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Por los caminos de Baza

miércoles, 24 de julio de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

En 1599, hace 420 años, el cabildo de Tunja entregó a Miguel Suárez de Figueroa, hijo de Gonzalo Suárez Rendón, el fundador de Tunja, todo el territorio comprendido entre Jenesano y el río Úmbita, que abarcaba la hacienda Baza y la población de Turmequé.

En 1638 las tierras pasaron a poder de los dominicos, que se asentaron allí para evangelizar a los indígenas y enseñarles técnicas agrícolas. La hacienda fue creciendo con nuevos terrenos hasta alcanzar gigantesca dimensión. Los religiosos la bautizaron con el nombre de Baza en homenaje al municipio español que lleva el mismo título, en el que varios de ellos habían nacido y la comunidad poseía un viejo convento.

En 1861 Tomás Cipriano de Mosquera decretó la desamortización de los bienes de manos muertas, que consistía en vender por subasta pública las tierras y otros bienes  de las órdenes religiosas de la Iglesia católica, los que antes no se podían enajenar. La expropiación se hizo a cambio de un reconocimiento económico a la Iglesia, y con dicha operación se buscó fortalecer las finanzas públicas.

En 1866 la extensa tierra fue dividida en seis lotes, el mayor de 1.500 hectáreas. En ese momento, Francisco Ordóñez compró parte de Baza, y a finales de 1960 nacía una nueva hacienda –la actual– al quedar Lucía Ospina Ordóñez, bisnieta de Francisco, como la dueña de 70 hectáreas, de las miles que habían llegado a formar el latifundio. Junto con su esposo Carlos Schrader Fajardo y los dos hijos se iniciaba una nueva etapa.

Este itinerario de la propiedad ocurrió en medio de conflictos con los indígenas, litigios y rivalidades familiares. Incluso se menciona el capítulo oscuro de una deuda de juego del primer dueño, Suárez de Figueroa, que afectaba su título sobre el inmueble. Hoy la mansión está hecha para el asombro y el disfrute.

No se sabe qué admirar más: si su arquitectura colonial, o la fascinación del entorno, o el confort de las habitaciones, o la amenidad del bar y los comedores, o las obras de arte que adornan los recintos. La cocina, olorosa a pasado, funciona en una estancia dotada de estufa de leña y carbón.

La hacienda está ubicada a dos kilómetros de Tibaná, “tierra de paz, amor y amistad”, según dice su lema. Cerca queda Jenesano, seductora población de gente amable y cálida, la que en 1999 fue declarada el “pueblo más lindo de Boyacá”. Allí  sobresale el moderno condominio Eco del Río, con 31.000 metros cuadrados de construcción y 304 apartamentos. En unos kilómetros más aparece Turmequé, cuna del deporte nacional conocido como tejo. En otro sector de la vía surge Ramiriquí, capital de la provincia de Márquez. De este municipio es oriundo el presidente de la Nueva Granada José Ignacio de Márquez, quien además es el primer presidente boyacense entre los trece que ha tenido la región.

Ha sido Lucía Ospina Ordóñez, nacida en Bogotá y que vivió en Baza los días felices de su infancia y adolescencia, la infatigable y prodigiosa creadora de lo que a partir de 1977 ha sido este paraíso terrenal que cuenta con un hotel de alta categoría incrustado en el corazón de la naturaleza. Delicioso sitio bucólico rodeado de paz, silencio y magia,  de sosiego y embeleso, donde el visitante se encuentra con los bienes primigenios de la vida en medio de árboles y jardines ensoñadores, el gorjeo de las aves, el rumor del agua, el sonido del viento y el embrujo de los paisajes.
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El Espectador, Bogotá, 20-VII-2019.
Eje 21, Manizales, 19-VII-2019.
La Crónica del Quindío, Armenia, 21-VII-2019.
Aristos Internacional, n.° 40, Alicante (España), febrero/2021. 

Comentarios 

Me gustó mucho el artículo como aporte histórico y como invitación a conocer otro bello rincón patrio. Josué López Jaramillo, Bogotá.

Este fin de semana estuve en Jenesano. Me picó la curiosidad, y dada la cercanía, estuve en la hacienda, como visitante, y pude admirar todo cuanto describe el artículo.  Es, sin duda, un lugar espectacular para el encuentro con la naturaleza y el descanso. El mobiliario, la mayoría de época, es asombroso en sus tallas, maderas y cuero. Allí en Baza el tiempo se detiene y regresa como por encanto a tiempos coloniales. Es asombrosa la comodidad con la cual vivieron esas gentes, hasta con piscina de piedra, hoy con azulejos. Un paraje  de sueño y añoranza, con aroma de frutos y vuelo de aves, refugio de colibríes y voces ancestrales. Inés Blanco, Bogotá.

Hacia finales del año pasado una de mis hijas y su esposo pasaron un fin se semana en la Hacienda Baza y vinieron hablando maravillas de la estancia. Yo desconocía la existencia del sitio, pues por esa región estuve por allá cuando era muchacho y nunca más volví. Por lo anterior, este estupendo e histórico artículo fue de mi agrado y creo que un día de estos iré a conocer el hotel y pasar allí aunque sea una noche. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

El recuento logrado por usted de Hacienda Baza me llena de satisfacción, puesto que generosamente nos describe en forma muy amplia, con la apreciación de lo que vivió en su estadía en este lugar, al cual tuve el privilegio de poderle dedicar parte importante de mi vida, y tenerlo hoy en día como el lugar que usted tan maravillosamente describe. Su columna me llena de orgullo y gratitud. Lucía Ospina Ordóñez, Hacienda Baza.

Revelaciones de un suicidio

martes, 9 de julio de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

El escritor y comunicador social Alister Ramírez Márquez, nacido en Armenia, reside hace tres décadas en Estados Unidos, donde se desempeña como catedrático en una universidad de Nueva York. Es autor del libro de cuentos Los vendedores, y de las novelas Mi vestido verde esmeralda, Los sueños de los hombres se los fuman las mujeres y Si el sueño no me vence.  

Esta última obra, de reciente edición, lleva como subtítulo Revelaciones de un suicidio. La historia se inicia en el Batallón Cisneros de Armenia, donde un grupo de muchachos presta el servicio militar. Uno de ellos muere en extraña circunstancia, y años después, en una conversación que tiene lugar en el Parque Central de Nueva York, surge la duda sobre su posible suicidio. Al avanzar el relato, la novela adquiere ribetes policíacos y de suspenso.

Como habitante que fui de Armenia en las décadas del 70 y el 80 del siglo pasado, me llama la atención encontrarme con pinturas reales de la ciudad y con la mención de algunos personajes locales. Comenzaban entonces a formarse los barrios La Campiña y La Castellana, con residencias de lujo para la clase adinerada, en contraste con otros barrios aledaños de inferior nivel. La obra establece cierta distinción de clases, pero los vicios que comienzan a irrumpir penetran en todos los sectores, incluso en la vida de los campos.

Un día Armenia se ve invadida por la marihuana y la cocaína, y de esta manera se distorsiona la recta conducta de otros días. Con la llegada de Carlos Lehder viene el derrumbe de la sociedad. Los efectos repercuten en todo el contorno, y también, por supuesto, en el grupo de los reclutas. Una nueva generación se entrega a los placeres de la vida fácil brindados por el capo de las drogas y corruptor de la moral pública.

Entre la bebida, la droga y la vida concupiscente –con el suicidio de quien se ahorca en un árbol del Parque de los Fundadores y de un grupo de alocados jovenzuelos que se destrozan en un carro de alta gama–, ya la ciudad está desfigurada. Igual panorama lo  enfoca mi novela La noche de Zamira, que se mueve entre los embelecos de la bonanza cafetera y deja entrever la naciente descomposición que se veía llegar en los años 70.

No sé si los lectores del libro de Alister Ramírez han visto, con el mismo patetismo que yo lo vi, el drama del suicidio que desde hace mucho tiempo conmociona a la sociedad quindiana. Este, sin duda, es el mayor derrotero de su obra. Cabe recordar que el Quindío ocupa desde hace mucho tiempo el primero o el segundo lugar en las cifras  del suicidio en Colombia. En los años 30 del siglo pasado funcionó en Armenia el Club de los Suicidas, según relato que hizo la revista Semana.

En esta novela está claro que los sucesos corresponden a la Armenia tranquila que el escritor conoció antes de radicarse en Estados Unidos, y luego a la Armenia deformada bajo el imperio de las drogas malditas. Fuera del suicida del parque hay tres casos más en la familia Patiño: el abuelo, el hijo y el nieto. La narración, macabra e impactante, refleja una dolorosa realidad que no puede ignorarse.

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El Espectador, Bogotá, 6-VII-2019.
Eje 21, Manizales, 5-VII-2019.
La Crónica del Quindío, Armenia, 7-VII-2019.

Comentarios 

Diste en el punto clave porque el tema tiene que ver con el suicidio, sobre todo en esta región, y las cifras tan alarmantes. Por lo pronto no existen políticas claras de salud mental para hablar y buscar soluciones. Supongo que fuiste testigo del derrumbe de Armenia y conociste a muchos de estos personajes y familias. Tienes los conocimientos históricos y literarios para analizar esa parte de la vida quindiana. Alister Ramírez Márquez, Manhattan.

Me causó mucho pesar  la existencia de ese triste contraste entre el Quindío tranquilo y apacible de hace unos años, con el actual. Qué lástima esa pérdida de valores, de moral y de vidas que las malditas drogas alucinógenas y similares han generado en la sociedad quindiana. Duele saber que teniendo tantas cosas positivas, la maldad y las actividades torcidas hayan podido cambiar ese encanto. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

El suicidio es la última de las opciones para quienes siempre les vemos solución a los problemas, pero son muchas las mentes tristes y acorraladas que buscan esta dura salida. Armenia se contaminó de dañinas sustancias, de vida fácil y de pocos principios que buscaban la peor de las salidas, que es terminar la vida, lo que solo debe depender del momento que Dios tenga para cada uno. Liliana Páez Silva, Bogotá.

Me pregunto por qué no se ha dado una mayor promoción a los cementerios libres de Circasia y Montenegro como referentes históricos regionales. Haces memoria del Club de los Suicidas de 1930, vieja leyenda que creo tiene algunos visos de verdad y que debe tener algún antecedente que dé una luz sobre el porqué de las estadísticas anormales en esta materia. Luis Fernando Jaramillo Arias, Bogotá.

Respuesta. Fui amigo de Braulio Botero Londoño, el fundador del Cementerio Libre de Circasia, y con él conversé muchas veces al respecto. Y publiqué varios artículos sobre la obra. La Iglesia católica negaba a comienzos del siglo XX la sepultura a los suicidas, y este fue uno de los motivos para la fundación del Cementerio Libre. El suicidio en el Quindío ha sido una dolorosa realidad, un grave problema de salud pública, y las autoridades no han logrado resolver esta calamidad. Gustavo Páez Escobar.

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El legado de Adel López Gómez

miércoles, 26 de junio de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Nació en Armenia el 18 de octubre de 1900, y a los 20 años se trasladó a Medellín, donde inició su oficio periodístico. Años después se radicó en Bogotá y se vinculó a Cromos, El Gráfico, Revista de las Indias, Revista de América, El Tiempo y El Espectador. La labor más notable la desarrolló en La Patria, de Manizales, donde se residenció en 1940 por el resto de sus días.

Allí sobresalió como uno de los cuentistas más importantes del país. Maestro de la crónica y del género costumbrista, sus artículos en La Patria representan un dechado de pulcritud idiomática y belleza literaria. Esta virtud le valió el ingreso a la Academia Colombiana de la Lengua y el doctorado honoris causa conferido por la Universidad de Caldas.

Un día le dio por irse a vivir sin esposa ni hijos al Urabá antioqueño como almacenista de una empresa constructora de la carretera al mar. Sobre este episodio hizo años después esta confesión: “En 1939 me marché a las selvas de Urabá. Quería un tratamiento de violencia para cierto sarampión pasional y extramatrimonial que se había apoderado de mí”. Frutos de esta fugaz aventura fueron la novela Allá en el golfo y Cuentos del lugar y de la manigua.

El primero de tales libros fue publicado en 1995, como obra póstuma, por la Biblioteca Pública Piloto de Medellín. El autor no tuvo interés en que saliera a la luz durante su vida. En él pinta las características de aquella región plagada de contrabandistas, miseria, enfermedades, pasiones borrascosas y convulsos dramas humanos.

Adel López Gómez es autor de más de 20 obras publicadas. Ejecutó su haber literario entre Medellín, Bogotá, Turbo y Manizales. Dejó inéditos los libros Escribe Eros, que reposa en la Biblioteca Piloto de Medellín, y Las ventanas del día, elaborado en un solo ejemplar, con bella ornamentación del pintor Restrepo Rivera, texto que está en poder de un pariente suyo en Cali. Una copia se encuentra en la biblioteca antes citada.

Murió el 19 de agosto de 1989. Dos años atrás había deplorado yo su ausencia de La Patria, y así lo expresé en un artículo. Él me contestó que tan dolorosa circunstancia, después de cerca de medio siglo de labor continua, obedecía a su estado físico que le había hecho perder sus ritmos interiores.

El filántropo Braulio Botero Londoño, fundador del Cementerio Libre de Circasia, me contó que la víspera del deceso fue a visitarlo al hospital y tuvo con él calurosa entrevista. Lo invitó a que pasara los días de la convalecencia en su finca Versalles, de Circasia, y en eso quedaron. Al día siguiente por la tarde se enteró de que lo estaban sepultando.

Adel respiraba literatura por todos los poros. Las letras eran su credo y su esencia vital. Con su pluma dibujó paisajes, montañas, ríos, almas, alegrías y tristezas. Su prosa castiza y amena era la delicia diaria de sus fervientes lectores de La Patria. Pertenecía a la escuela de los grandes cuentistas antioqueños e hizo de Maupassant su maestro de cabecera. Su biblioteca y valiosos archivos están hoy en la Sala Antioquia de la Biblioteca Piloto de Medellín.

Al cumplirse en los próximos días 30 años de su muerte, nada mejor que volver, como lo hace esta nota, sobre las huellas de este personaje emblemático de la zona cafetera que con su creación artística supo engrandecer el destino.

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El Espectador, Bogotá, 22-VI-2019.
Eje 21, Manizales, 21-VI-2019.
La Crónica del Quindío, Armenia, 23-VI-2019.

Comentarios 

Muchas gracias por compartir este bello escrito sobre el gran personaje que fue Adel López, de quien contamos con el privilegio de poseer sus archivos en la Sala Antioquia de la Biblioteca Pública Piloto; con toda seguridad lo tendremos muy presente como aporte para aquellos usuarios interesados en investigar o conocer más sobre este importante escritor colombiano. Sala Antioquia.

Qué grato leer estas notas sobre Adel. Recuerdo que en los últimos días de octubre de 1985, cuando regresaba de dictar unas charlas en Armero y Honda sobre los peligros del volcán, paré en su casa a hacerle una visita y explicarle mi teoría y mis temores, que él ya había leído y entendido por mis columnas en La Patria sobre el tema. Me queda la satisfacción de que gracias a los diálogos esporádicos con Braulio Botero Londoño logramos hacerle más de una reverencia, a la que era tan huraño. Gustavo Álvarez Gardeazábal, Tuluá.

De Adel leí algunas de sus publicaciones en La Patria hace muchos años. Lo recuerdo como gran escritor. Su influencia de Maupassant debe haber sido muy valiosa. Para mí, Maupassant es lo máximo como cuentista. Recuerdo cuando leí Relatos, que, tan pronto empezaba uno de sus cuentos, de inmediato me atrapaba y no quería que se terminara por ese gran encanto que tenían sus narraciones. Muy buena columna. William Piedrahíta González, Miami.

William Piedrahita al referirse a tu columna sobre mi papá, ha dicho «muy buena columna». Yo coincido con esa apreciación, pero agrego algo más: bella y generosa columna sobre alguien que es vital en mi vida: mi papá. Gracias por recordarlo. Tu generosa tarea de toda la vida ha sido esa: no dejar que caigan en el olvido total todos aquellos que han escrito en nuestra patria, todos aquellos que, junto contigo, forman esa élite, ese grupo de privilegio de escribir, de dar opinión, de emitir conceptos, de hablar de belleza, de amistad, de entendimiento. Diana López de Zumaya, Ciudad de Méjico.

Curiosidades de los libros

miércoles, 12 de junio de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

La mayoría de los libros de Vicente Pérez Silva tienen esta característica común: que han sido producto de larga indagación, disciplina que le ha permitido realizar certeras y por lo general novedosas revelaciones sobre cada materia. En sus pacientes pesquisas se encuentran títulos como Bolívar en el bronce y la elocuencia, Anécdotas de la historia colombiana, Código del amor, La picaresca judicial en Colombia.

Mucha similitud tiene con su coterráneo Ignacio Rodríguez Guerrero, otro pesquisidor de novedades bibliográficas, y autor de la obra Libros colombianos raros y curiosos, que fue editada en tres volúmenes, hace ya largos años, por la extinguida Biblioteca Banco Popular.

Sale ahora a la luz, con la autoría de Pérez Silva, Anécdotas y curiosidades alrededor del libro en Colombia, con el sello del Grupo Editorial Ibáñez, la misma empresa que ha difundido varias de sus obras. El connotado escritor nariñense se dedicó a escrutar en este volumen, con el olfato de sabueso que posee, extrañas y graciosas ocurrencias descubiertas en el mundo misterioso del quehacer literario.

Este libro contiene peculiares hallazgos que han surgido y han sido recolectados en esta travesía intelectual, a la vez ingeniosa y penetrante. Toda actividad o profesión reúne rasgos propios, insólitos algunos, que pintan un estilo de vivir en este planeta lleno de sorpresas, ironías y contrastes. Pérez Silva se detiene en estas rarezas humorísticas para airear el duro oficio literario y transmitir un mensaje grato. Su pluma instruye y divierte, que tal debe ser la misión del escritor.

Son historias breves, ágiles y concisas, que concatenan una serie de humoradas y de sucesos serios. Algunos, cáusticos. Todos, memorables. Por aquí pasan anécdotas como la de Santander prisionero en una biblioteca; o la de Bolívar en la biblioteca del español Mier y Benítez; o la de Marco Fidel Suárez leyendo a Voltaire; o la de un libro en piel de mujer; o la de García Márquez como vendedor ambulante de libros; o las de libros hurtados, o plagiados, o en la hoguera…

Este husmeador de casos pintorescos me encasilla en su reciente obra con algunos episodios jocosos que publiqué en el año 2010 bajo el título Dolores y travesuras del libro. Entre ellos está el de mi novela Ventisca, editada en 1989 por la Universidad Central. El rector, Jorge Enrique Molina, se había dejado ganar del tiempo para escribir el prólogo, y en esta forma llegó el día que estaba programado para la presentación en la Feria Internacional del Libro.

Ya a punto de iniciarse el acto, llegó el rector con un ejemplar de la novela, lo depositó en la mesa principal, para que todos lo vieran, y mostró en el aire la portada. Alguien quiso hojear el libro, pero él fue hábil para mantenerlo asido a la mano. Concluida la ceremonia, anunció que la obra venía en camino, y se ausentó de la sala. Pasó el tiempo, y el libro no apareció.

A mí me tocó sufrir la pena y la incomodidad de no lograr poner en circulación la obra entre el público, en el que había amigos e invitados especiales. ¿Qué había sucedido? Que al no haber llegado a tiempo el prólogo a la editorial, no había podido concluirse el trabajo. Lo que el rector había mostrado era el taco con las hojas impresas, y encima, la portada. Pasado el momento amargo, queda la anécdota de humor que ahora recrea Pérez Silva.

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El Espectador, Bogotá, 8-VI-2019. Eje 21, Armenia, 7-VI-2019. La Crónica del Quindío, 9-VI-2019.

Comentarios 

Magnífico anuncio del nuevo libro del gran escritor y amigo nariñense Vicente Pérez Silva. Él, trabajador silencioso y dedicado, navega en las aguas profundas y rigurosas de la investigación y cada libro que edita es una verdadera joya. Inés Blanco, Bogotá.

Qué maravilla todos esos recuerdos y anécdotas. Cada libro tiene una historia muy particular. Cada criatura literaria es especial tanto para su autor como para quienes trajinan en el mundo del libro. Colombia Páez, Miami.

Humberto de la Calle y la paz

miércoles, 29 de mayo de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

En tono categórico, Humberto de la Calle refutó la aseveración del expresidente Uribe en el sentido de que la Jurisdicción Especial para la Paz demostraba, al impedir la extradición de Santrich, que en los acuerdos de La Habana se había pactado un cogobierno con el narcotráfico. Muy grave este comunicado del Centro Democrático, leído por el propio Uribe, y muy explosiva la acusación, tratándose de una sentencia que era apelable, como en efecto lo fue por la Procuraduría General de la Nación.

La censura del expresidente puso en tela de juicio el papel ejercido por el equipo negociador del Gobierno bajo la jefatura de Humberto de la Calle. En tal condición, De la Calle salió en defensa de los acuerdos y le dijo a Uribe que sus palabras “no solo son falsas, sino que utiliza un lenguaje incendiario que parece destinado a volver invivible la República”.

Y le hizo ver que ante la falta de pruebas para determinar si el delito imputado a Santrich fue anterior o posterior a la firma del acuerdo, la JEP carecía de razón jurídica para autorizar su extradición, y este acto no la debilitaba. Hechos nuevos han surgido después de la providencia, los que serán evaluados en el tramo judicial que falta por recorrerse. Mientras tanto, la JEP, tan atacada por Uribe y sus seguidores, conserva el carácter respetable para el que fue creada.

Colombia vive una de las mayores encrucijadas de la historia. Dos fuerzas se disputan el predominio de la vida nacional, y cada una lanza y recibe dardos de mayor o menor contundencia. La polarización del país es el mayor detonante del desajuste que impera en todos los ámbitos. Se necesita un gran viraje. Se echan de menos líderes superiores para salvarnos de la hecatombe.

He leído con mucho interés el libro Revelaciones al final de una guerra, de Humberto de la Calle. Es el testimonio serio, veraz, patriótico, a la vez que ameno y didáctico, de quien en busca de la paz nacional alteró su propio sosiego y el de su familia, e incluso su bienestar profesional, para buscar los caminos del diálogo que los enemigos de la sociedad se empeñan en mantener obstruidos.

Este diario de La Habana –como puede llamarse– cuenta al detalle muchos de los episodios ignorados que fueron surgiendo bajo el fragor de las discusiones, y enseña cuán difícil es la vida pacífica del hombre. Se trataba de salir de medio siglo de violencia fratricida que había dejado más de 8 millones de víctimas, 220.000 muertos y  tragedias insondables.

El primer capítulo del libro tiene este título por demás elocuente: No hay violencia buena. Puede suponerse que hasta los propios guerrilleros de las Farc se convencieron de esta verdad patética. Y accedieron a la dejación de las armas. De la Calle es un gran pacifista. De este carácter ya había dado muestras en anteriores ocasiones. Y no abandona su vocación conciliadora. Dice al final de su libro: La verdadera paz está allí, en el seno mismo de la sociedad. Quienes propendemos por el logro de una paz firme tenemos que continuar la marcha.

Lo que vino después es el capítulo borrascoso que hoy agita al país. La implementación de los acuerdos, fórmula para la que el camino ya estaba allanado, se volvió una batalla campal, un callejón sin salida, una guerra entre hermanos. La sinrazón quiere imponerse sobre la sensatez. Pero hay que derribar los estorbos. Hay que derrotar a los eternos depredadores de la paz.

El Espectador, Bogotá, 25-V-2019.
Eje 21, Manizales, 24-V-2019.
La Crónica del Quindío, Armenia, 26-V-2019.

Comentarios 

Nosotros, que somos de la que tristemente llamó Fabio Lozano Simonelli «generación de la violencia», hablamos un lenguaje de paz y Humberto de la Calle es un magnífico vocero. El país ha estado manejado desde los albores de la República por dirigentes de noble estirpe y gran fortuna económica, que juegan a la guerra. Prima la arrogancia de ganar contiendas electorales o batallas fratricidas; y no conocen el valor de la palabra conciliar. José Jaramillo Mejía, Armenia.

Excelente y justa reflexión sobre la labor de Humberto de la Calle, un colombiano que no sólo se distingue por su corrección ética sino por sus calidades de estadista. Alpher Rojas, Bogotá.

Esto es lo que nos falta: desarmar los espíritus y buscar a toda costa la reconciliación, de otra forma seguiremos arrasando con nuestra querida patria. En cualquier acuerdo  de paz hay que hacer concesiones. Tulio Neira Caballero (correo a La Crónica del Quindío). 

Estoy ciento por ciento de acuerdo con estos planteamientos acerca del proceso que lideró De la Calle y que mucha gente, más de la que uno quisiera, no ha entendido o se niega empecinadamente a hacerlo, simplemente por odio o resentimiento político. Es muy triste que muchos antepongan esos sentimientos negativos ante los beneficios que el país recibe. Pero la esperanza de que podamos disfrutar algún día una Colombia con plena paz sigue en pie. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

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