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El mariscal

sábado, 28 de enero de 2012

Por: Gustavo Páez Escobar

Horacio Gómez Aristizábal y Jorge Mario Eastman han puesto en circulación dos libros en homenaje a Gilberto Alzate Avendaño con ocasión de los 40 años de su muerte. La formación de Alzate Avendaño estaba en el humanismo, y con ese carácter se desempeñó en la vida pública, en el periodismo y en las letras. En 1936 ocupa el cargo de secretario general del Partido Conservador. En 1946 es elegido senador de la República, y cuatro años después es presidente del Senado. En 1951 se le postula como designado a la Presidencia, ofrecimiento que no acepta.

Es un rebelde dentro de su partido y con ese espíritu combate el gobierno hegemónico de Laureano Gómez. Por eso apoya el golpe militar del 13 de junio de 1953. Después será embajador en España. Cuando el dictador Rojas Pinilla abusa del poder, se opone a su reelección por parte de la Constituyente.

Forma una alianza con Mariano Ospina Pérez y se matricula en el Unionismo, movimiento que produce la derrota de Laureano Gómez. Alzate –al igual que otro combatiente de la orilla contraria: Carlos Lleras Restrepo, con quien se caracteriza por las batallas que ambos acometen en distinto terreno– siempre sale fortalecido de sus fracasos.

En 1960 es elegido representante a la Cámara. Su nombre tie­ne amplia audiencia nacional. Es la figura más descollante del mo­mento para pelear la candidatura presidencial (1962-1966) en con­tra de Guillermo León Valencia. La muerte súbita lo sorprende en su mejor estado físico y mental, cuando apenas ha cumplido 50 años de vida. Cabe recordar la fra­se que él mismo se endilgó: «Yo soy un barco que se hunde con las luces encendidas».

Su temprana muerte represen­tó para el país enorme frustra­ción, lo mismo que ha significado la de otros líderes que encarnaron en su momento grandes esperan­zas nacionales: Gabriel Turbay, Jorge Eliécer Gaitán, Luis Carlos Galán, Álvaro Gómez Hurtado… Gladiador de ideas, dueño de estilo mordaz y refulgente, vigoro­so tribuno que sobresalía por su ímpetu rebelde y creador, era una personalidad absorbente y arro­lladora.

Nació para ser capitán de multi­tudes. Con su gesto enérgico y su verbo lacerante –que solía tocar los predios de la irreverencia con lenguaje cáustico y florido– fue protagonista de sonados debates que estremecían a la opinión pública y creaban alrededor de su nombre fuertes núcleos de solida­ridad. Su categoría mental le per­mitía fabricar geniales chispazos matizados de vivacidad y fulgor. A la par que político de casta era le­trado de exigentes rigores y no descansaba –en la elaboración de sus escritos– en la búsqueda del término preciso y de la oración clásica.

Sus fúlgidos editoriales como director de La Patria y de Diario de Colombia señalaban horizontes claros y fijaban firmes derroteros para el rumbo del país. Era opositor contumaz de statu quo y esto explica su disentimiento de los jefes de su colectividad, al no estar de acuerdo con la férrea y excluyente disciplina conservadora que por aquellos días se implantó. Pocos espíritus tan altivos, admirables e independientes como el suyo.

El alzatismo nació como un sello de rebeldía intelectual y conquistó numerosos adeptos. Alzate era el francotirador de la inteligencia que no les daba tregua a sus adversarios, ni él mismo se permitía reposo. Amante de la literatura, de la buena mesa y de los gustos refinados, era diletante de la vida y filósofo del poder. Y se reía de sí mismo: «Yo no soy en el fondo sino un gordo benévolo”.

Los autores de los libros citados, conservador el uno y liberal el otro, han querido traer a los nuevos tiempos la figura legendaria –tocada de genialidad– del conductor extraordinario que buena falta le haría a la Colombia de hoy, sumida en el caos y carente de auténticos líderes.

El Espectador, Bogotá, 20-X-2000.

 

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