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El humo negro de la paz

domingo, 29 de enero de 2012

Por: Gustavo Páez Escobar

Cuando se va a elegir un papa, los cardenales del mundo se aíslan en el Vaticano con el fin de encontrar la fórmula más conveniente para la Iglesia, en intensas deliberaciones que se prolongan por espacio de varios días, al final de los cuales se anuncia el nombramiento del nuevo pontífice mediante la aparición de humo blanco en el cielo de Roma. Este humo se ha vuelto sinónimo de suceso feliz. En Colombia, buscando la paz, han transcurrido tres años en estériles conversaciones entre el Gobierno y las Farc, mientras la patria se desangraba en el fuego cruzado que deja miles de muertos y pérdidas incalculables a lo largo y ancho del país.

Cuando después de esta etapa inútil ocurre el rompimiento de los diálogos y se habla del recrudecimiento de la violencia, la gente se pregunta si es que en realidad caben más atrocidades de las vividas bajo el imperio del terror. La generosidad del presidente Pastrana, aprovechada por los insurgentes para aumentar su fuerza bélica, excedió los límites razonables y permitió el deterioro de la autoridad y el destrozo del país.

Cuando esta administración llega al final y ya es imposible recuperar los años perdidos en reuniones sin sentido, el Presidente adopta la firme decisión que ha debido tomar mucho tiempo atrás: manifestar que los controles de la zona de distensión no son negociables y exigir a la guerrilla fórmulas concretas para el restablecimiento de la paz.

Estas precisiones han dejado la sensación, tal vez por primera vez en su mandato, del verdadero estadista que no se deja amedrentar por el enemigo y recupera el poder para gobernar. Como las Farc, según todas sus manifestaciones, no están dispuestas a ceder en sus estratagemas, y menos en sus atentados contra la tranquilidad ciudadana, el proceso languidece por falta de reales intenciones patrióticas de quienes perturban el orden público bajo el amparo de la impunidad.

Agotada la paciencia presidencial se logra, ahora sí, que no se continúe en este callejón sin salida y se barajen opciones más confiables para buscar los reales caminos de la convivencia. El país está cansado de promesas que nunca llegan y prefiere la terminación de los diálogos improductivos a la vana ilusión frente al horizonte incierto.

La guerra abierta que parece vislumbrarse por falta de acuerdos claros no es la mejor cara del futuro, pero esa perspectiva no sería ninguna novedad porque Colombia vive en guerra permanente desde hace muchos años.

También la paciencia del pueblo se ha agotado, y de ahí nace el clamor general que se siente en estos días de zozobra para que el Presidente se mantenga firme en su posición y conserve al mismo tiempo la prudencia y la autoridad necesarias para superar el reto y hacer subir la confianza pública. El plazo de 48 horas que concedió para obtener de las Farc una respuesta satisfactoria es clara demostración de autoridad en momento tenebroso de la historia colombiana. La nación entera, ante esa actitud razonada y contundente, respiró al fin en esta larga noche de horrores.

Se recuerda hoy el reloj implacable de Lleras Restrepo en otra noche propicia para el desorden, cuando mandó a los colombianos a recogerse en sus hogares si no querían exponerse a los riesgos del toque de queda. Actuación histórica que conjuró una revuelta, y que trasladada a los hechos actuales, puede también, en el gobierno agonizante de Pastrana, sacar al país de la encrucijada. No es posible que las Farc continúen en su táctica de enredar el proceso, dilatarlo y hacerlo ilusorio.

La paz no ha llegado, ni aparecerá a la vuelta de la esquina. Pero el Presidente, en su propósito de alcanzarla por nuevos métodos, ha recibido amplio respaldo de la opinión pública, del gobierno de Estados Unidos y de otros países amigos, lo mismo que de la comunidad internacional. Al cabo de estos tres años de falsas negociaciones, la paz sigue enredada y apenas ha dejado salir el humo negro de la frustración, que ojalá se clarifique algún día.

El Espectador, Bogotá, 17-I-2002.

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Comentario:

Me gustó su artículo. Claro está que, contrario a lo que sostiene Eduardo Barajas (también columnista de hoy) el grupo de embajadores no cumplió un papel muy importante. Yo evitaría, como lo hice en mi columna de ayer, alabar el papel de los diplomáticos, quienes se limitaron a servir de coimes del Presidente. Ernesto Yamhure, Bogotá (columnista de El Espectador).

Respuesta: El tema de la paz suscita variadas y a veces encontradas opiniones en torno al mayor problema que aflige hoy al país. La presencia crítica del periodismo y de la opinión pública contribuirá a derrotar la subversión. GPE

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