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Archivo para enero, 2012

Cultura caldense

domingo, 29 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El Instituto Caldense de Cultura, que hace ocho años dirige Carlos Arboleda González, adelanta extraordinaria labor en el campo bibliográfico. Uno de sus objetivos ha sido el fomento de la literatura caldense, programa que en segundo término lo ha extendido a otras regiones. Este dinámico ejecutivo y hombre de letras ha demostrado, con su desvelo y acción ejemplares, la tarea que deben cumplir los dineros públicos para el mejoramiento cultural del país.

Bajo el título Oradores del Gran Caldas, voluminoso libro de 520 páginas, los directores de la selección, Carlos Arboleda González y Horacio Gómez Aristizábal, exaltan la vida y obra de 40 personajes de las tres regiones que formaron el Antiguo Caldas.

Grandes maestros de la palabra y la elocuencia, con el aporte de piezas de antología, discurren por estas páginas: Gilberto Alzate Avendaño, Bernardo Arias Trujillo, Antonio Álvarez Restrepo, Humberto de la Calle Lombana, Jorge Mario Eastman, Fernando Londoño y Londoño, Otto Morales Benítez, Javier Ocampo López, Helio Martínez Márquez, Héctor Ocampo Marín, Aquilino Villegas, Silvio Villegas…

Carlos Arboleda González define a Silvio Villegas como «paradigma de la ilustración, inflamado y erudito». En Jorge Mario Eastman encuentra la «simbiosis entre humanismo y política». En Morales Benítez pondera «su oratoria estremecida, su elocuencia académica y su verbo cálido». Gómez Aristizábal dice sobre el poder de la elocuencia que su «fundamento primordial es la sabiduría, sin cuyo concurso se frustran fácilmente los más excelentes dones naturales».

Es un libro para deleitarnos con la lectura de páginas memorables, como el discurso de Aquilino Villegas sobre Berta Singerman y la oración sobre el incendio de Manizales (1929); o el duro retrato que hace Alzate Avendaño, a la muerte de Aquilino Villegas, sobre la controvertida personalidad de su ilustre paisano; o la admirable carta que en 1938 dirigió Hernando de la Calle al director de Educación Pública de su tierra, y que fue leída en el recinto de la Asamblea Departamental de Caldas, sobre algunos deberes que tienen los funcionarios del Estado frente a la comunidad.

El demonio del ensayo en la obra de Otto Morales Benítez se titula el texto que Ricardo Sánchez publica sobre la trayectoria intelectual del insigne hijo de Riosucio, pueblo donde el imperio satánico, cultural y fiestero rompe –en el célebre Carnaval del Diablo– las cadenas del miedo y la opresión. Como la personalidad de Otto Morales Benítez se asemeja al carácter liberador y extrovertido del rey de los carnavales, el ensayista usa el símil para repasar la obra gigante del escritor caldense.

Y analiza los aspectos más destacados de su producción y sus ideas, en franco reconocimiento de su trayectoria intelectual, si bien no comparte «su ataque a la Constitución de 1991 en cuanto la viene calificando de embeleco jurídico», y además hace resaltar la simpatía del ilustre escritor por la figura de Santander, a quien Morales Benítez considera el mentor principal del liberalismo. Sobre el particular anota Ricardo Sánchez: «Polémico no reconocer un Bolívar liberal además de un Bolívar democrático y autoritario».

En 1992, en el libro Los hijos secretos de Bolívar, publicado por Plaza & Janés, Antonio Cacua Prada recogió las andanzas amorosas del Libertador. Ahora, en el esmerado folleto Bolívar, el Don Juan de la Gloria, sale una síntesis de esos deliciosos romances, y al final de la obra comenta el autor: «Ese Bolívar galante de ojos inquietos, centelleantes, no tuvo en sus últimos días el dulce consuelo de una caricia femenina, ni la mirada compasiva de una mujer, ni unas manos suaves y bondadosas que calmaran la sed de su insaciable dolor».

César Samboní, licenciado en literatura y lengua española, es poeta y periodista del Cauca, columnista del diario El Liberal de Popayán, cuya cuarta obra, el precioso opúsculo Pensamientos de aldea, es publicada con el patrocinio de la entidad caldense de que se ocupa esta nota. Hermosa y emotiva poesía, con ecos de sueños y añoranzas, de olvidos y tristezas, de dolores y errancias. La edad del autor –29 años– hace pensar que el camino por recorrer le traerá crecientes éxitos.

El Espectador, Bogotá, 29-XI-2001

 

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La reina negra

domingo, 29 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Colombia tiene, por primera vez en 67 años, una reina negra. La elección de Vanessa Alexandra Mendoza estuvo precedida por una ola de protestas al ser destituida la candidata del Valle, Adriana Riascos, también negra.

Sobre Raimundo Angulo, director heredero del certamen y representante de la burguesía cartagenera, cayeron palos de todas partes y de todos los calibres al interpretarse su decisión como un acto de racismo. Pero él se defendió con el argumento de que la candidata había incumplido las reglas del concurso, que no involucran asuntos raciales.

Sin embargo, en el pueblo quedó flotando la sospecha de que la medida había sido arbitraria, y de ahí en adelante no logró don Raimundo quitarse el título de dictador tropical en una justa democrática, como debe ser un reinado de belleza. La belleza no admite equívocos: no tiene religión ni raza, color ni categoría social. La mujer es hermosa por sí sola y sus atributos se aprecian a primera vista.

El sabor amargo causado por la descalificación de una figura escultural como la de Adriana, a quien Dios y la naturaleza dotaron con medidas perfectas y perturbadoras, prendió un mar de suspicacias que revolvieron las olas del Caribe.

La destitución de la candidata hizo resaltar las dotes de otra negra, Vanessa Alexandra, cuya espigada silueta, ojos café y cuerpo armonioso cautivaron al público y a los jurados desde su primera aparición en Cartagena. Los expertos en esta clase de competencias hablan del impacto que ella produjo en la pasarela y la definieron como la «barbie negra» por los finos rasgos de su cara y su acentuado color oscuro.

Otras características se hicieron evidentes: dulzura, suavidad y timidez. En contraste con su piel negra, su claridad de pensamiento dio una respuesta luminosa cuando se le preguntó sobre los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos: «Estamos en una época de cambio y hemos perdido la solidaridad, la tolerancia y el sentido de vivir en convivencia con mucho amor».

Esta corona negra representa el cambio. El cambio que necesita Colombia en sus hábitos obsoletos y en sus desigualdades sociales. «Por fin se hizo justicia», gritó alguien tras el fallo del jurado. Ojalá esta frase jubilosa, dirigida a don Raimundo y a todo el mundo, pudiera aplicarse algún día a las enmiendas que necesita el país. Vanessa Alexandra, la modesta hija de Unguía, municipio perdido en las penumbras de la selva chocoana, le ha prendido luz a la belleza. Y ha traído un angelito negro a la conciencia nacional.

En ella personificó Germán Pardo García su Cristo negro. Así cantó a todos los seres humildes del planeta: «Yo amo a los negros porque sufren / más que los blancos, mucho más, / porque los negros son más hondos / bajo el betún de su antifaz. / Yo amo a los negros porque sienten / más que los blancos soledad, / y entre los ojos tan silentes / llevan la furia de la sal’.

En el centro de Quibdó se levantan, rodeados del hambre y la tristeza que circulan en los alrededores, las estatuas de Diego Luis Córdoba, padre del departamento, y del poeta y político César Conto, símbolos perennes de una raza sufrida, a quienes se une hoy la nueva soberana del país. Mientras en las calles es manifiesto el desamparo social, traducido en niños macilentos y miradas sombrías, las riquezas auríferas y madereras crepitan en la selva próxima, como una bofetada a la esclavitud milenaria del pueblo. En Chocó, que un día conocí y me impactó, sus habitantes son seres desesperanzados.

Pero ahora tienen reina, que aparece en el horizonte como un resplandor repentino en medio de la oscuridad. Don Raimundo le llevó esperanza a la región azotada por el abandono. Ojalá esa misma luz alcanzara a alumbrar todo el territorio de la patria.

El Espectador, Bogotá, 19-XI-2001.

 

Las mil vidas de El Espectador

domingo, 29 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Bien lo dijo el valiente director, doctor Carlos Lleras de la Fuente, en el editorial donde anunció el propósito de no desfallecer ni detenerse, al iniciar la etapa actual: «Peores momentos hemos vivido, y hemos sobrevivido a ellos; de ahí que nadie pueda hablar de que se cerró El Espectador, ni de que murió el decano de la prensa colombiana; sólo se transformó, como lo ha hecho varias veces durante su larga existencia».

No hay en Colombia, y es posible que en el mundo entero, otra publicación que tenga una vida más accidentada que la de El Espectador. Vida llena de heridas y golpes bajos, de persecuciones y atropellos, de censuras y cierres forzados, de agresiones y furias arrasadoras, de incendios y mutilaciones, de cárceles y asesinatos.

Después de cada percance, de cada estallido del odio, de la sinrazón o de la dinamita, este periódico de las mil batallas y las mil vidas heroicas ha surgido de las cenizas, como el ave fénix, con la misma consigna que hoy sale de los labios de su director, otro Cano de los nuevos tiempos: «¡Seguimos adelante!».

El 8 de julio de 1887, tres meses después de su nacimiento, El Espectador fue suspendido durante un semestre por el presidente Núñez. Eran apenas cuatro páginas endebles que aparecían dos veces por semana, pero de tal firmeza y verticalidad, que el Gobierno regenerador no podía resistirlas. Poco tiempo después llegaba nueva orden de cierre, por seis meses más, decretada por el presidente Holguín.

En 1893, el gobernador de Antioquia vuelve a amordazarlo y ordena encarcelar a su director, don Fidel Cano. A partir de octubre de 1899 le llega una suspensión de cuatro años, y en diciembre de 1904, otra de ocho años, impuesta por el general Rafael Reyes. A lo largo de su existencia se han presentado ocho interrupciones, que en total representan 17 años de receso.

El 6 de septiembre de 1952, el periódico es incendiado. A comienzos del 56, en los días más agudos del régimen militar, es sancionado con $ 600.000 (cifra desorbitada) por presuntas inexactitudes fiscales. Un mes después, Alberto Lleras Camargo entra a dirigir El Independiente, ante el cierre temporal de El Espectador, que reaparece en julio de 1958, hasta nuestros días.

A partir de 1982, el Grupo Grancolombiano le inflige tremendo golpe al retirarle los avisos publicitarios, en razón de las denuncias hechas por el periódico debido a los abusos cometidos por el pulpo financiero. En 1986, el narcotráfico, monstruo de nuestros días, asesina a don Guillermo Cano, y en 1989 destruye las instalaciones con 150 kilos de dinamita.

Maltrecho el diario y con riesgo de extinguirse, el Grupo Bavaria lo adquiere en 1997. En febrero de 2000, el doctor Carlos Lleras de la Fuente asume la Dirección, y finalizando el mes de agosto pasado, ante la imposibilidad de nuevos recursos que salven el deterioro de las cifras, pasa a ser dominical (sin dejar de ser diario, ya que se sigue elaborando todos los días por internet, el sistema moderno de comunicación masiva que consultan miles de visitantes).

De esta manera se sintetiza esta densa trayectoria de caídas y levantadas, de padecimientos y recuperaciones, de luchas y glorias, donde la porfía y el carácter de un ideal consiguen el milagro de la supervivencia. Nunca El Espectador ha transigido con la corrupción y los abusos públicos, ni se ha dejado abatir por las adversidades y los ataques del destino. Y siempre ha mantenido incólume la regla de oro de su fundador, don Fidel Cano: «No hablar a los dueños del poder el lenguaje de la lisonja, y no tributar aplausos ni a los hombres ni a sus actos sino cuando la conciencia nos lo mande».

El Espectador, Bogotá, 22-XI-2001.

 

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Grupos de odio

domingo, 29 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

La guerra biológica que se ha desatado con­tra Estados Unidos y el mundo occidental tras la destrucción de las Torres Gemelas, acude al ántrax como arma mortífera contra la vida humana. No bastó el sacrificio de seis mil seres inocentes, sino que el estallido del odio se esparce por el planeta en un polvillo arrasador que siembra pánico en todas las naciones y abre las puertas del Apocalipsis.

Hay sospechas de que la bacteria pató­gena no proviene de Osama bin Laden, a quien se señala como el destructor de las to­rres, sino de grupos extremistas residentes en los Estados Unidos, animados por una sed insaciable de rencores acumulados con­tra el pueblo norteamericano. Se habla de 600 grupos de odio (bate groups) formados a través del tiempo como hordas de la muerte, con propósitos comunes: oponerse a la autori­dad, atacar al Gobierno y la democracia, implantar el neonazismo , sembrar el caos como sistema de poder.

En esta olla explosiva existen fanatismos religiosos y políticos, herencias hitlerianas, alianzas de separatistas negros de origen musulmán, adeptos del antisemitismo y la discriminación, y todos cuentan con célu­las extendidas por todo el país. Como se su­pone que el ántrax sale de ellos mismos, su objetivo no puede ser más claro: extermi­nar al enemigo. Y el enemigo es la civiliza­ción.

Por eso, cualquier habitante de Esta­dos Unidos está condenado a muerte, no importan sus creencias ni su condición so­cial, económica o religiosa. La guerra es contra el país y el sistema, contra un con­junto de países, contra todo el mundo. Es la humanidad entera la que está amenazada de muerte.

Sin embargo, la situación no es nueva. Desde sus orígenes, el hombre aborrece a su hermano. Nació con odio en el alma. Es­te estigma, recibido de Caín, es el mayor castigo que pesa sobre la naturaleza huma­na.

Todas las guerras del mundo, las mun­diales y las domésticas, las santas y las fanáticas, han sido provocadas por el odio. Na­die quiere ceder y todos buscan triunfar. La Biblia recoge esta tremenda profecía, en palabras de Cristo: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino; y habrá grandes terremotos, y en diferentes luga­res, hambres y pestes; y habrá terror y gran­des señales en el cielo. Pero todo será ape­nas el principio de los dolores».

El ántrax ha existido siempre como si­nónimo de odio y destrucción. Se encuentra en la propia Biblia. Las pestes de la Edad Media, que mataron a 20 millo­nes de habitantes de los 60 que tenía Eu­ropa en 1348, causaron la peor época de pánico en aquellas naciones y se atribu­yen a castigo divino. De tiempo en tiempo, y cuando el hombre se vuelve más perverso, Dios lo castiga con pestes, gue­rras, caída de torres y ántrax. Leo en algu­na parte esta frase terrible: «Si no le temes a Dios, témeles a las bacterias».

En Colombia vivimos bajo el imperio del miedo desde hace mucho tiempo. Los gru­pos guerrilleros no solo se destrozan entre sí mismos –de hermano a hermano, como en el capítulo de Caín y Abel–, sino que tienen aterrorizada a la población con una guerra peor que la del ántrax: la vida no vale nada en los espacios urbanos ni en los rurales. No se puede andar por calles ni por carreteras, ni tener una casa de descanso y ni siquiera un humilde capital. No se puede expresar el li­bre pensamiento. El odio está regado contra todo el mundo.

Esta explosión de los peores instintos del hombre, configurada en Estados Uni­dos con la existencia de 600 grupos de odio, y en Colombia con otro número conside­rable de legionarios de la muerte, la define muy bien Benavente: «Hoy se unen los hombres para compartir un mismo odio, que para compartir un mismo amor».

El Espectador, Bogotá, 11-XI-2001.

Idioma y cultura

domingo, 29 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Colombia, país donde mejor se habla y se escribe el castellano, tuvo alta figuración en el II Congreso de la Lengua Española, realizado en la ciudad de Valladolid. Hace ya buenos años que el destacado escritor madrileño Ernesto Giménez Caballero expresó lo siguiente: «Quien quiera oír hablar el español de Cervantes, a Colombia deberá acudir, y no a España, donde hablamos ya un lenguaje más evolucionado y contaminado, menos ‘español’ que el colombiano».

Dos distinciones le fueron conferidas a Colombia dentro del suceso en comentario: la designación de Cartagena como sede del IV Congreso, en el año 2009, y el Premio Bartolomé de las Casas, concedido al Instituto Caro y Cuervo por su trabajo de preservación e investigación de las lenguas indígenas. La magnitud del evento, con más de 300 participantes y un número similar de ponencias, al cual asistieron reconocidos escritores y académicos, certifica la trascendencia y el vigor del español como medio universal de cultura.

Es el cuarto idioma del mundo, después del chino, el inglés y el hindú. Su progresión pasa de 60 millones de hablantes a finales del siglo XIX, a 400 millones actuales. Otros datos evidencian su importancia mundial: en Estados Unidos es cada vez mayor el número de estudiantes de idiomas extranjeros que escogen el español como lengua preferida; en Francia, los alumnos de secundaria que lo estudiaban hace 10 años representaban el 40 por ciento, y hoy llegan al 65 por ciento; en el Reino Unido, el aumento es del 23 por ciento; en Brasil, su estudio en la secundaria es obligatorio desde 1999.

El presidente Fox, de Méjico, uno de los hombres de Estado asistentes al congreso –junto con el rey Juan Carlos y el presidente Aznar, de España; el presidente Pastrana y el expresidente Betancur, de Colombia–, manifestó: «Donde impera la palabra, no impera la violencia”.

Esto equivale a decir que la palabra es vínculo, armonía, bálsamo. Con la palabra nos entendemos, zanjamos diferencias, corregimos errores. Con la palabra enamoramos, hacemos promesas, recibimos consuelo, sembramos esperanzas, hablamos con Dios y con los hombres. No hay problema ni tribulación, por grandes que sean, que no los resuelva o mitigue la palabra adecuada.

La palabra es también arma cortante y destructiva cuando no se sabe emplear. Un proverbio árabe dice que «las heridas de la lengua son más peligrosas que las del sable». Por lo tanto, hay que educarla, pulirla, hacerla elemento de paz y no de guerra.

En Riosucio, la tierra de Otto Morales Benítez, se realizan unas reuniones de la inteligencia conocidas como Encuentros de la Palabra, donde el pueblo y los escritores, refundidos en un solo abrazo bajo el abrigo de los vocablos gratos, pusieron a hablar al diablo, rey de los carnavales, el idioma del regocijo y la hermandad y le cambiaron su carácter sulfuroso y endulzaron su lengua viperina.

Un gran salto da el nuevo Diccionario de la Lengua Española en su vigésima segunda edición, puesta a circular en Valladolid. Son casi 40.000 nuevos términos incorporados, la mayoría de procedencia americana, junto con el ingreso del variado vocabulario de la informática, realidad imprescindible en el mundo moderno.

A propósito, la presencia mundial del español en internet es muy pobre: apenas el 4,5 por ciento de los “internautas» (palabra que ojala acoja el nuevo diccionario, junto con otros vocablos de la época: internet, web, ciberespacio, liposucción…). Así, la lengua se enriquece y se actualiza. «Ningún idioma puede llegar a ser de verdad culto, dijo Unamuno, sino por el comercio con otros idiomas, por el libre cambio”.

Una de las mayores criticas formuladas a la Real Academia ha sido su lentitud, cuando no su resistencia, para registrar los neologismos y las palabras provenientes de otros idiomas. Parece que en esta ocasión se supera dicha barrera. Siendo el uso popular el que consagra las palabras, la lengua deja de ser genuina cuando se desconoce su evolución.

Algunos venerables académicos, debido a sus posiciones ortodoxas, van en contravía de la opinión pública, como si el habla fuera una propiedad feudal. A los guardianes del español no debe asustarlos la apertura hacia nuevas locuciones, si ellas son auténticas, por extrañas que parezcan.

«Potenciar el español» solicitó el rey Juan Carlos. Un idioma se fosiliza, empobrece y agoniza cuando no se le da aire. El idioma no es ninguna fórmula precisa, sino un arte, como bien lo expresó Chesterton hace casi un siglo: «El lenguaje no es un hecho científico, sino artístico; lo inventaron guerreros y cazadores y es muy anterior a la ciencia».

Claro que hay que preservarlo de la contaminación, la deformación y las impurezas, pero también dejarlo que se desarrolle con libertad y dentro de límites naturales para que sea rico en matices e interprete con fluidez la expresión popular.

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PREMIO LITERARIO.– El Ayuntamiento de Bornos (Cádiz) declaró ganador del certamen de poesía María Luisa García Sierra a un gran colombiano: el escritor, periodista y académico Héctor Ocampo Marín, autor del libro Sinfonía de los árboles viejos. El solo título de la obra es poético y sugestivo, y circulará pronto en Colombia con el auspicio de la villa española que realiza el evento.

Ocampo Marín, infatigable promotor cultural desde sus columnas en diversos periódicos, es autor de una obra destacada en los géneros del ensayo, el cuento, la novela, la biografía. Y ahora nos da la sorpresa de verlo coronado de gloria en su primera incursión lírica. Muchas felicitaciones al amigo y gran trabajador de las letras por el merecido galardón, el que tiene la feliz coincidencia de su otorgamiento dentro de las celebraciones del idioma castellano, pasión creadora del nuevo poeta.

El Espectador, Bogotá, 9-XI-2001

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Comentario:

Muy interesante su artículo. Después de haber vivido fuera de Colombia durante los últimos 39 años he tenido la oportunidad, muchas veces, de oír y comprobar aquello de que el mejor castellano se oye y se habla en Colombia. Y una de esas fue precisamente en España. Lorenzo Botero, Washington.

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