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Archivo para marzo, 2020

El reinado del silencio

martes, 31 de marzo de 2020 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

En el principio del coronavirus –cuyo primer caso fue detectado el mes de diciembre en Wuhan (China)–, nadie pensaba que el mal se extendería por todos los continentes,  excepto la Antártica (en total, 185 países). Hoy las personas contagiadas pasan de 400.000, y las muertas, de 17.000.

La progresión crece a ritmo vertiginoso y se acentuará en los próximos meses, de acuerdo con el cálculo de los científicos. Veamos estas cifras: la pandemia tardó 67 días en llegar a los 100.000 contagiados, 11 más para alcanzar los 200.000 y solo 4 días después llegaba a 300.000.

Algunas pandemias han dejado millones de muertes en el mundo, entre ellas la peste negra, en el siglo XIV; la viruela, en el siglo XVI; la gripe española, a principios del siglo XX; el sida, a finales del siglo XX. En cuanto al coronavirus, lo peor está por llegar. Pero no hay que dejarse manejar por el pánico. Mantener la calma es la mejor fórmula para enfrentar uno de los mayores desafíos que recibe la humanidad. Y luego, practicar con rigor los sistemas preventivos diseñados para todo el planeta, y que en Colombia se están ejecutando con medidas severas como la cuarentena nacional.

En Colombia, hasta el momento de escribir esta nota, se contabilizan 378 contagiados y 3 muertos. Esto contrasta con otras latitudes en las que los resultados son alarmantes. Los países más infectados son China (con 82.000 casos), Italia (con 69.000), Estados Unidos (con 52.000), España (con 46.000). Del número total de infectados, 100.000 han sido sanados.

Para tener mejor perspectiva del fenómeno, debe observarse la densidad de población: China tiene 1.400 millones de habitantes; Estados Unidos, 320 millones, y Colombia, 50 millones. Otro dato destacable está en China, al mostrar, a raíz de la rígida disciplina  que allí se cumple, una línea en descenso frente a la aparición de nuevos infectados.

El coronavirus es un llamado a la conciencia universal para que reflexione sobre el mal comportamiento de la humanidad respecto a las reglas de la convivencia, pervertidas en buena parte del planeta, y que se reflejan en la tiranía de los gobiernos, la corrupción pública, la guerra entre naciones, la guerra entre hermanos, los abusos de los poderosos, la crueldad contra los desvalidos, el atropello contra la naturaleza. El mundo está descarriado.

En estos días de aislamiento, apreciaremos lo que tenemos y no podemos disfrutar. Sabremos valorar el sentido de la vida, de la libertad, de la salud, de la solidaridad, de las cosas sencillas. Aprenderemos que todos somos perecederos.

El silencio de las horas y la densidad de las noches dirá que nuestra conducta social y familiar tal vez va por mal camino y que debemos salvar los valores fundamentales. A políticos y gobernantes los llamará al orden para que sepan buscar las soluciones que necesita el pueblo, en lugar de asaltar los bienes del Estado para su propio beneficio.

El coronavirus es un golpe en la conciencia. Después, todo será distinto. Colombia será otra. El mundo cambiará. Muchas cosas se irán al suelo y habrá que reconstruirlas. “Si la humanidad no aprende de esto, no tiene futuro”, dice el siquiatra Rodrigo Córdoba. Oigamos las palabras del profeta Isaías: “Anda, pueblo mío, entra en tu casa y cierra las puertas detrás de ti. Escóndete un poco hasta que pase la ira del Señor”.

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El Espectador, Bogotá, 28-III-2020.
Eje 21, Manizales, 27-III-2020.
La Crónica del Quindío, Armenia, 29-III-2020.
Aristos Internacional, n.° 20,  Alicante (España), 5-IV-2020.

Comentarios 

Considero que tienes toda la razón en tu artículo.  Como por ejemplo: “El mundo está descarriado”. Y las cifras que citas siguen creciendo de manera alarmante. Qué tormenta. Afortunadamente también es cierto que “Cuando más oscura está la noche más cerca está el amanecer”. Mauricio Borja Ávila, Bogotá.

Nada volverá a ser igual en la vida del ser humano. Ahora los gobiernos corruptos y los ladrones de cuello blanco que abundan en nuestros países americanos se están dando cuenta de que el dinero que se han metido a los bolsillos, por generaciones, hace  falta para atender a satisfacción, o por lo menos en gran medida, esta crisis en salud pública que requiere recursos inmensos, infraestructura, insumos y personal calificado para atender a los enfermos. Inés Blanco, Bogotá.

Bien hiciste en advertir sobre el peligro del virus y el próximo incremento de casos que se presentará. Y por supuesto, tu recordatorio para los humanos sobre las iras de Dios y la naturaleza. Creo que mucha gente tendrá tiempo suficiente durante este confinamiento para pensar y autoevaluarse respecto a su comportamiento y actitud ante los demás, ante el mundo, ante la naturaleza y ante la loca e irreflexiva busca de la riqueza material. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Los enredos de los dioses

martes, 17 de marzo de 2020 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

Regocijante lectura me brindó el libro Los dioses también pecan, de Eduardo Lozano Torres, publicado por Intermedio Editores. El solo título es sugestivo para penetrar en la vida de estas figuras mitológicas que la imaginación sitúa en mundos que suenan más etéreos que reales. A través de los siglos, los dioses del Olimpo han vivido cerca del hombre, y este, a su vez, se ha entusiasmado en tal forma con su existencia fantástica, que los ha idealizado en famosas obras literarias –como la Ilíada, la Odisea y la Eneida–, lo mismo que en los campos de la escultura, la pintura, la música y el teatro.

Lozano Torres es un enamorado de los dioses desde su época juvenil, y a partir de entonces se interesó en cuanto texto de esta índole caía en sus manos. Más tarde, cuando cesó en su vida laboral, intensificó el estudio y la investigación hasta descubrir el misterio de sus ídolos y familiarizarse con ellos. Así lo prueban sus libros La caja de Pandora, Diccionario de mitología griega y romana y el que se menciona en esta nota.

Zeus y Poseidón son los dioses más importantes de la mitología griega, que equivalen a Júpiter y Neptuno en la mitología romana. Zeus, denominado el padre de los dioses y los hombres, ejercía poder arrollador tanto en el gobierno del Olimpo como en la conquista femenina. Enamoradizo y hábil para el cortejo, no había mujer que escapara a sus deseos, y así mismo iba dejando hijos por todas partes. Movido por insaciable lujuria, seducía tanto a las mujeres de los otros dioses como a las de su propia familia.

En este aspecto sobresale Hera, su hermana y esposa, que sufrió toda la vida la infidelidad conyugal. Debe anotarse que en el Olimpo no se  conocía el incesto, hecho que se reflejaba en la frecuente  relación sexual entre personas de la misma sangre. El festín de los dioses semejaba una orgía eterna. En este paraíso libertino eran, por supuesto, inevitables los celos, la traición, la infidelidad, la ira y la venganza.

Lozano Torres, fiel intérprete de lo que sucedía más allá de las fronteras terrenas, enfoca su obra a describir a los dioses con sus pasiones y sus debilidades, sus pecados y sus desenfrenos, e incluso con sus amores puros, porque de todo había en aquella sociedad. Por encima de todo, el historiador realza el amor como la génesis de la estirpe humana. Las artes amatorias, que algunas veces practicaban los dioses con crudo realismo, no son otra cosa que la viva expresión de la naturaleza erótica de que están dotados tanto los dioses como los hombres.

Los mitos existen como evidencia de lo invisible y lo enigmático y sirven para explicar el origen del universo y el sentido de la vida. Los dioses tenían asignados diversos oficios o características que cumplían a cabalidad, y los transfirieron a los humanos. De este modo nació Argos en la Gazapera de El Espectador, quien con sus cien ojos descubría cuanto gazapo cometían los columnistas, y es además autor de su delicioso Cursillo de mitología (1983). Por su parte, Hefesto, dios del fuego y los volcanes, aterrizó en Nueva Frontera como consejero de Carlos Lleras Restrepo, director del periódico, quien llevaba en la sangre a Aries, el signo del fuego, y no ignoraba que esta marca definía su personalidad.

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El Espectador, Bogotá, 14-III- 2020.
Eje 21, Manizales, Manizales, 13-III-2020.
La Crónica del Quindío, Armenia, 15-III-2020.

Comentarios

Todas las religiones son mitologías, todos los dioses son mitos, no solo los del Olimpo. La humanidad ha tenido más de quinientos mil dioses en su historia, además de los trescientos treinta millones de dioses del hinduismo (¿quién los contó?), de los cuales el cristianismo apenas aporta tres dioses o uno, según como se mire. Sebastián Felipe (forista de El Espectador).

Personalmente pienso que esto de las religiones en realidad tiene origen mitológico, pues sea la que sea, tiene dentro de sus enseñanzas, dogmas, principios, postulados o como se quieran llamar, episodios increíbles y fantasiosos que escapan a la lógica.   Para no ir tan lejos, pienso que nuestra religión católica y romana nos enseñó episodios (en este caso llamados misterios) como el de la Santísima Trinidad, el de la concepción de Jesús por una mujer virgen y la misma creación del hombre. En forma similar, en otras religiones como el hinduismo, con sus miles de dioses, también existen creencias que están más alineadas con el campo de lo inverosímil. Y todo esto, como lo menciono en el libro, tuvo que originarse en la ignorancia de los hombres primitivos, quienes, sin explicaciones para muchos fenómenos naturales, atribuyeron a seres fantásticos y todopoderosos su ocurrencia. Este es un tema espinoso y de nunca acabar, pero yo me contento con disfrutar de las mitologías por la amenidad de sus narraciones, de sus protagonistas y de los curiosos entramados que reflejan la creatividad e imaginación humanas. Eduardo Lozano  Torres, Bogotá.

El hombre hizo del Olimpo su patio de desperdicios, atribuyendo a los dioses sus bajas pasiones. Voltaire lo expresó con sarcasmo y profunda sabiduría: «Dios creó al hombre y este le devolvió el favor». leticiagomezpaz (forista de  El Espectador).

Pies descalzos

martes, 3 de marzo de 2020 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

En el libro Mi Marulanda inolvidable, de Josué López Jaramillo, me llamó la atención el óleo entronizado en el salón del concejo, obra que muestra la figura del general Cosme Marulanda, fundador del pueblo en 1877. Por supuesto, bien podemos imaginarnos a este general de las guerras del siglo XIX –que se ganó un puesto eminente en la historia– enmarcado en aureola marcial. Pero no: quien aparece en la pintura es un hombre sencillo, abrigado con gruesa ruana debido al clima glacial de la población y con los pies descalzos.

Ahondando en este caso insólito, vine a saber que el general se destacó por su espíritu cívico y su calor humano. Cumplía las funciones de la guerra como un deber patriótico. Con su vestimenta buscaba no diferenciarse de los trabajadores. Por eso, llevaba los pies descalzos, hábito que era distintivo de la época, y que él practicaba como signo de humildad. No le fastidiaba que lo llamaran “el general descalzo”, y además se sentía contento con el trato afectuoso de “don Cosmito” que le prodigaban los vecinos.

Veinte años después de leer el libro de Josué López, me encontré con un caso similar en la novela Guayacanal, de William Ospina. En la portada están los bisabuelos del escritor, Benedicto y Rafaela, con apariencia ceremoniosa: ella, toda vestida de negro, incluyendo los zapatos, y en la mano, una cartera muy femenina como exhibición de atuendo;  y él, con vestido de paño oscuro, mostacho categórico –que podría significar el don de mando de aquella época machista–, sombrero inglés y… los pies descalzos.

En tiempos remotos y en algunos sitios del país, sobre todo los rurales, los zapatos eran casi inexistentes. Los pies se endurecían en su contacto con la tierra, y casi no se sufrían las asperezas del camino. Las alpargatas solo se usaban para ir al pueblo, sobre todo a la misa del domingo. En esa forma se desempeñó la numerosa prole que tuvieron los padres de Belisario Betancur. Quien rompió la norma fue Belisario, cuando se fue a estudiar al seminario de Yarumal con la ayuda de su tío sacerdote.

Hay otros escenarios en los que la situación comentada entraña especiales significados.

Está el de los carmelitas descalzos, caracterizados por la pobreza y la modestia, quienes al principio andaban sin calzado, luego lo hacían en alpargatas de esparto, y ahora usan sandalias de cuero cerradas en los talones. Los apóstoles de Cristo eran humildes pescadores que recorrían las riberas de los ríos a pie limpio, en busca de la pesca para asegurar la subsistencia. Los fieles musulmanes se quitan los zapatos antes de entrar a las mezquitas. Entre nosotros, existe la Fundación Pies Descalzos, creada por Shakira en 1997 para amparar a los niños pobres y víctimas de la violencia.

En crónica de Juan Gossaín aparecida hace poco en El Tiempo, acerca de varias cartas escritas por García Márquez a la edad de veinte años, salió una foto que encaja muy bien en el tono de esta nota: la del escritor de Macondo sentado frente a un escritorio   en actitud de lectura o de escritura y con los pies descalzos. A su lado se aprecian unos zapatos con visible deterioro. Le pregunté a Juan Gossaín si conocía el momento en que se había tomado dicha foto, y él me respondió: “Si mal no recuerdo, es de por allá a comienzos de los años 60, cuando vivía en un humilde hotelito de París, pasando necesidades, y empezaba a escribir El coronel no tiene quien le escriba”. 

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El Espectador, Bogotá, 29-II-2020.
Eje 21, Manizales, 28-II-2020.
La Crónica del Quindío, Armenia, 1-III-2010.

Comentarios 

Encantador artículo. Es muy fácil imaginar el ambiente y la belleza del lugar y sus personajes. José Arcesio Escobar Escobar, carmelita descalzo, Villa de Leiva.

Muy curioso el tema de esta nota. Nunca me imaginé que un general pudiera aparecer descalzo en una pintura y mucho menos que en  una fotografía ceremoniosa, como la de los bisabuelos de William Ospina, apareciera el señor descalzo al lado de su esposa ataviada formalmente. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Los «pies descalzos» fueron una constante. En mi libro Las trochas de la memoria hay una foto de mi familia materna, en la que están todos los muchachos a pie limpio. Enrique Mejía, mi tío, que era tan gracioso como exagerado, cuando cumplió 80 años, en una entrevista que le hicimos, decía que los primeros zapatos que tuvo eran 42 y que ya estaba calzando 38. Los pies ya se habían recogido. José Jaramillo Mejía, Manizales.

Leí con placer e interés tu columna. También la novela de William Ospina, y vi las fotografías muy antiguas que dan soporte a la historia. Era la usanza de esas épocas y tal como lo mencionas, los pies no se resentían por el rudo contacto con los caminos. Inés Blanco, Bogotá.

Los pies y el contacto con la tierra recargan el espíritu. Me gusta hacerlo en la finca de Villa de Leiva, y lo hacía más seguido cuando estaba en el tratamiento de mi enfermedad: estoy segura de que esto también me ayudó mucho. Liliana Páez Silva, Bogotá.

¡Qué página tan bella! Un ejemplo para resaltar es la humildad del general Cosme Marulanda. Cierras muy bien tu crónica al mencionar la carátula de la magnífica novela de William Ospina. Definitivamente quienes asumieron el reto de la colonización tenían por escudo el compromiso y la fe. Esperanza Jaramillo, Armenia.

Me encantó tu artículo. Tu cuidado y elegancia al escribir hace que tus lectores disfrutemos periódicamente tus columnas. Mauricio Borja Ávila, Bogotá.

Años atrás vino un famoso historiador a entrevistarse conmigo y, al entrar a mi apartamento, se quitó los zapatos. Yo lo miré con cierta sorpresa, y él me explicó que esa era una tradición suya. Y seguimos a la sala. Gustavo Páez Escobar.