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La Providencia que conocí

miércoles, 9 de diciembre de 2020

Por Gustavo Páez Escobar 

Hay sitios que solo se visitan una vez en la vida y dejan recuerdos imborrables. Es el caso de Providencia, que conocí hace 27 años. Hoy, la isla quedó destruida por el huracán Iota. Va a levantarse un nuevo poblado en el término veloz de 100 días, según anunció el presidente Duque, movido por el impacto del momento, pero esa ya no será la Providencia que conocí.

Cuando un pueblo se derrumba, desaparece para siempre. Vendrá otro, puede que más moderno y con mayores defensas para resistir la furia del océano, pero este no puede sustituir al que ya se extinguió. La estructura de la isla quedó en el suelo y dejó sin techo a los casi 6.000 habitantes.

El huracán estuvo a 12 horas de Providencia y en 24 horas pasó de la categoría 2 a la 5, con una velocidad superior a los 250 km por hora. Esto nunca había sucedido. Nadie estaba preparado para semejante arremetida. Una descripción del cataclismo dice que “los techos de las viviendas volaban como hojas secas” y que “de los árboles apenas quedaron esqueletos”. Esta es la fotografía exacta de lo que se fue y no volverá.

¿Cuánto vale la reconstrucción? Se habla de un costo inicial de $ 139.000 millones, y de $ 70.000 millones para el alcantarillado, cálculos que a la hora de la verdad superarán en gran medida, como suele ocurrir, este bosquejo precipitado. Ya se sabe que en el país la planeación de obras arroja siempre cifras insuficientes, que luego se incrementan con alzas desbordadas.

A la isla llegamos en 20 minutos desde San Andrés, y aterrizamos en el aeropuerto El Embrujo, nombre preciso para abrir el tesoro edénico. A la entrada, el mar de los siete colores nos produjo indefinible fascinación. Aquí y allá, todo surgía con reflejos de fantasía: las casas, mansiones típicas pintadas con colores autóctonos; las calles, sosegadas y encantadoras; los hoteles y las posadas, confortables albergues turísticos; los almacenes, llenos de variedades y seducciones; los nativos, sencillos y hospitalarios; las playas, la arborización y los paisajes, el principal embrujo del entorno…

En fin, todo estaba diseñado para fascinar al turista. Hoy no queda nada de aquel emporio de belleza y confort, que se llevó el huracán. La carretera de 17 kilómetros, muy bien pavimentada, está desolada. En la isla contacté a mi amigo Julio César Reyes Canal, capitán de navío (r) y fundador de la Escuela Naval de Cadetes. Los dos éramos columnistas de El Espectador. Él escribía la columna Carta desde Providencia, en la que trataba, sobre todo, asuntos lugareños. Nos invitó a su casa King’s Camp, maciza construcción situada al borde del mar, donde tuvimos cordial conversación.

Es autor del libro Contra viento y marea, título que resulta irónico tras la llegada del huracán. Reyes Canal murió en febrero de 2010. Me gustaría saber qué sucedió con su casa, desde la que se divisaba a lo lejos el Puente de los Enamorados, largo corredor de madera que avanzaba por el mar y llegaba hasta la isla de Santa Catalina.

La estatua de la Virgen en Santa Catalina quedó intacta tras el paso del huracán, el que solo dejó dos muertos y un desaparecido. Suceso, por supuesto, providencial. La estatua demostró que era la real protectora de los habitantes. Otro dato positivo es el de los 50 artistas patrocinados por Johnnie Walker que se unen para apoyar el arte y recuperar la isla de Providencia.

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El Espectador, Bogotá, 5-XII-2020.
Eje 21, Manizales, 4-XII-2020.
La Crónica del Quindío, 6-XII-2020.

Comentarios 

De acuerdo, jamás volverá a ser la misma, la verán nuevos ojos reconstruida, quizás  más moderna, pero no la misma que danza en el recuerdo como las palmeras movidas por el viento de la tarde. Nos produce nostalgia recordarla; sin embargo, quedará como una pintura alegre, colorida, amable, en el corazón de quienes la conocimos hace más de 30 años, como en mi caso. Todo llega y todo pasa, como el huracán. Mientras haya vida debemos resistir. Qué año tan difícil este 2020. Inés Blanco, Bogotá.

Este artículo nos traslada poéticamente a esa hermosísima isla de ensueño que enamoraba a sus visitante una vez El Embrujo nos recibía en esa pequeña avioneta que nos trasladaba desde San Andrés, y los ojos no alcanzaban a apreciar completo ese mar de los siete colores que es único en el mundo. Es cierto que esa Providencia no volverá a ser la de antes, la de esas construcciones autóctonas, llenas de colores en similitud a la vida alegre de los isleños. Liliana Páez Silva, Bogotá.

Sí, en realidad una lástima que ese paraíso haya quedado desolado por la furia del huracán y sus habitantes hayan perdido sus viviendas y pertenencias. Pero también un milagro que no haya sucedido una catástrofe humana. Pueda ser que las promesas del presidente Duque de una pronta reconstrucción sean una realidad y no una de las tantas promesas falsas a las que estamos acostumbrados los colombianos. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

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