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La estrella de la paz

lunes, 23 de diciembre de 2013

Por: Gustavo Páez Escobar

Y llegó diciembre… En los hogares, en las calles, en todas partes aparece, con la llegada del mes de la paz y la alegría, un signo de renovación del ánimo. Ese espíritu comprador que distingue a los colombianos aflora hoy de manera sorprendente, así el bolsillo no sea abundante y los apremios económicos sean agobiantes. Diciembre todo lo transforma.

La gente se apresta a efectuar sus compras navideñas. En todo el país, el agua cae a torrentes. Hay bloqueos en las vías y desgracias en varios lugares del país por causa de los derrumbes. En Bogotá y en las grandes ciudades se aproxima la época de mayor afluencia en los almacenes, la época más intensa de los atracos callejeros, de los paseos millonarios, de la inseguridad y el caos. Es que estamos en diciembre.

Para quienes vivimos en la capital del país, los trancones, el destrozo de las vías, la indolencia de las autoridades, la dureza de la vida cotidiana no son impedimentos para que la ciudadanía sienta regocijo con la llegada de la Navidad. Si uno se sube al taxi, el conductor nos contará la serie de tropiezos y de horrores que tiene que sortear por estas calles de Dios.

Pero parece que esto no le importa al taxista, pues se ve de buen genio, aunque despotrica de los políticos corruptos que se robaron a Bogotá, y de los políticos en turno de reelección que volverán con las mismas mañas de siempre. El ciudadano del montón rechaza estas prácticas abominables, pero cuando llega la hora de la verdad en las urnas, vuelve a votar por los mismos. Hoy eso no importa: estamos en diciembre, mes de la alegría y la concordia.

La estrella de Belén comienza a verse en numerosos sitios. Se aproxima la Navidad. Mejor: la Navidad ya llegó. El país está de fiesta. Todo lo diluye el mes de las compras fuera de la capacidad del bolsillo, de los regalos imposibles, de las angustias sin cuento. Desde la ventana de mi apartamento miro al ciudadano que corre, que se agita, que se tropieza a cada rato, que huye de los charcos y los huecos. Y maldice.

Desde mi ventana vislumbro la estrella lejana, la del árbol navideño, la que llevan los colombianos en lo más hondo de sus corazones. La misma que espera alcanzar el presidente Santos. Y me pregunto si en medio de tanta desesperanza, de tanto conflicto, de tanta calamidad como la vivida por los colombianos durante medio siglo de violencia, será posible que llegue al fin la estrella de la paz. Nos la merecemos.

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Regalos con mala ortografía. Carta a Industrias Cannon de Colombia:

Compré en el Éxito de Unicentro tres juegos de toallas que están marcadas con las palabras ella y el, según el destinatario sea una mujer o un hombre. Me permito anotar que la palabra él debe escribirse con tilde. Es lo que se llama la tilde diacrítica en monosílabos, establecida en este caso para diferenciar el artículo el –que no lleva tilde– del pronombre él –que sí la lleva–. Muy bonita la elaboración de las toallas con estas inscripciones, pero faltó el corrector en la empresa que hubiera señalado la falla ortográfica.

Quiero sugerirles que en razón del prestigio de Cannon, y desde luego para acatar la regla ortográfica, en nuevas confecciones de este producto se marque la tilde a la palabra comentada. Disculpen mi intromisión en este asunto, pero considero que de esta manera contribuyo a la correcta presentación del producto, el que llega a mucha gente culta. Con mi cordial saludo navideño, GPE

El Espectador, Bogotá, 6-XII-2013.
Eje 21, Manizales, 6-XII-2013.
La Crónica del Quindío, Armenia, 7-XII-2013.

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Comentarios:

La desazón que estamos viviendo diariamente a causa de la situación caótica del país es  dolorosa y desconcertante. No sabemos qué hacer, ni a qué santo acogernos, como diría mi abuela; no es la «estrella de la paz» la que nos acompaña y estimula en estos días de finales de año, no, es una corona de espinas la que llevamos clavada en todo el cuerpo. ¡Qué impotencia!, ya no se puede caminar unas cuantas cuadras sin el pavor de ser acechados, heridos, robados, en fin, qué dolor… «es diciembre» y esta tortura lleva más de 60 años azotándonos; los abuelos y algunos padres hace tiempo se fueron y nunca vieron la anhelada estrella. Cada día estamos peor, el optimismo y la esperanza parecen ser frágiles veleros sin rumbo, en medio de una gran tormenta que no tiene amanecer. Inés Blanco, Bogotá.

Y los asalariados se gastan la prima en trago, fiesta y regalos; y matan marrano, compran pólvora, contratan mariachis y preparan buñuelos y natillas para dar y convidar. Rumba seguida hasta principio del próximo año, o hasta después de ferias en nuestra ciudad, para comer rila todo el año entrante hasta que llegue la otra temporada. Así somos. Lo de la ortografía es como nadar contra la corriente. A esta juventud la trae sin cuidado el buen uso del idioma y aterra ver que en una empresa de esa categoría se les pase un detalle de esos. Pablo Mejía Arango, Manizales.

Esta es la Bogotá caótica a la que todo mundo llega desde todos los rincones. Deberían hacer campañas para despertar el amor por Bogotá. ¿O ya existen? Quizás si la gente entiende que Bogotá es de todos, entonces la ciudadanía fuerce a los políticos para que le den el destino correcto a ciertas partidas presupuestales para tapar huecos, arreglar vías, dar vivienda a los desamparados, etc., y de pronto el sueño de la paz sea una realidad. Es difícil encontrar esa estrella de la paz cuando hay hambre en las calles, dolor y resentimiento por la guerra y no presencia activa del Estado en las zonas rurales. Colombia Páez, colombiana residente en Miami.

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