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Archivo para octubre, 2015

Valeriano Lanchas, niño prodigio

martes, 20 de octubre de 2015 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Nació en Bogotá el 16 de julio de 1976, el mismo día que se estrenaba la Ópera de Colombia. Cuando en el 2006 la entidad cumplía 30 años, le pidió un concierto para celebrar dicha efeméride.

El ciudadano español Felipe Lanchas, su padre, se estableció en Bogotá en 1973 y se casó con la colombiana Marta Nalús, de origen libanés, con quien tuvo 3 hijos. Vinculados al campo docente, los esposos cumplirían destacada labor en varias universidades –dentro del campo de la investigación– y serían los primeros maestros del futuro cantante lírico. Su padre le enseñó a leer música, y de ambos heredó la riqueza de la voz. Dice Valeriano que la voz de su mamá es superior a la de Helenita Vargas, “La Ronca de Oro”.

Marta Nalús me narra el siguiente episodio. A los 6 años lo llevó a la primera ópera en vivo, El matrimonio secreto. Debido a su corta edad, el portero le negó la entrada. “Por favor, déjeme entrar. Yo no molesto”, rogaba el niño. De tanto insistir, logró al fin el acceso al teatro. Sentado en la silla de terciopelo rojo, sus pies no llegaban al suelo. Pero se sentía grande.

Abrumado con la inmensidad del teatro y embelesado con la lámpara y el telón de boca, en un intermedio le dijo a su mamá: “Cuando sea grande, quiero estar donde se paran los señores a cantar”. En ese momento se reveló su vocación musical. El ambiente de su casa vibraba con la música de Garzón y Collazos, con el piano, la guitarra o las rancheras. Los padres cantaban a dúo áreas de ópera o de zarzuela. Esa mezcla entre la música clásica y la popular afinaba el oído, y sobre todo el alma, de quien ya era niño prodigio.

Por aquellos días iniciaba Marta Senn su carrera de mesosoprano, y más adelante ponderaba el talento vocal de Valeriano y su hermoso e inconfundible timbre de voz. Consideraba que “si sabe aconsejarse bien por sus maestros y si sabe evitar la manipulación de los directores de casas de ópera y de los agentes de artistas, sus rutas por el panorama internacional de la lírica le están abiertas”.

En 1986, cuando Hernando Valencia Goelkel cerró la ópera y les dijo a los amantes del género que debían ir al Metropolitan de Nueva York, Valeriano, de 10 años, fundaba la nueva ópera en Colombia. Ópera infantil que se presentaba en reuniones de familiares y amigos con títulos como Rigoletto, Carmen, La flauta mágica.

A los 12 años, daba su primera conferencia de ópera en una fundación cultural de Bogotá. A los 14, metió la ópera –representada en plastilina– en la canastilla de la basura situada al frente de la casa y, ante el estupor de todos, anunció: “Se acabó la ópera de plastilina y empezó la ópera de verdad”.    

A los 19, entró por los caminos de la fama como ganador del concurso dirigido por Pavarotti, cuya finalidad era descubrir talentos jóvenes. En tal escenario cantó Tosca al lado del tenor italiano, que lo calificó como el bajo más joven del mundo. Era su debut internacional. Había abierto el cielo con la voz. Después vendría la cadena de éxitos incesantes por los teatros más prestantes del orbe.

En diciembre próximo será el primer colombiano que cantará como solista en el Metropolitan Opera de Nueva York, la mayor institución de música clásica de Estados Unidos y uno de los recintos más importantes de la ópera mundial. Sitio reservado a figuras consagradas del canto: Plácido Domingo, Luciano Pavarotti, José Carreras… Ahora entra el colombiano a compartir honores con los famosos.

Este recorrido al vuelo por la vida de Valeriano Lanchas permite resaltar su talento innato, que sacó a relucir a los 6 años, cuando Marta Nalús lo llevó al Teatro Colón de Bogotá. Allí quedó seducido por el mundo fascinante que se abría ante sus ojos. El arte lo llevaba por dentro.

Su vida ha estado gobernada por la disciplina, el estudio, la reflexión y la entrega apasionada al bel canto. Por otra parte, es lector empedernido y pintor aficionado. Escribe una novela, que puede suponerse basada en la gran novela de su vida. De chico era aficionado a la colección de gafas y de billetes del mundo. En suma, una inteligencia inquieta y aguda.

Hoy, a los 39 años, Valeriano Lanchas es un niño grande. Goza con los dones de la vida, ríe con las cosas gratas, se complace con los hechos simples. Y ama a su familia. Dueño de exquisito sentido del humor, esa condición la transmite con naturalidad a los personajes bufones que encarna en la ópera. No ha dejado de ser el niño prodigio de los 6 años.

No lo marean los aplausos, ni se deja envanecer por el éxito. Lo emocionan, pero no lo desquician. Sabe que lo que cuenta, por encima de todo, es la conjunción de su arte con su mundo interior.

El Espectador, Bogotá, 16-X-2015.
Eje 21, Manizales, 16-X-2015.

Comentarios

Historia inspiradora. Trataré de ver a Valeriano en el Met. Gloria Chávez Vásquez, Nueva York.

Lo he oído un par de veces en vivo y varias en grabaciones y sin lugar a dudas es uno de los mejores bajos de la actualidad. Alberto Lozano Torres, Bogotá.

Qué gran talento Valeriano Lanchas. Está joven y cuenta con amplios horizontes. Carlos Martínez Vargas, Fusagasugá.

Se fue José Chalarca

jueves, 8 de octubre de 2015 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Mi conocimiento sobre José Chalarca viene de la época en que publicó su primera obra, Color de hormiga (1973). Dicho trabajo corresponde al número 109 de la serie de bolsilibros del Instituto Colombiano de Cultura. Por aquellos días nos conocimos en Armenia. Nació en Manizales el 25 de abril de 1941, y acaba de morir en Bogotá, este 29 de septiembre, a la edad de 74 años.

Con su libro inaugural se dio a conocer como cuentista talentoso. Del mismo género son Contador de cuentos (1980), Las muertes de Caín (1993) y Trilogio (2001). Se distinguió como ensayista con El oficio de preguntar, Marguerite Yourcenar o la profundidad, La escritura como pasión y El biblionavegante, su último libro, publicado en 2014. Otros títulos de su autoría son Diario de una infancia, Aventuras ilustradas del café, Colombia: café y paisaje. También era pintor, y sus obras fueron divulgadas en exposiciones individuales y colectivas.

En su tierra natal se graduó de bachiller en el Instituto Universitario, en 1962, y en Filosofía y Letras en la Universidad de Caldas. Ejerció la docencia y durante 3 años dirigió la revista Siglo XX, gran promotora de cultura. Al mismo tiempo era columnista de La Patria y de diversos periódicos y revistas.

Su ingreso a la Federación Nacional de Cafeteros, a la que estuvo vinculado durante largos años, hasta jubilarse, se debió a un hecho fortuito. Pedro Felipe Valencia, alto directivo de la entidad, le encomendó la escritura de un libro sobre un personaje cafetero. Dicha obra le dio auge en la Federación de Cafeteros. A partir de entonces se vinculó a la vida laboral del organismo, y tiempo después fue nombrado jefe de Publicaciones, donde ejerció reconocida labor como investigador y editor.

En dicho contexto, José Chalarca publicó 10 libros sobre el sector cafetero. Su pasión por el grano le incentivó el espíritu de la investigación, hasta el punto de convertirse en la persona que tenía mayor conocimiento sobre la vida cafetera.

En 1989, siendo Jorge Cárdenas Gutiérrez gerente de la Federación, fue publicado el libro Don Manuel, Mister Coffee, en dos tomos de lujo, y 872 páginas en total, como homenaje a Manuel Mejía en el centenario de su nacimiento. La obra fue dirigida por Otto Morales Benítez y Diego Pizano Salazar. El aporte de José Chalarca en el campo investigativo fue fundamental. Sin embargo, no se le dio ningún crédito en la  obra. Lamentable omisión. Yo supe de su frustración.

Hombre prudente, amable y silencioso, mientras más ciencia acumulaba, y más páginas escribía, y mayor bagaje poseía, más huía de la ponderación y de los honores. Lector empedernido, dedicaba todo su tiempo del retiro a los grandes temas que lo apasionaban. Su tierra natal dejó de tributarle el reconocimiento que merecía.

En carta dirigida a Augusto León Restrepo y publicada en Eje 21 de Manizales, el escritor caldense Eduardo García Aguilar, residente en París, dice al respecto: “Deberíamos comprender que a los autores como él hay que escucharlos y difundirlos en vida. Propiciar encuentros, escribir sobre sus obras. Y no condenarlos al silencio”.

Cuando presentía su muerte cercana, decidió obsequiar gran parte de su biblioteca a la Universidad Tecnológica de Pereira, que le puso el nombre de José Chalarca a una de las salas de lectura. Es preciso exaltar la valía de este señor escritor que honra las letras de su comarca y del país.

El Espectador, Bogotá, 2-X-2015.
Eje 21, Bogotá, 2-X-2015.

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Comentarios

Muy justa y ponderada nota sobre José. Te agradezco que la hayas compartido. Permíteme, ahora, distribuirla entre los tantos amigos comunes que siempre exaltaron la labor literaria de Chalarca. Alpher Rojas Carvajal, Bogotá.

Acabo de leer tu columna con pesar. Llegamos a Roma esta mañana. Conocí a José cuando era una niña. Un hombre y un escritor muy valioso. Hacía muchos años que no lo veía, pero seguí el curso de su vida. Esperanza Jaramillo,  Roma.

Me duele mucho la ida de José, quien antes que escritor y pintor era un ser humano íntegro. Muchos recuerdos vienen a mi mente de cuando éramos compañeros de estudios en el Seminario San Pablo, en Itagüí, contiguo a la finca de los Ospina  Pérez, llamada El Ranchito, donde cursamos Filosofía, y era para esos efectos dependencia de la Universidad de San Buenaventura. Allí buscábamos prepararnos para el sacerdocio como franciscanos, pero la vida nos llevó por diferentes senderos. Tengo la certeza de que José está viviendo en el cielo a plenitud y con los reconocimientos reales que se merecía. Luis Carlos Gómez Jaramillo, Cali.

Nos criamos en el Barrio Sáenz, en Manizales. Después lo encontré en Bogotá, cuando se desempeñaba como alfabetizador en el Plan OCA. Luego pasó a la Federación de Cafeteros. Conversábamos con frecuencia, y nos reíamos de nosotros recordando las duras y las maduras de la infancia y adolescencia. Recuerdo nuestra última reunión en el Colombo Americano de la 19 con Avenida Jiménez, en Bogotá. Recibí en casa una invitación a la exposición de pinturas de José Chalarca, en el Centro Colombo Americano. Entonces llamé a José a contarle de su homónimo pintor. Soltó su carcajada de rigor y me dijo: «No, Javier, ese pintor José Chalarca soy yo, el mismo que conoces y con quien estás hablando. Pintar es mi gran oficio, de él vivo… y sobrevivo de lo que hago en la Federación. Te espero allí, tomamos café y seguiremos con el tema». Javier González Quintero, Bogotá.