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Novela de Esperanza Jaramillo

sábado, 11 de febrero de 2012

Por: Gustavo Páez Escobar

La carrera literaria de Espe­ranza Jaramillo se inicia con el libro Caminos de la vida, publi­cado por la Gobernación del Quindío en 1979. En este almáci­go de delicadas prosas líricas, la autora revela un alma sensible frente a los prodigios de la exis­tencia. En su carrera de escrito­ra no habrá desfallecimientos, si bien la atención de su actividad bancaria la desvía por épocas de su propósito de ha­cer literatura. Es la eterna lucha entre las letras de cambio y las letras del espíritu.

Oriunda de Manizales, se es­tablece en Calarcá a la edad de doce años. El Quindío, embruja­da tierra de cafetales, horizontes abiertos y fascinantes estampas bucólicas, ha visto germinar su­cesivas cosechas de escritores y poetas. Comarca fecunda donde brotaron en el pasado célebres cuentistas como Eduardo Arias Suárez y Adel López Gómez; que posee figuras de excelencia en la poesía, como Carmelina Soto y Baudilio Montoya, y que cuenta además con exponentes conno­tados en los géneros del ensayo, la novela y el costumbrismo, esa comarca sería tierra pródiga para la joven viajera venida de las cumbres manizaleñas.

A Esperanza la conocí en el Quindío. Llegado también te otras latitudes, por aquellos días actuaba yo como gerente de un banco en la ciudad de Armenia y al mismo tiempo me desempe­ñaba en las letras y el periodis­mo, hazaña que, sin duda con ex­ceso de arrojo, logré culminar con buena fortuna. Ella fue la primera directora de la Casa de la Cultura de Calarcá, antes de ingresar al sector bancario, en el cual lleva más de veinte años de labores, cumplidas entre Calarcá, Armenia y Bogotá, ciu­dad ésta donde hoy ocupa una destacada posición en Bancafé.

Al publicar su primera nove­la, El brazalete de las ausencias y los sueños, he de resaltar, ante todo, el esfuerzo enorme que significa escribir una obra dentro del clima agitado de los números. Como el dinero y las letras marchan por diferente ca­mino, son dos campos opuestos y de difícil articulación entre sí, que por eso mismo representan un choque de trenes para quie­nes busquen cumplir los dos ofi­cios a la vez.

Tras la sutil elaboración de su prosa lírica, aparece hoy la narradora vigorosa –y algo torrencial– que no se da tregua ni respiro para hacer caminar la historia. Historia que se convier­te en una constante búsqueda del amor y la felicidad. Los se­res que pinta Esperanza son pro­tagonistas de las vicisitudes eternas que giran en torno a las querencias, frustraciones y an­helos del corazón. Alma, la he­roína de la novela, es la mucha­cha elemental de todos los pue­blos y de todos los escenarios sociales, que siente el ansia de amar y ser amada. Ese fluir de los sentimientos le permite a temprana edad su primera expe­riencia amorosa.

Pero como el corazón es vo­luble, llega el desengaño. Cura­da de su desilusión, surge otro romance, y más tarde un nuevo fracaso, seguido de fallidas ilu­siones por encontrar en alguna parte el amor verdadero.

La búsqueda del amor y la fe­licidad será siempre el gran reto de la humanidad. Batalla que nunca se dará por terminada, por lo mismo que el alma no se resigna a la orfandad y a la de­rrota de su naturaleza espiritual y de su esencia sensitiva. El hom­bre no puede perder el derecho a soñar, el más sagrado de sus derechos. Eso es lo que defiende Esperanza en su novela.

La Crónica del Quindío, Armenia, 24-II-2003

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