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Archivo para mayo, 2015

Lectura tardía

lunes, 25 de mayo de 2015 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Lo primero que leí de Óscar Collazos fue una serie de cuentos publicados en los famosos bolsilibros del Instituto Colombiano de Cultura (Colcultura), de los que era lector impenitente. Esos cuentos me causaron impacto por la destreza del autor para crear ambientes de tensión y críticos estados sociales.

En agosto de 1978 adquirí su novela Los días de la paciencia, editada por el Círculo de Lectores, le eché un vistazo, vislumbré su contenido y la ingresé con placer y honra a mi biblioteca. Pasaría mucho tiempo, demasiado tiempo para leerla, lo confieso hoy con franqueza.

Lo que nos sucede a los coleccionistas de libros es que la vida no nos alcanza para abarcar tantos temas, tanta literatura apasionante, que a veces se estacionan durante largos años en los anaqueles. Sucede en ocasiones que buena parte de la biblioteca se queda sin leer. Esto nos ocurre a la mayoría de los escritores.

Cabe agregar que una manera de proteger y consentir los libros –aunque no se lean pronto, o nunca se lean– es conservarlos bajo el cobijo y el cariño de las bibliotecas. Por mi parte, debo confesar el nexo afectuoso que nace en mí desde que las obras llegan a mi poder, consistente en acariciar a menudo los lomos, repasar los títulos, limpiarles el polvo del olvido, leer alguna frase escondida. En síntesis, conversar con el autor. Este diálogo silencioso crea lazos nutritivos.

A Óscar Collazos lo seguí en su literatura de combate, reveladora de su compromiso social, y en sus artículos de prensa, atentos siempre a los problemas palpitantes del país. Sobre todo desde su columna de El Tiempo, que escribía desde 1997, no había desviación pública que escapara a su ojo vigilante y a su crítica severa.

Acostumbrado a leer su columna semanal para apreciar su libre opinión sobre los grandes asuntos de la vida nacional, encontré, con alarmante desconcierto, la carta abierta que dirigió el pasado 4 de febrero al neurólogo Rodolfo Llinás, donde le pedía, como dato de interés general, su concepto acerca de la grave y poco común enfermedad que lo aquejaba: la esclerosis lateral amiotrófica (ELA), que le producía la pérdida de masa muscular, el debilitamiento del aparato respiratorio, dificultades de movilidad, de deglución y del habla, aunque mantenía lúcida su capacidad mental.

Y decía que avanzaba en la escritura de una nueva novela. Su obra novelística se acerca a los veinte títulos. Esa circunstancia me llevó a consultar la lista de libros  suyos que estaban en mi poder, y descubrí que habían transcurrido ¡37 años! desde que adquirí su primera novela: Los días de la paciencia. Y aún no la había leído. Hacerlo ahora, como lo he hecho con la fiebre del lector tardío, se convirtió en el mejor homenaje a esta vida meritoria que declinaba en las garras de una enfermedad trágica.

Era la primera novela que ventilaba el drama de Buenaventura, flagelada desde entonces por la violencia, el contrabando, la prostitución, el hambre, los hampones y las bandas criminales. Salido desde muy niño de su pueblo natal, Bahía Solano (Chocó), llega al puerto del Pacífico a los siete años de edad y allí pasa su niñez y su juventud. En la sangre lleva la semilla del escritor, y con esa óptica capta aquel panorama de barbarie y ruindad que se agiganta a su alrededor.

Sabe interpretar la tragedia del hombre. En sus cuentos y novelas no hace otra cosa que repetir, en distintos escenarios y bajo el mismo detonante social, la miseria, la injusticia y la corrupción que destrozan al país. Y muere en paz con su destino de escritor, a los 72 años de edad, luego de coronar una de las carreras más sólidas de la literatura.

El Espectador, Bogotá, 22-V-2015.
Eje 21, Manizales, 22-V-2015.
NTC, Cali, 24-V-2015.

* * *

Comentarios:

Por qué será que tenemos que esperar a que mueran los escritores para leerlos. Lo mismo me pasó a mí con Óscar Collazos. Solo leí un libro suyo, sobre García Márquez, que me pareció muy bueno. Pero nunca leí al novelista.  Solamente leí un cuento de sus primeros años, donde se descubre a un magnífico narrador. José Miguel Alzate, Manizales.

Su Quinta Columna en el diario El Tiempo fue muchas veces soporte de inquietudes mías sobre la vida de nuestro país, pues encontraba coincidencias de criterio con las suyas. Precisamente en estos días pensé en adquirir alguna de sus novelas (aparte de sus columnas, no he leído nada de él), y la leeré de inmediato. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Significativos reconocimientos y homenaje a Óscar Collazos. Incluimos la columna en la compilación que hacemos sobre el escritor. NTCGRA, Cali.

Tuve una excelente relación de amistad y de intercambios de producción bibliográfica con Óscar. Cada vez que vino a Bogotá me llamó para darles marcha a estupendos paliques literarios e históricos. Gracias por esta columna que hace justo homenaje a un buen escritor. Alpher Rojas, Bogotá.

Lectura tardía

lunes, 25 de mayo de 2015 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Lo primero que leí de Óscar Collazos fue una serie de cuentos publicados en los famosos bolsilibros del Instituto Colombiano de Cultura (Colcultura), de los que era lector impenitente. Esos cuentos me causaron impacto por la destreza del autor para crear ambientes de tensión y críticos estados sociales.

En agosto de 1978 adquirí su novela Los días de la paciencia, editada por el Círculo de Lectores, le eché un vistazo, vislumbré su contenido y la ingresé con placer y honra a mi biblioteca. Pasaría mucho tiempo, demasiado tiempo para leerla, lo confieso hoy con franqueza.

Lo que nos sucede a los coleccionistas de libros es que la vida no nos alcanza para abarcar tantos temas, tanta literatura apasionante, que a veces se estacionan durante largos años en los anaqueles. Sucede en ocasiones que buena parte de la biblioteca se queda sin leer. Esto nos ocurre a la mayoría de los escritores.

Cabe agregar que una manera de proteger y consentir los libros –aunque no se lean pronto, o nunca se lean– es conservarlos bajo el cobijo y el cariño de las bibliotecas. Por mi parte, debo confesar el nexo afectuoso que nace en mí desde que las obras llegan a mi poder, consistente en acariciar a menudo los lomos, repasar los títulos, limpiarles el polvo del olvido, leer alguna frase escondida. En síntesis, conversar con el autor. Este diálogo silencioso crea lazos nutritivos.

A Óscar Collazos lo seguí en su literatura de combate, reveladora de su compromiso social, y en sus artículos de prensa, atentos siempre a los problemas palpitantes del país. Sobre todo desde su columna de El Tiempo, que escribía desde 1997, no había desviación pública que escapara a su ojo vigilante y a su crítica severa.

Acostumbrado a leer su columna semanal para apreciar su libre opinión sobre los grandes asuntos de la vida nacional, encontré, con alarmante desconcierto, la carta abierta que dirigió el pasado 4 de febrero al neurólogo Rodolfo Llinás, donde le pedía, como dato de interés general, su concepto acerca de la grave y poco común enfermedad que lo aquejaba: la esclerosis lateral amiotrófica (ELA), que le producía la pérdida de masa muscular, el debilitamiento del aparato respiratorio, dificultades de movilidad, de deglución y del habla, aunque mantenía lúcida su capacidad mental.

Y decía que avanzaba en la escritura de una nueva novela. Su obra novelística se acerca a los veinte títulos. Esa circunstancia me llevó a consultar la lista de libros  suyos que estaban en mi poder, y descubrí que habían transcurrido ¡37 años! desde que adquirí su primera novela: Los días de la paciencia. Y aún no la había leído. Hacerlo ahora, como lo he hecho con la fiebre del lector tardío, se convirtió en el mejor homenaje a esta vida meritoria que declinaba en las garras de una enfermedad trágica.

Era la primera novela que ventilaba el drama de Buenaventura, flagelada desde entonces por la violencia, el contrabando, la prostitución, el hambre, los hampones y las bandas criminales. Salido desde muy niño de su pueblo natal, Bahía Solano (Chocó), llega al puerto del Pacífico a los siete años de edad y allí pasa su niñez y su juventud. En la sangre lleva la semilla del escritor, y con esa óptica capta aquel panorama de barbarie y ruindad que se agiganta a su alrededor.

Sabe interpretar la tragedia del hombre. En sus cuentos y novelas no hace otra cosa que repetir, en distintos escenarios y bajo el mismo detonante social, la miseria, la injusticia y la corrupción que destrozan al país. Y muere en paz con su destino de escritor, a los 72 años de edad, luego de coronar una de las carreras más sólidas de la literatura.

El Espectador, Bogotá, 22-V-2015.
Eje 21, Manizales, 22-V-2015.
NTC, Cali, 24-V-2015.

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Comentarios:

Por qué será que tenemos que esperar a que mueran los escritores para leerlos. Lo mismo me pasó a mí con Óscar Collazos. Solo leí un libro suyo, sobre García Márquez, que me pareció muy bueno. Pero nunca leí al novelista.  Solamente leí un cuento de sus primeros años, donde se descubre a un magnífico narrador. José Miguel Alzate, Manizales.

Su Quinta Columna en el diario El Tiempo fue muchas veces soporte de inquietudes mías sobre la vida de nuestro país, pues encontraba coincidencias de criterio con las suyas. Precisamente en estos días pensé en adquirir alguna de sus novelas (aparte de sus columnas, no he leído nada de él), y la leeré de inmediato. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Significativos reconocimientos y homenaje a Óscar Collazos. Incluimos la columna en la compilación que hacemos sobre el escritor. NTCGRA, Cali.

Tuve una excelente relación de amistad y de intercambios de producción bibliográfica con Óscar. Cada vez que vino a Bogotá me llamó para darles marcha a estupendos paliques literarios e históricos. Gracias por esta columna que hace justo homenaje a un buen escritor. Alpher Rojas, Bogotá.

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La obra de la 94

lunes, 11 de mayo de 2015 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Lo que en Bogotá se conoce como la obra de la 94 es ejemplo típico de lo que sucede en otros sitios del país respecto a la desidia oficial y la falta de cumplimiento de los planes de desarrollo, cuando no al descaro con que se asalta el bolsillo de los contribuyentes. Y todo queda impune. Las protestas ciudadanas se pierden en el vacío, mientras unos cuantos asaltantes del tesoro público se apropian de cifras voluminosas, bajo el ojo permisivo de las autoridades y la tolerancia ciudadana.

Este plan fundamental de Bogotá, con el que se busca la movilidad del norte de la ciudad, fue concebido hace 10 años y se dispuso que sería financiado por el sistema de valorización. Se trata del deprimido de la calle 94 con carrera 9ª (NQS), obra ideada para alcanzar 3 kilómetros de extensión y una profundidad de entre 16 y 18 metros.

En el 2008 se cobró el impuesto de valorización, lo pagamos con resignación y hasta con optimismo, y al año siguiente se adjudicó la obra por 45 mil millones de pesos. Ese era el costo establecido. En el 2011 caducó el contrato por incumplimiento. Al año siguiente se hizo una nueva adjudicación al contratista actual, el consorcio AIA – Concay, pero ya el costo era de 85 mil millones de pesos, es decir, el doble de lo fijado al comienzo. Se quiso cobrar un nuevo impuesto, pero la ciudadanía protestó, y el Alcalde se calló.

En febrero del 2013 se iniciaron los trabajos (ya habían transcurrido 8 años desde que fue ideado el proyecto), y se anunció, a bombo y platillos, que la obra sería entregada en junio de 2014. Su nuevo costo ya no era ni el inicial, de 45 mil millones, ni el del 2012, de 85 mil millones. La nueva cifra era de ¡186 mil millones! Cuatro veces superior a la inicial.

Ante semejante desfase, el director del IDU le manifestó a la comunidad que el déficit se cubría con otros recursos del Distrito. Era lo justo, tratándose de errores evidentes de la administración. El propio alcalde Petro realizó un recorrido por la obra, se hizo tomar la foto de la publicidad, y prometió que el proyecto se entregaría en octubre del 2015. Y hasta creímos que esta vez hablaba en serio. Los colombianos, y en este caso los bogotanos, somos crédulos, somos ingenuos. Por eso, vamos como vamos. Por eso, el país no progresa. Por eso, nos dan gato por liebre.

Pues no: ya la entrega no será este año, y no se sabe si será el entrante, o el que sigue, o cuándo. Mientras tanto, la ciudadanía vive desesperada ante el enredo fenomenal en que se han convertido las calles del sector (y de toda la ciudad). Como si no bastara tanto suplicio, el director del IDU comunica que existe un déficit de 107 mil millones de pesos para concluir los trabajos (que se dice van en el 55 por ciento), y que dicha suma, por supuesto, deben cubrirla los sufridos contribuyentes con un nuevo impuesto de valorización.

Por su parte, la comunidad se rebela ante la indolente pretensión de volver a cobrar lo que ya se pagó. Se siente engañada, frustrada, rabiosa por la ineptitud de las autoridades en la ejecución de las obras, y su falta de sensibilidad en el cobro de los impuestos. Para la muestra está el aumento desproporcionado del avalúo catastral, que corre como rueda loca y nadie lo detiene.

Los recaudos por predial se triplicaron en siete años, al pasar de 761 mil millones de pesos en el 2008 a 2,1 billones este año. En los años recientes, muchos avalúos catastrales tuvieron alzas acumuladas del 20, del 25 por ciento, y mucho más, mientras los ingresos del ciudadano crecen a ritmo muy inferior. Es preciso medir la capacidad de los bolsillos y frenar la carrera alocada de los funcionarios alcabaleros.

Para que los impuestos sean sensatos y se paguen con agrado deben ser humanos. La “Bogotá Humana” del alcalde Petro solo existe en su imaginación fantasiosa. Solo existe en el pregón publicitario.

El Espectador, Bogotá, 8-V-2015.
Eje 21, Manizales, 8-V-2015.

* * *

Comentarios:

¡Esto es indignante! Yo tiemblo de la ira con cada desafuero que a diario divulgan las noticias, no solo referentes a Bogotá, sino de muchos sitios del país. ¿Qué pecados estaremos pagando los colombianos con esta dirigencia mediocre y procaz? Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Qué buen artículo sobre las obras inconclusas con cargo al bolsillo del contribuyente y de ocurrencia común en cantidad de sitios del país, incluida Cartagena de Indias. Alberto Acosta, Cartagena.

Lo quiero felicitar por su columna. Me alegra que alguien con su cargo y responsabilidad ponga el dedo en la llaga, una llaga que nos arde y duele y que nos hace retorcer. Fernando Chica, productor.

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