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El eterno femenino

jueves, 15 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Conseguí cambiarle el sexo a una gran periodista: Patricia Lara, dueña de Cambio 16. Ella debe estar jubilosa con mi cirugía. Una cirugía que también van a agradecerme los honorables académicos de la lengua. Que sean los documentos los que hablen.

(Agosto de 1994). Señor director de Cambio 16: Al abrir uno la revista recibe la impresión de que hay dos hombres en las presidencias de la empresa: Juan Tomás de Salas en el Grupo 16, y Patricia Lara Salive en la edi­ción para Colombia. En ambos casos aparece allí el título de presidente, sin distinguir el bello sexo que adorna a doña Patricia. La tendencia del idioma es que los oficios o profesiones de la mujer tengan la debida precisión: médica, abogada, presi­denta, gerenta, jueza, jefa, ministra, poetisa…

Consciente de esta evolución de la lengua que rompe el acartonado machismo de otras épocas, cuando el médico, por ejemplo, era hombre o mujer, doña Patricia Lara suscribe su correspondencia como presidenta, según aparece en la car­ta que dirige a usted en la edi­ción número 61. Demuestra así que ella no está dispuesta a re­nunciar a su sexo en la planta editorial de la revista.

(Febrero de 1996). Periodis­ta Patricia Lara Salive: En agos­to de 1994 escribí una protesta porque a usted le habían cambia­do de sexo. Pero no me hicieron caso: en las sucesivas ediciones siguió siendo usted hombre. Y yo me decía, para mis adentros, que hasta razón tendrían (en este momento de trasmutación de los sexos).

Hoy no se sabe quién es más hombre, si el hombre o la mujer. En esta hora aguda de machismo, ambos se pelean la varonil posición. De lo cual se despren­de que el mundo se está quedan­do sin aroma, sin delicadeza femenina. Por eso vamos como vamos.

Me llega el número 137 y veo que usted ha sido restituida en su legítima condición: presidenta. Tuvieron que correr 17 meses para que sucediera el milagro: una bella conquista, o re­conquista, para la mujer y para el idioma.

Prensa Nueva Cultural, Ibagué, febrero de 1996.

Gramatiquerías

jueves, 15 de diciembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

En mi último artículo, el corrector del periódico me hizo cometer errores que no figuraban en el original. Es­cribí en una sola palabra viacrucis –camino de la cruz– y él me la convirtió en dos: vía crusis. Es lícito escribirla de las dos maneras –aunque la costumbre pre­fiere un solo vocablo–, pero no con la ese horrorosa que se dejó deslizar, con lo cual la sufrida cruz quedó desfigurada. No se entiende por qué el Diccionario de la Real Academia, en contra de lo que consagra el uso popu­lar y admiten casi todos los diccionarios, no ha fusionado en una palabra las dos voces lati­nas. Permite, en cambio, otras expresiones: avemaría, padre­nuestro, sursuncorda, medio­día, medianoche, viaducto

En el citado artículo, donde critico las colas desesperantes del Seguro Social, escribí lo si­guiente: como los consultorios viven atestados de público, la atención será contra reloj. Aquí, al revés del caso anterior, unieron en el periódico dos pala­bras: contrarreloj. Protesto, ya que no se trata de una carrera de ciclismo (y en el Seguro lo menos que saben es de velocida­des), sino de realizar un asunto en tiempo perentorio.

Esto de meterse uno de co­rrector del idioma tiene riesgos serios. Sófocles glosaba en días pasados a un columnista de El Colombiano por haber escrito peresositos, y le indicó que, por provenir la palabra de pereza, lo correcto era perezositos. El maes­tro incurrió en un nuevo error, ya que la terminación del dimi­nutivo cito va con ce. Es decir: perezocitos. (Ojo, amigo correc­tor, con estas mezclas peligro­sas).

En otra Gazapera, Sófocles manifestaba que nunca había escuchado la palabra colinchar­se, utilizada por un redactor de El Tiempo, y que no la había encontrado en ningún dicciona­rio. Pero el término, aunque disonante y con cierto sabor plebeyo, está extendido en el vulgo. Así lo traduce el Nuevo Diccionario de Colombianismos publicado hace poco por el Insti­tuto Caro y Cuervo: viajar aga­rrado de la parte posterior exter­na de un autobús, automóvil, etcétera. O sea, lo que se estila en las calles bogotanas.

El idioma, como ser vivo, es cambiante. Los diccionarios, com­prendido el de la Real Academia, viven desactualizados. El pue­blo es el que impone las normas. Palabras como elixir, exegeta, Nobel (todas sin tilde) cambia­ron de sonido: elíxir, exégeta, Nóbel, y se pueden emplear en forma indistinta. La ortografía es caprichosa. ¿Por qué de pre­tensión (con s) sale pretencioso (con c)? (El último Diccionario de la Real Academia permite ya que se empleen las dos formas).  ¿Por qué de hueco (con h) sale oquedad (sin h)? ¿O de huérfa­no, orfandad; de hueso, óseo; de huevo, ovoide…? En cambio, la h se conserva en hortelano, de huerto; o en hospedería, de hués­ped. Esto parece una dictadura del idioma. Caballero Calderón, espíritu crítico, se inventó hablamientos y pensadurías.

En la revista Cambio 16 pare­ce que dos hombres ocuparan las presidencias de la empresa: Juan Tomás de Salas en el Gru­po 16; y Patricia Lara en la edición para Colombia. En am­bos casos aparece el título de presidente, sin distinción de se­xos. La tendencia del idioma es que los oficios o profesiones de la mujer tengan la debida preci­sión: médica, abogada, presi­denta, gerenta, jueza, jefa, mi­nistra, poetisa… Sin embargo, Patricia firma su corresponden­cia como presidenta, lo que indi­ca que no está dispuesta a re­nunciar a su bello sexo. La desactualizada es la revista.

El Espectador, Bogotá, 19-X-1994

(Ver artículo Códigos de la comunicación social)

 

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Enredos ortográficos

jueves, 15 de diciembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

En el Boletín de la Academia Colombiana de la Lengua, edición número 173, la señora Elizabeth Ávila Roldán pregunta si vocablos como constituido, incluido, sustituido llevan tilde. El secretario de la entidad, Horacio Bejarano Díaz, le responde que de acuerdo con el padre Félix Restrepo en su folleto Nuevas normas de ortografía, tales palabras deben llevar tilde en la i, por la siguiente razón: siempre que una vocal débil acentuada esté combinada con otras vocales sin formar diptongo, lleva tilde. Ejemplos: fluído, restituído, restituír…

Sin embargo, este concepto se opone a normas vigentes de la Real Academia Española, decla­radas de aplicación preceptiva desde el primero de enero de 1959, y que en su artículo 37, letra b, dicen lo siguiente: la combinación ui se considera, para la práctica de la escritura, como diptongo en todos los casos. (A continuación establece excepciones que sí llevan tilde, como casuístico, por ser palabra esdrújula, o benjuí, por ser aguda y terminar en vocal).

Según la regla de la Real Academia Española, los vocablos consultados por doña Elizabeth no llevan tilde. Por otra parte, el citado numeral 37, en su letra c, dispone que los infinitivos en uir se escribirán sin tilde: construir, derruir, huir… Como ambos preceptos son contrarios a lo anotado por Bejarano Díaz, el caso me dejó viendo estrellas. Por lo tanto, le envié una consulta donde le manifestaba confusión.

Y él me cuenta una intimidad que bien vale la pena trasladar a los lectores. Dice que la regla del padre Félix Restrepo –a la que se acoge, lo mismo que a ella se acoge la Academia que él repre­senta como su secretario– había sido aprobada por la Real Aca­demia Española antes de pro­mulgarse las normas de 1959 atrás referidas. Significa esto, en buen romance, que la autori­dad española le aprobó a la autoridad colombiana (padre Fé­lix Restrepo) una norma que luego desautorizó al no incluirla en el texto definitivo. Para defen­der su posición ante doña Eliza­beth, Bejarano Díaz me confiesa lo siguiente: aquí se trata de una especie de desobediencia volun­taria a lo preceptuado por la Real Academia, que no es infalible, apoyado no solamente en la evi­dencia de la autoridad sino en la autoridad de la evidencia.

Ante estas posiciones encon­tradas, la pregunta es elemen­tal: ¿A quién obedecer: a España o a Colombia? Estas disparida­des tan respetables son las que complican el manejo de nuestra lengua. Ni siquiera los sabios se ponen de acuerdo para no tra­bar a los legos. Un signo tan pequeño como la tilde –que parece un mosquito travieso– ha originado una guerra. Por mi parte, esté o no de acuerdo con las razones de la Real Academia –que no saltan a la vista en este caso–, continuaré escribiendo sin tilde las voces del conflicto.

La norma oficial debe obedecerse por disciplina. Y nos queda el derecho de disentir. En periódicos de prestigio, como El Espectador, y por lo general en revistas y libros, se acata dicha norma. Pero hay dos excepciones eminentes que se van por el otro camino, y aquí se enreda más el ovillo: la Academia Colombiana y el Instituto Caro y Cuervo.

Comparto el comentario de que la Real Academia Española no es infalible. Tampoco la nuestra, desde luego. Errar es humano. Sin embargo, mientras no se modifique dicha regla, es difícil apoyar la tesis contraria. Esto demuestra que la ortografía es una moda del idioma, a veces un capricho de los académicos, y que por consiguiente está sujeta a cambios e interpretaciones que se suscitan en el tiempo de acuerdo con diversos criterios gramaticales.

Boletín de la Academia Colombiana, Nos. 181-182, julio-diciembre/1993, junto con un profundo estudio sobre la materia que hace dicha entidad.
El Espectador, Bogotá, 12-IX-1994

* * *

Apostillas:

En misiva dirigida al doctor Gui­llermo Ruiz Lara, director del Bo­letín de la Academia Colombiana de la Lengua, comento:

He leído con el mayor interés el denso estudio que elabora el aca­démico José Joaquín Montes, pu­blicado en el último Boletín (Nos. 181-182), a propósito de mi ar­tículo Enredos ortográficos (El Es­pectador, 12-IX-94). Los argu­mentos que esgrime el miembro de esa entidad para oponerse a la norma de la Real Academia Española, según la cual la combinación ui y los infinitivos en uir no llevan tilde, no sólo merecen el mayor respeto por la autoridad del tratadista sino que están basados en claros preceptos gramaticales. Siendo ello así, no entiende uno el porqué de la norma imperante en la Real Academia. Esto crea confusión en los practicantes del idio­ma. Las tesis expuestas por el aca­démico Montes, por lo categóricas y fundamentadas, harán reflexio­nar a la institución española sobre lo que puede considerarse un error consentido a través de largos años. Bien lo afirma el erudito Ho­racio Bejarano Díaz para apoyar la posición de la Academia Colom­biana:

Aquí se trata de una es­pecie de desobediencia voluntaria a lo preceptuado por la Real Aca­demia, que no es infalible, apoyado no solamente en la evidencia de la autoridad sino en la auto­ridad de la evidencia.

Por el buen conducto del Boletín, felicito al doctor Montes por sus brillantes planteamientos. Y anexo a la pre­sente copia de la carta que he di­rigido al diario El Espectador, cátedra del bien decir. Gustavo Páez Escobar (El Espectador, 10-XI-1995).

* * *

Mi artículo Enredos ortográficos, publicado por este diario el 12 de septiembre de 1994, tuvo eco en la Academia Colombiana de la Lengua, que lo reproduce, seguido de amplio estudio, en su último boletín. Según regla de la Real Academia Española, la combinación ui y los infinitivos en uir no llevan tilde. Dicho precepto lo observa la mayoría de las publicaciones cultas, entre ellas El Espectador, no así la Academia Colombiana de la Lengua y el Instituto Caro y Cuervo, los dos organismos rectores del idioma en nuestro país, que se han rebelado –en «desobediencia voluntaria»– contra la posición de la Real Academia. La tesis que sostienen nuestras dos egregias entidades es muy respetable y algún día hará modi­ficar la norma oficial española. Me permito llevar a conocimiento de us­tedes el interesante y polémico es­tudio a que me refiero. Gustavo Páez Escobar (El Espectador, 20-XI-1995).

 

 

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Instituto Caro y Cuervo

viernes, 11 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Hace 50 años –el 25 de agosto– el presidente Al­fonso López Pumarejo sancionó la Ley 5ª de 1942, por la cual la nación se asoció a la celebración del centenario de Miguel Antonio Caro y Rufino José Cuervo. Era ministro de Educación Germán Arciniegas. Por esa ley se creó el Instituto Caro y Cuervo en honor de estos dos grandes humanistas, nacidos am­bos en Bogotá con un año de diferencia (Caro en 1843 y Cuer­vo en 1844). Como dato curioso, sus edades, al morir, también se llevaron un año de diferencia (Caro murió de 65 años y 8 meses, y Cuervo de 66 años y 8 meses).

Sus vidas fueron paralelas no sólo en el ciclo cronológico sino sobre todo en sus realizaciones como eruditos de la lengua. Cuer­vo está considerado el más grande de los lingüistas españo­les del siglo XIX. Caro es uno de nuestros clásicos más desta­cados. El instituto que se honra al llevar sus nombres resulta el reflejo de los viejos tiempos de­dicados al estudio, la investiga­ción y el trabajo creativo, tan distintos de los actuales que nadan entre la molicie y la frivo­lidad.

Jorge Eliécer Gaitán, un hom­bre superior de este siglo, sien­do ministro de Educación en 1940 fundó el Ateneo Nacional de Altos Estudios, cuya finalidad era dedicarse “únicamente al cultivo de la ciencia pura, a la investigación de la verdad por sí misma y al estudio de los gran­des temas de la naturaleza y del pensamiento humano». Otro de sus propósitos fue el de culmi­nar la redacción del Diccionario de Construcción y Régimen de la Lengua Castellana, obra que que­dó trunca a la muerte de Cuervo, y en la que se sigue trabajando en forma in­tensa.

El Ateneo, del que dependió en principio el Instituto Caro y Cuervo, fue la primera semilla de la magna obra que cumple hoy, para orgullo de Colombia, diez lustros de vida admirable.

No en vano corre sangre pura por las venas de esta institu­ción. Como defensora y difusora de la lengua y la cultura, ningún organismo nacional la supera. Es un semillero que inyecta cien­cia a filólogos, literatos, antro­pólogos e historiadores, incluso de otros países. En su amplia gama de publicaciones se reco­ge, con altura ejemplar, el testi­monio de un país enriquecedor de las letras. Son sobresalientes sus revistas Thesaurus y Noticias Culturales y la serie bibliográfica La Granada Entreabierta.

El hecho de que en 50 años de existencia el instituto sólo haya tenido cuatro directores, denota un triunfo contra los vicios bu­rocráticos. Los personeros de la entidad, pertenecientes a las más altas esferas académicas, cientí­ficas y docentes, y dotados ade­más de eximias virtudes perso­nales, por sí solos pregonan excelencia: Félix Restrepo, José Manuel Rivas Sacconi, Rafael Torres Quintero, Ignacio Chaves Cuevas. A ellos se suma el nom­bre también ilustre de Fernando Antonio Martínez, que estuvo encargado de la dirección por espacio de varios años. Preciso es destacar, además, el concur­so de distinguidos colaborado­res que han contribuido y con­tribuyen desde diferentes posiciones al engrandecimiento institucional. Estos 50 años re­presentan un júbilo para Colom­bia y las letras castellanas.

Con esta afirmación de patria y cultura, bueno es traer a cola­ción las palabras pronunciadas hace cinco años por el director actual, Ignacio Chaves Cuevas, con ocasión del ingreso de varios socios honorarios:

«Y es que resulta en verdad alentador y vivificante –para una institu­ción como la nuestra– el encontrar en medio de una sociedad desmemoriada y mezquina, per­sonas que todavía se preocu­pan, sienten y viven la cultura y apoyan con su talento y su trabajo la labor de las contadas instituciones que en el país luchan por la construcción y el progreso de la ciencia”.

El Espectador, Bogotá, 30-VIII-1992.

 

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Cuestiones idiomáticas (3)

viernes, 11 de noviembre de 2011 Comments off

Gazapera – Argos

(El Espectador, Bogotá, 25-III-1989)

exegeta

De mi muy  querido amigo Gustavo Páez Escobar he recibido el siguiente mensaje:

Apreciado Argos: la palabra exegeta, ‘intérprete o expositor de la Biblia’, es voz grave. Esa particularidad fonética se debe al origen griego del vocablo. Pero la tendencia de la gente es a pronunciarla como esdrújula: exégeta. En esto  influye la eufonía, supongo yo. Exegeta, sin tilde, suena mal. Por eso se dice exégesis, vocablo esdrújulo aceptado en el diccionario de la Academia, lo mismo que exegético. ¿Qué dice el amigo Argos?

Respuesta

El amigo Argos, querido Tavo, dice que todos los días se aprende algo nuevo, puesto que él ignoraba lo que acabas de enseñarle acerca de que exegeta fuera voz grave.

Pues sí. No bien leí tu cartica me di a averiguar qué traerían los libros sobre este punto, y encontré lo siguiente: el diccionario de la Academia registra a exegeta únicamente como palabra grave; pero trae a exégesis, exegesis, con ambas acentuaciones.

Don Manuel Seco opina: «exégeta. Es incorrecta, según la Academia, la pronunciación esdrújula: debe decirse exegeta. La acentuación exégeta, que es la más extendida, se debe a la analogía con exégesis: Galiano advierte que las dos formas se deben considerar buenas». Acerca de esta preferencia por el esdrújulo exégeta vale citar estas consideraciones de Cuervo:

«Muchas graves se han convertido en esdrújulas a causa de la ignorancia de las lenguas sabias y de la pedan­tería de querer dar aire cientí­fico y campanudo a vocablos que en manera alguna han menester semejantes arreos».

Hasta aquí Cuervo. Pero es cierto que a exégeta, esdrújulo, le acontece igual que a otras voces en las que el uso ha he­cho prevalecer la pronuncia­ción esdrújula espuria, como en éstas que fueron antes graves: analisis, farrago, paralisis, y ahora son definitivamente es­drújulas: análisis, fárrago, pa­rálisis. Otras hay en que coe­xisten ambas acentuaciones, como conclave y cónclave, medula y médula.

Y otras, por fin, que por eufemismo se han hecho es­drújulas, como este exégeta, de que hablamos (para evitarle relación con la jeta), y el nombre del gran general ro­mano Lúculo, pues la cosa se pone grave si lo conservamos cual voz grave, como le co­rresponde.

Salpicón – Gustavo Páez Escobar 

(El Espectador, Bogotá, 12-III-1992)

Buen o mal alcalde

Sófocles, autor de la nueva Ga­zapera, cita la siguiente frase de mi autoría: «Los planes en ejecu­ción determinarán a la postre si Caicedo Ferrer fue buen o mal alcalde». Y formula esta glosa: «Los adjetivos bueno y malo se pueden apocopar en presencia de un sustantivo al que se refieren, solamente cuando lo preceden inmediatamente, así la frase co­rrecta es bueno o mal alcalde«.

Con perdón de Sófocles, con­sidero que debe regir para el adjetivo bueno la regla del apócope, ya que la conjunción o (que establece una alternativa de dos  posiciones) determina que tanto bueno como malo son inseparables del sustantivo. El asunto es de fonética: la expresión bueno o mal alcalde hiere el oído. Fíjese que los dos adverbios en mente que usted anota en tan breve intervalo (solamente e inmediatamente) producen terrible estridencia.

En esta materia yo me guío mucho por una de las reglas que recomienda León Daudí en Prontuario del lenguaje y estilo: «En casos dudosos usar siempre la construcción que mejor suene al oído. El oído es la mejor razón para todos los que tienen el genio del idioma».

Preguntas y Respuestas, Manuel Drezner

(El Espectador, 4-II-96)

El artículo

A quien pregunta si la escritura correcta es el acta o la acta, un acta o una acta, usted le responde que, aunque el sustantivo es femenino, por eufonía suele usarse el artículo en masculino (el, un) para evitar el encuentro de la letra a repetida. Y agrega que esta re­gla no es fija, ya que no se dice el acción sino la acción, el aventura sino la aventura.

Me permito hacer esta aclaración: lo que establece la norma es el empleo del artículo masculino cuando la primera sílaba del sustantivo femenino empieza por a o por ha acentuadas: el agua, el águila, el hada, el hampa. Se dirá, en cambio, la alborada, la aventura. Se exceptúan los nombres propios de mujer (la Águeda, la Ana), los apellidos aplicados a una mujer (la Arias, la Álvarez) y las letras (la a, la hache). Con los sustantivos que conservan la misma forma tanto para el masculino como para el femenino, debe hacerse la distinción de sexo: el árabe, la árabe.

Sin embargo, también se oye entre gente culta (sin que haya lugar a reproche) una alma, una águila. Aquí se rompe la regla y se demuestra que el idioma es en ocasiones cuestión de moda, de capricho (iba a decir de dictadura, y que me perdonen los académicos). Gustavo Páez Escobar.

El amigo tiene razón, y se­guramente los académicos lo perdonarán cuando señala que el idioma definitivamente es caprichoso. Manuel Drezner.

El lenguaje en El Tiempo – Fernando Ávila

(El Tiempo, 22.IV-1996)

Directivo y directiva

El lector Gustavo Páez Esco­bar hace comentarios varios sobre el Manual de Redacción de El Tiempo. Por una parte se­ñala que la palabra directiva alude a la junta de gobierno, por lo cual solo hay una directi­va en la empresa. Según ello, no es válido hablar de las direc­tivas sino de los directivos, que sí suelen ser varios.

En realidad, el Diccionario de la Lengua Española, 1992, dice en el número 2 de la palabra di­rectivo que como sustantivo fe­menino (la directiva) es la me­sa o junta de gobierno de una entidad. Pero, previamente ad­mite directivo y directiva como persona que tiene la facultad de dirigir; y con tal significado vali­da el uso de estos vocablos co­mo adjetivo y como sustantivo. Por eso no parece disparatado el uso que se le da en el Manual a la palabra directivas para referirse a las personas que diri­gen.

(De acuerdo. Directivas (plural) se refiere a las mujeres que desempeñan funciones ejecutivas en la empresa. Directiva (singular) es la junta que gobierna la vida de la empresa. En este caso, no hay sino una directiva. El error del Manual consistió en haber empleado muchas veces la palabra directivas para referirse a la junta directiva de la entidad, no a las mujeres con funciones ejecutivas. GPE)

Júnior y Thesaurus

Otra anotación de Páez Esco­bar versa sobre la palabra jú­nior, que en el Manual aparece sin tilde. Efectivamente, debe escribirse con tilde, pues es palabra grave terminada en ere. Por supuesto, esta palabra no tiene nada que ver con el nom­bre del equipo futbolístico de Barranquilla, Junior, nombre inglés cuya jota tiene sonido ye, como en otros sustantivos del mismo idioma: John, Jane, et­cétera. El júnior español, que obviamente se pronuncia con sonido jota, es sustantivo co­mún para referirse al más jo­ven.

Sobre thesaurus, que el Ma­nual exige cambiar por tesau­ro, Páez pide que se exceptúe el nombre de la revista Thesau­rus, del Instituto Caro y Cuer­vo. Por supuesto, se hará así, pues se trata de un nombre propio, cuyas traducciones (Te­soro o Tesauro) no serían perti­nentes.

Whiskys y contextualizar

Páez añade que el plural de whisky es whiskys y el de brandy, brandys, observación oportuna, pues muchas veces se escribe erróneamente whiskies, que es el plural en inglés. Para terminar, Páez felicita a los autores del Manual por crear el verbo contextualizar, que no aparece en el Dicciona­rio. En efecto, en él aparece contextuar, acreditar con tex­tos, pero no contextualizar, dar un contexto.

Amedrentar, amedrantar

(El Tiempo, 25-V-1996)

Señor Director:

En su columna del 17 de mayo, Alfredo Iriarte glosa a Arturo Abella por la defensa que este hizo el 11 de mayo, en su espacio de televisión, del vocablo amedrentar, en vez de amedrantar, y dice que ambas voces son correctas. Sin embargo, el Diccionario de la Real Academia prefiere la pri­mera. En efecto, cuando en esta obra figuran variantes de una palabra, la preferida por la Academia es la que lleva de­finición directa. En este caso, amedrentar. Esta última pala­bra, consagrada por el uso, suena mejor. Parece, enton­ces, que el asunto es de foné­tica. En su Diccionario de Dudas, dice Manuel Seco: «Deben evitarse formas erró­neas como amedrantar y amedentrar”. Y Fernando Co­rripio expresa lo siguiente: «amedrantar: aceptada, pero es preferible amedrentar”Gustavo Páez Escobar.

Chunchullo

(El Tiempo, 31-III-1996)

Señor Director:

Tiene toda la razón el columnista D’Artagnan respec­to al chunchullo: el Diccionario de la Lengua Española está desactualizado al no darle entrada a este vocablo de legítimo sabor colombiano. En cambio, registra chinchulín (del quechua chunchulli, tripas menudas) como localismo de Bolivia, Ecuador y Río de la Plata, y que no es otro que el apetitoso plato criollo que a D’Artagnan le tiene disparado el colesterol.

Dos diccionarios que tengo a la mano albergan nuestra legítima expresión: el Nuevo Diccionario de Colombianismos, del Caro y Cuervo, que además registra el femenino chunchulla (tal vez porque las mujeres no se quedan atrás en glotonería pringosa), y el Peque­ño Larousse.

Cuando con todos los honores ingrese al diccionario mayor nuestro término vernáculo chunchullo (y tiene que ingre­sar), D’Artagnan tendrá la paternidad responsable de esa criatura, hoy huérfana en los registros académicos.

Gustavo Páez Escobar.

(El diccionario de la Real Academia ya ingresó el vocablo: “chunchullo. 1. m. Col. Parte del intestino delgado de la res, del cerdo o del cordero, que se come asada o frita”. Descanse en paz, D’Artagnan. GPE, julio/2011).

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