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Drama de un secuestrado

martes, 27 de octubre de 2009

Por: Gustavo Páez Escobar

La carta que el coronel de la Policía Luis Mendieta, secuestrado hace más de cinco años, escribe a su familia desde las selvas colombianas, dibuja una de las mayores atrocidades de la guerra que vive el país. El documento fue revelado por El Espectador en su edición del 15 de febrero. Es impresionante la similitud entre los campamentos donde están confinados militares y políticos, y los campos de concentración donde Hitler encerraba a los judíos.

Las fotos presentadas por la guerrilla como prueba horrenda de supervivencia señalan los mismos recintos alemanes rodeados de alambres de púa, los mismos rostros demacrados de los retenidos, la misma demencia del hombre capaz de torturar a sus semejantes con inauditos sistemas de oprobio.

Yamit Parra, un patrullero liberado hace dos años luego de 22 meses de cautiverio, no ha podido borrarse de la mente aquella imagen fantasmal, y hoy confunde las rejas de las ventanas de su casa con los alambres de púa.

El coronel Mendieta, que le escribe a su esposa cartas al mismo tiempo dolorosas y tiernas, se ha vuelto filósofo y acaso poeta de la vida del encierro, rodando de prisión en prisión y disfrutando, si eso es disfrutar, del reducido espacio que le deja la cadena con la que permanece atado. Entre él y un animal encadenado no existe  diferencia, si bien el animal soporta con mayor resistencia la esclavitud y el maltrato. En esta vida animal del coronel, las neuronas se le han reblandecido y esto le permite, ¡qué horror!, manejar su terrible desgracia con grageas de resignación y optimismo.

Son varias las cartas que a lo largo de estos cinco años ha enviado a su esposa y a sus dos hijos, y en ellas nunca ha dejado decaer la esperanza en la vida y la fe en Dios, aunque el peso de sus tribulaciones no puede ser más aplastante.

“Un secuestrado -dice- debe hacer todo lo posible para sobrevivir en cautiverio a pesar de las pesadas cadenas que los guerrilleros nos ponen a cargar en el cuello (…) Un secuestrado debe vivir segundo a segundo, disfrutar todas las comidas, cada llanto de alegría, cada gota de agua. Incluso, el sonido de la naturaleza, los rayos del sol, cada pedazo de tabla donde puede dormir, cada milímetro de espacio en la cadena, cada sonido del radio, al igual que cada nota musical”.

Hoy se encuentran secuestrados por las Farc 22 políticos y 34 miembros del Ejército y la Policía. Estas 56 vidas en vilo, divulgadas en la televisión y los periódicos tras los alambres de púa, como rastro terrorífico de que aún existen (¿esto puede llamarse existencia?), y que se suman a las 3.000 personas retenidas en cuevas selváticas, claman al cielo por la crueldad con que los verdugos llevan a cabo sus más bajos instintos sanguinarios.

Entre 1998 y 2003 el promedio de plagiados ha sido de 3.000 personas por año, y en el 2003 la cifra descendió a 2.200. Muchos han sido ejecutados en cautiverio y otros regresaron a sus hogares en las peores condiciones físicas y mentales.

Drama desgarrador el del coronel Mendieta y el de todos los colombianos sometidos a la misma brutalidad. Es un macabro y al mismo tiempo heroico testimonio humano el de estos seres indefensos sometidos a los peores escarnios, sin tener un minuto de libertad para moverse, ir al baño o tomar un rayo de sol; sin conocer lo que es pasar una buena noche y despertar con ilusiones; sin poder disfrutar de la cercanía de sus seres queridos y de los goces elementales de la vida, y que sin embargo sacan fuerzas, sin saberse de dónde, para sufrir el vejamen y no dejarse hundir por la desesperanza. Este es el infierno en la tierra. Caín se apoderó de Colombia.

Algún día, cuando haya cesado la horrible noche, se sabrá con mayor certeza hasta dónde llegó la ferocidad del hombre lobo y cuántas heridas incurables causó a lo largo y ancho del país. Esas desgarraduras del cuerpo y del alma pasarán de generación en generación como el recuerdo lacerante de la etapa más cruel e ignominiosa que hemos padecido.

Las atrocidades de Hitler no se borrarán nunca de la faz del mundo y permanecerán vivas en documentos estremecedores, como el Diario de Ana Frank, Treblinka o el Proceso de Nuremberg. Así mismo, el holocausto colombiano seguirá palpitante en la memoria de un país que no puede olvidar este infierno de iniquidades.

El Espectador, Bogotá, 26 de febrero de 2004.
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