El zar del café

martes, 27 de octubre de 2009

Por: Gustavo Páez Escobar

A los dos tomos publicados en 1989 por el Fondo Cultural Cafetero como homenaje a don Manuel Mejía, que durante 20 años dirigió los destinos de la Federación Nacional de Cafeteros, sigue hoy el volumen que honra el nombre de don Arturo Gómez Jaramillo -el llamado “zar del café”-, que sucedió a  don Manuel Mejía por espacio de 24 años. Los doctores Otto Morales Benítez y Diego Pizano Salazar, expertos en temas cafeteros, fueron los coordinadores de ambas obras y escribieron para ellas textos especializados. La labor de compilación y asesoría editorial del último tomo estuvo a cargo del escritor José Chalarca, y el diseño, diagramación e impresión fueron realizados por Común Presencia Editores.

El exministro Juan Manuel Santos, en las palabras de presentación del libro, hace alto elogio de don Arturo Gómez Jaramillo como una de las figuras más destacadas de la industria cafetera y lo recuerda como persona muy cercana a sus afectos. A esas palabras de reconocimiento se suman las de otros ilustres colombianos -entre ellos, varios expresidentes de la República-, lo mismo que las de prestantes dirigentes extranjeros que señalan las calidades que hicieron sobresalir a nuestro líder como hábil negociador, sabio estratega e inmejorable guía en los mercados mundiales.

Todos los testimonios que se recogen en la obra coinciden en anotar los rasgos distintivos de su personalidad, tanto en el campo corporativo como en el ámbito privado: sencillez y serenidad, energía y claridad, inteligencia y amabilidad, discreción y equilibrio, cultura y modestia. Con estos atributos se ganó el cariño y el respeto de cuantos lo rodeaban, y así cumplió una de las carreras más brillantes en la vida empresarial del país.

Él y don Manuel Mejía, que poseían muchas características en común, llegaron a ser pilares de la caficultura colombiana, con eco internacional. Eran a la vez respetados y temidos, dentro del difícil juego de las competencias.

Mientras don Manuel Mejía creó conciencia cafetera e imprimió a la entidad la organización y el vigor iniciales, don Arturo la fortaleció hasta volverla modelo de solidez y prestancia. Los gobiernos colombianos buscaban las luces de este par de ejecutivos visionarios, para adoptar los rumbos de la economía nacional. Oriundos ambos de la ciudad de Manizales, su mayor identidad fue con la tierra y la producción agrícola. Desde jóvenes tuvieron el primer contacto con el café y no olvidaron nunca la lección bien aprendida.

“Como campesino -dice don Arturo- aprendí a valorar la paciencia y conocer el valor del centavo”. El sentido del dinero como herramienta de trabajo y progreso lo practicó en sus años de colegio con un lucrativo negocio de almendras, simpático episodio relatado por él en un reportaje del libro. Esa fórmula comercial la aplicaría años después en los grandes negocios del café. Hubiera podido ser político o magistrado, pero cambió esas opciones por la pasión cafetera, luego de haber actuado como concejal de Manizales (y presidente de la entidad), secretario de Hacienda de Caldas, juez civil y juez superior de Manizales.

Hay una interesante faceta de su personalidad que pocos conocen, y es la de su vasta cultura. Desde joven era ya amante de los clásicos y eligió a Montaigne como su autor preferido. Su gusto por la poesía y las humanidades lo llevaría a escribir poemas clandestinos, que nunca ha querido revelar al público y que sólo disfrutan sus amigos más allegados en momentos de intimidad. Es profundo admirador del arte en general, y sobre todo del arte italiano.

En el precioso libro a que se refiere esta nota se rescatan artículos suyos publicados hace cerca de 60 años en el periódico manizaleño La Mañana. Quizá sea un escritor y periodista frustrado. Fuera del poder de síntesis con que están elaboradas esas columnas, se advierte en ellas dominio de los temas y firmeza de las ideas.

Era la suya, hacia 1944, cuando iniciaba en Manizales su vida cafetera, una mente inquieta que se ocupaba del acontecer cotidiano en los campos de la cultura, la economía y la historia, y que expresó conceptos valiosos y valerosos  como éste acerca de la biografía de Rafael Núñez, escrita por Indalecio Liévano, opinión que le hace honor a su pensamiento libre:

“Los colombianos habíamos sido educados, al menos los liberales, en el odio a Núñez y en la alabanza al radicalismo (…) Nunca se nos indicaron las modalidades políticas en que vivió el país durante esos años, ni los problemas fundamentales que ocupaban a la opinión pública y afectaban el porvenir económico de los hombres de trabajo. El odio es un mal historiador (…) Hice el itinerario de esas páginas con morosidad y estudio y concluí aceptando la casi totalidad de las tesis del autor (…) Entre otras cosas demuestra Liévano que Caro no es el ogro monarquista que nos han querido pintar los historiadores apasionados y faltos de responsabilidad”.

Retirado de la Federación en 1982, el “zar del café” reside hace varios años en Argentina y goza de admirables memoria y lucidez. El orden, disciplina, método, sencillez y recato que mostró en la actividad laboral, son los mismos que gobiernan la época dorada del descanso. Al igual que una de sus reglas de oro en el trabajo fue mantener el escritorio siempre limpio, hoy, a los 88 años de edad, siente la conciencia limpia. Hombre silencioso y alejado de vanidades, pero cubierto de gloria, el discurrir de su vida actual es discreto y sereno.

El Espectador, Bogotá, 13 de marzo de 2003.
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