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El último gamonal

lunes, 12 de mayo de 2025

Gustavo Páez Escobar

El título de este artículo, que es el mismo de la famosa novela de Álvarez Gardeazábal, conduce a pensar que los gamonales han desaparecido. No: el gamonal es eterno por hacer parte de la propia sociedad. O se impone, mejor, como la persona que ejerce un poder excesivo en la vida comunitaria. Esta novela, editada en Colombia en 1987, tuvo luego nueva edición en Méjico, pero fue necesario cambiar el vocablo gamonal, que allí no se conocía, por el de cacique. Hoy vuelve a salir la obra con el sello de Intermedio Editores.   

Desde tiempos remotos, el cacique era una persona prevalente en el ámbito regional. En el terreno indígena, están los cacicazgos dirigidos por caudillos poderosos como Bacatá, Bochica, Hunza, Nutibara, Tisquesusa o Calarcá. En el campo femenino, figuran cacicas aguerridas como la Gaitana. Esta posición se fue degradando hasta el extremo de ser ejercida por gente ambiciosa o corrupta que miraba más sus propios intereses que el progreso local. Así, el gamonal o cacique se volvió sinónimo de tirano, déspota o matón.

El personaje de Álvarez Gardeazábal es el último gamonal, pero no en el suelo colombiano,  sino que está incrustado en un pueblo del Valle del Cauca azotado por la violencia. Y encarna al prototipo de la barbarie que vivió el país en tiempos manejados por la rapiña, la crueldad, el odio y la muerte. Este personaje se llama –en la novela y en la vida real– Leonardo Espinosa, el gamonal de Trujillo, municipio próximo a Tuluá, la tierra del novelista. Álvarez Gardeazábal lo llama –con sorna– don Leonardo, y este era un vecino analfabeto que nada sabía de política, pero que fue hábil para aprender las mañas y amasar un cuantioso capital apoderándose de los bienes ajenos.

Surgido de la nada, el gamonal agrandaba cada vez más su fortuna con sitios de comercio, tierras, ganados, papeles bancarios. Destronó a Leocadio Salazar, el fundador de Trujillo, quien tuvo que abandonar el sitio para evitarse problemas. El primer juez que llegó al pueblo, animado con la intención de aplicar justicia, bien pronto abandonó el cargo ante el poderío del mandamás.

Don Leonardo era el amo y señor de cuanto giraba en el entorno. En sus comienzos apareció como un filántropo o un mecenas, pero esto era una treta para hacerse sentir. Después perdió el escrúpulo, y si alguien se interponía en su camino, lo eliminaba. El asesinato era la vía franca para seguir incrementando sus arcas. Extorsionaba, intimidaba, aplicaba sistemas bárbaros. Era una autoridad avasalladora ante la cual todos se rendían.

Sus 38 fincas, 11 carros, el millar de vacas y otros bienes de impacto le conferían un mando soberano. Quiero revelar que soy amigo de una parienda suya que me ratificó el ambiente pintado por el novelista, y me contó otros episodios espeluznantes. La población vivía estremecida en medio del terror, las balas, las venganzas y las auroras sin esperanza, mientras el tirano se solazaba en su imperio omnipotente. Ya envejecido, sintió el punzón de los temores, la inseguridad y la angustia, y por primera vez tuvo miedo de sus paisanos. Se volvió cobarde después de tanta prepotencia. De repente, una mano vengadora y justiciera accionó cuatro tiros que acabaron con la vida del último gamonal de Trujillo.

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El Quindiano, Armenia, 21-II-2015. Ene 21, Manizales, 22-II-2025.  Nueva Crónica del Quindío, Armenia, 23-II-2025.

Comentarios

Los gamonales cambian de nombre y tristemente siguen existiendo con las mismas características. No los vemos en ciudades grandes y de pronto sí en regiones pequeñas donde el poder corrompe por sus posesiones y su tiranía. Qué bueno para Gustavo Álvarez Gardeazabal este artículo que invita a leer su interesante libro sobre una historia enmarcada en el Valle del Cauca. Liliana Páez Silva, Bogotá.

El último gamonal y Cóndores no entierran todos los días, de Álvarez Gardeazábal, describen muy bien cómo operaban (¿operan?) estos funestos personajes que respaldados por sus gorilas, su riqueza y su carencia de escrúpulos, llegaban a dominar una población o una región sembrando el terror entre los pobladores pacíficos e indefensos que obligados por las amenazas de muerte tenían que soportar un verdadero infierno. Infortunadamente en la actualidad ha comenzado a surgir esta figura amenazante en varias regiones del país ante la irritante pusilanimidad del actual gobierno. Muy triste situación. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Nada ha cambiado en los gamonales, desde los ignorantes hasta los letrados, que agobian nuestra sociedad ávida de poder, el crimen y la muerte, sin que les tiemble la conciencia ni la mano criminal. Inés Blanco, Bogotá.

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