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Tejedora de sueños

sábado, 11 de febrero de 2012

Por: Gustavo Páez Escobar

(Prólogo del libro Los poemas del amor de Laura Victoria,

publicado por la Gobernación de Boyacá)

En los años veinte del siglo pasado, la aparición de una bella muchacha boyacense que agitaba el sentimiento de los bogotanos con su fina y audaz poesía sentimental, escandalizó a las almas mojigatas y despertó el marasmo de la recoleta ciudad traspasada de niebla y recogimiento. Laura Victoria hizo su primer verso a los catorce años, en un colegio de monjas, y ahora irrumpía en la capital del país como una revelación literaria.

Bien pronto su nombre alzó vuelo por los cielos de la poesía y conquistó clamorosos aplausos, tanto en Colombia como en el exterior. El Tiempo y Cromos publicaron sus primeros versos y llevaron al país la voz romántica de quien había nacido con música en el alma para enternecer los corazones con delicadeza erótica. Poesía de carne y hueso, que jamás había escrito mujer alguna en Colombia, recorrió todos los ámbitos y creó embeleso y conmoción interior.

Su poema En secreto, con todo lo que tiene de carnal y sugestivo, se volvió el himno que arrullaba el alma de los enamorados. De esa manera se proclamaba a los cuatro vientos la realidad del ser humano como sujeto de pasiones y dotado de alma sensitiva. Llamas azules, su primer libro (publicado en 1933), penetró con honores en las letras nacionales y recibió franco reconocimiento, entre otros, de Guillermo Valencia y Rafael Maya.

Laura Victoria no hizo nada distinto en su poesía que ennoblecer la condición humana. Como pionera en el país de la poesía erótica, redimió a la mujer de oscuros atavismos, consentidos por ella misma a causa de su mansedumbre inclemente (que hace tiempos dejó de existir) y de la ignorancia de su naturaleza pasional, creada para el hechizo, la conquista y la entrega. Y le abrió horizontes claros. Le enseñó a dignificar la carne con el goce legítimo de la sensualidad. No hizo del placer un pecado, ni una vileza, sino un derecho y un atributo.

Su poesía es la refrendación del alma como cofre de emociones y desencantos, de penas y alegrías, de amores y desamores. Su propia vida, manejada por el triunfo y el fracaso, el aplauso y el olvido, la bonanza y la tempestad, recorrió todos los caminos del corazón. Lo mismo que amaba, sufría. Ambas cosas, el gozo y el dolor, movieron su vida y su obra. Tal la temperatura de los versos que aquí se recogen.

Al buscar una muestra de sus poemas de amor para formar la ofrenda que por medio de este libro tributa el departamento de Boyacá a su memoria, por todas partes brotaron ríos de sensibilidad y fulgores de belleza. La escritora trabajó su producción con ritmo, melodía y donosura.

Es maestra del soneto clásico, género en el que deja, por su perfección, reales obras de arte. En sus versos de exquisito romanticismo, y no todos de alborozo, pues también los hay sembrados de espinas, se compendia el itinerario de una vida ilustre que nació entre aromas de dátil, en Soatá, y concluyó en Méjico, nimbada de gloria, el 15 de mayo de 2004, cuando le faltaban seis meses para cumplir el centenario de vida.

El entrañable toque sentimental, a veces lleno de desolación, nostalgia y soledad, y siempre de noble estirpe, es vaso comunicante de su lira. Un amor trágico, el de Manuel Just Chirivella –que descubrí revisando añejos papeles para escribir su biografía–, le inspiró poemas de estremecedora belleza. En Cuando florece el llanto (libro editado en España en 1960) hay sitio preferente para este capítulo de su corazón abatido por la fatalidad. Dichos poemas los titula Al pie de tu silencio. Caso parecido le ocurrió a Gabriela Mistral con Rogelio Ureta, su novio suicida, que le destrozó la existencia. También la chilena glorificaría el dolor en Los sonetos de la muerte y en el libro Desolación.

Los 65 años de residencia de Laura Victoria en Méjico significaron el olvido de su nombre en Colombia. Hoy pocos saben de su brillante carrera e ignoran, asimismo, que fue la poetisa más famosa del país en los años veinte y treinta del siglo pasado.

El vigoroso acento sensual y romántico de su poesía le hizo ganar grandes elogios de los escritores latinoamericanos, quienes la catalogaron como la poetisa más destacada de su época. Con ese título y con esos poemas regresa hoy, en las páginas de este libro, a su comarca boyacense, y a Colombia, como lo que siempre ha sido: la cantora por excelencia del amor.

Bogotá, noviembre de 2006.

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