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Casa de hacienda

sábado, 11 de febrero de 2012

Por: Gustavo Páez Escobar

Uno de los libros navideños que pu­blica Villegas Editores es el que lleva por título Casa de hacienda, arquitectura en el campo colombiano. Nueva obra de arte dotada del esplendor, la pulcritud y la magia que sabe imprimir la firma edi­tora a todas sus producciones.

Recorriendo sus páginas, se recibe la sensación de un viaje alucinante por la arquitectura colonial localizada en la Co­lombia campesina, donde la vida trans­curría con placidez entre el laboreo de la tierra y el ensueño de los paisajes.

Villegas Editores rescata el patrimonio cultural diseminado a lo largo y ancho del país y representado en esas joyas coloniales, por ventura todavía en pie a pesar del embate de los tiempos, que se conocían como las casas de hacienda. Y muestra la evolución de esta arquitec­tura en los diferentes sitios de Colombia, labor realizada con la lente de Antonio Castañeda, fotógrafo del embru­jo, y los novedosos textos del arquitecto Germán Téllez, maestro en bellas artes.

Esas casas anchurosas y espléndidas eran como fortalezas que se levantaban en las propiedades rurales y defendían el patrimonio contra el paso de los años y el azar de los caminos.

Eran, a la vez, símbolos de la familia trabajadora que sembraba en los campos no sólo las semillas fructíferas sino la so­lidez del hogar. En esas casonas, sosteni­das por gruesas paredes y embellecidas por amplios corredores y ambientes ge­nerosos, los hogares fortalecían sus espe­ranzas en el esfuerzo cotidiano de la vida rural, hoy casi borrada de la Colombia contemporánea.

La contemplación de este patrimonio, tan bellamente plasmado en las 300 páginas del libro, es un regreso al pasado. Pasado de glorias y recuerdos regocijantes que aún lo apreciamos quienes tuvi­mos ocasión de saber lo que significaban, y significan, esas casas viejas como for­jadoras de la nacionalidad. Para las nuevas generaciones, nacidas en el tor­bellino de las ciudades y tan ajenas a la fascinación de los campos, adentrarse en esos territorios remotos, así sea con los ojos de la imaginación, representará, sin duda, inmenso placer.

Eso es lo que logra Villegas Editores con sus libros de arte: rescatar el pasado y despertar el gusto estético. Dibujando al país, como lo hace Benjamín Villegas con tanta propiedad, se aprenden leccio­nes de historia patria y se estimula el amor por lo nuestro, por lo auténtico y lo co­marcano –como este de las casas de ha­cienda–, que invita a la admiración y el halago de los sentidos.

La región cafetera del antiguo Caldas, para la que escribo la presente nota, está llena de este tipo de construcciones y aún conserva en gran parte su raigam­bre campesina. Además, es el país entero el que desfila por la obra de Ville­gas Editores y recibe, por consiguiente, un obsequio inestimable.

La Crónica del Quindío, Armenia, 28-XII-1997.

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