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El libro de Richter

miércoles, 11 de enero de 2012

Por: Gustavo Páez Escobar

Aunque ya tenía conocimiento so­bre el ciudadano alemán Leo­poldo Richter, que vivió largos años en Colombia y aquí obtuvo su renombre de científico y de artista, sólo vengo a conocerlo en toda su dimensión histórica por el libro que sobre él publica Villegas Editores. Richter penetró en nuestro país en el año de 1935, procedente de Brasil, adonde había viajado a raíz de los problemas políticos de su patria. Desde entonces residió en Colombia, donde murió en 1984, a los 88 años de edad.

De joven vivió largos años en la Selva Negra alemana, donde su madre había sido aislada, víctima de la tuberculosis, y allí nació su vocación por las ciencias naturales y el arte. Hasta 1932 se dedicó a la docencia en su país, y en el 39 se vinculó como investigador al Instituto de Cien­cias Naturales de la Universidad Nacional, donde permaneció por espacio de 23 años.

No era entomólogo con formación académica, pero su don empírico, que le estimuló su padre cuando en la Selva Negra lo invitó a pintar animales, lo convirtió en maestro de esa materia. En sus constantes viajes por las selvas colombianas se dedicó a observar la naturaleza, coleccionar insectos y tomar muchos apuntes, que a la larga le servirían para ampliar su mundo científico y artístico. Convivió con indígenas y negros y captó sus culturas.

Todo ese universo queda plasmado en sus bocetos, cerámicas, dibujos y pintu­ras, que le han valido, a lo largo de los años y por parte de notables autoridades, como Marta Traba y Walter Engel, va­liosos conceptos. Está considerado como una de las personalidades más brillantes en el arte colombiano durante la segunda parte del siglo XX. La primera exposi­ción de su obra plástica la realizó, con cierta timidez, en 1956. Poseía una hu­mildad innata que lo hacía subvalorar su propio mérito, cuando su talento era indudable.

Quienes lo conocieron de cerca y aportan sus juicios en el libro de Villegas Editores, hablan de un ser generoso, no­ble y desprendido; poseedor de una per­sonalidad subyugante; obsesionado por su trabajo; apasionado por la música clá­sica y gran lector; admirador de Nietzsche, Schopenhauer y Humboldt; en fin, un hombre extraordinario y un artista singular. Descubrió en el trópico colombiano numerosas especies de in­sectos, y este solo hecho, en el plano cien­tífico, le concede alta valía.

Benjamín Villegas, con estas realiza­ciones bibliográficas, demuestra que es un convencido de la trascen­dencia del arte y de la grandeza de la pa­tria. Richter, que nunca regresó a Alema­nia y siempre pregonó su identidad con nuestro país, es por eso mismo co­lombiano ilustre.

El Espectador, Bogotá, 8-I-1998

 

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