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Padres asesinos

miércoles, 28 de enero de 2015

Por: Gustavo Páez Escobar

Producen escalofrío los casos que registran las noticias de los últimos días acerca de la muerte de inocentes criaturas a manos de sus padres. La sana razón se niega a admitir que esto pueda suceder en la sociedad. Sin embargo, el hecho se presenta con increíble frecuencia, no solo en Colombia, sino en países de mayor cultura social, como Estados Unidos. Ninguna nación está exenta de esta barbarie.

Son diversas las causas que llevan a los padres a matar a sus hijos. Entre las más notorias están la violencia conyugal y el maltrato infantil, generadores de odios, de resentimientos y de trastornos síquicos, que incubados durante largo tiempo, como suele ocurrir, pueden desencadenar la tragedia en el momento menos pensado. Esta situación corrosiva se agrava cuando la persona está poseída por los celos, la ira, la  depresión, el desespero por la pobreza o la falta de trabajo, el hábito alcohólico o el consumo de narcóticos.

Hay padres que al no poder dispensar bienestar a sus hijos y verlos sufrir por su responsabilidad, prefieren matarlos para que no sufran en el futuro, y después se matan ellos mismos e incluso matan a su esposa. Esto se conoce como filicidio altruista. Siendo noble la calificación, el desenlace es pavoroso para la familia y la sociedad. ¿Cómo aceptar que el creador de la vida de un niño termine siendo su destructor? Esta conducta macabra no la practican los animales, pero sí el hombre.

Otras veces la madre del hijo no deseado produce su muerte apenas el recién nacido llega al mundo. ¿Cuántas veces los despojos desaparecen en las canecas de la basura, las lagunas o los abismos?, ¿y cuántas las conciencias depravadas tienen que sufrir los horrores del crimen por el resto de sus días?

En días pasados, la mamá de Johan Sebastián Rugeles, niño de siete años que fue asesinado en un potrero del sur de Bogotá, confesó su participación en el hecho. Las autoridades descubrieron que otro hijo, de 23 años, que había estado en la cárcel y era consumidor y expendedor de bazuco, fue el autor material del infanticidio. Madre e hijo determinaron la muerte de Johan Sebastián por haber sido testigo de un hecho delictuoso que los vinculaba a los dos, y que el pequeño podía delatar. Mayor grado de salvajismo no se puede concebir.

Hay quienes cometen este tipo de aberraciones sin sufrir ningún trastorno mental y sin ingerir licor. Algunos buscan vengarse del compañero o la compañera y solo esperan la ocasión para hacerlo. Llevan al asesino adentro. No se trata de sicópatas, sino de asesinos redomados que actúan bajo el impulso de la venganza (unas veces por celos, otras por violencia familiar, otras por un disgusto pasajero).

Si el asesino padece alguna enfermedad sicótica, debe ser tratado en un centro de salud. Caso improbable en un país con tantas carencias sanitarias y con tan poco sentido humanitario como el nuestro. Si no es un enfermo mental, debe ser recluido en la cárcel. Lo más grave en este caso –dice Mónica Pérez Trujillo, experta en criminología y violencia interpersonal– es que “las cárceles de Bogotá no cuentan con especialistas que manejen este tipo de delitos de una manera particular desde el área psicosocial”.

“No matarás”, dice el quinto mandamiento de la Ley de Dios. La vida es sagrada y nadie tiene derecho a disponer de ella. Es el mayor tesoro que tenemos. Pero el hombre es carnicero de la humanidad desde tiempos inmemoriales. El filicidio, que según estadísticas produce 500 muertes anuales en Estados Unidos, y no sabemos cuántas en Colombia, está convertido en uno de los grandes dramas de la época.

“No matarás a tus hijos”, habría que agregar al mandato bíblico en estos días de tanto odio, de tanto desastre social y familiar. La sociedad es la más herida, la más avergonzada y la más indefensa cuando son los padres quienes matan a sus propios hijos. ¡Qué horror!

El Espectador, Bogotá, 7-XI-2014.
Eje 21, Manizales, 7-XI-2014.
Mirador del Suroeste, n° 55, Medellín, agosto/2015.

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Comentarios:

Es una situación muy dolorosa. Pero me temo que cada uno de estos delincuentes está mostrando el rostro de esa sociedad herida. Creo que es hora de mirar a la Psicología Social, para ver dónde y por qué se están engendrando estas patologías. En alguna forma, vacío existencial en en el sujeto que delinque. Y vacío de sentidos en la sociedad de la que forma parte. Jorge Mora Forero, Weston (USA).

Qué cosa tan macabra que esto esté sucediendo en nuestro país. Qué depravación la que lleva a un ser humano a terminar con la vida de su propio hijo. De verdad que uno queda anonadado al enterarse de estos casos. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

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