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Archivo para abril, 2016

La traición a los pensionados

jueves, 28 de abril de 2016 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En columna del 27 de febrero de 2015 en El Nuevo Siglo, Edmundo López Gómez reveló que el ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas, no solo se oponía al proyecto de reducir del 12 al 4 por ciento la cotización de salud de los pensionados, sino que, según informantes suyos, “se salió de los trapos para amenazar con su renuncia si el Congreso aprobaba la nivelación para la salud”.

El ministro se ha convertido en enemigo frontal de los pensionados, al tiempo que el presidente Santos, tal vez temeroso de perder a su colaborador estrella, en quien tiene puestas todas sus complacencias, no se atreve a contradecirlo. Si le lleva la contraria, tal vez abandona el puesto, y “el palo no está para cucharas”.

Mientras tanto, la promesa de Santos en la pasada campaña presidencial se quedó en el aire, y a ella no ha vuelto a hacer alusión alguna. Oigamos sus palabras: “Sé que un anhelo de todos los pensionados es que se reduzca la contribución a la salud. Hay un proyecto de ley en el Congreso de la República, y yo voy a respaldar ese proyecto de ley. Ustedes han sido las víctimas de un sistema lleno de dificultades, de burocracias, inclusive de corrupción”.

Por segunda vez, el ministro de la plata busca que se hunda el proyecto, alegando falta de sostenibilidad en las cifras del Estado. La socorrida frase vuelve a causar destrozos en la etapa final. Ha habido plata para otras cosas, pero no la hay para la justa causa de los pensionados.

Logra el ministro, como parece ocurrir, que algunos parlamentarios respalden su posición mediante dos artimañas de bajo calibre: buen número de ellos se declaró impedido para votar, alegando que tienen parientes pensionados (¿quién no los tiene?), y otros abandonaron la sesión para no comprometerse y desbaratar el cuórum. Esta actitud de marionetas es la que desdora el ejercicio parlamentario, que anda tan de capa caída.

¿Dónde está el Presidente?, es la pregunta que cabe formular ante semejante desafuero. Los jubilados lo saben: el Presidente no está. Estaba cuando necesitaba sus votos. Incumple su palabra con la mayor frescura para permitir que el ministro maneje el caso a su acomodo. Esta falta de carácter y de sensibilidad social lleva consigo un lastre que no hemos podido quitarnos de encima: ser Colombia uno de los países más inequitativos del mundo.

Incumplir la palabra oficial se volvió costumbre de moda. En las campañas todo se promete, y en la realidad se saca el cuerpo, y no responde el mandatario, en casos como este donde se sacrifica el interés social por conveniencias de otra índole.

Esto sucedió con la eliminación del impuesto del 4 por 1.000, que debía desmontarse  de la siguiente manera: en el 2011 y 2012, 3 por 1.000; 2013 y 2014, 2 por mil; 2015, 1 por mil; 2016, cero. ¿Y qué ha sucedido? Que la tarifa continúa intacta. En junio de 2010, el candidato Santos, enfrentado a Mockus, le manifestó: “Le puedo firmar sobre piedra o mármol, si es necesario, que no voy a incrementar las tarifas de los impuestos durante mi gobierno”.

¿Qué tal que hubiera firmado sobre piedra o sobre mármol? Hoy camina la reforma tributaria que les dará una dentellada a todos los bolsillos, y que en el caso de los pensionados (como si fuera poco) se pretende implantar una tarifa de retención en la fuente.

En contraste con lo que sucede en Colombia con este gremio, en Panamá la ley 6 de junio de 1987 (que ha tenido varias mejoras a través del tiempo) contempla grandes beneficios para los pensionados, consistentes, sobre todo, en descuentos para actos de la vida corriente, como las tarifas de transporte (incluso los aviones), los hoteles, la recreación, las farmacias, los costos financieros, los servicios públicos, la tasa de valorización del inmueble familiar.

Pero no estamos en Panamá, sino en Colombia. Aquí se lucha desde años atrás por una medida de absoluta justicia, y después de las elecciones los oídos se vuelven sordos. Presidente Santos: recupere la credibilidad, que aún es tiempo de rectificar el camino.

escritor@gustavopaezescobar.com

El Espectador, Bogotá, 22-IV-2016.
Eje 21, Manizales, 22-IV-2016.
La Píldora, # 182, Cali, julio de 2016.

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Comentarios

El presidente Santos es un mentiroso profesional; nada lo cumple, nada le importa. Yo he  pensado muchas veces cómo se debería afrontar la toma de cuentas a los mandatarios en nuestro país, porque el engaño ha sido el lugar común. Valdría la pena un debate sobre la legitimidad y la responsabilidad de los gobernantes para que no prometan lo que no pueden cumplir y no incumplan lo que prometen. Hemos caído en la aberración de la democracia y creo que mucha de la culpa es de nosotros mismos que no reaccionamos con visión de Estado. Luis Fernando Jaramillo Arias, Bogotá.

Y eso que el columnista no habló de la traición a los trabajadores en general en la que se convirtió la falsa promesa de Santos de revivir las horas extras y recargos nocturnos a partir de la 6 pm. El asunto quedó en manos del anodino ministro Garzón que ha pasado sin pena ni gloria por el Ministerio del Trabajo. Jhacostar (correo a El Espectador).

Soy uno de los tantos millones de afectados por la traición, los engaños y torpezas del jugador de póker que nos gobierna. Carlos Martínez Vargas, Medellín.

Quien espere que la clase política cumpla con sus promesas es un pobre iluso. En este bello y sacrificado país cuando se adquiere algún cargo público solo se piensa en llenar sus arcas y las de sus allegados. Los demás que hagan fila. Ese es el ejemplo que se le da al puebo. Oscardel (correo a El Espectador).

Si llegan a gravar las pensiones, sería el acto de gobierno más injusto y la ignominia más grande de gobierno alguno. Luis Humberto Sáenz, Bogotá.  

Yo a Santos nunca le he creído. Eso no es obstáculo, sin embargo, para respaldarlo en el proceso de negociaciones que inició y mantiene con las Farc y que será el que lo redima en la posteridad. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

La situación en Panamá efectivamente es otra. Soy ciudadano panameño y allá las cosas son a otro precio con los pensionados: se les respeta, pues fue con el trabajo de ellos que el país se construyó y será con el sudor de los actuales trabajadores con el que el país continuará. Manuel Da Silva Melo, Bogotá.

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Carmelina Soto en el tiempo

martes, 12 de abril de 2016 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Carmelina Soto nació en Armenia el 31 de octubre de 1916, y 77 años después –el 18 de marzo de 1994– murió en la misma ciudad. Salvo pasajeras ausencias, gran parte de su vida transcurrió en su patria chica, donde la conocí en la década del 70.

Siempre quiso nacer y morir en Armenia, porque en su alma palpitaba la esencia de la comarca que había definido un estilo independiente y altivo, como era el propio espíritu de la poetisa. En el soneto Mi ciudad, así le canta a su tierra: “Y nació mi ciudad en sol bañada, / los pies en tierra aurífera y oscura / y una perenne vocación de altura / en la límpida frente iluminada”.

Llevaba en la sangre el brío de los colonizadores antioqueños que irrumpieron en el Quindío para crear una región airosa y productiva. Su padre estuvo presente en la fundación de Armenia y murió cuando ella tenía dos años de edad. A su madre la perdió a los catorce años. No es aventurado pensar que la orfandad temprana marcó tanto su vida como su obra poética.

Este es el año de Carmelina. El centenario de su natalicio. Se dice que una obra solo puede valorarse en la justa medida veinte o veinticinco años después de muerto el autor, y ella se fue del mundo hace veintidós años. Para celebrar la efeméride, el sello editorial Red Alma Mater (Sistema Universitario del Eje Cafetero –SUEJE–), con sede en Pereira, publica el libro Poesía reunida, que abarca la obra completa de la escritora y ofrece reflexivos estudios para juzgar su calidad.

Es el séptimo título editado dentro de la serie Clásicos Regionales. Un grupo de trabajo de la Universidad del Quindío, compuesto por Carlos Alberto Castrillón, Yeni Zulena Millán Velásquez y Luis Fernando Suárez Arango, se encargó de ahondar en el legado poético y presentar variados análisis que permitirán justipreciar este patrimonio regional.

Carmelina publicó tres libros de poesía: Campanas del alba (1941), Octubre (1953) y Tiempo inmóvil (1974). En 1997, Fiduciaria Cafetera –Fiducafé– publicó varias de sus poesías en el libro Canción para iniciar un olvido. En el 2007 se conoció su obra póstuma: La casa entre la niebla.

No es abundante la crítica sobre su creación literaria, toda vez que las ediciones eran de poca circulación. No obstante, voces autorizadas manifestaban su admiración por esta poesía de provincia que al paso de los años tenía cada vez más eco en el ámbito nacional. Según algunos críticos, se trata de la expresión más alta y personal en la poesía colombiana del siglo XX.

 Javier Arango Ferrer dijo que “Carmelina Soto y Meira Delmar son la más certera dualidad poética de Colombia”. Lino Gil Jaramillo declaró en 1975: “Voz lírica de auténtica entonación, sin tintineos de cuentecitas de vidrio”. Por su parte, Rogelio Echavarría anota en su libro Quién es quién en la poesía colombiana (1998): “Su voz es independiente, rebelde, personal, y supera las modas con su claridad, hondura y expresividad”.

En el momento actual, el crítico Carlos Alberto Castrillón comenta, al tiempo que reconoce la valía de los poemas, que “su estatus dentro de la literatura colombiana es aún incierto”. Quizás –pienso yo– no ha existido suficiente empeño de los críticos y los lectores para estudiar su obra. Falta otra valoración.

Por lo mismo que ella era de trato difícil (aislada, huraña, desdeñosa, de genio acre), causaba resistencias para llegar a su poesía. Ignoraba los nuevos valores poéticos de la región y solía buscar conflicto con los antiguos. Huía de la publicidad y no se preocupaba por la edición de sus libros.

Silenciosa, introvertida, apática, discurría por las calles de Armenia (como la vi muchas veces) como una sombra arrastrada por el viento, con aire lejano y el ánimo arisco. Prendas características suyas eran la boina y la bufanda, que enmarcaban su silueta singular. Esto tiene una explicación: su niñez desamparada dejó profundas cicatrices en su personalidad.

Los traumas y desajustes del carácter nacían, cómo no, de sus días de orfandad. Ella se conocía muy bien, y así se pintó en el poema Autorretrato (uno de los mejores de su obra): “Hambrientos y sedientos de la vida, / unos ojos en pleno desamparo. / Y en los labios un gesto… un rictus raro / de sonrisa banal y descreída”. En el mismo poema habla del “melodioso corazón avaro”. No se necesitan más palabras para definir su aspecto físico y la desazón de su carácter.

Nació en plena conflagración de la Primera Guerra Mundial, hecho fortuito, claro está, pero que por algún extraño designio parecía influir en el desasosiego de su alma. Carmelina era explosión y llamarada, lejanía y soledad, canción y arrebato.

Impregnada de tales sustancias anímicas y ambientales, su corazón habló el idioma  de las emociones. Se levantó sobre el mundo adverso que le tocó vivir y escribió su mensaje vehemente –diáfano, definidor, visceral–, a veces con el zumo amargo de la desdicha y otras con el aroma fresco de la rosa.

La palabra rosa campea en su obra como un hálito vital: la repite más de cincuenta veces en sus libros, y no contenta con ello, le agrega epítetos inequívocos: rosa leve, rosa iluminada, rosa-fuego, rosa sencilla, rosa indolente, rosa noctámbula, breve rosa, rosa iluminada, rosa silenciosa, rosa desmayada, rosa perenne…

 “No llamo la atención con mi figura / y paso de las gentes muy lejana / al desgaire el cabello y el vestido”

Esta afirmación, o este autorreproche, están acentuados en el poema Autorretrato. Esa era Carmelina en su vida corriente. Esto no se oponía a que en ocasiones especiales cambiara su atuendo habitual, para embellecer su estampa. Entonces afloraba el toque femenino y se convertía en dama elegante. Quizás en esos momentos volvía a ser la lejana novia que fue de Humberto Jaramillo Ángel, cuando los dos coincidieron como profesores en una escuela rural de Calarcá, llamada La Albania, antes de que ella despertara a las pasiones de Safo.

En noviembre de 1974 la acompañé con mi esposa a una velada cultural que José Restrepo Restrepo, director de La Patria, le tributó en Manizales para escuchar de sus labios algunos de los poemas del libro Tiempo inmóvil, que acababa de salir a circulación. La transportamos en nuestro vehículo.

Una amiga suya de Calarcá le prestó valiosas joyas para exhibir en aquel acto solemne. Ataviada en forma estupenda, tanto con el traje, como con el peinado y las joyas, era otra la Carmelina de ese momento. Dejaba de llevar al desgaire el cabello y el vestido…

Al día siguiente regresamos a Armenia. Mientras yo timbraba en el edificio donde ella vivía, vi, de repente, que un par de muchachos se apoderaban de un bolso que Carmelina había dejado en el borde del andén. Los pillos se echaron a correr y pronto desaparecieron de nuestra vista. En el fondo del bolso, y cubiertas por algunos objetos menores, iban nada menos que las joyas.

La angustia fue grande. De pronto, sentí un pálpito extraño: creí que iba a localizar al par de ladrones en una zona peligrosa de la ciudad. Y así sucedió. Cuando los tuve cerca, ellos advirtieron mi presencia y emprendieron la fuga. Como el bolso los incomodaba, lo tiraron al pavimento. ¡No se habían enterado del tesoro que llevaban escondido en el fondo del bolso! Y supongo que nunca lo sabrán, pues serán malos lectores y no conocerán este artículo.

Con esta crónica curiosa e inédita, ocurrida hace 42 años, describo la metamorfosis que puede vivir cualquier persona. De paso, rindo honor a su memoria. Quizás Carmelina escuche el relato desde su descanso en el parque Sucre de Armenia, donde una placa de mármol protege sus restos junto con su poema a la ciudad nativa.

El Espectador, Bogotá, 8-IV-2016.
Eje 21, Manizales, 8-IV-2016

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Comentarios

Es reconfortante que evoques a Carmelina como una manera de ir rompiendo ese tiempo inmóvil en que parece haber sido recluida. Dije unas pocas palabras durante el acto de inauguración de la placa de bronce en el Parque Sucre, por invitación de la entonces Asociación de Escritores. Carlos A. Castrillón, como cultor, como tutor de nuestras letras no le sigue el paso nadie; ustedes dos hacen un espléndido esfuerzo cultural que nunca sabremos reconocerlo demasiado. Jaime Lopera Gutiérrez, Armenia.

Interesante artículo sobre uno de nuestros mejores valores artísticos forjados en el Quindío. Me encantó tu justo y bien elaborado homenaje. Alpher Rojas Carvajal, Bogotá.

Hace unos meses propuse en La Crónica del Quindío que se pensara en la creación de la Casa de Poesía Carmelina Soto, en Armenia. Le conté al Secretario de Cultura y al señor Gobernador, y les pareció buena idea. Estamos en esa gestión, que sería la manera de vincular a los jóvenes con la poesía de Carmelina. José Nodier Solórzano Castaño, Armenia.

Mi tío abuelo Tomás Calderón –Mauricio– en la hacienda Saboya donde nuestra familia pasaba vacaciones me habló muchas veces de Carmelina Soto y declamaba con donaire sus poemas. También lo hacía el poeta manizaleño Ricardo Arango Franco. En realidad su obra debería ser más conocida. Alberto Gómez Aristizábal, director de la revista La Píldora, Cali.

Cada frase es certera, da en el blanco exacto de las emociones y sentimientos hacia los cuales diriges tus evocaciones. Quienes conocieron a tal mujer, o quienes a raíz de esta glosa lleguen a su obra, habrán elegido la dirección correcta que tu crítica, tu reseña objetiva y ecuánime les señala para ahondar en una obra refinada y breve, intensa, amplia en su belleza y limitada en su producción. Umberto Senegal, Calarcá.

Merecidísimo reconocimiento a quien fue una gran poeta. En solo una ocasión pude alternar con ella, en lectura de versos, y recuerdo la entonación y el contenido admirables y recios. Bien podría figurar en los estrados más altos de la poesía colombiana, si su obra fuera más difundida. Augusto León Restrepo, Bogotá.

¡Qué maravilla de escrito! Profesé por Carmelina una admiración enorme y un afecto entrañable. Algún día te compartiré las notas que nos cruzamos. Alberto Gómez Mejía, Bogotá.

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