Verjón…”

1912. “Los niños son llevados nuevamente a la casona del páramo… El niño, que ya se encaminaba a la escuelita rural en donde recibía elementales doctrinas del maestro el indio Marco Tulio Sogamoso… Estos indígenas lo protegen y le dan el cariño que le falta… Se inclina desde aquellos años a fraternizar con el pueblo y con  los desvalidos…”

1921. «El 2 de diciembre de ese mismo año, el joven hace un paquete con sus pocos libros y su escasa ropa y a las cuatro de la tarde sale del fracasado hogar (en Bogotá), sube a pie por el escarpado cerro de Guadalupe, llega al páramo de El Verjón… Desciende al pueblo de Choachí con frecuencia y fraterniza con los vecinos y vende su carbón en la herrería de don Rosendo Canoa…”

Revista Diners (noviembre de 1986)

«Ese contacto feroz, terebrante, con la naturaleza de los Andes orientales de Colombia, fue la primera impresión que tuve de mi amadísima patria: selvas, reses, caballos salvajes que yo mismo intentaba dominar, y brumas, brumas envolviéndome y vistiéndolo todo…”

“Para mí las grandes metrópolis en que he vivido no son sino retazos enormes de las montañas nativas, inmensas, llenas de pavor y de hermosura…”

«En cualquier lugar del mundo he seguido siendo un campesino colombiano, pese a los sitios encumbrados a los que me condujo mi nombradla de poeta. Es a los agricultores colombianos a los que debo mi sentido de la tierra, mi pasión por los surcos que nos dan el alimento y que serán nuestra última morada…”

Poema Praderas verdes (1945)

Algún día descansaré en unas praderas verdes.
De la naturaleza seré un huésped arcano y tranquilo.

* * *
Ampárame en tus sitios sin luz, naturaleza,
y vuélveme a tu sombra morada hospitalaria
de la paz…

Poema Ángeles del campanario (1962)

AI pie de la montaña el pueblo mío.
Ni orgullo ni pasión. Cosa tierrera.
Desde arriba la madre cordillera
acunando al lactante caserío…

Poema Paraíso perdido (1973)

Mi padre me acunaba y me decía:
¿Cuándo vas a volar, hijo del aire?
Y al fin abrí las alas dolorosas.
Hoy tengo setenta años. Ya no existe
mi padre; y en la casa, único huésped,
]el frío traicionero la transita.
Mas he vuelto y clamando: soy el águila
que retorna a morir donde naciera.

* * *

Señor embajador: ya que en sus manos se encuentran hoy las cenizas de Germán Pardo García, es usted la persona indicada, dada su alta investidura diplomática y sobre todo su condición de líder nacional, para dirigir la operación de retorno de este compatriota ilustre –en sus restos mortales– al lugar que él más quiso: Choachí.

Con un  cordial saludo,

Gustavo Páez Escobar

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EMBAJADA DE COLOMBIA
E-01241 –  México, D. F., 30 de noviembre de 1991

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Respetado señor:

Con alguna tardanza recibí su amable comunicación del pasado 13 de septiembre en la que usted me sugiere que las cenizas del poe­ta Germán Pardo García se depositen en Choachí.

Considero muy respetables las razones que usted expone para respaldar su iniciativa que infortunadamente no podrá ya realizarse, entre otras razones por ya haberlas enviado, como usted bien lo sabe, por conducto de la Cancillería Colombiana a Ibagué.

Le informo que en compañía del maestro Aristomeno Porras y otras personalidades pudimos hacerle al maestro Germán Pardo García los reconocimientos públicos mínimos que se merece con motivo de su fallecimiento. Esperamos en próximos días celebrar en su honor otros eventos, el primero de ellos el próximo 6 de octubre en el Parque de la Alameda en esta ciudad, con la participación de artistas, musicales y destacados intelectuales.

Me atrevo a insinuarle a usted que, por su devoción comprobada al ilustre poeta desaparecido, constituya un comité para que en Choachí se le haga un gran homenaje y ojalá se coloque un busto suyo para exaltar su memoria. En todo lo que usted considere conveniente, como podría ser mi intervención ante el señor Gobernador de Cundinamarca, estoy listo a colaborar para el feliz éxito de esta iniciativa.

En espera de sus amables noticias, me suscribo de usted como su servidor y amigo,

Julio César Sánchez García
Embajador

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Bogotá, 24 de octubre de 1991

Doctor Julio César Sánchez García
Embajador de Colombia
Méjico, D. F.

Señor embajador:

Mil gracias por su amable carta del 30 de septiembre. Las cenizas de Germán Pardo García se encuentran hoy en poder de la ciudad de Ibagué, pero  Choachí las reclama con justa razón para depositarlas en la casa de cultura que lleva el  nombre del poeta.

Excelente la idea que usted me manifiesta en el sentido de colocar en Choachí un busto del poeta para exaltar su memoria. En los pueblos –como sucede en Méjico, gran país nacionalista– hay que estimular los símbolos patrióticos y culturales como faros del espíritu que eleven la conciencia pública.

Ojalá usted interese al gobernador de Cundinamarca para que se elabore, por parte de un artista reconocido y con la altura que merece el personaje, esa obra recordatoria.

Leí en Excelsior las declaraciones que usted hace sobre el particular, en el homenaje tributado a Pardo García. En el mismo acto anunció usted el proyecto de publicar, por cuenta de Colombia, la obra completa de nuestro ilustre compatriota. (1) Este sería el mejor tributo a su memoria. Las autoridades y habitantes de Choachí se sienten muy contentos con estos propósitos.

Cordial saludo,

Gustavo Páez Escobar

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(1) No se llevó a cabo la anunciada publicación de la obra completa de Pardo García. Nunca más volví a saber de esta iniciativa del embajador Sánchez García. Tampoco en Choachí se construyó el busto del poeta. ¡Qué solos se quedan los muertos!

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JORGE FRANCO VÉLEZ

Nació en Envigado, Antioquia, en 1922. Médico de la Universidad de Antioquia, escritor, académico, lingüista, profesor universitario, periodista, poeta. Catedrático de Medicina Tropical en la Sala San Roque del Hospital Universitario. Trabajó en el Seguro Social en su área administrativa y en la clínica de Santa Gertrudis de esta Institución en Envigado. Pero fue su vena de escritor la que lo lanzó a la fama y a la admiración. En amenas columnas exponía sus conocimientos sobre la ortografía y otros temas del idioma. Murió en Medellín en 1996.
Libros: Palabras del transeúnte, Terapia ocupacional, El Quijote a lo paisa, Las Gazaperas de Argos, Una elegía, Hildebrando, entre otros.

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Bogotá, 22 de junio de 1991

Doctor Jorge Franco Vélez
Medellín

Apreciado escritor:

Un gran amigo mío quindiano, Fidel Botero Vallejo, me regaló hace varios    años el libro Hildebrando (4a. edición, noviembre de 1984). Era una de esas lecturas que mantenía aplazadas y que hoy, por fin, he abordado casi que en una sola sesión, dado el interés que suscita el tema del alcoholismo, que usted trata en la obra de manera palpitante.

Varias cosas me han agradado del libro: la autenticidad del relato (movido entre bares, sexo, ambientes sórdidos, hogares perturbados); la fidelidad del lenguaje paisa; el dramatismo de la narración; el tono poético y romántico de algunos episodios; el buen manejo del humor y la ironía, y desde luego, la moraleja de la recuperación alcohólica (que sólo aparece casi que en la última página, como grata sorpresa, cuando el lector adivina otros desenlaces). Estos factores convierten el libro en una novela apasionante, que al propio tiempo, según entiendo, es la autobiografía novelada del autor.

También soy escritor: novelista, cuentista, periodista. Me dicen que usted escribe en El Colombiano. Tal vez ha leído mi columna Salpicón en El Espectador. Estos ingredientes me permiten acercarme a su obra. En otro tiempo fui gerente de banco, y hoy, jubilado, estoy entregado al placentero oficio de leer y escribir. Es la mejor manera de ver pasar la vida.

Veo que usted es celoso del idioma. La lexicografía paisa que anota al final del libro es un trabajo valioso. Voy a permitirme hacerle algunos comentarios sobre esta materia.

En las páginas 441 y 536, donde aparecen las palabras tahúr y retahíla, anota que éstas no llevan tilde porque, según Argos, (1) la h disuelve el diptongo. Sería importante revisar ese concepto. Según la Real Academia Española, la h muda colocada entre dos vocales no impide que éstas    formen diptongo: sahu-merio. Cuando alguna de dichas vocales haya de ir acentuada, se pondrá el acento ortográfico como si no existiera la h: rehúso, ahíto, tahúr, retahíla. Me gustarla conocer la norma de Argos.

En la página 492 figura la palabra asma como masculina. Lo correcto es: asma nerviosa.

Usted maneja muy bien el lenguaje paisa que entrevera, incluso en la misma frase, el tú, el vos y el usted. La mayoría de enclíticos llevan la tilde correspondiente. A otros no se les marcó. Anoto algunos ejemplos, seguidos de la página y el renglón (y con la escritura correcta): acordáte (173-22), tenélo (320-18), sentáte (327-34), contáme (431-34); (en la misma frase se halla quitáme, bien escrito), veníte (525-17, volvéte (539-6).

Ojalá estas anotaciones de buena voluntad fueran de utilidad para la depuración de la obra en futuras ediciones. Hildebrando merece no solo la pureza del aguardiente sino la autenticidad de la lengua.

Otra sutileza. En la página 364 dice usted que Germán Pardo García vive en Méjico desde 1935 (me gusta, a propósito, que usted escriba Méjico con j, defendiendo la grafía correcta del español que señala que no existen palabras que se escriban de una manera y se pronuncien de otra). El poeta vive allí desde 1931. Soy amigo de Pardo García y sobre él acabo de escribir un libro que espero publicar pronto, titulado Biografía de una angustia. El maestro cumple 89 años el próximo 19 de julio.

Gustavo Flaubert, encarnado en su heroína inmortal, dejó para la historia una frase ilustre: Madame Bovary soy yo. Otro tanto puede decir usted: Hildebrando soy yo.

Reciba, con mi entusiasta felicitación por su obra, el cordial saludo de

Gustavo Páez Escobar

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(1) Autor de la columna Gazapera en El Espectador.

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Medellín, julio 18 de 1991

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Estimado periodista y amigo:

Leí con placer su cordial y sincera carta de junio 22, en la cual me hace generosas observaciones sobre mi libro Hildebrando y me anota algunos defectos de forma en su escritura. Por todo lo anterior le doy mis agradecimientos, señor Páez.

Paso a referirme a sus reparos. En realidad, yo compartí la opinión de Argos sobre el no uso de la tilde en algunas palabras de h intermedia entre dos vocales. Mi maestro dio su opinión al respecto en una de sus Gazaperas, no recuerdo de qué fecha. Hoy me inclino a usar la tilde en estos casos porque me he vuelto más obediente a la Academia.

En cuanto a lo de asma nervioso, tiene usted razón. No tengo a la mano los originales de mi obra para ver si el error es mío o de imprenta. Lo que sí sé es que a un médico no le luce dejar tamaño gazapo en uno de sus escritos. (1) En la próxima edición se corregirá.

En cuanto a la acentuación de algunos modos verbales lo he hecho con las palabras en las que puede haber confusión: miráme, andáte, fijáte con objeto de que no crean que se me olvidó la tilde que se marca en las esdrújulas; no en ponele, por ejemplo. Sin embargo, vale la pena revisar la obra para procurar en el futuro la uniformidad paisística del lenguaje.

Le informo que he leído sus doctos y a la vez graciosos escritos de Salpicón. Yo escribo los domingos en El Colombiano, página editorial, unas charlas tituladas El Quijote a lo paisa y ocasionales colaboraciones literarias en el suplemento dominical. Le remito tres de estas últimas, una de ellas dedicada a exaltar la obra de nuestro común amigo Germán Pardo García. Le agradezco el dato exacto de la fecha de instalación del poeta en Méjico (1931).

Con sentimiento de cordial amistad,

Jorge Franco Vélez

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(1) Franco Vélez, además de experto en cuestiones gramaticales, es médico de profesión.

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Bogotá, 31 de julio de 1991

Doctor Jorge Franco Vélez
Medellín

Apreciado amigo:

He leído con mucho placer los recortes de prensa que usted me envió con su carta del 18 de julio. A Argos lo pinta de cuerpo entero. El recuerdo sobre Germán Pardo García –cuya salud, a propósito, está muy delicada– es muy ameno. Se trata de una crónica llena de gracia y que tributa merecido homenaje al talento poético del insigne colombiano.

Me parece muy acertado que usted unifique el criterio sobre la tilde en los enclíticos del lenguaje paisa para futuras ediciones de Hildebrando. El enclítico, como sabemos, es una partícula que se une a un vocablo y que puede variar o no la ortografía de las palabras. Si la palabra original es aguda y tiene más de una sílaba, conserva, al volverse grave con la adición del enclítico, su forma ortográfica. Es el caso de ponele, que usted me cita. Como el poné, o el tené, o el mirá –auténticas expresiones paisas– llevan tilde por ser palabras agudas, los enclíticos también la llevarán, a pesar volverse graves: ponéle, ponéte, tenéle, miráte, miráme, etcétera.

Espero seguir recibiendo su correspondencia, lo mismo que sus gratos        comentarios en El Colombiano.

Va un cordial saludo,

Gustavo Páez Escobar

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GEORGES ROSS

Gran humanista de origen franco-hispano. Trabaja en España desde 1955, dedicado a la defensa de la vida animal y a denunciar la falsa neocultura del siglo XX, que se opone a la evolución síquica y cultural del animal hombre. Sus escritos suelen causar una profunda impresión en cualquier lector con espíritu sensible, al plantear cuestiones trascendentes. En especial, sus libros son muy apreciados en los medios universitarios americanos más progresistas, proyectando una línea de pensamiento nuevo y radical, Murió en Madrid, España, el 30 de enero de 1996.

Libros: El mono degenerado, Prosa vertical para pueblos horizontales, La unidad viviente, Un apunte sobre las relaciones públicas, Mi querido sobrino, La era de los jueces, Dios, ecología y panteísmo, entre otros.

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Madrid, España, 13 de marzo de 1991

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Distinguido y muy estimado amigo:

Pese al tiempo transcurrido, tenga la seguridad de que no le he olvidado. No he tenido más remedio que reducir la marcha muy considerablemente,   ateniéndome a limitaciones actuales. La pérdida de salud, originada por el agobio y el insomnio, llegó a transformarse a través de los años en un cuadro bronco-cardíaco agudo que se volvió crónico e irreversible. He pasado momentos muy desagradables, que no tendría sentido relatar, y actualmente, sin abandonar la lucha, hago estrictamente lo que está al alcance de mis fuerzas.

Sin secretariado, es imposible continuar una labor que correspondería a una fundación –que no existe– y además intento, aunque lentamente, terminar un libro en el que trabajo desde hace años y que representa una ampliación muy definida de los conceptos vertidos en los trabajos  anteriores.

Desde la recepción de su magnífico artículo, (1) del cual le acusé recibo en su momento, no he perdido oportunidad de proponer su publicación, aparte de haber enviado fotocopias del mismo a un número considerable de asociaciones españolas identificadas con la problemática animal. Escuché comentarios sumamente estimulantes para usted, definiendo el artículo como una síntesis magnífica de emociones y sentimientos asociados a una protesta rotunda, salida de la compasión y la indignación más auténticas.

No necesito decirle en qué mundo vivimos. Esta clase de textos molestan a una sociedad particularmente corrompida. Finalmente, un buen amigo de Barcelona y colaborador de la revista Vivir –que por cierto tiene prestigio dentro de un sector de público interesante– me prometió que lo haría publicar.

Por fin ha podido cumplir su promesa, luchando contra los compromisos ya adquiridos por la redacción, y adjunto le envío fotocopia de dicha publicación. Es mucho menos de lo que yo hubiera deseado ofrecer a sus sentimientos y a su  talento, pero por lo menos este testimonio ha sido expuesto en España. Eso no me impedirá hacer otros intentos cada vez que pueda. Su denuncia lo merece.

Le adjunto también fotocopia de dos artículos publicados en Madrid hace unos días, diciéndole simplemente que huelgan comentarios. Son prueba de decadencia, pero también de preocupación innegable por la fuerza que adquiere una protesta mundial contra la crueldad que ya no puede ignorarse ni ser detenida.

Espero sigamos en contacto. (2) Conservo hacia usted el mejor de los recuerdos y creo que en la medida de lo posible tenemos que mantener la unión de las personas civilizadas de este mundo.

Acepte, se lo ruego, mi más afectuoso saludo

Georges Ross

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(1) Cuando los animales lloran.
(2) Esta es la última carta recibida de Jorge Ross. Venía muy enfermo. Muere en Madrid el 30 de enero de 1996.

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Bogotá, 28 de marzo de 1991

Escritor Georges Ross
Madrid, España

Apreciado amigo, distinguido escritor:

Después de varios meses de silencio suyo me llega su carta del 13 de marzo y con ella los recortes que ha tenido la amabilidad de trasladarme. Me entero, y esto es preocupante, de su mal estado de salud en los últimos tiempos, como consecuencia del abatimiento de su espíritu y del insomnio que no ha logrado controlar, situación que degeneró en un agudo cuadro bronco-cardíaco que le ha traído serios desajustes en su ritmo de vida.

Usted, notable defensor de la causa de los animales, ha librado duros combates contra la insensibilidad del hombre y el despotismo de los gobernantes. Su actitud, valiente y solitaria en medio de un planeta poblado de seres dementes, lo ennoblece pero también le ha minado la salud. Sin embargo, saldrá adelante, por cuanto el noble postulado lo ayudará a resistir la inclemencia de quienes, con ánimo beligerante, contestan en España y en otros sitios del mundo a sus llamados por la convivencia entre el hombre y el animal.

España, que trajo a América la barbarie de las corridas de toros, está lista a celebrar con sangre, en 1992, los 500 años del descubrimiento del continente americano. ¡Qué horror! Lo que allí denominan corridas monumentales no son sino puñaladas que se siembran en el corazón de la mal llamada civilización del siglo XX, para que el hombre sea más feroz, más Caín, más asesino de su propia alma.

Germán Pardo García, el grandioso poeta de la angustia universal –sobre quien acabo de concluir un libro: Biografía de una angustia–, le ha cantado al perro en versos estremecidos de ternura. En uno de ellos dice:

En ti confío porque no eres hombre.
Tenme confianza porque soy un perro.

En Colombia, me he hecho eco de las campañas que se adelantan en otras partes (usted en España y Gloria Chávez Vásquez en Estados Unidos, entre otros) para defender la naturaleza de los nobles brutos y atacar la ferocidad del hombre cuando se vuelve sanguinario. Mi artículo Cuando los animales lloran, que recibió y sique recibiendo voces de solidaridad, es un canto al reino animal. Tal vez es de lo mejor que haya escrito en este sentido, a pesar de su brevedad. Usted consideró que había dado en  el punto preciso de  la  crueldad humana.

Me ha agradado sobremanera ver publicado, por gestión suya, dicho artículo en una revista española. Aparte del honor que se me dispensa –y deseo que así se lo transmita al amigo que consiguió la publicación–, me entusiasma saber que el mensaje obtiene difusión en ese país y que de esa manera logramos avanzar en nuestros empeños humanizados. A usted, desde luego, le debo gracias muy expresivas por interesarse en mi palabra. Hoy mismo le enviaré una breve nota de agradecimiento a Josep Soler Corrales.

Espero que el libro iniciado por usted hace varios años, y que ha tenido que interrumpir por quebrantos de salud, se cierre en el menor tiempo posible. Así reforzará todavía más sus tesis sobre la humanización del hombre.

Había pasado por alto este comentario: la reedición de mi artículo está espléndida. La revista Vivir refleja excelente calidad editorial, y ese es otro motivo para sentirme satisfecho. También los animales lo celebran.

Le reitero mis sentimientos de amistad y admiración y hago votos por el restablecimiento de su salud. A estas manifestaciones agrego un cordial abrazo de compañero en la lucha.

Gustavo Páez Escobar

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HUMBERTO SENEGAL (1)
(Humberto Jaramillo Restrepo)

Nació en Calarcá, Quindío, en 1951. Poeta, cuentista, crítico, educador, editor. Se ha hecho famoso en el cultivo de las poesías zen y haikú, con renombre en otros países y textos traducidos a varios idiomas. Escribe verso libre, con temática social y de protesta. Activo promotor de la cultura quindiana a través de su revista Kanora y de artículos y ensayos en diferentes medios de comunicación. Dirige un taller de literatura en Calarcá.

Libros: Pundarika, Ventanas al nirvana, Desventurados los mansos, Dejé las flores en el sueño, Puertas y ventanas, Papeles y razones, Antología de kaikú latinoamericano, Poetas hispanoamericanos para el tercer milenio, Antología del cuento corto colombiano, entre otros.

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(1) Desde sus inicios literarios se cambió el nombre de pila (Humberto Jaramillo Restrepo) por el de Humberto Senegal. Años después, a Humberto le suprimió la hache, para quedar Umberto Senegal. Es hijo del escritor Humberto Jaramillo Ángel.

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Calarcá, marzo 18 de 1991

Escritor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Querido amigo:

Otras obras, entre ellas las novelas El mundo alucinante y Viaje a la Habana, del suicida cubano Reinaldo Arenas, quien fuera a través de la epístola amigo nuestro y colaborador de Kanora, cedieron su lugar a la lectura de Ventisca. Las tres llegaron juntas al apartado postal. Pero un imperioso motivo nos condujo primero a su novela, apreciado Gustavo: verificar que el narrador de esta obra no era el titubeante autor de alguno de los primeros libros que dos décadas atrás leímos, sino el decantado señor de elegante prosa y sólido contenido con el cual nos encontramos en su columna de El Espectador.

En un día de lectura continua, ininterrumpida, releyendo párrafos y rumiando imágenes cuando es necesario cerrar el libro un instante mientras el alma y el cuerpo regresan de La Serranía, nos encontramos frente a frente, sin reservas, con un narrador maduro, directo, seguro de sus herramientas, para quien la palabra no es un elemento distractor de la realidad. Allí estaba, sí, el Gustavo Páez Escobar que encontró su estilo y sus temas y los elevó a la categoría de arte, sin pérdida de la sencillez, sin recurrir a las rimbombantes técnicas y formalidades de esa moderna narrativa colombiana que oculta su vaciedad tras la complejidad de la prosa.

Gracias por su libro, amigo Gustavo. Ya estaremos juntos para silenciar esta consumida palabra y convertirla en un abrazo sincero. No debemos llamarnos a engaño. ¿Quiénes leen esas novelas, innovadoras y singulares según las presentan los editores temerosos de perder sus cicateras inversiones, que hoy nos presentan algunos reseñadores como la moderna novelística nacional? Es posible que ni sus propios autores tengan el valor y la paciencia de llegar a la mitad de las mismas. Ventisca es la respuesta literaria para contraponerla a dichas «búsquedas».

Esa forma de contar una historia, de construirla con lugares, escenas, personajes e ideas que nada tienen de especial en sí mismos, pero que gracias al tono, al nervio, al sentimiento que usted coloca en ellas, admirado Gustavo, adquieren universalidad y dimensión particular, le devuelve a la novela expectativa, su interés, ese sentido de lo trágico que bien puede manifestarse con el estilo de un Dostoievski, de un Istrati, un Andreiev, un Kazantzakis o un Kawabata.

O un Eduardo Arias Suárez, o un Próspero Morales, para no salirnos de nuestras fronteras. Ventisca, que al comienzo de la obra es tímida y leve brisa de emociones, va creciendo capítulo tras capítulo hasta desbordar la primera impresión de novela provinciana que se tiene de ésta hasta el final del capítulo 4°, e iniciar un incontenible crescendo sicológico orquestado por dionisiacas fuerzas de la naturaleza –el paisaje y el sexo– que hacen de la novela una obra perfilada con vigor, contada con profesionalidad, escrita sin titubeos.

Los capítulos 19 y 26 son, para nuestro gusto, los mejores y más intensos del libro. Los más dramáticos. Puntales de la novela que le comunican a esta toda su fuerza y su angustiante naturalismo. EI 19, por ejemplo, ¿lo ha notado usted?, podría desvertebrarse de la novela y convertirse en un cuento porque posee unidad propia. En algunas páginas iniciales, antes que la naturaleza impiadosa surja como personaje de la novela y con su absorbente presencia fortalezca la trama de Ventisca, temimos que la novela fuera a convertírsele en ficción rosa en lo concerniente al destino que les asignaría usted a los personajes. Descansamos de tal tensión cuando el novelista, con tino narrativo, de manera adecuada, condujo hacia el final justo el desarrollo de las situaciones.

Bien lo afirma el narrador cuando acota:

«Este recuento tiene pocas risas. Tampoco grandes alegrías. (…) Culpa no es de quien se propuso reconstruir los suce­sos que bien o mal han adquirido su propio ropaje, no mati­zar su narración con los colorines que existen en otra par­te. Los colorines, piensa el relator, dependen siempre del ojo que escrute». (pag. 85).

En el acento trágico de su libro, amigo Gustavo Páez Escobar; en ese conmovedor desenlace que a pesar de sugerirse desde el principio los lectores no logran adivinar –¡este es uno de los logros de Ventisca!–, donde Ofelia en medio de la soledad, el abandono y la tragedia se realiza como mujer y como persona al alejarse de La Serranía acompañada sólo por su perro Chiras, encontramos renovadas las escenas de Guardián y yo. (1) Su clímax narrativo. Esa ternura que la miseria y la desolación no logran degradar.

¿Leyó usted El crimen del padre Amaro, de Eça de Queiroz? Una bella  novela que conmovió a quien le escribe cuando estaba en su adolescencia. El Carlos de su novela Ventisca nos evoca al Amaro Vieira que llega a la población de Leira y entra en relaciones con Amelia, la ardiente jovencita que da a luz un hijo del citado clérigo.

Comentaremos su libro en nuestra columna de El Quindiano, que le remitiremos tan pronto se publique. Incluiremos algunas de las apreciaciones que damos en esta carta. Con la ventisca ha hecho usted un libro ágil, fácil de leer, agradable en medio de tanto relato complejo, igual que «con la lluvia y el viento se fabrican melodías, y también grandes convulsiones» (pag. 85). Felicitaciones sinceras, amigo. Es posible que pronto nos encontremos en Bogotá. Fuimos invitados a leer nuestra poesía en la sala de la Cámara de Comercio. Ellos solicitan una lista de invitados. Queremos tenerlo a usted entre ellos. Aún no nos han dado la fecha.

Reciba un fuerte abrazo de       ­

Humberto Senegal

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(1)  Cuento emblemático de Eduardo Arias Suárez, gran escritor quindiano.

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Bogotá, 22 de marzo de 1991

Señor Humberto Senegal
Calarcá

Apreciado Humberto:

Usted y yo, que hacemos literatura, sabemos lo que re­presenta producir un libro. Un libro solo, independiente de la obra total, será siempre una bandera de la inteligencia. No hay libro, por malo que sea, que no po­sea algo bueno. Los libros son los escalones que hacen subir al escritor por el estrecho sendero de su destino, y si de su itinerario se suprimieran títulos que pudieran considerarse inferiores a la categoría ganada, el autor quedaría mutilado. Si se cortan los primeros tramos, la escalera se va al suelo. Es necesario apoyarse en los libros primerizos, que por lo general son inma­duros (aunque en otros casos, como sucedió con Rimbaud, son  su mejor producción), para definir el signi­ficado y el valor de una carrera literaria.

El libro nunca muere. Los que morimos somos los escri­tores. Y a veces –¡cosa sorprendente!–, con el paso de los años, y por lo general de muchos años, libros insignificantes llegan a convertirse en obras maestras. Aunque también, en sentido contrario, obras que habían causado mucho ruido (aquí se clasifican los best sellers sostenidos por los artificios de la publicidad) se desvanecen devorados por tu propia intrascendencia.

Son ideas que suscita en mí la lectura de su interesante carta acerca de mi novela Ventisca. Separa usted al “titubeante autor de alguno de los primeros libros» para calificarlo ahora como el «narrador maduro, directo, seguro de sus herramientas». Esta definición corresponde a un proceso en la carrera siempre cambiante del escritor; de todo escritor, como a usted también le sucede. En cuanto a mí respecta, tengo que reconocer en usted al agudo observador y fino crítico de un recorrido que, iniciado hace 20 años en el Quindío, hoy, por lógica y porque así me lo impuse con seriedad y disciplina, ha coronado otras alturas.

Sin embargo, a medida que progresa la obra del narra­dor, suele uno lamentarse, y no sé si a usted le pasa lo mismo, de la disminución de la naturalidad. La flui­dez, uno de los dones más preciados, se va perdiendo conforme se avanza en reglas gramaticales y se persigue la madurez. Lo que vio Fernando Soto Aparicio en Desti­nos cruzados –mi novela de juventud, publicada muchos años después en el Quindío– fue la gran espontaneidad que tenía en la descripción de ambientes y personajes. Por eso, él mismo la llevó a la televisión.

Advierto en usted un profundo escrutador del mundo ín­timo que se desliza por las páginas de Ventisca. Ha sa­bido interpretar la temperatura sicológica de la novela. Me sorprenden sus conceptos –que enaltecen en grado sumo mi lucha creadora–, por revelar un minucioso buceo por las regiones del «intra-mundo», que fue lo que más trabajé, en varios años de batallar con mis fantas­mas, valiéndome de los símbolos manejados en la obra. Sus apreciaciones, apreciado Humberto, tienen el respaldo de vastas lecturas, y esto se nota de manera elocuente.

Otro enfoque sorprendente y sorpresivo para mí es su consideración acerca del capítulo 19. Hice, en efecto, la prueba y allí encontré un cuento con su propia uni­dad y la técnica que exige el género. ¡Maravilloso hallazgo!

Yo diría, tras leer su reconfortante mensaje: ¡así avan­za el esfuerzo de toda una vida literaria! No muchos han hallado en mi obra las facetas que usted analiza. Bien sabe usted que la crítica es cicatera, y la generosidad, tímida. Hay escritores que han leído la obra y se abs­tienen, sin embargo, de emitir ninguna opinión, ni en público ni en privado, para no comprometerse: prefieren que otros se adelanten. Otros apenas han mirado la mo­delo de la portada y leído los datos de la contraporta­da. ¡Pero el libro nunca muere! Algún día cae en buenas manos y lo abordan mentes abiertas. Como la de usted.

He buscado por muchas librerías de Bogotá la novela El crimen del padre Amaro, de Eça de Queiroz, y no ha aparecido en ninguna. Me interesa sobremanera esta obra. Del mismo autor tengo otras de sus novelas.  Pero me fal­ta ésta, que guarda alguna identidad con Ventisca. Voy a ver si aparece en la biblioteca de algún amigo, para fotocopiarla.

Leí con gran interés todo el material que me hizo lle­gar. De nuevo lo felicito por sus triunfos, sobre todo por el viaje próximo al Brasil y por el premio interna­cional que ha obtenido. Y mil y mil gracias por su es­tímulo.

Con un cordial saludo,

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, 25 de abril de 1991

Escritor Humberto Senegal
Calarcá

Apreciado Humberto:

Inmensa alegría experimenté hoy con la llegada de la novela El crimen del padre Amaro,  de Eça de Queiroz, que usted ha temido la gentileza de fotocopiar de la biblioteca de su padre, según veo por la firma que aparece en la primera hoja. No podía ser de otra manera: sólo una persona como Humberto Jaramillo Ángel, amante de los libros, podía poseer esta joya literaria de tan antigua edición, agotada hoy en las librerías de Bogotá.

Ya iba a iniciar gestiones por las librerías de viejo cuando usted me ha sorprendido con este maravilloso rasgo de generosidad. Me parece que el remitente del correo –en ausencia de usted, que en esta fecha se halla en Brasil– fue Alirio Sabogal Valencia. Para él va también mi gratitud. Envíeme, por favor, la dirección de este escritor para hacerle llegar mi novela Ventisca.

La mejor manera de agasajarme por el recibo de esta novela es iniciando su lectura, como voy a hacerlo de inmediato. Usted, entre otras cosas, con el solo anuncio de este libro me ha puesto en sintonía con la obra del escritor portugués. Dos de sus novelas, El mandarín y La ilustre casa de Ramires, las he leído ahora, 37 años después de haber ingresado ellas a mi biblioteca. Hacen parte de la primera colección de libros que adquirí en la vida, en 1954, de la Jackson, titulada Grandes novelas de la literatura universal (32 volúmenes). La mayoría de estos libros ya fueron leídos: me faltaban los de Queiroz.

He estado de buenas en estos días con el encuentro de gente quindiana  en diversos actos: Esperanza Jaramillo, Jorge Ramos, César Hincapié Silva, Olga Lucía Jordán.

De nuevo mil  y mil  gracias, con un cordial saludo.

Gustavo Páez Escobar

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Calarcá, Quindío, febrero 1 de 1997

Escritor Gustavo Páez Escobar
Santafé de Bogotá

Recordado amigo:

Un poco retardada esta nota, ¿verdad? Sin embargo, la escribimos con el afecto y la admiración que siempre le hemos profesado. Afecto por su obra. Afecto por cuanto significó su amistad con Humberto Jaramillo Ángel. Afecto por su sentido de valoración de la literatura quindiana. Afecto porque en su alma existe la nobleza poco frecuente entre quienes, hoy por hoy, recorremos estos caminos de la palabra escrita. La capital aún no lo corrompe. Señal, amigo Gustavo, de que en su corazón continúa habitando el hombre de la provincia que durante muchos años nos acompañó en Armenia.

Confiamos, escritor, que haya distinguido el enorme gazapo que se deslizó en el título de la glosa que escribimos en torno a su libro sobre Germán Pardo. No era: Páez Escobar, biógrafo angustiado, como apareció en el diario La Crónica, sino Páez Escobar: biógrafo de un angustiado. Dos palabras menos para transformar por completo la intención del título.

En el fondo, uno aprende a disfrutar estos lapsos. Empero, ¿quién no se angustia si se asoma con respeto a la poesía de Pardo García? Sus poemas no tienen fondo metafísico. Cada poema es un tembladeral filosófico donde el menor esfuerzo por salir conduce a mayor inmersión estética.

Su libro, luego de aquel comentario, tuvimos que prestarlo a muchas personas: profesores, estudiantes, periodistas. Personas que a través de su estilo, admirado Gustavo, descubrieron otras facetas humanas y poéticas que desconocían de Germán Pardo. No exageramos cuando le comentamos que las reacciones de los lectores, gente culta, nada impresionable, fueron de pluviosa nostalgia, de pluviosa melancolía, desconsuelo pluvioso porque  sus páginas logran crear una atmósfera peculiar de angustia total. Acaso la solitaria angustia en que vivió el solitario angustiado.

Agradecemos su página sobre quien le escribe, publicada en el diario El Espectador, en el diario La Crónica y en Prensa Nueva. La gente necesita verlo a uno allí, en esos periódicos, en particular en El Espectador, para darse cuenta que uno es, que uno es un escritor, que uno es un escritor de algún mérito, que uno es un escritor de algún mérito en su propio pueblo, en su región o en el país. Entonces la gente, que lo veía a uno a diario, que lo leía cada semana, que conocía uno o más libros, descubre a través de los conceptos generosos del amigo lejano, que uno existe. Este un juego maravilloso.

Juego de la vanidad y la modestia. Su nota de El Espectador la recortaron y la mostraron en cartelera, durante una semana, dos semanas, tres semanas hasta el amarillamiento total del periódico, en el colegio donde trabajamos  en Calarcá. Senegal es profesor de español en secundaria.

Ocurrió como en el cuento de aquel anciano que había pasado la mayor parte de su vida en la que consideraban una de las más hermosas islas del mundo. Cuando regresó a la gran ciudad para pasar en ella sus últimos años, alguien le dijo: «Tiene que ser fantástico haber vivido tantos años en una isla que es considerada como una de las maravillas del mundo…» El anciano reflexionó  unos momentos y dijo: «Bueno… para serle sincero, si yo hubiera conocido  la fama de la isla, la habría mirado con más detenimiento».

Nuestra columna se reprodujo en la revista que le anexamos: Noti-Quindío de circulación departamental. La leen en casi todos los municipios de nuestra región. Es mensual y con gusto publicaría textos suyos, inéditos, sobre literatura nacional o quindiana.

De Humberto Jaramillo Ángel, que el próximo marzo 11 cumplirá un año de haber fallecido, a finales del mes en curso se editarán dos libros póstumos: Vargas Vila con otros escritores, y Final del amor. De glosas el primero y poesía en verso libre el segundo. Tan pronto salgan al público se los enviaremos, admirado Páez Escobar. No recordamos haberle enviado nuestro cuadernillo de poesía Dejé las flores en el sueño. Adjuntamos un ejemplar.

Sus columnas en el diario La Crónica cuentan con buen porcentaje de lectores en el Quindío. Le siguen con interés. Quienes no leen a Salpicón, en este otro medio le acompañan en sus juicios y comentarios.

Reciba, amigo, un abrazo cariñoso. Cuídese mucho.

Humberto Senegal

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Bogotá, 8 de marzo de 1997

Escritor Humberto Senegal
Calarcá

Muy apreciado amigo:

Su calurosa carta del primero de febrero movió en mí un hondo sentimiento hacia la querida provincia quindiana que viví, con intensa emoción, por espacio de 15 años. Esto determinó que escribiera en mi columna de El Espectador el artículo Ecos de la provincia (21-II-97).

Leo con frecuencia y con especial interés sus disertos comentarios en La Crónica. Es usted un observador agudo del acontecer cotidiano. En el campo cultural, sus reflexiones no sólo son versátiles y novedosas sino que están expresadas en impecable idioma y con bello estilo. Requisitos que su ilustre padre pregonaba como herramientas básicas para el escritor, y que él mismo practicó a lo largo de su infatigable y ejemplar vida de maestro de la palabra.

Me cuenta usted que dos libros de Humberto Jaramillo Ángel están próximos a salir: Final del amor y Vargas Vila con otros escritores. Por los registros de la prensa local ya me enteré de la aparición del primero, y sobre el segundo sé que Otto Morales Benítez es el autor del prólogo. Vargas Vila, el gran polemista, tuvo en Humberto un admirador casi obsesivo. De hecho, ambos temperamentos guardan identidades. Supongo que este libro póstumo de Humberto contiene enfoques valiosos sobre aquel escritor original, de altos quilates, que desató en su tiempo tantas controversias.

Mil gracias por los dos libros y la revista que ha tenido la gentileza de hacerme llegar. A un amigo mío, el exmagistrado Óscar Londoño Pineda, le sugerí que remitiera a usted su reciente libro de cuentos.

Le va un cordial saludo, junto con mis felicitaciones por su presencia cultural en la región.

Gustavo Páez Escobar

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JOSÉ ANTONIO VERGEL ALARCÓN

Nació en Alpujarra, Tolima, el 13 de agosto de 1936. Cuentista, ensayista, periodista, académico. Se graduó en Filosofía y Letras en la Universidad Javeriana y realizó estudios filológicos en el Instituto Caro y Cuervo. Ha sido profesor en varias universidades. Se desempeñó en Rusia, durante varios años, como redactor literario y periodista en el semanario Novedades de Moscú, la Agencia de Prensa Novosti y la Editorial Progreso. Cuentos, poemas, relatos suyos han sido publicados en revistas y periódicos de Colombia y Europa.

Libros: Pomala, su sangre y su canto, Lumbres secretas, Casa maldita, y varias obras inéditas.

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Bogotá, 7 de enero de 1991

Señor José Antonio Vergel
Moscú, Rusia

Apreciado amigo:

He leído con mucha satisfacción los valiosos comen­tarios que me trae tu carta del 1° de diciembre so­bre mi novela Ventisca y el libro de ensayos Cami­nos. Mil gracias por ocuparte de mi modesta litera­tura.

Sobre la novela he recibido diversos puntos de vista tanto en la prensa y en las revistas como por corres­pondencia de los amigos. Suele suceder que aparecen perfiles que el mismo autor no había previsto en la elaboración de la obra, y a veces determinados aspec­tos del libro resultan combatidos por unos y alabados por otros. Todo depende del cristal por donde se mire. El autor, de todas maneras, se enriquece y estimula con las críticas que se dispensan a su obra.

Tú haces una gran disección de mis personajes, hasta el punto de extrañar el final de Silvio (a quien ha­brá que imaginar perdido en el cataclismo que arrasó con el pueblo). Otro amigo, el catedrático Vicente Jiménez, profesor de literatura en universidades de Es­tados Unidos, y antioqueño de pura cepa, lamenta que yo hubiera roto el idilio entre Ofelia y el cura y no los hubiera puesto a vivir juntos: Vicente es un crítico vehemente del celibato eclesiástico. En fin, la literatura se presta para toda clase de opiniones, de anhelos y desencantos.

Me agrada haber recibido noticias tuyas, un poco de­moradas, es cierto, pero de todas maneras efusivas. No sé cuándo aterrizarás en Colombia, como son tus planes. Espero mantener contacto con tu vida.

Ojalá le escribas a Laura Victoria respecto a su li­bro Crepúsculo. Esta es su dirección: (…) Ella es muy amiga de Diana López y de Germán Pardo García (sobre éste, a propósito, escribo hoy una biogra­fía para el Instituto Caro y Cuervo).

Mucha suerte para el nuevo año, con un gran abrazo.

Gustavo Páez Escobar

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Moscú, 3 de marzo de 1991

Al escritor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Mi apreciado amigo:

Acabo de recibir tu carta del 7 de enero donde acusas recibo de la que te  envié el 1° de diciembre comentando tus dos obras: Caminos y Ventisca.

Me agrada mucho que te hayan gustado mis comentarios y te agradezco la aclaración respecto a la suerte final de Silvio.

Es natural que cada lector aborde una obra con una determinada lente crítica y exponga sus juicios al escritor. Me complace que tus dos libros de reciente publicación hayan sido comentados en la prensa, por cartas, etc. Eso significa que han repercutido en los lectores.

Yo no estaría de acuerdo con el catedrático Vicente Jiménez, por más impugnador que sea del celibato eclesiástico, porque uno de los valores de la novela está en combatir la doblez clerical como tú lo haces. Yo creo que así como aparece delineado el cura está bien. Desde luego, el enfoque de Jiménez daría otro desenlace y podría ser tema de otra  novela, porque el tema clerical es jugoso, incluso en Colombia.

Te reitero que me alegré leyendo tus libros y deseo leer los otros. Creo que no sea imposible. De esto hablaremos cuando aparezca por allá en pocos meses.

Por aquí ando metido en la publicación de un libro de poemas con algunas traducciones que he hecho del ruso al español. Me pidieron los originales hace unos meses y prometieron entregarme la edición dentro de unos días. No sé si cumplan. Espero que sí. Si aparece, te daré el consabido ejemplar para tu apreciación crítica. Tus valoraciones serán un estímulo a mi trabajo.

Voy a escribirle a Laura Victoria dándole una breve opinión acerca de Crepúsculo, libro hermosísimo.

Te felicito por el nuevo libro que preparas acerca de mi paisano, el gran poeta Germán Pardo García. Lo leeré con avidez. Leí tu interesante y acertado comentario en el Magazín Dominical de El Espectador acerca de Apolo Pankrátor que estás biografiando. Germán es un poeta enorme. Como es tan colosal, los críticos no se han atrevido a estudiarlo. Tal vez en el Instituto Caro y Cuervo se atrevan. Es un astro de la poesía, desconocido, inexplorado, tan inexplorado como muchas de nuestras  galaxias.

Se necesita una tremenda disciplina, conocimiento de los clásicos griegos, de la astronomía, gran sentido crítico, hondura poética y estímulo económico para poder estudiarlo a fondo. Me alegra que seas tú quien siga impulsando ese descubrimiento.

Salúdame a tu familia de la cual tengo gratísima impresión. Un gran saludo y un bran abrazo para ti y más éxitos en tu trabajo y en tu vida personal.

Tu amigo:

José Antonio Vergel

Ver epistolario José Antonio Vergel Alarcón 2001-2010

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JAIME ÁLVAREZ GUTIÉRREZ

Nació en San Gil, Santander, el 20 de noviembre de 1923. Abogado,  sociólogo y antropólogo. Escritor prolífico. Sus investigaciones históricas,  tesis y novelas son atrevidas y muchas veces asustan a los académicos. Causan revuelo. Es original y auténtico. Carta al rey está considerada como su obra cumbre. También ha escrito un ponderado texto sobre los guanes, la etnia aborigen de su tierra santandereana. En su finca de Lebrija fundó la “Tertulia Baudelaire” y allí se reúne con frecuencia con sus amigos de las letras. Como dice alguien, “lanza nuevas teorías que barren un poco este tedio de provincia”.

Libros: Las putas también van al cielo, Par mestizos, La cruz trenca, Carta al rey, Matrioshka trierótica para su corrección, Diccionario del desahogo, Póquer de ases, Protocolo tairona, Bitácora de la sirena, entre otros.

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Bogotá, 7 de noviembre de 1993

Doctor Jaime Álvarez Gutiérrez
Bucaramanga

Apreciado escritor:

Recibí su libro Carta al Rey, que mucho le agradezco. Espero leerlo en corto tiempo. Por lo pronto le comento que tanto la carátula como la impresión resultan muy llamativas. Creo que usted ha residido varios años en el exterior: en Méjico, si no estoy equivocado.

En 1985, de paso por la ciudad de Barrancabermeja, llegó a mis manos  un libro de usted: Las putas también van al cielo. Gocé mucho con su lectura. Es una obra curiosa e interesante. Me cayeron muy en gracia los nombres que usted inventó para los personajes: Orfina, Aspasia, Placidia, María Arrebato…

Fue grande mi sorpresa al recibir ahora su libro. Me agradaría conocer datos sobre su vida y su carrera literaria. Yo estoy pensionado de la banca y dedicado por completo al oficio de escritor. Hace más de 20 años soy columnista de El Espectador.

Mil gracias por el amable envío de su obra, por la cual le manifiesto mis sinceras congratulaciones.

Con un  cordial saludo,

Gustavo Páez Escobar

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Bucaramanga, septiembre 14 de 1993

Señor Gustavo Páez Escobar
Santafé de Bogotá

Señor escritor:

Acabo de recibir sus amables palabras sobre mi sencilla obra Carta al Rey que presenté el 2 de febrero de 1992, en Quinientos años, un lugar rural de Colombia, en donde poseo una pequeña propiedad. Lo hice en ese paraje porque creo que en Colombia la cultura es clandestina, ya que lo que es público y notorio fuera del crimen son la publicidad y la simulación cultural que, desde luego, nada tienen que ver con la literatura departamental que ni se ve ni se oye ni se siente a causa del centralismo cultural que ahoga todas las manifestaciones del saber ajenas a la ciudad capital. La cultura entre nosotros es Santafé y pare de contar.

Yo ni me quejo ni protesto por esa situación porque ese es el destino de una estirpe que nació, se crió, se forjó y más tarde se extravasó de La Candelaria, bien por la herencia chapetona, por el criollismo, y aun por la independencia, hasta apoderarse no sólo de las fortunas, sino del arte, las letras, la política y, en fin, de todo un país que de no haber sido así tendría mejor posición, mejor presente y mejor destino.

Sinceramente creo que Núñez se equivocó de pe a pa cuando con la constitución de 1886 enterró al antiguo país político, pues creyendo acabar con el centralismo político les dio jaque a las instituciones con la descentralización administrativa, pues ignoró que el centralismo fuera y estuviera concentrado en el espíritu de los moradores de ese barrio bogotano que permaneció y sigue intacto regado ya por todo el país.

Lo que ha debido descentralizar era el poder político, económico, social y    cultural de ese barrio que como bien raizal extirpado hoy, día de su remota ubicación, sigue dominando a esta nación: con la paz y la guerra, con la cultura y la incultura, con la verdad y la mentira, con  la razón y la sinrazón, sin una sola modificación ni un solo alivio, mucho menos con un cambio.

Entre colombianos el espíritu de la Candelaria lo es todo e incluye en su bagaje hasta la sabiduría belisarista. Sólo García Márquez ha podido remover la costra literaria de los dones y de los dómines literarios, misma que llamó al poeta de poetas José Asunción Silva, por boca de don Andrés Ramírez, «asqueroso pornógrafo” y dijo que “sus versos eran una mezcla de agua bendita y de cantáridas». ¿Se acuerda usted de Sobremesa y de la queja de su autor?

Para satisfacer su curiosidad le cuento que soy natural de San Gil, población en la que nací el día 2 de febrero de 1923. Soy abogado de la Universidad Libre en donde en tiempos ha, de inmensa recordación, me recibí como tal, que ahora en estos años de afrenta y de doctores Navarros trato de olvidar.

Le anoto que escribo desde tiempos inmemoriales, pero que mis libros, mis escritos, mis ideas y mis pensamientos duermen en el fondo de un arcón que hace las veces de ataúd puesto que la mayoría de mis sueños han sido condenados por mi propia decisión a morir sin ver la luz. De ese arcón, cuando llega la hora de la resurrección, saco mis papeles y los achico, los alargo o los destruyo, y eso es todo y nada más.

De ese ataúd han salido a la luz: Las putas también van al cielo; La cruz trenca; Par mestizos; la Matrioshka trierótica, para su corrección, y el Diccionario del desahogo. En este momento trabajo en mi novela El chispeante erudito, epitafista y lapidario don Ludovico di Betto, su esposa Lucía, y el aprendiz de marmolista Vitrubio Rossi, libro con el cual celebraré mi cumpleaños el próximo 2 de febrero tal como suelo hacerlo cada vez que puedo.

Atenta y cordialmente,

Jaime Álvarez Gutiérrez

Continúa

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