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Archivo para la categoría ‘Biografía’

Las grandes cortesanas (3)

jueves, 30 de enero de 2025 Comments off
Gustavo Páez Escobar

Clara Petacci, que pasó a la historia con el nombre de Claretta, nació en Roma en 1912. Desde muy joven sentía admiración por el dictador Benito Mussolini, con quien un día se encontró de casualidad a las afueras de Roma. Desde entonces se inició el romance que se prolongaría durante 13 años. Ella tenía 20 años y Mussolini 49. Claretta pertenecía a la clase burguesa y poseía alto nivel cultural. Era inteligente, atractiva y dulce. Mussolini, hombre violento que lideró una época de terror bajo la bandera fascista, era mujeriego irreductible. Lleras Restrepo, el autor de estas reseñas convertidas en libro, le atribuye al menos 400 mujeres en sus lances lujuriosos.

No se entiende cómo dos personas tan disímiles pudieron ser pareja sin sortear mayores problemas. Cabe aquí una reflexión: la inteligencia de Claretta, unida a la pasión que sentía por el Duce (caudillo), como se hizo nombrar, superaba todos los obstáculos. Mussolini, a pesar de sus numerosas mujeres de paso, hallaba en ella la perfecta fórmula amorosa. Desde que Claretta se separó de su esposo, Ricardo Federici, teniente de la Fuerza Aérea Italiana, con quien llevaba una relación postiza, se entregó en cuerpo y alma al Duce.

Y no hubo poder humano que la hiciera desistir de esa seducción frenética, convertida en sublime obsesión. Raquel, la esposa de Mussolini, conocía de sobra los amoríos de su cónyuge, cada vez más descarados, a los que ni siquiera les daba el título de infidelidades, por saber que eran pasajeros. Y también enfermizos, claro está. Hasta tal punto llega a veces la tolerancia excedida, la cual linda con la sandez y la indignidad.

Consideraba Raquel que el problema no eran las 400 mujeres a que alude Lleras Restrepo, las cuales se esfumaban como sombras huidizas, tal vez para no volver. Su verdadero malestar residía en la bella Claretta, una pasión cierta. Por lo tanto, sus armas se dirigieron hacia esta mujer fatal, a quien debía separar de las complacencias de su esposo y nunca lo consiguió. El propio Mussolini intentó más de una vez sacarla de su vida, pero luego sucumbía ante esta atracción subyugante, difícil de interpretar en el hombre poderoso que dominaba a Italia y causaba revuelo en el mundo.

Mussolini nunca renunció a Raquel y tampoco alejó a Claretta. Ambas le saciaban sus apetitos lujuriosos con diferente sazón: estaba la esposa legítima, que con él convivía, y a corta distancia, la amante romántica, valiente y victoriosa, que defendía su papel de preferida. Esta historia contiene un fondo burlesco y transmite un suceso disparatado e insondable bajo el sello burgués de la época. Curiosa, por decir lo menos, esta dualidad insólita.

Cuando el tirano presintió el final irremediable de su mandato, se trasladó a Milán y tomó la decisión de huir. Iba disfrazado de soldado, a bordo de un convoy alemán. Claretta lo acompañaba y le daba fuerzas para seguir por las vías del escape. Él era un ser demacrado y horrorizado. Un grupo de militares, que creía sus protectores, le comunicó de repente la orden de ser fusilado “como un perro rabioso”. Era el 28 de abril de 1945. Al ser activados los fusiles, Claretta corrió cerca de él y cayó fusilada, cual una heroína del amor, al lado de su hombre. Tenía 33 años.

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El Quindiano, Armenia, 29-XI-2024. Eje 21, Manizales, 29-I-2024. Nueva Crónica del Quindío, Armenia-1-XII-2024. Letras Hispanas por el Mundo, Alicante, España, diciembre/2024.

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Las grandes cortesanas (2)

jueves, 30 de enero de 2025 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

La condesa Virginia de Castiglione (Florencia, 1837-París, 1899) fue una aristócrata italiana que se destacó por su fulgurante belleza. En el libro De ciertas damas, el presidente Carlos Lleras Restrepo dice que era “bella como una diosa, ansiosa de jugar un gran papel, segura de sus encantos”. Tuvo desempeño fundamental en la formación de Italia, labor que se hizo posible cuando fue la amante del emperador Napoleón III de Francia.    

Esa relación causó gran revuelo social, hasta el punto de convertirse en el plato del día, hecho que la llevó a la cima de la notoriedad. Su presencia en la vida parisiense no podía ser sino luminosa. A esto se sumaba su fiebre por la ostentación, traducida en el lujo, el arrebato y los caprichos, los cuales se le toleraban por ser quien era: una diva asombrosa.   

A los 17 años se casó con Francesco Verasis Asinari, conde de Castiglione, cuyo carácter frío y sobrio desentonaba con el de la condesa, que era extrovertido y propenso a la cólera y la aspereza. Su esposo, que le rendía perpleja adoración, la toleraba de buena manera. A medida que corría el tiempo, las diferencias de carácter provocaron la desarmonía conyugal. Virginia era feliz asistiendo a fiestas, bailes y reuniones diversas sin la compañía del pobre Francesco, que pasó a ser un marido de ficción.

Deshecho el matrimonio, llegaron para ella las aventuras eróticas sin freno ni recato. El apetito sexual era la respuesta lógica para una mujer ardiente que no necesitaba buscar la ocasión de pecar, ya que el placer surgía por todas partes. Alguien la llamó “la condesa de sexo del oro imperial”. Ella tenía como tesis que el amor lo es todo, por ser la esencia de la vida. Más allá de esa noción innegable, gozaba de los amores, “uno después de otro”, según lo anota Lleras Retrepo con tono picante y precisión histórica.

La condesa era un horno de pasión. Tuvo numerosos amantes, y las grandes figuras de la época luchaban por gozar de sus ardores, a sabiendas de que el turno era competido y la preferencia, fugaz. Asimismo, le llovían cuantiosas ofrendas en joyas, apartamentos e incluso palacios, que llegaron a formar una fortuna colosal, casi inmanejable. Francesco, a su vez, tenía sus propios devaneos, y lejos estaba de condenar la conducta de Virginia, si era la misma conducta de él mismo, aunque en menor grado. Ese era el aire que se respiraba en aquellos tiempos movidos por la impudicia, el descaro, el abuso del poder y la arrogancia del dinero.

Pero como la belleza se marchita, llegó el día en que la condesa se miró a la cara y encontró la fuga del vigor y del encanto. Ahora no despertaba deseo entre los hombres y ninguno de sus amantes tocaba en su puerta. Su piel estaba ajada y la decrepitud no podía ser más evidente. Ante esa aterradora realidad, para la cual nunca se había preparado, estaba sola, muy sola. La vida da, y también cobra. Carecía de fortuna, porque esta se había evaporado. Murió a los 62 años, en noviembre de 1899, víctima de un derrame cerebral. Fue enterrada en el cementerio del Père-Lachaise, el más grande de la ciudad y uno de los más famosos del mundo. Allí la fama de la condesa se esfumó en el olvido.

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El Quindiano, Armenia, 15-X-2024. Eje 21, Manizales, 16-X-2024. Nueva Crónica del Quindío, Armenia, 17-X-2024. Letras Hispanas por el Mundo, Alicante, España, noviembre/2024. 

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Las grandes cortesanas (1)

jueves, 30 de enero de 2025 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

La fundación Simón y Lola Guberek publicó, en 1986, la obra titulada De ciertas damas, de Carlos Lleras Restrepo, la cual he releído con inmenso agrado 38 años después. ¡Cuán grato resulta volver sobre un libro que ha dejado huella! En aquellos días remotos, el país estaba habituado a los ardientes temas políticos que el presidente Lleras había tratado a lo largo de su vida pública.

De pronto apareció este maravilloso texto suyo que se aparta de esa línea, y nos hallamos con todo un señor escritor que ventila con donosura la vida arrebatada de grandes cortesanas de la historia, y lo hace con tono reposado, reflexivo, picante y sensual. Desentraña episodios escabrosos que tienen el lazo común de la fulgurante belleza femenina, el desenfreno sexual, el ansia de riquezas y poder, el sadismo y la tragedia.

Estos relatos sirven, además, para entender el momento público que caracterizaba a los países donde ocurrieron los hechos, y de paso pintan a los gobernantes y las figuras preclaras. El recorrido comienza con Mesalina (25 d.C – 48 d.C), tercera esposa del emperador romano Claudio, que se vuelve famosa por su enorme belleza y las infidelidades a su marido. Ella tuvo gran influjo en la política. Sobre el emperador, dice Lleras que era “de pobre aspecto físico pero dotado de realismo y buen sentido, y bien dispuesto para los placeres de la vida”.

Mesalina fue emperatriz a los 16 años, y Claudio era 30 años mayor que ella. Con el correr del tiempo tuvo numerosos amantes. ¿Cuántos? Imposible saberlo, pero lo que no se ignora es que vivía insatisfecha en el campo sexual, aunque buscaba a los hombres en forma continua e insaciable. Una máquina del sexo. Claudio, que se hacía el de la vista gorda, también tenía sus propias aventuras. La cortesana no era feliz. A la postre, y burlándose de su esposo, organizó matrimonio con el amante de turno, y no queda claro si el emperador le concedió el divorcio. Murió decapitada. Tenía 23 años.

Lucrecia Borgia era hija del poderoso Rodrigo Borgia, futuro papa Alejandro VI. La dinastía Borgia encarnó, en su máxima expresión, el maquiavelismo y la podredumbre sexual de los papados renacentistas. En aquel tiempo, hijos de cardenales había por todas partes. Hasta tal grado llegó la depravación, que, según se dice, Lucrecia quedó embarazada por su propio hermano César. Qué bien dados estos epítetos que le endilga Lleras: “espléndida, misteriosa y terrible”. Fue la mujer de importantes hombres de la época. En junio de 1519,  hace 5 siglos, concibió a su octavo hijo, que murió en el parto. Ella falleció 10 días después de fiebre puerperal, a los 39 años. La gente de Ferrara, donde fue enterrada, la llamaba “la madre del pueblo”.

Beatriz Cenci (1577–1599) pasó a la historia como la autora de un parricidio. Era hija de un aristócrata italiano de carácter violento e inmoral, que violó a su hija Beatriz, la torturó y le causó los mayores oprobios morales. Estas vejaciones la llevaron a planear el asesinato de su padre, como en efecto sucedió, lo cual dio lugar para que el tribunal eclesiástico, en el papado de Clemente VIII, la condenara a morir decapitada junto con sus cómplices. Este hecho espeluznante tuvo lugar en septiembre de 1599. Beatriz tenía 22 años.

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Claudio de Alas

viernes, 25 de octubre de 2024 Comments off

Gustavo Páez Escobar

A pesar de mi origen boyacense, ignoraba quién era el poeta y novelista Claudio de Alas (seudónimo de Jorge Escobar Uribe), nacido en Tunja en 1886 y fallecido en Banfield, Argentina, en 1918. Hace poco descubrí al escritor en Polimnia, la revista de la Academia Boyacense de la Lengua. ¡Gran hallazgo! Nadie sabía de él, ni siquiera en su propia tierra.

Vicente Landínez Castro, tan estudioso de la literatura regional, no lo menciona en El lector boyacense ni en Síntesis panorámica de la literatura boyacense, obras de vasto alcance. En el panorama nacional, Rogelio Echavarría tampoco hace sobre él la menor alusión en Quién es quién en la poesía colombiana. Claudio de Alas provenía de una familia de clase alta: su padre fue destacado ingeniero; uno de sus hermanos sobresalió como general del Ejército; otro como senador, y otro alcanzó prestigio en Buenos Aires.

Abandonada su patria, Claudio de Alas se abrió camino por Ecuador, Perú y Chile. Ejercía el periodismo junto con la función literaria. Se aficionó a la bebida y, en ese ambiente, vivió un mundo desordenado y libertino. En Chile publicó los libros Salmos de la muerte y el pecado, Fuegos y tinieblas, Arturo Alessandri y La primera víctima de la aviación en Chile. Participó en un concurso en el cual Gabriela Mistral obtuvo el primer puesto, mientras él conquistó el accésit. Por ella sentía honda admiración, rayana en el amor platónico.

Hacia 1915 arribó a Buenos Aires, ciudad que lo seducía por su clima intelectual y por la oportunidad de volverse escritor internacional. Llegó en precaria situación económica, y le dio la mano el pintor inglés Koek-Koek, con quien compartió la vivienda. Al paso del tiempo, escribía versos estremecedores, entre ellos Poema negro, que hoy tiene varios registros en Google.  

Dentro de su exitosa carrera, existía una zona oscura que le laceraba la mente y el espíritu. En aquellas calendas, las enfermedades venéreas generaban daños graves en el corazón, el cerebro y otros órganos, e incluso causaban la muerte. La sífilis, cuando aún no se había descubierto la penicilina, era un mal catastrófico que erizaba a la gente.

Las enfermedades venéreas ocurrían por contacto físico y también podían ser hereditarias. Ese era el terrible dilema del poeta frente al temor de que podía estar infectado. Agobiado por esa amenaza, había escrito en Chile La herencia de la sangre, novela audaz que ofreció a numerosas editoriales, sin que ninguna la publicara. Ahora, en Buenos Aires, su mayor ilusión era conseguir ese objetivo que consideraba liberador de los traumas que padecía. El asunto era, ante todo, de carácter sicológico, ético y moral.

La herencia de la sangre significaba para el autor un método terapéutico que le ahuyentaría los fantasmas. Tenía que contar que el mundo andaba desquiciado, y enjuiciar a la sociedad por los secretos y mentiras que ocultaba. La lógica lleva a pensar que las “alas” del seudónimo eran un símbolo redentor, un deseo de alzar el vuelo sobre las tristezas y las miserias. Presa de la angustia y propenso al suicidio, su existencia se volvió tenebrosa.

El 5 de marzo de 1918, día funesto, se encerró en su pieza y lloró largo rato sobre el libro en borrador, que también había sido rechazado por las editoriales argentinas. Escribió tres cartas: una para su hermano, otra para el pintor Koek-Koek y la última para un amigo confidente, a quien contaba el “dolor enorme de sentirse solo ante la vida implacablemente hostil”. Con mirada triste, como si presintiera el desenlace fatal, lo acompañaba el perro de su amigo. Esta mirada lo conmovió en lo más hondo del alma. Luego de matarlo, para que dejara de sufrir, dirigió el arma a la sien y se suicidó. Tenía 32 años, edad similar a la de José Asunción Silva, que se fue del mundo, a los 31 años, con un disparo en el corazón.

Claudio de Alas penetró, al igual que Rimbaud, Mallarmé, Baudelaire y tantos otros, en la lista de poetas malditos. Tuvo que enfrentarse a una sociedad pacata y asustadiza, y perdió la partida. Era lo mismo que sucedía con el homosexualismo, realidad que se mantenía en el clóset y que solo poco a poco se iría develando.

Después fue encontrado el manuscrito de la novela, y su familia la editó hacia el año 1923. Nadie en Colombia la conoció. La segunda edición tuvo lugar en días recientes, con el sello de la Academia Boyacense de la Lengua. Ha pasado un siglo. La obra puede conseguirse en Buscalibre. Es una bella novela: tierna, romántica, aleccionadora, dolorosa y trágica.

En aquellos días lejanos fue elaborado en Buenos Aires El cansancio de Claudio de Alas, que contiene parte de la creación de este escritor olvidado, sobre quien dijo Juan José de Soiza Reilly, el compilador: encontró el mundo demasiado enfermo. Incurable. Y prefirió disolverse en el humo de un tiro.

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Eje 21, Manizales, 18-X-2024. El Quindiano, Armenia, 18-X-2024. Nueva Crónica del Quindío, Armenia, 20-X-2024. El Muro, Bogotá, 10-X-2024.

Comentario

 Me impactó mucho la vida de este literato: qué talento en medio de tanta angustia, recurriendo a acciones oscuras y sufriendo esa vida desordenada que aceleró su muerte. Esas mentes no paran de pensar y de crear, y en medio de sus creaciones y sus actos contra la vida, van en búsquedas traicioneras que en lugar de aliviar abren más heridas. El perrito, que muere con el escritor por decisión de él mismo, ojalá que con sus alas haya llegado al tan mencionado puente del arcoíris, que es el cielo de los perritos. Liliana Páez Silva, Bogotá.

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Centenario de Tulio Bayer

sábado, 16 de marzo de 2024 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Nació el 18 de enero de 1924 en Riosucio, Caldas. Al presentar una grave anomalía en el momento del parto, que mostraba un peligro inminente de muerte, su abuelo paterno le aplicó el agua bautismal. El niño sobrevivió, y ante la duda de que el acto había sido imperfecto, tres días después fue bautizado por segunda vez en la iglesia del pueblo.

Más adelante se descubrió que había nacido con el síndrome de Marfan, que se caracteriza por el aumento desmedido de los miembros. Cuando lo conocí en Puerto Leguízamo, en 1958 –él como jefe del puesto de salud y yo como ejecutivo bancario–, me impresionó su figura monumental. Detrás de esa apariencia había un hombre simpático, culto, estupendo conversador, que se convertía en el centro de cualquier reunión.

Cuando nos hicimos amigos en Puerto Leguízamo, ignoraba yo que había sido secretario de Higiene y Educación de Manizales, se había graduado en Harvard en Farmacología y Toxicología y había librado duros enfrentamientos contra los adulteradores de la leche y los corruptos del sector oficial, que terminaron hostigándolo y lo obligaron a salir de la ciudad.

Y se fue a buscar suerte en un pueblo remoto, donde descubrió la miseria y el abandono en que vivían los pobladores. Allí se encontró con otra Colombia. Se solidarizó con la gente desprotegida, entendió la dimensión del hambre y la pobreza y acentuó la rebeldía que llevaba incrustada en su sensibilidad desde la capital caldense.

De vuelta en Bogotá, fue nombrado director técnico de los laboratorios CUP. Al poco tiempo salió a flote otra adulteración: la de los medicamentos. Se enfrentó con los directivos de la entidad, y la respuesta fue el despido fulminante de su cargo. Pero no se detuvo: denunció en la prensa la grave infracción que cometía el laboratorio, hecho que produjo escándalo en el país.

Bayer no podía permanecer callado ante el atropello, el abuso o la sinrazón. Luchó siempre por la justicia y el equilibrio social. Esto lo he analizado en los varios artículos que he escrito sobre él. Además, es el protagonista de mi novela Ráfagas de silencio (2007). Dada la vehemencia de sus protestas, se le calificaba de “conflictivo, revoltoso, locato, comunista”… La prensa le creó esta imagen falsa. Un día se levantó en armas, cuando se vio cercado por la clase influyente del país, y fue capturado en las selvas del Vichada.

Duró detenido un año en la cárcel Modelo de Bogotá sin que se le hubiera comprobado ningún delito. Luego de visitar varios países, se radicó en París y nunca regresó a Colombia. Allí murió, a los 58 años, el 27 de junio de 1982. Se cumple ahora el centenario de su nacimiento, y la ocasión es propicia para resaltar el sentido de sus luchas, que nunca se valoraron en su época. Hoy su nombre está revaluado, entre otros, por el historiador Orlando Villanueva Martínez, autor de los libros Tulio Bayer, el luchador solitario, y Tulio Bayer, una vida contra el dogma.

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Eje 21, Manizales, 26-I-2024. Nueva Crónica del Quindío, Armenia, 28-I-2024.

Comentarios

Qué bueno que no hayas dejado pasar desapercibida esta grandiosa fecha, 100 años del nacimiento del gran luchador que hoy sigue tan solitario y casi olvidado por la Historia y la Literatura colombianas. Solo un par de quijotes como tú y yo nos atrevimos a sacarlo del olvido y rescatarlo del muladar donde lo tenían sus enemigos. Orlando Villanueva Martínez, Bogotá.  

En efecto, tenemos que sentirnos muy satisfechos por ser los defensores y difusores de este gran colombiano que hizo de la justicia y la reivindicación social el motivo de sus luchas sin cuartel, que lo llevaron a la cárcel y luego al destierro. Desde muchos años atrás he sido implacable en mi adhesión a la causa de Tulio Bayer. Luego viniste tú con los dos excelentes libros biográficos que seguirán pregonando esta personalidad solitaria y justiciera, cuyo significado, no lo dudemos, tiene lectores comprensivos de este hecho histórico. GPE

Creo que con este son tres artículos de tu autoría que he leído sobre la vida de Tulio Bayer y tu amistad con él. Lo desconocido para mí es el episodio de su despido de los laboratorios CUP por haber denunciado adulteración de medicamentos. Ese laboratorio fue fundado por el doctor César Uribe Piedrahita (otra vida interesante), que fue su propietario. Desconozco los detalles, pues él, hasta donde llega mi información, fue un científico y hombre recto. Busqué por internet información sobre este caso pero no encontré nada. Si tienes referencias acerca de ello o fuentes en donde yo pueda leer, te agradecería. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

César Uribe Piedrahíta murió en 1951, y Tulio Bayer llegó al laboratorio siete años después, cuando ya la empresa había perdido los principios inculcados por su fundador. Esto lo narra Bayer en forma muy detallada en su libro Carta abierta a un analfabeto político, y hace lo mismo el historiador Orlando Villanueva Martínez en las dos obras que cito en mi artículo. Por otra parte, comento dicho suceso en el prólogo Los motivos del insurgente que escribí para la biografía sobre Bayer de que es autor Villanueva Martínez. GPE

 Gracias por compartir los comentarios acerca de la vida y obra del doctor Tulio Bayer. Los amigos y estudiosos de él, especialmente tú, hacen posible que conozcamos la importante trayectoria y el maltrato de que fue víctima todo un científico que luchó en procura de la justicia y el bienestar común. Inés Blanco, Bogotá.