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Por los caminos de Baza

miércoles, 24 de julio de 2019

Por: Gustavo Páez Escobar 

En 1599, hace 420 años, el cabildo de Tunja entregó a Miguel Suárez de Figueroa, hijo de Gonzalo Suárez Rendón, el fundador de Tunja, todo el territorio comprendido entre Jenesano y el río Úmbita, que abarcaba la hacienda Baza y la población de Turmequé.

En 1638 las tierras pasaron a poder de los dominicos, que se asentaron allí para evangelizar a los indígenas y enseñarles técnicas agrícolas. La hacienda fue creciendo con nuevos terrenos hasta alcanzar gigantesca dimensión. Los religiosos la bautizaron con el nombre de Baza en homenaje al municipio español que lleva el mismo título, en el que varios de ellos habían nacido y la comunidad poseía un viejo convento.

En 1861 Tomás Cipriano de Mosquera decretó la desamortización de los bienes de manos muertas, que consistía en vender por subasta pública las tierras y otros bienes  de las órdenes religiosas de la Iglesia católica, los que antes no se podían enajenar. La expropiación se hizo a cambio de un reconocimiento económico a la Iglesia, y con dicha operación se buscó fortalecer las finanzas públicas.

En 1866 la extensa tierra fue dividida en seis lotes, el mayor de 1.500 hectáreas. En ese momento, Francisco Ordóñez compró parte de Baza, y a finales de 1960 nacía una nueva hacienda –la actual– al quedar Lucía Ospina Ordóñez, bisnieta de Francisco, como la dueña de 70 hectáreas, de las miles que habían llegado a formar el latifundio. Junto con su esposo Carlos Schrader Fajardo y los dos hijos se iniciaba una nueva etapa.

Este itinerario de la propiedad ocurrió en medio de conflictos con los indígenas, litigios y rivalidades familiares. Incluso se menciona el capítulo oscuro de una deuda de juego del primer dueño, Suárez de Figueroa, que afectaba su título sobre el inmueble. Hoy la mansión está hecha para el asombro y el disfrute.

No se sabe qué admirar más: si su arquitectura colonial, o la fascinación del entorno, o el confort de las habitaciones, o la amenidad del bar y los comedores, o las obras de arte que adornan los recintos. La cocina, olorosa a pasado, funciona en una estancia dotada de estufa de leña y carbón.

La hacienda está ubicada a dos kilómetros de Tibaná, “tierra de paz, amor y amistad”, según dice su lema. Cerca queda Jenesano, seductora población de gente amable y cálida, la que en 1999 fue declarada el “pueblo más lindo de Boyacá”. Allí  sobresale el moderno condominio Eco del Río, con 31.000 metros cuadrados de construcción y 304 apartamentos. En unos kilómetros más aparece Turmequé, cuna del deporte nacional conocido como tejo. En otro sector de la vía surge Ramiriquí, capital de la provincia de Márquez. De este municipio es oriundo el presidente de la Nueva Granada José Ignacio de Márquez, quien además es el primer presidente boyacense entre los trece que ha tenido la región.

Ha sido Lucía Ospina Ordóñez, nacida en Bogotá y que vivió en Baza los días felices de su infancia y adolescencia, la infatigable y prodigiosa creadora de lo que a partir de 1977 ha sido este paraíso terrenal que cuenta con un hotel de alta categoría incrustado en el corazón de la naturaleza. Delicioso sitio bucólico rodeado de paz, silencio y magia,  de sosiego y embeleso, donde el visitante se encuentra con los bienes primigenios de la vida en medio de árboles y jardines ensoñadores, el gorjeo de las aves, el rumor del agua, el sonido del viento y el embrujo de los paisajes.
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El Espectador, Bogotá, 20-VII-2019.
Eje 21, Manizales, 19-VII-2019.
La Crónica del Quindío, Armenia, 21-VII-2019.
Aristos Internacional, n.° 40, Alicante (España), febrero/2021. 

Comentarios 

Me gustó mucho el artículo como aporte histórico y como invitación a conocer otro bello rincón patrio. Josué López Jaramillo, Bogotá.

Este fin de semana estuve en Jenesano. Me picó la curiosidad, y dada la cercanía, estuve en la hacienda, como visitante, y pude admirar todo cuanto describe el artículo.  Es, sin duda, un lugar espectacular para el encuentro con la naturaleza y el descanso. El mobiliario, la mayoría de época, es asombroso en sus tallas, maderas y cuero. Allí en Baza el tiempo se detiene y regresa como por encanto a tiempos coloniales. Es asombrosa la comodidad con la cual vivieron esas gentes, hasta con piscina de piedra, hoy con azulejos. Un paraje  de sueño y añoranza, con aroma de frutos y vuelo de aves, refugio de colibríes y voces ancestrales. Inés Blanco, Bogotá.

Hacia finales del año pasado una de mis hijas y su esposo pasaron un fin se semana en la Hacienda Baza y vinieron hablando maravillas de la estancia. Yo desconocía la existencia del sitio, pues por esa región estuve por allá cuando era muchacho y nunca más volví. Por lo anterior, este estupendo e histórico artículo fue de mi agrado y creo que un día de estos iré a conocer el hotel y pasar allí aunque sea una noche. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

El recuento logrado por usted de Hacienda Baza me llena de satisfacción, puesto que generosamente nos describe en forma muy amplia, con la apreciación de lo que vivió en su estadía en este lugar, al cual tuve el privilegio de poderle dedicar parte importante de mi vida, y tenerlo hoy en día como el lugar que usted tan maravillosamente describe. Su columna me llena de orgullo y gratitud. Lucía Ospina Ordóñez, Hacienda Baza.

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