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Bocetos y vivencias

domingo, 29 de enero de 2012

Por: Gustavo Páez Escobar

Desde la bella tierra de Barichara, donde reside embelesado hace largos años, el escritor y académico boyacense Vicente Landínez Castro pone en circulación su noveno libro: Bocetos y vivencias. Toda obra suya tiene un sello inconfundible: la pureza y elegancia del lenguaje, la poesía de las imágenes, la riqueza de las ideas y las altas miras de los enfoques humanísticos.

Maestro del ensayo, al que viene consagrado desde sus lejanas y fecundas jornadas culturales en la ciudad de Tunja, la mayor parte de su producción gira alrededor de este género. Ha hecho de sus escritos un venero de sapiencia y un jardín de floraciones estéticas. Es un intelectual puro y un trabajador incansable de la palabra, y vive en función constante de pensar y producir.

Cuando dirigió el departamento de publicaciones de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, creó una valiosa revista que circulaba en todo el país y que se queda con la impronta de su autor: Pensamiento y acción.

Su nuevo libro, procesado en San Gil con admirable técnica editorial, reúne sesudos estudios sobre personas y sucesos de la vida cultural colombiana, con algunos atisbos hacia escritores de otros países, y se convierte en manual de consulta que pueden envidiar las bibliotecas más exigentes. Páginas ya consagradas se trasladan de otros libros suyos de vieja data, como la manera de airear el pensamiento y renovar las ediciones.

Landínez Castro, enamorado entrañable de Boyacá y su gente, ha sido el gran cantor de las tradiciones y excelencias de la tierra que le nutrió el alma de ensueños y le enseñó a pensar y a querer en grande. Leyendo este acopio de exploraciones  sobre eminentes figuras comarcanas, es como si la voz del pasado reviviera en sus ensayos, marcados por la hondura del análisis, la destreza para calificar caracteres y el preciosismo de los juicios y de la expresión idiomática.

Figuras de nuestro Boyacá glorioso, preñado de grandeza intelectual, resurgen en los estudios dedicados, entre otros, a Eduardo Torres Quintero –su maestro y su álter ego–, Juan Clímaco Hernández, Armando Solano, Eduardo Mendoza Varela, Enrique Medina Flórez, Javier Ocampo López, Ramón C. Correa, Carlos Arturo Torres. Cuando se va por otras latitudes del país o del exterior, lo mismo sucede  con los nombres de Marco Fidel Suárez, Baldomero Sanín Cano, Otto Morales Benítez, Germán Arciniegas, Jorge Isaacs, Gabriela Mistral, Azorín,  Montaigne.

Rasgo imprescindible en el garbo de este ensayista, que acostumbra expresar en cartas privadas, es el de comentar los libros que le llegan a su corralito de piedra de Barichara. En el libro a que alude la presente nota hay alusiones, convertidas en  ensayos, sobre obras recientes que han ingresado a su vasta biblioteca. Engrandece a los hombres cuando los encuentra, como él, recorriendo y sufriendo los ásperos caminos de las letras.

Sabe que el estímulo, como el pan, se hicieron para alimentar el espíritu y recuperar las fuerzas, y no ignora que el hombre de letras es un ser ignorado  por la sociedad, cuando no por sus propios colegas encumbrados, y que por eso mismo necesita una voz de aliento en su andar solitario.

La carátula de Bocetos y vivencias es un viejo dibujo que el maestro David Parra Carranza elaboró para ilustrar el cuento La ventana de la hermana Lucía, publicado en Tunja –¿cuántos años hará?– por el personaje de Barichara. Primera noticia que tengo, a pesar de mi estrecha amistad con el autor, sobre su incursión en el género del cuento. Pienso que ese trabajo, perdido en el tráfago de los días, hoy sería una novedad, como lo fue el cuento de Julio Mario Santo Domingo que reveló en días pasados Juan Gossaín en edición dominical de El Espectador, o como el único cuento que, en 1925, escribió el poeta Luis Vidales con el título Tragedia de un rostro.

Quiero resaltar la virtud cardinal que he mencionado en otras ocasiones sobre el estilo de Vicente Landínez Castro: la brevedad luminosa de su escritura. Mide las palabras después de someterlas a la purga implacable de la corrección idiomática y el brillo de las ideas. Sus escritos son modelo de claridad, donosura y belleza. Ya lo dijo el maestro Arciniegas: “Hasta donde yo conozco no hay otro colombiano que escriba un castellano más perfecto, expresivo, elegante y jugoso que el suyo».

El Espectador, Bogotá, 27-XII-2001
Repertorio Boyacense, No. 338, Tunja, abril de 2002

 

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