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Tarde de lluvia

domingo, 29 de enero de 2012

Por: Gustavo Páez Escobar

El tema de este artículo me lo da la lluvia. La intensidad de los aguaceros deja hasta hoy en el país un saldo de 14 muertos, 10 heridos, 40.000 afectados, 266 viviendas destruidas y 1.318 averiadas.

En Bogotá hay 24 barrios afectados, cinco de ellos en seria emergencia, 21 familias tuvieron que abandonar sus viviendas y otras viven bajo la zozobra de los deslizamientos y las inundaciones. Las alcantarillas atascadas de varios barrios del sur no permiten la evacuación normal de las aguas, y el problema se agrava con el desbordamiento de los ríos Fucha y Bogotá.

Han sido tres días de lluvias constantes en buena parte del país, y los expertos dicen que durante un mes no cesará este diluvio. El mal tiempo ocurre de improviso, cuando gozábamos de esplendorosos días de sol y cielos despejados. Como causante del fenómeno se habla de una zona de baja presión atmosférica localizada frente al Chocó, circunstancia que al coincidir con las lluvias tradicionales que se presentan en Colombia por esta época del año, alteró el calendario pluvioso.

En esta ciudad de por sí helada, que se nos estaba volviendo tierra caliente por algún trastorno extraño, volvimos al estado lánguido de las temperaturas glaciales y los chubascos continuos, con cielos plomizos que ensombrecen el panorama y agobian el espíritu.

En medio de la tormenta, oímos manifestar al alcalde Mockus que como el Concejo le negó el impuesto de alumbrado público y amenaza tumbarle toda la reforma tributaria, en los próximos ocho años no habrá solución para los barrios pobres que sufren el castigo de las lluvias, debido a la carencia de recursos para financiar las redes de acueducto y alcantarillado. ¡Vaya consuelo!

En el momento de escribir esta nota, hace 24 horas que no escampa en la capital. Hoy es tarde brumosa y tétrica, que invita a seguir disfrutando la calma hogareña, pero la cita con el médico no puede aplazarse. Todo parece confabulado en contra nuestra, pues el pico y placa –fórmula detestable, aunque necesaria– impide la movilización del vehículo. No nos queda otro camino, a mi esposa y a mí, que intentar tomar un taxi. Toda una odisea en estas calles invadidas de agua y de taxis ocupados. Sin embargo, tenemos suerte.

El conductor lleva música selecta, algo insólito en este servicio, donde la hosquedad habitual es la nota común que se encuentra en el recinto de los taxis bogotanos. Lo felicitamos por su buen gusto musical y por el excelente estado de su vehículo, y él nos revela que con la música descansa de las tensiones que le producen los duros recorridos por las calles capitalinas, brindando de paso una atmósfera grata a sus clientes.

En la charla espontánea que surge con el simpático empresario –como hay que calificarlo– nos cuenta que al retirarse de la entidad donde trabajó por espacio de diez años, actividad que le permitió educar a sus dos hijos en ramas de la ingeniería, compró el taxi con el producto de la indemnización laboral y hoy se gana la vida en forma decorosa y con espíritu servicial y festivo. «Así derroto el mal genio bogotano», anota.

Habla del país con entusiasmo y esperanza, y de su familia con emoción y vanidad. Sus sentidas palabras transmiten reconfortante lección de optimismo, salida de la propia entraña del pueblo, en medio de la guerra y la disolución que padece el país. No hay duda de que se trata de un hombre moralista y positivo, como se deduce por las normas de pulcritud inculcadas en sus hijos, que nos comenta con orgullo y sin jactancia, y por las claras ideas que expresa sobre diversos problemas de la vida nacional.

El taxista del regreso, simpático antioqueño que en forma providencial surge en medio de la lluvia cerrada, resulta no menos interesante que el anterior. Como buen paisa, es locuaz y transmite repentina confianza. No lleva música selecta en el taxi, pero sí en el alma, y tiene una vena ingeniosa y chispeante que nos aísla de los truenos y relámpagos que vibran en el ambiente.

Al igual que su colega, se labra el destino a base de esfuerzo, dinamismo y decoro.Las mismas pautas que ejerció cuando era sargento del Ejército. Tiene confianza en que salgamos pronto de la encrucijada actual, para conquistar al fin la paz tan esquiva, y analiza con propiedad el momento político que perturba a la nación en vísperas electorales.

En forma inesperada han aparecido entre la lluvia estos interlocutores cordiales, exponentes de un pueblo que sufre, se desespera con los horrores de la guerra, amanece todos los días con más hambre y pobreza, pero aún confía en los caminos de la salvación.

Qué vitalizante ha resultado encontrar estas caras amables y estas voces optimistas de dos sencillos y auténticos colombianos que, en medio del desastre nacional, no se dejan arrastrar por la borrasca.

El Espectador, Bogotá, 2-V-2002.

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