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Victorias del toro

sábado, 11 de febrero de 2012

Por: Gustavo Páez Escobar

A partir de enero de este año quedaron prohibidas las corridas de toros en  Cataluña (España). Cuatro años atrás, un crecido número de ciudadanos que apoyaban la abolición de la fiesta brava en medio de exaltados manifestantes del bando contrario, exhibieron frente al Parlamento una pancarta con esta  leyenda: “Cataluña: Si te quieres presentar delante del mundo, primero suprime las corridas de toros”.

Conseguir la votación final (68 votos a favor de la supresión y 55 en contra) implicó una larga lucha de las organizaciones y personas protectoras de los animales, que lograron convencer a la mayoría de parlamentarios de que las corridas de toros debían desaparecer de su territorio. Medida nada fácil, dada la  fuerte tradición taurina que existe en España.

Conseguido este propósito en una de las regiones más importantes de España, como lo es Cataluña, no queda difícil predecir que el ejemplo hará carrera en toda la nación y se  extenderá a los países latinoamericanos, herederos de la tradición taurina, algunos de los cuales, como Colombia, han hecho del toreo una industria de difícil erradicación.

Sin embargo, las cosas comienzan a cambiar. El senador Camilo Sánchez, que considera que el 95% de los colombianos están en contra del sufrimiento de los animales, lidera una acción parlamentaria para buscar que también en Colombia se prohíban las corridas, al igual que todo tipo de maltrato animal, como el practicado en los circos y en las peleas de perros y de gallos. Dijo Gandhi: “La grandeza de una nación y su progreso moral pueden ser juzgados en la forma en la que tratan a los animales”.

Por lo pronto, el toro sale triunfador en la legislación de Cataluña. Poco a poco la gente de este territorio tomó conciencia sobre lo que significan las torturas que se infligen al pobre animal, convertido en espectáculo sangriento para espectadores fanáticos que se dejan manejar por las bajas pasiones. Pensar que las corridas de toros son una tradición cultural que debe respetarse, como algunos lo exponen como razón valedera para no hacer nada en contrario; o que se trata de una expresión artística, con el argumento de que grandes pintores del mundo las han magnificado en cuadros famosos, equivale a ensalzar la violencia como insignia humanizada del arte.

Lo cierto es que los matadores de toros, protagonistas bárbaros de las plazas atiborradas de multitudes frenéticas, gozan –y hacen gozar al público– con la sangre que brota de los músculos destrozados del cuello del toro. Y que le sale a borbotones por la boca agobiada de asfixia y angustia.  Este espectáculo, que se pretende presentar como refinado o sensacional, es avivado por esas masas delirantes que confunden el arte con la crueldad. Son las mismas masas que no quieren resignarse a que el rey de fiestas goce del derecho a la vida.

La revista española Adda Defiende los Animales, abanderada de las causas justas que conducen a la eliminación de las corridas de toros en el mundo, llega a los países de Latinoamérica como protesta denodada, que ya cumple veinte años, contra el salvajismo humano.

Luchadora inquebrantable de dicho postulado, la revista no ha desfallecido en su condena contra los horrores de la fiesta brava (nombre muy apropiado para calificar la insana diversión) y hoy proclama la medida de Cataluña como un paso adelante que llevará, sin duda, a nuevas victorias que bien se merece el toro, el ser más vilipendiado y torturado por el hombre en las plazas públicas.

Y que como ironía es el que le hace ganar vítores clamorosos a su matador, acrecienta su fama y lo vuelve más salvaje. ¿Qué diferencia hay entre el torero que mata y el público que aplaude?

El Espectador, Bogotá, 31-III-2011.
Eje 21, Manizales, 1-IV-2011.
La Crónica del Quindío, Armenia, 2-IV-2011.

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Comentarios:

El toreo no tiene cabida en los países civilizados del siglo XXI. Es inmoral e indigno exaltar la violencia a través de espectáculos públicos como la matanza de toros. Aplaudo y me quito el sombreo ante los honorables legisladores, el señor Camilo Sánchez y el bloque de los 600. La Colombia del siglo 21 necesita gente de alta ética moral que haga brillar la luz del nuevo mundo. DonPedometro (carta a El Espectador).

Las corridas de toros son un espectáculo bárbaro que se deberá erradicar por la crueldad y desprecio a la vida de un animal noble, que tanto aporta al hombre en su alimentación y otros beneficios de su presencia vital.  No es posible que un enfrentamiento, en esas condiciones de desigualdad y desventaja, para el bruto noble, siga amparado por vetustas legislaciones que enarbolan cuestionados argumentos de vergonzosa tradición cultural y de falsa apreciación artística, para satisfacer el morbo de minorías y la codicia de empresarios interesados en fomentar y mantener el grotesco espectáculo. Gustavo Valencia García, Armenia.

Es una salvajada y algo absurdo en un mundo que se dice tan avanzado en todas las áreas: medicina, tecnología, ciencia, etc, que se sigan practicando estas muertes a animales indefensos y que las personas vayan supuestamente a ver arte y entretenimiento a costa de tanto dolor. Estoy de acuerdo: son iguales de culpables quienes matan como quienes disfrutan con las muertes. Liliana Páez Silva, Bogotá.

Hace unas cuatro décadas asistí por primera y última vez a una corrida de toros en Bogotá. Desde entonces y al ver la crueldad de semejante espectáculo jamás volví  a pisar un ruedo. La verdad es que si vemos y leemos todos los días la crueldad con que paramilitares, guerrilleros y hasta miembros del ejército asesinan sin ninguna compasión a sus mismos compatriotas, todo con la complicidad de políticos y congresistas, no veo con extrañeza cómo esa misma dizque sociedad asiste a una corrida de toros donde la sevicia y crueldad se pavonean delante de la alta clase colombiana. Luis Quijano, Houston (Estados Unidos).

 

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