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Golpes en la noche

martes, 20 de mayo de 2025 Comments off

Gustavo Páez Escobar

Hace años adquirí un libro que solo ahora he leído con verdadera sorpresa. Revisando la biblioteca, muchas veces estuve frente a ese tomo taciturno, lo miré, lo consentí y luego lo regresé al estante. Se trata de La noche, novela del español Andrés Bosch (1926-1984), la cual fue Premio Editorial Planeta 1959. Para darme alguna idea de la novela, ingresé a Google y me encontré con excelentes comentarios.

Pero, al saber que versaba sobre el boxeo, el tema me desanimó por cuanto ese deporte nunca me ha despertado interés alguno debido a la violencia que contiene. Siendo así, ¿por qué lo había comprado? Lo ignoro. Esto nos pasa a los amantes de la literatura: que vamos acumulando libro tras libro a la espera de llegar algún día a sus páginas, pero el tiempo nos gana la partida al no permitirnos abarcar tanta lectura aplazada.  

Y comencé a leer. A poco andar, ya la novela me había absorbido por el estilo vigoroso, ágil y sensible con que el autor cuenta la historia. En efecto, me sentí atrapado por ese mundo extraño que se convierte en toda una batalla de golpes iracundos, algunos mortales, con que se cumple dicha función bajo el riesgo de sufrir serias lesiones, e incluso perder la vida. Ese es el boxeo. No era que me hubiera ambientado en el ring, donde se lucha con el instinto asesino de aniquilar al enemigo y no perdonarle ni el último aliento de vida.

Y sufría con cada golpe torturador que leía en la novela, con cada arremetida sanguinaria y con toda esa explosión de barbarie y odio que se concentran en dicha acción. Sentía mi propia carne lacerada, y la cara destrozada, y los labios sangrantes, y los ojos en tinieblas, y el cerebro nublado, y el alma sulfurada… Pero sucede que alrededor de ese escenario cruel, el novelista va tejiendo una historia humana y emotiva, que fue la que en verdad me sobrecogió.

Luis Canales, el protagonista de la historia, es un humilde trabajador que no quiere a su mujer, y que para romper la monotonía busca una actividad en la que pueda hacerse notar. Se apasiona por el boxeo bajo la influencia de un amigo que practica esa afición, y con el tiempo se convierte en campeón famoso.

Conforme avanza el tiempo, se entrelazan sucesos de alegría y tormento, los cuales crean una atmósfera en constante suspenso y tensión, factores básicos de la buena novela. No hay deporte sin sufrimiento. El dolor es connatural al ser humano. El cuadrilátero se vuelve el mundo de Luis Canales, y es un mundo a la vez sufrido y vivificante.

Es una historia dura. El novelista, que había sido boxeador antes de ser abogado y escritor (autor de más de una docena de obras), se mete en la piel de su personaje y en él dibuja la lucha por la vida y el deseo de ser “alguien”. Hasta que un día lo consigue, con disciplina y constancia, al conquistar el título de campeón nacional. El cambio de escena llega días después, cuando un puñetazo implacable le deja para siempre averiado el cerebro, en total oscuridad.  

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El Quindiano, Armenia. Nueva Crónica del Quindío. Eje 21 de Manizales. Abril de 2025.

Comentarios

Tuve un profesor de Filosofía que decía que si uno acumulaba libros sin leer era como tener cadáveres en la biblioteca. José Miguel Páez Barón, Bogotá.

Coincido contigo en la aversión por el boxeo, aunque te cuento que de muchacho hasta llegué a practicarlo. Afortunadamente caí en la cuenta de los riesgos que anotas en el artículo y decidí no volver a practicarlo. Tenía por entonces unos 16 años. Después fui aficionado a verlo, particularmente en la época en la que surgió Pambelé, pero ya adulto, le fui perdiendo interés y hoy día no me gusta. Son numerosas las historias tristes de boxeadores que por obtener triunfo y dinero deben acogerse a las mafias que dirigen esa actividad y tienen que someterse a perder combates para no ser excluidos. Es triste. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Juan Carlos Onetti tiene un cuento muy bello sobre un boxeador, titulado Jacob y el otro. Es muy triste también. Habrá que leer la novela que mencionas en tu excelente  artículo. Esperanza Jaramillo, Armenia.

Categories: Novela, Violencia Tags: ,

Golpes en la noche

viernes, 16 de mayo de 2025 Comments off

Gustavo Páez Escobar

Hace años adquirí un libro que solo ahora he leído con verdadera sorpresa. Revisando la biblioteca, muchas veces estuve frente a ese tomo taciturno, lo miré, lo consentí y luego lo regresé al estante. Se trata de La noche, novela del español Andrés Bosch (1926-1984), la cual fue Premio Editorial Planeta 1959. Para darme alguna idea de la novela, ingresé a Google y me encontré con excelentes comentarios.

Pero, al saber que versaba sobre el boxeo, el tema me desanimó por cuanto ese deporte nunca me ha despertado interés alguno debido a la violencia que contiene. Siendo así, ¿por qué lo había comprado? Lo ignoro. Esto nos pasa a los amantes de la literatura: que vamos acumulando libro tras libro a la espera de llegar algún día a sus páginas, pero el tiempo nos gana la partida al no permitirnos abarcar tanta lectura aplazada.  

Y comencé a leer. A poco andar, ya la novela me había absorbido por el estilo vigoroso, ágil y sensible con que el autor cuenta la historia. En efecto, me sentí atrapado por ese mundo extraño que se convierte en toda una batalla de golpes iracundos, algunos mortales, con que se cumple dicha función bajo el riesgo de sufrir serias lesiones, e incluso perder la vida. Ese es el boxeo. No era que me hubiera ambientado en el ring, donde se lucha con el instinto asesino de aniquilar al enemigo y no perdonarle ni el último aliento de vida.

Y sufría con cada golpe torturador que leía en la novela, con cada arremetida sanguinaria y con toda esa explosión de barbarie y odio que se concentran en dicha acción. Sentía mi propia carne lacerada, y la cara destrozada, y los labios sangrantes, y los ojos en tinieblas, y el cerebro nublado, y el alma sulfurada… Pero sucede que alrededor de ese escenario cruel, el novelista va tejiendo una historia humana y emotiva, que fue la que en verdad me sobrecogió.

Luis Canales, el protagonista de la historia, es un humilde trabajador que no quiere a su mujer, y que para romper la monotonía busca una actividad en la que pueda hacerse notar. Se apasiona por el boxeo bajo la influencia de un amigo que practica esa afición, y con el tiempo se convierte en campeón famoso.

Conforme avanza el tiempo, se entrelazan sucesos de alegría y tormento, los cuales crean una atmósfera en constante suspenso y tensión, factores básicos de la buena novela. No hay deporte sin sufrimiento. El dolor es connatural al ser humano. El cuadrilátero se vuelve el mundo de Luis Canales, y es un mundo a la vez sufrido y vivificante.

Es una historia dura. El novelista, que había sido boxeador antes de ser abogado y escritor (autor de más de una docena de obras), se mete en la piel de su personaje y en él dibuja la lucha por la vida y el deseo de ser “alguien”. Hasta que un día lo consigue, con disciplina y constancia, al conquistar el título de campeón nacional. El cambio de escena llega días después, cuando un puñetazo implacable le deja para siempre averiado el cerebro, en total oscuridad.  

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El Quindiano, Armenia. Nueva Crónica del Quindío. Eje 21 de Manizales. Abril de 2025.

Comentarios

Tuve un profesor de Filosofía que decía que si uno acumulaba libros sin leer era como tener cadáveres en la biblioteca. José Miguel Páez Barón, Bogotá.

Coincido contigo en la aversión por el boxeo, aunque te cuento que de muchacho hasta llegué a practicarlo. Afortunadamente caí en la cuenta de los riesgos que anotas en el artículo y decidí no volver a practicarlo. Tenía por entonces unos 16 años. Después fui aficionado a verlo, particularmente en la época en la que surgió Pambelé, pero ya adulto, le fui perdiendo interés y hoy día no me gusta. Son numerosas las historias tristes de boxeadores que por obtener triunfo y dinero deben acogerse a las mafias que dirigen esa actividad y tienen que someterse a perder combates para no ser excluidos. Es triste. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Juan Carlos Onetti tiene un cuento muy bello sobre un boxeador, titulado Jacob y el otro. Es muy triste también. Habrá que leer la novela que mencionas en tu excelente  artículo. Esperanza Jaramillo, Armenia.

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Golpes en la noche

viernes, 16 de mayo de 2025 Comments off

Gustavo Páez Escobar

Hace años adquirí un libro que solo ahora he leído con verdadera sorpresa. Revisando la biblioteca, muchas veces estuve frente a ese tomo taciturno, lo miré, lo consentí y luego lo regresé al estante. Se trata de La noche, novela del español Andrés Bosch (1926-1984), la cual fue Premio Editorial Planeta 1959. Para darme alguna idea de la novela, ingresé a Google y me encontré con excelentes comentarios.

Pero, al saber que versaba sobre el boxeo, el tema me desanimó por cuanto ese deporte nunca me ha despertado interés alguno debido a la violencia que contiene. Siendo así, ¿por qué lo había comprado? Lo ignoro. Esto nos pasa a los amantes de la literatura: que vamos acumulando libro tras libro a la espera de llegar algún día a sus páginas, pero el tiempo nos gana la partida al no permitirnos abarcar tanta lectura aplazada.  

Y comencé a leer. A poco andar, ya la novela me había absorbido por el estilo vigoroso, ágil y sensible con que el autor cuenta la historia. En efecto, me sentí atrapado por ese mundo extraño que se convierte en toda una batalla de golpes iracundos, algunos mortales, con que se cumple dicha función bajo el riesgo de sufrir serias lesiones, e incluso perder la vida. Ese es el boxeo. No era que me hubiera ambientado en el ring, donde se lucha con el instinto asesino de aniquilar al enemigo y no perdonarle ni el último aliento de vida.

Y sufría con cada golpe torturador que leía en la novela, con cada arremetida sanguinaria y con toda esa explosión de barbarie y odio que se concentran en dicha acción. Sentía mi propia carne lacerada, y la cara destrozada, y los labios sangrantes, y los ojos en tinieblas, y el cerebro nublado, y el alma sulfurada… Pero sucede que alrededor de ese escenario cruel, el novelista va tejiendo una historia humana y emotiva, que fue la que en verdad me sobrecogió.

Luis Canales, el protagonista de la historia, es un humilde trabajador que no quiere a su mujer, y que para romper la monotonía busca una actividad en la que pueda hacerse notar. Se apasiona por el boxeo bajo la influencia de un amigo que practica esa afición, y con el tiempo se convierte en campeón famoso.

Conforme avanza el tiempo, se entrelazan sucesos de alegría y tormento, los cuales crean una atmósfera en constante suspenso y tensión, factores básicos de la buena novela. No hay deporte sin sufrimiento. El dolor es connatural al ser humano. El cuadrilátero se vuelve el mundo de Luis Canales, y es un mundo a la vez sufrido y vivificante.

Es una historia dura. El novelista, que había sido boxeador antes de ser abogado y escritor (autor de más de una docena de obras), se mete en la piel de su personaje y en él dibuja la lucha por la vida y el deseo de ser “alguien”. Hasta que un día lo consigue, con disciplina y constancia, al conquistar el título de campeón nacional. El cambio de escena llega días después, cuando un puñetazo implacable le deja para siempre averiado el cerebro, en total oscuridad.  

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El Quindiano, Armenia. Nueva Crónica del Quindío. Eje 21 de Manizales. Abril de 2025.

Comentarios

Tuve un profesor de Filosofía que decía que si uno acumulaba libros sin leer era como tener cadáveres en la biblioteca. José Miguel Páez Barón, Bogotá.

Coincido contigo en la aversión por el boxeo, aunque te cuento que de muchacho hasta llegué a practicarlo. Afortunadamente caí en la cuenta de los riesgos que anotas en el artículo y decidí no volver a practicarlo. Tenía por entonces unos 16 años. Después fui aficionado a verlo, particularmente en la época en la que surgió Pambelé, pero ya adulto, le fui perdiendo interés y hoy día no me gusta. Son numerosas las historias tristes de boxeadores que por obtener triunfo y dinero deben acogerse a las mafias que dirigen esa actividad y tienen que someterse a perder combates para no ser excluidos. Es triste. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Juan Carlos Onetti tiene un cuento muy bello sobre un boxeador, titulado Jacob y el otro. Es muy triste también. Habrá que leer la novela que mencionas en tu excelente  artículo. Esperanza Jaramillo, Armenia.

Categories: Novela, Violencia Tags: ,

El último gamonal

lunes, 12 de mayo de 2025 Comments off

Gustavo Páez Escobar

El título de este artículo, que es el mismo de la famosa novela de Álvarez Gardeazábal, conduce a pensar que los gamonales han desaparecido. No: el gamonal es eterno por hacer parte de la propia sociedad. O se impone, mejor, como la persona que ejerce un poder excesivo en la vida comunitaria. Esta novela, editada en Colombia en 1987, tuvo luego nueva edición en Méjico, pero fue necesario cambiar el vocablo gamonal, que allí no se conocía, por el de cacique. Hoy vuelve a salir la obra con el sello de Intermedio Editores.   

Desde tiempos remotos, el cacique era una persona prevalente en el ámbito regional. En el terreno indígena, están los cacicazgos dirigidos por caudillos poderosos como Bacatá, Bochica, Hunza, Nutibara, Tisquesusa o Calarcá. En el campo femenino, figuran cacicas aguerridas como la Gaitana. Esta posición se fue degradando hasta el extremo de ser ejercida por gente ambiciosa o corrupta que miraba más sus propios intereses que el progreso local. Así, el gamonal o cacique se volvió sinónimo de tirano, déspota o matón.

El personaje de Álvarez Gardeazábal es el último gamonal, pero no en el suelo colombiano,  sino que está incrustado en un pueblo del Valle del Cauca azotado por la violencia. Y encarna al prototipo de la barbarie que vivió el país en tiempos manejados por la rapiña, la crueldad, el odio y la muerte. Este personaje se llama –en la novela y en la vida real– Leonardo Espinosa, el gamonal de Trujillo, municipio próximo a Tuluá, la tierra del novelista. Álvarez Gardeazábal lo llama –con sorna– don Leonardo, y este era un vecino analfabeto que nada sabía de política, pero que fue hábil para aprender las mañas y amasar un cuantioso capital apoderándose de los bienes ajenos.

Surgido de la nada, el gamonal agrandaba cada vez más su fortuna con sitios de comercio, tierras, ganados, papeles bancarios. Destronó a Leocadio Salazar, el fundador de Trujillo, quien tuvo que abandonar el sitio para evitarse problemas. El primer juez que llegó al pueblo, animado con la intención de aplicar justicia, bien pronto abandonó el cargo ante el poderío del mandamás.

Don Leonardo era el amo y señor de cuanto giraba en el entorno. En sus comienzos apareció como un filántropo o un mecenas, pero esto era una treta para hacerse sentir. Después perdió el escrúpulo, y si alguien se interponía en su camino, lo eliminaba. El asesinato era la vía franca para seguir incrementando sus arcas. Extorsionaba, intimidaba, aplicaba sistemas bárbaros. Era una autoridad avasalladora ante la cual todos se rendían.

Sus 38 fincas, 11 carros, el millar de vacas y otros bienes de impacto le conferían un mando soberano. Quiero revelar que soy amigo de una parienda suya que me ratificó el ambiente pintado por el novelista, y me contó otros episodios espeluznantes. La población vivía estremecida en medio del terror, las balas, las venganzas y las auroras sin esperanza, mientras el tirano se solazaba en su imperio omnipotente. Ya envejecido, sintió el punzón de los temores, la inseguridad y la angustia, y por primera vez tuvo miedo de sus paisanos. Se volvió cobarde después de tanta prepotencia. De repente, una mano vengadora y justiciera accionó cuatro tiros que acabaron con la vida del último gamonal de Trujillo.

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El Quindiano, Armenia, 21-II-2015. Ene 21, Manizales, 22-II-2025.  Nueva Crónica del Quindío, Armenia, 23-II-2025.

Comentarios

Los gamonales cambian de nombre y tristemente siguen existiendo con las mismas características. No los vemos en ciudades grandes y de pronto sí en regiones pequeñas donde el poder corrompe por sus posesiones y su tiranía. Qué bueno para Gustavo Álvarez Gardeazabal este artículo que invita a leer su interesante libro sobre una historia enmarcada en el Valle del Cauca. Liliana Páez Silva, Bogotá.

El último gamonal y Cóndores no entierran todos los días, de Álvarez Gardeazábal, describen muy bien cómo operaban (¿operan?) estos funestos personajes que respaldados por sus gorilas, su riqueza y su carencia de escrúpulos, llegaban a dominar una población o una región sembrando el terror entre los pobladores pacíficos e indefensos que obligados por las amenazas de muerte tenían que soportar un verdadero infierno. Infortunadamente en la actualidad ha comenzado a surgir esta figura amenazante en varias regiones del país ante la irritante pusilanimidad del actual gobierno. Muy triste situación. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Nada ha cambiado en los gamonales, desde los ignorantes hasta los letrados, que agobian nuestra sociedad ávida de poder, el crimen y la muerte, sin que les tiemble la conciencia ni la mano criminal. Inés Blanco, Bogotá.

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Claudio de Alas

viernes, 25 de octubre de 2024 Comments off

Gustavo Páez Escobar

A pesar de mi origen boyacense, ignoraba quién era el poeta y novelista Claudio de Alas (seudónimo de Jorge Escobar Uribe), nacido en Tunja en 1886 y fallecido en Banfield, Argentina, en 1918. Hace poco descubrí al escritor en Polimnia, la revista de la Academia Boyacense de la Lengua. ¡Gran hallazgo! Nadie sabía de él, ni siquiera en su propia tierra.

Vicente Landínez Castro, tan estudioso de la literatura regional, no lo menciona en El lector boyacense ni en Síntesis panorámica de la literatura boyacense, obras de vasto alcance. En el panorama nacional, Rogelio Echavarría tampoco hace sobre él la menor alusión en Quién es quién en la poesía colombiana. Claudio de Alas provenía de una familia de clase alta: su padre fue destacado ingeniero; uno de sus hermanos sobresalió como general del Ejército; otro como senador, y otro alcanzó prestigio en Buenos Aires.

Abandonada su patria, Claudio de Alas se abrió camino por Ecuador, Perú y Chile. Ejercía el periodismo junto con la función literaria. Se aficionó a la bebida y, en ese ambiente, vivió un mundo desordenado y libertino. En Chile publicó los libros Salmos de la muerte y el pecado, Fuegos y tinieblas, Arturo Alessandri y La primera víctima de la aviación en Chile. Participó en un concurso en el cual Gabriela Mistral obtuvo el primer puesto, mientras él conquistó el accésit. Por ella sentía honda admiración, rayana en el amor platónico.

Hacia 1915 arribó a Buenos Aires, ciudad que lo seducía por su clima intelectual y por la oportunidad de volverse escritor internacional. Llegó en precaria situación económica, y le dio la mano el pintor inglés Koek-Koek, con quien compartió la vivienda. Al paso del tiempo, escribía versos estremecedores, entre ellos Poema negro, que hoy tiene varios registros en Google.  

Dentro de su exitosa carrera, existía una zona oscura que le laceraba la mente y el espíritu. En aquellas calendas, las enfermedades venéreas generaban daños graves en el corazón, el cerebro y otros órganos, e incluso causaban la muerte. La sífilis, cuando aún no se había descubierto la penicilina, era un mal catastrófico que erizaba a la gente.

Las enfermedades venéreas ocurrían por contacto físico y también podían ser hereditarias. Ese era el terrible dilema del poeta frente al temor de que podía estar infectado. Agobiado por esa amenaza, había escrito en Chile La herencia de la sangre, novela audaz que ofreció a numerosas editoriales, sin que ninguna la publicara. Ahora, en Buenos Aires, su mayor ilusión era conseguir ese objetivo que consideraba liberador de los traumas que padecía. El asunto era, ante todo, de carácter sicológico, ético y moral.

La herencia de la sangre significaba para el autor un método terapéutico que le ahuyentaría los fantasmas. Tenía que contar que el mundo andaba desquiciado, y enjuiciar a la sociedad por los secretos y mentiras que ocultaba. La lógica lleva a pensar que las “alas” del seudónimo eran un símbolo redentor, un deseo de alzar el vuelo sobre las tristezas y las miserias. Presa de la angustia y propenso al suicidio, su existencia se volvió tenebrosa.

El 5 de marzo de 1918, día funesto, se encerró en su pieza y lloró largo rato sobre el libro en borrador, que también había sido rechazado por las editoriales argentinas. Escribió tres cartas: una para su hermano, otra para el pintor Koek-Koek y la última para un amigo confidente, a quien contaba el “dolor enorme de sentirse solo ante la vida implacablemente hostil”. Con mirada triste, como si presintiera el desenlace fatal, lo acompañaba el perro de su amigo. Esta mirada lo conmovió en lo más hondo del alma. Luego de matarlo, para que dejara de sufrir, dirigió el arma a la sien y se suicidó. Tenía 32 años, edad similar a la de José Asunción Silva, que se fue del mundo, a los 31 años, con un disparo en el corazón.

Claudio de Alas penetró, al igual que Rimbaud, Mallarmé, Baudelaire y tantos otros, en la lista de poetas malditos. Tuvo que enfrentarse a una sociedad pacata y asustadiza, y perdió la partida. Era lo mismo que sucedía con el homosexualismo, realidad que se mantenía en el clóset y que solo poco a poco se iría develando.

Después fue encontrado el manuscrito de la novela, y su familia la editó hacia el año 1923. Nadie en Colombia la conoció. La segunda edición tuvo lugar en días recientes, con el sello de la Academia Boyacense de la Lengua. Ha pasado un siglo. La obra puede conseguirse en Buscalibre. Es una bella novela: tierna, romántica, aleccionadora, dolorosa y trágica.

En aquellos días lejanos fue elaborado en Buenos Aires El cansancio de Claudio de Alas, que contiene parte de la creación de este escritor olvidado, sobre quien dijo Juan José de Soiza Reilly, el compilador: encontró el mundo demasiado enfermo. Incurable. Y prefirió disolverse en el humo de un tiro.

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Eje 21, Manizales, 18-X-2024. El Quindiano, Armenia, 18-X-2024. Nueva Crónica del Quindío, Armenia, 20-X-2024. El Muro, Bogotá, 10-X-2024.

Comentario

 Me impactó mucho la vida de este literato: qué talento en medio de tanta angustia, recurriendo a acciones oscuras y sufriendo esa vida desordenada que aceleró su muerte. Esas mentes no paran de pensar y de crear, y en medio de sus creaciones y sus actos contra la vida, van en búsquedas traicioneras que en lugar de aliviar abren más heridas. El perrito, que muere con el escritor por decisión de él mismo, ojalá que con sus alas haya llegado al tan mencionado puente del arcoíris, que es el cielo de los perritos. Liliana Páez Silva, Bogotá.

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