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La infidelidad, plato del día

martes, 29 de junio de 2010

Por: Gustavo Páez Escobar

El Centro Nacional de Consultoría formuló diversas preguntas a 354 personas residentes en las 4 principales ciudades del país (grupo compuesto por 179 hombres y 175 mujeres) sobre el tema de la infidelidad. Los resultados, aunque alarmantes, no pueden considerarse sorpresivos dentro de la realidad que vive el país.

La mayor revelación es ésta: 8 de cada 10 hombres y 3 de cada 10 mujeres han sido infieles alguna vez en la vida. Como esas personas pertenecen a distintas edades, oficios y categorías sociales, y sus respuestas sobre los diferentes aspectos planteados configuran situaciones comunes que nadie ignora, dicha consulta es como si se hubiera hecho a toda la población colombiana.

Ser desleal en la relación de pareja, trátese de novios o de esposos, se volvió asunto corriente. Cuestión de moda. En viejos tiempos, el matrimonio era una institución seria y el compromiso de los cónyuges se regía por severas reglas dictadas por la disciplina social. Era la sociedad, como protectora de la familia, la que se encargaba de reprobar las conductas díscolas. Así se vigilaba la moral pública y se fortalecía la vida del hogar. Esa había sido una de sus funciones primordiales, pero ahora la sociedad se descarriló.

La norma institucional con que se une a los contrayentes: “hasta que la muerte los separe”, tenía en viejos tiempos carácter sagrado para los esposos. Hoy, los novios la invocan más con los labios que con el corazón y ni siquiera le dan el sentido romántico de antaño, porque el romanticismo anda también de capa caída. La metamorfosis es absoluta.

En la época actual, con las costumbres permisivas y complacientes a que ha llegado la frivolidad reinante, cualquier desvío de los antiguos cánones está permitido. La sociedad dejó de tener preceptos. Prefirió la anarquía. Digámoslo con más claridad, y con profundo estupor: hoy los desvíos son los que hacen la regla. La fidelidad ya no existe. Pasó la época de los dogmas y los rigores espirituales. ¿Cómo va a existir la fidelidad si los primeros que la atropellan y la infringen son los altos personajes de la sociedad?

Al preguntarse a los encuestados por qué habían sido infieles, el 52 por ciento de los hombres y el 42 por ciento de las mujeres respondieron que por curiosidad. Es decir, por fisgoneo, por aventura, por liviandad, por búsqueda ansiosa del placer, por invasión del predio ajeno. Tanto hombres como mujeres, en la gran proporción que muestra el sondeo, tiran por la borda los principios y rompen el matrimonio del mejor amigo o de la mejor amiga. ¿Cuáles principios? Por principio se entiende la vigencia de una base ética o moral, y el mundo moderno se está quedando sin esas miras de comportamiento.

Otro alto porcentaje de las respuestas señala que la mayor infidelidad se comete con el viejo amigo o amiga, con el compañero o compañera de trabajo, o con la persona más joven que su pareja. Si descendemos en la escala, el enredo abarca al desconocido o al recién conocido… ¡Vaya destreza para el amorío fugaz! Y al indagar por los resortes que mueven la acción desleal, se traen a cuento el licor, la fiesta de la oficina, la oportunidad, el hastío, el encuentro de nuevas sensaciones, la seducción del conquistador…

Para todo hay respuesta. Pero no justificación. El anonimato dice siempre la verdad. Y con esta verdad protuberante de las confesiones secretas, se pinta un país destruido en las pautas rectoras de la moral y de la ética. La sociedad se ha desentendido de proteger la vida hogareña y de formar gente de bien para el mañana. ¿Quién es la sociedad? ¡Nosotros mismos!

Con bases tan deleznables, y con esa sed insaciable de aventura y placer, y con esa moda rampante de la traición, y con esa serie inacabable de matrimonios que se unen por curiosidad –o “porque toca”– y se separan al poco tiempo, el país camina hacia el abismo. Colombia está en crisis: ha dejado perder el tesoro de las relaciones humanas.

La fidelidad, como el carácter, es un valor fundamental de la vida. La pareja consigue equilibrio emocional y lo genera en los hijos cuando los dos miembros se tienen mutua confianza y rechazan los halagos pasajeros. Los conflictos de pareja son entendibles, pero nunca lo es la infidelidad, que no tiene excusas. Cuando no existe entendimiento, separarse es la solución. El amor verdadero sólo se logra con la rectitud de los sentimientos.

El Espectador, Bogotá, 20 de septiembre de 2005.

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