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El triste final de una biblioteca

domingo, 27 de marzo de 2016

Por: Gustavo Páez Escobar

El escritor calarqueño Humberto Senegal figuraba en su comienzo literario, en los años 70, cuando lo conocí, como Humberto Jaramillo Restrepo, su nombre de pila. Desde 1974 eliminó la h, y pasó a ser Umberto Senegal. Extraño cambio, ya que la nueva grafía estaría bien para Italia, pero no para Colombia. No obstante, supuse que con dicho acto le rendía un homenaje a Umberto Eco.

Pero la historia es otra, y voy a contarla. La he sabido por él mismo, a raíz de un artículo que escribí hace poco sobre el escritor italiano con motivo de su muerte. “Se trata de una historia ácida, un poco amarga”, me dice.

Mi amigo quindiano es hijo de Humberto Jaramillo Ángel, ilustre escritor de la región. Lustros después, decidió suprimir los apellidos y utilizar el seudónimo de Senegal. Pasaba, pues, a llamarse Humberto Senegal (con h). Y luego, Umberto Senegal (sin h). Con este seudónimo ha publicado cerca de 20 libros. Me imagino que realizó esta metamorfosis para adquirir su propia identidad como escritor, ya que la semejanza de su nombre con el de su padre se prestaba para confusión.

En 1996, Senegal se separó de su primera esposa, Gloria Inés, quien, al quedar inconforme con esa decisión, amenazó con quemar la biblioteca y ocasionarle otros daños si no regresaba al hogar. Su biblioteca estaba integrada a la de su padre, en Calarcá, y este había fallecido en 1996. Eran cerca de 20.000 volúmenes.

Pasaron dos años sin que Gloria Inés cumpliera su amenaza, y Senegal supuso que el caso se quedaba así. No pasó a recoger ese material literario, creyendo que ella lo iba a respetar. Por otra parte, ella se mantenía en la tónica de no devolverlo. De pronto, el escritor se enteró de que Gloria Inés había quemado gran parte de su obra inédita (crónicas, poesía, haiku, ensayos, una monografía sobre el cacique Calarcá, correspondencia y otras cosas). De este modo, desaparecía buena parte de su obra de juventud.

La biblioteca se desmembró cuando la exesposa comenzó a vender y regalar los libros de ambos escritores. Desde antes, Mercedes, la mujer que vivía con Jaramillo Ángel, trasladaba a su casa en Armenia libros con dedicatoria que consideraba importantes, con la intención de sacar de ellos algún provecho económico. Aliadas las dos mujeres en el mismo propósito devastador, al paso de los días la famosa biblioteca Skyros (bautizada así por  el escritor fallecido) quedó reducida a la nada.

“Fue una masacre bibliográfica”, dice Senegal. Desaparecieron valiosas ediciones acumuladas a lo largo de muchos años, y de aquel tesoro solo se salvó el recuerdo. No creo que fueran muchos los libros que ellas lograron vender –a precio mínimo, claro está–, y es fácil pensar que la gran mayoría de los 20.000 volúmenes fueron regalados, quemados o tirados a la basura.

Cuesta trabajo admitir que las mujeres de estos connotados escritores pudieran cometer una acción tan vil, tan soterrada y tan demencial. ¿Por qué lo hicieron? La de Senegal, ya lo sabemos, por un acto de venganza. La de Jaramillo Ángel, que en los últimos años estuvo muy cerca de él en su actividad cultural, tal vez porque los libros se le habían convertido en una carga y no sabía qué hacer con ellos para disponer del espacio.

Salta otra pregunta: ¿Y por qué no donaron la valiosa colección bibliográfica a una universidad, una biblioteca pública u otro centro de cultura, donde prestaría gran provecho para la comunidad? He aquí un ejemplo demoledor del triste final que pueden tener los libros de los escritores.

Habla Umberto Senegal: “Ante el insensato y reprochable acto, mi simbólica decisión fue borrar la h de mi nombre. Borrar, con tal letra inicial, ese oscuro e ingrato pasado. Iniciar un nuevo ciclo literario con el nombre de Umberto. La h se lleva todo lo ingrato. Al fin y al cabo no tenía sonido. Es decir, no quería que la quema de mis libros tuviera repercusiones sentimentales o de cualquier índole en mi vida. Cuantos libros nacieron luego de aquella quema, vienen sin la h. Una nueva época de mi vida, sin resentimientos, con aquello convertido en anécdota cruel. Este Umberto fue el que renació de mis libros perdidos”.

La máquina del escritor

En 1980, a Humberto Jaramillo Ángel le robaron en Calarcá, de la misma casa biblioteca Skyros que rescata esta crónica, su vieja máquina de escribir. Esta, al igual que los libros extinguidos, no tenía precio material, pero sí inmenso valor sentimental en el alma del propietario. ¿Quién iba a dar algo por una máquina vieja?

Yo, que conocí de cerca la honda pena que Jaramillo Ángel sufría por este hecho también demencial, escribí la nota titulada La máquina del escritor (El Espectador, 19-V-1980). En ella había escrito la mayoría de sus libros, lo mismo que los frecuentes artículos de La Patria que hizo famosos con el seudónimo de Juan Ramón Segovia.    

Era de las personas más eruditas en el país sobre la obra de los clásicos españoles, y sobre ellos dejó sesudos ensayos en libros, revistas y periódicos. De tanto conocerlos, se mantenía en diálogo constante con Azorín, Unamuno, Baroja, Juan Ramón, Cervantes… Este material, que dejó como legado espiritual para su hijo y su tierra, y que era el testimonio de toda una vida dedicada al estudio y la creación, quedó destruido en manos de las dos mujeres pirómanas.

Sobre la máquina hurtada, yo decía en aquella nota de hace 36 años:

“Era, más que una máquina, un heraldo. Tal era el temperamento de esta noble herramienta de trabajo que desapareció, en la noche oscura, sin dejar rastro, y no por infidelidad, sino por ajena bribonada. No era una máquina cualquiera. Era el brazo derecho de Humberto Jaramillo Ángel, el escritor y el poeta.

“Para qué decir que era también su diosa protectora. La consentía como a la niña de sus ojos. La máquina del escritor ha muerto. Murió en manos sacrílegas. La máquina del escritor –de Humberto o de cualquier artista– va pegada a su propio estilo. Se anida en su alma, y con esto se dice todo. Cuando se cambia de máquina es como si se cambiara de piel. Me contó la noticia con pena. Seguirá escribiendo, sin duda. Y sabrá que algo ha muerto en él”.

Por fortuna, a Jaramillo Ángel no le tocó sufrir la pena y el desconcierto que afligieron a su hijo Senegal y lo llevaron a suprimir la h que lo ligaba al pasado, para resurgir a la vida literaria mediante un acto que él llama de “psicomagia”. ¿Qué sentiría hoy Jaramillo Ángel si supiera que su biblioteca fue reducida a cenizas?

El Espectador, Bogotá, 19-III-2016.
Eje 21, Manizales, 19-III-2016.
La Crónica del Quindío, 20-III-2016.

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Comentarios

Ignoraba esos detalles de la biblioteca de Humberto y Umberto y me asombra que fuesen veinte mil libros, muchos de los cuales deben andar por ahí en las librerías de usados. Lo anecdótico de la historia (dos mujeres y muchos libros) daría para una novela con muchas intrigas incluidas. Queda viva la enorme biblioteca de Nelson R. Mora cuya viuda, Alicia, hace de curadora con toda discreción y responsabilidad. Los libros de filosofía y sociología que algún día conocí allí son notables. Jaime Lopera Gutiérrez, Armenia.

Qué triste episodio, el cual se repite a diario en muchos lugares del mundo con libros de anónimos lectores, desterrados al olvido por sus herederos. Hernán Alejandro Olano García, Bogotá.

Simpática, triste y patética la historia sobre la biblioteca y la máquina de escribir de Humberto Jaramillo Ángel. Contada con ameno y preciso estilo, fue un verdadero deleite leerla y releerla. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Son relatos de felices amores y consecuencias absurdas; es la historia de hasta dónde puede llegar una venganza amorosa. Que Dios nos libre de algo por el estilo. Jorge Enrique Giraldo Acevedo, Íquira (Huila).

Confieso que la columna me dejó muy sorprendido y con un amargo sinsabor al conocer detalles de hechos tan despreciables como los protagonizados por las citadas mujeres. Recuerdo con agrado algunas amenas  charlas con el escritor Humberto Jaramillo Ángel, cuando él era un viejo caminante en estas calles del Armenia, de una época ida y cuando aún andaba solo, sin la casi  permanente compañía de su  «amiga especial», como se refería a su Mercedes. Gustavo Valencia García, Armenia.

La historia parece mentira. Ese par de mujeres no tienen perdón de Dios. Quemar un solo libro es un despropósito, qué decir de toda una colección adquirida con tanto trabajo y dedicación. Quedé estupefacto. Pablo Mejía Arango, Manizales.

Un artículo conmovedor. ¡Hasta dónde puede llegar el resentimiento para realizar tamañas acciones! En lenguaje cotidiano, «unas joyitas de mujeres». Elvira Lozano Torres, Tunja.

Vaya si es tremenda, triste, extraña, esa historia terrible de las bibliotecas de Humberto Jaramillo Ángel, a quien tanto recuerdo porque lo conocí, a quien tantas veces leí con su seudónimo de Juan Ramón Segovia, en La Patria, y de su hijo Umberto Senegal, a quien no conozco ni he leído. Qué triste manera de terminar la vida de una biblioteca que seguro era muy valiosa y pudo haber sido de inmensa utilidad en alguna entidad cultural del Quindío. ¡Hasta dónde pueden llegar el despecho, la rabia, el rencor, el desengaño en una persona! Hasta llegar a desmembrar,  quemar,  malbaratar,  tirar libros que a otros les gustaría tener. Diana López de Zumaya, Ciudad de Méjico.

Has narrado muy bien la historia que todos los amigos de Umberto conocemos. La verdad, se precisa tener muy mal corazón para quemar un libro.  La obra de Senegal es muy amplia e importante. Se sobrepuso con valor a la pérdida de sus trabajos de juventud, y bien valía suprimir la h.  Traes muy bien a colación lo ocurrido al padre con su máquina de escribir.  Debió ser terrible para Humberto. Esperanza Jaramillo García, Armenia.

Es un cuento bien contado,  pues a raíz de la desaparición de la H de Humberto  en el nombre literario de Umberto Senegal, se ha puesto al descubierto la deplorable historia de una gran biblioteca, donde los afectados, dos escritores –padre e hijo– sufrieron el tormento de las llamas del infierno, de manos de sus mujeres resentidas, vengativas e indolentes ante  más de 20 mil volúmenes que olímpicamente y con  alevosía desaparecieron  de la faz literaria del país. Doloroso relato. Sin embargo, el escritor Umberto Senegal, como el ave fénix, resurgió de las cenizas, como respuesta a su sensibilidad y capacidad de creación. Inés Blanco, Bogotá.

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