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Los secretos de Fidel Castro

sábado, 28 de enero de 2012

Por: Gustavo Páez Escobar

Castro confió a la poetisa colombiana Laura Victoria un papel secreto que impidió que un grupo de cubanos fuera expulsado de Méjico.

He leído en El Espectador la noticia sobre la repentina apa­rición de Dalia (o Delia) Soto del Valle, la esposa oculta de Fidel Castro, unión de la que existen cinco hijos varones: Alexis, Alex, Alejandro, Antonio y Ángel. Pocos en la isla sabían de es­ta relación, ya que el caudillo tiene establecido que los asun­tos del Estado no deben mezclarse con la vida privada.

Este suceso corresponde al misterio que rodea la vida de Fidel Castro. El hecho de que los nombres de estos varones comiencen todos por la letra A (caso distinto al de los tres hijos procreados con Mirta Díaz Balart), hace pensar en un enigma curioso. El pueblo cubano no sabe siquiera si su mujer actual, con la que ha tenido larga convivencia, se llama Dalia o Delia.

En mi poder reposa la primera página de Excelsior, correspondiente a la edición del 22 de abril de 1985, que da cuenta del encuentro que tu­vo la poetisa Laura Victoria con Fidel Castro, tres décadas atrás, en la cárcel mejicana donde éste se hallaba detenido junto con el Che Guevara y Ca­milo Cienfuegos, días antes de la revolución cubana.

Laura Victoria, amiga del di­rector de la cárcel y que ejercía el oficio de periodista, era llamada por éste cuando algún colombia­no necesitaba ayuda. Una vez se le informó que una compatriota suya se hallaba enferma, y de in­mediato fue a visitarla. Por ella se enteró de que un grupo de cu­banos estaba listo para ser ex­pulsado del país. Y deseaban hablar con Laura Victoria.

Fidel Castro, apuesto joven de 27 años, paseaba intranquilo por el patio. Al estrecharse las manos, la periodista le manifes­tó que ya lo conocía por el general Bayo, de nacionalidad española (que había dado instrucción militar a los guerrilleros cuba­nos). Castro le preguntó si su amistad con el general era cerca­na. Y ella le dijo que ese mismo día comería con él en casa del pintor Luis Marín Busquets.

Castro, titubeante, deseó sa­ber si podía confiar en ella. Ante lo cual, Laura Victoria lo invitó a que lo hiciera. El preso, que ha­lló convincente la actitud de la periodista, entró al baño y escri­bió de afán un papel. A su regre­so, le dijo al oído: «Debajo de la almohada de la enferma hay una misiva para el general». Más tarde, la colombiana se en­contró con Bayo en la casa del pintor y le hizo entrega del reca­do de Fidel Castro.

Aquel papel secreto impidió que el grupo de cubanos fuera expulsado dos días después en el barco que salía de Tuxpan con destino a la isla. Esto hubiera podido cambiar la historia de Cuba. Laura Victoria, en toda su vida, sólo ha visto a Castro aquella vez. Pero la presencia del caudillo, y lo que para ella –sin ser comunista– represen­taría más tarde como líder de la revolución cubana, le produje­ron hondo impacto.

En 1959, año en que el revo­lucionario entró triunfante en La Habana tras la derrota de Batista, la poetisa fue condeco­rada con la Orden de Martí por el poema épico El caudillo, dedi­cado a aquel preso «muy joven y muy guapo», como lo definió, confinado años atrás en la cár­cel de Miguel Shultz.

El Espectador, Bogotá, 17-VIII-2001.

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