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Los motivos del insurgente*

miércoles, 18 de septiembre de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

De paso por Cartagena, un día caminaba por el centro de la ciudad cuando vi de repente, en un puesto de venta callejera invadido por el sol, el libro Carta abierta a un analfabeto político, de Tulio Bayer, que buscaba desde tiempo atrás y no había logrado conseguir en ninguna librería. Le pasé al librero el  billete de la compra, y él me dijo que no tenía vueltas. Le prometí volver en diez minutos, mientras le traía el dinero preciso. Y le encarecí que me guardara el libro. Mostrando una actitud de seguridad, me respondió que no me preocupara, y para mayor certeza me informó que durante el tiempo que llevaba exhibiendo la obra nadie se había interesado en ella.

Dio la casualidad de que pasos adelante me encontré con un viejo amigo, con quien entré a conversar en una cafetería. Y corrieron los minutos. Cuando regresé al puesto callejero, el libro había sido vendido. Protesté, pero mi reclamo carecía de razón, ya que los diez minutos se habían convertido en una hora. Mientras tanto, había llegado otro comprador –el diablillo que nunca falta en estas trastadas de la vida–, y el librero no podía desaprovechar la ocasión.

Este incidente de aparente trivialidad transmite, sin embargo, un signo revelador: que todo lo que giraba alrededor de Tulio Bayer era complicado, duro, tortuoso. Su vida estuvo marcada por la adversidad. Nada le fue fácil. Todas las puertas se le cerraban. Sus luchas sociales en defensa de las clases desprotegidas y en contra de los eternos explotadores del pueblo chocaban contra los poderosos y a él le creaban barreras infranqueables.

Siempre se opuso al atropello y la sinrazón. Tal vez estos dos conceptos fueron los principales resortes de sus ataques y sus diatribas en los círculos donde se desempeñó como médico, científico, profesor universitario, intelectual, periodista, diplomático, guerrillero, escritor o empleado público y privado. En estos campos quedaron huellas de su férrea oposición a las personas o los sistemas que se apartaban de los caminos correctos.

Nunca se dejó tentar por los halagos del poder ni seducir por la vida cómoda. Huía de la actitud conformista y del gesto complaciente, acaso los mayores generadores de la mediocridad y la apatía ciudadanas y causantes de grandes problemas sociales. Su tránsito por el mundo se convirtió en constante y denodada protesta contra la injusticia y la corrupción. “Yo he sido toda mi vida un luchador contra el abuso y la explotación, y además contra el absurdo”, son palabras suyas al final de su existencia.

Doble rito

Tulio Bayer nació en Riosucio (Caldas) el 18 de enero de 1924. Al presentarse una complicación en el momento del parto, estuvo a punto de morir. Ante dicho percance, su abuelo paterno le aplicó de afán el agua bautismal. El niño sobrevivió, y al surgir la duda de que no había sido bien realizada la ceremonia, fue bautizado por segunda vez en la iglesia del pueblo. Doble rito para un católico que se volvería ateo. Formado en un hogar católico, años después dejó de creer en la existencia de Dios. Sin embargo, creía en Cristo, pero no en el que infunde miedo por su figura amenazante, sino en el verdadero, el bondadoso, el Cristo de los pobres.

Nació con el síndrome de Marfan, que afecta a una de cada cinco mil personas y consiste en el aumento desmedido de los miembros. Este trastorno también puede lesionar el corazón. Pero no la inteligencia. Tales hechos son evidentes en el personaje: de un lado estaban su elevada estatura –que pasaba de dos metros– y la longitud inusual de sus miembros, y de otro, su aguda inteligencia. A fines de los años cincuenta lo conocí “como un simpático y extraño personaje que después se volvería leyenda en la historia de las luchas sociales que han estremecido la vida del país” (así lo percibí). Además, poseía el don de su conversación chispeante y diserta. Con tales características libró todas sus batallas.

La primera batalla tuvo como escenario el Colegio de Nuestra Señora en Manizales, donde recibía el trato áspero y discriminatorio del rector, Baltasar Álvarez Restrepo, quien sería obispo de Pereira. Sometido a humillaciones e injusticias, el alumno promovió contra el jerarca una huelga estudiantil. Fue expulsado del centro docente, pero volvió a ser recibido por mediación de su padre. Sin embargo, en su alma ya había quedado incrustada la marca indeleble de la rebeldía. Con el tiempo escribiría el libro San BAR, vestal y contratista, que tuvo como origen aquella experiencia traumática.

Luchador implacable

Años después, adelantó en Manizales, como secretario de Higiene y Educación, implacables campañas contra los adulteradores de la leche, los traficantes de lotes de la Beneficencia y otros depredadores de la hacienda pública. “No es leche sino veneno caro lo que se consume en Manizales”, clamó desde el diario La Patria. En esta guerra abierta contra la clase política no le tembló nunca el pulso. Los responsables de las fechorías, pertenecientes a la clase alta, de tal forma lo hostigaron que tuvo que abandonar la ciudad.

Fue a dar a Puerto Leguízamo con el oscuro cargo de jefe del puesto de Salud que él mismo había buscado luego de su salida de Manizales y de pasar hambres en Bogotá. En aquella lejanía selvática yo trabajaba en el sector bancario, y nos hicimos amigos cercanos por la empatía y la afinidad de nuestras ideas en el terreno humano e intelectual. Allí descubrió la miseria de los nativos, abandonados por todos los gobiernos y víctimas de los males tropicales y la carencia de medicinas. Protestó contra la indolencia oficial, y perdió la batalla.

Laboratorios CUP: un legado envilecido

De nuevo en Bogotá, ingresó como director técnico de los laboratorios CUP. Esta entidad quería aprovechar su especialización en la Universidad de Harvard en Farmacología y Toxicología. Tulio Bayer era, ante todo, un científico. En tal carácter, se hizo la ilusión de que ahora sí estaba en el lugar adecuado.

Pero se halló con otra realidad decepcionante: bien pronto salieron a flote graves anomalías en la elaboración de las drogas, con peligros latentes para la salud del pueblo. Por otra parte, se agazapaba en esa firma la ambición mercantilista con que se manejaba el negocio. Se enfrentó a los directivos con los códigos de la ética médica y el respaldo de la ciencia farmacológica, pero tales premisas sobraban en un organismo que se movía ahora con otro rumbo y otros afanes.

En consecuencia, fue despedido del cargo en corto tiempo. El caso tuvo revuelo nacional, y al científico se le presentó la oportunidad de denunciar ante la opinión pública la adulteración de las drogas y los negociados que se urdían bajo el prestigio de la entidad. Los laboratorios habían sido fundados con alta mira científica por el eminente médico antioqueño César Uribe Piedrahíta, también especializado en la Universidad de Harvard y, al igual que Bayer, agitador de ideas, escritor y novelista. Muerto el filántropo en 1951, su colega caldense ejerció el papel de ángel vengador dentro del legado que se había envilecido. Él también era filántropo.

Crítico social

Bayer asociaba este episodio con el ocurrido durante su año rural en los municipios antioqueños de Dabeiba, Turbo y Anorí, donde recibió la propuesta de un gamonal para que formulara determinadas medicinas –existentes, por supuesto, en la droguería del político– a cambio de una comisión. Su negativa le acarreó serias dificultades en su ejercicio profesional y de paso le descubrió los caminos de la corrupción que le mostraban desde entonces la realidad que viviría en diversos escenarios. A raíz de dicha experiencia, escribió la novela Carretera al mar.  

Su pensamiento acerca de la medicina y el área de las drogas, expuesto en conferencias, tesis, debates, artículos de prensa y en el libro autobiográfico Carta abierta, es luminoso. Durante su estadía en Manizales expuso respetables puntos de vista sobre los asuntos sociales y los pecados de la administración pública. Penetró en los terrenos de la salud, la educación, el desamparo de los humildes, las causas de la prostitución, y lo hizo con lenguaje vehemente, a veces mordaz y siempre justiciero.

El rincón del Jaibaná, su columna de La Patria, fue tribuna combativa y erudita. Nunca decayó en sus denuncias. En cualquier espacio donde actuaba, y en cualquier momento en que sufría  oprobios y persecuciones, su voz fue siempre categórica y fustigante. Como no transigía en el  terreno de la rectitud y se enfrentaba a cuanta depravación o desafuero surgían en su entorno, se hizo a grandes enemigos que lo hostigaban y no le permitían ejercer su profesión y vivir en paz. Fue un colombiano indeseable para muchos e incómodo para el “establecimiento”.

Cónsul en Puerto Ayacucho

Después de la salida de CUP fue médico indigenista en el Vichada. Además, cónsul en Puerto Ayacucho (Venezuela). Desde este cargo puso su mayor empeño en resolver los apremios de los residentes en esa zona fronteriza, pero tropezó con escollos insalvables al no recibir respuestas del ministerio ni el apoyo del embajador colombiano en Venezuela. Por otra parte, la aversión del cónsul anterior, hombre fuerte en la zona y dedicado a operaciones oscuras, tornó nugatoria su labor.

Se sentía solo, arrinconado, impotente para brindar soluciones. Quería trabajar por el bien de la comarca y de la gente, y nadie le prestaba ayuda. Mientras tanto, desde el interior del país le llovían epítetos como “conflictivo”, “revoltoso”, “locato”, “comunista”… Vientos huracanados se arremolinaban en su territorio selvático para frenar su misión e impedirle una vida digna. La patria le era ajena. Sintió entonces que el destierro y el desprecio lo lanzaban a la rebelión.

En el Vichada conoció a Amira Pérez Amaral, quien fue su secretaria en el consulado y era hermana de varios coroneles venezolanos. La bautizó con el curioso nombre de “Tanque”, y se convirtió en su intrépida aliada de la subversión y su leal compañera sentimental hasta la muerte del médico en París dos décadas después. Fue su segunda esposa, después de Morelia Angulo Peláez, efímera relación que había quedado atrás. Cuando todos lo abandonaban, apareció Amira, la razón perfecta para no sucumbir.

Se levanta en armas

El hambre fue una constante en la vida y en la literatura de Tulio Bayer. Dedicó una página entera de Carta abierta para escribir la palabra hambre en distintos tamaños y en diversas direcciones, como apuntando hacia todas partes. El hambre fue símbolo del abandono que padecía en su propia vida y que veía manifiesto en miles de colombianos marginados. Repitiendo palabras de Gaitán, decía que “el paludismo no es liberal ni conservador, ni el hambre es liberal ni conservadora”.

Cuando todos los caminos se le habían cerrado, se levantó en armas en el Vichada. Corría el año 1961. Organizó un grupo subversivo y se lanzó a la guerra contra el régimen. Su destino guerrillero era ya imparable. Su caso produjo impacto en el país. Desde luego, un joven médico de 37 años, con capacidad para ser brillante científico o destacado político, llamaba la atención de la opinión pública.

Colombia estaba a cinco años de presenciar el levantamiento en armas del sacerdote Camilo Torres, asesinado por el Ejército en febrero de 1966. En octubre de 1967, caía en Bolivia el Che Guevara, líder de la revolución cubana. Dentro de la Iglesia católica latinoamericana avanzaba la Teología de la Liberación, corriente cristiana que se basa en el Evangelio para redimir la miseria de los pobres.

El momento era de agitación social y de toma de conciencia de las desigualdades humanas, toleradas y fomentadas por los gobiernos y la propia sociedad. Contra ese estado de cosas se rebeló Tulio Bayer. Pero su voz se ahogó en el abismo.

No duró mucho tiempo en la guerrilla. El 10 de diciembre de 1961 fue capturado, junto con su esposa, por el coronel Álvaro Valencia Tovar. Varios hechos se conjugaron en su contra: la arremetida militar, la traición de algunos de sus compañeros y el agotamiento físico. Llevado a Villavicencio, quedó incomunicado más de un mes en los calabozos del Batallón Vargas.

La prensa nacional no cesaba en los improperios: “desquiciado mental”, “desadaptado social”… El coronel Valencia lo calificaba de “esquizofrénico con complejo de Edipo”, “bandido sin ningún ideal social o político”, “frustrado”, “fracasado”… Pero, cosa extraña, fue el presidente de la Corte Suprema de Justicia quien dijo estas palabras cuando se producían los mayores ataques y las peores injurias: “Tulio Bayer no es un bandido ni un asesino, ni un loco, simplemente es un rebelde”.

El síndrome de Estocolmo al revés

Como la vida es rica en paradojas, a veces incomprensibles, Valencia Tovar fue a visitar a Bayer en su sitio de reclusión y entabló con él un diálogo civilizado e incluso cordial. Se encontraban cara a cara dos escritores e intelectuales. Con el tiempo tendrían un franco intercambio epistolar, y el militar publicaría sobre el médico algunos artículos en la prensa. Ya habían cesado los dardos venenosos y brotaban en el coronel palabras de elogio hacia ciertas facetas de su adversario. Ahora el síndrome de Estocolmo se producía al revés: el sentimiento de admiración iba del captor hacia el capturado. Bayer lo acusó de haberse apropiado de algunos papeles personales cuando lo capturó en Santa Rita, los que dieron origen a la novela Uisheda (1969) que escribió Valencia Tovar en torno al conflicto armado.

Por otra parte, el biógrafo enjuicia novelas y escritos que a lo largo del tiempo calificaron al médico como personaje caricaturesco, deformándolo y ridiculizándolo. Entre los textos de esa índole están las novelas Bulevar de los héroes, de Eduardo García Aguilar; La guerra en todas partes, de Jaime Restrepo Cuartas; Uisheda, de Álvaro Valencia Tovar; algunos artículos de Gustavo Álvarez Gardeazábal; un reportaje desenfocado de Eligio García Márquez, y la presunta biografía titulada Tulio Bayer, solo contra todos, de Carlos Bueno Osorio, que es en realidad un plagio elaborado con la propia redacción de Bayer en sus libros.

Tulio Bayer fue recluido un año en la cárcel Modelo. A raíz de aquella vivencia, a la vez tétrica y creativa, escribió la novela Gancho ciego: 365 noches y una misa en la cárcel Modelo. Testimonio patético de su última desventura en Colombia. Se le imputó el delito de rebelión. La rebeldía era su fuerte y lo movía a combatir la desigualdad social. Después del año de encierro quedó en libertad, sin haber sido juzgado ni definida su situación. Luego, viajó a Caracas.

El comunismo no lo seducía

Estuvo varios días en Méjico y de allí pasó a Cuba, donde fue director de un hospital. El régimen y la ideología de Cuba lo desencantaron. Se convenció de que el castrismo no era la solución para las angustias del continente. Visitó varios países socialistas, habló con importantes líderes y sufrió la misma frustración. El comunismo no lo seducía. A la postre, se radicó en París como refugiado político. Allí se le consultaba como experto en los problemas latinoamericanos. Y declaró que era un “guerrillero en uso de buen retiro”.

En París prestó servicios ocasionales como médico de un hospital y médico legal al servicio de la policía. Con todo, obtenía mejores resultados económicos como traductor de una enciclopedia médica. Los años finales de su vida los dedicó al estudio y difusión de la ecología como base de la vida del hombre en el planeta, y hacía énfasis en los peligros que encierran las centrales termonucleares, para aprovechar, en cambio, la energía solar. No cesaba de insistir en que Colombia no tenía conciencia ecológica. Nunca dejó de pensar en la patria. Era un gran patriota.

Maestro de la palabra, sus escritos son modelo de sabiduría y belleza idiomática. Carta abierta, su inicial obra autobiográfica (en realidad todas poseen ese carácter), puede leerse como novela. Vigorosa, poética y espléndida narración de su vida combativa. Toda su verdad está contenida en este libro. Fue lector empedernido y poseía vasta cultura. Iba por el cuarto libro, y quedó sin publicar Fineglass, un tratado sobre el homosexualismo. “Dejo mis libros –manifestó– como testimonio de un hombre que morirá como ha vivido: como territorio libre del cosmos”.

Especialista en bancarrotas

Durante los últimos cuatro años mantuve con él nutrida correspondencia, parte de la cual está  recogida en mi página web. En ese lapso fui su corresponsal más constante y más convencido del significado de sus luchas, de la ingratitud del país hacia este patriota incomprendido y de la certeza de que algún día Colombia sabrá reconocer su mérito. El médico batallador, que nunca echó marcha atrás, se calificaba como un especialista en bancarrotas a quien no asustaban los fracasos.

Considerar a Tulio Bayer un quijote del siglo XX no es comparación despectiva. Por el contrario, es la manera genuina de representar su vocación idealista y altruista como fórmula para buscar la dignidad humana. Así precisa el Diccionario de  la lengua española al quijote: “1. Hombre que, como el héroe cervantino, antepone sus ideales a su conveniencia y obra de forma desinteresada y comprometida en defensa de causas que considera justas. 2. Hombre alto, flaco y grave, cuyo aspecto y carácter hacen recordar al héroe cervantino”.

El luchador solitario

En ambas acepciones está descrito, en cuerpo y alma, el luchador solitario de que se ocupan estas páginas. En su lecho de enfermo, le dijo Bolívar a su médico minutos antes de morir: “Los tres grandes majaderos de la historia hemos sido Jesucristo, Don Quijote… y yo”.

La insuficiencia aórtica con que llegó al mundo terminó con su vida en París a los 58 años, el 27 de junio de 1982. Al enterarme de la triste noticia, recordé las palabras que me había expresado días antes: “Pongamos las cosas en su punto: yo no soy sino un episodio de una larga guerra. Las batallas que me tocó librar las perdí. Pero aun perdidas, esas batallas contribuyeron a crear una conciencia política”. Esa conciencia política es la que se ventila a lo largo de esta biografía.

Este estudio biográfico le hace justicia a Tulio Bayer. Es el resultado de varios años de investigación en los sitios donde el personaje protagonizó sus acciones insurgentes. Orlando Villanueva Martínez se fue en busca de datos a poblaciones y entidades donde estaba escrita la historia, y por lo general permanecía oculta. Habló con la gente, revisó archivos, cartas, sumarios, documentos de distinta índole, tomó fotografías, y hoy saca a la luz sucesos inéditos y reivindicativos de la vida del médico. Todo esto le permitió conformar el material gráfico que exhibe el libro y que constituye prueba amplia de su rigurosa indagación.

Por otra parte, el historiador explaya la realidad de una etapa convulsa del país, en la que Bayer   abanderó solitarias y valerosas campañas a favor de la gente desprotegida y en contra del atropello. Y chocó, como queda dicho, contra el poder arrasador de la clase dominante, situada bien en la esfera oficial o bien en la privada. La obra no solo establece la evidencia de aquella contienda social, tan desdibujada en sus días, sino que pone al descubierto a los detractores y los señala con nombre propio, y de manera fehaciente, a través de sus escritos o libros vejatorios.

Su carácter histórico

En estas páginas emerge el Tulio Bayer que merece un puesto digno en la historia colombiana, como paradigma que es de la justicia y de la equidad. Fulguran el literato y el intelectual, el ideólogo y el periodista, el ecólogo y el científico. Y ante todo, el luchador solitario que le da el título a esta obra. Aquí está el líder ignorado y vejado en su tiempo, que con su duro trajinar en la vida contribuyó a crear la conciencia política que él resaltó en una de sus cartas. Yo, tan conocedor de la vida de Tulio Bayer, quedé muy satisfecho con su biografía. Es una investigación seria, exhaustiva, precisa y justa. Está bien documentada, y esto dará credibilidad ante los lectores.

En la prestigiosa producción de Orlando Villanueva Martínez figuran textos de famosos líderes de la insurgencia, como Guadalupe Salcedo, Dumar Aljure, Camilo Torres, Sangrenera, Biófilo Panclasta, Manuel Quintín Lame. El año pasado publicó Canciones de la guerra, libro que recoge el folclor musical que ha corrido de boca en boca y describe el alma llanera a través de su historia, su gente y sus tradiciones.

Mi novela Ráfagas de silencio (2007) fue publicada con ocasión de los 25 años de la muerte de Tulio Bayer, como homenaje a su memoria. Su escenario es la selva, y la obra presenta una semblanza del médico insurgente que comenzaba a sobresalir con su rebeldía en aquella lejana frontera de la patria. No tuve la pretensión de hacer una novela histórica sobre este personaje legendario, sino la de dibujar su espíritu justiciero y sus gritos de protesta social en la selva del Putumayo. Esa fue la antesala de su vida guerrillera.

Bogotá, abril de 2018 

 * Prólogo del libro Tulio Bayer, el luchador solitario, de Orlando Villanueva Martínez (Universidad Distrital Francisco José de Caldas, abril de 2019). Junto con dicho libro salió un segundo tomo: Tulio Bayer: una vida contra el dogma. Correspondencia y otros escritos, del mismo autor y publicado por la misma universidad. 

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 Eje 21, Manizales, 16-IX-2019.

Comentarios

Celebro que por fin se pudo editar este reconocimiento a un verdadero revolucionario. Orlando Villanueva Martínez, Bogotá.

Tulio Bayer fue un hombre talentoso e inteligente que cumplió con su misión de crear conciencia. Sus libros son un gran legado, y ahora con esta biografía y tus artículos se asegura su puesto en la historia. Gloria Chávez Vásquez, Nueva York.

Con el brillante prólogo que escribiste para el libro de Orlando Villanueva, adquirí pleno conocimiento de los ideales del atormentado médico, de los motivos que tuvo para llegar a convertirse en guerrillero, de su valía como escritor y líder social y de su acrisolada personalidad. Y con tristeza, también pude comprobar una vez más la desidia, el desinterés y la abominable indiferencia de los gobiernos y clases favorecidas por los campesinos, indígenas y desposeídos. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.  

En mis trasteos  lo primero que empaco en mi maleta de mano es el ejemplar de Carta abierta a un analfabeto político, en el cual, entre los varios subrayados destaco el de la página 24, de Ediciones Hombre Nuevo: “Si quieres un ejemplo personal y reciente de este fenómeno aparentemente contradictorio, te diré que en la llamada por mi coronel enemigo Álvaro  Valencia Tovar la “campaña del Vichada” se gastó en perseguirnos unas diez  veces más de lo que valía lo que nosotros estábamos pidiendo antes de levantarnos en armas. Lo pedí yo mismo siendo cónsul de Colombia en Puerto Ayacucho”. Javier González Q.

Tulio Bayer, el luchador solitario

miércoles, 18 de septiembre de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En mayo de 2016 recibí una llamada del historiador Orlando Villanueva Martínez, quien  me expuso su interés por investigar la vida de Tulio Bayer. Me buscaba por haber leído algunos artículos míos sobre el médico guerrillero, y pedía mi colaboración con el aporte de datos para llevar a cabo dicho propósito.

En efecto, yo era buen referente del personaje. Lo había conocido en 1958 como jefe del puesto de salud de Puerto Leguízamo, estrecho caserío sobre la ribera limítrofe con el Perú. Allí estaba yo vinculado al sector bancario. Desde que nos conocimos surgió una franca amistad que se prolongaría hasta el día de su muerte en París (junio de 1982). A esa sufrida lejanía llegamos casi al mismo tiempo, y regresamos a Bogotá un año después, él como director científico de los laboratorios CUP, y yo dentro de mi carrera bancaria.

Como secretario de Higiene y Educación en Manizales, Tulio Bayer había librado duras  batallas contra los adulteradores de la leche y en general contra la corrupción pública.  Pensaba que CUP sería el sitio ideal para ejercer su especialización en Farmacología y Toxicología adelantada en Harvard, pero se encontró con otro nido de piratas. Destapada la olla podrida que se escondía en su nuevo sitio de trabajo, denunció ante el país la adulteración de los medicamentos como grave atentado contra la salud.

Luego viajó al Vichada como médico indigenista, y más tarde se posesionó como cónsul en Puerto Ayacucho (Venezuela). En ambas posiciones chocó contra los poderosos de la región, explotadores de los nativos y usufructuarios de riquezas mal habidas. La pelea estaba casada, y esto determinó la agresión de las fuerzas adversas. Pidió ayuda al Gobierno, y su voz se perdió en el vacío. Al cerrársele todos los caminos, se alzó en armas.

Ese era Tulio Bayer: una conciencia social irreductible. Prefirió el destierro de la patria, el maltrato y el sacrificio de su tranquilidad, a la caída de sus principios. Siempre fue enemigo vehemente contra la deshonestidad y el abuso del poder. Su pensamiento queda reflejado en varios libros y en abundante correspondencia con sus amigos, e incluso con sus enemigos. Esa correspondencia permitiría hoy elaborar varios libros más –al estilo de Carta abierta a un analfabeto político, su mejor obra–.

Villanueva Martínez, doctor en Historia y profesor titular y emérito de la Universidad Distrital, ha puesto en circulación, luego de tres años de trabajo, el libro Tulio Bayer, el luchador solitario, editado por su universidad. Junto con esta obra sale un segundo tomo: Tulio Bayer: una vida contra el dogma. Correspondencia y otros escritos.

Villanueva Martínez se fue en busca de datos a poblaciones y entidades donde estaba escrita la historia, y por lo general permanecía oculta. Habló con la gente, revisó archivos, cartas, sumarios, documentos de distinta índole, tomó fotografías, y hoy saca a la luz sucesos inéditos y reivindicativos de la vida del médico.

Por otra parte, explaya la realidad de una etapa convulsa del país, en la que Tulio Bayer abanderó solitarias y valerosas campañas a favor de la gente desprotegida y en contra del atropello. Y chocó contra el poder arrasador de la clase dominante. En estas páginas emerge el Tulio Bayer que merece un puesto digno en la historia colombiana, como paradigma que es de la justicia y la equidad. Fulguran el literato y el intelectual, el ideólogo y el periodista, el ecólogo y el científico. Y ante todo, el luchador solitario. (Estos libros se consiguen en la Librería Lerner y en las librerías de las universidades  Javeriana, Nacional y Distrital).

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El Espectador, Bogotá, 14-IX-2019.
Eje 21, Manizales, 13-IX-2019.
La Crónica del Quindío, Armenia, 15-IX-2019.

Comentarios 

Celebro que por fin se pudo editar este reconocimiento a un verdadero revolucionario. Orlando Villanueva Martínez, Bogotá.

Tulio Bayer fue un hombre talentoso e inteligente que cumplió con su misión de crear conciencia. Sus libros son un gran legado, y ahora con esta biografía y tus artículos se asegura su puesto en la historia. Gloria Chávez Vásquez, Nueva York.

Con el brillante prólogo que escribiste para el libro de Orlando Villanueva, adquirí pleno conocimiento de los ideales del atormentado médico, de los motivos que tuvo para llegar a convertirse en guerrillero, de su valía como escritor y líder social y de su acrisolada personalidad. Y con tristeza, también pude comprobar una vez más la desidia, el desinterés y la abominable indiferencia de los gobiernos y clases favorecidas por los campesinos, indígenas y desposeídos. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.   

En mis trasteos  lo primero que empaco en mi maleta de mano es el ejemplar de Carta abierta a un analfabeto político, en el cual, entre los varios subrayados destaco el de la página 24, de Ediciones Hombre Nuevo: “Si quieres un ejemplo personal y reciente de este fenómeno aparentemente contradictorio, te diré que en la llamada por mi coronel enemigo Álvaro  Valencia Tovar la “campaña del Vichada” se gastó en perseguirnos unas diez  veces más de lo que valía lo que nosotros estábamos pidiendo antes de levantarnos en armas. Lo pedí yo mismo siendo cónsul de Colombia en Puerto Ayacucho”. Javier González Q.

Las raíces de Obama

miércoles, 4 de septiembre de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Tuvieron que pasar 220 años a partir del gobierno de George Washington (1789) para que un afroamericano fuera presidente de Estados Unidos. Barack Obama se convirtió en el presidente número 44 y en el primer negro que lograba ese privilegio. Hecho  por demás significativo, sabiendo que el 75% de la población es de raza blanca y el 13% afroamericana, lo que se refleja en el fuerte racismo que impera en el país.

Obama nació en Honolulu, Hawái, en el hogar formado por un negro africano, que era economista keniano, y una blanca, antropóloga estadounidense. Tenía dos años de edad cuando su padre abandonó la familia. Pocos años después, el hijo recibió en Nueva York, donde cursaba estudios en la Universidad de Columbia, la noticia de que su padre, con quien solo se había visto una vez, a la edad de diez años, había muerto en un accidente de circulación. La relación entre ellos era inexistente.

En Harvard obtuvo el título de abogado, y allí se vinculó más tarde como profesor. Después ejerció su oficio de jurista durante varios años. En Chicago trabajó como organizador comunitario, experiencia que le permitió captar los problemas públicos, comenzando por los raciales. Así surgió la inquietud política que lo llevó en enero de 1997 a la posición de senador del estado de Illinois.

Un día se detuvo a meditar en su propia identidad, en su raza y significado. A su familia  casi no la conocía. Su padre se había casado tras el abandono del hogar, y tuvo otros  seis hijos, hermanos incógnitos de Obama. También su madre se había casado de nuevo, y había vuelto a separarse. Murió víctima de un cáncer.

En medio de la perplejidad en que transcurría su vida, Obama decidió visitar a su gente. Deseaba dialogar con ellos para enterarse de sus problemas, ideas y sueños. Buscaba instaurar la comunicación que nunca había existido. Viajó de Kansas a Hawái y luego a Kenia, y se reunió por primera vez, en ambiente llano y efusivo, con sus familiares distantes. Al descubrir sus propias raíces, terminó entendiéndose a sí mismo.

La figura de su padre –el otro Barack Obama–, lejos de causarle aversión, le resultaba magnética, quizás por representar una marca, un ineludible vínculo de la sangre. Auma, la hermana que acababa de conocer, lo llamaba el viejo. En el libro Los sueños de mi padre, el futuro presidente anota: “A mí me gustaba el apodo, sonaba familiar y distante a la vez, una fuerza básica imposible de comprender del todo”.

El libro fue editado en 1995, y ahora sale en edición española de Penguin Random House. En él describe Obama sus días de la infancia; sus nexos con la familia materna, proveniente de Kansas; su época de estudiante y luego de abogado; su labor como organizador comunitario, y a la postre, su visita a la familia paterna, cuyos orígenes vienen de Kenia.

Se advierte en estas memorias la vocación y el nervio del político que comienza a dar pasos firmes en su carrera por la conquista del poder. Pinta en ellas, con amenidad y gran fuerza narrativa, e incluso poética, las diversas situaciones que surgían a su paso. A su gente la trató con emoción y afecto. En África se encontró con sus raíces, y también con las angustias del pueblo. Este panorama tocó sus fibras íntimas y movió su sensibilidad hacia las causas populares.

El libro se publicó dos años antes de su elección como senador y se convirtió en el puente de entrada a la política. Años después vendría su victoria como presidente  de la nación (2009-2017). ¿Cuánto tiempo pasará hasta que Estados Unidos vuelva a tener otro presidente negro?

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El Espectador, Bogotá, 31-VIII-2019
Eje 21, Manizales, 30-VIII-2019
La Crónica del Quindío, Armenia, 1-IX-2019

Comentarios 

Muy concreto e interesante artículo. Admiro mucho  la figura de Obama, leo sus discursos con fruición. Me parece ante todo un gran humanista. Vi por Netflix una película sobre su juventud, muy interesante, porque muestra una etapa bastante complicada.  Esperanza Jaramillo, Armenia.

Importante página sobre el origen y el recorrido humano, social y político de un hombre que llegó a ser presidente de los Estados Unidos gracias a su sensibilidad, capacidad y carisma y al hecho de haber sufrido abandono y alejamiento de sus raíces familiares. La vida lo formó en medio de carencias y lo hizo profundizar en la problemática del pueblo americano y del África, y como resultado logró dirigir con eficiencia los destinos de una potencia que es dominante en todos los continentes.  Inés Blanco, Bogotá.

 

El niño héroe

miércoles, 21 de agosto de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En julio de 1819 llega Bolívar a Belén, Boyacá, y se entrevista con Juan José Leiva, amigo de la causa libertadora. Allí conoce a Pedro Pascasio Martínez, joven campesino que aún no ha cumplido los doce años de edad y tiene el oficio de cuidar los caballos del hacendado. Enrolado en las filas patriotas, el Libertador le asigna la tarea de cuidar su propio caballo.

En el Pantano de Vargas, Bolívar recibe el obsequio que le hace Casilda Zafra, natural de Santa Rosa de Viterbo, de “un hermoso caballo tordillo, radiante, espumoso y triunfal”, como se le describe, y que el nuevo dueño bautiza con el nombre de Palomo en honor a su blancura y bizarra estampa. Con él cabalgará triunfante por las batallas del Pantano de Vargas, Boyacá, Bomboná y Junín.

Con el tiempo, Palomo llega a ser tan famoso como Bucéfalo (el de Alejandro Magno), o Marengo (el de Napoleón Bonaparte), o Rocinante (el de don Quijote). El humilde campesino se vuelve el gran amigo del caballo predestinado para la gloria, al que da de comer, baña y consiente como no ha mimado a ningún otro caballo.

Como soldado del batallón Rifles, Pedro Pascasio aprende el arte de la guerra y persigue al enemigo con la valentía que le inspira el Libertador. Bolívar y Palomo son sus ídolos y de ellos recibe el vigor con que ataca a las fuerzas enemigas. Presencia los horrores de la guerra y su espíritu se llena de ardor patriótico para no desfallecer en su misión.

Cuando por todas partes resuena el triunfo en el Campo de Boyacá, y él ve el entorno  cubierto de sangre y tragedia, comprende lo que significa la libertad. La batalla ha sido ganada. El guerrero está exhausto y jubiloso a la vez. Ahora es libre, y volverá a su parcela como el leñador y carguero que ha sido. En pocos días ha madurado muchos años. Se siente todo un hombre.

Con hombría y valor se enfrenta al poderoso coronel José María Barreiro, comandante del ejército español, a quien descubre oculto en unas rocas próximas al río Teatinos. Pedro Pascasio le apunta con su arma, al tiempo que el militar le ofrece varias monedas de oro a cambio de su libertad. Y queda estupefacto cuando escucha esta orden del soldado intrépido: “Siga adelante, si no lo arriamos”. Y sin vacilación lo entrega a Bolívar. El 11 de octubre, Barreiro es fusilado en Bogotá junto con otros prisioneros.

El Libertador premia la acción del niño héroe con la suma de cien pesos, y lo asciende al grado de sargento. ¡Un sargento que no ha cumplido los doce años de edad! Caso único. Muchos historiadores lo consideran el prócer más joven del mundo. Cuando la independencia es ya una realidad, Pedro Pascasio regresa a sus faenas agrícolas.

En 1880, 61 años después de la Batalla de Boyacá, el Congreso de Colombia enaltece su proeza y le otorga una pensión vitalicia de veinticinco pesos, que solo cobra una vez debido a la dificultad de viajar a Bogotá por los pésimos caminos de entonces.

Muere en su tierra natal a los 77 años de edad, el 24 de marzo de 1885. Su heroísmo, coraje y pulcritud escriben una nota grandiosa en la historia de la patria. Tal vez su mensaje contra la ambición y la avaricia llegue a los días actuales, pero pronto se olvidará en medio de la disolución de valores que desquicia la vida nacional.

Desde las estatuas levantadas en varios lugares del país, la mirada del héroe se dirige hacia el Ejército de la nación y con dedo acusador señala a los autores de los actos de corrupción que han estallado en estos días, en plena celebración del bicentenario de la Independencia. Al mismo tiempo, mira a los miles de valerosos soldados –como él lo fue– que con abnegación, sacrificio y grandeza luchan en ciudades, pueblos, campos y selvas por conquistar para los colombianos una patria grande, tranquila y amable. Patria que no hemos logrado tener.

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Academia Boyacense de Historia. El escritor Vicente Pérez Silva ha dirigido una carta de adhesión a esta prestigiosa entidad con motivo de la omisión que tanto el presidente de la república como la vicepresidenta y el gobernador del departamento tuvieron al dejar de mencionar en sus discursos en el Puente de Boyacá el nombre del principal organismo cultural de la región. De esta manera, pasaron por alto el papel fundamental que este ha ejercido en la preservación de la memoria de grandes sucesos históricos, como el que acaba de evocarse. Inaudita esta falta de reconocimiento. Me solidarizo con la nota de Pérez Silva.

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El Espectador, Bogotá, 17-VIII-2019.
Eje 21, Manizales, 16-VIII-2019.
La Crónica del Quindío, Armenia, 18-VIII-2019.

Juan José Rondón: de lancero a prócer

martes, 6 de agosto de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

El 25 de julio de 1819 se libraba en el Pantano de Vargas feroz lucha entre las tropas patriotas y realistas dentro del propósito de independencia de la Nueva Granada. Bolívar buscaba cerrarle el paso a José María Barreiro, que se dirigía a Bogotá. La desventaja era ostensible para el Libertador. Su ejército cumplía extenuantes horas de combate causadas por la fatiga y la confusión que se derivaban del ascenso al páramo de Pisba.

Bolívar había nombrado a Santander jefe de la Vanguardia del Ejército Libertador, y bajo su mando, los valientes guerreros habían avanzado por abruptos caminos, ríos torrentosos y montañas glaciales, hasta llegar a Tame y Pore tras un mes de travesía. Su   aspecto era lastimoso. Algunos se habían vuelto para su tierra y otros habían fallecido en el viaje.

Barreiro empleaba toda su capacidad bélica, y Bolívar pensaba que hacía otro tanto. Pero se había olvidado de la caballería. Mientras las tropas realistas masacraban al enemigo en forma salvaje, Barreiro lanzó este grito triunfal: “Ni Dios me quita la victoria”. Presa del desconcierto, Bolívar manifestó que todo estaba perdido.

Rondón le refutó: “¿Por qué dice eso, general, si todavía los llaneros de Rondón no han peleado?”. Volviendo en sí, el Libertador pronunció su histórica frase: “¡Coronel Rondón, salve usted la patria!”. Y el lancero pronunció estas palabras que sonaron como un trueno en el campo de batalla: “¡Que los valientes me sigan!”.

Y saltaron a la pelea los 14 centauros que él comandaba. Los llaneros todos salieron del estupor y, con una carga de caballería, como jamás se había visto en la campaña libertadora, derrotaron al enemigo. Apabullados, los realistas se dieron a la fuga.

Vemos hoy, dos siglos después, que la figura cumbre de aquella epopeya fue Rondón. ¿Qué le habría pasado a la libertad si se pierde la batalla del Pantano de Vargas? Quizás  Bolívar habría muerto en la contienda, o habría sido capturado y pasado por las armas. Por supuesto, no hubiera tenido lugar la Batalla de Boyacá y la historia habría cambiado de rumbo por completo.

Rondón está hoy exaltado en varios sitios y entidades del país: el soberbio Monumento a los Lancero, de Rodrigo Arenas Betancourt, en el Pantano de Varga; el aeropuerto de Paipa; el municipio Rondón, en Boyacá; la unidad de caballería del Ejército denominada “Coronel Juan José Rondón”, y varios colegios. En Soatá, mi patria chica, un parque lleva su nombre y allí se erige una estatua con esta inscripción: “Juan José Rondón, héroe entre los héroes. Queseras del Medio, Pantano de Vargas, Boyacá. Nacido en Soatá y muerto en Valencia (Venezuela)”. Y tiene esta fecha: 1922 (conmemorativa del centenario de su muerte, a los 32 años de edad). Sus restos reposan en el Panteón Nacional de Venezuela.

El canónigo Peñuela aseveró, basado en una partida de bautismo aparecida en la parroquia con el mismo nombre, que el prócer era soatense y no venezolano. La versión ha sido refutada por notables historiadores, entre ellos S. T. Forzán Dagger en artículo publicado en el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República (vol. 12, núm. 5, de 1969). ¿Llegará a mi pueblo algún alcalde que con valentía –y en honor a la verdad– rectifique esta falsedad histórica?

En el soneto Los caballos de Rondón, de José Umaña Bernal, se siente el palpitar de la patria y el arrojo de los lanceros fantásticos: “Eran potros aquellos de la pampa, corceles / de hirsutas crines largas y rudo galopar; / para luchar traían sus pechos por broqueles / y toda la locura del nervio en el ijar…”

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El Espectador, Bogotá, 3-VIII-2019.
Eje 21, Manizales, 2-VIII-2019.
La Crónica del Quindío, Armenia, 4-VIII-2019.

Comentarios 

Muy bueno y oportuno artículo sobre Juan José Rondón. Su acción fue definitiva en esa y otras batallas. Alberto Gómez Aristizábal, Cali.

Oportuno y magnífico el artículo. Como ya no se enseña historia patria, les toca a los escritores volver a escribirla. Josué López Jaramillo, Bogotá.

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Ignorancia sobre los próceres

EL TIEMPO – Bogotá, 7 de agosto de 2019

Señor director:

Me cuenta el escritor e historiador Eduardo Lozano Torres que se le ocurrió, por simple curiosidad, hacer una pequeña encuesta entre amigos, parientes y conocidos con esta pregunta: ¿usted sabe en dónde nació Juan José Rondón? Los porcentajes de las respuestas fueron los siguientes: Boyacá (sin especificar el municipio), 46,7%; Soatá, 13,3%; Ecuador, 6,7%; Venezuela, 6,7%; no sabe, 26,6%. La inmensa mayoría se rajó. Solo acertó el 6,7% (Venezuela, sin especificar el municipio).

Trasladada esta muestra a escala nacional (como ocurre con las encuestas), no resulta desenfocado pensar que existe un abrumador índice de ignorancia sobre los próceres y los grandes sucesos de la patria.

La triste realidad es que hoy no se estudia en los centros educativos la materia Historia Patria. Gustavo Páez Escobar 

Comentarios 

Mi opinión personal acerca del conocimiento y de la cultura general hoy en día es que el internet y el fácil acceso a la información están acabando con la tarea de memorizar fecha, sitios y acontecimientos. Yo no culpo a nadie, simplemente creo que el mundo cambió y el fácil acceso a la información está eliminando esa capacidad de aprendizaje y memorización. Mauricio Guerrero, Miami.

Qué cierto es este panorama. Y como si fuera poco estamos olvidando el aporte sustancial de Anzoátegui en este proceso independentista. Jaime Lopera, Armenia.

Realmente, se abandonó la enseñanza de la Historia y más que todo no hay profesores bien capacitados, para  hacerla viva y amena, de modo que no solo informe. Por ejemplo, ¿qué tal dos años de Historia con alguien como Diana Uribe? Elvira Lozano Torres, Tunja.