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El enredo de los taxis

martes, 23 de diciembre de 2014

Por: Gustavo Páez Escobar

A la salida de Unicentro vi reflejado, en solo 20 minutos, todo lo que sucede en el sector de los taxis, que tanta protesta produce en la opinión pública. Allí una mujer se gana la vida ofreciendo a los usuarios del centro comercial conseguirles taxi en la calle a cambio de una propina voluntaria.

De esta manera mucha gente logra resolver el problema de transporte en medio del desorden que se forma ante la cantidad de aspirantes al servicio. Así, los taxistas se hacen rogar, y esto se presta para que algunos cometan los abusos de que dan cuenta las noticias. Veamos algunos de los casos que presencié:

Como sobre el taxi libre se precipitan al mismo tiempo tres, cinco o más personas, el conductor impone el sitio que le conviene; o anuncia el viaje masivo hacia algún lugar, para obtener mayor utilidad; o fija tarifas excedidas; o pregunta (la consabida y odiosa pregunta) para dónde va el transeúnte, y luego lo rechaza con el argumento de que se dirige a guardar el carro; o descarta el viaje largo, porque le va mejor hacer varios recorridos cortos. La arbitrariedad, en suma.

Y por contera, la falta de esmero en la atención a los ciudadanos que se mueven –o no pueden moverse, mejor– en esta urbe populosa y caótica, sumida en el atraso, el atropello y la indolencia que le generan los malos gobernantes. Desde mucho tiempo atrás, este es el aspecto cotidiano que ofrece el transporte capitalino.

En el grupo heterogéneo de Unicentro, un extranjero preguntó por el costo del viaje al aeropuerto. Se le dijo que 25 mil o 30 mil pesos. Subió al vehículo, y al poco tiempo entró en discusión con el conductor. Se supone que le cobraba una tarifa exagerada, o no quería transportarlo. ¡Vaya alguien a oponerse a la real gana de estos déspotas de la vida pública! A su bajada, comentó que no conocía un servicio de taxi más malo e inseguro que el de Bogotá. Ni choferes más groseros.

Nada nuevo se descubre en los casos citados. Mientras tanto, la inoperancia de las autoridades es manifiesta. La multa que establece el Código Nacional de Tránsito Terrestre en su artículo 131, cuando el chofer o el propietario se niegan a prestar este servicio público sin causa justificada (multa equivalente a 45 salarios mínimos diarios), es letra muerta. La persona que recibe la negativa deja de formular la queja para no perder el tiempo.

Si el taxi se solicita por teléfono, el teléfono no responde. La alternativa de conseguirlo en la calle, que no se recomienda por seguridad, es lo mismo de utópica, por no encontrarse carros libres, o negarse el chofer a prestar el servicio. No obstante,  Bogotá, con más de 55.000 taxis (la cifra exacta no se conoce), dibuja en sus calles una persistente línea amarilla, modificada en los últimos días por los vehículos blancos de Uber y otras aplicaciones. Estos encarecen las tarifas dos y tres veces sobre la cifra corriente y no han resuelto su funcionamiento legal.

Aparte de esta serie de circunstancias adversas, predomina en este sector la carencia de espíritu cívico. Son permanentes las protestas por los carros sucios o en mal estado, los radios a todo volumen, los taxímetros adulterados, los choferes incultos y descorteses. Algunos, agresivos, como lo atestiguan varios sucesos alarmantes de estos días. ¿Y qué decir de los paseos millonarios?

Sin embargo –justo es reconocerlo–, buen número de choferes poseen buenas maneras, son serviciales y amables. Ellos sacan la cara por el gremio. Las empresas de movilidad están en mora de inculcar en los conductores el sentido del servicio público. Y hacer obligatorio el curso del Sena titulado “Operario de transporte urbano de pasajeros”, con una duración de 56 horas.

Sobre este asunto complejo, enredado, desesperante de la vida bogotana, leo lo siguiente en alguna parte: “Ninguna solución es fácil. Lo único fácil es dejar el sistema como está”. Ojalá las autoridades no sigan por el camino fácil, el que ninguna contribución aporta para el bienestar colectivo.

El Espectador, Bogotá, 19-XII-2014.
Eje 21, Manizales, 19-XII-2014.

* * *

Los usuarios se pueden quejar, pero los taxistas no tienen tiempo. Gente estresada que debe hacer entregas altas diariamente. Nadie habla de cuando el pasajero deja mugre, chicles pegados, huecos en la tapicería por estar fumando, o cuando se vomita el pasajero, o se orina el bebé, o cuando le rompen las manijas, o cando es tratado de manera déspota o le hace conejo el pasajero, o cuando es atracado. Carlos Abdul (correo a El Espectador).

María Luisa Londoño, quien fue víctima de agresión por parte de un taxista, identificado como Jorge Armando Salinas, pide una sanción para el conductor y respeto por su vida. ‘Yo creo que es un tema cultural y profundo en los taxis, pido que recapaciten de que llevan seres humanos en el taxi’, indicó. La agresión se dio luego de que el taxista se diera cuenta de que la mujer lo estaba grabando mientras el hombre chateaba y a la vez conducía el vehículo, así que le pide que se baje del taxi sin importarle que la mujer llevaba a un bebé en sus brazos”. (Noticia de El Espectador, 20-XII-2014).

No es cierto que el Uber valga tanto, apenas un poco más y eso sin contar las trampas de los amarillos. Nada mejor y más seguro que el Uber. Y a los abusivos taxistas del bacrim amarillo (no todos), extraditarlos. Marmota Perezosa (corre a El Espectador).

 

Ayer nada más, saliendo con una amiga de la feria de Expo-artesanías, a las 3:30 de la tarde, nos demoramos casi una hora para que al fin un conductor «piadoso» decidiera que nos podía traer, con un genio de los mil diablos, quien nos preguntaba “¿por dónde?, yo no sé», y así nos tocó indicarle la ruta paso a paso, con un miedo feroz  a su agresividad  y con el pánico de que nos hiciera bajar en medio ya del aguacero de la tarde. Finalmente logramos  dejar a mi amiga en Floresta y felizmente me dejó en frente de mi casa, en el barrio Batán, sobre las 5:30 de la tarde. ¡Increíble! Inés Blanco, Bogotá.

El más aberrante de los sistemas de servicio público está en el número ilimitado de empresas de transporte, que no tienen vínculo alguno con el conductor, ni con el dueño del vehículo, que solamente sirven para cobrar las tarjetas de operación (algunas cobran hasta $150.000 por una tarjeta que sale del tránsito en $ 10.000). Muchos propietarios se quejan de que entregan sus vehículos a tales estafaderos y jamás las empresas responden por absolutamente nada. Comentandoj (correo a El Espectador).

 

Esta semana al ir a cita médica en la Clínica Colombia, el conductor (que no portaba el documento de tarifas) tuvo el descaro de cobrar $ 15.000 por un servicio que regularmente nos cuesta entre $ 9.000 y $ 10.000. Pero debido a la necesidad urgente de este transporte, no tuvimos otra salida que pagar el valor asignado por el conductor. Otro problema es que acepten llevarlo a uno a su destino. Estamos muy mal en este servicio. Ligia González, Bogotá.

El artículo describe la realidad del servicio de taxis capitalino que no es muy diferente a la que en Armenia se ve. Una ciudad que aspira a consolidarse como destino turístico en el que la incultura de los conductores de taxi y la desatención para con quien les paga el supuesto servicio que no prestan satisfactoriamente es llevada al extremo, o qué decir cuando uno llega al aeropuerto El Edén y le toca montar la maleta al baúl del carro porque el taxista escasamente se mueve a abrir desde su asiento la cajuela posterior, peripecia que tiene que repetir cuando llega a su destino. Pero bueno, este es el país del Sagrado Corazón de Jesús. Armando Rodríguez Jaramillo, Armenia.

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