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El árbol transmite vida

martes, 13 de junio de 2017

Por: Gustavo Páez Escobar

En Bogotá, hace 24 años, lloré la muerte del frondoso pino –todo lleno de vida, de gracia y poesía– que estaba sembrado en una avenida de la capital frente a mi cuarto de estudio. El peso lo doblegó y lo dejó inerte en el pavimento, por falta de control de los técnicos, mientras esparcía en el aire exquisitos aromas, quizás como un adiós a la vida.

Escribí entonces el artículo titulado La muerte de un árbol, y el director de la CAR, don Eduardo Villate Bonilla, me obsequió en remplazo, para mitigar la pena, un arbolito recién nacido. Se cumplía así la ley inexorable de la existencia (nacer y morir), que rige tanto para los hombres como para las plantas.

De paso por Cúcuta hace 27 años, quedé fascinado con su preciosa arborización, que la hacía distinguir en el país como sitio ecológico por excelencia. Toda la ciudad estaba cubierta por espeso manto telúrico, donde prevalecían el acacio, el cují y el almendro, árboles emblemáticos que oxigenaban el ambiente y le daban encanto al paisaje. Por tal razón, ostentaba el título de “Cúcuta, Ciudad Bosque”, que ojalá no haya dejado perder.

En las selvas vírgenes del Putumayo admiré la majestad de los árboles milenarios, cuya altura podía sobrepasar los 50 metros, y a cuyo amparo germinaban las zonas boscosas pobladas de todo género de matas e infinitas corrientes de agua. La Amazonia, el bosque tropical más extenso del planeta, es todavía el pulmón del mundo, pero cada día lo estropean más los depredadores de la naturaleza.

En los días actuales, veamos algunas escenas alrededor del árbol. Los habitantes que rodean el Bosque de Bavaria (calle 7.ª con avenida Boyacá) protestan por la tala de más de 3.500 árboles que piensa efectuarse para llevar a cabo la construcción de cerca de 3.000 viviendas. Un vecino del sector dice que “no nos oponemos al desarrollo urbanístico, sino que pedimos que se conserve este importante pulmón para nuestros barrios, que tienen escasez de espacios verdes”.

En la calle 77 con carrera 9.ª está enfermo, en cuidados intensivos, el legendario nogal de 100 años que le dio el nombre a uno de los barrios históricos de Bogotá. Para salvarlo, se le sometió a una cirugía en la base del fuste, se le retiró la corteza podrida y se le suministran eficaces fertilizantes.

Mientras tanto, en los Cerros Orientales se atropella la arboleda nativa con la construcción ilegal de suntuosas viviendas y el negocio de la madera. Ese mismo daño ecológico lo produce en el país la explotación de la minería.

Bogotá tiene 53.000 árboles enfermos, de un total de 1’258.000, que es el patrimonio de la capital. Entre ellos, casi medio millón está ubicado en Suba, Chapinero y Usaquén. Algunos de los enfermos son atendidos a tiempo, y otros se desintegran, como mi pino de la avenida, por falta de asistencia oportuna.

Los árboles transmiten vida, encanto, belleza. Son el mejor ornato del paisaje. Sirven para descontaminar el ambiente y atraer las aves del cielo. Favorecen la biodiversidad urbana, y con sus zonas verdes propician el deporte, la diversión, la alegría. No es posible tener una sociedad sana sin la presencia de este amigo de la civilización.

Dijo el conde de Chesterfield: “Si no plantamos el árbol de la sabiduría cuando jóvenes, no podrá prestarnos su sombra en la vejez”.

El Espectador, Bogotá, 9-VI-2017.
Eje 21, Manizales, 9-VI-2017.
La Crónica del Quindío, Armenia, 11-VI-2017.

Comentarios

Comparto lo que expresa el artículo: a veces con el afán de dinero de las constructoras, del Gobierno por cumplir planes de «desarrollo» o mostrar que en algo está avanzando, se olvida que la naturaleza es vida y no se piensa en el futuro ni en el daño que poco a poco acaba nuestro planeta. Diana Muñoz Herrera, Bogotá.

De las cosas que más me gustan cuando voy a Villa de Leiva es deleitarme contemplando la hermosa vegetación que rodea la casa, y me genera profundo placer despertarme, descorrer las cortinas y dar gracias a la vida de poder contemplar el hermoso paisaje con diversos tonos de verde y flores de distintos colores. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

En el barrio donde vivimos hemos estado contentos porque se respetan los árboles aledaños. La cuadra tiene mucha naturaleza verde. Cuando construyeron los edificios altos, hace 10 años, de inmediato se plantaron árboles grandes y ahora están fuertes y muy lindos. Se conservan los árboles de la alameda y en ellos viven cantidad de pajaritos. Eso nos da mucha alegría. Fabiola Páez Silva, Bogotá.

“Plantemos nuevos árboles, la tierra nos convida, / plantando cantaremos / los himnos de la vida. / Los cánticos que entonan las aves en sus nidos, / los ritmos escondidos del alma universal. / Plantar es dar la vida / al generoso amigo / que nos defiende el aire, / que nos ofrece abrigo. / Él crece con el niño, / él guarda su memoria, / en el laurel es gloria / y en el olivo, paz”. Recuerdo estos sencillos versos que, en la escuela, nos hacían cantar. Era una elemental clase de ecología. Hoy eso no se escucha, ni las clases de urbanidad y cívica que ayudaban a formar mejores ciudadanos. William Piedrahíta González, colombiano residente en Estados Unidos.

No es posible imaginar el universo sin árboles. Son el paisaje, el hogar del espíritu silvestre, el horizonte; la referencia inmediata con lo inalcanzable. Sin ellos nos faltaría el aliento. El árbol está ligado al desarrollo del hombre, a la civilización. Representa  la casa que permanece en la memoria; el albergue para el dolor que no se dice. Cuando los años pasan levantamos sus  ramas, en cada puesta de sol, para volver a mirar la infancia. El árbol es elemento espiritual de todas las culturas. Nuestra última sombra. Riqueza del hombre y destino del viento. Esperanza Jaramillo García, Armenia.

Estuve escribiendo durante todo el año 2015, en Eje 21 de Manizales, mi serie sobre el sufrimiento y la muerte de los árboles en Manizales, debido al odio genético de mis paisanos por este dador de vida y de belleza. No hay nada que me duela más, aparte de la de los amigos y otros seres humanos, que la muerte o el sufrimiento  de los árboles. Aunque a veces dudo si no es mayor este dolor. Quizá uno de los últimos textos, que impidió la tala en un 70% de ellos, es la carta a las autoridades manizaleñas en la que fungí de amanuense de los urapanes amenazados. Hernando Salazar Patiño, Manizales.

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