2001 – 2010

viernes, 16 de mayo de 2014

EPISTOLARIO
2001 – 2010


AÍDA JARAMILLO ISAZA
ALBERTO GÓMEZ ARISTIZÁBAL
ALFREDO ARANGO
ÁNGEL CASTAÑO GUZMÁN
AUGUSTO LEÓN RESTREPO RAMÍREZ
BEATRIZ SEGURA DE MARTÍNEZ DE HOYOS
CARLOS ALBERTO VILLEGAS URIBE
COLOMBIA PÁEZ
DIANA LÓPEZ DE ZUMAYA
EDUARDO DURÁN GÓMEZ
EDUARDO GARCÍA AGUILAR
ELÍAS MEJÍA
ESPERANZA JARAMILLO GARCÍA
GILBERTO ABRIL ROJAS
GLORIA CHÁVEZ VÁSQUEZ
GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL
HÉCTOR OCAMPO MARÍN
HELENA ARAÚJO
HERNANDO GARCÍA MEJÍA
INÉS BLANCO
JAIME LOPERA GUTIÉRREZ
JAIME RESTREPO CUARTAS
JOSÉ ANTONIO VERGEL ALARCÓN
JOSÉ JARAMILLO MEJÍA
JOSÉ LUIS DÍAZ GRANADOS
JOSÉ MIGUEL ALZATE ALZATE
JUAN JOSÉ GARCÍA POSADA
JUAN RUIZ DE TORRES
LAURA GARCÍA
LAURA VICTORIA GALLEGO MEJÍA
LIBARDO RAMÍREZ GÓMEZ
LORETTA VAN ITERSON
LUIS EDUARDO GALLEGO VALENCIA
MARTA NALÚS FERES
MERCEDES MEDINA DE PACHECO
ORLANDO CADAVID CORREA
ÓSCAR PIEDRAHÍTA GONZÁLEZ
PABLO MEJÍA ARANGO
RAMIRO LAGOS
VICENTE LANDÍNEZ CASTRO
VICENTE PÉREZ SILVA
ZARINA BORRESEN

 

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JAIME RESTREPO CUARTAS

Nació en Medellín el 11 de julio de 1944. Médico, académico, escritor y político. Ha sido rector de la Universidad de Antioquia, representante a la Cámara y director de Colciencias. Autor de numerosos artículos y capítulos científicos en libros y revistas nacionales y extranjeros. Coeditor y coautor de un texto de cirugía en 18 volúmenes (Editorial Universidad de Antioquia). Autor de artículos y de una novela sobre Tulio Bayer.

Libros: El cero absoluto, In extremis, El ocaso de la memoria, La guerra en todas partes, El hilo del viento.

 

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Bogotá, 7 de noviembre de 2003

Doctor Jaime Restrepo Cuartas
Medellín

Apreciado doctor Restrepo:

Mi amiga Sonia Cárdenas Salazar me ha hecho un gran regalo: la revista de la Universidad de Antioquia, en sus 200 años de vida. En ella escribe usted un excelente artículo sobre Tulio Bayer con motivo de sus 20 años de fallecido (en realidad se trata de 21, pues murió en París el 27 de junio de 1982). El perfil que usted traza sobre el médico ofrece en forma certera la principal característica de su personalidad: la rebeldía social.

Es un esbozo ágil de la vida de Tulio, captado a través de las novedosas facetas que protagonizó como médico, escritor y revolucionario. Incluso yo, que me considero  enterado de sus aventuras, luchas y fracasos, ignoraba varios de los sucesos que usted señala, como el lanzamiento de sus cenizas en lo alto de los Pirineos.

Conocí a Tulio Bayer en el Putumayo. Ambos éramos huéspedes de la Armada Nacional en Puerto Leguízamo, él como médico del pueblo y yo como directivo del Banco Popular. Lo acababan de echar de Manizales después del sonado escándalo del Club Manizales, cuando se hizo acompañar de una prostituta para darles una lección a los señorones de la ciudad y afianzar la campaña que libraba sobre la prostitución.

Establecimos en la selva una estrecha amistad, la que se prolongaría hasta su propia muerte, pero marchábamos por diferentes caminos en el campo de las ideas. En sus últimos años fui uno de sus principales interlocutores: conservo numerosas cartas suyas, todas vehementes, todas cerebrales e incluso filosóficas, imbuidas por un gran amor por Colombia y la gente humilde. Qué interesante sería publicar ese acopio de la inteligencia y de la sensibilidad humana, como parece que lo ha hecho el médico Francisco Arango Londoño: (1) dicho proyecto me lo contó el propio Bayer, y de ser así, me gustaría conocer el libro.

Para que usted se dé cuenta de mi relación con Tulio, le envío dos artículos que escribí en El Espectador el mismo año de su muerte. Y la carta que de él recibí en agradecimiento muy emotivo por el registro que hice de su Carta abierta a un analfabeto político, y sobre todo por el homenaje hacia su extraordinaria condición humana. Soy un firme admirador de su controvertida y desconcertante personalidad, que muy pocos han sabido entender. Usted es una ilustre excepción.

Tengo en mente escribir una biografía sobre Tulio. Pero me falta mayor información, a pesar de que a lo largo de los años he recolectado no pocos papeles de interés, entre ellos una serie de documentos que él mismo me envió antes de morir. Fui amigo de sus tías las monjas, las cuales algo me aportaron. Desde hace varios años vengo trabajando en una novela sobre la selva, donde se ambientan los primeros pasos del médico revolucionario: en realidad, él comenzó en Puerto Leguízamo su camino hacia la guerrilla, antes de llegar al Vichada. Lo más destacable de aquellas vivencias en el Putumayo es su espíritu inconforme por la desprotección de los indígenas, y esto creo reflejarlo con propiedad en la novela. La cual, hoy en la etapa final de los retoques, espero rematarla en corto tiempo.

Ha sido un gran placer haber conocido su ensayo, lleno de gracia y profundidad, sobre este personaje fuera de serie. El feliz hallazgo se lo debo a Sonia Cárdenas, coterránea de Tulio. «No tengo suerte histórica», solía repetirme el amigo expatriado.

Con un cordial saludo,

Gustavo Páez Escobar

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(1) A este médico está dirigida la Carta abierta a un analfabeto político.

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Medellín, 13 de noviembre de 2003

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Mil gracias por sus comentarios y por los documentos que me envió. Yo tengo copia de las cartas de Bayer a Francisco Arango Londoño, el cirujano amigo de él y profesor mío, y entrevistas con personas que en ese tiempo fueron guerrilleros y lo conocieron bien, como Rosendo Colmenares y Eduardo Franco Isaza. He terminado hace unos meses de escribir una novela titulada El hilo del viento que es sobre el movimiento guerrillero de los cincuenta. Con gusto podemos conversar en alguna oportunidad sobre el tema. Yo vivo en Medellín pero viajo con frecuencia a Bogotá. Podríamos vernos. Saludes a Sonia Cárdenas. No tengo correo de ella pero luego la llamaré por teléfono.

Un saludo cordial,

Jaime Restrepo Cuartas

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BEATRIZ SEGURA DE MARTÍNEZ DE HOYOS
(ALICIA CARO)

Nació en Bogotá el 18 de febrero de 1930. Las primeras letras las aprendió en Duitama, en el Colegio de la Presentación. En 1937 viajó a Méjico con su madre, la poetisa Laura Victoria, país donde se radicó para el resto de la vida. Matriculada en una academia de arte dramático, Miguel Zacarías solicitó la presencia de las mejores alumnas para someterlas a un examen ante las cámaras, y ella salió elegida para el papel estelar que el productor buscaba para la película La vorágine. Desde entonces tomó vuelo el nombre de Alicia Caro, hasta el punto de sustituir el suyo propio en la vida civil.

En 1956, en uno de sus viajes a Colombia, se casó con el poeta Fernando Arbeláez, que desempeñaba el cargo de primer secretario de la embajada colombiana en Suecia. Se separaron un año después. Su aparición en el cine despertó inmediato interés en el público. A partir de 1947 protagonizó 36 películas al lado de los actores más brillantes de la época. También se ha desempeñado en obras de teatro. En 1971 figuró en María junto con Taryn Power, hija de Tayron Power. Alicia Caro y Sofía Álvarez han sido las únicas colombianas que conquistaron laureles en el cine mejicano.

En 1965 se casó con el popular actor Jorge Martínez de Hoyos. Gabriel García Márquez fue padrino de la boda. La nueva unión cumplió un itinerario venturoso de 32 años, hasta la muerte de Martínez de Hoyos en 1997, luego de su papel en la película Edipo alcalde, obra de García Márquez que se rodó en Colombia.

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México, D. F., 21 de julio de 2001

 

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Gustavo:

El recibir tu afecto para mamá y para mí, contenido en tus cálidas palabras, nos llenó el corazón de alegría, aparte de que tu artículo sobre Rosario Sansores nos la hizo revivir en la memoria un largo rato después de que se lo leí a mamá. Hasta recordé vagamente haberla visto de niña alguna vez que vino a visitar a mamá; y ya con claridad, su último tiempo cuando escribía su columna Rutas de emoción como cronista de Novedades.

En algunas fiestas la vimos, pero ya se vestía en forma extraña, llena de maquillaje, collares, pulseras, etc., con su inseparable «galán de noche», como ella misma lo llamaba, y al cual no permitía casi que se le mirara, porque se enfurecía; era un muchacho inclusive medio tímido que siempre la acompañaba a todas las fiestas a las que por su trabajo tenía que asistir; era muy leída, aunque a mí ya en su último tiempo me parecía algo cursi. Espero no me hagas caso por pensar así, pues era muy joven, y ahora la admiro. De pronto escucho en el radio Sombras, cantada en forma hermosa por Julio Jaramillo.

En todo caso, ahora sé de su libro de 1942, (1) su cercanía con Barba Jacob, su fracasada vida amorosa, etc. En fin, creo que todo lo que dices sobre ella es muy interesante y atractivo. Aquí las palabras de mamá: «Gustavo, tu artículo sobre Rosario Sansores muy bonito, muy inteligente, muy emotivo. Te mando un abrazo y siempre te recuerdo con mucho cariño, deseo volver a verte, ojalá vuelvas a México donde se te recuerda siempre con emoción. A tu esposa Astrid y tus hijos, también abrazos».

Ella, estable pero cada día más silenciosa. Pregunta por Mario, (2) lo que siempre me llena de angustia por tener que mentirle, pero no soy capaz de decirle su muerte, solo trato de obligarla a que sea ella misma la que recuerde la última vez que lo vimos juntas cuando estaba agonizando. Pero su mente no lo soportó y lo olvidó, como defensa, y ahora sigue defendiéndose no recordando…

Sigo en mis clases de pintura, ya he hecho algunos cuadros pequeños al óleo, muy académicos, pero voy aprendiendo; mi única gracia es que copio a ojo, sin cuadricular como hacen las compañeras; no salen tan perfectos, pero el maestro dice que es más meritorio. Cada una escoge su tema de una revista, fotografía, etc., y lo copia. En todo caso voy aprendiendo poco a poco, aunque aquí en mi casa no me queda tiempo ni calma para hacerlo, pues ya sabes que solo tengo medio tiempo para mí. Algún día espero pintar algo mío.

Por hoy recibe un largo abrazo de

Beatriz Segura de Martínez de Hoyos

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(1) Rutas de emoción.
(2) Mario Segura Peñuela, hijo de Laura Victoria.

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Bogotá, 27 de marzo de 2004

Señora Beatriz Segura de Martínez de Hoyos
Méjico, D. F.

Querida Beatriz;

Desgarrador el cuadro que me describes sobre la salud cada vez más precaria de Laura Victoria. Siento en el alma este lento declinar de tu compañera de todas las horas, estado que te mantiene postrada en tremenda tribulación. A pesar de todo, sacas fuerzas de donde no las hay, para vivir pendiente, minuto a minuto, del deterioro cada vez más notorio de tu querida mamá. Como bien lo dices, tu tiempo real ya no existe para ti, pues vives hundida en la salud languidecente de Laura Victoria, y por otra parte, preocupada por la enfermedad de Humberto.

Te consideramos y acompañamos de corazón. Sentimos como nuestras tus aflicciones y quisiéramos estar cerca para poder ayudarte en este cúmulo de quehaceres y desasosiegos.

Mucho he sentido la muerte de Aristomeno Porras. Nada había vuelto a saber de él, desde hace más de un año, cuando recibí su última carta. Tenía la sensación de que también su salud iba en rápida decadencia. Aristomeno fue un hombre excepcional, todo un caballero y un alma generosa, como lo demostró con Germán Pardo García.

Quedamos muy preocupados, y al mismo tiempo solidarios, con tus noticias. Con este sentimiento, te repetimos nuestro cariño y entrañable amistad,

Gustavo Páez Escobar

 

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México, D. F., 5 de junio de 2004

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Gustavo:

Primero que todo decirte que tanto Humberto como yo estamos muy agradecidos por tu pésame. Creo que son inigualables y bellas tus palabras póstumas para ella y quedarán grabadas en mi corazón mientras viva. Gracias por haber difundido la noticia de su muerte (1) en El Espectador,  además de los principales medios, lo cual despertó las emotivas voces de pesar, tanto de Bogotá como de otros sitios de Colombia.

Todavía tengo muy viva nuestra conversación telefónica de ayer, pero hasta hoy te escribo, ya que aunque deprimida estoy más tranquila. Fuiste muy paciente conmigo. ¿Te llegaron bien las esquelas? Al verlas me pareció todo tan absurdo que me desplomé interiormente. Pero tendré en cuenta tus palabras para poder recuperarme, porque en todo lo que me señalaste está tu inteligencia y verdadero afecto por mí.

También lo que pasó es que eras justamente tú, que has estado tanto y tan largo tiempo muy cerca espiritualmente de mamá mientras escribías su biografía y luego  buscabas el editor: Aprecio tus palabras sobre mamá en varios actos, siempre enalteciendo su nombre. Todo esto se agolpó dentro de mí y el resultado fue muy emocional.

Gustavo, con Astrid y toda la familia recibe un largo abrazo lleno de gratitud y cariño.

Beatriz Segura de Martínez de Hoyos

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(1) Laura Victoria falleció el 15 de mayo de 2004.

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Bogotá, 17 de noviembre de 2006

Señora Beatriz Segura de Martínez de Hoyos
Méjico, D. F.

Querida Beatriz:

El viernes de la semana pasada se hizo la presentación en Tunja, con la presencia del gobernador de Boyacá y de un público selecto, del libro Los poemas del amor, que contiene 60 poesías de Laura Victoria que yo mismo escogí. Además, escribí el prólogo de la obra. Al acto asistimos Astrid y yo. Una figura destacada fue la de Fernando Soto Aparicio, condecorado por el gobernador en la misma ceremonia, y que fue decisivo para la publicación del libro.

Más adelante te enviaré algunos ejemplares. Todavía no he recibido los que nos van a entregar. Me propongo repartir el libro entre figuras sobresalientes de las letras y entre algunos medios de comunicación. Te pido enviarme una lista de las personas a quienes deseas que llegue la obra.

Quedé contento con la edición. Ya pronto la conocerás. Saludos de Astrid y los hijos.

Efusivo abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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México, D. F., 19 de noviembre de 2010

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Querido Gustavo:

Qué sorpresa tan grande fue para mí el encontrar tu columna totalmente dedicada a mí. Voy a mi corazón y allí te encuentro, con mi cariño y gratitud de siempre. Además curiosamente hace tres días me puse a mirar antigua correspondencia nuestra, y lo primero que encontré fue tu artículo Adiós, Laura Victoria. Sólo el título me devolvió tanto dolor vivido; lentamente volví a leerlo y felicitarte como seguramente lo hice.

Vuelvo a tu columna sobre mí, que abarca en realidad toda mi vida con la constante presencia de mi amada madre, cuyo nombre siempre has mantenido en alto, aparte de tu excelente biografía sobre ella; tu impulso y labor en la Gobernación de Boyacá para la publicación de su libro Los poemas del amor, aparte de artículos, memorias, etc., que en forma constante has escrito sobre ella.

Ahora tu columna sobre mí, que volveré a releer muchas veces, además de mostrársela a mis amigos más inteligentes e importantes.

Veo cómo has plasmado todo lo mejor de mi vida artística, resaltando mi desempeño y carrera como actriz, en cine, teatro y televisión de México. Admiro cómo está contenida toda mi vida en tu columna, que me hace sentir orgullosa.

Gracias, Gustavo, y te lo digo desde el corazón mil veces. Por ahora, recibe con Astrid mi cariño y de nuevo mi agradecimiento.

Beatriz Segura de Martínez de Hoyos

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DIANA LÓPEZ DE ZUMAYA

Nació en Manizales. A partir de 1977 y hasta 1985 escribió en La Patria, usando varios nombres: Diana López de Zumaya, Diana Zumaya, Martha del Río, Lucila Valleazul. Colaboró también durante varios años en la revista Manizales, que dirigió, a la muerte de sus padres, Aída Jaramillo Isaza. Llegó a Méjico, recién casada con Jaime Zumaya Vega, el 23 de julio de 1971 y allí se radicó. Sobre el arte de escribir, que Diana ejerce con alta calidad, expresa lo siguiente: “Escribir, pero escribir para mí misma, escribir mis recuerdos de viajes, escribir cartas y ahora escribir por este maravilloso medio que permite que las comunicaciones sean instantáneas: ese es uno de mis placeres”.

Diana es hija del escritor Adel López Gómez y de él heredó la belleza del estilo que se refleja en sus estupendas cartas, imbuidas de amenidad y poesía.

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Bogotá, 17 de enero de 2001

Señora Diana López de Zumaya
México, D. F.

Querida Diana:

Increíble que en Méjico exista tan poca memoria sobre Rosario Sansores. Como tú comentas, ni siquiera encontraste su nombre en enciclopedias de prestigio. Un amigo me regaló de ella, hace muchos años, su libro Rutas de emoción (1942), cuyo título es el mismo de la columna que escribía en Novedades. Es un precioso libro de prosa romántica que revela un alma sensible que divaga en las honduras del amor y sabe interpretar los secretos del hombre (y de los hombres).

Rosario Sansores fue una gloria poética de su tiempo, escritora de fina poesía amorosa. Pero los tiempos futuros la olvidaron. Fue desventurada en el amor, y esto es lo que me interesa averiguar. Creo que en alguna época (quizás la final) estuvo medio deschavetada, y es posible que esto haya contribuido a opacar su gloria. Se  casó con un cubano y vivió largos años en Cuba. Murió en Ciudad de Méjico, según entiendo.

Escribió la letra de numerosas canciones populares; entre ellas, la más conocida es Sombras: «Cuando tú te hayas ido, me envolverán las sombras, / cuando tú te hayas ido con mi dolor a solas, / evocaré este idilio de mis azules horas. / Cuando tú te hayas ido, me envolverán las sombras. / En la penumbra vaga de mi pequeña alcoba, / donde una tibia tarde me acariciaste toda, / te evocarán mis brazos, te buscará mi boca / y aspiraré en el aire como un olor a rosas. / Cuando tú te hayas ido, me envolverán las sombras».

Este episodio comprueba lo efímero que es la gloria. La fama, que no es sino una aureola pasajera, es tan deleznable como la propia existencia humana. El olvido es producto de la ingratitud, y por supuesto una realidad dolorosa. Fíjate en el caso de Laura Victoria: hoy la conocen muy pocos en Colombia y sus libros desaparecieron de las librerías. De ahí mi interés en rescatar su nombre, como lo hago con ardoroso empeño. En su biografía trabajé todo el año pasado y ya pronto llegaré al final.

La tarea no ha sido fácil, ya que la propia protagonista esconde –sospecho que en forma deliberada, dado su profundo misticismo– apasionantes capítulos de su vida sentimental, que es en la gente famosa una faceta de mucho interés para los lectores. Por fortuna, mis escrutinios han logrado penetrar en muchas intimidades  publicables y esto le da vigor a la fuerte personalidad de la poetisa.

Laura Victoria, la gran cantora del amor, tiene que mostrarse como lo que fue y lo que es: un dechado del romanticismo. Y además, una defensora de las causas femeninas y de la libertad. Busco hacer de mi libro una tesis sobre el amor. El amor es muchas cosas: ternura, erotismo, pasión, dolor, angustia, frustración, misticismo, olvido…

A Vicente Pérez Silva le informé lo que tú me expresas respecto al libro inédito de tu papá: Escribe Eros. Él quedó de hablar con Gloria Inés Palomino (1) para definir lo relacionado con una posible edición.

En unión de Astrid te van nuestros cordiales votos para el nuevo año, y para el nuevo siglo, junto con nuestra constante amistad y aprecio,

Gustavo Páez Escobar

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(1) Directora de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín.

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Bogotá, D. F., 22 de septiembre de 2007

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Gustavo querido:

Muchas han sido las noches que he pasado acompañada de todos los personajes de Ráfagas de silencio y de su autor. Me gusta leer en las noches y aun en las madrugadas, cuando el sueño huye, pues nada interrumpe el silencio y la tranquilidad y uno se puede adentrar, de tu mano, por la selva, conocer a sus personajes, imaginarse la vida en ese lugar y todo esto mientras se está en un ambiente totalmente distinto, tranquilo, ciudadano, silencioso, confortable, o sea todo lo contrario de lo que le tocó vivir a Gustavo Páez Escobar y a Tulio Bayer, encarnado cada uno en un personaje distinto pero con los rasgos de los «originales», en la lluviosa Guaraná, la de la calle sola y larga, como la define Soto Aparicio.

Anoche por fin terminé el libro que no solo me pareció estupendo en su contenido sino también en su presentación. ¡Qué acierto los colores de la portada y las fotografías que dan una idea de lo que es la selva, su vegetación feraz y hermosa y los árboles cubiertos de musgo por donde es una delicia pasar la mano, por esa superficie suave y aterciopelada que esconde todo un universo pequeño, inadvertido para los ojos pero presente y vivo.

Pero no todo es suavidad en la selva, por el contrario, hay mucho de violencia, de injusticia, de luchas estériles para acabar con los privilegios de los que algunos, sin justicia ninguna, gozan, y con los sinvergüenzas. Esa es la lucha que entablan tus personajes que, no lo dudo, fue una lucha real, en desigualdad de condiciones pero valerosa y aguerrida por parte del médico y del entonces empleado bancario, ahora escritor.

Gracias por este regalo estupendo que tanto te agradezco y que viene a formar parte de mis libros queridos. Gracias también por todos tus envíos, entre los cuales lo que más aprecio es tu columna en El Espectador, una columna que, una vez más, te muestra como lo que eres: un escritor generoso, siempre dispuesto a poner de relieve los méritos de los demás y hacer conocer su obra.

Fidolo Petri es un personaje al que detestas desde el primer momento y lo malo es que existan todavía tantos fidolos en estas selvas nuestras, en la de Chiapas o en la del Putumayo. Esos que comercian con animales a punto de extinción, con cocodrilos, con serpientes, guacamayas, tortugas, micos, peces, flores. Esos que pagan salarios miserables, y que tratan con brutalidad a hombres y a mujeres que no les merecen respeto alguno. Esos que parecen ser inmortales porque, cuando mueren, son sucedidos por otros iguales o peores.

Existen en cambio mujeres admirables como las hijas del cacique Yuma, como Zulema que al fin de cuentas se lleva al fondo de la selva a su hijo, al hijo que, en realidad, es solo de ella y de nadie más. Y está el médico idealista, el deseoso de cambiar las condiciones de desigualdad, el que combate contra politicastros y autoridades de bajo nivel.

Y está, por último, el escritor preciso y exacto para quien envío un abrazo y la gratitud de

Diana López de Zumaya

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Bogotá, 1° de noviembre de 2007

Señora Diana López de Zumaya
Ciudad de Méjico

Querida Diana:

Mil gracias por tu adhesión al artículo de Iván de J. Guzmán López, periodista de Medellín, artículo que, por supuesto, me produjo hondo alborozo por el estímulo que contiene hacia la labor del escritor. El haber podido combinar en mi vida laboral las letras de cambio con las letras del espíritu, lo cual no es fácil por la incompatibilidad que existe en los dos campos, es una de mis mayores satisfacciones. Mi vocación literaria se reveló desde muy joven, y al paso de los días se convirtió en mi razón de ser.

La otra parte de tu carta hace relación con el triunfo electoral de Samuel Moreno Rojas como alcalde de de Bogotá. Fue un triunfo sorprendente que todavía tiene estupefactos a muchos colombianos, no tanto por el origen de Samuel Moreno como nieto del general Rojas Pinilla, como por la esencia política de su partido, el Polo Democrático, que comulga con ideas extremistas. Ya sabes cuál ha sido la tendencia de algunos gobiernos que son nuestros vecinos: Venezuela, Ecuador, Bolivia, Brasil, simpatizantes del modelo castrista.

La derrota del otro candidato, Enrique Peñalosa Camargo, quien durante su anterior alcaldía fue el gran transformador de la capital, y que es una autoridad internacional como urbanista, es algo que no se entiende. Perdió por varios motivos injustos, entre ellos la campaña sucia de difamación que se urdió en su contra y que dio al traste con el alto grado de favoritismo que mostraba al comienzo de la contienda. Pero esa es la democracia. Esa es la política.

Moreno ha sido buen congresista durante más de diez años, pero le falta experiencia administrativa. Su carisma personal (es simpático y le llega a la gente) contribuyó a su éxito. Su populismo es peligroso. Que Dios lo ilumine en su gestión, para que Bogotá, una ciudad en constante desarrollo, continúe en su carrera de progreso. (1)

El sobrenombre de su abuelo, Gurropín, es una acuñación de su nombre de pila: Gustavo Rojas Pinilla. Con ese remoquete pasó a la historia, con sentido peyorativo. Hoy el rojaspinillismo, o anapismo (la Anapo fue su partido político), ya no tiene fuerza en el país. Es un capítulo que pertenece al pasado y que no da muestras de resurrección.

Te envío un gran abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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(1) Al final de su mandato, Samuel Moreno fue llamado a juicio por la celebración, con beneficio propio, de cuantiosos contratos de obras públicas que representaron un daño enorme para Bogotá. Y fue privado de la libertad. Cuán cierto resulta el dicho: “De tal palo, tal astilla”.

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Bogotá, 10 de febrero de 2008

Señora Diana López de Zumaya
Ciudad de Méjico

Querida Diana:

Transmitir por el correo electrónico las cosas gratas de la vida debería ser una regla de todo cibernauta. A este aspecto te refieres en tus dos últimos mensajes, uno de ellos elaborado con arte: parece que estuvieras escribiendo una de esas esquelas de antaño que los enamorados hacían en papel embellecido con símbolos galantes.

Hoy los usuarios del correo electrónico, en su gran mayoría, lo hacen sin ningún miramiento por las normas de la gramática, el estilo y la presentación del escrito. Lo importante es salir del afán de enviar el correo. Así se va evacuando, a toda carrera, con cierta ansiedad obsesiva, la lista de mensajes que aguardan en la pantalla.

Se han proscrito las pautas mínimas que antes se enseñaban desde la casa y el colegio para la escritura de la correspondencia. Como uno de los signos de la época actual es la velocidad, la rapidez con que se atiende el correo electrónico da ocasión al atropello de la elegancia epistolar que se practicó en épocas pretéritas. La chapucería se apoderó de la era moderna.

Por eso, hallar personas refinadas como tú que le conceden al uso del computador la importancia que requiere para engrandecer el arte de la comunicación, es un caso aislado y digno de aplauso.

Ahí ves al Mono Salgar, con quien según me cuentas tuvo Adel trato deferente, ufano del viejo periodismo donde se desempeñó a partir de los 13 años, y al mismo tiempo receptivo a los tiempos contemporáneos, los del computador, la internet y tanto mecanismo desconcertante de nuestros días. A sus 87 años, sigue dichoso en la misma actividad, ahora como asesor del nuevo Espectador, y con el mismo brío de sus años juveniles.

Para que adviertas su espíritu vigoroso y optimista, te copio estas palabras de su discurso de agradecimiento del premio de periodismo que acaba de conferírsele:

“El siglo XX lo viví intensamente, con sus muchos horrores y sus escasas alegrías. Hoy estoy feliz en el XXI y sigo trabajando en lo mismo. Sigo optimista por el presente y el futuro de Colombia y no creo en eso que llaman ‘crisis del periodismo’. Lo que hay es un revolcón enorme al entrar a otro mundo de la luz, el sonido y la letra de imprenta, en el que casi todo hay que inventarlo de nuevo, comenzando con las escuelas de comunicación y con la adaptación que ya vemos a la multimedia».

Mil gracias por los amables términos de tus correos.

Un abrazo cordial,

Gustavo Páez Escobar

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México, D. F., 9 de junio de 2008

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Gustavo querido:

Acabo de leer tu interesante nota sobre la posible reelección del presidente Uribe y como siempre me ha interesado profundamente pues tú me haces conocer situaciones y aspectos de la vida de mi patria que a veces se me escapan por la lejanía y por el hecho mismo de que aquí se habla de Colombia casi siempre en forma tal que solo se destaca lo malo y nada más.

Anoche estuve pensando en ti y es que me dediqué, con Jaime, a una de mis diversiones favoritas: ver una vieja película mexicana. Me encantan las viejas películas de la llamada época de oro del cine mexicano, con toda esa pléyade de actores estupendos a los que ahora no les veo reemplazo por lado alguno. No sé cuántas veces hemos visto Jaime y yo esas películas, y las seguimos viendo y las seguimos disfrutando.

La de anoche tenía el sugestivo título La hija del engaño, y la hija del engaño era nada más y nada menos que nuestra Alicia Caro en el esplendor de su belleza, de su juventud y de su encanto. ¡Cómo me gusta verla a ella en esas películas y ver qué linda estaba en esa época! Y en cambio Alicia rehúye verlas siempre. Recuerdo que alguna vez, entusiasmada al saber que pasarían algo suyo, la llamé para decírselo y me dijo que no veía jamás esas viejas películas filmadas hace tantos años.

Es evidente que Alicia, o Beatriz, tuvo una gran figuración en el cine mexicano y filmó con los artistas más importantes de ese cine de antes que a pesar de que parecía ser ingenuo y realizado con pocos recursos, valía tanto la pena. En este caso, de la película que vi anoche, Alicia era la hija, no reconocida, de Fernando Soler y hay toda una trama larga y complicada, ingenua y un tanto cursi, mientras se descubre ese engaño del que ella fue objeto, y se abrazan, finalmente, papá e hija, tal como debe suceder en toda buena película que se respete: que los personajes se besen y se abracen y… colorín colorao.

O sea que en esta noche, tú allá en Bogotá, y yo acá en Ciudad de México, hemos tocado dos temas bien distintos: tú el de la posible reelección del presidente Uribe, yo el de la hija del engaño, estelarizada por una persona a la que los dos apreciamos mucho.

Un abrazo cariñoso para Astrid y tú, de

Diana López de Zumaya

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México, D. F., 18 de enero de 2009

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Gustavo querido:

Hoy escuchábamos Jaime y yo un programa radial, “Música latinoamericana” se llama, y el invitado del día de era Colombia. Hablaba de nuestro país en ese momento una dama llamada Nubia de la Roche, cuyo cargo es, más o menos,  coordinadora de asociaciones colombianas en México. (?)

Durante el programa se habló de Colombia, de su música, se tocaron varios de nuestros ritmos, música del Llano, de la Costa o del interior del país, todo muy bien. Y hubo un momento en el que hablaron de los colombianos que han venido a vivir a este país y le han dado lustre tanto a Colombia como a México. Se mencionaron, como siempre, los infaltables nombres de Gabriel García Márquez, de Álvaro Mutis, de Fernando Vallejo y, como decía mi mamá, pare de contar.

Jaime y yo esperábamos que se hablara también de Germán Pardo García, tan grande, tan importante, que tanto hizo por la literatura y por los literatos de nuestra patria, de México y de tantos otros países. Y al ver que no lo mencionaban, llamé a la emisora, di su nombre, una breve semblanza de él y hablé de su importancia, de lo grande que fue y de lo injusto que era olvidarlo al hablar de colombianos grandes en México.

¿Cómo no iba yo a pensar en ti, cómo no iba a recordarte a ti si eso es lo que tú siempre haces? No permitir que el olvido caiga sobre los colombianos ilustres, no dejar que se olvide a ciertos escritores, indagar por el paradero de alguno. ¿Cómo no iba a pensar en ti y cómo no iba a tratar de imitarte aun cuando solo fuera un instante?

Supongo que estás de vacaciones, bien merecidas por cierto, pero espero que esas vacaciones ya terminen pronto y vuelvas a darme los buenos momentos que me das con tus crónicas que siempre me enseñan cosas que no sé y me interesan tanto.

Un año bien feliz para ti, para Astrid, para tus hijos, para todos ustedes, un año con salud, con alegría, con amor y, como decía el inolvidable Germán Pardo García, con paz y esperanza,

Diana López de Zumaya

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HELENA ARAÚJO

Crítica, novelista y cuentista nacida en Bogotá en 1934. Ha sido colaboradora de Eco, Nueva Prensa y Gaceta Tercer Mundo. Prosista clara y vigorosa, así aparece en sus cuentos El buitrón y Rodillijunta. Reside en Suiza desde 1971. A partir de 1980, se dedica a investigar la producción literaria en las escritoras latinoamericanas, habiendo dado conferencias y cursillos sobre este tema en su ciudad de residencia, Lausana, y otros países. Es Premio Platero del Club del Libro Español de Naciones Unidas, Ginebra, 1986, por un ensayo sobre poetisas posnadaístas colombianas. Hoy trabaja en una novela y también en un libro de relatos.

Libros: La M de las moscas, La scherezada criolla, Fiesta en Teusaquillo, Signos y mensajes, Esposa fugada, Las cuitas de Carlota.

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Lausanne, Suisse, marzo, 2004

Para Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Querido amigo:

Hace tres días ando tecleando el ordenador para mandarle men­sajes de agradecimiento, pero creo que no le llegan. Entonces hoy sábado me siento ante mi vieja máquina, sentándome y sintiéndola, para agradecerle el envío de su texto y sus dos libros.

La reseña del 5 de febrero de El Espectador (1) está magnífica, gracias por la introducción bio-bibliográfica. Y gracias por la visión de mi Zana-Carlota, tratada con la delicadeza que se merece. Veo que usted entendió el libro, como entendió la fiesta aquella de Teusaquillo hace años. (2) Sus juicios están Iúcidos y son pertinentes. Y realmente le quedo muy agradecida por haber dado a conocer esta obra menor, pero tan sincera… y tan dolorosa de escribir.

Mi hija me trajo sus dos libros, que he disfrutado mucho. Su viaje por esa Europa que soñamos y luego recorremos como en una biblioteca…  Así su visión de París, que reencuentro cada año con la misma emoción. Sus imágenes de Bélgica y Holanda, que visité (incluyendo Brujas) con mi fraternal amigo Gastón Fernández, limeño de pura cepa, que se nos fue en 1997 después de una dolorosa enfermedad. Con él visité Bruselas (donde vivía) y luego esa costa increíble –incluyendo la casa donde vivía y pintaba el artista Paul Delvaux–.

Ámsterdam la paseamos hace más de diez años, en una ocasión en que yo debía visitar a una de mis hijas en California y el avión salía de precisamente el aeropuerto de esa ciudad de canales y museos y celosías discretas. Luego, Alemania, que siempre ha sido para mí un retablo de sorpresas: amigos en Berlín, en Munich, en Colonia…  Austria siempre ha sido Viena y Salzburgo, en el arrobamiento de pintores y castillos y filósofos como Wittgensteln.

Italia, el deslumbre de Florencia y Venecia. Roma, visitada por primera vez a los 15 años con Juan Lozano que estaba de embajador (1949). La Costa Azul  la conocí  en ese mismo primer viaje. Y… España (tengo dos nietos españoles) es el viaje al sol y a los amigos (Barcelona casi siempre). No conozco Europa oriental, ni Hungría ni la Repú­blica Checa, pero leyéndole me entran ganas de ir.

Su libro sobre Laura Victoria me interesó mucho. Mujer valiente, ¡por Dios!   Sufriendo cuarenta años antes que yo las angustias de la separación conyugal. Y   autora de poemas sinceros y musicales –con Meira del Mar, una versión de lo femenino sensual que merece análisis semánticos–. En la primera parte de su libro, con las citas de Tipacoque, recordé mucho a Caballero Calderón, sobre quien escribí un primer ensayo hace años. Luego, me pareció muy amena esa biografía inspi­rada en anécdotas y episodios verídicos. Y he disfrutado el poemario del epílogo.

¿Qué más decirle, Gustavo? Que le deseo un buen año de trabajo y horas gratas con la familia. Que lo pienso como los pienso a todos ustedes por la dura etapa que atraviesa el país. Aquí vivimos pendientes de las noticias.

Con un saludo afectuoso,

Helena Araújo

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(1) Columna titulada Retrato de una burguesa.
(2) Fiesta en Teusaquillo se titula este libro de Helena Araújo.

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Bogotá, 11 de agosto de 2004

Señora Helena Araújo
Lausana, Suiza

Apreciada amiga:

Al fin llegó a mi poder su carta de marzo, que me repitió en fotocopia, ya que el original se extravió en el correo. Es decir, la misiva gastó cinco meses en tocar en mi puerta. El segundo envío aparece puesto en Lausana el 29 de julio, y fue recibido en Bogotá el 6 de agosto. Tampoco se justifica este mes largo de recorrido entre Europa y Colombia, ¡en plena era de las comunicaciones! En fin, lo importante es haber tenido el gusto de leer sus amables letras.

Me complace saber que mi libro de viaje por diez países de Europa le ha hecho revivir sus propias vivencias por aquellas latitudes, y además le ha despertado las ganas de conocer Europa oriental. Hungría y República Checa, naciones convulsionadas por el odio de Hitler contra los judíos, y liberadas hoy de viejas esclavitudes, nos hacen regresar a duros capítulos de la historia universal. Praga es una ciudad hermosa, con un semblante muy parecido, en algunas de sus calles, a París.

Veo que ha sido usted una gran viajera. Sus caminos por Europa la han llevado a encontrarse en diferentes lugares con queridos amigos, pertenecientes sobre todo al mundo de las letras y el arte, y de esos itinerarios le quedan hoy gratísimos recuerdos. Viajar será siempre un regalo de la vida y un solaz para espíritu.

La primera noticia que tuve sobre usted me la suministró el excelente reportaje que le hizo en Lausana el escritor Ignacio Ramírez, en asocio de Olga Cristina Turriago, y que fue publicado en el libro Hombres de palabra (1989). Como me interesó su personalidad literaria, días después adquirí Fiesta en Teusaquillo, novela sobre la que escribí una columna en El Espectador.

Luego leí Signos y mensajes, y hace poco, Las cuitas de Carlota, que usted tuvo la gentileza de hacerme llegar por intermedio de un amigo suyo en Bogotá. Su carrera es sólida, querida amiga, y no dudo que vendrán nuevas realizaciones.

Celebro que haya penetrado en la interesante personalidad de Laura Victoria, a través de la biografía que tuve el gusto de enviarle con su hija Gisele. Pocos meses después de publicado el libro, la poetisa murió en Méjico (donde residía hacía 65 años), faltándole seis meses para cumplir el centenario de vida. Me entero por su carta de que Laura Victoria sufrió, cuarenta años antes que usted, las angustias de la separación conyugal. No conozco noticias sobre la vida de usted en lo que respecta al conflicto matrimonial, pero supongo, por su comentario, que ambos destinos son similares.

Me parece haber leído el ensayo que usted escribió sobre Caballero Calderón. Yo hablé con él pocos días antes de su muerte, y después del deceso elaboré una página biográfica que me dejó satisfecho. He leído casi toda su obra y lo considero uno de los grandes escritores de la lengua castellana, merecedor del Premio Nóbel (galardón que suele conferirse a los más aplaudidos por la fama, y no siempre a los mejores).

Mil gracias por sus palabras de amistad. Me complace haber vuelto a recibir su correspondencia, así sea con estas demoras inauditas (que podemos eliminar con la internet, como lo hago con esta carta).

Le envío un cordial saludo,

Gustavo Páez Escobar

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Lausanne, Suisse, 21 de septiembre de 2004

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Querido amigo:

Hace rato quiero responder a su amable carta y el tiempo no me da tiempo. Hoy por fin resolví robárselo: me llegó en verano y todos los veranos me alejo de mi apartamento y de mi ordenador para pasar los calores al borde del Leman, en casa de mi hija Gisele. Este año, viajé además a los USA, a Pittsburgh, Pennsylvania, donde vive mi hija mejor Jocelyne con sus dos hijos. Por suerte la encontré muy bien y pude pasear pos los campos y bosques de esa región, que es bellísima. Ahora regreso y se me presenta un viaje ineludible a París, pero antes quiero escribirle, porque de pronto demoro casi tanto como el correo colombiano (más de un mes duran mis cartas desde que lo privatizaron).

Hace poco me hizo una entrevista una joven que enseña en los USA y quiere elaborar un libro sobre escritoras colombianas. Allí digo, entre otras cosas, que debo mucho a periodistas como usted y como Ignacio Ramírez, por sus amables comentarios. Revisando archivos me encontré la semana pasada con su Salpicón de hace algunos años y recordé que me lo había enviado la querida Monserrat Ordóñez, poeta, ensayista, profesora, colega y amiga solidaria, que se nos fue para siempre en el 2001.

Ese texto suyo me dio muchos ánimos, así como la entrevista que me dedicó Ignacio Ramírez en su memorable libro. Y ahora ambos repitieron la prueba, comentando con tal amabilidad Las cuitas de Carlota. ¡Sí que hay hombres feministas!

Como le dije en mi carta, disfruté mucho su libro sobre peregrinaciones aquí en Europa y la linda biografía de Laura Victoria. Fue en ejemplo para todas nosotras, siempre admiré su capacidad de expresarse en un lenguaje erótico en épocas en que toda falla en la retórica era pecado. No sabía que casi alcanzó a ser centenaria. ¡Qué mujer!

Querido amigo, espero que la difícil etapa que atraviesa el país le deje tiempo para disfrutar de la literatura, y que tenga un placentero fin de año.

Con un saludo afectuoso,

Helena Araújo

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Señora Helena Araújo
Lausana, Suiza

Apreciada amiga:

Al fin pudimos descubrir el motivo para que no cursaran los mensajes enviados a mí por internet: usted utilizaba mi dirección anterior, que está descontinuada. De todas maneras, su última carta, que tuvo que despacharme por correo postal en vista de la falla anotada, me llegó en pocos días, lo cual es inusual: la anterior gastó más de un mes en llegar a mis manos.

Su periplo de viajes por el lago Leman, Pittsburgh y París, realizado hace poco, es envidiable. El encuentro con sus hijas y nietos, junto con el placer que dispensan el contacto con la naturaleza y las emociones del turismo, tonifican el espíritu y reparan las energías.

Celebro el reportaje que ha concedido usted a una joven de Estados Unidos que prepara un libro sobre escritoras colombianas. Y le agradezco la mención que hace de mi nombre. Ignacio Ramírez, que hace varios años la entrevistó en Lausana y la incluyó en un libro de literatura, se me ha perdido de vista desde hace un par de años. No soy muy amigo de él, pero nos reconocemos.

En un programa que Ignacio dirigía por televisión comenzó a verse enfermo y después dejó de actuar en ese espacio. También se retiró de la página literaria de El Tiempo, donde tenía amplia audiencia como comentarista de libros. En estos días descubrí su nombre como director de una revista. En realidad no sé qué pasa con el amigo, pero me da la impresión de que está superando algún quebranto de salud.

De nuevo traigo a colación el nombre de Laura Victoria, a quien usted admira como mujer valerosa e inspirada poetisa. El 18 de este mes, un día después de cumplirse el centenario de su nacimiento, la Academia Colombiana de la Lengua le rendirá un homenaje y en él se presentará la biografía que escribí sobre ella.

La actividad cultural de Bogotá es intensa y creo que se ha incrementado de manera significativa en los últimos tiempos. El teatro, por ejemplo, que en viejas épocas tenía un desarrollo bastante precario, o incipiente, hoy es uno de los frentes culturales que atraen mayor público. Hay mucha conferencia, mucha presentación de libros, mucha efervescencia en diferentes eventos. Creo que usted, bogotana raizal y que tanto vivió su urbe, hoy la encontraría transformada. El avance urbanístico es también asombroso.

Esto nos consuela un poco frente a la ola de violencia que se agita en el país y que tiene trastornada la tranquilidad de los habitantes. Quizá Colombia no sea tan bárbara como la ven ciertos sectores de Europa, pero de todas maneras es una nación convulsionada por infinidad de problemas de tipo social y económico, con el agravante de la corrupción pública y los desatinos de la clase dirigente.

Desde ahora deseo para usted y los suyos que el año termine en medio de absoluto bienestar, y que el nuevo les depare mucha felicidad y progreso.

Efusivo saludo,

Gustavo Páez Escobar

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INÉS BLANCO

Nació en Bogotá, el 13 de abril de 1948, por eso el seudónimo: Luna de Abril. Trabajó como docente en Cafam. Socia del Centro Poético Colombiano, cuya presidencia ocupó durante tres años, y de otras entidades culturales. Su poesía está elaborada en verso libre y en síntesis admirable, y está manejada por la emoción, la ternura, el recuerdo y la nostalgia. Es activa participante de encuentros de poesía, realiza lecturas de su obra en diferentes ciudades del país, y algunos de sus poemas se han difundido en periódicos y revistas.

Sobre ella dijo Matilde Espinosa: “La poesía de Inés Blanco, conocida y reconocida como una de las que dominan la palabra precisa en el poema, cada vez nos sorprende en la intención, en la profundidad y esencialmente en el ritmo y en la estética”.

Libros: Paso a paso, Piel de luna, El tiempo y la clepsidra, Navío de arena, Nostalgia de la luz, Los ojos de la noche, Cantos para amar a un hombre.

 

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Bogotá, 10 de julio de 2004

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Gustavo, recibe un afectuoso y fraternal saludo en compañía de Astrid y la familia.

He leído con el ánimo y el regocijo de siempre tus páginas acerca de Fernando Soto, Horacio Gómez y Julio Flórez.

Cada vez que tengo oportunidad de compartirlas con algún grupo lo hago, por una razón muy sencilla: son breves y dicen lo esencial sobre el tema que tratas, de suerte que la gente recibe un concepto, además de muy bien escrito, concreto y redondo,  es decir, no quedan cabos sueltos para el que conoce o no el tema. Esa es la magia de tu página virtual y yo particularmente siento verdadero placer cuando otros se hacen partícipes de esa información.

Viajaré a Roldanillo para el encuentro entre el 14 y el 20 de julio. Estoy segura de    que el XX aniversario de este evento será un semillero de novedades en cuanto a la poética femenina se refiere. Además, aprovecho para un descanso y por supuesto un cambio de clima que me harán bien.

Un escritor del Huila me planteó una inquietud que no supe resolver: se trata de si Simón Bolívar escribió poesía, como tal. Él jura que sí, yo no estoy segura. Aunque todos conocemos su bella prosa poética, no se encuentra, como en el caso de García Márquez, un poema, un soneto, en fin.

Otro asunto que me parece de suma importancia para las letras colombianas es el aniversario del inmenso poeta Luis Vidales, que corresponde exactamente con el de Neruda: 1904. (1) A este último se le han lecho, amén de Chile, en Colombia, infinitos reconocimientos y conmemoraciones, merecidas, desde luego, pero tanto el uno como el otro revolucionaron los cánones de la poesía tradicional, con calidad, cualidad y méritos indiscutibles.

Me gustaría conocer más a fondo acerca de Vidales. No tengo ninguna de sus obras y lo que he leído ha sido en páginas sueltas de periódicos que han llegado a mis manos. Sé de un libro maravilloso, Suenan timbres, cuyo solo título ya dice bastante.

Qué bueno sería si tú escribieras algo en tu página, ojalá con algunos poemas. Estoy segura de que tú sí lo debes conocer a fondo. Supe que murió en Calarcá (2) y es padre de un pintor, a quien conocí en una de tantas tertulias, pero de ahí no pasó a mayores. Por mi parte trataré te conseguir cosas de él.

Bueno, Gustavo, me enteré en la Academia de la Lengua que finalmente presentarán los libros del maestro Landínez y el tuyo, en septiembre. Ya era hora. Un abrazo y hasta pronto.

Inés Blanco

Luna de Abril

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(1) En el mismo año de 1904 nació la poetisa Laura Victoria. Ella también revolucionó la poesía colombiana. El maestro Valencia la calificó como una revelación. Sobre el nacimiento de Vidales me dice lo siguiente su hijo Carlos Vidales, residente hace largos años en Estocolmo, en carta del 13 de enero de 2012: “Nunca sabremos bien si el Maestro nació en 1904 y en 1900, fecha esta última que parece más verosímil y comprobable. Lo importante es que el siglo XX nació, para la poesía colombiana, con Suenan timbres, en 1926,
(2) No murió en Calarcá sino en Bogotá (en junio de 1990). Sus cenizas reposan en la Casa de Cultura de Calarcá, llevadas por su discípulo el poeta Javier Huérfano, cuyos despojos también quedaron en el mismo centro cultural, al lado de su maestro. Linda historia.

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Bogotá, 10 de octubre de 2006

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Recibí por correo el periódico de la Universidad de Medellín donde se encuentra la poesía de Alberto Ángel Montoya. Muchísimas gracias.

Coincidencialmente he sido una permanente admiradora de la obra de este poeta y de la historia de su vida, o mejor, de la época social, cultural y económica que le correspondió vivir. Cuando era niña, el primer poema que atrajo mi atención y mi interés fue ese famoso primer soneto al amor, que creo lo copié en mi cuaderno y lo aprendí de memoria, quizás sin entender su verdadero contenido.

La vida me dio la oportunidad, más adelante, de encontrar su poesía y en el año 96, creo, estuve en la hacienda El Corso, de propiedad del poeta, en el lanzamiento del libro que compiló Santiago Salazar Santos y que publicó el Instituto Caro y Cuervo, reunión de la cual tengo el más grato recuerdo.

En consecuencia, Gustavo, me has dado un gran placer con esta página que no sólo recoge poesía sino también apartes de su vida bien interesantes, como por ejemplo, el hecho de que lo peor que le podía ocurrir era que le ofrecieran trabajo. Recuerdo que otra anécdota era la de que debía llegar al club (de los Lagartos, imagino) pasado el medio día, recién bañado y perfumado, como si se acabara e levantar, no fuera que pensaran que el «señorito» estaba trabajando… qué risa, eso había que demostrárselo a la sociedad, era muy importante.

Bueno, abrazos y gracias.

Inés Blanco

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Bogotá, 29 de noviembre de 2006

Poetisa Inés Blanco
Bogotá

Apreciada Inés:

Es la primera noticia que recibo acerca de mi participación sobre Luis Vidales. Creo que hay un error. De todas maneras, gracias por tus buenos deseos.

Las personas que citas –Álvaro Mejía, Cristina Maya, Gustavo Páez Escobar, Héctor Ocampo Marín y Horacio Gómez Aristizábal– somos autores de artículos sobre Vidales publicados en un folleto que editó hace más de un año Gómez Aristizábal,  presidente de la Academia Hispanoamericana de Letras y Ciencias. El trabajo mío se titula Luis Vidales y su magia poética. A esto se debe, supongo, que aparezcamos mencionados en el programa del Club de Ejecutivos.

Pasando a tu otro mail, pienso, como tú, que mis artículos de El Espectador darían materia para varios libros. Esto ya lo hice: en 1982 recogí en el libro Caminos, publicado por la Gobernación del Quindío, una serie de artículos de prensa que tenían nervio de ensayos. Dicho libro fue escogido para integrar la Cápsula de El Tiempo, la cual será abierta el año 2052 para mostrar a las generaciones futuras diversos signos de la cultura colombiana de la época actual.

Lo mismo ocurrió con mi libro de cuentos El sapo burlón (1981), editado por el Banco Popular dentro de su famosa serie bibliográfica. Por aquellos días tuve una figuración notable en el Magazín Dominical, dirigido por el célebre GOG, quien marcó una época insuperable en los suplementos literarios del país.

Espero publicar el año entrante un nuevo libro. Ganas no me faltan.

Saludo cordial,

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, 23 de septiembre de 2009

Señor Gustavo Páez Escobar
La Ciudad

Gracias, Gustavo, por compartir conmigo los dos poemas de Javier Rodríguez. (1)  Mi concepto es el siguiente:

Primero: me asalta la inquietud de saber la edad de este joven y el tiempo que lleva escribiendo poesía, porque en el ejercicio de hacer, leer y trabajar es en donde, indiscutiblemente, se aprecian los resultados. De manera que la edad es muy importante. Puede ser un muchacho de 14 a 17 años o un adulto de más de 25, ¿qué dices?

Segundo: Tiene madera y sensibilidad para escribir poesía: el sentimiento aflora y la emoción está presente.

Tercero: Al esforzarse por la rima, sacrifica el impulso poético y el poema decae notoriamente.

Cuarto: Encuentro mucho «gerundio» que afea el texto. El gerundio casi que está «prohibido» en el canto poético, salvo excepciones indiscutibles.

Quinto: Como la poesía es, ante todo, «brevedad», leo demasiadas explicaciones (innecesarias) que, al suprimirlas, el asunto mejoraría sin cambiar la intención primaria.

Sexto: Le recomendaste trabajar la poesía, y para ello es indispensable una autocrítica basada en los conocimientos y normas de escritura, amén del lenguaje poético, la gramática y correcto uso del lenguaje.

Si no existe esta «cultura», la manera como puede corregir su propio trabajo sería asistiendo a talleres de escritura poética que de alguna manera le darían las herramientas y los ejemplos necesarios para autoevaluarse, y leer, leer y leer a poetas importantes reconocidos y ante todo saber que «todo lo que un poeta escribe no es ciento por ciento bueno»: hay que arrojar al cesto de la basura muchas cosas.

Séptimo: El «oficio» (léase arte) de escribir versos y poemas no es un «pasatiempo», es un trabajo que requiere, además del estro poético, cultura poética

Personalmente no le recomendaría publicar, por ahora; debe madurar mucho más su trabajo para ofrecer a los lectores un texto depurado, agradable y de contenido. Como se debe tratar de una persona joven, va a tener el tiempo y la satisfacción de enriquecer su obra, pues tiene, como lo dije, talento. Finalmente, el costo de una edición amerita el esfuerzo intelectual y emocional para ser leído.

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24-X-2009

Gustavo:

Respecto a nuestro «joven» poeta, claro que nos equivocamos. Se nota por su carta que es un buen hombre, artista sensible y, como ya lo dije, con habilidades poéticas, pero que debe revisar y trabajar antes de publicar. No debe tener afán de hacerlo.  Recordemos lo que le pasó a Saramago, premio Nobel y que según recuerdo comenzó a publicar como a los 50 años.

Leí los otros poemas, hay madera poética; sin embargo, insisto, ameritan un taller para depurarlos y quedarán listos para ser impresos. No sabemos cuántos haya escrito y cuántos desee publicar.

Javier debe tener muy claro que lo que se debe modificar es la «forma» para rescatar el «fondo», suprimir cierta cacofonía y aliteración y nuevamente los gerundios que son muy odiosos en la poesía. Es como tener muchas flores y que, debidamente organizadas, se convertirán en un arreglo sencillo y precioso.

Me gustó su sencillez y la apertura de su corazón, su honestidad en la carta que te envió; es la única forma de conocer a las personas que, como él, están lejos. Si  podemos ayudarlo de alguna manera, pues que cuente con nosotros.

Ojalá a Javier le sirvan esas honestas recomendaciones para su propio beneficio poético. El aplauso y la aprobación mentirosa ayudan muy poco. Recuerdo que siempre me he nutrido de personas que a mi juicio y dada su experiencia me ayudaron y me han ayudado en todo mi proceso de formación (el cual debe ser permanente): Matilde Espinosa, tú, Óscar Londoño, Vicente Landínez, por mencionar algunos.

Tengo la certeza de que cuando vaya a publicar nuevamente, no lo haré sin el previo “vistazo» de ustedes.

Fraternal abrazo.

Inés Blanco

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(1) Este poeta puertorriqueño, que andaba deseoso de publicar su primer libro, encontró en internet algún escrito mío y resolvió escribirme pidiéndome opinión sobre dos poemas suyos. A mi turno, trasladé los poemas a Inés Blanco por considerar que ella, reconocida poetisa, era persona idónea para opinar al respecto. En estas dos cartas, y en correos directos que luego tuvo ella con el poeta en cierne, Inés hace un buen análisis sobre tales poemas. Las pautas que enuncia son importantes para el arte poético en general.

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Bogotá, 31 de marzo de 2009

Poetisa Inés Blanco
La Ciudad

Apreciada Inés:

Voy a contarte el proceso de la enfermedad de Mario H. Perico Ramírez. (1) Hacia el mes de noviembre del año pasado le apareció una afección al hígado que en principio no se consideró de gravedad. Días después se supo que se trataba de un tumor. Como sabes, es uno de los cánceres más agresivos, casi siempre mortal. Yo lo visité, sin saber que se hallaba enfermo, en su casa de Villa de Leiva, y dialogué largo rato con él. Lo vi muy demacrado, pero me abstuve de hacer ningún comentario a Yolanda, su esposa, y a uno de sus hijos, médico, que lo acompañaban en la temporada decembrina. Tuve el pálpito de que sus días estaban contados. Y así sucedió.

Cuando Mario ya era consciente de su muerte próxima, pidió a su familia que no difundieran la noticia de su enfermedad, pues no quería que lo vieran en semejante estado de postración. Por eso, hubo general sorpresa cuando aparecieron los avisos funerarios. La ceremonia religiosa estuvo muy concurrida y solemne y allí recibió el tributo sincero que merecía. En la Academia Boyacense de Historia dejó un libro en proceso de edición, que pronto saldrá a la luz pública, según me informa Javier Ocampo López, presidente de la entidad. Sobre esta obra hablé con Mario en el encuentro en Villa de Leiva

Su enfermedad fue muy dolorosa, pero por fortuna no se prolongó demasiado tiempo. Murió en su residencia bogotana, luego de varias entradas a la clínica. Su edad: 82 años, que no revelaba. Es oportuno mencionar que en viejos tiempos fue ministro encargado de Justicia. Después se retiró de la vida pública para dedicarse por completo a la actividad literaria y a sus asuntos privados.

He deplorado mucho su deceso, pues manteníamos una vieja amistad con vínculos muy estrechos. Ahora recuerdo que hace pocos años nos condecoraron a los dos en Boyacá con la medalla Francisca Josefa del Castillo.

Un abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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(1) Inés Blanco había conocido a Mario H. Perico en mi apartamento, en el acto de presentación de mi novela Ráfagas de silencio (junio de 2007), y al saber su muerte, ocurrida menos de dos años después, quedó muy impresionada y me pidió que le contara de qué había fallecido.

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GLORIA CHÁVEZ VÁSQUEZ

Nació en Armenia, Quindío, en 1949. Graduada de bachiller en un colegio de monjas, emigró a Estados Unidos y allí ha permanecido desde entonces, dedicada a la labor docente, al periodismo, a los guiones para cine y televisión y a la escritura de sus libros. Fueron duras sus luchas iniciales como inmigrante, pero logró sobreponerse a todas las adversidades y hoy disfruta de bienestar en la ciudad de Nueva York, fortalecida por el prestigio que le ha otorgado su carrera en las letras y su desempeño en periódicos y revistas. Varios de sus cuentos han obtenido alta calificación, y es este el campo donde más se ha distinguido a partir de la publicación de su primer cuento, Las termitas, que obtuvo una presea en El Magazín Dominical de El Espectador y que  le dio el nombre a su primer libro.

Libros: Las termitas (1978), Cuentos del Quindío (1982), Opus americanus (1993), Akum, la magia de los sueños (1996), Cuajada, conde del Jazmín (1999), Depredadores de almas (2003).

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Nueva York, 24 de mayo de 2005

A Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Gustavo:

He quedado estupefacta por la noticia. ¿Cómo, dónde y por qué mataron a César Hincapié? Esta semana vi las películas La Virgen de los sicarios y María, llena eres de gracia. Parece que los mensajes de estas películas no son exagerados.

No sé si te enteraste de que a la nieta de don Miguel Lesmes (1) también la mataron por robarla. Ya hace un año de eso, pero apenas me enteré esta semana. No acabamos de salir de una cuando llega la otra. Colombia está enferma de un cáncer social demasiado grave.

¿Qué has sabido de Aída? (2) No volví a recibir Manizales. ¿Dejó de publicar?

Un abrazo de

Gloria Chávez Vásquez

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(1) Periodista de Armenia, director de la revista El Niño.
(2) Directora de la revista Manizales.

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Bogotá, 25 de mayo de 2005

A Gloria Chávez Vásquez
Nueva York

Querida Gloria:

El crimen de César Hincapié Silva está rodeado de misterio. Ocurrió, según parece, en la noche del domingo 15 de mayo. Cuando el lunes llegó la secretaria a trabajar, encontró cerrada la puerta de la casa, en la cual funcionaba al mismo tiempo su oficina de abogado. Esto no era normal. La secretaria acudió a un amigo que tenía una llave del despacho, por medida preventiva de César en caso de que llegara a ocurrir algún percance. Cuando entraron, el cuadro era macabro: César estaba inclinado sobre el escritorio en medio de un charco de sangre, apuñalado, vendada la boca con esparadrapo y atado de pies y manos con los propios cordones de sus zapatos. ¡Qué horror!

¿Las causas? Son diversos los rumores, pero las autoridades no han señalado ninguna pista segura. Se habla de robo, de venganza… La persona o personas que cometieron el crimen debían de ser conocidas de él, pues de lo contrario no hubieran penetrado a la residencia sin violentar la puerta de entrada. La hipótesis del robo toma alguna fuerza por el desorden inicial que hallaron en la residencia y por los objetos de valor que él guardaba, pero no se descartan otros móviles. Cuando sepa algo más concreto, si es que llega a saberse, te informaré.

Armenia pasa por una delicada época de inseguridad y violencia. El sicariato está desatado en la ciudad y los casos de sangre son frecuentes. Hace una semana asesinaron a dos taxistas, y días después, una hija de 33 año del ingeniero Octavio Giraldo Ramírez, la cual departía a las 4 de la tarde con una amiga en un conocido restaurante, fue acribillada por un sicario. Películas como La virgen de los sicarios y María, llena eres de gracia, que viste hace poco, reflejan la realidad social de Colombia en este terreno.

Dentro de esta racha de desgracias está el caso de la nieta de Miguel Lesmes a quien mataron hace un año por robarle, y que tú mencionas a propósito del asesinato de César Hincapié Silva.

La revista Manizales se clausuró hace varios meses. Registré el lamentable suceso en El Espectador, y como de costumbre te envié la columna. Veo que no te llegó, por lo cual te la repito en este correo.

Efusivos abrazos de

Gustavo Páez Escobar

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JOSÉ LUIS DÍAZ GRANADOS

Nació en Santa Marta el 15 de julio de 1946. Poeta, periodista, novelista, cuentista. A los 22 años escribió su primer libro de poesía, El laberinto, que ha salido varias veces ampliado con nuevo material. Ha obtenido varias  preseas literarias, entre ellas el premio Carabela de Poesía en Barcelona, en 1968, y el premio Simón Bolívar por su reportaje al poeta Luis Vidales, en 1990. Fue comentarista bibliográfico de El Tiempo. Funcionario y asesor de prensa y cultura en diferentes entidades. Presidente de la Casa Colombiana de Solidaridad con los Pueblos y presidente de la Unión Nacional de Escritores (UNE). Vivió exiliado en Cuba entre el año 2000 y el 2005. Conocedor profundo de la obra de Pablo Neruda, el gobierno chileno le otorgó la Medalla de Honor Presidencial «Centenario Pablo Neruda» en 2004.

Libros: El laberinto, Cantoral, Poesía dispersa, Rapsodia del caminante, Las puertas del infierno, El muro y las palabras, El esplendor del silencio, Escritores selectos, Juegos y versos diversos, Cuentos y leyendas de Colombia, La fiesta perpetua (obra poética 1962-2002), entre otros.

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La Habana, Cuba, 23 de junio de 2005

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Querido Gustavo:

No te imaginas la alegría que me ha dado el volver a saber de ti y de tus maravillosos escritos. Me regocijaron mucho los dedicados a Matilde Espinosa y a Julio Flórez, al igual que siempre recuerdo con mucho afecto y gratitud que escribiste sobre mi novela Las puertas del infierno.

No tengo frecuente acceso al internet, pero más o menos una o dos veces al mes me lo prestan en el Instituto Internacional de Periodismo José Martí, donde presido la cátedra de grandes periodistas latinoamericanos. Hace pocos meses la Universidad del Magdalena me publicó la obra poética completa  (1962-2002) bajo el titulo de La fiesta perpetua. No tengo idea qué sistema utiliza la Universidad allá en Santa Marta para su distribución o venta. Un ejemplar que me hicieron llegar se lo presté al escritor Luis Toledo Sande, el gran biógrafo de Martí, quien escribió un artículo (que te adjunto), muy publicitado en la isla.

¿Has publicado nuevos libros? Yo acá estoy escribiendo mucho, especialmente crónicas literarias que se difunden por la Agencia Prensa Latina y desarrollando proyectos literarios que tenía guardados en la nevera.

Por lo demás, todo bien, sobre todo muy tranquilo y en medio de un ambiente cultural extraordinario.

Recibe muchos abrazos extensivos a tu señora y familia de tu amigo de siempre,

José Luis Díaz Granados

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Bogotá, 24 de junio de 2005

Señor José Luis Díaz Granados
La Habana, Cuba

Apreciado José Luis:

Te perdí de vista durante varios años, y ahora tu correo me trae aires frescos de amistad. Te veo dedicado, como siempre, a la labor literaria y periodística por medio de crónicas constantes que difundes a través de la Agencia Prensa Latina y a la elaboración de algún trabajo de mayor alcance. Magnífico que así tonifiques el alma. Cómo me gustaría tener la antología que te publicó la Universidad del Magdalena, titulada La fiesta perpetua. Si conoces algún correo electrónico de dicha entidad, te ruego suministrármelo, para dirigirme a ellos.

Por el trabajo que elaboró sobre esta obra el escritor Luis Toledo Sande he podido enterarme de algunas circunstancias tuyas que yo ignoraba, como tu vida errante por motivos de seguridad, tu unión con Gladys Sabato y la existencia de una preciosa hija de 13 años. Todo esto es nuevo para mí. Tu libro de vivencias está crecido.

Sigo escribiendo libros y artículos de prensa. Los jueves sale una columna mía en El Espectador, versión de internet. Van 11 libros publicados. Después de Ventisca, novela patrocinada por la Universidad Central en 1989, que tú debes de conocer, siguen los siguientes títulos: Biografía de una angustia (ensayo sobre Germán Pardo García, del Instituto Caro y Cuervo, 1994), La noche de Zamira (novela, 1998), Humo (cuentos, 2000), El azar de los caminos (crónicas de un viaje por Europa, 2002), Laura Victoria, sensual y mística (biografía de la poetisa Laura Victoria, 2003).

De este libro me quedan algunos ejemplares. Envíame tu dirección para hacerte el despacho.

Hiciste un trabajo de fondo sobre Luis Vidales, según me entero por el ensayo de Toledo Sande. También yo escribí sobre él una breve nota, que te acompaño. No sé si eres amigo de Jorge Marel, el poeta del mar. Basado en un libro que él me mandó desde Sincelejo, publiqué en El Espectador un comentario reciente, que también  hallarás adjunto a la presente.

Espero que cuando vengas por Bogotá nos veamos para tertuliar. Saludos a tu señora y caricias para tu hija.

Te va un efusivo abrazo.

Gustavo Páez Escobar

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HERNANDO GARCÍA MEJÍA

Nació en Arma, Caldas, el 5 de abril de 1940. Poeta, narrador y ensayista, ha estado desde la juventud vinculado al mundo literario, editorial y periodístico de su país. Su producción literaria se ha dado mayoritariamente en el campo de la literatura para niños y jóvenes. Ha sido colaborador de El Colombiano de Medellín, de El Nuevo Siglo de Bogotá, de la revista Arco, y de otros medios escritos del país. También fue fundador y director de las revistas culturales El Impresor, de Editorial Bedout y de Piedra de Sol. Ha obtenido muchos premios literarios tanto de Colombia como del exterior.

Libros: Cuento para soñar, La estrella deseada, Cuentos del amanecer, Tomasín Bigotes, El país de la infancia feliz, Ojitos borradores, Cuando despierta el corazón, El Diablo que ríe, Cuentos de asombro, El elefante invisible, Guardianes de la selva, Cuentos de hoy con espantos de ayer, La comida del Tigre, Por la señal de la luz, Los cuerpos enlazados, Versicuentos de risa y disparate, Destinatario, el viento, Queja de pena y amor por Colombia, entre otros.

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Medellín, 2 de febrero de 2005

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Querido Gustavo:

Cuando me enviaste El azar de los caminos estaba metido en no recuerdo qué tipo de absorbentes lecturas. Así que le eché un vistazo, leí un par de capítulos, vi que, como todo lo tuyo, estaba bien, y te acusé agradecido recibo.

Soy un lector caprichoso y nunca quebranto el orden de mis lecturas. Siempre, los libros están uno detrás de otro. Nunca me salto uno. Nunca interrumpo uno para leer el nuevo.

Así pasó con tu bellísimo libro de viajes. Pero el condenado libro empezó a darme guiñadas y a tratar de conquistarme con mimos de muchacha bonita. Hasta que este año no tuve más remedio que agarrarlo y meterle el diente a fondo. Acabo de terminarlo y debo decirte que me encantó.

Es fresco, movido y sustancioso. Aporta y recuerda datos muy interesantes. Y, lo mejor de todo, tiene rasgos de ternura y humor muy seductores.

¡Qué bueno para Astrid y para ti que, después de tantos años, siguen fieles, compatibles y enamorados! Déjame elogiarlos, diciéndoles que siento envidia de la buena.

Yo sí soy un lobo solitario y me encanta rugir solo.

Felicitaciones y un abrazo de tu amigo

Hernando García Mejía

P. D. – ¿Sabes? Ahora estoy escribiendo los domingos en El Nuevo Siglo. Comencé el 16 de enero.

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Medellín, 11 de febrero de 2005

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Apreciado Gustavo:

Gracias por tu mensaje sobre mi vinculación a El Nuevo Siglo, cuya edición dominical siempre me encantó. Estoy colaborando en ella desde el 16 de enero.

Escribí en El Colombiano de Medellín desde la juventud, cuando lo dirigía Juan Zuleta Ferrer, uno de los mejores directores de diarios que ha tenido el país. Hice una larga pausa cuando empecé a publicar libros. Después volví, por invitación del editor del Literario Dominical, en el cual colaboré intensamente hasta su desaparición a finales el año pasado. El editor se jubiló y, como en este país las cosas en vez de progresar empeoran, el órgano sustituto cayó en manos banales e inadecuadas, por lo cual opté por retirarme silenciosamente.

Después estuve escribiendo en el semanario El Colombiano de Miami –nada qué ver con el de aquí– pero, por alguna razón misteriosa, la comunicación falló. Entonces fue cuando toqué las puertas de El Nuevo Siglo, en donde me tratan con mucho cariño y respeto. Y, a decir verdad, me gusta más escribir allí que aquí o en Miami.

Por Internet, que yo sepa, sólo salen la parte noticiosa y algunas columnas.

El próximo domingo, Dios mediante, aparecerá una crónica sobre un ingeniero quindiano que cometió la maravillosa locura de repetir el Quijote en pura copla. En este caso yo ayudé con la ingeniería poética.

A propósito, hice que te enviara un ejemplar autografiado.

Avísame cuando lo recibas. Se trata de una auténtica delicia. Vas a verlo.

Un abrazo de tu amigo

Hernando García Mejía

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Bogotá, 2 de mayo de 2005

Señor Hernando García Mejía
Medellín

Apreciado Hernando:

Me gustó tu página web: sobria, llamativa, bien elaborada. Eres campeón en premios literarios. Sin desconocer tus méritos, debo decir que descubriste el misterio para ganar concursos. ¿Por qué no me cuentas la fórmula?

La reseña biográfica de Laura Victoria tiene un error, pero no es culpa tuya. Allí aparece que su nacimiento ocurrió en 1912. En realidad, nació en 1904 (y murió en 2004, como se anota en el folleto: le faltaron seis meses para cumplir el centenario). Resulta que la amiga fue alérgica a los años, como todas las mujeres que se precien, lo cual la llevó a hacerle trampas al calendario: conforme avanzaba en edad, modificaba su fecha de nacimiento. En diferentes fuentes consultadas para escribir su biografía, la encontré nacida en 1908, 1910, 1912… y en ninguna el año verdadero: 1904.

Alguna vez tuve con la poetisa una cordial y simpática conversación sobre esta materia, y terminé descubriendo el pastel. De paso, le hice conocer una amena página que escribí hace algún tiempo y que lleva por título La edad de las mujeres. Ella gozó con mi sutil sicología sobre este delicado terreno femenino, prohibido para los hombres.

Para la debida precisión, obtuve en la parroquia de Soatá su partida de bautizo. De todas maneras, Laura Victoria vino a reconocer su verdadera edad cuando cumplió los 90 años, ocasión en que sus hijos y nietos le hicieron una entrañable celebración en Méjico. Supongo que entonces se reiría de sus encantadoras mentiras, cuando ya la senectud era inocultable y no necesitaba, por supuesto, decir que era joven. Y se enteró, días antes de morir, de su propia biografía escrita por mí, que su hija le leyó paso a paso.

Te envío un cordial abrazo.

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, 10 de mayo de 2005

Señor Hernando García Mejía
Medellín

Apreciado Hernando:

Leí tus memorias bajo el sosiego de Villa de Leiva, frente a un horizonte hechizado. Algún día conocerás nuestro hermoso refugio campestre (al que le hemos puesto el nombre adecuado: Villa Astrid, en honor de mi bella dama), al cual nos desplazamos con alguna frecuencia, lo mismo que a Chinauta (al apartamento de nuestra hija Liliana). En ambos sitios le cambia a uno la mente, se le transforma el genio, rompe el bullicio bogotano y entra en entrañable contacto con Dios y con la naturaleza.

Me encantaron tus memorias. Están escritas con gracia y amenidad y con exquisita franqueza. Atraen desde el primer momento. No sólo pintas al vivo tus experiencias vitales, sino que conduces al lector por el mundo fascinante de la lectura y la escritura, un universo que sabes transmitir con toques mágicos bajo el conjuro del bello estilo, como ejemplo de superación y al mismo tiempo como teatro de enseñanza. En tu libro hay pasajes llenos de ternura, como el relacionado con tu padre, y sobre todo con su fallecimiento, cuando le dedicaste un bellísimo poema para testimoniar el significado que descubriste en él en medio de su mundo llano.

Los hechos cotidianos –insustanciales para las personas corrientes– los transformas en grandes sucesos de vida. Por eso, tus menudas ocurrencias de la niñez y la juventud adquieren una dimensión distinta a la que tienen para el individuo común. A todos nos pasan las mismas o parecidas situaciones, pero no siempre sabemos hermosearlas.

El talento de las memorias consiste en hacer aparecer como mágico lo que es ordinario. En volver atractivo lo que es trivial, y llevarle al lector mensajes frescos sobre las riquezas del alma y el tesoro de vivir. Eduardo Caballero Calderón nos da ejemplo de sencillez y al mismo tiempo de grandilocuencia en sus Memorias infantiles. Y Pablo Neruda afirma el sentido de la existencia en una obra estupenda, basada en hechos simples: Confieso que he vivido.

Mi consejo elemental es que publiques cuanto antes tu trabajo. Si no surge un patrocinador fácil, tú serás tu propio editor. No siempre los libros biográficos interesan a las editoriales. Tus descendientes no sabrán qué hacer con un manojo de páginas inéditas. Los verdaderos beneficiarios de esos textos somos los escritores. Y el máximo degustador de un texto publicado es el mismo autor.

Efusivas congratulaciones, Hernando, junto con un fuerte abrazo.

Gustavo Páez Escobar

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Medellín, 16 de julio de 2005

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Apreciado Gustavo:

Lo de la última novela de Gabo es cuento viejo. Desde el principio se sabía que se inspiró en La casa de las bellas durmientes del japonés. Lo de plagio (1) es excesivo y, personalmente, no le doy ninguna trascendencia a ese debate trasnochado.

Lo que sí me parece es que Yasunari Kawabata, a quien leo desde la juventud y de quien te recomiendo Lo bello y lo triste, es superior a Gabo como escritor. Gabo es hojarasca efectista y retórica, y Kawabata, esencialidad trascendida en profundidad.

Yo plantearía la discusión desde el estilo, aunque tampoco parece admisible, habida cuenta de que, como reza el aforismo clásico, El estilo es el hombre. Y un hombre que escribió El coronel no tiene quien le escriba –¡qué envidia, por Dios!– merece respeto.

Te enviaré, vía postal, con carácter devolutivo, Lo bello y lo triste de Kawabata. Así te cuesta menos la lectura.

De acuerdo: precioso el cuento de Juan Bosch, un escritor que no dejó que la política le matara el talento narrativo.

Abrazos de

Hernando García Mejía

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(1) Germán López Velásquez sostiene en un ensayo de su revista Mefisto que la novela de García Márquez es un plagio de la novela de Kawabata. Yo promoví un debate sobre este caso en mi artículo García Márquez, ¿plagiario? (El Espectador, 6-IX-2005).

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Bogotá, 29 de septiembre de 2005

Señor Hernando García Mejía
Medellín

Apreciado Hernando:

Espléndida tu página sobre Germán Pardo García. Mañana mismo pongo a circular e! boletín.

Leí con la mayor atención los recortes de La Nueva Prensa, dirigida por Alberto Zalamea, sobre Tulio Bayer y los focos guerrilleros que aparecían en el país en 1961. En ese momento el presidente de la República era Alberto Lleras Camargo. Ministro de Gobierno, Fernando Londoño y Londoño, y ministro de Guerra, e! general Hernández Pardo. La violencia se había agudizado en el Quindío y los Llanos Orientales.

Tulio Bayer, cónsul colombiano en Puerto Ayacucho (Venezuela), saltó a jefe guerrillero en el Vichada y le dio mucha guerra al Gobierno. Su causa era justa, pero el camino escogido, muy azaroso. En el comentario de prensa se describe su temperamento en forma cabal. El ministro de Gobierno, su paisano Londoño y Londoño, lo conocía como un individuo inteligente, simpático… y peligroso: «Piensa mal. Pero es un encanto de hombre», dice.

Tulio Bayer, como secretario de Salud Pública de Caldas, había realizado una acción valerosa y temeraria: desplazó a estudiantes universitarios a las puertas de Manizales para revisar la leche que entraba todos los días, suministrada por personajes eminentes e intocables, y al descubrir que era falsificada, la decomisó y produjo, como es obvio, un escándalo mayúsculo.

Años después, residente yo en el Quindío, Alfredo Iriarte me hizo un curioso reportaje, en el cual mencioné el episodio de Tulio Bayer, que le causó gran impacto. La entrevista apareció en Magazín al Día, con este rótulo sugestivo: «Hubo una vez en que las vacas sagradas de Manizales dieron leche adulterada». Y fue un éxito aquella página. Lee la nota que publiqué sobre tal suceso, en el primer aniversario de la muerte de Iriarte (te la envío adjunta).

Por ese y otros hechos, más tarde expulsaron al médico de la ciudad de Manizales.

Fue a dar a Puerto Leguízamo (Putumayo), camuflado como jefe del centro de salud del pueblo. Imagínate la comedia. En aquella selva lo conocí y fuimos entrañables amigos durante un año. En ese momento, él no era guerrillero, pero allí inició sus andanzas subversivas. Al calor de generosos vasos de whisky, y para no aburrirnos de tedio en aquellas soledades estremecedoras y de pronto tirarnos al río Putumayo, brindábamos por la literatura y charlábamos sobre lo divino y lo humano. Muchos años después, ya refugiado en París, donde murió hace más de diez años, tuvimos una intensa relación epistolar. Hoy guardo en mis archivos cartas extraordinarias.

En el recuento que se hace sobre su vida en la página que me envías, no hay alusión al capítulo del Putumayo. Pocos conocen esa aventura. Además, pocos saben, como yo –perdóname la inmodestia–, que Bayer fue un gran colombiano. Un personaje fuera de serie. Quedo yo como testigo y relator de ese tramo de historia. Hace varios años inicié una novela con la estampa de la selva y el protagonismo de un médico singular –quijote, humanitario y revolucionario–, que no es otro que Tulio Bayer. La obra está terminada y corregida. Me ha dejado satisfecho.

Además, me propongo escribir su biografía. Una tarea audaz. He avanzado en la recolección de datos, pero todavía tengo algunas sombras sobre su vida. Los documentos que me trasladas son importantes, sin duda. Algunas imprecisiones que encuentro son salvables. Nada de fondo. En París localicé por internet al escritor caldense Eduardo García Aguilar, autor de la novela El bulevar de los héroes, quien se ha mostrado deferente y receptivo en este trato inicial.

En su novela ofrece una semblanza caricaturizada de Bayer. Por el mismo García he sabido que él fue en viejas épocas auxiliar del médico en el oficio de traducciones para editoriales francesas, y que guarda de esa época gratísimos recuerdos sobre el personaje. No he podido conseguir dicha novela, publicada en Méjico hace varios años y que no llegó a Colombia. El propio autor no la tiene, y aspira a reeditarla en nuestro país.

Así, mi querido Hernando, aprovechando la gentileza de tu remesa de valiosos papeles, he divagado un poco alrededor de la figura legendaria de Tulio Bayer.

Estrecho abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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EDUARDO GARCÍA AGUILAR

Nació en Manizales, Caldas, en septiembre de 1953. Escritor y periodista. Realizó estudios en la Universidad de Vincennes (París VIII) hasta 1979 y luego vivió en Estados Unidos y Méjico. Después regresó a París, donde ha permanecido dedicado  al periodismo y la literatura, sus pasiones vitales.

Libros: As de trébol, Tierra de leones, Bulevar de los héroes, El viaje triunfal, Tequila coxis, Urbes luminosas, Llanto de la espada, Animal sin tiempo, Celebraciones y otros fantasmas: una biografía intelectual de Álvaro Mutis, Delirio de San Cristóbal. Manifiesto para una generación desencantada, Voltaire, el festín de la inteligencia,

 

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Bogotá, 22 de agosto de 2005

A Eduardo García Aguilar
París

Distinguido escritor García Aguilar:

Se preguntará usted, al recibir este correo, quién es Gustavo Páez Escobar. Al final le anoto una breve reseña sobre mi carrera literaria y periodística.

Ahora le cuento mi interés en escribirle. Fui amigo personal de Tulio Bayer. Hace cincuenta años nos conocimos en la selva del Putumayo, en Puerto Leguízamo (él como médico del pueblo y yo como directivo bancario). Desde Manizales llevaba inoculado Tulio Bayer el brote de la rebeldía, y en aquella selva (dos o tres años antes de llegar a la del Vichada) surgió su destino guerrillero. Nuestra relación no tuvo ningún ingrediente ideológico, sino que giró alrededor de una franca amistad y un mutuo aprecio. Luego, cada cual siguió por su camino.

Pasados los años, volví a localizarlo por carta en París y establecimos una intensa correspondencia. Hoy guardo en mis archivos cartas suyas de suma importancia. Cuando ya nadie hablaba de Tulio Bayer, a no ser para denigrarlo, yo escribí sobre él varias notas El Espectador. Fui el amigo más fiel, e incluso valeroso, que le apareció en Colombia en la última etapa de su vida. Así lo reconoció él. Así lo saben mis amigos.

Tengo recolectado buen material para escribir su biografía. Pero todavía me falta información.

De pronto, me enteré que usted es el autor de la novela El bulevar de los héroes, publicada en 1987 por Plaza y Janés de Méjico (cinco años después de la muerte de Bayer), y cuyo protagonista, el loco Petronio Rincón, encarna al médico Bayer. ¿Estoy en lo cierto? Me di a la tarea de preguntar por el libro en las librerías bogotanas, comprendida Plaza y Janés, y en ninguna lo he conseguido.

Como soy amigo de Carlos Arboleda González, y sabedor de que él escribió el prólogo de Tierra de leones –obra que leí con entusiasmo el mismo año de su edición–, le pregunté por usted y su dirección electrónica. En su respuesta, me expuso el aprecio que siente por usted y su obra literaria, y además me hizo conocer un ensayo suyo sobre Tierra de leones.

Tengo, como es obvio, inmenso interés en El bulevar de los héroes. Por lo tanto, le ruego indicarme cómo hago para adquirir dicha novela. Alguien me informó que usted tuvo en París una cercana amistad con Tulio Bayer. De ahí, sin duda, nace la estampa humana que plasmó en el protagonista de la novela. Quizá quiera contarme cómo fue su relación con el médico revolucionario, a quien muchos confundieron con un aventurero, sin descubrir su alma justiciera.

Con un cordial saludo,

Gustavo Páez Escobar

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París, 22 de agosto de 2005

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Estimado Gustavo:

Por supuesto que desde siempre he seguido y leído muchos de sus textos y su nombre me es familiar aunque nunca hemos coincidido y ojalá pronto lo hagamos al calor de un vino.

Sí, tuve la fortuna de ser amigo de Tulio siendo yo un joven estudiante en París en los años 70 y trabajar con él lado a lado en su casa durante meses haciendo traducciones que me pagaba muy bien. Él me tomó afecto por ser yo manizaleño y escritor y me decía el «grecolatino» y él se autodenominaba el «ayatola».

Fueron meses inolvidables de amistad y vino y cognac y grandes cenas en su casa, a las que nos invitaba a los muchachos a beber, comer ostras, langosta, y beber vino sin fin pues todo lo que ganaba se lo gastaba en el buen vivir. Ya escéptico en materia de izquierda y decepcionado del totalitarismo. Y son miles las anécdotas que podría contarle de él. Ahora yo regresé desde hace siete años a París y vivo no lejos de donde vivía él por Place D’ltalie.

El Bulevar es una alegoría de todas sus aventuras a través de un personaje que llamé El Loco Rincón. La novela está en la Biblioteca Luis Ángel Arango y se la pueden prestar allá mientras conseguimos un ejemplar. En Colombia nunca me la publicaron. Ya sabe cómo son allá. Está ya editada también en Estados Unidos (Boulevard of heroes) con prólogo de Gregory Rabassa en Latin American Literary Review Press y se puede conseguir por amazon.com e incluso en la Luis Ángel hay un ejemplar sin duda de la versión al inglés. Hay amigos con ejemplares allá y déjeme ver y le paso sus teléfonos. Bueno, me emociona mucho su carta y así entramos en contacto. Un abrazo. Ya le diré más.

Eduardo García Aguilar

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AÍDA JARAMILLO ISAZA

A la muerte de su padre, el poeta Juan Bautista Jaramillo Meza, su hija Aída pasó a dirigir la revista Manizales. La otra directora, en asocio de Juan Bautista, había sido la poetisa Blanca Isaza de Jaramillo Meza, su esposa,  que había muerto antes que él. A Aída Jaramillo Isaza no se le conocían aptitudes de escritora, y en forma inesperada se produjo una revelación al asumir la posición que sus padres habían dejado vacante. Ya al frente de la revista, comenzó a escribir editoriales de gran altura y tuvo la valentía y el tino de sostenerla por espacio de 26 años más, hasta diciembre de 2004, cuando se vio precisada a clausurarla por falta de apoyo económico de sus paisanos. Aída había sido monja, y sin duda este hecho le dejó la formación de que hizo gala en su cometido periodístico.

Esta revista, de eminente espíritu cultural y que gozó de amplio prestigio a lo largo de los años, fue creada en 1940 por el par de poetas antioqueños, que se habían radicado en Manizales, y allí se casaron en 1916. En 1951 fueron coronados poetas. Manizales cumplió una labor continua de 64 años, hasta llegar al número 733, del citado mes de diciembre de 2004. Su existencia es de las más largas que hayan ocurrido en el país en este tipo de empresas. Aída, con lujo de competencia, se consagró como digna sucesora de sus padres.

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Bogotá, 17 de diciembre de 2004

Señorita Aída Jaramillo Isaza
Manizales

Querida Aída:

Te repito mi profundo pesar por el cierre de la revista Manizales. Tus palabras de despedida en el número final me han conmovido. Libraste una acción denodada a lo largo de los 26 años que permaneciste dirigiéndola, hasta que te doblegó la falta de colaboración económica de tus paisanos.

Es la triste realidad de los órganos culturales. Pero te queda la dicha inmensa de haber mantenido en alto, por tanto tiempo, la insignia que heredaste de tus padres.

Tus lectores te debemos muchas satisfacciones espirituales. Yo, en particular, vengo leyendo a Manizales desde mis viejos días en Armenia, hace más de treinta años. La llegada de cada número me producía regocijo. La revista no ha muerto: ha entrado en un justo período de descanso. Tú también. Tenemos grabado su nombre como un rótulo de amistad y de permanencia literaria.

Que el Niño Dios te traiga mucha ventura en esta Navidad y premie todos tus esfuerzos. Y que el nuevo año te sea pródigo en salud, bienestar y alegría espiritual, son mis mejores deseos en estos momentos de solidaridad.

Gustavo Páez Escobar

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Manizales, 6 de septiembre de 2005

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Querido Gustavo:

Me he demorado mucho para acusar recibo de tus mensajes porque estuve un poco mal de salud y todo mi trabajo se atrasó. Pero tú sabes bien que para los verdaderos amigos no hay nunca silencios. Hoy, con todo cariño, como siempre, te envío estas líneas y quiero comentar contigo algunas de tus columnas:

Me ha conmovido mucho lo que escribiste sobre Marco Fidel Suárez porque desde niña mis padres me enseñaron a quererlo y apreciarlo. Admiro tu ecuanimidad para narrar los sucesos y las desdichas de este compatriota sin igual y te agradezco la oportunidad que me has dado de disfrutar al máximo con la lectura de tu página admirable.

El artículo de José Jaramillo Mejía sobre tu libro en honor de Laura Victoria me parece excelente y volví a saborear ese soneto inmarcesible que la gran poetisa te escribió en señal de afecto y gratitud. ¡Qué alegría tan inmensa la que llevaste a su vida, en el ocaso ya de su existencia! Debes sentirte muy feliz y orgulloso de haberlo hecho.

Nunca miré con simpatía a Laureano Gómez, porque me parecía un sectario y por lo que le hizo a Marco Fidel Suárez… Pero leyendo tu artículo sobre él pude apreciar una serie de facetas desconocidas para mí y mi concepto varió mientras te leía. ¡Trascendencia de la palabra, que puede edificar o destruir, arrancar o sembrar!

Por último, hoy he leído tus comentarios sobre el incidente de Pastrana y la novela de Sanín Echeverri. Me gusta mucho tu objetividad para juzgar los techos y las personas y creo que día a día vas perfeccionando tu estilo, de por sí muy ameno, tu erudición, ya muy amplia, y tu don de escritor que nada ni nadie pudo desvirtuar.

Por todo ello, amigo querido, cordiales felicitaciones y por el gusto que me has dado con tus brillantes páginas. ¡Gracias!

Saludo afectuoso para tu esposa e hijos.

Aída Jaramillo Isaza

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Bogotá, 14 de julio de 2006

Escritora Aída Jaramillo Isaza
Manizales

Querida Aída:

Hoy leí en El Tiempo la noticia de que en Medellín van a ser bautizadas varias calles y avenidas con los nombres de mujeres famosas. Entre ellas está Blanca Isaza de Jaramillo Meza, tu ilustre mamá. La decisión de esta medida no puede ser más acertada, sobre todo en estos momentos en que la cultura anda de capa caída. Repetirte que tu mamá fue una brillante poetisa y prosista es incurrir en un lugar común. En Manizales, yo gozaba mucho con las páginas que tú rescatabas de tus  progenitores. Deploro una vez más la clausura de la revista.

El nombre de Blanca quedará grabado en una calle de Medellín como recuerdo perenne de su obra y su vida, pletóricas de gloria. Envío una cordial congratulación a ti y a todos los tuyos por este justo reconocimiento.

Efusivo abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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Manizales, 15 de julio de 2006

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Apreciado Gustavo:

Sea lo primero agradecerte sinceramente tu mensaje sobre mamá y el homenaje que han querido rendirle en Medellín. Antioquia se distinguió siempre con ellos y les tributó, en vida, muchos e inolvidables homenajes. El que honra a un poeta se honra a sí mismo, y Antioquia ha sido especial con sus artistas e intelectuales. Honor, pues, a Antioquia y a sus gentes.

Muy buenos tus artículos sobre la obra de don Rafael Vinasco Trejos, (1) amante de su  tierra y de sus costumbres, y el dedicado al Quindío por sus 40 años de vida departamental.

Respecto a éste último no comparto del todo tus conceptos sobre el centralismo de Manizales pues siempre se dijo que Caldas era el único departamento que podía presentarle al país tres ciudades, afirmación que me parecía cierta pues los otros  departamentos solo han tenido la capital y todo lo demás son pueblos…

En fin, todo esto ya pertenece al pasado y como tal no me interesa defender ningún punto de vista personal, pues me considero ignorante de muchos hechos y en consecuencia la menos calificada para apoyar o discutir temas como éste, que tú tratas con tanto conocimiento de causa.

Veo que sigues bien de ánimo y salud, y eso me alegra muchísimo. Recibe, en unión de los tuyos, un afectuoso saludo y como siempre los mejores deseos por tu bien.

Aída Jaramillo Isaza

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(1) Libro en elaboración sobre Riosucio (Caldas)

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JAIME LOPERA GUTIÉRREZ

Escritor, periodista, exgobernador, nació en Calarcá (1936) y residió más de la mitad de su vida en Bogotá donde transcurrió su carrera política y profesional en el sector público y privado, en especial como consultor de empresas en la capital; a partir del terremoto de Armenia (1999) regresó al Quindío, donde se radicó desde entonces. Aunque tiene unos libros de cuentos cortos y otros de administración, en el Quindío ha desarrollado su vocación de escritor con sus ocho libros de autoayuda, publicados por Intermedio/Círculo de Lectores, entre los cuales se destaca La culpa es de la vaca, con la coautoría de Marta Inés Bernal, su esposa, y del cual se han vendido más de 250 mil ejemplares en varios países. En la actualidad escribe en los diarios Portafolio, La Patria y La Crónica del Quindío, y preside la Academia de Historia del Quindío, entre otras actividades.

(Texto tomado del libro Postigos: asomos y presencias publicado por la Biblioteca de Autores Quindianos, 2010).

Libros: La perorata y otras historias, El minotauro insólito, El centauro insólito, El reposo del arriero, Primera antología colombiana de ciencia ficción, Desarrollo organizacional y participación, El libro blanco de la carrera administrativa, La ciudad dispersa, La colonización del Quindío, El pez grande se come al lento, La carta a García y otras parábolas del éxito, Saque al tiburón de la pecera, Postigos: asomos y presencias.

 

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Armenia, 10 de junio de 2004

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Apreciado Gustavo:

Anoche terminé de leer tu libro sobre Laura Victoria. Fuera de ser, para mí, una revelación como poetisa, su vida está salpicada de un sinfín de peripecias que darían para una novela histórica rica en anécdotas y situaciones. Solamente un coterráneo como tú, con un espíritu indagador y amable, pudo hacer la memoria de esta dama.

Recibe un cordial saludo,

Jaime Lopera Gutiérrez

P. D. – ¿Alicia Caro vive?

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Bogotá, 17 de junio de 2004

Escritor Jaime Lopera Gutiérrez
Armenia

Apreciado Jaime:

Mil gracias por tu generoso concepto sobre mi biografía de Laura Victoria. En efecto, su recorrido humano se presta para hacer una novela de aventura y suspenso.,

Alicia Caro vive, y con ella mantengo frecuente correspondencia. Está desolada. Ella quedó viuda hace pocos años y pasa sus horas del atardecer en medio de gran soledad, después de haber sido una actriz renombrada en el cine azteca.

Te va un cordial abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, 11 de marzo de 2005

Escritor Jaime Lopera Gutiérrez
Armenia

Apreciado Jaime:

Estoy de acuerdo contigo: no existe una literatura quindiana, sino unos escritores independientes, algunos magníficos –sobre todo en el pasado–, pero que no caben en el concepto de «escuela».

En tiempos remotos, el Quindío tuvo una corriente de cuentistas célebres que le dieron realce a la comarca, y quizá aquí alcanzaría a pensarse en una «escuela de cuentistas». Me refiero a Eduardo Arias Suárez –el precursor–, Adel López Gómez, Antonio Cardona Jaramillo, Euclides Jaramillo Arango, Humberto Jaramillo Ángel, alrededor de los cuales giró una época en las letras regionales. Hoy no existe ese acento. Los nuevos tiempos no han producido un grupo igual de cuentistas.

La cultura caldense (englobada en los rótulos de grecolatlna, grecocaldense y grecoquimbaya), que contó con ilustres figuras como Alzate, Londoño, Silvio y Aquilino, también es cosa del pasado: de ella no quedaron imitadores, y no volvió a surgir un movimiento o escuela de aquella misma estirpe. Lo mismo sucedió con Antioquia y Boyacá. En estas regiones existen buenos escritores, pero son escritores aislados. El concepto de grupo regional está borrado, en mi concepto, en todo el país.

Quizá queda el caso de la Costa Atlántica, donde todavía se respira algún realismo mágico, aunque éste también va en vía de desaparecer. Los nuevos escritores quieren liberarse de la influencia de García Márquez y tienen otras formas de expresión. Antes, y sobre todo en los tiempos colindantes con el estrépito que produjo la noticia del Premio Nóbel, todos querían escribir a lo García Márquez. Hoy quieren escribir distinto, para diferenciarse. Otra anotación: grupos como los de los Panidas, Mito, etcétera, han sido generacionales y se quedaron sin adeptos.

No puede hablarse de quindianidad para definir un empuje regional en el campo del arte. Esto pasa en el mundo entero: hay momentos, y estos suelen morir con la velocidad de los años.

Por el temario que me participas, vas a plantear unas interesantes ideas en tu conferencia de Calarcá alrededor de los valores regionales, tomando como enfoque el sentido de la quindianidad. Espero recibir tus palabras.

Con un cordial saludo,

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, 10 de octubre de 2007

Escritor Jaime Lopera Gutiérrez
Armenia

Apreciado Jaime:

Respondo a tu duda sobre si Alirio Gallego Valencia todavía vive. No: murió hace 16 años (para ser exacto, el 16 de marzo de 1991). Yo tuve con él, lo mismo que con Euclides Jaramillo Arango, una estrecha amistad desde mi llegada al Quindío como gerente del Banco Popular, amistad que se mantuvo inalterable durante mis 15 años de permanencia en la región, hasta la muerte de mis dos queridos aliados en las causas de la cultura quindiana.

Recuerdo que cuando salió publicado en el Magazín Dominical de El Espectador mi cuento El sapo burlón (nombre con el que años después bautizaría mi primera colección de cuentos, editada por el Banco Popular), la primera persona que me felicitó –un poco incrédula ante la aparición de un escritor camuflado en los trajines de la banca– fue Alirio. En honor al par de amigos, más tarde les pedí que fueran los prologuistas de mis dos primeras novelas: Alirio, de Destinos cruzados (convertida años después en telenovela de RCN), y Euclides, de Alborada en penumbra.

Y los años pasaron. Hoy, desde mi reposo bogotano, miro con nostalgia mis viejos días en la comarca quindiana. Recuerdo mi decidido empeño por promover la cultura del departamento desde mis columnas de La Patria y El Espectador, y el hecho gratificante de que el inicio de mi carrera literaria se hubiera producido en Armenia, circunstancia que siempre ha significado para mí un gran título de honor.

Hoy son otros los actores de la cultura quindiana. Tú, en sitio prominente, y otros que me cuesta trabajo identificar. Por los textos didácticos dirigidos por Nodier Botero Jiménez –que este buen amigo tuvo la gentileza de hacerme llegar– me he enterado de nuevas figuras que al paso de los días han surgido en las letras de la región, y que yo aplaudo desde la distancia, con el tácito deseo de que no dejen decaer el entusiasmo y la labor cultural de otros tiempos.

En 1998, invitado por la Universidad del Quindío, presenté mi novela La noche de Zamira y tuve la feliz ocasión de volver a encontrarme con viejos amigos. En su momento, la obra tuvo amplia difusión por parte de La Crónica del Quindío y de algunos comentaristas de prensa. Hoy, me asalta la duda de que el libro no ha tenido mayor difusión entre la gente, a pesar de que su tema es la bonanza cafetera, con el fondo del grave conflicto histórico y social que se derivó de ese suceso.

Yo llevé al acto algunos libros, y unos pocos los compró una entidad financiera de Armenia para obsequiarlos a sus clientes. Una cantidad mayor la adquirió en Bogotá la Federación Nacional de Cafeteros para distribuirla entre el gremio. Hoy la obra está agotada.

En alguno de los textos de Nodier Botero se dice que falta por escribirse la novela del café. Es posible que eso sea así. Pero se omite registrar la noticia de que existe, por lo menos, una novela sobre el café, escrita por un escritor itinerante que un día adquirió carta de naturaleza quindiana.

Se me han ocurrido estos comentarios a propósito de tu alborozo por la publicación que hace Luis Eduardo Gallego Valencia –hermano de Alirio– de la novela titulada El último encomendero, obra que entra a enriquecer la cultura quindiana. Yo me sumo a este beneplácito y celebro, por supuesto, que aparezcan nuevos signos de progreso cultural, sobre todo cuando en este caso el autor es un viejo amigo que me da la sorpresa de verlo incursionando con éxito por los predios de la narrativa histórica.

Envío copia de este correo a Luis Eduardo y a Nodier, como figuras destacadas de las lides intelectuales del Quindío.

Con mi cordial abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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MARTA NALÚS FERES

Oriunda de Bogotá. Profesora, directiva universitaria, consultora en Educación y Desarrollo Humano. A comienzo de los años 70 partió hacia Europa, se especializó en Filosofía y en Psicología en Roma y Viena. Desde su regreso a Colombia, se ha dedicado a la investigación y al desarrollo humano. Ha publicado varios títulos sobre estas temáticas. Otra faceta sobresaliente de su personalidad es la poética, que no ha logrado desarrollar como lo desea debido a su agitada actividad laboral. Sin embargo, lleva dos libros publicados en este género, trabaja en otro (con el título Momentos), lo mismo que en la novela La sombra del mar.

Sobre su vocación de escritora (y enamorada del mar) manifestó Gustavo Páez Escobar en artículo de El Espectador:

“Marta Nalús ha sido poetisa desde siempre. Apenas una tierna adolescente, ya elaboraba sus primeros versos en Soatá, frente al río Chicamocha, los que durante años mantuvo en secreto en el cuaderno escolar que crecía con sus inquietos ensueños. Es posible que desde entonces le naciera la imagen del agua como una parábola de vida y esperanza, que años después irradiaría en Mar de noviembre”.

 

Libros: El amante (2002) y Mar de noviembre (2006).

 

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Bogotá, 3 de agosto de 2006

Señor Gustavo Páez Escobar
La Ciudad

Gustavo:

Qué honor me hacen tus palabras, sobre todo viniendo de un escritor como tú.  Muchísimas gracias, por adelantado, por tomarte la molestia de leerme en Mar de noviembre. La verdad, estoy muy lejos de considerarme escritora y menos, poeta. Me hace falta mucho trecho por recorrer, y pido a la vida me lo conceda.

Como citaba García Márquez, creo que a Faulkner o Camus (lo precisaré): cuando intenta hacer poesía y no puede, elige el cuento, y cuando se da cuenta que es el género en prosa más difícil, opta por la novela… Por eso, a veces siento que «estoy cometiendo poesía», pero esta juventud acumulada me hace consciente de que el tiempo pasa, y rápido. (Al menos el cronológico).

Gracias de nuevo y te mando un fuerte abrazo lleno de gratitud por tu generosidad.

Marta Nalús Feres

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Bogotá, 12 de agosto de 2006

Señora Marta Nalús Feres
La Ciudad

Marta:

Mar de noviembre está impregnado de emoción y ternura. El sentimiento te brota espontáneo y lo vuelves ritmo, melodía y belleza. Nada es forzado ni artificioso en tus versos, y por el contrario, poseen fluidez y encanto. De esta manera, transmites un mensaje romántico, fresco, musical, de la primera a la última página. El amor, la esperanza, la nostalgia, el recuerdo te brotan de la profundidad del alma.

“¡Ay del poeta que no responde con su canto a los tiernos o furiosos llamados del corazón», dijo Neruda.

Y todo lo dices bajo el embrujo del mar. Esto me hace recordar a Jorge Marel, residente en Sincelejo, quien ha escrito todos sus libros, que son numerosos, bajo la inspiración marina. Por eso se le conoce como el poeta del mar: de éste tomó el seudónimo de Marel. (Su nombre de pila es Jorge Hernández Gómez).

Manejas muy bien el verso libre. Fue Luis Vidales el que con su famoso poemario Suenan timbres rompió la estructura métrica en 1926 e impuso el verso libre. A Vidales se le conoce como el renovador de la literatura colombiana, y ya conquistó la gloria.

Me encantó tu poesía. Va mi cordial congratulación,

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, 19 de octubre de 2008

Señor Gustavo Páez Escobar
La Ciudad

Querido Gustavo:

Me has hecho saltar una que otra lagrimilla al compás de la lectura. (1)

Yo escribí mi primer cuento a los tiernos 8 años, la primera novela a los 12 y la segunda a los 15. Todas ellas en los cuadernos de Aritmética, Historia, Álgebra, Física. Fui a la universidad (donde me taré bastante en el sentido creativo), pero luego, en mi vida laboral (ya completé treinta y cinco años), escribía o me daba cuenta…

Un día, en el 2002, tenía dos cajas con muchos papeles que siempre echaba en ellas, pero nunca fui consciente del por qué. Me armé de valor para decidir qué hacía con esos «documentos»… si servían o si iban a la caneca de la basura. Me impactó muchísimo encontrar numerosos poemas, escritos también a escondidas, solo que ya no se trataba de los cuadernos de Álgebra, ni de Historia, ni de Física…

En cada reverso de cada poema aparecía el membrete de Pontificia Universidad Javeriana, Facultad de Filosofía, Consejo de Facultad, Orden del día, Universidad Francisco José de Caldas, Consejo Superior, Alcaldía Mayor de Bogotá, Instituto Colombiano de Fomento para la Educación Superior, Junta Directiva, Ministerio de Educación Nacional, Universidad Pedagógica, Rectoría, Universidad Nacional, OMS, Unesco… Y así podría seguir enumerándote múltiples escritos al reverso de las hojas, todas con sus respectivos membretes.

Entonces los recogí, los corregí y, antes de arrepentirme, publiqué El amante. (2) Me lancé con inmensa timidez. El Mar de noviembre se editó en 2006.

La novela que inicié hace dos años, La sombra del mar, y otros poemas reposan en mi escritorio de casa, siempre aguardando que pueda «ser y llamarme escritora» de tiempo completo. Ahora me agobian documentos de maestría para una universidad, a los que debo dedicar tiempo completo. Y sigo escribiendo, entre página y página producida, un archivo «a escondidas», porque me sigue asaltando la creatividad…

Cómo hiciste revivir mi enorme incertidumbre con tu artículo, ¡bellísimo!, por cierto, pero a pesar de que tú sí lograste concluir y darte el lujo de vivir de tus escritos y publicaciones, yo aún sigo esperando el día en que no «tenga que robarle tiempo a la vida» para escribir…

Bueno, eso también me hace sentir aún muy joven. Algo bueno hay que encontrarles a las cosas.

Te mando un fuerte abrazo en unión de toda la familia,

Marta Nalús Feres

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(1) Se refiere a mi artículo Entre cuentos y realidades (El Espectador, 20-X-2009), en el cual describo cómo inicié mi carrera literaria a muy corta edad, cómo la sostuve a pesar de las exigencias de mi actividad bancaria, y cómo perseveré hasta lograr consolidar una obra.
(2) Publicado en 2002.

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Bogotá, 4 de noviembre de 2010

Señora Marta Nalús Feres
La Ciudad

Apreciada Marta:

La última Ortografía de la Lengua Española (1999) dice lo siguiente en el numeral 4.9. – «Acentuación de palabras de otras lenguas»:

«Si se trata de voces ya incorporadas a nuestra lengua o adaptadas completamente a su pronunciación y escritura, habrán de llevar tilde cuando lo exija la acentuación del español. Ejemplos: búnker, París, Támesis».

Considero que en este caso podría incluirse el apellido Nahlus, por tratarse de una familia con larga tradición en el país, y que echó raíces con descendientes nacidos en Colombia, por los siglos de los siglos. Es decir, se trata de un apellido que, no obstante su procedencia árabe, se volvió colombiano.

Eliminada por tu abuelo la h muda (muy sabio tu abuelo), queda Nalus. Así escrito, un lector instruido lo pronunciará como palabra grave o llana, con acento en la a. Pero como la palabra es aguda y termina en s, habría que marcarle tilde a la u, para que suene en forma correcta: Nalús.

Si entras a Google, puedes ver que la gran mayoría de los Nalús (incluyendo, por supuesto, a mi querida Marta Nalús, que es mencionada en múltiples ocasiones, como se merece), están escritos con tilde. Esto mismo sucede con otros apellidos extranjeros que terminaron siendo colombianos y que por tal circunstancia han quedado sometidos a las reglas del idioma español.

En cualquier forma, yo quiero más a mi Marta con tilde que sin tilde.

Un abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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HÉCTOR OCAMPO MARÍN

Nació en Pereira, Risaralda, el 10 de agosto de 1928. Al Quindío se vinculó durante varios años y allí se le considera hijo adoptivo. Profesor, periodista, poeta, novelista, ensayista, académico. En Armenia publicó su primer libro, Pasión creadora (1972). Hombre estudioso, disciplinado, analítico, gran lector y profundo conocedor de las letras colombianas, se convirtió en permanente divulgador de los escritores en libros suyos, en periódicos y revistas. Radicado en Bogotá, fue subdirector de La República y allí fundó un excelente suplemento dominical en el cual tuvieron acogida todos los escritores que poseyeran bases mínimas para publicar sus textos. Miembro de la Academia Colombiana de la Lengua, de la Academia Colombiana de Historia y de la Sociedad Bolivariana, para las cuales escribió magníficos ensayos. Murió en Bogotá el 5 de agosto de 2010.

Libros: Pasión creadora, El poeta de la ruana, Cultura y verdad, Baudilio Montoya, Mariano Ospina Pérez, Sonetos saturnales, Odas heroicas, La ansiedad anda en buseta, Sinfonía de los árboles viejos, Breve historia de la literatura del Quindío, Cicerón y el jabalí, Poetas y pintores, entre otros.

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Bogotá, 14 de septiembre de 2007

Señor Héctor Ocampo Marín
La Ciudad

Apreciado Héctor:

Te repito mi profundo agradecimiento por el generoso y estimulante comentario que le haces a Ráfagas de silencio en Diario del Otún del domingo 26 de agosto. Voces como la tuya, de tanta autoridad literaria, tonifican el alma del escritor. En el duro e incomprendido oficio de escribir, y en medio de la soledad y el sufrimiento que representa esa tarea, una expresión de aliento como la tuya alivia el camino y alimenta la ilusión.

Ráfagas de silencio la trabajé durante varios años, con rigor, con porfía, con desespero, y al mismo tiempo con esperanza. No la di a la imprenta hasta quedar convencido de que mi trabajo de artesanía había logrado su feliz culminación. Una de mis guías para escribir es la regla dejada por Gustavo Flaubert con su propio ejemplo, el cual –perfeccionista por excelencia– podía gastar una semana entera en la elaboración de tan solo un par de páginas, y no se sentía satisfecho mientras ese material no tuviera el ritmo, el peso, la densidad y la claridad suficientes para transmitir emociones.

El alma poética que le encuentras a mi novela es el resultado de esa exigencia y de ese propósito casi obsesivo. Si le iba a cantar a la selva, no podía hacerlo con lenguaje prosaico. Ajuste tras ajuste, sudor tras sudor, angustia tras angustia, fue saliendo la criatura, depurada, expresiva, radiante como una quinceañera primorosa.  En medio de la belleza del paisaje y de la vena sensual del relato, los conflictos humanos adquirieron mayor significado.

Descubrí de casualidad tu comentario. Por supuesto, ese fue el mejor alimento del día. Gracias, de nuevo, por tu solidaridad y presencia en mis letras.

Cordial abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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COLOMBIA PÁEZ

Periodista. Comenzó a estudiar abogacía en Bogotá para complacer el deseo de su padre, pero al cabo de los meses se convenció de que su verdadera vocación era el periodismo. La comunicación social le encantaba. Era una actividad que cuadraba con su carácter extrovertido, osado y analítico. Al salir de la universidad encontró rápidas oportunidades de empleo. Y fue una periodista de éxito. Consiguió convencer al doctor Álvaro Gómez Hurtado para que le permitiera un reportaje sobre su vida privada, y no se hablaría en absoluto de política, como era lo usual en el personaje. Fue tal el poder de sugestión y simpatía que la periodista ejerció sobre el dirigente político, que este accedió a la petición y terminó concediéndole una gran entrevista.

Casada con el escritor, abogado y periodista Alfredo Arango (que también aparece en este epistolario), desde hace largos años establecieron su residencia en Miami, donde Colombia escribe columnas para El Nuevo Herald. Y vive atenta al acontecer cultural y social de su patria. Ambos se mueven en la misma dirección.

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Bogotá, 19 de diciembre de 2007

Señora Colombia Páez
Miami

Querida Colombia:

El poeta Jotamario Arbeláez vaticinaba esta mañana, en su columna de El Tiempo (que leerás a continuación), la inminencia de la muerte de Ignacio Ramírez. Dicha columna me sobrecogió, y quedé esperando la noticia fatal de un momento a otro. Tú me la diste en tu mail, ya que hasta este momento la ignoraba.

Cuando hoy apareció publicada la columna de Jotamario, ya Ignacio estaba muerto. Todo esto resulta muy trágico. Siquiera descansó, ya que su agonía, que se prolongó durante varios años, fue enorme. Es uno de los grandes promotores culturales del país, y esto lo salva para la posteridad.

Conservo con mucho aprecio su libro Hombres de palabra, escrito con Olga Cristina Turriago (de quien se separó hace varios años, y en cuya compañía escribió dicha obra, en la cual recogieron interesantes entrevistas con escritores colombianos residentes en Europa).

Como dolorosa ironía, encuentro que el citado libro me llegó hace 18 años como regalo de Navidad (1989), con la siguiente dedicatoria: «Para Gustavo Páez Escobar, con un atento saludo de este par de lectores constantes de sus lúcidas columnas periodísticas. Ignacio y Olga”.

También para ustedes el recuerdo será muy grande por el comentario que alcanzó a hacer para la novela de Alfredo. Somos, pues, solidarios en la pena.

Un gran abrazo para ti y para Alfredo.

Gustavo Páez Escobar

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Miami, 13 de abril de 2010

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Querido Gustavo:

Después de leer tu columna (1) no me quedó más opción que buscar en el internet al bendito Sapo burlón. (2) Has de saber que ese cuento me trajo a la mente el recuerdo de dos seres de carne y hueso muy queridos por mí; y ha sido objeto de reflexión sobre las personalidades de Acab y Jezabel, en la que ella controla y domina y él obedece, hasta que al final, ya hastiado, el hombre de alguna forma se rebela

En el cuento de Pombo, quien salió vestido ‘muy tieso y muy majo’ fue un renacuajo desobediente y flacuchín que terminó, como obviamente sabes, ‘engullido por un pato tragón’; pero tu creación es muy, pero muy graciosa. Aquí en la tv gringa, este personaje del sapo es muy querido y gracioso, siempre lo presentan bailando, haciendo maromas y tratando de convencer al público sobre algún producto. Ni qué decir de su importancia en los cuentos infantiles.

Alfredo escribió hace muchos años un cuento sobre un sapito que hay en Puerto Rico, al que se conoce como Coquí. Sobre él pesa la leyenda de que no canta sino en la isla y que si lo sacan de allí, muere. Aquel cuento fue parte de una antología, sobre cuentos y leyendas del caribe, de la casa editorial Pinguin Books en Inglaterra.

Los sapos, creo, hacen parte de la niñez y de todo humano que se respete. Sea por miedo, asco, repugnancia o en el mejor de los casos travesura o cariño, de alguna manera todos hemos tenido algo que ver con los sapos. Yo recuerdo a mi hermano Carlos Ramón correteándome por toda la casa con un enorme sapo de gigantescos ojos en su mano.

O las blanquísimas ranas que habitan los platanales y que le saltaban a uno cuando menos se lo esperaba en la finca de mi tío Carlos que quedaba en la montaña. Aquella finca se llamaba El Miedo y hacía honor a su nombre para nosotros de chiquillos. Por esas benditas ranas, cuando una persona es extremadamente blanca los muchachos le gritan que parece una rana platanera

Bueno, primo, yo podría seguir contándote anécdotas sobre sapos de mil colores y funciones, o colecciones de renacuajos, pero no hay tiempo y temo cansarte.

Un enorme abrazo,

Colombia Páez

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(1) Columna titulada Dolores y travesuras del libro (4), publicada en El Espectador.
(2) Cuento que publiqué en 1971.

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Bogotá, 13 de abril de 2010

Señora Colombia Páez
Miami

Querida Colombia:

Gratas y evocadoras tus referencias sobre el sapo. Tu niñez e infancia, según veo, están llenas de batracios. Ellos te hacen recordar la tierra llanera. Faltaba el Sapo burlón. ¿Conoces el Sapo cancionero? Bellísimo poema argentino. Te lo copio, extensivo a Alfredo:

SAPO CANCIONERO – Zamba
Letra: Jorge Chagra
Música: Nicolás Toledo

Sapo de la noche, sapo cancionero,
que vives soñando junto a tu laguna.
Tenor de los charcos, grotesco trovero,
estás embrujado de amor por la luna.

Yo sé de tu vida sin gloria ninguna;
sé de las tragedias de tu alma inquieta.
Y esa tu locura de amor a la luna
es locura eterna de todo poeta.

Sapo cancionero:
canta tu canción,
que la vida es triste,
si no la vivimos con una ilusión.

Tú te sabes feo, feo y contrahecho;

por eso de día tu fealdad ocultas
y de noche cantas tu melancolía
y suena tu canto como letanía.

Repican tus voces en franca porfía;
tus coplas son vanas como son tan bellas.
¿No sabes, acaso, que la luna es fría,
porque dio su sangre para las estrellas?

Sapo cancionero:
canta tu canción,
que la vida es triste,
si no la vivimos con una ilusión.

* * *

Fuertes abrazos para ti y para Alfredo.

Gustavo Páez Escobar

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Miami, 3 de junio de 2010

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Querido Gustavo:

Tu columna me ha movido hasta el llanto, porque bolivariana he sido toda mi vida (no sé si recuerdes que te he contado que mi padre en vez de cuentos o canciones me leía pasajes de la vida de Bolívar y las guerras de independencia, y luego hacía que, ya en mi adolescencia, le leyera mientras conciliaba el sueño. Dentro de los arrullos literarios incluyó la vida de Don Quijote). Estoy totalmente de acuerdo contigo: «Si Bolívar viviera, tendría que llorar sobre la obra construida en sus titánicas contiendas. El tributo que hoy le rendimos está oscurecido por la rivalidad entre hermanos». (1)

Descubrí, gracias a la investigación titánica adelantada por Alfredo, episodios que me desgarran el alma, hechos de uno u otro lado. Un corazón fue arrancado literalmente de su pecho para infundir coraje a las tropas y una cabeza decapitada fue freída en aceite hirviendo para escarnio público. Hoy día no es aceite sino motosierras las que cumplen tan siniestra tarea.

También estamos de acuerdo frente a Cayetano: (2) ningún historiador se toma la molestia de sacar del olvido al pueblo, a sus héroes anónimos. Sólo conozco un escritor de apellido Páez (3) que lo hace. Quizás el único que en un marco también novelesco rescata el valor de nuestros indígenas y de todo su sufrimiento. (4) Más adelante las investigaciones de Juan Lara (5) y todo ese devenir amoroso causaron otros efectos que a veces hacen que el ser humano se replantee los sentimientos.

Cuando Alfredo empezó a cuajar la idea de esta novela histórica e invitó a Juan para que participara, gracias a esta magia del internet, una mañana a la hora del café me hizo esta pregunta: «¿Quién enterró el brazo de Rook, quién recogió los miembros esparcidos en la toma de San Mateo, quién les dio sepultura a los restos de Ricaurte?». Aquella mañana quedé estupefacta y sólo atiné a responderle con otra pregunta: «Verdad, ¿no?, ¿quién sería?, ¿se los comerían los buitres?”.

Gustavo, gracias de nuevo.

Colombia Páez

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(1) Cita tomada de mi artículo La perniciosa incertidumbre (el mismo título del libro publicado por Alfredo Arango, esposo de Colombia, sobre la gesta libertadora).
(2) Cayetano: un enfermero de las batallas de Bolívar, citado por Alfredo Arango en su libro.
(3) Gracias, prima.
(4) Se refiere a mi novela Ráfagas de silencio, la cual defiende la causa indígena.
(5) Coautor con Alfredo Arango del libro La perniciosa incertidumbre.

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Bogotá, 3 de junio de 2010

Señora Colombia Páez
Miami

Querida Colombia:

Eres una de mis más diligentes, cumplidas y efusivas corresponsales. Aprecio mucho tu correspondencia, llena de gracia, amenidad y contenido. Algunas de tus misivas han quedado adjuntas a los artículos que comentas. Eso lo verás cuando avancemos más en la incorporación de columnas a mi página web. Apenas se han pasado algo más de 100, y tenemos que llegar a 1.800, que es el total de notas periodísticas que he escrito en mis cuatro décadas de trasegar por el noble oficio.

No sabía que Efraín, tu papá, tuviera el espíritu bolivariano que me cuentas. El grato recuerdo que conservas sobre las lecturas que le hacías en tu época adolescente representa motivo de alta complacencia para ti.

A propósito de Bolívar, el comentario que incluyo en mi columna sobre la novela de Alfredo es de una parienta mía, Marta Nalús Feres, la mamá del cantante lírico  Valeriano Lanchas. Qué bonito el detalle que cuenta Marta sobre el reverbero que se conservó, y hoy se encuentra en París, en el cual le preparaban nuestras bisabuelas el café al Libertador en sus estadías en Soatá. Bolívar se hospedó en la casa que queda al frente de la nuestra. ¿Sabes cuántos años tiene nuestra casa? ¡252!

Con todo el cariño de tu primo,

Gustavo Páez Escobar

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VICENTE PÉREZ SILVA

Nació en 1929 en La Cruz, Nariño (también conocida como La Cruz de Mayo). Abogado, escritor, ensayista e investigador de temas históricos y literarios. Fue asesor de ediciones del Instituto Caro y Cuervo y ha publicado numerosos trabajos en periódicos y revistas. En 1965 fue galardonado con el premio Dante Alighieri. Erudito en la obra de don Quijote, sobre ella ha escrito páginas magistrales. Se trata de un desvelado investigador y promotor de la cultura colombiana, campo que ha enriquecido con escritos originales y novedosos, producto de sus rigurosos escrutinios y penetrante imaginación.

Libros: Sonetos para Cristo, Don Quijote en la poesía colombiana, Vida y obra de José Rafael Sañudo, Epistolario de Rufino José Cuervo y Belisario Peña, Un nariñense en la trapa, José Eustasio Rivera, polemista, Quijotes y quijotadas, Trilogías, Este…, Código del amor, Anécdotas de la historia colombiana, Picaresca judicial en Colombia, Libro de los nocturnos, Yo fui el benjamín de una academia, Dionisia Mosquera: amazona de la crueldad, Federico García Lorca, Autobiografía en Colombia, Raíces históricas de La vorágine, Tomás Carrasquilla.

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Bogotá, D. C., 13 de agosto de 2005

Señor don Gustavo Páez Escobar
Ciudad

Amigo de mi aprecio:

En reciente conversación hicimos brevísima memoria de José Camacho Carreño, nombre que alienta y renueva en mi ánimo gratísimas reminiscencias y por el que guardo acrisolada devoción intelectual; manifestación de la cual dan fe las hojas de este repertorio.

Allí escribo de mi puño y letra:

“Del acopio de escritos que recoge este Álbum de recortes, (1) surge omnipresente la imagen de José Camacho Carreño, santo de mi devoción, al igual que la de los otros compañeros de generación que integraron el famoso grupo de Los Leopardos”. Sobra reiterarle que este Álbum hace parte de mi propia vida.

Ahora, en el atardecer de mi vida, me propongo llevar a término un viejo sueño: escribir algunas páginas en torno a este personaje que parece de leyenda… Camacho Carreño, un castizo escritor, un orador de prodigio, que ha dejado honda huella en el discurrir de mis inquietudes intelectuales.

Pero qué digo, querido amigo, si caigo en cuenta y razón de que aquí están en azul purísimo (y un parche en blanco) las páginas reservadas a la pluma del consagrado biógrafo de Germán Pardo García y Laura Victoria.

¡Todo un lauro logrado por tan enhiesto escritor!

Afectísimo amigo,

Vicente Pérez Silva

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(1) Valioso álbum que conserva grandes escritos seleccionados por Pérez Silva sobre José Camacho Carreño. En él escribí un mensaje, atendiendo la invitación que me hizo el cordial amigo. Y publiqué en El Espectador el artículo titulado El leopardo mártir (23-VIII-2005).

 

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LIBARDO RAMÍREZ GÓMEZ

Nació en Garzón, Huila, el 12 de noviembre de 1933. Cursó estudios eclesiásticos en el seminario de esta ciudad, en el cual sería profesor después de ser ordenado sacerdote en mayo de 1956. Luego adelantó estudios superiores en Roma. Ha sido obispo de Garzón y Armenia y presidente del Tribunal Eclesiástico de Colombia. Una faceta suya relevante es la de periodista, labor que ha desarrollado sobre todo en Diario del Huila y El Nuevo Siglo. Muchos de sus artículos de prensa los ha recogido en libros.

Sobre él dijo Gustavo Páez Escobar en su columna de El Espectador titulada Las letras de monseñor (10-VII-2006):

“En su función de periodista ha tocado innumerables temas de interés regional y nacional, que van desde problemas comunes del Huila, como el mal estado de las carreteras, los caminos de la paz, o el drama de los campesinos, hasta grandes conflictos nacionales, políticos y religiosos, como el sentido de patria, la moralidad y la política, los procesos de paz, el desamparo de la niñez, la ética en la vida pública, o la dignidad del hogar. Sus enfoques contienen eminente fondo cívico y moral. Ha sido un jerarca agitador de ideas desde sus escritos en la prensa y en los libros. Suele tomar posiciones abiertas y radicales, y ortodoxas en materia religiosa. Esto lo convierte en una figura singular, que crea polémica y hace reflexionar. Por encima de todo, priman su espíritu eclesiástico y su amor por la patria”.

Libros: Sus santuarios, Un esfuerzo al servicio de la comunidad, Mis recuerdos, Mis personajes, Curiosidades pontificias, Pensando en voz alta (2 tomos), entre otros.

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Bogotá, 15 de agosto de 2006

Señor Gustavo Páez Escobar
Ciudad

Muy apreciado Gustavo:

Reciba cordial saludo.

He recibido su escrito Las letras de monseñor, fechado el 10-07-06, en el que en forma generosa se refiere a mi persona, a mis escritos y a mis posiciones de verdad claras en los momentos de dificultad, como creo se deben decir las cosas.

Recuerdo muy agradecido también su presentación a mi libro Sus santuarios en el que vertí mi amor a María Santísima y a los lugares y corazones en los que ha tenido especial presencia.

Gracias, Gustavo, por su especial presencia en esta época que ha circundado mis bodas de oro sacerdotales. Al recopilar algunos de los escritos que se han hecho en torno a esta especial circunstancia, colocaré su noble y estimulante escrito.

Dios lo bendiga en su vida, en sus actividades, en su delicada transmisión de pensamiento en sus escritos.

Un cordial abrazo,

Libardo Ramírez Gómez
Obispo Pastor en el Quindío
1972-1986

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Bogotá, 21 de septiembre de 2006

Monseñor
Libardo Ramírez Gómez
Presidente del Tribunal Eclesiástico de Colombia
La Ciudad

Muy apreciado monseñor:

Tuve el gusto de recibir su libro Mis recuerdos, que con gran gentileza me hizo llegar en días pasados. Esta obra se suma a las entregadas por su propia mano en la visita que le hice hace varios meses, y a Sus santuarios, que conservo con mucho aprecio desde mi residencia en la ciudad de Armenia.

El nuevo libro recoge vivencias y recuerdos acumulados durante una vida ilustre dedicada al servicio de Dios y de la comunidad, cual es la del sacerdote salido de la comarca huilense y elevado por sus méritos a las destacadas posiciones eclesiásticas que ha ocupado en Garzón, Armenia y Bogotá.

Sin duda, será para mí una lectura grata, que me propongo iniciar en breve tiempo. El hecho de que junto a los sucesos familiares se vayan repasando episodios de la vida nacional o del mundo que ha girado en tomo del autor, vuelve atractivo el libro y lo convierte en un mensajero amable de la amistad.

Sinceros parabienes por su nueva incursión en las letras, que acrecienta la valía de su obra y ratifica su admirable persistencia en la disciplina de pensar y expresar ideas.

Un caluroso saludo de

Gustavo Páez Escobar

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JUAN RUIZ DE TORRES

Nació en Madrid, España, el 13 de julio de 1931. Ingeniero industrial, filólogo hispánico, licenciado en informática. Poeta, narrador, ensayista. Ha fundado y dirigido varias instituciones culturales, en cinco países; desde 1980, la Asociación Prometeo de Poesía, en Madrid. Ha residido casi veinte años en varios países (Francia, Colombia, EE. UU., Chile, Grecia, Bélgica, Rep. Dominicana. Italia). Está casado con la escritora española Ángela Reyes.

Libros: un centenar de obras en los tres géneros citados.

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Madrid, España, 18 de julio de 2006

Señor Gustavo Páez Escobar

Bogotá

Estimado don Gustavo Páez:

Nos ha llegado, por el poeta Hernando García Mejía, el artículo Sueño sellado que usted escribió para nuestro común amigo Óscar Echeverri Mejía. Estoy preparando un documento sobre el poeta de “Aguasabrosa”, en el que quisiera que figurase su trabajo. Le pido permiso para reproducirlo, dándole crédito, claro, a usted como periodista y escritor colombiano.

Será colgado en internet en nuestro espacio “Prometeo Digital”, dentro de su “Fondo Documental”.

Reciba un cordial saludo desde Madrid de alguien que aprendió en Cali (1960-1965) a amar a Colombia.

Juan Ruiz de Torres
Asociación Prometeo de Poesía

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Bogotá, 18 de julio de 2006

Señor Juan Ruiz de Torres
Madrid, España

Distinguido poeta:

Lo autorizo para publicar en su revista virtual el artículo que escribí con motivo de la muerte de Óscar Echeverri Mejía y que lleva por título Sueño sellado. Óscar fue un inmenso poeta, y su fallecimiento causó hondo pesar en los círculos intelectuales de Colombia y sobre todo entre sus amigos.

Me agrada mucho saber que usted estuvo en nuestro país, y en Cali aprendió a querer a Colombia. A mi vez, admiro mucho a Madrid, ciudad que visité hace pocos años, en una excursión por varios países europeos. Esta experiencia dio lugar a un libro publicado en el año 2002, que titulé El azar de los caminos.

Ojalá me informara usted la fecha en que saldrá mi nota, para consultar la página de internet.

Le envío un cordial saludo,

Gustavo Páez Escobar

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Madrid, España, 18 de julio de 2006

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Caramba, amigo Gustavo, vaya velocidad en la respuesta.

Me alegra que haya conocido Madrid, aunque en estos momentos, con las faraónicas obras de nuestro alcalde, está invivible.

Mi primer libro de poesía se publicó en Cali, y fue presentado en la Librería Nacional, plaza de Caicedo, con la inefable compañía de Helcías Martán Góngora. Tuve el honor de ser amigo y compañero de viaje y manteles de Eduardo Carranza y de María Mercedes, así como de otros muchos poetas de esa tierra hermosa. Mi primera hija (Elena Chiquinquirá) es colombiana, etc.

Ojalá me envíe y conozca su libro de memorias, aunque se arriesga a que le envíe alguno mío, en el que desde luego hablo mucho de Colombia.

Un saludo cordial,

Juan Ruiz de Torres

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GILBERTO ABRIL ROJAS

Nació en Tunja en 1946. Escritor, historiador y periodista. Miembro de la Academia Boyacense de Historia. Doctor en Humanida­des. Especializado en lenguas y literatura hispanoamericana.

Escritor con varias obras publicadas en Colombia, México y Venezuela; en este último país, desarrolló una importante labor intelectual, siendo durante una década presidente de la Asociación de Escritores de La Victoria, estado de Aragua, ciudad en la cual residió. Es miembro además de varias instituciones culturales a nivel nacional e internacional. Ha sido jurado en distintos concursos literarios.

La obra La segunda sangre obtuvo el Gran Premio Internacional de la Novela Histórica 1995, otorgado por la International Academy and University Magistrorum Filo Byzantine en Fawskin, California, EE.UU., la cual, a decir del Consejo de Regentes, «es meritoria de este destacado premio, tanto por sus cualidades literarias como por el desarrollo histórico narrativo, que revela en la misma sensibilidad y conocimiento profundo de la temática que incide poderosamente en los continentes americano y europeo en cuanto a sus raíces históricas» (…)

Obras: Poesía colombiana (Bogotá, 1974), Poesía joven de Colombia (México, 1979), Cos­tumbristas boyacenses contem­poráneos (Tunja, 1976), Sed de sueño selección poética (1996), La segunda sangre (1995) y Enigmas de la España franquista (2001).

(Texto puesto en la contraportada del libro La segunda sangre publicado por el Fondo Mixto para la Promoción de la Cultura y las Artes de Boyacá, 1991).

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Barquisimeto, Venezuela, 11 de febrero de 2008

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Muy recordado amigo:

Mucho tiempo transcurrido desde que nos vimos en Bogotá y no tenía la oportunidad de «charlar» con tan apreciado escritor y paisano. Hace años que vivo acá en Venezuela, lejos del terruño, pero obviamente cerca en el corazón, el sentimiento, la nostalgia. Todos los días leo la prensa colombiana por internet, veo las noticias por cable (Caracol internacional), etc. Así que estoy informado. Además, cada vez que puedo viajo a Tunja, allí tengo mi casa con mi biblioteca y enseres.

Me imagino que está enterado que la Academia de Historia de Boyacá me publicó la novela sobre la monja del Castillo, de nombre Asuntos divinos, y aquí me publicaron otra sobre un hecho histórico, con prólogo de nuestro común amigo Fernando Soto Aparicio. Ambas novelas salieron a fines del 2007. Creo que para fines de marzo próximo iré a Boyacá. Por favor me manda su número telefónico para llamarlo. Y me  cuenta qué ha escrito últimamente y sobre la posibilidad de vernos allá cuando vaya.

Cuando vaya, personalmente le entregaré las dos novelas. Sigo con la idea de escribir un libro sobre la narrativa boyacense, la cual en este momento está por casi 40 novelistas; lo que pasa es que se habla de los más conocidos, pero hay gente nueva. A los profesores de español y literatura hay que mostrarles la novela histórica en nuestro departamento: autores como Temístocles Avella, Felipe Pérez, Próspero Morales Pradilla, Mario H. Perico y el suscrito, entre otros.

Hay muchas cosas por hacer, lo que falta es tiempo. Me alegra que esté escribiendo para El Espectador. Quiero preguntarle: ¿qué contactos tiene con la televisión colombiana? Me refiero a la posibilidad de que lleven La segunda sangre (1) a un serial, ya que es importante que nuestros compatriotas sepan de una vez por todas quién fue Don Diego de Torres y Moyachoque.

Reciba el abrazo afectuoso de

Gilberto Abril Rojas

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(1) Novela de Gilberto Abril Rojas.

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Bogotá, 11 de febrero de 2008

Señor Gilberto Abril Rojas
Barquisimeto, Venezuela

Apreciado Gilberto:

Celebro su resurrección. Me imaginaba que seguía en Venezuela.

No sabía que la Academia Boyacense de Historia le hubiera publicado la novela Asuntos divinos. Nuestra Academia es buena editora, pero mala distribuidora: para que un académico obtenga su ejemplar tiene que reclamarlo allá. De esta manera, los que vivimos en Bogotá nos perdemos de muchas ediciones.

Búsqueme cuando venga a Bogotá. En tal ocasión haremos intercambio de libros. Mis últimas publicaciones son las siguientes: (…) La biografía de Laura Victoria fue publicada por la Academia Boyacense y es posible que usted la consiga en Tunja. Laura Victoria murió en Méjico hace cuatro años, faltándole seis meses para cumplir el centenario de vida.

Acompaño mis últimas columnas de El Espectador para que esos escritos le lleven un aire de Colombia y de la amistad.

No tengo contacto con la televisión para el fin que me anota. Mi última relación fue con RCN, en 1987, cuando se adaptó como telenovela nacional, con libretos de Fernando Soto Aparicio y la dirección de David Stível, mi novela Destinos cruzados.

Un abrazo de

Gustavo Páez Escobar

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GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL

Nació en Tuluá, Valle del Cauca, el 31 de octubre de 1945. Novelista, cuentista, ensayista, profesor universitario, periodista. Escritor de protesta, cuyas novelas y artículos de prensa causan revuelo por las denuncias que formula contra los abusos públicos y los desequilibrios sociales. Desde temprana edad se dio a conocer con la novela Cóndores no entierran todos los días (1971), un referente de la violencia colombiana de mitad del siglo XX. Es su obra más reconocida, y Francisco Norden la llevó al cine.

En 1978 se vinculó a la política, y ha sido concejal de Cali, diputado a la Asamblea del Valle del Cauca, dos veces alcalde de Tuluá y gobernador del Valle del Cauca.

Libros: Piedra pintada (1965), El gringo del cascajero (1968), Cóndores no entierran todos los días (1971, ganadora del Premio Manacor), La boba y el buda (1972, ganadora del Premio Ciudad de Salamanca), Dabeiba (1973), El bazar de los idiotas (1974), Manual de crítica literaria (1978), Cuentos del Parque Boyacá, Los míos, El titiritero, Pepe Botellas, El divino (1986), El último gamonal (1987), Los sordos ya no hablan (1991), El prisionero de la esperanza, Entre la verdad y la mentira, Comandante Paraíso, Las mujeres de la muerte, La resurrección de los malditos (2007).

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Tuluá, 21 de noviembre de 2009

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

He leído la nota sobre Arias Trujillo, ¡qué buena! (1) Quiero contarte que con ocasión de los 75 años de la muerte de Arias Trujillo se está terminando de imprimir una bellísima edición de Risaralda (2) en la cual he colaborado revisando textos, escogiendo fotografías y haciendo la nota de contraportada.

Ferretería Electra, propiedad de sus sobrinos los Michaelis Arias, ha asumido todos esos gastos y se encuentran en negociaciones para comprarle a la curia la casa (3) donde Arias se cuadruplicó la dosis de morfina, para convertirla en un Museo. Carlos Arboleda nos está ayudando. Le he remitido a Lucio Michaelis, presidente de la junta directiva de Electra, copia de tu estupendo artículo.

Un cordial saludo,

Gustavo Álvarez Gardeazábal

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(1) El destino trágico de Arias Trujillo, en El Espectador.
(2) La célebre novela de Arias Trujillo.
(3) Casa situada en Manizales.

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JOSÉ MIGUEL ALZATE ALZATE

Nació en Aranzazu, Caldas, en 1954. Escritor, periodista, conferencista, analista literario de varios periódicos del país. Desde muy joven le nació su afición por la lectura, lo que le ha permitido adquirir sólidas bases culturales. Escribe esmerados textos sobre autores y sus obras y es un cuidadoso historiador de la región caldense. Además, publica frecuentes notas críticas sobre la vida regional y nacional

Libros: Javier Arias Ramírez, un poeta de Caldas, Conceptos libres, Aranzazu, su historia y sus valores, Samaná en la historia, El sabor de la nostalgia, Sinfonía en azul.

 

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Manizales, 16 de noviembre de 2009

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Apreciado Gustavo:

Con honestidad intelectual, quiero decirle que al terminar de leer por segunda vez, con sentido crítico, su novela Ráfagas de silencio, debo reconocer el excelente trabajo realizado para escribir una novela tan bien lograda no solo en la caracterización de los personajes, sino en la descripción del paisaje donde transcurre la historia narrada.

Como la lectura del libro me ha motivado a escribir un comentario destacando sus valores literarios le agradecería me aclarara los siguientes puntos: ¿Es una obra con experiencias de su propia vida, con rasgos autobiográficos en algunos capítulos? Esto se lo pregunto porque supongo que el personaje narrador, Vicente Lizcano, que habla en primera persona, es usted. Lo deduzco por su carrera como gerente de banco y por su amistad con Tulio Bayer, el personaje central de la novela.

¿Existió Fidolo Crespi? Por regla general, la novela juega con los recursos de la imaginación. Pero en este caso uno como lector analítico piensa que el personaje pudo existir en la vida real. ¿Regresó usted a esas tierras 34 años después? Me gustaría saberlo porque la ambientación de la obra es de excelente calidad. Hay una minuciosidad sorprendente en la descripción de los paisajes selváticos que sólo se alcanza con un sentido muy agudo de la observación.

¿Zulema fue una realidad en su vida? Queda la sensación de que el narrador en primera persona está contando pasajes de su propia vida. Y el romance con la hija de Alirio Yuma está tan bien manejado que deja la impresión de que es una historia de la vida real. Finalmente, ¿el reencuentro con el personaje Barrabás, cuando se desempeña como alcalde de Guaraná, es ficción dentro de la novela?

Le agradezco su atención.

José Miguel Alzate

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Bogotá, 16 de noviembre de 2009

Señor José Miguel Alzate Alzate

Apreciado José Miguel:

Algún lector de mi novela dice que el personaje más importante de ella es la selva. Yo digo lo mismo. La afortunada descripción del paisaje selvático es el resultado, en primer lugar, de mi propia residencia durante un año en el Putumayo, y luego del rigor literario que me impuse a través de varios años para tratar de dibujar aquel mundo mágico.

Toda novela tiene algún fondo autobiográfico. El novelista, casi sin advertirlo, refleja en sus criaturas su propia personalidad. No siempre en sentido exacto: muchas veces los rasgos personales están dispersos en diferentes actores de la obra, incluso de sexo diferente al del autor. Otras veces, cuando existe el propósito de la autobiografía, construye un personaje que caracteriza la propia vida. Acuérdese usted de la célebre frase de Flaubert: “Madame Bovary soy yo». Habría que decir, además, que no siempre se elaboran personajes físicos: también se pintan almas.

Le preciso algunos interrogantes que me plantea: la figura del médico Bayer es bastante real; Vicente Lizcano, como gerente de banco, tiene alguna aproximación a mi vida laboral en la banca; Fidolo Petri (no Crespi) existe como mafioso en cualquier latitud y en cualquier época, y yo lo forjé como un prototipo ideal para reflejar la maldad humana y la dureza de la manigua; regresé a la selva 34 años después, por breves días, lo cual me dio la ocasión de refrendar mis viejas experiencias e impresiones selváticas; Zulema es el símbolo femenino que todo hombre lleva en el cerebro, sin que en el caso de la novela corresponda a una persona rigurosamente cierta; tampoco lo es en ese aspecto Barrabás, y sobre él debo decir que es el clásico ídolo de barro de todos los pueblos (el legendario cacique, que por lo general encarna al personaje corrupto y perverso que conoce el país).

En síntesis, quiero decirle que en la novela existe una alta dosis de ficción. Uno de los requisitos más importantes para escribir narrativa consiste en que el autor sólo debe escribir sobre lo que conoce (su propia vida o el ámbito que lo rodea), para que la ficción parezca real, y que no se invente hechos que nunca ha visto o vivido, pues la historia perderá peso y pueda resultar insustancial o cursi.

Gracias por ocuparse de mi novela Me agrada que le haya sido grata su lectura. Sigo leyendo con placer sus columnas.

Le envío un cordial saludo.

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, 19 de noviembre de 2009

Señor José Miguel Alzate Alzate
Manizales

Apreciado José Miguel:

Certero y maravilloso análisis hace usted de Ráfagas de silencio. Ha interpretado a cabalidad el significado de la obra. Además, lo hace con palabras vívidas, como para poner al lector a buscar el libro. Todos los enfoques que pueden hacerse sobre la novela, tanto en torno de la selva como de los personajes, los presenta usted con absoluto verismo, sin pecar ni por exceso ni por defecto.

Me ha impresionado la forma penetrante como usted ha captado y sabe expresar la historia. Sin duda la leyó con mucha atención y reflexión. Es fácil distinguir al verdadero lector, el que asume ese cometido con responsabilidad y a plenitud, del superficial, que al irse por las ramas desperdicia el valor de los libros.

Mil y mil gracias por sus generosas y bellas palabras. Ellas me honran y estimulan en sumo grado. Así, el esfuerzo de varios años y el empeño que puse en el trabajo, reciben amplia retribución en lectores y críticos de la categoría de usted.

Me agrada el envío que ha hecho del escrito a Femando Soto Aparicio y Gustavo Álvarez Gardeazábal, de quienes he recibido amables muestras de solidaridad por la obra. Y también a La Opinión, de Cúcuta, y Diario del Otún, de Pereira.

Con mi reiterada gratitud, le envío un estrecho abrazo de amistad,

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, 19 de noviembre de 2009

Señor José Miguel Alzate Alzate
Manizales

Apreciado José Miguel:

Qué casualidad: dejé en estos días en turno de relectura la novela Risaralda. La leí por primera vez en 1974, cuando me hallaba en pleno ajetreo bancario en la ciudad de Armenia. Esa lectura no vale. He sentido, de pronto, deseos de penetrar en la obra de Bernardo Arias Trujillo y por eso me fui a mis anaqueles y desempolvé Risaralda, la cuarta edición hecha por Rafael Montoya y Montoya, en 1960. Bellísimo libro de tapa roja guardado en un estuche precioso.

La relectura es el mayor placer de la lectura. Yo tampoco, como usted lo dice en su ensayo sobre la novela de Arias Trujillo, le saqué el debido provecho a la primera lectura. Lo haré ahora, cuando ya poseo un concepto maduro sobre el autor y su obra. El ensayo de usted, al que le eché una mirada, pero no quise puntualizar, me servirá de guía cuando avance en la lectura de la obra

Encontré un viejo juicio sobre Risaralda en Bocetos y paisajes, de José Camacho Carreño (Tipografía-Editorial Colón, Bogotá, 1937). Vea usted este juicio penetrante del leopardo:

«La vorágine dibujó magistralmente la selva. Pero es la selva del Brasil, del África, de la India, el fenómeno de la inmensidad vegetal y su vasallaje sobre el hombre, en cualquier latitud. Risaralda, en cambio, es el poema criollo por excelencia. Colombia en la pantalla retórica”.

Estamos, pues, muy identificados en este y otros temas literarios. Me agrada que eso sea así. Veo que es usted uno de los valores sustantivos de las letras caldenses. Así lo he venido apreciando por sus escritos de prensa Es usted de los pocos que se ocupan de la cultura. La nota sobre Cocherín, excelente. Guardo un grato recuerdo sobre este simpático quijote, andariego y bohemio que, con su sombrero ladeado, su ojo apagado y su corbata de mariposa, dejó una pintoresca estampa en las tierras del Gran Caldas.

Un abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, 16 de diciembre de 2009

Señor José Miguel Alzate Alzate
Manizales

Apreciado José Miguel:

Volví a leer Risaralda, 35 años después de su primera lectura. Esta vez lo hice con mucha atención y penetración mental. Y extraje de la obra un gran deleite espiritual. Le saqué la sustancia que posee el texto en cuanto a la descripción del paisaje, la modelación de los actores, muy bien definidos en sus caracteres sicológicos, el acervo de provincialismos y de cuadros típicos de la región, la belleza lírica y el manejo acertado del drama bucólico y la tragedia pasional.

Por antonomasia, es una novela del criollismo colombiano. Un canto a la raza negra, a la bravura del vaquero, a los lances amorosos, a la pasión erótica que se vive en los campos. No falta el asaltador de caminos, y esto tipifica la convulsión campesina que impera en las zonas del café, desde la época de la colonización hasta la actual.

Y resplandece el maravilloso contorno de una región pletórica de belleza La pluma lírica del novelista fabrica una pieza musical de entrañable melodía, que se siente desde las primeras páginas hasta el final de la obra, gracias a la magia del lenguaje y a la entronización de los modismos que brotan de la propia tierra, en boca de los rústicos moradores, para hacer más auténtica la narración.

Luego leí el ensayo que hizo usted sobre la obra. Es un análisis certero sobre los diversos tópicos de la novela La interpretación que ofrece no puede ser más precisa Coincido en un todo con usted respecto a sus juicios críticos y apreciación general de esta novela grande de la literatura colombiana. Felicitaciones por su trabajo.

Le envío un cordial saludo,

Gustavo Páez Escobar

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ALFREDO ARANGO

Nació en Cali en 1959. Abogado y escritor, ha publicado ficción en Londres, Nueva York y Bogotá. En Colombia ejerció la judicatura. Luego viajó a Estados Unidos, hace largos años, donde ha fijado su residencia permanente. Ha escrito, entre otros, para los periódicos New York Newsday, El Nuevo Herald, El Diario La Prensa y la revista People en Español, en Miami. Forma parte del comité editorial de la revista literaria Escarabeo.

Libros: Infructuoso Mendoza, En tierra derecha, La perniciosa incertidumbre, y varios cuentos publicados en antologías.

 

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Miami, 21 de diciembre de 2007

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Gustavo:

Me uno a tu dolor por la desaparición de Ignacio Ramírez, y celebro la republicación en tu columna de El Espectador de esa bella nota suya sobre una paloma. (1)

A propósito, quiero contarte que hace unos meses escuché en la radio pública aquí en los Estados Unidos una entrevista en inglés que hizo una periodista muy prestigiosa llamada Diana Rehm a un experto en palomas, el cual acababa de publicar un libro acerca de esas aves maravillosas. El experto contó una historia que me sobrecogió.

Según la recuerdo, un hombre de Nueva York que tenía palomas mensajeras, las entrenaba llevándolas cada vez más lejos de su hogar y soltándolas para probar su fidelidad. Muchas veces cuando él volvía, ya algunas lo estaban esperando en casa, al final todas regresaban. Una vez que las llevó extremadamente lejos, una de las palomas no volvió, regresaron las demás pero esa en particular no lo hizo. El hombre le dio varias horas, días. La paloma no volvió. Entonces el hombre se desilusionó de ella. Pensó que su paloma había dejado de serle fiel, que seguramente había decidido abandonarlo y buscar otro hogar, otra vida.

Una semana después, su sorpresa fue inmensa cuando la paloma regresó no volando, sino caminando, venía herida, con las alas rotas. Algo terrible la había demorado, pero paso a paso, haciendo un esfuerzo increíble, regresó al hogar. Ahí comprendió el hombre que esa paloma era posiblemente la más fiel de todas, y entendió que no podía determinar la fidelidad de sus palomas por la rapidez con que regresaran.

Con esa anécdota pensé yo que no podemos medir la fidelidad de quienes nos rodean por la rapidez con que lleguen a nosotros, sino por el esfuerzo que les tome llegar. Nosotros mismos, todos los seres humanos, somos palomas heridas en un largo viaje de regreso a Dios. Aun si no llegamos, si nos quedamos por el camino, no es tanto por ingratos, sino porque a veces no nos alcanza la vida para encontrarlo.

Estoy seguro que si todo hombre extraviado viviera lo suficiente, lo encontraría, regresaría a su hogar primordial paso a paso, arrastrando sus alas rotas y sucias. Yo siento estar a mitad de ese camino hacia un hogar supremo del cual alguna vez me alejaron. Estoy seguro que Ignacio Ramírez ya está ahí, sonriendo, esperándonos.

Un abrazo,

Alfredo Arango

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(1) Sobre la muerte de Ignacio Ramírez escribí la columna titulada Trágico cronopio navideño (El Espectador, 21-XII-2007).

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Miami, 28 de enero de 2008

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Gustavo:

Leí tus Ráfagas de silencio en un hospital en Nueva York, adonde fui a visitar a mi mamá, pues le encontraron cáncer y la operaron de la tiroides. El “maula” (1) Vicente y la india Zulema me acompañaron y dieron esperanza en mi propia selva de incertidumbre.

Me impresionó mucho tanta sensibilidad tuya frente a los dolores de nuestra patria abandonada o explotada. No debería ser, pues precisamente fue su sensibilidad hacia los temas lo que más me atrajo de tu prima, (2) con quien tuve el buen juicio de unirme hace ya 30 años.

Disfruté mucho encontrar en tu relato una serie de palabras que ya tenía yo muy olvidadas, palabras maravillosas como «medroso», «azuzar», «arcanos», «lontananza», «pesarosos», «zamuros», «veleidoso» y muchas otras. Las tendré presentes.

Te digo que la narración que más me conmovió fue esta donde buscas tu propio pasado y se ha borrado: «Pregunté por el médico y nadie me dio razón sobre él, ni sobre mí. Era como si no hubiéramos existido. Esto me hizo meditar en la condición del ser humano como tránsfuga de la vida. El hombre es un muñeco del olvido».

Y esta otra complementaria: «Tonto de mí, si ya no tenía sentido que el embrujo brotara de ese panorama en ruinas. Ahí estaba yo, atónito y delirante, frente al pasado demoledor».

Tu novela me pareció ante todo muy honesta. A la vez que llegas a esas conclusiones filosóficas tan interesantes, admites con cierto candor las debilidades del hombre blanco frente a la contundencia de la realidad americana, sus cadenas que lo atan a una sociedad injusta donde el verdadero amor no tiene cabida. La novela es a la vez crítica y autocrítica, es una confesión y por lo mismo una autopenitencia. Los comentarios tan positivos de Fernando Soto Aparicio (3) son absolutamente justos.

Terminé de leer Ráfagas de silencio en el avión de regreso a Miami, habiendo dejado a mi madre recuperándose bien. Por la ventanilla veía nuestro continente tan majestuoso, y me parecía increíble que en estas tierras tan esplendorosas del Nuevo Mundo sigan en forma cíclica prevaleciendo la injusticia y el absurdo. Por fortuna contamos con el “maula” Gustavo, para al menos en papel poner las cosas en su sitio.

Un abrazo,

Alfredo Arango

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(1) Palabra arbitraria, con sentido cariñoso, con que el médico, en la novela, llamaba a Vicente Lizcano.
(2) Alfredo Arango (abogado, periodista y escritor) está casado con mi prima Colombia Páez (periodista). Viven en Miami hace largos años.
(3) Autor del prólogo de la novela.

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Bogotá, 1° de mayo de 2008

Apreciados Alfredo y Mago: (1)

En el cruce de correos entre ustedes y Gloria Leal e Ignacio Granados me entero con agrado de la participación que ellos han tenido al promover en Miami la novela En tierra derecha. Como conocedor de la obra, participo del entusiasmo con que la promueven en sus medios de difusión, y me sumo, por supuesto, al certero enfoque que ofrece Ignacio Granados en su columna de El Nuevo Herald sobre la estructura y los personajes de esta historia singular.

En el artículo de Ignacio Granados resalto la siguiente frase con la cual me identifico por completo: «En un momento francamente espectacular y poético, la trayectoria de un caballo moribundo (…) podría inscribirse entre los mejores logros de la poesía hípica, si esta existiese». Dicha apreciación coincide con lo que anoté en la parte final de mi columna de El Espectador: «En cambio, perduran hasta el final del libro figuras estelares que le dan encanto a la narración, como el caballo ‘Perseguido’, símbolo de ternura y nobleza, y Margarita, heroína del sacrificio».

Yo creo que la poesía hípica existe. No sé si hay alguna antología sobre este tema, pero es natural que los poetas del mundo han cantado a lo largo de los tiempos al legendario “deporte de reyes». Si entramos a internet, a buen seguro hallaremos una buena cantidad de poemas diseminados en quién sabe qué más recovecos. El caballo ha sido compañero inseparable del hombre, tanto en las lides guerreras y en las entrañables cabalgatas, como en los rudos oficios.

Ahora no más, cuando acabo de releer Ana Karenina (a los clásicos hay que volver siempre como una necesidad para oxigenar el espíritu y refrescar el alma), he vivido las carreras de caballos en las que participa el jinete Vronsky, uno de los principales actores de la obra y miembro ilustre de la nobleza rusa. León Tolstoi escribió su novela hace 135 años. Esto quiere decir que los caballos de la hípica eran en Rusia una institución desde mucho tiempo atrás.

Ahí tienen, Alfredo y Mago, esta referencia para que comparen la corta vida de nuestro Hipódromo de Techo. Sin embargo, la vivacidad que le imprimieron a la historia rescatada en su novela hace prolongar en el recuerdo las emociones vividas en aquel escenario fantástico, que tanta alegría nos deparó en los años cincuenta del siglo pasado.

Cordiales abrazos,

Gustavo Páez Escobar

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(1) Alfredo Arango y Guillermo Dávila (que ostenta el conocido sobrenombre de “el Mago”) son los autores de la novela En tierra derecha, la cual comenté en columna de El Espectador fechada el 5 de diciembre de 2007.

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ZARINA BORRESEN

Nació en Ciudad de México, 1954. Es licenciada en Lengua y Literatura Inglesas por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México y maestra en Educación por la Universidad de Exeter, Gran Bretaña. Fue miembro del Servicio Exterior Mexicano, en el que se desempeñó como Agregada Cultural en la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas y Noruega. Fue profesora auxiliar de Literatura Hispanoamericana e Historia de España y América Latina en la Universidad de Oslo, y actualmente realiza estudios de Doctorado en Literatura Comparada en el Instituto A. M. Gorky de Literatura Universal de la Academia de Ciencias de la Federación de Rusia, con una beca del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca) del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta). El título preliminar de su tesis es “La obra de Juan Rulfo y Knut Hamsun (una aproximación al problema de las fuentes literarias del escritor)”.

(Presentación de la autora en su tesis sobre Rulfo y Hamsun).

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Oslo, Noruega, 24 de octubre de 2007

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Querido Gustavo:

Espero que al recibir esta te encuentres bien. Nosotros bien aquí en Noruega, preparándonos para la llegada del invierno.

Sigo con mi tesis doctoral. Ahora estoy haciendo además un artículo sobre la recepción de Knut Hamsun en América Latina, que también será parte de la tesis (por lo menos en lo que hace a México).

He revisado una serie de catálogos de bibliotecas de varios países de nuestro continente y encontrado bastante material y algunas cosas sorprendentes. Ahora estoy sistematizándolo y escribiendo el artículo en sí, con una introducción, la presentación del material con comentarios y conclusiones. Es un trabajo que hay que hacer con lupa, en sentido literal y figurado, pero fascinante.

En Colombia me topé, entre otras cosas, con una edición para ciegos y con un cuento que lleva el título Amor que todo lo olvida, publicado en El Gráfico, vol. 12, no. 602 del 17.06.1922. Desgraciadamente no hay un equivalente a este título en noruego, por lo que no sé de qué se trata ni si existe una edición española. Podría leer los cuentos de Hamsun para ver si el contenido de alguno coincide con el título, pero desgraciadamente no tengo mucho tiempo. Lo más sencillo sería leer el texto en español y, por el contenido, determinar de qué se trata.

He intentado entrar a El Gráfico por internet, sin éxito. Quisiera saber si podrías ayudarme a identificar el diario, fotocopiar el texto y enviarme una copia digital o por telefax a la oficina de mi esposo (cuyo número te daría mañana). Desde luego te daría el crédito y sobre todo quedaría eternamente agradecida. No sería la primera vez que tuvieras una atención para conmigo y mi trabajo.

Espero saber pronto de ti. Mientras, recibe un abrazo y buenos deseos de estas tierras bellas pero oscuras.

Zarina Borresen

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Bogotá, 26 de octubre de 2007

Señora Zarina Borresen
Oslo, Noruega

Querida Zarina:

Siento alborozo al haber logrado localizar el cuento de Hamsum, que hallarás adjunto (en dos hojas de periódico, como fue publicado en 1922 por El Gráfico). Estoy ansioso por leerlo, lo que haré una vez te despache este correo.

El milagro lo obtuvo la carta que envié a la Biblioteca Nacional en solicitud de este servicio, carta que te transcribo al final de este correo. Me gustaría que le enviaras una nota de agradecimiento a Magdalena Santamaría, cuyo mail lo verás en seguida. Ya agradecí a Magdalena su oportuna colaboración.

En tu estudio le darás crédito a la Biblioteca Nacional de Colombia, y si también me contesta favorablemente la Biblioteca Luis Ángel Arango (que es la mayor del país), te pido hacerlo también con esta entidad.

Me complace haber podido servirte.

Un gran abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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Oslo, Noruega, 18 de abril de 2008

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Hola Gustavo:

Muchas gracias por el envío, que disfrutaré este fin de semana. Me encanta Carrasquilla y precisamente hace unos días le contaba a mi hija de un ensayo que hice sobre él en la universidad y cómo mis tíos Jorge y Alicia (1) me habían ayudado con el español de Colombia.

Pensaba escribirte hoy. En primer lugar porque estoy en deuda contigo en cuanto a contarte acerca del conflicto de la Fundación Rulfo con el mundo a propósito del discurso tan conmovedor de Fernando del Paso (2) que me enviaste.

Resulta que hace unos años, al recibir el premio Juan Rulfo, Tomás Segovia comentó que era increíble que Rulfo (lo cual es cierto), sin haber tenido una educación formal, haya escrito lo que escribió. Creo que dijo algo así como que era una especie de milagro, o como el burro que tocó la flauta, y resulta que la familia de Rulfo armó un escándalo. Tan fue así que decidieron que registrarían el nombre de Rulfo y que no permitirían que nadie abusara de él.

Desgraciadamente, abusar de Rulfo es disentir de lo que diga la Fundación (la familia sobre todo), cuyos miembros, también para desgracia de muchos, no son filólogos ni críticos literarios, simplemente su familia.

Yo he tenido suerte hasta ahora y mi relación con ellos es buena, lo que me ha facilitado el acceso a ciertos materiales que me han sido utilísimos. Sin embargo, cuando quise ver la biblioteca de Rulfo «in situ» no quisieron, alegando que habían tenido malas experiencias. Temo que el acceso a estos materiales, que idealmente deberían estar a la disposición de todos, se maneja de manera más visceral que académica, pero ni aun así me valió que mi padre (3) hubiera sido gran amigo de Rulfo ni que le hubiera ilustrado sus obras, así que tuve que imaginarme lo que hubiera querido ver.

Otra parte del conflicto tiene que ver con el premio. También quisieron quitarle el nombre de Rulfo, de ahí el comentario de Fernando del Paso a propósito de que asumía todas las consecuencias de aceptarlo con el nombre original. Lástima que los herederos de Rulfo parezcan tan enrollados en el conflicto que no puedan apreciar que al concederse a gente como del Paso en realidad el nombre de Rulfo se vuelve más prestigioso.

Otro aspecto de la bronca es de lo más surrealista (realista mágico, real maravilloso): los «discípulos» de Rulfo (que no tuvo, era un hombre tan modesto y tan decente que, como la gente de Comala, se daría de maromas en la sepultura si lo supiera), han agarrado una bronca, que yo la llamo «post mortem», con Octavio Paz y sus propios herederos y a cada rato publican notas y artículos atacándolo como para reivindicar a Juan Rulfo. Lo interesante es que circulan sus notas por internet para regocijo de muchos, el mío incluido. Ya te retransmitiré la próxima que reciba para que te entretengas un rato.

Ahora quiero hacerte una consulta muy sencilla: en El coronel no tiene quien le escriba, García Márquez utiliza la frase “huesos sólidos atornillados a tuerca y tornillo”. ¿A qué se refiere exactamente? Ojalá puedas iluminarme.

Entregué por fin la versión final del artículo de Hamsum en América Latina pero no he sabido cuándo sale ni la opinión de la editorial. Creo que salió muy bien y voy a integrarlo a mi tesis, (4) en la que sigo trabajando lo más que puedo para presentarla  este año.

Te envío un abrazo afectuoso,

Zarina Borresen

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(1) Jorge Martínez de Hoyos y su esposa Alicia Caro (o Beatriz Segura de Martínez de Hoyos, la hija de la poetisa Laura Victoria).
(2) Ganador este año del Premio Juan Rulfo.
(3) Ricardo Martínez de Hoyos, famoso pintor de Méjico.
(4) La tesis consiste en establecer paralelos en las obras de Hamsum y Rulfo. Zarina me ofreció enviarme dicha tesis, pero no lo hizo. Desde luego, me hubiera gustado conocerla.

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Bogotá, 19 de abril de 2008

Señora Zarina Borresen
Oslo, Noruega

Querida Zarina:

En el Lexicón de colombianismos (segunda edición, 1983), de Mario Alario Di Filippo, que es una obra muy autorizada en esta materia, encontré la definición de la expresión adverbial «de tuerca y tornillo», que te copio a continuación:

“Ser uno de tuerca y tornillo. Col. fr. fig. y fam. para designar al que no ceja, que es convencido tenaz, que no se amilana con trabajos, que no cede en sus pretensiones, como no cede un tornillo afianzado en su tuerca».

Esta definición es perfecta para el uso que damos en Colombia a dicha expresión (tomada en sentido figurado y familiar, como lo anota el Lexicón). Sin embargo, fíjate que García Márquez no se refiere a una persona, sino a una cosa, los huesos: «Huesos sólidos atornillados a tuerca y tornillo», y cambia la posición a por de.

Cabría la interpretación de que esos huesos se ajustaron con toda precisión. Creo que se trata de una variante de ese colombianismo, aplicada por Gabo. .

Abrazo cordial de

Gustavo Páez Escobar

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ORLANDO CADAVID CORREA

Oriundo de Antioquia. Durante largos años se destacó en la radio colombiana como director nacional de noticias. Se le considera “maestro de maestros” en este campo. Su actuación estelar se cumplió sobre todo en la década del 70, cuando la radio alcanzó su mayor auge en el país. Fue el suyo un periodismo manejado por la ética, la verdad, la independencia y la imparcialidad, virtudes que hicieron de Cadavid Correa elemento respetable en el concierto nacional. E hizo carrera en la radio el esmerado manejo del castellano que él practicaba y al mismo tiempo exigía de quienes estaban a su lado. Trabajó en RCN y en Caracol, con sedes en Medellín y Manizales, ciudad que le dejó hondo recuerdo. También fue director de noticias de Colprensa.

Retirado de la radio, se volvió columnista permanente de periódicos como El Mundo, de Medellín, y La Patria, de Manizales, donde hizo famosa su columna Contraplano. Y es codirector de Eje 21, en asocio con Evelio Giraldo Ospina, periódico digital de Manizales con amplia difusión en todo el antiguo Caldas.

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Bogotá, 14 de octubre de 2008

Señor Orlando Cadavid Correa
Medellín

Apreciado amigo:

He leído con interés tu último artículo publicado en Eje 21. (1) Respecto a la morada final de Ñito Restrepo, muerto en Barcelona (España) en marzo de 1933, anoto que sus restos reposan en el Cementerio Central de Bogotá (a pesar de su ateísmo manifiesto), por gestión del presidente Eduardo Santos, quien los hizo traer por barco hasta la capital colombiana.

Con ocasión de los 70 años del fallecimiento de Ñito, escribí el siguiente artículo en El Espectador. (2) Te pregunto: ¿Por qué Antioquia no ha trasladado a su tierra los despojos de su hijo ilustre? No sería tarde para realizar dicho acto de justicia. Ahora bien: ¿se encontrarán los restos en el cementerio bogotano? Te dejo la iniciativa.

Saludo cordial,

Gustavo Páez Escobar

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(1) Diario virtual de Manizales.
(2) Artículo titulado Ñito Restrepo (El Espectador, 2003).

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Bogotá, 13 de diciembre de 2008

Señor Orlando Cadavid Correa
Medellín

Apreciado Orlando:

Localicé la tumba de Ñito Restrepo en el Cementerio Central de Bogotá. Este dato lo encontré en uno de los tres libros publicados entre los años 2003 y 2006 por la Alcaldía Mayor de Bogotá y la Corporación La Candelaria, sobre el cementerio bogotano de la calle 26, hoy descontinuado y convertido en una obra cultural.

En uno de los libros citados aparece una fotografía de la tumba de Ñito, acompañada de una breve reseña histórica del personaje. Además, se publica un mapa donde se señala el sitio preciso de la tumba. De ambos documentos saqué fotocopias para hacértelas llegar al fax que me indiques. Ojalá las autoridades y la gente de Concordia se enteraran de este hecho singular.

Cuando publicaste hace poco una columna sobre el destacado antioqueño y anotaste que no se sabía dónde se hallaban sus despojos, recordé que yo, a mi vez, había escrito un artículo sobre él con motivo de los 70 años de su fallecimiento. Y recordaba haber leído en la excelente biografía escrita en 1974 por Alirio Gómez Picón que el presidente Eduardo Santos había organizado el traslado de los restos a la ciudad de Bogotá. Te acompaño mi nota de prensa

Fíjate cómo ocurre la historia: hoy en su propio pueblo Concordia es posible que sus autoridades y habitantes ignoren que las ilustres cenizas yacen en el cementerio bogotano, muy lejos de su patria chica. Y quizá sin dolientes que las visiten. (1)

Te envío un cordial abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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(1) Orlando Cadavid escribió sobre la aparición de los restos, la columna titulada La tumba olvidada de Ñito Restrepo (periódicos El Mundo de Medellín, La Patria, de Manizales, y Eje 21, de Manizales, diciembre de 2009).

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Bogotá, 20 de marzo de 2009

Señor Orlando Cadavid Correa
Medellín

Apreciado Orlando:

Ante todo, mil y mil gracias por el envío de la novela de García Aguilar sobre Tulio Bayer. Es una noticia que me causa regocijo.

Otra gran noticia es la relativa a la llegada a tus manos, tiempos ha, de un ejemplar de la novela Bajo la luna negra, de Eduardo Arias Suárez, cuya publicación dirigí por encargo del Comité de Cafeteros del Quindío. El rescate de esta obra no fue fácil. (1) Por aquellos días conocí a la viuda del escritor, Susana Muñoz de Arias, y a sus dos bellas hijas, Rosario y Zafiro. Oí decir que Susana murió hace varios años.

Me quedó la inmensa satisfacción de haber contribuido a este gran suceso literario. Yo había sido galardonado con una presea regional que llevaba por título «Medalla Eduardo Arias Suárez», y desde que la recibí me propuse trabajar por su nombre literario. Y lo conseguí: publiqué dos artículos que tuvieron mucho despliegue en el Magazín Dominical y dirigí la edición de su obra inédita desde hacía 50 años. Soy un ferviente admirador de su obra cuentística.

En lo referente al libro de Carlos Bueno Osorio, el asunto es espinoso. Yo medité un par de días antes de escribir mi nota. (2) Y concluí que debía hacer esta denuncia, bajo una doble consideración: el plagio literario es detestable, fuera de delictuoso, y si Tulio Bayer viviera, hubiera hecho un gran escándalo. Desde luego, en el caso de que él viviera, Bueno Osorio no se hubiera atrevido a semejante acción. ¿Cómo no hablar yo ahora en nombre de Bayer, si estoy tan compenetrado con su espíritu de lucha contra todo lo que se apartara de la verdad y representara un atropello o una sinrazón?

El autor debe responder por su obra, si es que llegara a presentarse algún problema. Hoy la dueña de los derechos de autor es la viuda de Tulio, que hace dos meses volvió a Venezuela. A raíz de mi artículo, apareció en Medellín una cercana parienta de Tulio, de la cual he recibido un emotivo mensaje: se llama Cristina Toro Ramírez, actriz de teatro, además de poetisa con varios libros publicados.

La utilización que el periodista hizo de los textos de Tulio Bayer es manifiesta A mí también me plagió. Te invito a que tomes la página 82, donde dice: «Relata el escritor Gustavo Páez Escobar, que Alfonso López Michelsen calificó…» Pues bien, lo que dice este trozo, en más de una página, y que se hace aparecer como autoría de Bueno Osorio, son palabras mías textuales sacadas de un artículo que publiqué en El Espectador con el título Carretera al mar.

¡Bendita literatura, que nos hace sufrir y gozar!

Un abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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(1) La historia de esta publicación la cuento en el artículo Noticia de una novela quindiana (El espectador, 4-X-2009).
(2) Esta nota se titula Al rescate de Tulio Bayer (El Espectador, 16-III-2009), y en ella me refiero al plagio que el periodista Bueno Osorio hizo de la obra de Tulio Bayer.

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Medellín, 20 de septiembre de 2009

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Muy admirado Gustavo:

Viví en carne propia (puedo decir que me tocó ser testigo ocular) la doble segregación de Caldas. Me iniciaba como redactor de noticias en la entrañable Transmisora Caldas, de Manizales, al lado del gran Eucario Bermúdez. Siempre me pareció justa la causa quindiana, mas no la pereirana. Obviamente, ambos movimientos tenían claros propósitos políticos para satisfacer las vanidades de los caciques regionales: Ancízar, el de doña Cornelia, en Armenia, y Camilo, el de doña Chepa, en Pereira.

Entiendo la lealtad apasionada de don Adel (cuentista sin par) con Caldas, departamento del que fue secretario de educación; donde nacieron sus hijos y nietos; en el que hizo radio y ejerció a plenitud el periodismo. El hombre de la pipa era muy querido, acatado, respetado y admirado en el medio manizaleño. Don Adel nunca quiso cambiar su cédula porque en ella aparecía nacido en Armenia, Caldas, como en efecto lo fue. Algo parecido hizo el director de la tierna revista El Niño, si mal no estoy.

Claro que la empingorada clase dirigente de Manizales tuvo la culpa porque con su conducta apática por las provincias hermanas facilitó la disgregación de las dos regiones y dieron muerte políticamente a la mariposa verde a la que le cantó divinamente don Luis Carlos González, que en gloria esté.

Un abrazo,

Orlando Cadavid Correa

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Bogotá, 20 de septiembre de 2009

Señor Orlando Cadavid Correa
Medellín

Apreciado Orlando:

En efecto, estos intentos separatistas suelen darse de tarde en tarde en el mapa del antiguo Caldas, tal vez como herencia del pasado. No hay que olvidar que la separación del Quindío tuvo entre sus causas principales la prepotencia de la clase dirigente manizaleña hacia la olvidada provincia. Uno de quienes se opusieron a la separación fue el escritor quindiano Adel López Gómez, quien desde su columna de La Patria arremetió contra las campañas separatistas.

Ya producido el hecho, se negó a admitir su desafiliación de Caldas: de ahí en adelante, hasta el fin de sus días, siempre se proclamó como nacido en Armenia (Caldas). Esto, desde luego, era terco fanatismo suyo, pero pone en evidencia los forcejeos que se vivieron por aquella medida. La historia es caprichosa.

Feliz domingo.

Gustavo Páez Escobar

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LUIS EDUARDO GALLEGO VALENCIA

Nació en 1941 en Villahermosa, Tolima, Colombia. Estudió Ciencias Económicas en la Universidad Nacional de Colombia, recibió el título de economista en 1965. En su actividad profesional desempeñó cargos directivos en el sector público y privado, en entidades como el Instituto de Reforma Agraria, Incora (1964-66), el Servicio Nacional de Aprendizaje, Sena (1966-75), la Secretaría de Hacienda de Bogotá (1987-88), y en empresas privadas como Avianca (1977-78), antes de ingresar a la docencia y la dirección académica en reconocidas universidades del país. Fue profesor de Historia del Pensamiento Económico, Historia Económica de Colombia, Historia Contemporánea. Ejerció como decano de la Facultad de Economía en la Universidad de La Salle (1982-87), decano de la Facultad de Ciencias Económicas en la Universidad Los Libertadores (1992-99). Desde entonces está dedicado a la investigación histórica y literaria.

(Texto tomado del libro El último encomendero, 2007).

Libros: El último encomendero, El enigma del Nevado, entre otros.

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Bogotá, 16 de octubre de 2007

Señor Luis Eduardo Gallego Valencia
La Ciudad

Apreciado Luis Eduardo:

Gratísima sorpresa me ha traído la noticia sobre El último encomendero. (1) Desde la vez que nos vimos en la feria del libro, hace ya sus buenos años, nos habíamos perdido de vista. Pero siempre te he recordado con afecto. Evoco con especial cariño el encuentro contigo y con Alirio (fue la última vez que vi a tu hermano) en mi casa de la avenida 19 con calle 136. La ola de invasión comercial transformó aquel sector, y yo tuve que salir disparado hacia un sitio más tranquilo, que hoy también ya perdió la tranquilidad. En Bogotá nada se queda quieto.

Te reitero mi cordial congratulación por tu libro y te animo a proseguir en la trilogía que te propones cumplir en el campo histórico-novelístico de la colonización.

Los viejos tiempos que vivimos en el Quindío en compañía de entrañables amigos ya desaparecidos, entristecen la memoria y permiten, por fortuna, sentirnos gratificados con la dicha inmensa de haber compartido las causas nobles del espíritu al calor de alegres tertulias literarias y de comunes inquietudes espirituales. Ese Quindío es imborrable, y también insuperable.

Leí con emoción tu carta a Jaime Lopera alrededor de este aspecto, como sobre las fondas de antaño que se robó la metamorfosis del tiempo. Euclides Jaramillo Arango, maestro del folclor regional, rescató en su obra esas preciosas acuarelas que hoy parecen quimeras en medio de los campos azotados por la droga y la violencia.

A propósito de La casa de las dos palmas, que citas en una de tus cartas, quiero contarte que cuando se contrató dicha obra, con motivo del premio Rómulo Gallegos que acababa de ganar, yo estaba en conversaciones con RCN para llevar a la televisión mi novela Alborada en penumbra, cuyo prólogo es de Euclides Jaramillo Arango. La programadora estaba muy contenta con el éxito de Destinos cruzados, mi primera novela, logrado por un elenco estelar bajo la dirección de David Stível, y de ahí el interés de RCN en mi otra obra. Después se fue el ejecutivo clave de dicho canal, se retiró Fernando Soto Aparicio como libretista, y así concluyó mi incursión en la pantalla chica.

Hago votos por tus éxitos y, como siempre, te repito mi constante amistad.

Gustavo Páez Escobar

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(1) Novela sobre la colonización antioqueño, de Luis Eduardo Gallego.

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Bogotá, 28 de octubre de 2007

Señor Gustavo Páez Escobar
La Ciudad

Apreciado amigo:

Te renuevo mi sentido agradecimiento por tu nobleza conmigo. En efecto me llamó el maestro Otto Morales Benítez para felicitarme con su voz de aliento y recordar tertulias con Alirio cuando era el presidente de la Junta Pro Universidad del Quindío, aquí en Bogotá, de la cual yo era su secretario de actas y él ministro de Agricultura. Me contó que va a la oficina todos los días y sigue tan activo y campante como nunca. ¡Imagínate el compromiso mío de hablar con tal autoridad en materia de colonización antioqueña!

Tu novela me tiene cautivo e insisto en leerla en forma especial degustando la poesía y la magia del ambiente. Es una obra de arte. Es hermosa, preciosa. Pulida y armónica. Tiene un ritmo que marca el paso del lector y lo pierde en nebulosas de ensueños. La fuerza de los actores es arrasadora. La figura prepotente de unos que contrastan con la intelectualidad de los otros. Veo por allí tu gestión de banquero honesto y luchador en ambiente tan hostil y hermoso al tiempo. Y el amor, siempre con sus contradicciones, paradojas eternas.

No quiero incurrir en esa crítica de uno de tus personajes de la novela acerca del elogio entre escritores. ¿Pero quién más que el que puede escribir una crítica literaria puede expresar en palabras, sentimientos y emociones que surjan de una lectura sino ellos?

Mi esposa me pelea por iniciar yo la lectura de tu novela. La tengo en turno. Aún recuerda ella la telenovela Destinos cruzados, como si fuera ayer.

Te envío un abrazo afectuoso,

Luis Eduardo Gallego Valencia

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JUAN JOSÉ GARCÍA POSADA

Nació en Antioquia. Periodista y profesor titular y emérito de la Universidad Pontificia Bolivariana. Columnista del periódico El Colombiano. Jefe de la editorial y la librería de la Universidad Pontificia Bolivariana. Miembro asesor en Comunicaciones del Celam. Miembro de la Academia Antioqueña de Historia. Autor de varios libros.

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Bogotá, 18 de marzo de 2009

Señor
Juan José García Posada
Medellín

Apreciado Juan José:

Esperanza Jaramillo García me hace el honor de mencionar mi nombre como literato quindiano en el correo que envía a usted y del cual me ha hecho llegar copia. En efecto, mi vinculación durante 15 años a la comarca quindiana como gerente de un banco fue propicia, además, para iniciar mi carrera literaria y periodística. Allí publiqué mis primeros libros (hoy llevo doce títulos en los géneros de la novela, el cuento, el ensayo, la biografía y la crónica de viajes). Al mismo tiempo comencé a escribir en El Espectador y en La Patria, y varios de mis cuentos iniciales fueron acogidos por el Magazín Dominical en su época dorada

Mucha tinta ha corrido desde aquella remota década del 70. Hoy vivo en Bogotá, desde hace 26 años. A pesar de la distancia geográfica y del discurrir de los años, mantengo inmenso cariño por el Quindío y su gente. Muchas cosas han cambiado allí, entre ellas, la desaparición de los viejos escritores de la región. Hoy sus obras ya no se nombran ni han vuelto a imprimirse. Se desconoce a viejas figuras de las letras.

Por ejemplo, pocos saben que Eduardo Arias Suárez fue el primer cuentista que tuvo el país. Yo dirigí, con el patrocinio del Comité de Cafeteros del Quindío, la publicación de la novela de Arias Suárez Bajo la luna negra, que llevaba 50 años inédita. La novela Un campesino sin regreso, de Euclides Jaramillo Arango, que en su momento fue catalogada como gran obra de la violencia, apenas tuvo la edición inicial. Las generaciones actuales no la conocen. Otro notable novelista, Jaime Buitrago Cardona, dejó una trilogía excelente (una de tales novelas se ganó un premio nacional), y hoy nadie lo nombra.

En 1998 publiqué mi novela La noche de Zamira, sobre el drama que vivió la región por causa de la bonanza cafetera. La obra fue presentada en la Universidad del Quindío, el periódico La Crónica del Quindío le dedicó un editorial, y recibió excelentes comentarios. Once años después, pocos saben que existe esa obra.

Los libros didácticos de Nodier Botero Jiménez y Carlos Alberto Castrillón ni siquiera la mencionan. En cambio, se refieren a una novela mía de juventud, escrita a los 17 años en Tunja, que tiempo después fue adaptada como telenovela nacional, y que nada tiene que ver con el Quindío.

Deseo obsequiar a usted mi última novela, publicada hace dos años, Ráfagas de silencio, que tiene como escenario la selva y como personaje al médico guerrillero Tulio Bayer, de quien fui amigo personal. Esta obra ha recibido diversos comentarios, entre ellos en El Mundo, de Medellín, y en Eje 21, de Manizales. Suminístreme, por favor, su dirección para hacerle el envío.

Supe de su conferencia en Armenia y de la tesis que presentó acerca de la ausencia de la novela quindiana. Ojalá los promotores de la cultura regional profundicen más en este terreno. Por lo pronto, falta una gran labor de divulgación sobre los escritores del pasado, que dejaron obra valiosa y que los nuevos tiempos la desconocen.

Con un cordial saludo,

Gustavo Páez Escobar

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Medellín, 18 de marzo de 2009

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Leído y estimado escritor:

Muchas gracias por su mensaje. Sería magnífico reeditar una selección de obras literarias de autores quindianos como los que usted menciona, en una sola colección, con las suyas incluidas, por supuesto. He leído muchos artículos de su autoría, en El Espectador, desde hace años. Por anticipado le agradezco el envío de su libro más reciente.

El médico Tulio Bayer siempre me ha despertado interés. Él mismo hace tiempos me envió dos de sus obras, Gancho ciego y San Bar, vestal y contratista. Con Medellín tuvo nexos muy especiales en su juventud, pues si no me equivoco estudió Medicina en la Universidad de Antioquia.

Bien. La idea de reunir el conjunto de las novelas y los cuentos y obras en otros géneros escritos por autores quindianos podría fructificar con la ayuda de no pocas personas de Armenia. Cuando hablé de una inmensa novela en busca de autor, en la ponencia que presenté hace algunos días en el Museo Quimbaya, de ningún modo pretendí desconocer o desconceptuar a intelectuales que han escrito sobre la región. Más bien quise enfatizar en que el paquete turístico es liviano e incompleto si carece del componente literario.

Con un cordial saludo,

Juan José García Posada

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Bogotá, 19 de marzo de 2009

Señor Juan José García Posada
Medellín

Apreciado Juan José:

Entiendo muy bien su posición. La idea de reeditar en una sola serie la obra de los escritores notables del Quindío es magnífica. Eso es lo que debería hacerse, pero no se hace. Eso es lo sustantivo de la cultura de los pueblos. Lo demás es especulativo.  Ojalá Esperanza Jaramillo García se encargue de tocar el nervio de los escritores y críticos del momento para que germine la idea. Me agrada mucho este diálogo con usted. Servientrega le lleva mi último libro.

Un brazo,

Gustavo Páez Escobar

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LAURA GARCÍA

Nació en Colombia en 1985, pero hace muchos años vive en Chile. Está dedicada por completo a la literatura. Articulista de varias revistas. Escribe en forma regular para El Espectador, de Bogotá. Ella misma se define así: “También soy una enferma terminal en literatura. No existen tratamientos ni curas científicas o mágicas para esta enfermedad. Pero no sientan lástima, ni pena: me expuse al contagio sabiendo de antemano las consecuencias”.

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Buenos Aires, Argentina, 15 de noviembre de 2008

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Estimado Gustavo:

Leí por accidente, pero con especialísimo deleite, su columna titulada Periodismo cultural. Me llamo Laura García. Tengo 23 años. Nací y viví en Colombia hasta los 17 años y desde hace 6 vivo en Santiago de Chile y actualmente en Buenos Aires, donde estudio Licenciatura en Letras en la Universidad de Buenos Aires.

Sin embargo, decirle desde qué edad escribo y leo con pasión es muy grosero (los 7 años), pero no lo será decirle que desde esa misma edad vengo peleando, en una batalla decepcionante, con la falta de cultura en el periodismo y posteriormente en internet. Para cuando empecé a leer diarios y a internalizar cuestiones como la importancia del acervo cultural (en el sentido más RAE de la palabra, es decir, «cultivo»), ya eran los años 90 y más y ya el periodismo empezaba a entrar en una decadencia que hoy parece no ser más y aun así uno se sorprende todos los días.

Si tuviera que hablar de nuevo de este tema (pero no, porque se puede volver monotemática la columna, qué lástima), pero si tuviera que hacer un periodismo cultural 2, yo diría que habría que tocar el tema, indiscutidamente, de los poquísimos jóvenes que peleamos por un uso correcto del idioma español y más allá de eso, por la demostración de educación mínima básica a la hora de escribir. No solamente las secciones de comentarios. ¡Y no solamente en Colombia!

Yo he tenido que soportar en Chile la corrección de los exámenes de chicos que escriben como hablan: peor que en Colombia. Acá en Buenos Aires se respira un poco más de interés en la cultura, pero el periodismo televisivo es una porquería, al igual que ciertos medios escritos. ¿Qué nos pasa? Es un mal latinoamericano.

Su columna me sorprendió en un momento de mucha elaboración de este tema, de la relación periodismo-cultura, de la relación literatura-cultura, inclusive y sobre todo, el desagradable papel que me achacan muchos –y los justifico– por ser joven y relacionarme directamente con ese mundo de incultura.

Se lo digo, además, desde la posición de alguien que trabaja como correctora de estilo, desde la posición de una lectora inquieta, no sé si exigente, aunque puede ser, pero digamos que inquieta. ¡Qué molestia es leer diariamente la incultura! Yo me pregunto y comparto con usted esta pregunta, ya que elaboró tan bien este tema en su columna: ¿Por qué nos vemos obligados a escarbar y raspar hasta encontrar un poquito de cultura en lo que leemos, en lo que la gente habla, en lo que la gente escribe?

Es cierto que internet ha masificado y «democratizado» el uso de la palabra, y esta se convirtió en objeto que cualquiera toma y desgasta y asesina sin compasión.

Para mí la palabra es herramienta, material de arte, de creación artística, de cultura. A veces –y lo digo con toda la carga social, cultural y política que me puede acarrear el sólo hecho de pensarlo– creo que es necesaria la dictadura de la educación.

Un gusto haber leído esta columna, en el momento preciso y con un tema que debería discutirse mucho más todavía. Si puede y tiene un tiempo, lo invito a visitar mi blog literario.

Un saludo desde Buenos Aires.

Laura García

Revista Literaria Arco Libris

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Bogotá, 16 de noviembre de 2008

Escritora Laura García

Buenos Aires, Argentina

Admirada Laura:

Honda sorpresa y fascinación me produjo su amable e interesante mensaje sobre mi columna Periodismo cultural. No es fácil hallar personas de esta época que tengan ideas tan firmes sobre la cultura como las suyas. Veo que usted posee desde muy tierna edad una vocación nítida hacia la lectura y la literatura, incentivada por su estupenda abuela Elvia que le sembró en la niñez la pasión por los libros y más tarde le presentó temas de discusión en torno a obras y autores sobresalientes de las letras colombianas.

Aplaudo tanto más su caso por cuanto es usted una joven de 23 años, y ya está formada en la disciplina humanística. Y no se conforma con el desempeño que ha tenido en este campo, sino que continúa su formación con la Licenciatura en Letras que cursa en la Universidad de Buenos Aires. Es tan evidente su inclinación por las letras, que en los datos de su blog hace la siguiente advertencia: «Enferma terminal de literatura. No existen tratamientos ni curas científicas o mágicas para esta enfermedad. Pero no sientan lástima, ni pena: me expuse al contagio sabiendo de antemano las consecuencias». ¡Envidiable enfermedad la suya, admirada Laura! Esto merece una sincera felicitación y una entusiasta voz de estímulo para que continúe  adelante cosechando nuevos triunfos.

Yo soy, como verá, una persona adulta (un «adulto mayor» nos llaman ahora, tonto eufemismo que siempre me ha causado gracia) que lleva recorrido un largo itinerario en las letras y en el periodismo. Sentí, como usted, muy temprano el llamado a la literatura, lo cual equivale a decir que nuestros casos son similares. Cuando usted tenga mi edad, qué cúmulo de realizaciones habrá ejecutado, si su voluntad y su empuje son hoy tan entrañables y vigorosos.

De la página web que preparo para recoger mi obra literaria y periodística, le acompaño, para que tenga una visión sobre mis andanzas en estos terrenos, los dos capítulos que encontrará al final de este correo. Y le envío como documento adjunto una columna reciente donde describo cómo fueron mis inicios en las letras. Nada fáciles, por cierto. Pero tan decididos e indeclinables como los suyos, formidable Laura

Da la casualidad de que un hijo mío, que también lleva el nombre de Gustavo (y es amante de la lectura, ¡de tal palo, tal astilla!), adelanta un MBA en la Universidad de Palermo de Buenos Aires. Ojalá se conocieran. A él le estoy enviando copia de este correo, y en él encontrará usted su dirección electrónica.

Le repito mi satisfacción por haber tenido la oportunidad de enterarme de su espíritu altruista –de lucha, de progreso y esperanza– en una actividad que a los dos nos apasiona.

Cordial abrazo de

Gustavo Páez Escobar

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ALBERTO GÓMEZ ARISTIZÁBAL

Oriundo del departamento de Caldas, pero residente buena parte de su vida en Cali. Al lado de su profesión médica ha ejercido el periodismo en revistas por él fundadas: Micrótomo, El Dedo, Correo Médico, La Píldora. Pertenece a una de las primeras promociones médicas de la Universidad de Caldas. Entre sus anécdotas está la de haber pasado tres días en un calabozo de Manizales siendo estudiante de medicina en el gobierno de Rojas Pinilla, por haber publicado un editorial contra el régimen, a raíz de lo cual le fue clausurado Micrótomo, que dirigía en asocio con Miguel Arango. Acto seguido fundaron El Dedo, y al caer la dictadura volvió a salir Micrótomo. Radicado en Cali, creó La Píldora, simpática publicación que combina el gracejo con los temas médicos, con las crónicas amenas, con la poesía, la historia y la filosofía, y que al momento de hacer esta reseña ha cumplido más de treinta años de labor continua (con el número 159 de abril-mayo de 2012).

Alberto Gómez Aristizábal, una personalidad inquieta y versátil, y una mente libre, original y creativa, es además poeta, historiador, amante de la música, abanderado de la causa médica y dotado de una excelente memoria sobre los sucesos que han circulado a su alrededor. Y con una gran virtud: sabe escribir en broma y en serio.

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Cali, 23 de agosto de 2007

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Estimado Gustavo:

Acabo de recibir tu novela, que agradezco, máxime cuando leo en la solapa tu relación con Tulio Bayer, quien fue profesor mío en los tres primeros años de mi carrera médica en la Universidad de Caldas. Además fue mi gran amigo pues por su segundo apellido Jaramillo era primo hermano de mis mejores amigos manizaleños.

Compartimos muchas charlas. Su esposa era una linda paisita a quien él llamaba Bambi. En tres oportunidades me invitaron a degustar sus fríjoles con arepa de mote. Cuando vino su separación se «arrejuntó» con una bella hetaira manizaleña y el Día Panamericano del Médico la presentó en el Club Manizales como su esposa. Los médicos de la vieja guardia estaban encantados con ella, por su charla, su belleza, etc.

Cuando supieron de quién se trataba, expulsaron al doctor Bayer de sus cátedras de Física Médica y de Farmacología. Protestamos algunos estudiantes, y yo, que era director del periódico de la facultad, Micrótomo, publiqué varios artículos defendiendo al profesor.

Algunos profesores quedaron enemistados conmigo. Ernesto Gutiérrez Arango (el mismo de los toros), que era el decano, nunca me volvió a dirigir la palabra.

Tengo muchas cartas que escribió Bayer desde la Universidad de Harvard cuando adelantaba sus estudios de Farmacología y estaba ligado a una hermosísima gringa que había sido profesora de inglés en la Universidad de Caldas.

Ya en su aventura selvática me contaba de su nueva mujer venezolana a quien él llamaba Tanque y lo acompañó los primeros años en París, él como traductor de Le Monde. En una charla con Gabriel García Márquez, hace como 10 años, me contó que hablaron en París en varias oportunidades y que Bayer terminó en un hospital en calidad de paciente y ejerciendo una labor humanitaria, pues se encargaba de afeitar, curar y lavar a los enfermos más desvalidos.

Él tenía una enfermedad cardiaca congénita, acompañada de un huracán en el corazón que nos hacía escuchar en algunas de sus clases. Muchas veces me manifestó que por esta causa moriría joven. Hoy esta dolencia es fácilmente tratable con cirugía.

Cuando murió escribí un ensayo en el periódico de la Asociación Médica, que te enviaré dentro de unos 15 días cuando salga la edición 137 de La Píldora, que ya está en imprenta.

Dentro de dos meses, edición 138, espero comentar tu novela, que promete ser interesante. Agradezco mucho este detalle y me sumiré en su lectura.

Alberto Gómez Aristizábal

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Bogotá, 23 de agosto de 2007

Doctor Alberto Gómez Aristizábal
Cali

Apreciado Alberto:

Qué cosas interesantes dices sobre Tulio Bayer. Varios de esos episodios ya los conocía, tanto por habérmelos contado él, como por haberlos leído en su estupendo libro Carta abierta a un analfabeto político.

Tanque, su última mujer, la venezolana, le fue fiel hasta el día de su muerte. No volví a saber nada de ella. Es posible que haya regresado a Venezuela, e incluso que haya fallecido. Tanque, al ver que Tulio no despertaba a la hora de costumbre, fue a observarlo y lo encontró muerto en la cama: había fallecido de un infarto durante el sueño. Así se cumplió su presentimiento.

Al publicar mi novela, quise hacer contacto con familiares suyos en Manizales. Esta familia está bastante extinguida. Su hermano Javier, que era dueño de una fábrica de baldosas, murió hace varios años. Logré localizar a una hija de Javier, María Emilia Bayer, que trabaja como médica en Chinchiná y que se puso muy contenta con la noticia de la novela. Ella es una gran admiradora de su tío Tulio, a quien no conoció, pero sus causas humanitarias la cautivaron.

Tulio también tenía varias tías monjas, hoy también muertas. Yo mantuve estrecha amistad con una de ella, sor Inés de la Dolorosa, una monja intelectual y con ideas audaces, que le siguió los rastros a su sobrino guerrillero y mucho lo quería. En fin, la vida se nos va volviendo un entorno de cruces.

Mucho apreciaré el ensayo que escribiste en el periódico de la Asociación Médica. Poseo muchas cartas y recortes de prensa que Tulio me envió pocos meses antes de morir, y que yo le había solicitado con el propósito de escribir su biografía, idea que no he podido hacer realidad por faltarme más investigación sobre su vida. Mientras tanto, he dado a la luz la novela donde se refleja su personalidad antes de meterse a la guerrilla. La ficción nos permite a veces recuperar el alma de la gente y de los sucesos que no podemos presentar con la fidelidad deseada.

Espero que Ráfagas de silencio te haga recordar a nuestro grandioso amigo.

Con mi cordial saludo,

Gustavo Páez Escobar

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Cali, 13 de septiembre de 2007

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Estimado Gustavo:

Hoy coloqué en Servientrega dos ejemplares de las últimas Píldoras. En la próxima publicaré un comentario sobre tu magnífica novela, que leí con sumo deleite. Te iba a enviar unas 15 cartas de Bayer, escritas desde USA, pero se cumplió una de las leyes de Murphy: no las encontré.

Siquiera no hablaste con el hermano de Bayer, era un hombre al parecer correcto, físicamente no se parecían en nada y Tulio lo había demandado porque dizque se había apoderado de la mayor parte de la herencia del papá. No se podían ver.

Soy muy amigo de su primo Germán Lentijo Jaramillo. Lo único que él podría agregarte fue la adolescencia de Bayer, pues empezó a crecer de una manera alarmante y presentaba gran debilidad, por lo cual doña Gabriela Jaramillo, la mamá de Germán y hermana de la mamá de Bayer, lo tuvo un año en la finca por los predios de Neira. Todo lo otro es lo que conocemos, y en el escrito que hoy te mando creo que no vas a encontrar nada nuevo.

Nuevas felicitaciones por tu magnífico libro que ahora lee mi esposa y me manifiesta que le está gustando bastante.

Alberto Gómez Aristizábal

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Bogotá, 13 de septiembre de 2007

Doctor Alberto Gómez Aristizábal
Cali

Apreciado Alberto:

Cuando aparezcan las cartas de Bayer, que tienen que aparecer, me encantaría conocerlas. Yo guardo muchos papeles suyos, que en estos días he vuelto a repasar para refrescar la memoria del dilecto amigo. He puesto en turno Carretera al mar, que leí hace varios años, y que ahora, publicada mi novela, deseo releer para extraer nuevos temas de meditación sobre su inconformidad inicial como médico en una zona de conflicto.

Yo conocía la rivalidad de los dos hermanos, pero ignoraba la demanda de Tulio en torno a la herencia paterna. Una hija de Javier es la médica María Emilia Bayer, que ejerce su profesión en Chinchiná y con quien hablé hace poco con motivo de la publicación de mi libro. En una de sus cartas, Tulio me contó la siguiente historia:

María Emilia no conoció a su tío y su imagen era borrosa, entre otras cosas por su residencia en París. Cuando iba a casarse la médica, ella le envió una tarjeta de participación, y Tulio, como regalo de bodas, le mandó el manuscrito de Carta abierta. Obra que le causó gran impacto, hasta el punto de compenetrarse con las ideas y los sentimientos de su tío y convertirlo de ahí en adelante en un ídolo.

Como su papá representaba al burgués y su tío al proletario, y además los dos hermanos se mantenían en rivalidad, parece que esta circunstancia le creó una gran perturbación emocional a María Emilia, entre otras cosas porque su predilección se inclinaba hacia Tulio.

Desde hace varios años la médica vive en forma modesta en Chinchiná, y está enferma. Hoy se queja de que su mamá no hizo un buen reparto de la herencia de Javier y se quedó con la mayor parte del capital. Es decir, se repite la historia de las herencias en la misma familia, con una lección irónica de por medio.

Sobre la altura exagerada de Tulio, me contaba el escritor caldense Ebel Botero, ya fallecido, que ese fenómeno le creó un complejo en sus años de estudiante en el Colegio de Nuestra Señora, de Manizales, y ese hecho podría haber contribuido a formarle el germen de rebeldía que con el tiempo lo desubicaría en la sociedad.

Desde ahora, mil gracias por las últimas Píldoras, que leeré con mucho deleite. Y mil gracias por tu concepto estimulante sobre Ráfagas de silencio, obra que espero sea también del agrado de tu esposa.

Cordial saludo de

Gustavo Páez Escobar

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Cali, 17 de septiembre de 2007

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Estimado Gustavo:

Recibí tu mensaje. En efecto, dos hermanos míos se graduaron de agrónomos: Álvaro y Roberto. Horacio Gómez Aristizábal no es familiar mío. He leído varios libros de él y lo admiro.

Micrótomo (esdrújulo, un aparato para hacer cortes anatómicos de biopsias) fue un periódico de mucha trascendencia que fundé con Miguel Arango y al cual Bayer se refiere en Carta a un Analfabeto… cuando dice que como yo había escrito un editorial en donde señalaba a Rojas Pinilla como asesino, él nos escribiría uno con el camuflaje de los términos médicos. Escribió: «Leucopoyesis y Síndrome de Banti» (allí iban los leucocitos, que éramos los médicos, y se hablaba de la sangre derramada, etc.),  pero Miguel y yo estuvimos tres días en los calabozos de SIC (1) y nos cerraron a Micrótomo. Yo, entonces, para no quedarme callado, fundé El Dedo (una especie de La Píldora) y cuando cayó Rojas Pinilla volvimos a publicar Micrótomo, con el Dedo como suplemento. Bayer escribió algunos artículos.

Ya en Cali fundé con el doctor Carlos LLano Cadavid a Correo Médico, de proyección nacional, por 9 años y de ahí, por la época de Mandato Claro, le di nacimiento a La Píldora (bimestral) y no ha dejado de circular por el cariño que los lectores le brindan.

Guardé en el archivo tu buen Monumento al pie para futura publicación.

Anoche mi mujer terminó de leer tu novela, sinceramente le encantó pues Ia devoró casi sin parar.

Saludos,

Alberto Gómez Aristizábal

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(1) Servicio de Inteligencia de Colombia, que después fue sustituidos por el DAS.

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ESPERANZA JARAMILLO GARCÍA

Nació en Manizales el 24 de enero de 1949. A la edad de 12 años se trasladó a Calarcá, donde hizo los estudios de bachillerato, se casó, vio crecer a sus hijos e inició su vida laboral. Es quindiana por adopción. Ella dice que “quindiana de corazón”. Así es. Después de ser gerente de dos bancos en Calarcá y Armenia se trasladó con la misma posición a Bogotá, y ya jubilada regresó al Quindío. Fue la primera directora de la Casa de la Cultura de Calarcá. Desde tierna edad sintió su vocación por la poesía. Su primer libro, Caminos de la vida, fue publicado por la Gobernación del Quindío en 1979. También ha incursionado en la novela, con el título Brazalete de las ausencias y los sueños (2002), la que mereció el siguiente concepto de José Luis Díaz Granados: “Es el primer cuento de hadas que conozco que se escribe con crudeza, con el corazón y las entrañas en la mano, de manera descarnada y en ocasiones llena de áspera poesía”.

Hoy disfruta de la placidez de la campiña quindiana en medo de paisajes y ensueños y dedicada al cultivo de su inspiración y a la actividad cultural de la comarca. Su vena poética le viene de sus abuelos Juan Bautista Jaramillo Meza y Blanca Isaza de Jaramillo Meza, al lado de los cuales vio transcurrir sus primeros años en su cuna nativa. En la revista Manizales, fundada por ellos, ha publicado varios de sus poemas.

Libros: Caminos de la vida, El brazalete de las ausencias y los sueños, Testimonio de la ilusión, Abecedario del viento.

 

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Armenia, 14 de agosto de 2007

Apreciado Gustavo:

Terminé el domingo de leer con profundo placer tu novela. La poesía y la novela son para mí los géneros que más me agradan. Sobre tu obra debo decirte lo siguiente:

1) El tema es apasionante y todas las situaciones las manejas con gran realismo.

2) Se siente el ambiente, el calor, el fango, la algarabía de los animales; se vive cada instante de manera vehemente.

3) Los personajes están muy bien definidos, cada uno transita por la historia manteniendo su sello, su impronta.

4) Créeme que llegué a pensar que era cierto tu romance con Zulema y verdadera la existencia del hijo.

5) Como ex funcionaría del sector financiero, me identifico plenamente con tus conceptos sobre el aspecto laboral y en el trato que recibió Vicente Lizcano por parte de sus jefes. Esa es la realidad que nos correspondió vivir durante muchos años.

6) Manejas un fino erotismo, sutil y hermoso. Eso somos los seres humanos. Tu arte consiste en mantener el tono, la armonía, sin caer en la ordinariez.

7) No encontré ni un solo adverbio terminado en mente.

8) El manejo del idioma y de la puntuación son impecables. Utilizas palabras hermosas, exaltas el castellano tan maltratado en estos días.

No soy crítica literaria, pero sé deleitarme con aquello que muestra talento y maestría. Mi querido Gustavo, sentí pesar cuando terminé de leer Ráfagas de silencio. Es una bella novela. ¿Fue Tulio Bayer un personaje tan singular, valiente y maravilloso como lo describes? He leído con agrado los comentarios que me has enviado.

Felicitaciones efusivas extensivas a Astrid y a tus hijos. Se trata de un logro familiar muy importante.

Un abrazo,

Esperanza Jaramillo García

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Bogotá, 8 de agosto de 2007

Señora Esperanza Jaramillo García
Armenia

Querida Esperanza:

¡Cómo me alegran tus palabras! Veo que has leído con mucha atención mi libro. Y te ha conquistado. El hecho de llegar a ver como cierto el romance con Zulema y la concepción del hijo indígena, indica que la historia ha adquirido el grado de realismo que debe transmitir la verdadera novela.

Muchos creerán que el Vicente Lizcano de la novela es el mismo autor de la obra. Sí: pero no en su totalidad. Como sabes, el novelista se transmite, o transmite a los demás por partes, es decir, en personajes en quienes pueden coexistir diferentes facetas. Me preguntas si Bayer fue el «personaje singular, valiente y maravilloso» que describo. Te contesto: fue eso y mucho más, hasta adquirir la categoría de leyenda.

Hoy almorcé con Jorge Mario Eastman y Augusto León Restrepo, exdirector de La Patria, y coincidimos en señalar a Tulio Bayer como un hombre excepcional.

Los valores morales que se afirman en la obra dentro de la vida bancaria, brotan de mi propia vivencia como gerente de banco durante largos años. Señalar el desvío de esos valores es una nota de protesta que tanto tú como yo podemos lanzar cuando se atropellan, como nos tocó presenciar o vivir, las normas morales y éticas.

En fin, me siento confortado con tus palabras.

Te envío un cordial abrazo.

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, 29 de julio de 2008

Señora Esperanza Jaramillo García
Armenia

Apreciada Esperanza:

Te repito el envío de mi columna sobre Sarajevo. Para mí también fue una sorpresa la aparición, después de varios años de silencio, de Luis Eduardo Gallego Valencia, el hermano de Alirio. Luis Eduardo ha publicado dos novelas recientes, con fondo histórico, sobre la coIonización antioqueña, obras que me agradaron.

Ya mi querida amiga Inés Blanco me había contado su encuentro contigo en Roldadillo, y el servicio que le prestaste al llevarla en tu carro hasta Armenia, donde tomó el avión de regreso a Bogotá. Ella es una gran poetisa. El ambiente de su obra es romántico, sentimental, y prevalece en todos sus libros el tono de la nostalgia y el recuerdo.

Hice notar a Jaime Lopera Gutiérrez la ausencia de un registro sobre mi obra literaria en relación con el Quindío, ante la afirmación que hacen Nodier Botero y Carlos A. Castrillón respecto a que en el Quindío no existe una novela sobre el café. ¿Qué significa, entonces, La noche de Zamira? Buena o mala, es de todas maneras una obra sobre el café. Me parece que ellos no sabían que existía dicha novela.

Hoy el clima literario que existe en el Quindío es muy distinto al que viví en mis viejas épocas en la región. Muchas cosas se han desdibujado, lo cual es natural que ocurra con el transcurso de los años. Lo que no está bien es que se ignore la obra de quienes hicimos parte integral de la literatura quindiana.

Un gran abrazo, querida Esperanza.

Gustavo Páez Escobar

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Armenia, 14 de marzo de 2009

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Apreciado Gustavo:

Espero que te encuentres muy bien de salud, de igual manera Astrid y toda tu prole. Quiero contarte que en estos días reapareció Luis Eduardo Gallego Valencia.

No sé si has oído hablar de Juan José García Posada, catedrático de la Universidad Bolivariana, escritor y completamente dedicado a la vida académica Su esposa es del Quindío, no la conozco aún, pero soy amiga de uno de sus cuñados llamado José Femando Ramírez Cortés. Juan José tiene una casa de campo por Pueblo Tapao y se ha vinculado con algunas conferencias a la región.

Hace poco dictó una conferencia en el Museo Quimbaya cuyo enfoque anunciado era el turismo, pero que para mi sorpresa el elemento fundamental de la misma fue, según su concepto: la ausencia de la novela quindiana.

La verdad no sé qué es lo que denominan últimamente como novela quindiana. Si es el hecho de que sea escrita por un quindiano, por alguien del Eje Cafetero o si se refieren a temas de la colonización.

Por lo mismo y con el deseo de exaltar tu obra y la de Luis Eduardo, que bien se lo merecen, le acabo de comentar telefónicamente al señor García Posada que tú eres más quindiano que cualquiera, lo mismo Luis Eduardo.

Gustavo, ¿es Destinos cruzados la novela que se desarrolla en esta zona? Creo que sí, pero no la tengo porque cuando me trasladé de Bogotá para acá se me perdieron muchos libros. Te voy a enviar copia de un correo que le enviaré al señor García Posada. Me gustaría que te comunicaras con él. Me encantaría que le hicieras llegar Ráfagas de silencio.

Ahora les dio en el Quindío por ignorar la obra de escritores que como tú merecen todo nuestro reconocimiento.

Un abrazo,

Esperanza Jaramillo García

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Bogotá, 14 de marzo de 2009

Señora Esperanza Jaramillo García
Armenia

Apreciada Esperanza:

Me desconecté de Luis Eduardo Gallego Valencia desde hace varios meses. Mejor: él se desconectó de mí. Pero aparecerá, como suele hacerlo.

He oído hablar de Juan José García Posada. Si no estoy equivocado, él dirigió en viejas épocas el suplemento literario de El Colombiano. ¿José Fernando Ramírez Cortés, a quien citas, es uno de los promotores de la cultura quindiana?

Es tema recurrente hablar de la falta de la novela quindiana. Novelas quindianas, de categoría, hay varias, como Un campesino sin regreso, de Euclides Jaramillo Arango; El río corre hacia atrás, de Benjamín Baena Hoyos; las tres novelas indigenistas de Jaime Buitrago Cardona; Bajo la luna negra, de Eduardo Arias Suárez (cuya edición dirigí por encargo del Comité de Cafeteros del Quindío, en tiempo de Hernán Palacio Jaramillo).

Yo tengo una novela sobre el drama del café, La noche de Zamira. No me quedan copias. Y no inflo mi vanidad con ningún autoelogio sobre esta obra, acaso modesta, que nació al pie de los cafetales y que solo tendrá el mérito de haber sido escrita con devoción hacia la tierra quindiana

Destinos cruzados es una novela de juventud que escribí a los 17 años en Tunja, y que tuvo la suerte de haber sido adaptada años después como telenovela nacional, con libretos de Femando Soto Aparicio y la actuación estelar de María Cecilia Botero. No tiene nada que ver con el Quindío. Con mucho gusto le enviaré Ráfagas de silencio a Juan José García Posada, cuando me suministres su dirección.

Un abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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JOSÉ JARAMILLO MEJÍA

Nació en La Tebaida, Quindío, en 1940. Desde hace largos años se estableció en Manizales. Escritor, corrector de estilo y columnista habitual del diario La Patria. Sobre él escribió Gustavo Páez Escobar en el libro En pocas palabras (2006):

«Sus amenas crónicas sobre la vida cotidiana tienen la virtud de pintar el ambiente comarcano con toques de gracia, naturalidad y viveza. De los sitios por donde discurre su existencia, saca siempre motivos de reflexión para conjugar los sucesos menudos y transformarlos en paradigmas de la sociedad. Su humor vivencial. que no deja decaer ni en circunstancias adversas, y que hace de su literatura un hervidero de ocurrencias sutiles y geniales, es el nervio de toda su producción. Incluso cuando formula discrepancias o censuras, se vale del gracejo y de la sátira mordaz, penetrada de simpatía. Es frecuente hallar en sus páginas filones de filosofía y dardos de jocosidad. Hasta con la muerte es juguetón. Este cortejo con la parca hace pensar que ni siquiera en el último trance dejará su estilo bromista e ingenioso, que lo salvará de los sinsabores de la despedida final».

Libros: A mitad de camino, Crónicas costumbristas, ¿Qué hay por ai?, El éxodo, Coloquios de Berceo con Florentino (con Bernardo Cano García), Personajes, hechos y épocas de la historia, Los Azucenos, Geografía y literatura de Caldas, La vida sonreída y 12 sonetos para leer después de muerto, En pocas palabras.

 

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Bogotá, 10 de julio de 2007

Señor José Jaramillo Mejía
Manizales

Apreciado José:

Estoy admirado con tu efectividad respecto a la gestión que te solicité sobre la familia de Tulio Bayer.

Acabo de hablar con la médica María Emilia Bayer, residente hace largos años en Chinchiná. Tuve con ella algún contacto cuando yo vivía en Armenia, y sé de su adhesión a la figura de su tío Tulio, no obstante que Javier –hombre de capital, y padre de María Emilia– representó para el médico un símbolo de la burguesía que este combatió en sus luchas sociales.

Cuando salga mi novela, te la haré llegar. No sé si en el Manizales de hoy existen personas que todavía se acuerden de Tulio Bayer, y en qué sentido lo recuerdan.

Mil gracias, José, por tu oportuna colaboración. María Emilia quedó emocionada con la noticia de la novela, y sorprendida de que hubiera sido localizada en Chinchiná. Ella escribió una emotiva nota en La Patria (que conservo en mis archivos) cuando murió Tulio Bayer en París, hace 25 años. Un escritor manizaleño, residente en París, Eduardo García Aguilar, tomó a Tulio como personaje de su novela Bulevar de los héroes (hace varios años publicada en Méjico, por no haber encontrado editor en Colombia).

Un abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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Manizales, 9 de noviembre de 2007

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Mi querido Gustavo:

Felicitaciones por los excelentes comentarios a Ráfagas de silencio. Muy merecidos, por demás. Con la Academia de Historia de Caldas voy a proponer una conferencia tuya sobre tu libro y, por supuesto, sobre Tulio Bayer. Dime si te gustaría, para adelantar el contacto con Zapata Bonilla que es el presidente.

Yo me anticipé a decir que Ráfagas de silencio nada tiene que envidiarles a La Vorágine y a Perdido en el Amazonas, tal vez las dos novelas anteriores que identifican majestuosamente las selvas colombianas, con toda la brutalidad y la magnificencia que constituyen la simbiosis del nativo y la naturaleza. (1)

Como ya tengo las manos peladas de aplaudirte, te abrazo cordialmente.

José Jaramillo Mejía

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(1) Este comentario lo hizo en su columna de La Patria.

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Bogotá, 13 de agosto de 2007

Señor José Jaramillo García

Manizales

Apreciado José:

Me honras sobremanera al comparar mi novela con La vorágine, de José Eustasio Rivera, y con Perdido en el Amazonas, de Castro Caicedo. Esta ponderación es producto de tu generosidad. De todas maneras, yo trabajé en esta obra con mucho f’ervor y exigencia, y a lo largo de los años que gasté en su elaboración, sentí que la manigua me crecía en la emoción como un reto que debía hacer realidad, hasta conseguir recoger con alma poética la huella profunda que dejó en mi espíritu aquella aventura fabulosa. Ahora, recibir palabras alentadoras como las tuyas representa un premio al esfuerzo y a la ilusión.

En mi ronda por los periódicos, acabo de ingresar a La Patria y me he encontrado con tu generoso comentario sobre Ráfagas de silencio. Aunque la historia que se narra en la novela no corresponde exactamente a la realidad, la presunción que presentas en tu artículo me vuelve héroe en las lides del amor indígena, lo cual, por supuesto, me engrandece, por tratarse de la bella Zulema, a la que muchos lectores desearían conocer, y de hecho apetecen.

Dejemos que el misterio envuelva este idilio etéreo, que parece salido de la propia sensualidad selvática. Así, la novela irradiará más encanto.

Quedo muy reconocido con tu estupendo y estimulante escrito, el primero que se publica en la prensa, y que me produce honda emoción.

Hoy te despaché por Servientrega los libros anunciados. (1)

Efusivo abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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(1) Jaramillo Mejía, por iniciativa propia, colocó en Manizales una buena cantidad de ejemplares de la novela. De esta manera, la imagen de Tulio Bayer resurgió en dicha ciudad, donde el médico protagonizó episodios memorables.

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RAMIRO LAGOS

Nació en Zapatoca, Santander, en 1922. Cursó estudios en Filosofía y Letras en la Universidad Javeriana de Bogotá. Poeta, académico, lingüista. Ha sido profesor de las universidades de Notre Dame en Indiana y Carolina del Norte en Greensboro. En esta ciudad preside el Centro de Estudios Poéticos Hispánicos. Reconocido poeta épico, su obra tiene acento social. Gran viajero por el mundo, sorprende por su dinamismo, su vitalidad y su palabra lúcida y rebelde. A España se desplaza con frecuencia, da recitales y participa en tertulias literarias. De la misma manera, viaja a su patria nativa,  donde dialoga con sus amigos y lleva por lo general un nuevo libro para presentar. Sobre su obra dice Horacio Gómez Aristizábal: “Como vocero del pluralismo ideológico, libertario y bolivariano, es un vate inmenso, inspirado en la musa-libertad, en la musa-justicia social y en la musa-testimonio. Ha vivido en su ley como un campeador”.

Libros: Máster de rebeldía en la poesía hispanoamericana, Poesía liberada y deliberada de Colombia, Mujeres poetas de Hispanoamérica, Canción entre roca y nube, Ritmos de vida cotidiana, Briznas de una canción rota, Ritmos de vida cotidiana, Sinfonía del corazón distante, Protesta, Rebeldía, Ráfagas y cantigas, Testimonio de las horas grises, Romances de pie quebrado, Ritmos de vida cotidiana, Romancero de Juan Pueblo, Cantos de la epopeya de América, Voz épica de América, Cantos de gesta comunera, entre otros.

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Bogotá, 3 de noviembre de 2007

Señor Ramiro Lagos
Greensbore, USA

Apreciado Ramiro:

Feliz tú que tuviste la suerte, con ocasión de tus bodas de oro matrimoniales –y al lado de tu bella dama de León–, de visitar la India legendaria, que desde este lado del mundo nos llega como una imagen fantástica, llena de monumentos históricos, de mausoleos que parecen reales –como el Taj Mahal, al cual le cantas en maravilloso soneto viajero–, de sueños y perennidad.

Frente a esas soberbias expresiones del arte y la suntuosidad, contrasta la miseria del pueblo languidecerte. Una miseria que no se entiende cuando la riqueza de la India es tan monumental como sus abismos de miseria.

Me causó honda conmoción un libro de José María Gironella que leí hace 31 años (te doy la cifra exacta porque lo tengo a la vista), titulado En Asia se muere bajo las estrellas, publicado por Plaza y Janés en preciosa edición ilustrada con sugerentes fotografías. Si yo hubiera hecho tu viaje, habría llevado ese libro como compañero de itinerario para apreciar la belleza de las ciudades en medio de la penuria de la gente.

Me sumo al júbilo con que los tuyos celebran el feliz suceso conyugal.

Un cordial abrazo para ti y tu esposa, de

Gustavo Páez Escobar

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Greensboro, USA, 20 de noviembre de 2007

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Gracias, Gustavo, por darme a conocer tu magnífico artículo sobre Carretera al mar, novela desconocida del lopista Tulio Bayer. Lo he leído con placer intelectual y me ha recordado aquellos tiempos de la violencia política que yo también viví en Cali cuando era redactor de El País, en el Valle, predio del famoso Cóndor, protagonista de otra novela de la violencia: la de Álvarez Gardeazábal.

Alguna vez escribí sobre la novela de la violencia y por cierto di a conocer a otro autor desconocido que vale la pena que tú lo resucites a la literatura de hoy como hiciste con Tulio Bayer. Me refiero a Luis Castellanos Tapias, autor santandereano de la novela El alzamiento, de la cual he escrito un artículo que aparece en mi último repertorio de artículos, Vanguardia de pluma errante.

Creo que te di en Bogotá un ejemplar. Allí también actualizaba a los viejos ensayistas santandereanos y daba a conocer al ensayista más conocido en los Estados Unidos: Gustavo Correa. Tu artículo me hace recordar a Clemente Airó, de quien fui amigo. Te felicito por tu artículo y creo que contigo y Eduardo Durán estamos en la misma onda: resucitando a los viejos valores de las letras, de la historia y de la política del medio siglo XX.

Con un cordial saludo,

Ramiro Lagos

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Bogotá, 20 de diciembre de 2008

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Estimado Gustavo:

Comparto con placer y con nostalgia la columna sobre Carlos Martín, mi gran amigo con quien di recitales en la plaza de Colón de Madrid. No sabía que estuviera en España.

Te cuento que en mi recital de la Casa de Santander al cual te invité el jueves pedí un minuto de silencio por la muerte del último piedracielista. Allí estaban Otto Morales Benítez y Milcíades Arévalo. Te echamos de menos. Te hubiera gustado leer la novedad épica de mi poesía protestataria religiosa con la mención histórica de Guaman Poma, pionero de la teología de la liberación y quien sugiere que Túpac Amaru murió en olor de santidad y de multitudes con temor de que el pueblo lo proclamara santo de los incas.

Así lo hicimos los poetas comuneros en Bucaramanga, en el Socorro y en Zapatoca, y así lo hice aquí en mi recital de la Casa de Santander. Canonizar a Túpac Amaru como mártir de América, santo del martirologio americano a nombre de la poesía sin permiso de ningún poder teocrático. Regreso el lunes a Estados Unidos. Mañana domingo tendré una cita con Milcíades Arévalo a las 10 en el café Oma de la 81. Me gustaría verte allí para darte mi nuevo libro: Rimado del Cristo roto. Te comento lo que dice un excura: «es una bomba religiosa en el tiempo». Me gustaría que lo leyeras. En tanto te deseo una feliz Navidad y un prospero Año Nuevo.

Cordial saludo,

Ramiro Lagos

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Bogotá, 7 de septiembre de 2009

Señor Ramiro Lagos
Greensbore, USA

Apreciado Ramiro;

Me encantó tu crónica sobre Carranza. En ella manejas una fina ironía que te aplaudo. Es una página magistral. Recordé, a propósito, un par de referencias que hice sobre Carranza en mi biografía de Laura Victoria que me publicó la Academia Boyacense de Historia en diciembre de 2003, poco tiempo antes de que ella falleciera en Méjico, faltándole seis meses para cumplir el centenario de vida.

Muchos hombres de las altas esferas y de las letras (para no hablar de otros campos) estuvieron enamorados de Laura Victoria. En mi libro menciono algunos: Carlos Lozano y Lozano, León de Greiff, Andrés Eloy Blanco (Venezuela), Calibán, Eduardo Santos.

El capítulo más importante es el de Santos: comenzaron amores clandestinos antes de llegar a la Presidencia, y después él, por cuestiones de Estado, atemperó la situación. Este episodio está claro y fundamentado en mi libro, y me temo que a los descendientes de la familia Santos no les gustó mi confidencia. Laura Victoria me dijo varias veces que Santos fue el hombre de su vida.

Laura Victoria fue gran admiradora de Jorge Eliécer Gaitán. Hablaba bellezas sobre él, como lo registro en mi libro. La admiración era mutua. Cuando murió Gaitán, ella escribió un bello artículo en Méjico, el cual recojo en la biografía.

Un abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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Greensbore, 22 de septiembre de 2009

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Estimado Gustavo:

Desde la «tertulia cibernética» aplaudo tu luz de orientación para el joven poeta que te escribe y otros que te escribirán, para exponerlos a que comiencen por leer la literatura de los paradigmas clásicos que quizás los que posan de críticos improvisados no han leído. Estoy de acuerdo contigo en la subjetividad del gusto en relación con el arte cuya apreciación definitiva la da el lector o la gran audiencia.

Lo que quiere decir que tanto el arte como la poesía da para todos los gustos y dentro de esta libertad apreciativa los paradigmas de la poesía y los clásicos ya han pasado a la inmortalidad literaria y viven en boca o en la mente de quien aún estudie o declame sus poemas. A diferencia de los poetas mayores que abundan a principios del siglo XXI, los grandes poetas del siglo XX siguen siendo inmortales: un Rubén Darío, un Juan Ramón Jiménez, un César Vallejo, un García Lorca y un Neruda aún se reviven en la unanimidad de la gran audiencia del mundo hispánico.

Los poetas novísimos carecen de audiencia Y no porque escriban sin el arte de la rima o del ritmo sino porque sus prosas poéticas, sus procemas o sus manifiestos poéticos no han tenido el privilegio de su trascendencia. La novedad de escribir poesía en prosa narrativa como lo hace, por ejemplo, Álvaro Mutis, es algo que podría llamarse vieja novedad. Prosa poética escribió también Rubén Darío con Azul y Juan Ramón Jiménez con Platero y yo, y no encuentro una prosa poética mejor que la de ellos en el siglo XXI.

En Colombia la prosa poética la introdujo Jorge Isaacs y un tipo de prosa poética de impacto épico se ve en La vorágine. Entonces lo que hoy se está haciendo es «neo-modernismo». Por lo tanto la modernidad destellada por los paradigmas debe ser luces a seguir por los amantes jóvenes de la poesía y por todo lector según su nivel cultural. Y no se olviden los jóvenes que hay varias tendencias poéticas con la popular y la culta y existe la tendencia hacia la poesía humorística capaz de reírse del seudocrítico.

Así que lo que tú escribes, Gustavo, al joven poeta, me parece una orientación muy valiosa, ya que tú eres un escritor serio con 12 obras literarias publicadas y además con dos obras criticas magistrales: la de Laura Vitoria y la de Germán Pardo García. Y qué bien que hayas escrito sobre una de las voces más descollantes de su generación poética de Los Nuevos, distinguiéndose con Germán Pardo García, a Barba Jacob, León de Greiff, Zalamea y Rafael Maya

Me pregunto, y este sería tema para otra tertulia, si los modernísimos poetas del siglo XXI, que nacieron y comenzaron a escribir en el siglo XX, pudieran superar a los maestros. Cuando los superen tienen la palabra para seguir hablando de la vieja novedad: la poesía en prosa arrítmica, sin arte y con parte en esta tertulia cibernética en que todo el mundo es libre para darle a la poesía un sentido de libertad artística.

Cordial saludo para el gran columnista de El Espectador,

Ramiro Lagos

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VICENTE LANDÍNEZ CASTRO

Nació en Villa de Leiva, Boyacá, en 1922. Ensayista, catedrático, editor, académico, historiador. Ha sido profesor de Humanidades y de Espa­ñol y Literatura en la Universidad Pedagógica y Tecnoló­gica de Colombia y en los principales colegios de Bogotá, Ibagué y Tunja. Ha sido colaborador de los suplementos literarios de El Tiempo, El Espectador, La República y El Colombiano. Ha ocupado los cargos de director de Extensión Cultural de Boyacá, editor de las revistas Boyacá, Cauce y Cultura, director del Fondo Rotatorio de Publicaciones de la Contraloría General de Boyacá, y fundador-director de la revista Pensamiento y Acción de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. La Universidad Nacional de Panamá lo condecoró con la medalla “Octavio Méndez Pereira” por la “efectividad de su apoyo a la cultura del continente”. Miembro de las siguientes academias: Colombiana de la Lengua, Boyacense de Historia y de la Historia de Santander.

Se trata de uno de los estilistas más destacados de Boyacá. Su lenguaje castizo, ajustado y elegante le valió alto concepto de Germán Arciniegas. Ha hecho famosas sus cartas-ensayo, con las cuales comenta las obras que le envían los escritores. Con esas cartas podrían editarse muchos volúmenes sobre literatura. Pocos, como él, han convertido la correspondencia en un género literario. Durante varios años estableció su residencia en Barichara, la ciudad hermana de su patria chica, Villa de Leiva. Después regresó a Boyacá, en la última etapa de su vida.

Libros: Almas de dos mundos (1958), Primera antología de la poesía boyacense (1960), Testigos del tiempo (1967), 105 sonetos de la literatura universal (1973), Novelando la historia (1973), El lector boyacense (1980), El héroe de San Mateo: vida y hazaña del capitán Antonio Ricaurte (1984), Estampas (1989), Breviario de la literatura boyacense (1989), Miradas y aproximaciones a la obra múltiple de Otto Morales Benítez (1997), Bocetos y vivencias (2002), Síntesis panorámica de la literatura boyacense (2003).

 

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Duitama, 15 de agosto de 2007

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Muy apreciado y recordado Gustavo:

Recibe, junto con mis cálidas felicitaciones, mi sentido agradecimiento por el envío de tu estremecedora novela, que acaba de darme inolvidables horas de profundo deleite espiritual.

Te confieso: soy un pésimo lector de novelas. Pero ésta tuya, Ráfagas de silencio, ejerció en mí desde el principio una rara fascinación; hasta el extremo de que no volví a hallar tranquilidad sino hasta después de haberla agotado por completo.

Su principal y mejor logrado personaje, la selva, me recordó persistentemente la atmósfera embrujadora de la única novela de José Eustasio Rivera, hasta el punto de considerar hoy tu obra como la hermana menor de La vorágine. Y esto a pesar de que ambas novelas, teniendo como escenario la selva, no tienen parecido en cuanto al argumento, los personajes, los sitios, ni tampoco por el tratamiento dado a la violencia que es bien diferente en las dos obras citadas.

No obstante, tienen de común que una y otra son novelas de clara y genuina índole de protesta social. Ambas denuncian la corrupción de las autoridades en connivencia con los terratenientes; los desmanes del poder; la inequidad de los gobernantes para con los naturales, tratados peor que si fueran esclavos, y dejados abandonados a su suerte en medio de las enfermedades y las asoladoras epidemias propias del sofocante trópico; la avidez insaciable de los latifundistas y la venalidad de los jueces; y a la vez, el conmovedor registro del amor desmesurado, pasional, biológico, religioso del indígena por la tierra; y el lastimoso estado de desolación de sus cuerpos y sus almas aventados por las ráfagas inmisericordes y ciegas de la más cruda violencia.

Y cual una nueva aurora «de rosáceos dedos», entre tanta maldad, aparecen los idilios de las gráciles hermanas, Anabel y Zulema, hijas del cacique; la primera, con el médico revolucionario; y la segunda, con el banquero honrado; ellas se mantienen, casi inmaculadas, a pesar de la lujuria vegetal de la selva y de la efervescente concupiscencia de los blancos. Es una delicada y humana historia de amor narrada lejos de la cruda sensualidad, la vulgaridad, la pornografía y canallería tan apetecidas con fines comerciales y publicitarios de la mayoría de los nuevos novelistas nacionales.

Tu narración, al respecto, desarrollada en un ámbito primigenio y paradisíaco, posee el encanto de una novela bucólica, y se desarrolla con una naturalidad y delicadeza casi castas.

Tu prosa, siempre sápida y plena de propiedad, en varios capítulos se torna dúctil, clara, casi transparente; y se adapta y ciñe a las cosas descriptas revelándolas con fidelidad fotográfica, como si el idioma se ligara fuertemente a las superficies de las mismas, para destacarlas a la vista del lector, como si fueran un altorrelieve.

Así sucede en este fragmento:

«Todo en la selva es eterno: los ríos, los árboles, las víboras, los zancudos, los mosquitos, las lejanías. En el paraíso de las culebras y las fieras, el mundo animal se reúne en un banquete de apetitos voraces. Es fácil adivinar el desenfreno del tigre y la anaconda, del puma y la boa, que hacen vibrar con sus lujurias la pasión selvática.

«También surgían los ríos menores, como serpientes que huían por entre la maraña. La abundancia de las aguas proclama la eternidad de los ríos. Pero no hay sino un río: un río que se bifurca, crece, se adelgaza, se divide en mil partes y se vuelve mar. Gime, se desespera, se apacigua, se adormece, para luego convertirse en tempestad y trueno. Es el río de la vida.

«No perdona osadías ni irrespetos. Murmura, y tiene mil voces. Habla, y expresa mil ideas. Está en todas partes. Su poder de ubicuidad no lo posee ningún otro elemento de la naturaleza. Al mar se entrega frenético, con un beso dulce, y el mar lo recibe sensual, con un beso salobre. Los ósculos se acoplan y producen el orgasmo de las aguas».

Cada capítulo de Ráfagas de silencio tiene la fuerza, el sortilegio, el color y el sabor de lo vivido. Tu libro, más que una novela tiene el carácter interior y el secreto atractivo de una reminiscencia, de un fehaciente testimonio, de un diario íntimo, de unas escondidas memorias. 0 de un mundo aparentemente cercano, pero muy diferente del que habitamos.

Y esta magnífica obra tuya nos hermana y nos acerca a esa otra faceta de Colombia tan desconocida como olvidada. A pesar de ello es un mundo en reserva, y en cierto modo, también, nuestro antiguo paraíso terrenal. Tú mismo escribiste con toda la autoridad que te depara la experiencia, que «Hay que estar en la selva para admirar el prodigio de la creación del mundo».

Gracias nuevamente por la generosa oportunidad que me diste de disfrutar el conocimiento de Ráfagas de silencio; obra ésta que por sus muchos méritos y calidades está llamada a ocupar muy pronto alto sitio en la Historia de la novela en Colombia; y cosechar en vida tuya merecidos reconocimientos y galardones en la República de las Letras.

Recibe el fuerte abrazo de tu viejo amigo de siempre,

Vicente Landínez Castro

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Bogotá, 9 de septiembre de 2007

Señor Vicente Landínez Castro
Duitama

Apreciado Vicente:

Aunque ya lo hice por teléfono, estoy en mora de referirme con mayor extensión a tu generoso concepto sobre mi novela Ráfagas de silencio, expresado en tu grata misiva del 15 de agosto, el cual no solo halaga mi vanidad de escritor sino que enaltece mi nueva obra, en la que trabajé con tesón, rigor y esperanza durante varios años.

El haber logrado este retrato emotivo de la selva –la selva que viví, sufrí y gocé en mi ya lejana juventud– recompensa con creces todas mis vigilias, sudores y sacrificios puestos en tan noble empeño, el cual se me convirtió en una idea obsesiva. Para conseguirlo, armé y desarmé varias veces la estructura de la novela, la despojé de ripios e impropiedades, pulí y repulí el lenguaje y las ideas, fabriqué el ambiente adecuado para que el posible lector sintiera –ojalá– la majestad y el misterio de ese territorio impregnado de poesía, música, soledad y silencio.

A lo largo de la travesía, la obra recibió varios títulos, o bautizos provisionales: Barro, Memoria del barro, Sinfonía del barro, Canción del barro, Al frente queda el silencio, y cuando ya estaba a punto de poner el punto final –y llevar las hojas a la imprenta para evitar nuevas vacilaciones–, surgió de repente el nombre que me dejó más contento: Ráfagas de silencio.

Verás por estos rótulos que la intención convergía a un solo enfoque: plasmar la armonía cósmica de la manigua embrujada, de la manigua soberbia y grandiosa, que el hombre contemporáneo ha violado con su insensatez y su barbarie. Y, por otra parte, aprisionar el barro, no solo como elemento primigenio de la montaña, sino como emblema de la vida misma del hombre sobre la tierra.

En medio de esa orquestación de la naturaleza, los dramas de mi relato resultan el fiel reflejo de la descomposición y la injusticia social que se agitan en todas las latitudes. El amor bucólico encarnado en las dos bellas aborígenes, y que invadió incluso los predios eclesiales, lleva la sustancia de la floresta sensual. Esa floresta, que en alguna forma todos llevamos adormilada en nuestra naturaleza romántica, es encanto y también pasión.

Cuando tú llamas mi novela «la hermana menor de La vorágine«, la sitúas en el escenario preciso. Otro escritor y periodista, José Jaramillo Mejía, coincide con tu concepto al decir: «Desde La vorágine, de Rivera, y Perdido en el Amazonas, de Castro Caicedo, no se conocía en Colombia una obra tan subyugante, no solo por el entorno de la portentosa selva amazónica, sino por la historia en sí». A esto se agrega el juicio gratificante que hace Héctor Ocampo Marín, tanto en El Diario del Otún, de Pereira, como en El Colombiano, de Medellín. Te lo acompaño. En fin, estoy bañado en agua de rosas por semejantes manifestaciones.

Mil gracias, Vicente, por tus palabras de ponderación y aliento. Las recibo como de quien vienen: del constante amigo que siempre ha estado presente en mis sucesos literarios y nunca ha escatimado la expresión gallarda y la diáfana voz de solidaridad, tan necesarias en el arduo camino de las letras.

Me despido enviándote un fuerte y agradecido abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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Carta enviada por Vicente Landínez Castro el día anterior a su muerte súbita, ocurrida en Duitama el 28 de septiembre de 2013. Fue la última carta que escribió en su vida.

Duitama, 26 de septiembre de 2013.

Señor:
Dn Gustavo Páez Escobar
Bogotá.

Muy estimado y admirado amigo:

Para ti y tu gentil Astrid, mi mejor saludo y mis mejores deseos por un completo bienestar.

Vicente Landínez Castro-OKIGracias y felicitaciones por la espléndida noticia de que reuniste 4.000 cartas de tu correspondencia literaria, en 22 volúmenes cuidadosamente empastados, que ahora reposan entre tus tesoros espirituales más apreciados de tu biblioteca.

Y lo que resulta más ejemplar todavía, diste nueva vida a tan rico material llevándolo al computador, preservándolo y difundiéndolo de tal manera, para todo aquel que en adelante aspire penetrar más profundamente en los entresijos y calidades de tu importante y valiosa producción literaria.

Este gesto tuyo representa un nuevo aliento al género epistolado, tan decaído y amenazado hoy, junto con el libro impreso, por la acción de las modernas técnicas de las comunicaciones.

El género epistolar, no obstante, sigue siendo una fuente necesaria e insustituible para el biógrafo y el historiador en general. Y presenta, entre muchas cualidades, la repercusión que la obra ha tenido en el alma, la sensibilidad y la inteligencia del lector.

Te confieso, con toda gratitud, que me halaga y me complace sobre manera que mi modesto nombre, gracias a tu proverbial generosidad, se encuentre al lado de tantos nombre ilustres, que son cifra y orgullo de las letras colombianas.

Sin otro particular, renovándote mi felicitación y agradecimiento, quedo tu viejo amigo de siempre (ahora de 92 años).

Vicente Landínez

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MERCEDES MEDINA DE PACHECO

Nació en Tunja en 1933. Escritora, investigadora académica y educadora. Miembro de las academias Boyacense de Historia, de Historia de Bogotá y del Centro de Historia de Guaduas.

Sobre su obra dice Vicente Pérez Silva:

“Estas magníficas recreaciones de Mercedes Medina de Pacheco nos permiten embelesarnos con el Silva de los niños, el de los cuentos de hadas, ‘llenos de paisajes y de sugestiones inolvidables como lo fueron para el poeta que supo plasmarlos en estrofas que no morirán’. Ella sabe muy bien que quienes se acercan al mundo infantil viven en él con la gloria y con la franqueza que están en la dulce mirada y en la clara sonrisa de los niños. ¿Para qué más?”.

Libros: Resplandú o travesía mágica por cinco países, Historia de Colombia (publicado por El Tiempo 7 días, en 40 fascículos), El duende de la petaca, El palomar del príncipe, Las mujeres en las Elegías de Varones Ilustres de Indias.

 

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Bogotá, 29 de octubre de 2008

Señor Gustavo Páez Escobar
La Ciudad

Gustavo:

Gracias por enviarme tu artículo sobre Juan de Castellanos (1) y por el honroso elogio que haces de mis dos libros sobre ese autor. Mil y mil gracias. Muy amistosamente discrepo en parte de tu nota biográfica sobre Don Juan en cuanto a su venida a América siendo niño de 4 a 8 años, ya que existen documentos en los que consta que fue discípulo en Sevilla del cura bachiller Miguel de Heredia con quien estudió latín y humanidades al alto nivel que está explícito en su obra cuando hace referencia a hechos históricos de la antigüedad, a la mitología griega, y a la Biblia, sobre todo lo cual muestra un profundo conocimiento.

Además en las mismas Elegías Don Juan refiere cómo viajó a las Indias no con su familia sino con su amigo y paisano Baltasar de León, hijo de Joan de León, que fue importante en Puerto Rico (Borinquen): Esto lo cuenta Don Juan en el Canto Segundo de la Elegía VI de la Primera Parte de las Elegías; esta Elegía fue escrita a la memoria precisamente de Joan de León. Dice así esa octava:

«Y un hombre de Alanís, natural mio,
Del fuerte Borinquén, pesada peste,
Dicho Joan de Leon, con cuyo brío
aquí cobró valor cristiana hueste,
trájonos a las Indias un navio,
a mi y a Baltasar un hijo deste,
que hizo cosas dignas de memoria,
que el buen Oviedo pone por historia».

Tú entenderás, Gustavo, que esta notica te la envío muy amistosamente y por la gran devoción que tengo por Don Juan de Castellanos.

Recibe mi fraternal abrazo,

Mercedes Medina de Pacheco

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(1) Artículo titulado Don Juan de Castellanos, cuatro siglos después (Eje 21, Manizales, 27-X-2008, y El Espectador, Bogotá, 31-X-2008).

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Bogotá, 29 de octubre de 2009

Señora Mercedes Medina de Pacheco
La Ciudad

Merceditas:

Respeto la convicción que tienes sobre el viaje de don Juan de Castellanos a América, no a los ocho años que anoto en mi artículo, sino de más edad, y sobre los estudios que hizo en Sevilla con el cura Miguel de Heredia, cuando yo lo hago realizar esos estudios con el obispo de Puerto Rico.

Esta información la tomé de un artículo publicado en la página virtual de la Biblioteca Luis Ángel Arango, cuya autora es Diana Luz Ceballos Gómez, estudio biográfico que ella sustenta en una respetable bibliografía, como lo verás. Te acompaño dicho escrito. Está claro, tanto en tu investigación como en la de Diana Luz, que don Juan viajó con su amigo Baltasar de León.

Sea lo que fuere, este detalle no desfigura la personalidad de don Juan. Por eso, en mi nota dije que «no hay completa claridad sobre algunos pasajes de su vida». Creo que la fisonomía del cronista ha quedado bien dibujada en mi artículo.

Voy a contarte una anécdota simpática. Cuando se adelantaban en el país los preparativos para conmemorar los 150 años de la muerte de Bolívar, el gobernador del Quindío nos comisionó a dos gerentes de banco para que investigáramos el paso del Libertador por el Quindío (allí sólo estuvo una vez, en enero de 1830, el mismo año de su muerte) y aportáramos ideas para rendirle un homenaje. Pues bien. Nos desplazamos a Salento con el propósito de localizar la casa donde había pernoctado Bolívar, la cual nos imaginábamos convertida en un sitio histórico. Y resulta que lo que hallamos fue una casa abandonada, bajo el cuidado de una humilde mujer.

En la sesión siguiente con el gobernador propusimos el embellecimiento de la casa y su adecuación como sitio digno de recordar el paso de Bolívar por el Quindío. Pero la directora de Cultura del departamento, que exhibía un título recién obtenido como historiadora de la Universidad Javeriana, manifestó que esto no era posible ya que no existía certeza sobre si se había hospedado en aquel lugar, o cinco metros más adelante.

No pudimos disuadir a la directora de Cultura sobre la nimiedad de ese detalle, y como su actitud se mantuvo cerrada, preferimos renunciar a nuestro encargo. Hoy no sabemos si persiste aún la duda de los cinco metros, 178 años después de muerto el prócer.

Te envío un cordial abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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BIBLIOTECA LUIS ÁNGEL ARANGO – Biblioteca virtual

DON JUAN DE CASTELLANOS

Cronista y poeta español (Alanís, Sevilla, marzo 9 de 1522-Tunja, noviembre de 1606). Juan de Castellanos llegó a Puerto Rico con Juan de León, probablemente cuando tenía ocho años. Es posible que haya viajado en la nave de León, y con su familia, aunque sólo se tiene certeza de que venía con el niño Baltasar de León. Se supone que Castellanos trabajó como monaguillo en la iglesia metropolitana y aprovechó esos años para recibir instrucción con el obispo en latín, estudio de los clásicos y humanidades, lo que le sirvió más tarde en el sacerdocio.

A los catorce años, se enroló en las filas del gobernador Antonio Sedeño, al mando del capitán Rodrigo Vega, para ir a pelear contra el conquistador Jerónimo Ortal en la Isla Trinidad, quien salió derrotado. (…)

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PABLO MEJÍA ARANGO

Él mismo se presenta en su blog con las siguientes palabras:

“Soy de Manizales, capital del departamento de Caldas, en la región cafetera de Colombia. Desde febrero de 1993 escribo una columna semanal en el periódico La Patria, artículos que alimentan este blog. Durante 10 años hice programas de radio con un enfoque social y educativo, pero aliñados siempre con mucho humor. En la televisión regional he participado en varios proyectos, entre ellos una serie de 12 capítulos sobre la historia de mi ciudad. ¡Ah!, me olvidaba: soy modelo 55”.

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Bogotá, 14 de octubre de 2009

Señor Pablo Mejía Arango
Manizales

Amigo Pablo Mejía:

Tulio Bayer fue nombrado por el gobernador Sierra Ochoa como secretario de Salud Pública de Manizales hacia el año 1956, después de estudiar Farmacología en Harvard. El mérito que le concedía a Bayer esa especialización movió a Sierra Ochoa a ofrecerle el cargo. Para mayor certeza he buscado una página que escribió el médico antioqueño Jaime Restrepo Cuartas, muy conocedor de la vida de su colega, en la revista de la Universidad de Antioquia, No. 273, correspondiente al trimestre julio-septiembre de 2003. Dice allí:

«Estimulado por su amigo y compañero de estudios el cirujano y profesor Francisco Arango Londoño, Tulio Bayer aceptó el reto de irse a estudiar a Boston e hizo un año de Farmacología en la Universidad de Harvard. De allí vino como profesor de la Universidad de Caldas, en Manizales».

Sobre este mismo aspecto dice Bayer en su libro autobiográfico Carta abierta a un analfabeto político (dirigida al médico Francisco Arango Londoño):

«Mi sueño de aquella época era viajar a los Estados Unidos. La carrera científica, la investigación, comenzaban a tentarme (…) y al año entrante me comprometería a dictar la cátedra de Farmacología que era lo que me interesaba. Y comencé a ser el profesor de esta materia tan difícil (…) Una tarde los invité a comer al restaurante Vitiani. Llegó allí el gobernador de Caldas, que era entonces el hoy difunto general Sierra Ochoa y me ofreció a quemarropa la Secretaría de Salud Pública de Manizales. Acepté».

Como ve usted, ambos relatos son concordantes: se fue a especializar a Estados Unidos y a su regreso regentó la cátedra de Farmacología estando al frente de la cual fue nombrado secretario de Salud Pública. Parece que algunos médicos de Manizales con los que habló usted en estos días, discípulos de Bayer, tienen alguna duda al respecto. En esto suelen presentarse confusiones a través del tiempo. La página de internet a que usted se refiere, también puede estar equivocada.

Otro dato es este: al ser destituido como secretario de Salud Pública debido a un escándalo que protagonizó en el Club Manizales, viajó a Bogotá, y el Ministerio de Salud lo nombró como médico en Puerto Leguízamo, donde yo lo conocí. De Puerto Leguízamo, varios meses después de nuestro encuentro en la selva, viajó a Bogotá como director científico de Laboratorios CUP.

Si surge alguna otra inquietud no es sino que me la comente para tratar de aclararla. Lo haré con todo gusto.

Un abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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AUGUSTO LEÓN RESTREPO RAMÍREZ

Nació en Anserma, Caldas, el 22 de abril de 1941. Abogado, político, periodista, profesor, poeta. Dos pasiones marcaron su destino: la intelectual y la política. Lector de poesía desde su juventud, habría de escribir sus propios libros en esta materia. Cuando estudiaba Derecho en la Universidad de Caldas comenzó a interesarse en la política, al tiempo que se movía en la actividad literaria. Después incursionó en el periodismo, al principio de manera fugaz, hasta que el dueño de La Patria, José Restrepo Restrepo, descubrió sus calidades y lo llevó en 1976 a la subdirección del diario. Dos años después llegaba a la dirección. Como periodista ha usado los seudónimos de Amaranto Babilonio, Aurelio Lemos Rentería y Fray Rodín.

Ha desempeñado dos secretarías de la Gobernación de Caldas, y además ha sido gobernador encargado, secretario de Gobierno de Manizales, alcalde encargado de Manizales, contralor general de Caldas, representante a la Cámara, vicerrector de la Universidad de Caldas, asesor jurídico de la Federación Nacional de Cafeteros y asesor de la Procuraduría General de la Nación. Esta gama de posiciones no lo ha distanciado, sin embargo, del periodismo y las letras. Trabaja en silencio la poesía, sin afán de publicarla. Muchos poemas inéditos se hallan ocultos en sus archivos. Por los publicados, hay que decir que es un poeta de acento social y romántico.

Libros: Las palabras que no tienen coraza y Eros.

 

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Bogotá, 20 de septiembre de 2008

Doctor Augusto León Restrepo Ramírez
La Ciudad

Apreciado Augusto León:

En el interesante cruce de correos que has tenido con el poeta nadaísta Eduardo Escobar y de los cuales me has hecho partícipe, salen a la palestra insignes figuras literarias de tu Manizales del alma, amigos que tuve la suerte de tratar durante mi larga y jugosa estadía en Armenia, en una doble posición, reñida y por lo general incompatible: la de gerente de banco y hombre de letras.

Es difícil –casi una proeza– que las letras del espíritu armonicen con las letras de cambio. En mi caso, como te consta, tuve suerte en ambos frentes. Me conoces ahora jubilado de la banca y prendiéndoles luces a los diablejos del espíritu, para manejar una senectud bien iluminada.

Mi vinculación por aquellas calendas como columnista de La Patria me permitió conocerte de cerca, tomarnos unos buenos alcoholes por los caminos del Gran Caldas, torear a los dioses del parnaso y estrechar –lo más importante– una amistad que se ha mantenido incólume a lo largo de los años. Recuerdo una grata tertulia contigo y con Hernando Salazar Patino, por aquellos días director del suplemento literario de La Paria: el irreverente Hernando de siempre, a quien me encontré hace un año en la Feria del Libro, aquí en Bogotá, embestido por una serie de infartos cardíacos, de los cuales se reía, quisquilloso y rebelde. Y por otra parte autor de dos libros críticos y muy bien escritos: Herejías y Manizales bajo el volcán, entre otros. Aguda inteligencia la suya, tal vez desperdiciada (o subestimada), por ponerse a pelear con la gente.

Cuando publiqué en Armenia mi primera novela, Destinos cruzados, Iván Cocherín escribió en La Patria una nota elogiosa, que me sorprendió y me asustó. Días después mordió mi vanidad con una halagadora venta del libro. Yo seguí sus instrucciones al pie de la letra: empaqué los primeros 23 ejemplares (no me cupieron más en la caja) a nombre de la persona que él me indicó, residente en Bogotá; formulé una cuenta de cobro con generoso descuento, como me había sugerido para hacer más atractivo el negocio; hice el despacho por Velotax, y quedé a la espera del giro que debía recibir, sin falta, en un par de semanas. Dos meses después, mi vendedor estrella no había vuelto a tomarse su café acostumbrado en mi oficina, ni había vuelto a llamarme, razones suficientes para darme por notificado del ingenioso «robo literario».

En esos días supe por alguien que ese era el sistema con que Iván Cocherín se hacía presente ante los escritores primíparos, quizá para dejarles un recuerdo imperecedero, como sucedió en mi caso. Ante tamaña realidad, afilé la espuela y le envié a La Patria este telegrama con visos de seriedad: «23 destinos fugitivos punto Apremiado salúdolo, Gustavo Páez». Su respuesta fue inmediata y contundente: «Semana entrante esa punto Nunca creí banqueros apremiáranse punto Saludos, Cocherín».

Ni a la semana siguiente, ni en semana alguna posterior, el novelista de «Barbacoa» volvió a asomar su respetable nariz por mi recinto de las cifras ajenas, donde se ofrecía muy buen tinto y se brindaba amplia amistad.

Volví a verlo, tiempo después, cuando me condecoraron en Calarcá con la medalla Eduardo Arias Suárez. Se presentó de repente al escenario y pronunció, por fuera de programa, una solemne oración animada por las copas de aguardiente que llevaba entre pecho y espalda, discurso emotivo –¡para mí, pichón de escritor!– donde me calificó, con mis Destinos cruzados que se cargó el viento, como una «revelación literaria”.

¡Ojalá Dios te hubiera escuchado, Cocherín! Cuando quise llegar hasta ti para darte las gracias por tu proclamación y gozar con tu sabrosa picardía, ya te habías esfumado, como un fantasma, de la sala cultural. Nunca más volví a verte. Pero siempre te he recordado con simpatía, créeme. Incluso con agradecimiento, por haberme abierto los ojos ante las mentiras de la literatura. Te fuiste debiéndome no unos libros efímeros, sino el aguardiente que me habías prometido para el segundo despacho…

Me produce mucha gracia la descripción que presenta Eduardo Escobar sobre Ebel Botero, a quien recuerda «colgado de los ventanales, empeloto y llorando detrás de mí como cualquier Dolores, o Lola». Yo conocí a Ebel en Armenia cuando él era profesor de la Universidad del Quindío. Nos hicimos buenos amigos alrededor de la literatura –y no de la otra cosa, vale la pena aclararlo–, por la época en que los escritores de la región teníamos nuestra cosecha de libros en Quingráficas, editorial de gratísima recordación. ¿Te acuerdas, Augusto León?

Ebel Botero, apabullado por su sodomía traumática, me contó un día que iba a superar su dolorosa condición mediante una novela que había escrito sobre el homosexualismo y que ya había entregado a Javier Londoño, el propietario de Quingráficas. Pensaba que al ventilar su caso por ese medio, superaría su trauma, que no lo dejaba vivir en paz. Días después me dijo, más perturbado que antes, que había ido a Quingráficas a recoger la obra, que ya estaba impresa, y allí mismo, luego de pagar el saldo pendiente, la había incinerado sin salvar un solo ejemplar, por considerar que Colombia no estaba preparada en esos momentos para sacar a los homosexuales del clóset. Con su novela, me confesó, crecería su angustia.

Se fue para Medellín y tiempo después publicó Homofilia y homofobia, un texto con fondo científico. Y se me perdió de vista. Pregunté por él a mucha gente, y nadie me daba razón. Hace poco descubrí en la internet que se había tomado un veneno en el hotel donde residía. Un amigo que llegó en ese momento lo encontró boqueando y logró prestarle ayuda. No murió de inmediato, sino seis meses después, en Manizales –donde residía un hermano suyo sacerdote– de una hepatitis causada por el envenenamiento.

Una vida desventurada y trágica. Un brillante crítico literario, que tuvo excelente desempeño en el Magazín Dominical de El Espectador durante una época extensa, y que terminó destrozado por las garras de su angustia existencial. Es posible que tú puedas suministrarme más datos sobre el doliente admirador de Eduardo Escobar.

Inyéctale ánimos a Omar Morales Benítez para que publique cuanto antes –y sin esperar el patrocinador que nunca llega– un valioso libro de cuentos que tiene maduro desde hace varios años. Omar tuvo la gentileza de hacérmelo conocer. Yo le expresé mi modesta opinión favorable, y le presenté esta disyuntiva: o lo publicas, o lo dejas inédito para que se lo coman las ratas.

¿Y Beatriz, su esposa? Gran poetisa, que se ha detenido en su producción y que requiere un empujón tuyo. ¿Y tú? ¿Cuántas veces te he dicho que nos has dejado con las ganas de seguir degustando tu fina poesía erótica?

Otras caras amigas de la nómina manizaleña que citas, con las que compartí afanes intelectuales y que han desaparecido de la escena en medio de la adversidad, son: Mario Escobar Ortiz, muerto en una madrugada bohemia, aplastado por un vehículo; Jorge Santander Arias, consumido por un cáncer; Rodrigo Ramírez Cardona, el famoso Gaspar, que «se nos murió de soledad», según dices. Él me brindó un gran estímulo para mis cuentos desde su columna de La Patria. Aquí tengo a la mano su voz de aliento: «Páez parece confesar, según sus cuentos, el concepto de que el hombre asiste a una realidad trunca, en falencia; una realidad incompleta como un muñón, lo que excluye, de suyo, el final feliz».

Sobre tu primo William Ramírez Tobón, a quien no conozco, hablamos en nuestra última tertulia con Jorge Mario Eastman. Supe que William estuvo unido al movimiento de Tulio Bayer y luego se separó de él. Ojalá él me informe si desea leer mi novela sobre Bayer, publicada el año pasado, que lleva por título Ráfagas de silencio. Se la enviaría con el mayor gusto. Aunque es posible que tú se la hayas pasado.

En fin, poeta ilustre Augusto León: tu memoria nadaísta me ha dado ocasión para volver sobre mis pasos por el Gran Caldas, cuando la vida era amable y veíamos sonreír a la luna. Y me has dado motivo para acordarme de los vivos y los muertos. ¿Cuándo almorzamos?

Un gran abrazo, para ti y los incluidos en este correo.

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, 17 de abril de 2009

Doctor Augusto León Restrepo Ramírez
La Ciudad

Augusto León:

¿Cómo vas a colgar la pluma cuando estás escribiendo tan bien? (1) Tus artículos tienen gracia, sustancia, erudición, fina crítica, exquisita ironía. ¿De qué esterilidad hablas? Por el contrario, tu imaginación es rica, recursiva, penetrante. Te permite abarcar diversidad de temas, incluso los prosaicos, que al presentarlos con novedad y ameno estilo, adquieren otra dimensión.

Puedes dedicarte a adelantar el proyecto literario que te ronda como un fantasma, sin abandonar la columna periodística. Te conozco desde hace años: desde los días memorables de La Patria, en que ambos incursionábamos por los caminos literarios y telúricos del Antiguo Caldas. Desde entonces conozco tu pasión por el periodismo y la literatura. Siempre has sido periodista y sé que no vas a amañarte sin las cuartillas de opinión. También eres poeta. En este campo estás en deuda con tus lectores.

Dale la estocada final al duende que te atormenta, y vuelve a tus lares. Por lo pronto, quedas debiéndoles letras a tus puntos suspensivos… Te esperamos. ¿Cuándo almorzamos?

Un gran abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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(1) Le envío esta carta a propósito del anuncio hecho por Augusto León en el sentido de que “había decidido colgar la pluma” como columnista de Eje 21, el periódico virtual de Manizales en que ambos escribimos. Eje 21 publicó mi carta en su edición del 17 de abril de 2009. Augusto León se retiró del periódico, y tiempo después regresó a él.

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Bogotá, 17 de abril de 2009

Señor Gustavo Páez Escobar
La Ciudad

Apreciado Gustavo:

Acabo de leer en Eje 21 tus generosas y estimulantes frases con ocasión de mi retiro como columnista de la leída y acreditada revista digital manizaleña. Por venir de quien viene, uno de los columnistas con estilo más galano del periodismo nacional, y del amigo de siempre, las tomo como un galardón Ya tendremos ocasión de sentamos a manteles, para desatrasarnos en proyectos e ilusiones.

Un estrecho abrazo para ti y para los tuyos.

Augusto León Restrepo

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LORETTA VAN ITERSON

Nació en La Haya, Holanda, en 1956. Llegó a Bogotá a muy temprana edad con sus padres y hermanos, cursó estudios primarios y secundarios en el Andino, colegio alemán de Bogotá, y luego regresó a Holanda donde estudió psicología e hizo un postgrado en neuropsicología infantil. De sus padres adoptó el amor por Colombia y, por extensión, hacia Sur América, a donde luego ha regresado muchas veces. De su padre tomó el placer de viajar y de su madre (escritora de libros en holandés para la juventud) la premura por anotar lo vivido, lo que la ha llevado a visitar lugares remotos, últimamente ante todo islas de lengua portuguesa como Cabo Verde y Sao Tomé y Príncipe, y a publicar crónicas de viaje sobre Guatemala y Belice, Ecuador, y Costa Rica. Habla cuatro idiomas, es traductora jurada para el holandés y castellano, y la Editorial la Serpiente Emplumada presenta al lector su traducción de «Nidos de Oropéndola. A pie por los Andes de Colombia y Venezuela».

(Texto puesto en el libro Nidos de oropéndola, Bogotá, agosto de 2010).

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Bogotá, 21 de mayo de 2010

Escritora Loretta van Iterson
Amsterdam, Holanda

Amiga Loretta:

Otros correos que me han llegado acerca de mi columna sobre el libro de Íngrid Betancourt concuerdan con lo que usted hizo: mi artículo les abrió el apetito para comprar el libro y por supuesto leerlo. En Colombia, después del intento que Íngrid tuvo de demandar al Estado por los perjuicios del secuestro, se ha formado un ambiente hostil contra ella. La reacción, pueril y emocional, es no leer su libro. Esto no es razonable.

Por mi parte, creo que poseo un criterio maduro para ir a tener semejante actitud. Por eso escribí mi nota de prensa, a sabiendas de que mucha gente no estará de acuerdo conmigo. Pero sé que las personas sensatas pensarán con la cabeza y no con las emociones, y menos con las pasiones.

Íngrid es gran escritora. El primer impacto que recibí en este sentido fue con su libro La rabia en el corazón (2001), sobre el cual también escribí una nota en El Espectador. Después leí el prólogo que ella escribió para el libro de un poeta, persona pobre y abatida por la vida, en el cual refleja su honda sensibilidad humana. Ella misma, como parlamentaria que era en aquella ocasión, logró que el libro fuera editado por el Congreso. Prólogo bellísimo: no solo expresa su sentimiento de solidaridad con la miseria, sino que lo hace con precioso lenguaje poético.

Ojalá disfrute usted la lectura de No hay silencio que no termine. A mí me impactó. Tal vez en ocasiones pueda parecer reiterativo de algunos episodios sufridos en la selva, pero esa reiteración es la reafirmación de la cadena de suplicios a que ella y sus compañeros de prisión estuvieron sometidos. Acerca del comentario que me hace sobre alguna impresión que ha tenido en la lectura de las primeras páginas, pienso que Íngrid es una mujer muy analítica y reflexiva y de ahí nace su penetración en los sucesos. Hay algo sorprendente: el haber sido capaz de escribir semejante obra con el trauma que padecía.

Quedo enterado de sus actividades profesionales y laborales. Noble oficio humano el que ejerce usted en beneficio de los niños epilépticos.

Cordial abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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Málaga, España, 29 de octubre de 2010

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Apreciado Gustavo:

En efecto, con estos días libres (aunque tengo cosas que quiero hacer) he podido leer el libro de Íngrid Betancourt. Traía un libro de un suizo (Charles Lewinsky), escrito en alemán, que había comenzado en el avión y ahora trato de retomar. No me funciona muy bien, como si la novela del suizo, con un pueblo francés como escenario, fuera una construcción artificial de pseudoproblemas, pseudohistorias, que chocan con la realidad descrita por Íngrid Betancourt.

A veces me sucede: voy a un sitio de vacaciones y después me siento como si hace mucho tiempo no hubiera tenido vacaciones verdaderas. Me cuestiono entonces qué es lo que hace que unas vacaciones sean verdaderas… y me doy cuenta que no he ido al trópico, que no he estado en las montañas o selvas latinoamericanas, y que cualquier cosa que haga, por interesante que sea, no puede competir. Quizás por eso el relato de Íngrid Betancourt se me queda como algo verdadero, que hace palidecer los libros de los demás.

¿Usted cómo sabe la reacción de Luis Eladio Pérez (Lucho)? ¿Lo conoce? ¿Salió en la prensa? ¿Él también escribió un libro? ¿Qué está haciendo en la vida, retomó su trabajo?

Mi mamá tiene el libro de Clara Rojas (1) y yo lo he medio hojeado, pero lo que he visto me ha parecido muy sonso y no me incita a leerlo (a mi mamá tampoco le llama la atención). Quizás ahora lo vuelva a mirar, para ver si ella describe lo mismo desde una perspectiva diferente. Pienso que hay gran diferencia en «reservas cognitivas» entre las dos mujeres.

Qué triste también la historia del bebé, cuyo padre es algún guerrillero anónimo, que nace con el bracito roto y es separado de su madre, y la madre, que tanto quiso ser madre, cuando tiene a su niño no sabe cómo hacer para tenerlo a su lado. Quizás esto relate ella, de forma diferente, en su propio libro.

Un saludo de

Loretta van Iterson

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(1) La otra secuestrada por las Farc (junto con Íngrid Betancourt), que tuvo un hijo con un guerrillero.

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Bogotá, 29 de octubre de 2010

Escritora Loretta van Iterson
Málaga, España

Apreciada Loretta:

Luis Eladio Pérez (Lucho), exparlamentario, reveló en los periódicos su sorpresa por la maravillosa memoria de Íngrid Betancourt. No lo conozco en persona, pero sé de su trayectoria política. Supongo que volverá a postularse para congresista en las próximas elecciones. Él también escribió un libro sobre el secuestro.

Otro libro es el de Clara Rojas, que en una hojeada encontró usted sonso. Sobre el mismo tema se han publicado seis o siete libros, incluyendo el de uno de los gringos, en el cual trata muy mal a Íngrid. Otro gringo es Mac, con quien tuvo Íngrid un amor platónico, por cierto un formidable adorno poético de su libro. Otro libro es el del exmarido de Íngrid, Luis Carlos Lecompte. Las editoriales tratan de ganar buenas utilidades con esta oleada bibliográfica, que pronto quedará en el olvido.

Yo estaba reservado para el de Íngrid, por saber que ella es la verdadera escritora, capaz de aportar un testimonio valedero sobre esta tragedia colombiana. Este, en mi sentir, es la única obra que perdurará. Ahora mismo Holywood quiere comprarle los derechos de autor para una película.

Héctor Abad Faciolince, escritor y periodista colombiano, le hizo a Íngrid en Estados Unidos un excelente reportaje con ocasión de la salida del libro. Ojalá localice usted dicha entrevista en la página virtual de El Espectador.

Sigue usted disfrutando de sus vacaciones. Veo que tiene a su mamá al lado. Esto me hace pensar que vive con ella en Ámsterdam. Son pocos los datos que poseo sobre la vida de usted, y quizá quisiera darme alguna información mayor. Lo que tengo claro es que es una gran lectora, escribe muy bien el idioma español, posee ideas claras y brillantes, y estas, sin duda, obedecen a su sólida formación sicológica y humanista. Además, leí en un periódico de Cali una excelente reseña sobre Nidos de oropéndola, (1) y una pincelada sobre su personalidad.

Me entusiasma enterarme de su incursión en selvas y otros parajes de Colombia y de Venezuela. Yo soy autor de una novela titulada Ráfagas de silencio (2007), la cual se desarrolla en la selva del Putumayo, que conocí en mi lejana juventud. Me quedan muy pocos ejemplares, pero me comprometo a reservarle uno para cuando vuelva a Colombia. Ojalá pudiera enviárselo con algún amigo suyo que venga de visita al país. Con él le enviaría también mi libro de viajes El azar de los caminos. Siga usted disfrutando de un grato descanso en España.

Un saludo de

Gustavo Páez Escobar

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(1) Libro de viajes de Loretta, publicado en Colombia y presentado en Bogotá en la Feria Internacional del Libro.

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Ámsterdam, Holanda, 23 de diciembre de 2010

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Estimado Gustavo:

Estaba por escribirle que me parece que usted se ha lucido mucho con sus columnas últimamente. Que me impresionó aquel relato de Gabriela. (1) Alguien me dijo que queda en Antioquia. Al leerlo, al igual que usted pensé en Armero.

Alguna vez tuve ocasión de visitar lo que quedó de Armero, sepultado bajo grandes capas de lodo. Mucho antes, el Ruiz había sido el lugar donde vi conscientemente mi primera nieve (y eso que yo nací en Holanda en pleno invierno). También me hizo pensar en la avalancha que se produjo en Venezuela, creo que 1999/2000, en diciembre también. Llovió tanto allá que se vinieron las montañas cuesta abajo, tapando pueblos que quedaban junto al mar, cerca de La Guaira (el aeropuerto de Caracas). Había un proyecto allá, creo que ayudado por los franceses, para los que se quedaron sin techo, y luego de unos meses de lo ocurrido, lo visité.

Las casas que habían quedado cubiertas, en parte estaban construidas en el lecho del río, y al descender las aguas se metieron hasta el segundo piso. Hablé con la gente, vi los niños que nacieron en el campamento de refugiados, las madres embarazadas nuevamente, la privacidad de la gente reducida a sólo una cama camarote, tapada con una sábana (a modo de ‘carpa’). En algún momento el colegio de psicólogos me invitó en Ámsterdam a dar una presentación sobre efectos de trauma psicológicos.

Utilicé algo de lo que aprendí ahí para dar ejemplos concretos sobre lo que dice la teoría. También tenía una hoja de la prensa venezolana, una página entera pagada por la empresa láctea, en la que aparecían fotos de los niños desaparecidos. Habían sido rescatados por los helicópteros y nunca más habían sido reunidos con sus familias. Tantos, como para llenar una página de foticos de caritas. Impresionó mucho (una de las personas ahí presentes dijo que su marido era periodista y le pasaría el dato).

En Venezuela, mientras tanto, se construyeron pueblos enteros nuevos para la gente damnificada. En años posteriores se veía desde el bus gente que era de la orilla del mar viviendo ahora en los llanos en pueblos nuevos, y sus hijos quién sabe dónde. Para mí todo esto fue razón suficiente para tomar cursos sobre tratamiento para aliviar síntomas postraumáticos con un método no verbal, pensando que eso debería pertenecer a lo que el psicólogo lleva como equipaje.

Todo esto fue cuando aún trabajaba en psiquiatría. Luego me metí en lo de la epilepsia, y aunque el tratamiento se usa para aplacar trastornos en personas para quienes los ataques son un trauma, no soy yo la que se dedica a eso. Yo evalúo a los niños. Lo del curso queda algo lejano.

Estoy leyendo el libro El sueño del celta, de Mario Vargas Llosa. Hay una cosa muy interesante ahí, y es que él se metió al Congo (y luego a Iquitos) a describir la barbarie de la colonización de hace 120 años atrás, tomando la vida de un irlandés para describir todo esto. Este año salió y se premió un libro en lengua holandesa llamado Congo, del belga David van Reybroek, y creo que trata de lo mismo.

Interesante que dos personas, en sitios muy alejados, sientan la urgencia de escribir sobre temas similares en el mismo instante de la historia. Vargas Llosa se puso en contacto con el belga (le agradece al final), pero eso no quita la coincidencia, ni el esfuerzo que Vargas Llosa hizo para profundizar en la historia y en los sitios. Cuando termine a Mario Vargas Llosa voy a conseguir el del belga.

Estaba por escribirle todo esto cuando apareció su nueva columna, dedicada a Carmen Cecilia y a su editorial. (2) Ella se lo merece. Ha sacado la editorial de la nada, y ya lleva un montón de títulos. Me gusta aquello que dice usted sobre la obra de Carmen Cecilia, y estoy de acuerdo con ello. Siempre se vio como algo erótico, claro que también lo es, pero dice mucho más sobre el alma humana, y me parece que usted lo describe muy bien. Gracias por la columna.

Y, para terminar, también le deseo a usted y a la familia (¿se van para Villa de Leyva?) una feliz navidad y lo mejor para el 2011.

Loretta van Iterson

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(1) Se refiere al artículo La Gabriela: símbolo navideño, publicado en El Espectador y que hace referencia a una tragedia ocurrida en Bello (Antioquia).
(2) Artículo en El Espectador: Una silenciosa editorial (La Serpiente Emplumada, de Carmen Cecilia Suárez, donde se publicó el libro de Loretta).

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JOSÉ ANTONIO VERGEL ALARCÓN

Nació en Alpujarra, Tolima, el 13 de agosto de 1936. Cuentista, ensayista, periodista, académico. Se graduó en Filosofía y Letras en la Universidad Javeriana y realizó estudios filológicos en el Instituto Caro y Cuervo. Ha sido profesor en varias universidades. Se desempeñó en Rusia, durante varios años, como redactor literario y periodista en el semanario Novedades de Moscú, la Agencia de Prensa Novosti y la Editorial Progreso. Cuentos, poemas, relatos suyos han sido publicados en revistas y periódicos de Colombia y Europa.

Libros: Pomala, su sangre y su canto, Lumbres secretas, Casa maldita, y varias obras inéditas.

 

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Ibagué, 15 de febrero de 2010

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Muy apreciado Gustavo:

Por tu sentido artículo Muere un ruiseñor, acabo de enterarme del fallecimiento del poeta Javier Huérfano. Nos ha dolido a Cecilia y a mí profundamente su deceso. Lo vimos por última vez en la Feria Internacional del Libro en Bogotá. Alguien conducía su silla de ruedas. Se le veía demacrado, sabía lo que le esperaba del cáncer que padecía, pero no se arredraba; mostraba ánimo y seguridad.

En varios encuentros de escritores departí con él. Siempre hablamos del poeta Luis Vidales, nuestro común y entrañable amigo. Yo creo que Huérfano se llevó muchos secretos acerca del autor de Suenan timbres. Él acompañó de cerca al poeta calarqueño en sus días postreros, incluso, creo que salvó documentos del poeta fallecido.

Y en cuanto a Javier, en realidad hizo cuanto pudo por destacar el nombre de Luis Vidales, como usted lo señala en su oportuno y consagratorio artículo. No elogiaba sus propios poemas pero decía que en ellos estaba parte de su vida de penurias. «Mis poemas son dolidos porque así es mi vida», me decía. Luchó contra el sistema político despiadado que aún tenemos. Era fraternal, sencillo, discreto pero atento a participar si era necesario acuñar algo positivo.

La poetisa Inés Blanco lo apreciaba en alto grado. Lo recordamos en Chiquinquirá, en Nocaima, en Bogotá y en Ibagué. Participaba bien en las reuniones de poetas. Nunca propuso acciones descabelladas. Siempre lo animó el sentido de servicio. Realmente se nos fue un «ruiseñor» de la literatura.

Ojalá sea escuchada tu propuesta de unirlo en Calarcá junto a la tumba del gran poeta Luis Vidales, (1) su paisano, a quien tanto quiso, y ojalá también que su patria chica reedite su obra. Gracias, mi estimado Gustavo, por destacar al hermano de letras que ya no está entre nosotros pero que no debemos olvidar.

Recibe nuestro saludo extensivo a tu distinguida familia.

José Antonio Vergel y Cecilia Rojas

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(1) Por iniciativa mía, expuesta en el artículo a que alude esta carta, sus restos fueron situados en la Casa de la Cultura de Calarcá junto a los de Luis Vidales, su maestro.

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Ibagué, 24 de abril de 2010

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Estimado Gustavo:

Me alegra sobremanera que tu idea de ubicar las cenizas de nuestro común hermano, el poeta Javier Huérfano, haya tenido eco en Calarcá y las sitúen junto a las de nuestro gran maestro Luis Vidales con quien tantas veces compartí y departí con Huérfano acerca de él. Vale bien felicitarte y también a la escritora Esperanza Jaramillo y a José Nodier Solórzano por acatar tu iniciativa.

Ojalá más temprano que tarde las obras completas de ambos escritores aparezcan publicadas para que sus mensajes no se olviden. Los dos merecen recordación permanente porque se dedicaron al noble y honroso trabajo de escribir bellas obras. Recibe mi reconocimiento por tu noble labor como escritor y gestor de iniciativas que van ganando audiencia.

Un gran abrazo de

José Antonio Vergel

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Ibagué, 22 de mayo de 2010

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Apreciado Gustavo:

Muy interesante tu columna Bolívar en Soatá. No sabía que al honor de ser cuna de escritores tan ilustres se añadiera otro tan honroso: haber sido punto de estadía de nuestro Libertador cuando triunfa y se convierte en héroe inolvidable, y luego cuando declina su fuerza vital y nos abandona. Me complace mucho este conocimiento histórico. Recibe mi admiración y aprecio. Esta mañana hablé con Raúl Ospina. Me dio la noticia de haber sido incluido como miembro de la Academia Colombiana de la Lengua, seccional Tunja. Lo noté feliz.

Mi más cordial saludo para ti y Astrid.

José Antonio Vergel

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Bogotá, 22 de mayo de 2010

Señor José Antonio Vergel
Ibagué

Apreciado José Antonio:

Agradezco tu comentario sobre mi artículo Bolívar en Soatá. Respecto al ingreso de Raúl Ospina como miembro de la Academia Colombiana de la Lengua, seccional de Tunja, te cuento que a mí también me hizo Javier Ocampo López igual ofrecimiento. Javier me ha insistido, desde años atrás, en el mismo tema (antes, el ingreso a la Academia nacional, en Bogotá), pero yo me he rehusado. El honor es grande, pero lo que sucede es que mi vocación académica es bien pobre. Poco amigo como soy de las asociaciones, sería un pésimo académico. Te cedo el puesto.

A Javier Ocampo le dije que mi real academia está encerrada en muy pocos metros, en el silencio de mi biblioteca. Mi mejor academia es mi propia biblioteca, que no la cambio por nada. Sin embargo, desea Javier que yo figure en la lista de escritores boyacenses que van a conformar este cuadro de honor en Tunja. Yo le he repetido que no quiero hacerlo quedar mal, pues mi ánimo de asistencia a sesiones es nulo. Es asunto temperamental. Qué pena con Javier.

¿Conoces el episodio de Vicente Pérez Silva, quien una vez fue elegido miembro de la Academia Colombiana de Historia y más tarde renunció, con alboroto, al no permitírsele presentar una ponencia sobre Sañudo y su rebelión contra Bolívar? Vicente publicó esta historia en un folleto novedoso, que ojalá consigas con él mismo. Eduardo Caballero Calderón, a quien incluyeron a la fuerza en la Academia Colombiana de la Lengua, fue un ausente famoso: creo que presentó el trabajo de ingreso y nunca más regresó.

Sucede en esto que se le da de comer al que no tiene dientes…

Un gran abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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Bogotá, 23 de mayo de 2010

Señor Gustavo Páez Escobar
Bogotá

Apreciado Gustavo:

Comparto casi en un todo tu criterio de pertenecer o no a instituciones que exigen suma responsabilidad, sobre todo, en eso de asistir de continuo. Gracias por cederme el puesto. A mí también me hicieron miembro de la Academia de Historia del Tolima hace muchos años, a raíz de haber publicado Pomala: su sangre y su canto. Hasta me dieron un diploma muy bonito.

Yo no pude concurrir por múltiples razones: distancia, ocupaciones, viajes, algunas personas que no me «simpatizaban» (algo de esto se mejoró). Pero tanto insistieron que al cabo de más de una década me sacaron el «sí» y les acepté. El trabajo ad honórem es arduo. Hemos desarrollado un gran plan con relación al Bicentenario. Me siento fatigado, estoy que pido «año sabático», por no decir que «ya casi tiro la toalla».

Comparto que la mejor Academia es la biblioteca propia. Sobre todo, ahora cuando nos acosa el placer de releer obras, porque desafortunadamente uno de tanto leer y leer también pierde la memoria y esta no se debe dejar perder. Estoy reorganizando mi biblioteca porque nos trasladamos al barrio Belén, a una casa modesta pero propia. Desde luego, es tu casa. En esta dirección estamos a tus órdenes. Cra.10 N° 6-24, barrio Belén, Ibagué. Tel 2733617. Estoy desempacando todavía.

Conozco el folleto donde Pérez Silva mandó al… quinto infierno a la Academia de Historia por haber propuesto un estudio sobre el contendor de Bolívar, el señor José Rafael Sañudo. Sañudamente los académicos no permitieron que se hablara de Sañudo y entonces el “Benjamín de una Academia» se embejucó con toda razón. De nuevo mi saludo, y adelante con los faroles, dijo el cura.

José Antonio Vergel

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Bogotá, 19 de octubre de 2010

Señor José Antonio Vergel
Ibagué

Apreciado José Antonio:

Siempre he sido puntual, y sufro con los que no lo son. Detesto, por ejemplo, la impuntualidad de los médicos: citan a la misma hora a varios pacientes, y así abusan del tiempo de los pobres ‘pacientes’, que por eso mismo se enferman más.

Yo me confieso con mi alma. Me confieso con Dios. El confesionario de las iglesias debe desaparecer, al igual que el celibato católico. La Iglesia está muy atrasada en sus prácticas. Hace varios años leí un libro que contiene una investigación secreta en los confesionarios de Roma, efectuada por una pareja de italianos en los propios confesionarios, la cual revela que más del noventa por ciento de las confesiones son sobre sexo. Para qué dudarlo. Lo sorprendente y abominable es que los propios sacerdotes aprovechan muchas veces las confesiones para manipular secretos que favorecen sus propios instintos sexuales, y así crean confusión en las almas.

El libro En nombre de Dios – investigación sobre el asesinato de Juan Pablo I, de David Yallop, denuncia sucesos espantosos sobre este capítulo de la historia eclesiástica. Por supuesto, la Iglesia vetó el libro. Pero no ha podido demostrar que Juan Pablo I (un verdadero apóstol reformador) no fue asesinado.

Hace 15 o más años escribí unas notas de condena sobre el celibato obligatorio, con defensa del celibato opcional, y algún clérigo obtuso me lanzó fuertes improperios. Pero un vicario apoyó mi tesis. Admiro la Iglesia Católica como institución. La Iglesia debe reformarse. Le falta el verdadero líder que la salve de la encrucijada actual. Llegará. La verdadera Iglesia de Cristo está desdibujada.

Feliz día.

Gustavo Páez Escobar

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EDUARDO DURÁN GÓMEZ

Nació en Bucaramanga. Abogado, político, académico, periodista. Máster en Historia. Biógrafo de Gabriel Turbay. Miembro de la Academia de Historia de Santander, de la Academia Colombiana de Historia y de la Real Academia de Historia de España. Ha sido presidente del Concejo de Bucaramanga, presidente de la Asamblea de Santander, alcalde encargado de Bucaramanga, gerente del Banco de Occidente de Bucaramanga, gerente de la zona oriental del Banco Popular, director de Vanguardia Liberal, notario 38 de Bogotá. Articulista de varios periódicos y autor de ensayos sobre temas históricos

Libros: Gabriel Turbay, estadista santandereano, Figueroa, un personaje inolvidable, La obra de Óscar Rodríguez Naranjo, Vanguardia de pluma errante.

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Bogotá, 3 de noviembre de 2010

Doctor Eduardo Durán Gómez
La Ciudad

Apreciado Eduardo:

Genial tu crónica. Para un personaje tan gracioso como Luis Enrique Figueroa se requería una pluma que con la misma gracia supiera dibujarlo. Esta semblanza, amena y certera, rescata para la historia de Santander el carácter ingenioso de un singular actor del gracejo y el sarcasmo. Era, sin duda, un fino comediante de la vida. Durante algunas estadías mías en Bucaramanga oí hablar con interés de Luis Enrique Figueroa, e incluso leí novedosos escritos suyos en Vanguardia Liberal, pero nunca tuve la suerte de conocerlo en persona.

Con tu estupenda crónica cumples el oficio de fiel retratista de esta personalidad. En su caso no podría aplicársele por completo la definición que le das al temperamento santandereano, quizá por tratarse de un ciudadano fuera de serie: «rotundo, arisco, impetuoso y a veces huraño e hirsuto».

Bien merecido el premio que te otorga la Editorial SIC por este trabajo pergeñado con exactitud y galano estilo. Me sumo con entusiasmo a dicho reconocimiento.

Afectuoso abrazo,

Gustavo Páez Escobar

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Continúa

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