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Un veterano quindiano

martes, 18 de agosto de 2009

Por: Gustavo Páez Escobar

Cuando hace 35 años llegué a Armenia conocí a César Hincapié Silva como un inquieto personaje de la vida municipal. Acababa de crearse el departamento del Quindío y él había sido el primer jefe de Planeación. El joven abogado de la Universidad Libre, especializado en España en Derecho Económico y Seguridad Social, también había adelantado en Brasil una maestría en Administración y Planeamiento, títulos con que comenzó a trabajar por la prosperidad de su tierra.

Después ocupó algunos cargos en la capital del país y allí mismo regentó la cátedra en distintas universidades. Radicado de nuevo en el Quindío, se consagró al ejercicio privado de su profesión, con presencia activa en la vida pública de la comarca. Sus intervenciones suscitaban polémicas y despertaban interés en la comunidad. Este contacto con los medios de su tierra lo vinculó a la actividad política, y a la vuelta de los años lo llevó a ser concejal de Armenia y diputado a la Asamblea del Quindío. También prestó su colaboración en el servicio exterior del país. Hoy es senador suplente del Quindío.

En 1993 editó el libro El camello de la Planeación, importante trabajo que se convertiría en manual de consulta de los estudiosos. Dos años después aparecía Inmigrantes extranjeros en el desarrollo del Quindío, una investigación que nadie había acometido sobre el poblamiento de la región con diferentes razas y culturas que determinaron un estilo social.

Tiempo después me encontré con varios cuentos suyos en el periódico La Crónica del Quindío, extraídos del diario acontecer de la comarca, que fueron incoporados en 1997 al libro Cuentos sobre el tapete. Después de la catástrofe sísmica del Eje Caftero, del 25 de enero de 1999, escribió un estudio que denominó La historia después del terremoto, cuya edición se agotó en pocos días, donde analizó lo positivo y negativo de la reconstrucción y sus dudas sobre el modelo económico y social que se escogió para ese objetivo.

Ahora publica su primera novela, Un veterano encuentra su destino, donde dibuja un conflicto de la actualidad colombiana, el del narcotráfico. El relato despierta interés desde las primeras páginas por la acción ágil como se mueven sucesos y personajes, lejos de retruécanos literarios y con el uso de un lenguaje sencillo y directo. Peñas-Frías, escenario de los acontecimientos, es un pueblo perdido en un lugar escarpado de la cordillera. Los notables de la comunidad, personajes lerdos y fosilizados, recorren las calles como sombras huidizas. ¿Qué pueden esperar estas poblaciones sin esperanza que se derrumban entre la resignación y el hastío insalvables, manejadas por dirigentes ineptos y habitadas por almas opacas? ¿Qué sociedad puede sobrevivir a merced de la pobreza, la explotación y el cretinismo?

Peñas-Frías es cualquier pueblo de Colombia. El novelista ha creado un pueblo imaginario -pero cierto-, que lo mismo puede ser su propia tierra nativa o el más escondido rincón de provincia. Ha erigido este prototipo como símbolo de la mediocridad social, y en medio ha situado a personajes de carne y hueso que pueden identificarse con los que existen en cualquier localidad.

Un veterano encuentra su destino es, por otra parte, una novela con fondo romántico en medio del bazar de las drogas y la corrupción del medio ambiente. Entre el turbión de los vicios públicos, la concupiscencia del dinero y el envilecimiento de una comunidad entera, brilla el amor como el sol maravilloso que dulcifica la vida.

El personaje real de esta novela es, para mi gusto personal, Peñas-Frías, el pueblito fantasma que se convierte en un eco de la conciencia nacional y de la conciencia individual de los colombianos. En él está representada la comedia humana, con sus miserias y grandezas. Cuando por las calles de la población discurren los miembros de la pequeña sociedad, es como si las mismas personas, transmutadas a otro ambiente, vivieran en el centro más populoso y allí se ocuparan de sus cotidianos quehaceres. La conducta permisiva que se vive en el rústico poblado es la misma, guardadas proporciones, que impera en las grandes ciudades. Nada cambia, porque el hombre es igual en todas partes.

El Espectador, Bogotá, 26 de agosto de 2004.
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