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Rafael Azula Barrera

miércoles, 11 de enero de 2012

Por: Gustavo Páez Escobar

Sobresalió en el país como uno de los hijos más ilustres del departamento de Boyacá en el presente siglo. Pero su muerte, a la edad de 86 años, ocurrida en plena Navidad, apenas fue notada por pocas personas. Había nacido en octubre de 1912 en la pintoresca población de Guateque, cuna de otros hombres célebres, como el presidente Enrique Olaya Herrera y los escritores Eduardo Mendoza Varela y Darío Samper Bernal. Fue un enamorado de su tierra nativa, cuyo nombre indígena tradujo, en buen romance, como «rey de los vientos».

Rafael Azula Barrera, abogado, político, parlamentario, ministro, diplomático, académico, y ante todo hombre de letras, se había dedicado en los últimos años al ejercicio silencioso de la escritura y a su labor como miembro de la Academia Colombiana de la Lengua.

De la Academia Boyacense de Historia era miembro honorario, y en ambas tuvo alta figuración. Su título en derecho se lo otorgó el Externado de Colombia, cuya Revista Jurídica dirigió durante varios años. Además fue fundador de la revista Bolívar y director del semanario El Vigía en la ciudad de Tunja, órganos  en que dejó profunda huella.

En la vida pública nacional fue miembro del Congreso por el departamento de Boyacá, secretario general de la Presidencia de la República en el gobierno de Mariano Ospina Pérez –habiendo estado presente en los sucesos del 9 de abril, donde actuó con alta dosis de inteligencia y serenidad–, ministro de Educación Nacional y de Industria y Comercio, embajador en Portugal y Uruguay, embajador extraordinario en misión especial en España.

También fue director del Instituto Colombiano de Cultura Hispánica. Esta diversidad de actividades en los campos de la política, la administración pública, la diplomacia y la cultura del país estructuró al hombre de talento y visión, ecuánime y emprendedor, atento al desarrollo de la democracia y comprometido con los valores fundamentales de la patria.

Como escritor deja obra de alto contenido ideológico y rigurosa confección estética. Como purista del idioma poseía el don de la prosa ondulante y poética que no sólo expresa bellas imágenes sino que transmite ideas claras y convicciones firmes. En sus ensayos se aprecia el estilo castizo y elegante que se extraña entre los llamados hombres de letras de los nuevos tiempos, que andan de afán y sin profundidad por el mundo convulso que no les permite, o ellos no lo buscan, el talante suficiente para romper la mediocridad y elaborar una obra valedera.

A Rafael Azula Barrera hay que definirlo como humanista íntegro. Nunca descansó en la búsqueda de la perfección idiomática, animado por su fulgor intelectual. Su pensamiento es preciso, sin esguinces ni falsas pedrerías. Se adentró en los procesos de la historia y en los conflictos de la sociedad, de la misma manera que escrutaba el universo de las letras y los paisajes cromáticos de su Valle de Tenza. Todo esto lo acredita como el boyacense y el colombiano cabal.

Bogotá, 7-I-1999.

 

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