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Dos cárceles literarias

martes, 27 de octubre de 2009

Por: Gustavo Páez Escobar

I

Dos cárceles famosas en la historia de la literatura son las de Reading, en Inglaterra, y la de Lecumberri, en Méjico. Si por allí no hubieran pasado Óscar Wilde y Álvaro Mutis, no tendrían la nombradía que obtuvieron desde que ellos las honraron como presidiarios. Con estas circunstancias caprichosas del destino se unen dos mundos y dos tragedias, tanto alrededor de los personajes y sus carreras líricas, como de los vejámenes que sufrieron en la cárcel, gracias a los cuales la literatura ganó dos obras maestras: Balada de la cárcel de Reading, la de Wilde, y Diario de Lecumberri, la de Mutis.

Tanto Wilde como Mutis eran poetas destacados en el momento de su reclusión, y después lograrían mayor celebridad. Hacían parte de los altos círculos sociales de sus países y eran los perfectos dandis de sus épocas. Dados, además, a la buena vida, el hedonismo, el afán de notoriedad, el exhibicionismo e incluso la extravagancia. Ambos estudiaron en otras naciones, y los dos fueron lectores apasionados desde muy jóvenes. Uno y otro protagonizaron intensos escándalos sociales: Wilde por sus relaciones homosexuales, y Mutis por un desfalco en la compañía donde trabajaba.

Fueron a presidio a edades parecidas: Wilde a los 41 años, Mutis a los 36. El tiempo del cautiverio fue también similar: 24 meses el uno, 15 meses el otro. Ambos, por los días de su adversidad, mantenían relaciones sentimentales con gente de la nobleza: Wilde con un lord, Mutis con una condesa. En fin, un cúmulo de extrañas similitudes concurren en estos sucesos ocurridos con 64 años de distancia, y los convierten, a pesar del fondo amargo que poseen, en capítulos apasionantes de la comedia humana.

Óscar Wilde nace en Dublín en octubre de 1854. Su padre era un oftalmólogo de prestigio, y su madre tenía afición por la poesía y la bohemia. De ella heredó el temperamento y la vena literaria. En la Universidad de Oxford sobresalió en letras clásicas y en humanidades, y bien pronto se manifestó su placer por la literatura clásica de todos los tiempos. Su indudable vocación lo llevó a hacerse notar, por cuanto medio encuentra a la mano, en los círculos intelectuales de Londres.

Desde temprana edad aparecen sus inclinaciones homosexuales. En la propia universidad se hacen evidentes sus relaciones con otros compañeros. Esta conducta comienza a escandalizar a la sociedad, pero él pasa por encima de los prejuicios y las murmuraciones para  mostrarse como lo que es. En 1884, a los 30 años de edad, rodeado de una serie de irreverencias y extravagancias, se casa con Constance Lloyd, joven agraciada y dueña de cierta fortuna, a quien tampoco parecen importarle los chismes que circulan alrededor de su elegido. El matrimonio logra estabilidad por varios años y en él llegan dos hijos que hacen la felicidad de la pareja.

Su horizonte literario se amplía luego de sus viajes a Nueva York y París, ciudad donde se vuelve amigo de famosos escritores: Hugo, Daudet, Mallarmé, Zola, Verlaine. Su nombre consigue los mayores reconocimientos de la crítica, mientras su desprecio de las costumbres imperantes lo hace detestable ante la ortodoxa sociedad inglesa.

En 1889 escribe un relato que no deja duda sobre su naturaleza homosexual, hecho que refrenda al año siguiente con El retrato de Dorian Gray, la única novela que escribe y que se convierte en su obra más renombrada. El homosexual que hay en esta obra es una pintura del alma del propio autor. Por esta época su unión conyugal con Constance es cada vez más frágil, y poco tiempo después llega el rompimiento definitivo.

En 1890 conoce al lord Alfred Douglas, apuesto mancebo, hijo de un marqués, con quien inicia una amistad tempestuosa que alborota el avispero londinense. Las intervenciones del marqués no logran nada distinto de unir más a la pareja, que muestra arrestos suficientes para romper con la moral burguesa e irse a Argelia en un viaje desafiante, hecho que desencadena la inmediata reacción del padre iracundo, que acusa al escritor de conducta licenciosa y escándalo público. A raíz del denuncio, Wilde es detenido en 1895 y llevado a la cárcel de Holloway.

Tras un sonado proceso judicial, el poeta es condenado a trabajos forzados y, luego de pasar por varios establecimientos penitenciarios, termina en la cárcel de Reading. En uno de los traslados de penal aparece vestido de presidiario y con el pelo rapado, y el público lo hace objeto de escarnios y ultrajes.

En la última cárcel presencia, horrorizado, la muerte en la horca de un recluso de 30 años, y la sevicia que se ejerce sobre el criminal -que en un rapto de locura había matado por celos a su esposa- mueve sus más íntimas fibras de estupor y conmiseración. Este cuadro macabro, sumado a los oprobios sufridos en la mazmorra, inspiran su célebre Balada, que es una protesta por la crueldad del hombre y una voz de ternura por la tragedia de los infelices.

Óscar Wilde sale de la cárcel en mayo de 1897 y ese mismo día se marcha de Inglaterra y nunca más regresa. Muere en París, a la edad de 46 años, el 30 de noviembre de 1900. Solo un siglo después, tolerante ya con la condición homosexual que se ha destapado en el mundo entero, Inglaterra rectificará ante la historia aquel acto reaccionario y despiadado, obra del fanatismo y la mojigatería social.

El Espectador, Bogotá, 18 de julio de 2002.

* * *

II

Álvaro Mutis nace en Bogotá en agosto de 1923. Sus antepasados registran larga tradición agrícola, y sólo él y su padre han nacido en la ciudad. El resto de la familia se desarrolló en la vida de las haciendas. Su padre, hasta hace poco secretario de la Presidencia de la República, es nombrado diplomático en Bruselas cuando el futuro escritor se encuentra en edad escolar, lo que determina que sus estudios de primaria y bachillerato los adelante en la urbe europea.

Desde muy joven se muestra lector voraz de toda clase de libros clásicos y siente especial atracción por los autores rusos y franceses, en el campo de la narrativa, y por personalidades como Neruda, Rilke, Juan Ramón Jiménez y Aurelio Arturo, en las lides poéticas. Bien pronto brotará de su propia cosecha la figura de Maqroll el Gaviero, su álter ego, personaje aventurero y romántico que conducirá su obra a las cumbres de la fama.

Al mismo tiempo que el nuevo literato conquista aplausos en Colombia y en los países latinoamericanos, el dandy que hay en él –con su talante gallardo y su gran facilidad de palabra– irrumpe en los salones sociales y se vuelve miembro apetecido de los círculos sociales. No es su mayor éxito el matrimonio que contrae a temprana edad, al que habrá de seguir una serie de fracasos sentimentales, sino su figuración constante en los mundillos de la lisonja y el privilegio.

Un día ejerce la jefatura de relaciones públicas de la compañía petrolera Esso, posición que parece diseñada para él. El poeta-relacionista se mueve allí como pez en el agua. Lo que todo el mundo ve en el flamante directivo: distinción, prebenda, suerte, destreza para mover la imagen de una empresa poderosa, dista mucho de coincidir con el infortunio que ha de sobrevenirle por el manejo indelicado de los fondos a él confiados, a raíz de lo cual huye del país y se radica en Méjico. Mutis ha incurrido en el desfalco para sacar de apuros a unos amigos. Cuando la situación se torna crítica y no halla facilidad para reintegrar el faltante, toma el camino de la fuga.

Poco tiempo después es apresado en Méjico, a la edad de 36 años, y va a dar a la cárcel de Lecumberri. Presidio pavoroso para este hijo de la burguesía, cuyo tránsito por los salones dorados y por los floridos jardines de las letras no dejaba presentir semejante revés. Este hecho parte en dos su existencia, al saltar del boato y la falacia social a la cruda realidad de un presidio.

Los infinitos vejámenes y humillaciones sufridos por Óscar Wilde en la cárcel de Reading, los padece ahora Álvaro Mutis en la cárcel de Lecumberri. Uno y otro son figuras sobresalientes de la sociedad, brillantes poetas, perfectos petimetres. Ambos mantienen relaciones sentimentales con personas de la nobleza, el uno como homosexual declarado, el otro como mujeriego exquisito.

Los amores de Mutis con la condesa y escritora mejicana Elena Poniatowska, de origen polaco, que se encuentra casada, discurren con discreción durante los días del encierro penitenciario (1959), y queda constancia de que la condesa lo visitaba todos los domingos. Julio César Londoño, periodista colombiano que a lo largo de los años ha seguido este idilio con ojo penetrante, expresa lo siguiente en La Revista de El Espectador (23-VI-2002), a propósito de los encuentros furtivos en la cárcel: “Ella es una mujer precozmente adulta, él un hombre mayor. Ambos están de regreso. Han amado, engañado, sufrido. Conocen los deleites y las zozobras del Paraíso y los rigores del Infierno”.

De la cruel experiencia carcelaria sale un testimonio desgarrador: Diario de Lecumberri (1960), donde el colombiano describe el mundo sórdido de los presos y muestra su propia desventura, luego de haber probado los néctares de la lisonja social. Cuando amanece apuñalado ‘Palitos’, su habitual amigo y frágil vecino de celda, la noticia le produce honda conmoción y le agranda el fantasma de la soledad. Con todo, la prisión le permite conocer en toda su intensidad el destino trágico del hombre y apreciar lo que hay de bueno en cada individuo, sin la careta de las falsías y los engaños.

La temperatura de este desastre la traslada Mutis a su obra futura, tras los 15 meses de reclusión en Lecumberri. Muchos años después, gozando ya de la fama de su obra perdurable, Mutis sentiría, al recibir en España y Francia los premios Cavour, Príncipe de Asturias y Cervantes, que sobre sus hombros y su alma gravita el peso de la prisión, generadora de sombras y luces.

Wilde y Mutis, viajeros de la misma nave azarosa del destino, parecen caídos de la misma estrella y resultan víctimas del mismo desequilibrio de sus vidas gloriosas y al mismo tiempo desdichadas.

El Espectador, Bogotá, 25 de julio de 2002.
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