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Francisca Josefa del Castillo

martes, 27 de octubre de 2009

Por: Gustavo Páez Escobar

Le corresponde a la ciudad de Tunja el privilegio de ver nacer en sus lares, hace más de tres siglos, a Francisca Josefa del Castillo y Guevara, de noble alcurnia, que estaba predestinada para nobles destinos. La primera inclinación que ella muestra desde tierna edad es su amor por las letras. A los 18 años -en 1689- ingresa al convento de las clarisas, llamada por otra vocación que le viene por tradición familiar: la vida religiosa. Estas facetas entrelazadas, la literatura y el ascetismo, serán el bálsamo de su alma y la motivación de su existencia.

Corriendo el tiempo, dirige el convento de Santa Clara la Real, dignidad que desempeña en tres ocasiones, luego de ejercer diversos oficios del claustro, desde portera hasta madre abadesa. En el camino de las letras transita por diferentes disciplinas, y conforme aumenta su fervor cristiano, se robustece y espiritualiza su obra literaria, hasta coronar la cumbre de sus convicciones místicas. Entre sus escritos sobresalen su autobiografía y la obra Afectos espirituales.

Con la madre Castillo se inicia el misticismo escrito en Colombia, y es la autora neogranadina más destacada en este género. Su fama trasciende las fronteras patrias, con ribetes cada vez más realzados. Es la Santa Teresa de Jesús de nuestras letras, y sus escritos guardan paralelos con los de Sor Juana de la Cruz, Santa Rosa de Lima y San Juan de la Cruz. Tunja, la ínclita ciudad de los blasones y las leyendas, es la cuna privilegiada de esta monja inquieta y espiritual que produce un estremecimiento literario en los demás países latinoamericanos y en España.

La Contraloría General de Boyacá, que acaba de cumplir 77 años de existencia, al frente de la cual se encuentra el doctor Aurelio Villate Rodríguez, ha tenido el acierto de perpetuar la memoria de la madre Castillo mediante el otorgamiento de la medalla que lleva su nombre, la que desde 1983 se confiere a personas que se distinguen por su aporte a las causas boyacenses. Honda emoción experimenté en días pasados al verme favorecido con esta presea, en asocio de los escritores Enrique Medina Flórez, Mario H. Perico Ramírez y Julio Barón Ortega.

Sea oportuno el momento para mencionar, en el campo de las letras regionales, otro nombre ilustre, digno de exaltación. Se trata de Laura Victoria, la poetisa más famosa del país en los años 30 del siglo XX, quien con su obra erótica revolucionó la literatura nacional y alcanzó alto renombre en los países latinoamericanos, al lado de Gabriela Mistral, Juana de Ibarbourou, Alfonsina Storni, Delmira Agustini y Rosario Sansores. Luego se radicó en Méjico, hace más de sesenta años, y allí tuvo un sorpresivo viraje hacia la poesía mística y los temas bíblicos.

Colombia y Boyacá se han olvidado de Laura Victoria. Con motivo del centenario de vida que cumplirá el año entrante, resulta propicia la ocasión para que su tierra boyacense le tribute el homenaje que merece por su valiosa carrera literaria. Hace poco terminé, como resultado de varios años de investigación, una biografía sobre mi ilustre paisana soatense, la que ojalá pudiera ver la luz en el ámbito regional.

Francisca Josefa del Castillo y Laura Victoria se unen, en la distancia del tiempo, como dos glorias de Boyacá. Sus almas románticas y místicas brotaron como insignias de la raza boyacense, y aquí continúa y continuará su recuerdo para ennoblecer el sentido de la vida y dignificar el oficio de escribir.

El Espectador, Bogotá, 17 de julio de 2003.
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