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Archivo para enero, 2017

Personaje quindiano

jueves, 26 de enero de 2017 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Para hablar de Carlos Botero Herrera tengo que retroceder medio siglo en la historia del Quindío. Lo conocí en 1969, cuando me establecí en Armenia. Carlos era gerente de la Nacional de Seguros y además sobresalía en otras actividades: compositor, cantante, poeta, periodista, líder cultural y cívico. Cabe aplicar el refrán: “De músico, poeta y loco, todos tenemos un poco”.

Nació en Samaná (Caldas), y desde muy joven se residenció en Medellín, donde cursó los estudios primarios y de bachillerato. Luego se trasladó a Armenia, donde ha permanecido por el resto de su vida.

En la capital antioqueña, como lo cuenta con la sencillez y la simpatía que le son características, se inició como mensajero del bufete de Fernando Mora, donde tuvo oportunidad de conocer y hacerse estimar de figuras eminentes del país, como Diego Luis Córdoba, Belisario Betancur, Gustavo Vasco, el “tuso” Luis Navarro Ospina, Gil Miller Puyo y el poeta Rafael Ortiz González. En Medellín comenzó a escalar posiciones en el campo laboral.

En 1956 llegó al Quindío. Años después le fue ofrecida la gerencia de la Nacional de Seguros, que ejercería durante 25 años. En su época de retiro fue asesor de varias firmas aseguradoras.

En el Quindío se embriagó de paisajes, belleza y emociones. El mayor éxito en el arte lo obtuvo hace 60 años con el bambuco Campesinita quindiana, convertido en himno regional de la vida agrícola. Con Caña azucarada conquistó el primer puesto en el festival de la canción en Villavicencio, junto a José A. Morales, premiado con su bambuco Ayer me echaron del pueblo.

Años después, Sangre de café, con letra del escritor caldense Iván Cocherín y  música de Botero Herrera, fue la ganadora del Centauro de Oro en el mismo festival. Un día, Carlos se hallaba en San Andrés disfrutando de una movida fiesta a la orilla del mar. Contagiado de trópico y acuciado por sus amigos para que le pusiera poesía al paisaje, pidió papel y lápiz y en minutos escribió su famoso Jhonny Kay, que en los años 60 sería una de las canciones resonantes de Leonor González Mina –la Negra Grande de Colombia–.

Cumbias, bambucos, pasillos, boleros y baladas del autor quindiano han vibrado en las voces y los instrumentos de grandes intérpretes de la canción: Dueto de Antaño, Cantares de Colombia, la Negra Grande de Colombia, Trío Martino, Lucho Ramírez, Víctor Hugo Ayala.

En 1963, la Gobernación de Caldas le publicó el volumen de poesía que lleva por título Mares de fuego. Desde entonces, no ha vuelto a aparecer un nuevo libro suyo, a pesar de que su producción literaria es numerosa, al igual que la musical. Es autor de delicados poemas inéditos, de corte romántico, que he tenido el privilegio de conocer.

Sobre la poesía que se explaya en las canciones, y que los críticos suelen no verla, me viene a la mente el caso del reciente nóbel de literatura, el compositor y cantante Boy Dylan, sobre quien la academia sueca expresó el siguiente criterio al otorgarle el galardón: “Haber creado nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición americana de la canción”.

¿Qué ha sucedido para que la obra del autor quindiano duerma en el olvido? Ojalá tomen nota los promotores de la cultura regional y rescaten su poesía con motivo de los 90 años que cumple en el 2017.

El Espectador, Bogotá, 20-I-2017.
Eje 21, Manizales, 20-I-2017.
La Crónica del Quindío, Armenia, 22-I-2017.
Academia de Historia del Quindío.

Comentarios

Leí con atención y emoción tus letras sobre Carlos Botero Herrera. Me pareció estar viendo su figura campechana recorriendo aún las calles de Armenia con su sombrero de tela, la camisa abotonada al cuello, su mirada paisa y afabilidad eterna. Representa, siempre alegre y entusiasta, al abuelo de un pueblo, de una sociedad, que lleva con orgullo su cultura y habla con humildad y sabiduría. Carlos vibra con todo, él tiene la cualidad de ver en cada cosa, por pequeña que sea, universos infinitos que goza como un niño. Armando Rodríguez Jaramillo, Armenia.

Me gustó mucho el artículo sobre Carlos Botero Herrera. Hay que rescatar muchas cosas hermosas que tenemos en Colombia: los valores, el folclor, etc. Se trata del legado que han dejado nuestros padres. Joaquín Gómez, Santa Marta.

Con tu magnífica nota me has removido recuerdos sobre los logros artísticos e intelectuales del inolvidable compositor. Gracias por añorarlo de tan bella manera. Alpher Rojas, Bogotá.

Un merecido reconocimiento y recuerdo para quien en sus canciones exalta a nuestra tierra y sus nobles sentimientos. César Hoyos Salazar, Bogotá.

Hermosa semblanza de un hombre hoy casi invisible. María Eugenia Beltrán Franco, Armenia.  

Leí tu columna sobre el querido amigo, compositor y poeta Carlos Botero. Aunque hace muchos años no hablo con él, siempre lo he apreciado y admirado como intelectual y excelente amigo. Considero la columna  como un homenaje muy justo a quien toda su vida la ha dedicado a la creación artística tan incomprendida y mal remunerada. William Piedrahíta González, colombiano residente en Estados Unidos.

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El Quindío actual

sábado, 14 de enero de 2017 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En 1969, tres años después de iniciada la independencia administrativa del Quindío, llegué a Armenia como gerente de un banco, posición que ejercí durante quince años, hasta mi regreso a la capital del país. Por lo tanto, me correspondió presenciar el despegue del nuevo ente territorial, que debido a su dinamismo y organización fue bautizado como el “departamento piloto de Colombia”.

La región pasaba por el mejor momento de prosperidad bajo el empuje del café, que era la principal fuente económica del país y que tenía al Quindío como uno de los grandes productores del grano. Se contaba con una clase dirigente de lujo, salida de los dos partidos tradicionales, cuya mira primordial era el progreso de su tierra.

El mayor auge se vivió con las bonanzas cafeteras iniciadas en el periodo 1975-1977. El Comité de Cafeteros cumplía ponderada labor al encauzar la riqueza hacia obras de infraestructura rural. Esto permitió la construcción de vías, acueductos y otros planes esenciales para la comarca. No faltaban los problemas, pero había voluntad y capacidad para resolverlos.

Atraído por la bonanza cafetera, en 1978 apareció Carlos Lehder, oriundo de Armenia y convertido en capo de la cocaína. La sociedad se pervirtió bajo el imperio de las drogas y el dinero corrupto. Todavía quedan secuelas de aquella época nefasta.

Más tarde ocurrió la caída del café en la vida colombiana. Esto ocasionó en el Quindío la grave crisis económica de la que aún no logra recuperarse. Mi novela La noche de Zamira (1998) se mueve en esta atmósfera de la riqueza repentina y la pobreza desconcertante.

Como la gente quindiana es creativa y no se deja apabullar por los reveses, nacieron planes para sustituir el café por otros productos y fomentar el turismo en las fincas hoteleras que hoy atraen a numerosos visitantes. Pero el remedio no ha sido suficiente para conseguir el brío económico de otras épocas.

El terremoto de 1999, la mayor catástrofe que ha sufrido la región, dejó tremendos daños en el Eje Cafetero: 26 municipios afectados, 1.230 muertos, 5.300 heridos, 50.000 edificaciones averiadas. El impacto mayor lo recibió el Quindío, y sobre todo, su capital. Sin embargo, gracias al estoicismo, el esfuerzo y la valentía de la población, brotó de las ruinas una ciudad moderna. Y un Quindío nuevo.

Con mi cordial amigo César Hoyos Salazar, expresidente del Consejo de Estado y exalcalde de Armenia, ciudad bella y pujante, recorrí hace poco tanto el área urbana como los municipios quindianos. Y me maravillé de las obras de esplendor y desarrollo que surgen por todas partes.

Hay serios problemas, como la depresión económica, el desempleo, las bandas criminales, la corrupción, la degradación social, pero el territorio sigue en pie. Parece que estuviera ileso después del terremoto. Es increíble que haya resistido tantas desgracias.

Hacen falta los dirigentes de avanzada de otros días, y ojalá se busquen fórmulas salvadoras para salir de la encrucijada actual. En el portón de una casa de Pijao leí este aviso que adquiere mucho sentido en estos días: “El agua vale más que el oro. No a la megaminería”.

La región cafetera fue declarada por la Unesco, en el 2011, Patrimonio de la Humanidad, y como homenaje a la belleza ecológica recibió el título de Paisaje Cultural Cafetero de Colombia. Honor inmenso que debe compaginarse con el florecimiento económico y social que se perdió, y que medio siglo atrás hizo del Quindío el “departamento piloto de Colombia”.

El Espectador, Bogotá, 23-XII-2016.
Eje 21, Manizales, 23-XII-2016.
La Crónica del Quindío, Armenia, 28-XII-2016.

Comentarios

Serio, objetivo y brillante tu análisis del Quindío actual. Fue un gran honor y una gran satisfacción haber podido recorrer algunas poblaciones y lugares que mantienes vigentes en tu memoria. César Hoyos Salazar, Armenia.

Una hermosa evocación de nuestras glorias y miserias consignadas por un agudo e inteligente analista de nuestro acontecer como pueblo, testigo fiel de nuestras realizaciones y quimeras. Óscar Jiménez Leal, Bogotá.

Este acertado retrato del Quindío es otro eslabón documental para quienes buscan elementos objetivos y críticos de construcción histórica de nuestra identidad regional. Eres uno de quienes conservan en su memoria, en su obra, en su corazón, todos aquellos recuerdos y la nostalgia vívida, no solo de lo vivido, sino de lo observado. Cada página tuya sobre el tema enriquece los archivos culturales de nuestra región. Umberto Senegal, Calarcá.

Los paisas han sido una raza fuerte y pujante. Los tiempos difíciles los han hecho más fuertes. Esa raza trabajadora tiene que seguir demostrándole al resto de colombianos cómo se sale adelante cuando hay amor a la región y respeto por los demás. Mauricio Guerrero, colombiano residente en Estados Unidos.

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