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Cartas entre Pellicer y Arciniegas

jueves, 1 de septiembre de 2022 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar

Hace un siglo, época en que tienen lugar los sucesos que van a ventilarse en estas líneas, el género epistolar cumplía su función como lazo elegante del amor, de la amistad o de los negocios. Poco a poco la correspondencia fue perdiendo ese sentido, y al paso del tiempo terminó degradándose en forma deplorable. El correo electrónico deformó los moldes antiguos e impuso un estilo chabacano e incluso incomprensible.

En estos días tuve el placer de leer el libro Correspondencia entre Carlos Pellicer y Germán Arciniegas, editado en Méjico en el 2002, que recibí por gentileza de mi amigo Eduardo Arcila Rivera, y que reúne las cartas que se cruzaron los dos escritores entre 1920 y 1974. El recopilador de estas cartas es el profesor e investigador francés Serge I. Zaitzeff, editor de otros célebres epistolarios. Pellicer y Arciniegas se conocieron a comienzos del siglo XX, cuando el primero de ellos llegó a Bogotá y fundó, con el apoyo de Arciniegas, la Federación de Estudiantes Colombianos.

Pellicer es autor de los libros Colores en el mar y otros poemas, Hora de junio, Piedra de sacrificios, Práctica de vuelo, entre otras obras. En 1954 recibió en su país el Premio Nacional de Literatura. Sobresalió en el campo de la museografía como organizador, entre otros, de los museos de Tabasco y el de Frida. En 1976 fue elegido senador de la república, y murió el año siguiente.

Germán Arciniegas fue periodista desde su juventud y creó varias revistas en las que colaboró Pellicer. Tuvo renombre como ensayista, historiador y político. Ocupó varios ministerios y embajadas. Autor de diversos libros, entre ellos El estudiante de la mesa redonda, El continente de los siete colores, Biografía del Caribe, Bolívar y la revolución. El cruce epistolar entre ellos nació después del regreso de Pellicer a su patria. Ambos visitaron Europa y otras latitudes, compartieron sus experiencias viajeras, los asuntos políticos de sus países, sus ideas y proyectos.

La llegada de Pellicer a Colombia fomentó una ardiente atmósfera cultural. Fue un enamorado pertinaz de Colombia, de su gente, sus gestas y paisajes. En carta de marzo de 1946, manifestó: “En ninguna otra parte tengo las raíces tan hondamente echadas como en Colombia”. Bolívar fue su pasión obsesiva, y nunca dejó de referirse a él como el gran líder de la libertad.

El pensamiento y la identidad intelectual fueron el nexo mayor que unió a estos dos personajes. Su mundo estaba integrado por grandes figuras de la época: Pellicer, Arciniegas, Germán Pardo García, León de Greiff, Gustavo Arcila Uribe (escultor), los hermanos Juan y Carlos Lozano, y varios más. En suma, una combustión espiritual. Arciniegas murió en 1999.

Esa era la esencia de las cartas de antaño, que el viento se llevó: escribir la historia, estrechar la amistad, embellecer la vida. En el epistolario entre Pellicer y Arciniegas, hay, además, gracia, encanto, broma, efusividad. Cartas simpáticas, rebosantes de sinceridad y afecto, descriptivas y de alta alcurnia. Pintan una época y una amistad.

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Además: Eje 21, Manizales, 26-VIII-2022. La Crónica del Quindío, Armenia, 28-VIII-2022.

Comentarios 

Comparto la nostalgia de que el género epistolar haya sido cambiado por una comunicación pobre de fondo y de forma. Me da tristeza ver cómo gentes aun de las academias escriben mensajes de Whatsapp en los que usan un símbolo o una sola letra en vez de las hermosas palabras de nuestro idioma. Gracias por hacernos reflexionar sobre esto. Mercedes Medina de Pacheco, Bogotá.

¡Qué interesante reconocer los méritos del género epistolar! Ese género es enriquecedor y muy agradable. Cuando el computador se daña sentimos pánico verdadero. Esperanza Jaramillo, Armenia.

Te escribo para agradecerte la importante columna que escribiste sobre la relación epistolar entre el maestro Germán Arciniegas y el poeta mejicano Carlos Pellicer. Este libro es un documento fundamental para entender el surgimiento de varios procesos intelectuales en nuestro país. Eduardo Arcila Rivera, Bogotá.

Un artista colosal (1895-1963)

martes, 19 de julio de 2022 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar 

Puede decirse que nadie es ajeno en Bogotá al monumento de la Virgen María, o Virgen de Guadalupe, que se erige en el cerro que lleva ese nombre, a más de 3.300 metros de altura. La obra mide 15 metros y puede divisarse desde distintos puntos de la ciudad. Está apoyada en la pequeña capilla que ya existía en el cerro, e impresiona cómo se ve flotar en esa cumbre, como si se tratara de una figura volátil que se mueve entre la niebla. Esa es la impresión que causa.

El monumento, elaborado en 4 años, se inauguró en 1946 en medio de gigantesca romería. Se convirtió en uno de los íconos más destacados de la capital. La patrona tutelar cumple 76 años en ese balcón de la cordillera, y desde allí ha presenciado las mayores convulsiones y evoluciones de la vida local y nacional, comenzando por la hecatombe del 9 de abril.

Lo que la gente por lo general ignora es el nombre del autor de la escultura. Se llama Gustavo Arcila Uribe. Nació en Rionegro, Antioquia, en marzo de 1895, y falleció en Bogotá en 1963, ciudad a la que su familia se había desplazado en 1909. Terminó sus estudios en el colegio de San Bartolomé y luego se inició en la carrera del arte. En su sangre llevaba marcada esa impronta, y pronto comenzó a sobresalir, por su talento, disciplina y convicción, como aventajado cultor del mundo artístico.

De ahí en adelante conquistó los niveles más altos de la realización y el prestigio. En los años 20 obtuvo en Chicago el Premio Shaffer por El sermón del monte, obra calificada como “la mejor composición escultórica ideal”. Era la primera escultura de un colombiano que lograba un premio internacional en los inicios del siglo XX. De la misma época son El interrogante y La voluntad.  

En 1928 viajó a Roma y luego pasó a París y Sevilla. En 1930 regresó a Colombia y comenzó la época de su mayor producción, plasmada en bocetos, bustos y monumentos dedicados a grandes personalidades y aspectos de la vida nacional. Maravillan la expresividad del rostro, la profundidad de la mirada y la autenticidad de otros aspectos del cuerpo humano esculpidos por el artista.

En la etapa final se consagró al arte religioso. En el monasterio del Santo Ecce Homo de Villa de Leiva dejó las imágenes de Jesús Crucificado. En la iglesia de Valmaría, en Usaquén, Bogotá, fueron talladas 4 estatuas y las 14 estaciones del Vía Crucis. En el seminario aledaño, de los sacerdotes eudistas, se localizan 52 obras suyas.

El recorrido de este artista magistral fue documentado por su hijo Eduardo Arcila Rivera, con la colaboración del arquitecto e investigador Óscar Posada Correa, en maravilloso libro –que tuve el placer de leer y admirar en estos días– editado por la Alcaldía Mayor de Bogotá, en el 2010, y que lleva por título Gustavo Arcila Uribe: armonía plástica de un pensamiento. 

El Espectador, Bogotá, 16-VII-2022.
Eje 32, Manizales, 15-VII-2022.
La Crónica del Quindío, Armenia, 17-VII-2022.

Comentarios 

Hoy me enviaron desde Alemania tu columna de El Espectador sobre la Virgen de Gustavo Arcila en Guadalupe. Te agradezco mucho este lindo artículo que honra la memoria de mi papá y enseña a las nuevas generaciones quién es el autor de este maravilloso monumento. Sólo imaginar el andamio que tuvieron que construir en las ventiscas del páramo del Verjón produce escalofrío. Eduardo Arcila Rivera.

Gustavo Arcila Uribe dejó un maravilloso legado, obras que vemos y no sabemos que son de él, como la Virgen de Guadalupe que nos cuida a todos los que vivimos en Bogotá y no sabíamos ni siquiera quién la dejó allí para semejante tarea. Debe vivir con mucho trabajo en una ciudad donde a diario se viven tantas angustias por la inseguridad y la injusticia social. Cuando vayamos a Villa de Leiva sería buenísimo ir a visitar al Jesús Crucificado y conocer de cerca esta otra obra. Liliana Páez Silva, Bogotá.

Como sucede con muchos habitantes de Bogotá, nunca he visitado el cerro de Guadalupe. Y por supuesto, ignoraba el nombre del artista que elaboró la estatua de la Virgen que lo domina. Por tu artículo me entero de Gustavo Arcila Uribe y de su inmensa obra. Como te lo he dicho anteriormente, alabo tu empeño en destacar a figuras de la cultura que son desconocidas por el grueso de la gente, pero que han dejado obras literarias, musicales, arquitectónicas, etc. de mucho mérito. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Todos los honores y agradecimientos y admiración para el genio escultor de Gustavo Arcila Uribe. Personaje que ha dejado una huella monumental en el silencio de su magnífica creación. Su hijo Eduardo heredó, por un camino diverso, el de la palabra, esa madera que se talla en la sangre. Me recordó, de igual manera, al escultor Rómulo Rozo, boyacense, quien también vivió y murió en México, dejando en Mérida otra obra digna de reconocimiento. Inés Blanco, Bogotá.

Muy ilustrativa columna. Nadie es ajeno al monumento, ¿pero quién se pregunta por el escultor? name last (correo a El Espectador). 

Qué maravilla conocer personajes olvidados de nuestra historia, del arte, la política, la ciencia, en fin, todo es historia nuestra. Picuto (El Espectador).

Maravillosa columna. Nuestro arte lleva gestándose mucho más tiempo del que somos conscientes. Mégas Aléxandros (correo a El Espectador).

Apreciado Eduardo: Te cuento que fui con mi familia a visitar el monasterio del Ecce Homo, donde está el yeso “Jesús en la cruz” pintado al óleo por tu papá. Preciosos tesoros. Conforta saber que el monasterio, la iglesia, el museo, el cementerio, los prados y lugares adyacentes se conservan con todo esplendor a pesar del transcurso de los siglos. Gustavo Páez Escobar (15-VIII-2022).

Iglesias coloniales

jueves, 10 de enero de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

Maravilloso el libro que lleva por título Localización, historia y arte de las iglesias coloniales de Bogotá D.C., de Mercedes Medina de Pacheco, editado hace poco por la Sociedad Geográfica de Colombia, presidida por Eufrasio Bernal Duffo. En él se recoge la historia de 26 iglesias de la capital colombiana en las que tuvo su origen el arte religioso en la época colonial (1550-1810). Algunos de esos tesoros fueron saqueados en el curso de los años, y varios templos ya no existen, pero gran parte del valioso patrimonio fue preservado y hoy se exhibe como expresión de aquel pasado legendario.

Aparte del sentido histórico que representa este minucioso trabajo de la historiadora tunjana luego de más de 30 años de tesonera investigación, su libro se convierte en motivo de atracción para los turistas y los estudiosos que buscan las huellas de célebres artistas en los sitios de la religiosidad capitalina que tanto auge tuvo en aquellos días. Lo mismo que se dice de Bogotá puede decirse de varias ciudades colombianas que sobresalieron y sobresalen en este campo.

Es todo un libro de arte, en gran formato, en cuyas 360 páginas se hace un recorrido ameno por el perímetro urbano y se aprenden no pocas historias, anécdotas, leyendas y tradiciones religiosas, algunas envueltas en misterios y aspectos curiosos. Las numerosas fotografías tomadas por Gonzalo Garavito Silva –fotógrafo, investigador y pintor– le dan colorido a la obra. La lista de figuras llega a 416.

Otras personas se destacan por su profesionalismo en el diseño, diagramación e impresión; por  el diseño de la carátula y por el mapa plegable: Mario Augusto Rojas Aponte (Artesanos Imagen Creativa, Soacha), María Fernanda Garavito Santos y Carlos Augusto Sánchez Castañeda. La Arquidiócesis de Bogotá publicó en 2013, con motivo de sus 450 años de existencia, el libro Iglesias coloniales, conventos y ermitas de Santa Fe, en tiraje limitado, para fines de relaciones públicas. La actual edición es más amplia y fácil de conseguir.

Aquí están detenidos los siglos XVI, XVII y XVIII a través de las iglesias coloniales de Bogotá y sus obras de arte religioso. Las tallas llegaban de España, Inglaterra o Quito y eran trabajadas por artistas criollos, como los Acero de la Cruz, los Figueroa, Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos. Época de fe que tiene parangón con la del Renacimiento.

Y se erigen en el panorama bogotano iglesias históricas de perenne recordación, como la Catedral de Bogotá, Santo Domingo, Santa Bárbara, San Francisco, la Veracruz, las Nieves, San Diego, San Ignacio, Santa Clara, Nuestra Señora de Egipto, San Agustín, San Alfonso María de Ligorio, Monserrate, la Capuchina, Nuestra Señora de las Aguas…

Son 26 iglesias que ha escudriñado Mercedes Medina de Pacheco con su pasión de investigadora. Su labor literaria está señalada por libros que han merecido reconocimiento, como Resplandú, El duende de la petaca, El palomar del príncipe, Las estatuas de Bogotá hablan, Instantáneas bogotanas, Don Juan de Castellanos y otros  aventureros, Relatos de luna llena. Ha sido profesora de Historia de Colombia y es miembro de varias academias.

El Espectador, Bogotá, 5-I-2019.
Eje 21, Manizales, 4-I-2019.
La Crónica del Quindío, Armenia, 6 de enero de 2019.

Comentarios 

Es una obra maravillosa, no solo por la investigación, la fotografía y la impresión, sino por su gran aporte para propios y extraños al tema. Sin duda será documento de estudio que la autora  se empeñó por largos años en su preparación. Su calidad de historiadora le concede un punto muy alto en el panorama de las letras colombianas. Inés Blanco, Bogotá.

Deseo expresarle mi agradecimiento por el reconocimiento a la publicación de la académica Mercedes Medina de Pacheco y la mención a la Sociedad Geográfica y quien la preside. Harta falta hace el reconocimiento a los esfuerzos por divulgar cultura. Eufrasio Bernal Duffo, presidente de la Sociedad Geográfica de Colombia.

 

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Un consagrado músico boyacense

martes, 4 de abril de 2017 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

A Carlos Martínez Vargas lo conocí en Tunja en 1987. Estaba yo de paso por la ciudad, y el gobernador del departamento, mi dilecto amigo Carlos Eduardo Vargas Rubiano, me invitó a un almuerzo en la Policía. Martínez Vargas, acompañado de su guitarra entrañable, animó la reunión con amenas piezas de su arte musical.

Supe que dirigía la actividad cultural de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. A partir de entonces nos ha unido cordial amistad. Tiempo atrás se desempeñó en la vida política como alcalde de Santa Rosa de Viterbo (su tierra natal), diputado a la Asamblea de Boyacá y concejal de Tunja.

La política, la música y la cultura conformaban la esencia de este personaje boyacense que me surgió en el camino durante mi tránsito por Tunja hace 30 años. Me ha correspondido verlo actuar como músico en diversos escenarios: la Concha Acústica de la ciudad, el festival de música de Tibasosa, el teatro Colón de Bogotá, su cabaña El Encanto en Moniquirá, donde dialogamos toda una tarde en asocio de su compadre Fernando Soto Aparicio (que cumple un año de muerto el próximo 2 de mayo). Por asuntos de salud, Carlos reside hoy en Fusagasugá.

Desde muy joven sintió la vocación musical. Tiempo después recibió clases particulares de canto, luego se matriculó en la Academia de Música de Tunja y se especializó en guitarra. La vena la heredó de su padre, quien como flautista hizo parte de la orquesta de Luis Martín Mancipe, otro ilustre compositor boyacense, oriundo de Soatá. Boyacá ha sido tierra de grandes músicos.

En 1974 inició su carrera artística. Su repertorio se compone de más de 300 obras entre instrumentales, musicalizaciones y canciones. Ha alternado con eminentes figuras de esta actividad: Jorge Villamil, Jaime Llano González, Álvaro Dalmar, Silva y Villalba, Óscar Álvarez Henao, entre otros.

Ha obtenido numerosos premios, y su nombre ocupa sitio destacado en el panorama nacional, como autor de bambucos, pasillos, boleros, guabinas, torbellinos, pasodobles y otros géneros. Ha dedicado himnos a muchos municipios de Boyacá, al tiempo que ha enaltecido el folclor regional a través de sus canciones. Este es el legado perenne que deja a su familia y a su tierra. Con dicha realización se siente feliz su esposa Luz Irlanda, objeto de todas sus complacencias.

La música es un lenguaje universal de alegría e inspiración afectiva. Carlos la lleva en la sangre y le vibra en el espíritu. Decía Álvaro Gómez Hurtado que la música es la primera de las artes. “Que no se apague el canto”, proclama Soto Aparicio en el prólogo del libro Mi música, editado por Martínez Vargas el año 2015.  

Al escribir estas líneas me acuerdo de mi amiga tunjana Elvira Lozano Torres,   que cumplió largos años en el oficio pedagógico del arte musical, tanto en la Escuela de Música como en la Universidad Pedagógica y Tecnológica.

Como tributo a nuestra tierra ancestral, y en gesto de admiración a Carlos Martínez Vargas, anoto esta estrofa de su bello poema musical dedicado a la campesina boyacense: “Mujer de campo y de sol con ojos adormecidos, / pedazo de luna llena, mujer de llanto y suspiro. / Las manos entrelazadas cobijan la voz de un hijo / mientras el joto a la espalda dormita buscando abrigo”.

El Espectador, Bogotá, 31-III-2017.
Eje 21, Manizales, 31-III-2017.
La Crónica del Quindío, Armenia, 1-IV-2017.

Comentarios

Felicitaciones para el ilustre maestro boyacense de la música y el columnista que no olvida -y mejor, rescata- los valores culturales de la tierra nativa. César Hoyos Salazar, Armenia.

Muy buen artículo sobre Carlos, el nariñista boyacense y bolivariano integral. Un gran abrazo musical. Antonio Cacua Prada, Bogotá.

Me emociona la mención de mi labor pedagógica. Este es de verdad un título valioso. Fue un trabajo sencillo y constante, pero ejercido con amor y dedicación. Son los únicos méritos de mi labor, por los cuales he recibido mucha satisfacción al ver las realizaciones de mis alumnos y sus expresiones de aprecio y cariño. Comparto el recuento de la vida y la obra de Carlos Martínez Vargas, lo mismo que el concepto sobre el significado de la música que expone el artículo. Elvira Lozano Torres, Tunja.

Qué amplísima y noble actitud para conmigo. Sencillamente he tratado de ser lo que soy y seguiré siendo: amar a Colombia, a nuestra tierra boyacense y sus más caros valores. La letra de la canción Campesina boyacense es de Cecilia Salazar Martínez. Yo me limité a hacer la música, tal como ocurrió con Romanza para una mujer enamorada, Colombia ausente, Antojitos y otras de Fernando Soto Aparicio; La soledad de Bolívar, de José Umaña Bernal, y muchas más. Carlos Martínez Vargas, Fusagasugá.

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Personaje quindiano

jueves, 26 de enero de 2017 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Para hablar de Carlos Botero Herrera tengo que retroceder medio siglo en la historia del Quindío. Lo conocí en 1969, cuando me establecí en Armenia. Carlos era gerente de la Nacional de Seguros y además sobresalía en otras actividades: compositor, cantante, poeta, periodista, líder cultural y cívico. Cabe aplicar el refrán: “De músico, poeta y loco, todos tenemos un poco”.

Nació en Samaná (Caldas), y desde muy joven se residenció en Medellín, donde cursó los estudios primarios y de bachillerato. Luego se trasladó a Armenia, donde ha permanecido por el resto de su vida.

En la capital antioqueña, como lo cuenta con la sencillez y la simpatía que le son características, se inició como mensajero del bufete de Fernando Mora, donde tuvo oportunidad de conocer y hacerse estimar de figuras eminentes del país, como Diego Luis Córdoba, Belisario Betancur, Gustavo Vasco, el “tuso” Luis Navarro Ospina, Gil Miller Puyo y el poeta Rafael Ortiz González. En Medellín comenzó a escalar posiciones en el campo laboral.

En 1956 llegó al Quindío. Años después le fue ofrecida la gerencia de la Nacional de Seguros, que ejercería durante 25 años. En su época de retiro fue asesor de varias firmas aseguradoras.

En el Quindío se embriagó de paisajes, belleza y emociones. El mayor éxito en el arte lo obtuvo hace 60 años con el bambuco Campesinita quindiana, convertido en himno regional de la vida agrícola. Con Caña azucarada conquistó el primer puesto en el festival de la canción en Villavicencio, junto a José A. Morales, premiado con su bambuco Ayer me echaron del pueblo.

Años después, Sangre de café, con letra del escritor caldense Iván Cocherín y  música de Botero Herrera, fue la ganadora del Centauro de Oro en el mismo festival. Un día, Carlos se hallaba en San Andrés disfrutando de una movida fiesta a la orilla del mar. Contagiado de trópico y acuciado por sus amigos para que le pusiera poesía al paisaje, pidió papel y lápiz y en minutos escribió su famoso Jhonny Kay, que en los años 60 sería una de las canciones resonantes de Leonor González Mina –la Negra Grande de Colombia–.

Cumbias, bambucos, pasillos, boleros y baladas del autor quindiano han vibrado en las voces y los instrumentos de grandes intérpretes de la canción: Dueto de Antaño, Cantares de Colombia, la Negra Grande de Colombia, Trío Martino, Lucho Ramírez, Víctor Hugo Ayala.

En 1963, la Gobernación de Caldas le publicó el volumen de poesía que lleva por título Mares de fuego. Desde entonces, no ha vuelto a aparecer un nuevo libro suyo, a pesar de que su producción literaria es numerosa, al igual que la musical. Es autor de delicados poemas inéditos, de corte romántico, que he tenido el privilegio de conocer.

Sobre la poesía que se explaya en las canciones, y que los críticos suelen no verla, me viene a la mente el caso del reciente nóbel de literatura, el compositor y cantante Boy Dylan, sobre quien la academia sueca expresó el siguiente criterio al otorgarle el galardón: “Haber creado nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición americana de la canción”.

¿Qué ha sucedido para que la obra del autor quindiano duerma en el olvido? Ojalá tomen nota los promotores de la cultura regional y rescaten su poesía con motivo de los 90 años que cumple en el 2017.

El Espectador, Bogotá, 20-I-2017.
Eje 21, Manizales, 20-I-2017.
La Crónica del Quindío, Armenia, 22-I-2017.
Academia de Historia del Quindío.

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Leí con atención y emoción tus letras sobre Carlos Botero Herrera. Me pareció estar viendo su figura campechana recorriendo aún las calles de Armenia con su sombrero de tela, la camisa abotonada al cuello, su mirada paisa y afabilidad eterna. Representa, siempre alegre y entusiasta, al abuelo de un pueblo, de una sociedad, que lleva con orgullo su cultura y habla con humildad y sabiduría. Carlos vibra con todo, él tiene la cualidad de ver en cada cosa, por pequeña que sea, universos infinitos que goza como un niño. Armando Rodríguez Jaramillo, Armenia.

Me gustó mucho el artículo sobre Carlos Botero Herrera. Hay que rescatar muchas cosas hermosas que tenemos en Colombia: los valores, el folclor, etc. Se trata del legado que han dejado nuestros padres. Joaquín Gómez, Santa Marta.

Con tu magnífica nota me has removido recuerdos sobre los logros artísticos e intelectuales del inolvidable compositor. Gracias por añorarlo de tan bella manera. Alpher Rojas, Bogotá.

Un merecido reconocimiento y recuerdo para quien en sus canciones exalta a nuestra tierra y sus nobles sentimientos. César Hoyos Salazar, Bogotá.

Hermosa semblanza de un hombre hoy casi invisible. María Eugenia Beltrán Franco, Armenia.  

Leí tu columna sobre el querido amigo, compositor y poeta Carlos Botero. Aunque hace muchos años no hablo con él, siempre lo he apreciado y admirado como intelectual y excelente amigo. Considero la columna  como un homenaje muy justo a quien toda su vida la ha dedicado a la creación artística tan incomprendida y mal remunerada. William Piedrahíta González, colombiano residente en Estados Unidos.

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